Tema: Al-Qaeda está haciendo un gran esfuerzo para asentarse en el Norte del Cáucaso, desde donde podría alcanzar importantes objetivos geopolíticos, entre los cuales se incluiría conseguir, a largo plazo, el control de la actual Federación Rusa.
Resumen: Todo apunta a que al-Qaeda está ganando peso en el Norte del Cáucaso. Esta conflictiva zona del mundo se está convirtiendo en refugio de un extremismo religioso muy fanatizado, cuyos fines van más allá de los tradicionales sentimientos nacionalistas contra los considerados como invasores rusos, las intestinas pugnas por el poder y el combate contra la injusticia social. Se está pasando de aspiraciones meramente locales a otras mucho más globales, de un problema regional a otro de magnitudes estatales y que podría degenerar en graves repercusiones mundiales. Al menos esa parece ser la esperanza de los seguidores de al-Qaeda. Frente a estas ambiciones se encuentra el pueblo ruso cristiano-ortodoxo y nacionalista, que podría reaccionar muy violentamente, dando lugar a graves enfrentamientos por todo el país, muy concretamente en las grandes ciudades, en las que crecen exponencialmente los practicantes de la religión islámica.
Análisis: A pesar del silencio oficial ruso, según todos los indicios, la explosión que provocó el descarrilamiento del tren Expreso Nevsky que hace la ruta entre las principales ciudades rusas, Moscú y San Petersburgo, el pasado 27 de noviembre, fue un atentado terrorista perpetrado por extremistas provenientes del Norte del Cáucaso. Aunque las autoridades federales no lo hayan confirmado, cinco días más tarde, el 2 de diciembre, el ataque fue reivindicado por el autoproclamado emir del Cáucaso, Dokka Umarov, en la página web KavkazCenter, una de las principales de los rebeldes norcaucásicos. Además, este acto, que provocó la muerte de 27 personas e hirió a otras 96, siguió unas pautas muy similares al ataque contra la misma línea que tuvo lugar en 2007, del que resultaron acusados dos hombres de Ingushetia.
Si bien es cierto que Umarov proclama que sigue fiel a los principios tradicionales del sufismo, cada vez se le relaciona más con las tendencias wahabíes-salafistas próximas a al-Qaeda. Sin duda, esta manera de seguir manteniendo su independencia y patriotismo a ultranza frente a los considerados como invasores rusos le permite atraer a otros muchos chechenos deseosos de expulsar a los opresores y de acabar con los actuales gobernantes locales, firmemente apoyados por el Kremlin. Sin embargo, todo señala que el mero nacionalismo ligado con la expulsión de los rusos se va dejando en segundo plano para irse centrando en objetivos más ambiciosos y más próximos a las tesis de al-Qaeda. Ya en noviembre de 2007, cuando Dokku Umarov proclamó el Emirato Islámico del Cáucaso y se nombró emir, declaró que en este nuevo Estado tendrían cabida todos los muyahidines del mundo, una expresión más propia de Bin Laden.
Hay que tener en cuenta que al-Qaeda nunca ha sido un aliado natural de los insurgentes de esta zona. Los aspectos globales de su particular lucha no ha motivado especialmente a los insurgentes, más preocupados por sus problemas locales (justicia social, corrupción, violencia gubernamental, acceso a los resortes del poder y la economía, independencia,…) que por una yihad a escala mundial. En términos generales, el wahabismo-salafismo con que se asocia a al-Qaeda ha sido visto en estas zonas como una tendencia propia de extranjeros que pretendían influir en su modo tradicional sufí de entender el islam. Aunque durante las dos guerras de Chechenia existió cierta unión para hacer frente al enemigo común que representaban los rusos, esta frágil alianza se deshizo en 2002 con el fin oficial del enfrentamiento armado. Durante esos ocho años de combates, para los rebeldes chechenos el objetivo principal era la expulsión de los rusos de sus tierras. Una limitación que no se correspondía con los fines mucho más amplios de al-Qaeda. Esta organización internacional perseguía una finalidad muy clara: establecer un Estado islámico e independiente –califato– en el Norte del Cáucaso, con la plena implantación de la Sharia. Evidentemente, para ello primero debían acabar con el dominio ruso, motivo por el cual cooperaban estrechamente con los musulmanes chechenos en su particular guerra santa contra los infieles y apostatas (aquellos chechenos seguidores de los postulados de Moscú). Era esta una estrategia muy similar a la llevada a cabo por los seguidores de las tesis de al-Qaeda en Irak, Afganistán y Argelia o incluso en el conjunto del Magreb.
En la actualidad, y aún cuando es dudosa la capacidad real de al-Qaeda para financiar las operaciones en esta región, o para proporcionar armas y explosivos, el Norte del Cáucaso se está convirtiendo para este grupo en una zona del máximo interés, en donde puede permitirse establecer bases seguras y desde la cual puede lanzarse a lograr sus bien definidos objetivos geopolíticos. Para ello, puede estar aprovechando la actual radicalización de los insurgentes –enfrentados a los políticos puestos por Moscú y luchando contra la situación de marginación de una parte importante de la población– para, unidos a ellos, alcanzar la primera de sus metas: la creación de un califato norcaucásico. Sin duda, un excelente terreno abonado para que al-Qaeda eche firmes raíces, las mismas que hasta ahora le habían sido vedadas. A este fin, en uno de los últimos mensajes atribuidos a Bin Laden, difundido en enero de 2009, se hacía una referencia expresa a Chechenia, lo que provocó que inmediatamente las web islamistas incrementaran notablemente las publicaciones sobre esta zona, favoreciendo la captación de simpatizantes y combatientes en todo el planeta.
No cabe la menor duda de que este fortalecimiento de la presencia de al-Qaeda en tan sensible región, potenciado por la actuales circunstancias (el notable incremento de la violencia después de que el 16 de abril pasado Moscú anunciara el fin de las operaciones antiterroristas en Chechenia), aun cuando por el momento siga siendo marginal, tiene potencial suficiente para convertirse en el mayor problema de seguridad interna para Rusia.
Antecedentes de intereses geopolíticos en el Norte del Cáucaso
La manipulación de los musulmanes norcaucásicos con finalidades geopolíticas no es nueva. En el siglo XIX, tanto el Imperio Otomano como el Británico alimentaron el conflicto entre la cristiandad ortodoxa –rusos– y el islam. Para Londres, el principal interés era impedir, o al menos dificultar, la expansión de Moscú hacia mares calientes, como el Mediterráneo y el Índico, así como hacia la estratégica Persia, ya que, de haber los rusos conseguido su objetivo hubiesen puesto en grave peligro la entonces vital arteria entre las Indias y Europa. Para Estambul la islamización completa del Cáucaso era una pieza clave en su sueño, perseguido hasta los últimos días del imperio, de extenderse hacia Asia Central, hasta llegar a Xinjiang en la mismísima China.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Alemania también tuvo sus propios intereses en la zona. Controlarla le suponía el inmediato acceso a los recursos petrolíferos de Bakú y la posibilidad de continuar su expansión hacia Irán, siempre estratégicamente deseado por su posición geográfica y por sus reservas energéticas. Berlín llegó a hacer guiños a Turquía para que participara en la captura del Cáucaso. Los servicios de espionaje alemanes lograron ciertos éxitos apoyando a los grupos musulmanes norcaucásicos enfrentados a Moscú, consiguiendo incluso que algunos se alistaran en el ejército germano. Esta circunstancia motivó que Stalin, temiendo una revuelta generalizada apoyada por Berlín, decidiera deportar a pueblos enteros –en total a más de 1,5 millones de norcaucásicos musulmanes– hacia Asia Central, entre noviembre de 1943 y marzo de 1944. Sin hacer ninguna distinción, deportó incluso a la gran mayoría que combatía en el Ejército Rojo. A pesar de que en 1956 Kruschev les permitió retornar a sus hogares, este hecho provocó que las raíces del odio a todo lo ruso calaran muy profundo y para siempre en el alma de los musulmanes del Norte del Cáucaso.
Intereses geopolíticos actuales
Con la experiencia de la Segunda Guerra Mundial todavía demasiado fresca, el Kremlin siempre ha temido que Washington pudiera aprovechar la inestabilidad en esta conflictiva región para alcanzar su objetivo estratégico de impedirle su anhelada expansión hacia el sur, hacia unas tierras que considera como propias. Además, perder el control de estas tierras le supondría quedar vulnerable ante cualquier intento de cortar algunas de sus principales líneas de abastecimiento energético. En este orden de cosas, de modo velado los rusos han dejado caer que la occidentalizada Georgia es sospechosa de apoyar a ciertos grupos de musulmanes norcaucásicos enfrentados con Moscú.
Incluso el apoyo incondicional que Rusia sigue ofreciendo a Irán en su desarrollo nuclear puede estar motivado por el temor a que Teherán pudiera reaccionar al abandono de su aliado mediante el apoyo a los muyahidines del Norte del Cáucaso, algo de lo que hasta ahora siempre se ha abstenido.
En lo relativo a Asia Central, esta región representa un enorme problema estratégico para Rusia por el riesgo –no desdeñable– de que en estos países, de mayoría musulmana, pueda caer el poder político en manos de extremistas islámicos, circunstancia que podría afectar gravemente a su territorio ante una hipotética expansión de esta ideología radical. De hecho, una de las principales razones por las que Moscú colabora con Washington en Afganistán es para evitar que los fundamentalistas musulmanes lleguen a controlar los resortes políticos del país y a convertirlo en una base desde la cual los extremistas podrían actuar en territorio ruso a través de Asia Central.
Tampoco hay que olvidar los grandes intereses geoeconómicos. En el caso concreto de Daguestán, el completo control de esta república es para Rusia totalmente imprescindible, incluso mucho más que Chechenia. No sólo porque en ella se procesa y transita el petróleo proveniente de Azerbaiyán, sino también por ser considerada como una inmensa reserva de gas y petróleo, dado que todo apunta a que su subsuelo y las profundidades submarinas de su parte del Mar Caspio son riquísimas en hidrocarburos.
Intereses geopolíticos de al-Qaeda en Ciscaucasia
Ciscaucasia ofrece todas las circunstancias favorables para convertirse en un bastión fuerte de al-Qaeda desde donde poder alcanzar sus objetivos geopolíticos, expuestos en sus declaraciones “oficiales”.
El primero sería derrocar a los gobiernos apostatas establecidos en la región con la bendición de Moscú, traidores al auténtico islam, estableciendo en su lugar regímenes islámicos puros. Seguidores seguro que no le van a faltar. Con altísimos niveles de desempleo, que afecta de modo muy especial a los más jóvenes, es sencillo reclutar acólitos para una causa tan atrayente para los más desesperados y desamparados. Deseosos de entregarse a una lucha respaldada por fuertes principios ideológicos ante las evidentes circunstancias de injusticia social. Combatiendo, como tantas veces ha repetido Bin Laden en sus discursos, a favor de los musulmanes oprimidos, en este caso por los infieles rusos y sus renegados aliados. Rebeldes convencidos de ser los adalides de la lucha contra los actuales gobernantes, falsos musulmanes, vendidos a los no creyentes, que engañan al pueblo con fingida piedad, pero que en privado no cumplen con los principios islámicos. Hipócritas para los cuales el castigo debe ser máximo, sin piedad alguna, por haber confabulado para destruir el verdadero islam.
Para alcanzar este primer objetivo, al-Qaeda hace uso de lo complicado del terreno, que imposibilita grandemente capturar y enfrentarse a los rebeldes con garantías de éxito: un terreno protector para los que desde niños lo conocen, pero inhóspito para los foráneos, que permite establecer sólidas bases permanentes; lugares en lo que de poco o nada sirven los medios más sofisticados, ni los helicópteros o los medios acorazados y mecanizados; y escenario que propicia el enfrentamiento primitivo, de hombre a hombre, para el que los nativos indomables y los extranjeros fanáticos por ellos entrenados tienen una ventaja indudable.
Circunstancias muy favorables de las que puede intentar beneficiarse al-Qaeda para movilizar las conciencias de miles de musulmanes firmes creyentes de todo el mundo, así como para despertar a los todavía impasibles, a las almas jóvenes y dispuestas al sacrificio, para combatir en una yihad mundial. Quizá por este motivo Moscú hace todos los esfuerzos posibles para que no trascienda la delicada situación en la zona.
El siguiente objetivo, coincidente también con los de los rebeldes autóctonos, es crear un gran Estado islámico que vaya desde el Mar Negro al Mar Caspio sin interrupción. En él incluirían incluso a parte del Cáucaso del Sur, como Abjasia, lo que les daría acceso al importante puerto de Sojumi. Al-Qaeda no olvida que estos musulmanes abjasios, integrados en Georgia a pesar de haber declarado su completa independencia el 27 de septiembre de 2008, siempre resistieron a las tentativas de cristianización forzada. Sería el primero de los soñados califatos que también persigue en otras zonas del mundo, que podría luego ir ampliando a otras zonas musulmanas limítrofes.
Posteriormente, el salto sería hacia el control de toda Rusia, apoyados en el importante número de practicantes de la religión musulmana que para entonces se estima que vivirá en suelo ruso, la mayor parte de la población.
Desde ahí, el objetivo final sería el dominio del mundo, la implantación de un califato universal que acogiera a todos los seres humanos. Proceso que se aceleraría de tener éxito en alguno de los actuales frentes que tiene abiertos al-Qaeda por medio planeta.
Evolución del islam en la Federación Rusa
Según el último censo oficial de la URSS, realizado en 1989, la población musulmana de la Federación Rusa era de poco más de 12 millones, el 8,12% del total de habitantes. En la actualidad, según algunas encuestas, de los 142 millones de rusos unos 25 millones se declaran musulmanes, aunque otros estudios elevan esta cifra hasta los 30 millones.
En definitiva, en 20 años se ha más que duplicado tanto el número de mahometanos en Rusia como la proporción de éstos con respecto al conjunto de los ciudadanos rusos (casi un 18% actualmente). Los motivos hay que encontrarlos fundamentalmente en diferencias de natalidad, movimientos migratorios y conversiones, si bien estos datos también ocultan otras realidades que no se deben ignorar.
En los últimos años, Rusia pierde casi un millón de habitantes anualmente. La causalidad es diversa. Por un lado, la fuerte emigración a países más desarrollados (Europa Occidental, EEUU, Canadá y Australia). Además, mientras los rusos emigran a otros países, simultáneamente se produce una cada vez mayor inmigración sobre suelo ruso proveniente de los países de Asia Central, impulsados principalmente por causas medioambientales y económicas, siendo la inmensa mayoría de estos inmigrantes musulmanes. En estos momentos, se estima que en Rusia hay al menos 4 millones de inmigrantes centroasiáticos ilegales, a los que hay que añadir unos 150.000 afganos que han huido de su país ante la situación de inestabilidad.
Por otro lado está el bajo índice de natalidad, fruto tanto del reciente desarrollo y la fuerte “occidentalización” como de las políticas de control de la natalidad llevadas a cabo en los últimos años. El número de hijos por mujer fértil no llega a 1,2, mientras que se calcula que ya se producen más abortos que niños nacidos (sobre un millón y medio al año, cifra inferior al de fallecidos, siguiendo una tendencia invariable desde 1992). Algunos análisis concluyen que dos de cada tres embarazos finalizan en aborto, circunstancia en gran parte consecuencia de la herencia cultural de la época soviética, cuando se practicaba, e incluso se fomentaba, el aborto libre. Por contra, las familias musulmanas tienen de media cuatro hijos.
También hay que tener en cuenta que en la época soviética muchos preferían ocultar su realidad religiosa, lo que implica que quizá buena parte del incremento se deba al simple hecho del reconocimiento actual de la pertenencia a la religión musulmana. Asimismo, ciertos datos parecen indicar que la desaparición de la ideología comunista ha llevado a muchos rusos a adherirse a una u otra religión, buscando un amparo psicológico ante una orfandad ideológica a la que no estaban acostumbrados.
En cualquier caso, de seguirse esta tendencia, se apunta que para el año 2050 la cifra de la población rusa pudiera quedarse reducida a tan sólo 100 millones de habitantes. Pero dándose la circunstancia de que la mitad de esa población sería musulmana.
Sin ir tan lejos en el tiempo, el avance del islam es ya palpable en otros hechos. Cuando en 1991 apenas había 300 mezquitas registradas en todo el país, actualmente se calcula que ya hay más de 8.000. Siendo el objetivo declarado de los mahometanos acelerar su construcción hasta superar la cifra de las más de 31.000 que se contabilizaban en 1912. De igual modo, en 1991 tan sólo 40 musulmanes rusos peregrinaron a la Meca; en 2009 lo han hecho más de 35.000 –de los cuales el 10% han sido chechenos–, triplicando la cifra de hace apenas hace cuatro años.
En este año 2010, el 40% de los reclutas rusos serán musulmanes, pues hay que tener en cuenta que la proporción de musulmanes es superior en las capas más jóvenes de la población. Esto ha motivado que se discuta la posibilidad de crear grandes unidades tipo regimiento integradas exclusivamente por seguidores de esta religión.
Ante este inminente cambio de tendencia demográfica, los principales líderes musulmanes rusos ya han propuesto medidas tales como crear la figura de un vicepresidente mahometano de la Federación Rusa, para que represente a la creciente comunidad de practicantes del islam, o la retirada de toda la simbología cristiana de los símbolos oficiales de Rusia.
Estas circunstancias las aprovechan también las repúblicas islámicas del centro del Volga, Tatarstán –donde en 2000 se inauguró la primera universidad islámica de Rusia– y Bashkortostán, para buscar cada vez mayor autonomía, dada su situación económica muy superior a la media de Rusia, por su alto nivel de industrialización, relacionado principalmente con los hidrocarburos.
Grandes ciudades, las más afectadas
Las grandes ciudades de todo el mundo, incluidas las europeas, son susceptibles, por diferentes vulnerabilidades, de convertirse en los escenarios de los enfrentamientos futuros, en auténticas urbes fallidas fuera del control de las fuerzas gubernamentales, donde la complejidad del combate hará que tengan una notoria ventaja los que empleen las actuaciones asimétricas, las acciones de guerrilla urbana. Será un ambiente tremendamente desestabilizador del que puede intentar sacar provecho al-Qaeda, sea en Londres, Paris, Ámsterdam, Copenhague o en las principales ciudades rusas. Las previsibles condiciones futuras no le van a poder ser más favorables.
En Moscú, con 10,5 millones de habitantes, algunos cálculos elevan a 2,5 millones el número de practicantes de la religión islámica que allí residen. Esta cifra es todavía más llamativa cuando se contrasta con la de los musulmanes registrados en 1991 –100.000–, lo que lleva a esta ciudad a ser considerada como la de mayor concentración de mahometanos de toda Europa. En los últimos tiempos, éstos han ido ocupando barrios completos, como el de Butovo. Disponen de todo tipo de instalaciones propias –mercados, guarderías, hospitales,…–, lo que está provocando su aislamiento. El resto de la población denuncia que, para intentar ganarse su apoyo y evitar conflictos, los poderes locales les proporcionan toda clase de fondos y ayudas sociales, muy superiores a los facilitados a otras comunidades. A pesar de las teóricas limitaciones legales para su construcción, ya existen cinco mezquitas gigantescas.
Por su parte, en la emblemática ciudad de San Petersburgo, de 4,5 millones de habitantes, el número de musulmanes ha pasado de 15.000 a una cifra próxima a 1 millón desde el fin de la época soviética.
Respuesta del pueblo ortodoxo-nacionalista ruso
Ante este avance del expansionismo musulmán en Rusia, y no sólo del más extremista, las autoridades federales muestran su preocupación por el hecho de que los ultranacionalistas rusos se van organizando, adquiriendo arsenales cada vez más sofisticados. Incluso un grupo neonazi se permitió reivindicar el atentado contra la línea Moscú-San Petersburgo del 27 de noviembre.
Aunque el gobierno central confía en la ayuda internacional para poner freno a una nada descartable exportación de la violencia terrorista de al-Qaeda al resto del territorio ruso, que pudiera ampararse en el incremento de la población musulmana –especialmente en las grandes ciudades–, los más nacionalistas prefieren a estos efectos repetir las palabras que con frecuencia cita Putin, parafraseando a Alejandro III, “Rusia sólo tiene dos aliados en los que confía: su infantería y su artillería”. Dejan así claro que no están dispuestos a que Rusia acabe islamizada. Las últimas encuestas de opinión muestran que hasta el 70% de la población rusa muestra algún tipo de simpatía por los eslóganes xenófobos-racistas, en los que incluyen a los musulmanes, no debiéndose descartar una radicalización de los ultranacionalistas ortodoxos frente a lo que consideran como una conquista desde dentro que puede tener el éxito que en su día no tuvieron los intentos de invasión ni de las fuerzas de Napoleón ni de las de Hitler.
Por parte del gobierno, una de las principales iniciativas encaminadas a frenar la entrada de los musulmanes en las filas de los más extremistas ha sido limitar la construcción masiva de mezquitas en las principales ciudades de todo el territorio ruso (sin embargo, esta medida se ha relajado en las zonas rurales, en las cuales un buen número se ha construido en los últimos tiempos), alegando que, en no pocos casos, las mezquitas se convertían en lugares donde se hacía proselitismo de la violencia religiosa. De este modo, y a pesar del citado notable incremento de practicantes de la religión musulmana, la cifra de mezquitas en Moscú desde 1991 tan sólo se ha multiplicado por cinco, y en San Petersburgo apenas se ha duplicado. No obstante, esta medida, forzada por la presión de la Iglesia Ortodoxa y de grupos nacionalistas, lo único que ha provocado es que se incremente el número de grupos de musulmanes fuera del control oficial, los cuales acuden para reunirse a lugares escondidos, en los que el proceso de radicalización es muy acusado.
Conclusión: Sacando ventaja del actual incremento de la violencia, el wahabismo propio de al-Qaeda tiene enormes posibilidades de establecerse con éxito en el Norte del Cáucaso. Es el escenario ideal para poder conjugar sus bien definidos objetivos políticos y geopolíticos con su fuerte contenido social, donde sea visto como un movimiento que persigue liberar a los oprimidos y llevar la justicia y la equidad. En definitiva, en aglutinador de sentimientos de búsqueda de una mejora de las penosas condiciones de vida de miles de personas.
Desde estas tierras indómitas, nunca completamente subyugadas, al-Qaeda puede aspirar a irse expandiendo, incluso de modo pacífico al principio, al resto del territorio ruso. Una vez acabado con los gobiernos apóstatas norcaucásicos, puede aprovechar para conquistar Rusia apoyándose en la disparidad del crecimiento demográfico, intentado beneficiarse de la necesidad de Moscú de ofrecer al resto del mundo sus avances en el respeto de los derechos humanos, aspecto que para los musulmanes más extremistas es considerado como una vulnerabilidad a explotar.
Ciscaucasia ofrece un escenario perfecto a al-Qaeda para, sin prisas, sin fechas concretas, conseguir lo que en otros escenarios le parece vedado, salvo que la historia vuelva a dar otro Stalin, algo que algunos rusos, dentro del fuerte movimiento xenófobo que empieza a calar entre una parte importante de la población, empiezan a reclamar.
Los nacionalistas rusos más pesimistas temen que los principios ideológicos de al-Qaeda pueden llegar a conseguir lo que nunca ninguna potencia en la historia ha logrado: conquistar el vasto imperio ruso y derrotar a los que ellos llaman infieles cristianos, a los que acusan de que desde hace 150 años están sometiendo a los hermanos musulmanes. De llegar a ser cierto, sería un paso de gigante en su objetivo último de imponer los principios más estrictos de la religión islámica al resto del mundo.
No cabe la menor duda de que al-Qaeda y su relación con el Norte del Cáucaso se ha convertido en el principal quebradero de cabeza interno para las autoridades rusas. En una gravísima amenaza a la seguridad interna, con capacidad para sembrar el caos por todo el país. Complicado lo tienen los responsables rusos para adoptar las medidas más convenientes que puedan impedir esta hipotética situación. Mientras, todo indica que al-Qaeda, con todo el tiempo por delante, seguirá dando pasos, lentos pero firmes, para ir alcanzando sus objetivos.
Pedro Baños Bajo
Teniente coronel y profesor de Estrategia y Relaciones Internacionales de la Escuela Superior de las Fuerzas Armadas (CESEDEN)