Tema: En este ARI se analiza la posición de Rusia en la crisis nuclear iraní para dirimir cuáles pueden ser sus posibles mecanismos de resolución.
Resumen: El objetivo de este trabajo es concretar cuál es la posición de Rusia en el conflicto nuclear iraní. Inicialmente, se ponen de manifiesto los principales elementos de este acontecimiento que han sacudido el panorama internacional durante el primer cuatrimestre de 2006. A continuación se destacan los intereses rusos principales que se encuentran en juego en relación con el programa nuclear iraní. Después se explican las diversas posiciones que puede adoptar Moscú en esta encrucijada, aunque matizadas posteriormente con la posibilidad de que tal programa nuclear pudiese devenir en militar. En la parte final de este trabajo se exponen unas conclusiones y se destacan algunas de las lecciones que se pueden extraer en términos de programas nucleares y seguridad internacional.
Análisis: En enero de 2006, el Gobierno iraní decidió reiniciar los trabajos para enriquecimiento de uranio. A partir de este momento, se ha generado una crisis internacional que puede tener importantes consecuencias, tanto en términos de seguridad como de relaciones internacionales. La posición de EEUU ha sido muy agresiva contra Irán e, incluso, ciertos sectores vinculados a la Presidencia recomiendan una intervención militar selectiva contra Teherán. En estas condiciones, difícilmente se puede considerar que EEUU pueda dar una respuesta al problema iraní. Respecto a la UE, estaría en contra de cualquier intervención militar en Irán, pero defendería la aplicación de importantes sanciones económicas. China pretende defender sus intereses económico-energéticos en la zona, pero políticamente no aspira a ir más allá de un discreto segundo plano, en especial si Rusia asume una posición más activa a este respecto. En estas condiciones, una parte importante de las claves para la resolución del problema iraní se encuentra en manos de Rusia. De hecho, Rusia tiene pretensiones de intervenir activamente en la resolución política de tal conflicto. Por este motivo, determinar la posición de Rusia respecto a la crisis iraní se transforma en un elemento importante para atisbar cómo puede evolucionar la solución de tal problema de seguridad internacional.
La crisis nuclear iraní y la seguridad internacional
Desde el rechazo de Teherán de la moratoria acerca de sus trabajos sobre enriquecimiento de uranio, los acontecimientos a este respecto se han ido agravando progresivamente. A principios de febrero tuvo lugar una sesión extraordinaria dentro de la Organización Internacional de Energía Atómica (OIEA), que destacó la gravedad de la nueva situación y envió una notificación al Consejo de Seguridad de la ONU, cuestión que sentó un precedente para que tal organismo entrara a discutir el programa nuclear iraní. En la correspondiente reunión en la OIEA se exigía a Irán adoptar las medidas pertinentes para clarificar cuál era su situación en términos de investigación nuclear y cesar todo tipo de trabajos (investigaciones, producción o creación de infraestructuras) relacionados con el enriquecimiento de uranio. El Gobierno iraní, como respuesta al envío de tal información sobre su programa nuclear al Consejo de Seguridad de la ONU, abandonó el Protocolo Adicional del Tratado de No Proliferación (TNP), que permitía a los especialistas de la OIEA acceder a todas las instalaciones y documentos sin previo aviso.
A partir de este momento, el Gobierno iraní –y especialmente su cabeza, Ahmadineyad– ha ido afirmando periódicamente su firme voluntad de ir hacia delante en el enriquecimiento de uranio con fines civiles, al tiempo que han subrayado el derecho inalienable de Irán de desarrollar estas actividades, que, por ende, son compatibles con las normas de la OIEA y con el TNP. En consonancia con esta actitud, en la primera quincena de marzo, Teherán prescindió de la oferta rusa de enriquecer uranio en territorio de la Federación Rusa para uso en las centrales nucleares iraníes.
A principios de abril, Teherán comunicó que su programa nuclear de enriquecimiento de uranio se iba desarrollando satisfactoriamente y había conseguido sus primeros éxitos. En particular, en el centro de Natanz se había puesto en funcionamiento un sistema de 164 centrifugadoras de gas, que había conseguido un enriquecimiento de uranio en un 3%-3,5%. En un futuro inmediato se irían incorporando más sistemas hasta alcanzar un número de 3.000 centrifugadoras, de manera que para marzo de 2007 se preveía una producción industrial de uranio con fines civiles. Debe destacarse que tales informaciones, aunque parecen factibles, no han sido contrastadas por expertos independientes. No obstante, aquello que sí se ha contrastado a finales de abril ha sido la continuación de los trabajos de construcción del reactor de Arak, destinado a la investigación nuclear.
Paralelamente, pero vinculado a este conflicto, durante el primer cuatrimestre de este año se ha desatado en las arenas internacionales un conjunto de amenazas mutuas que están introduciendo una inseguridad internacional de gran envergadura. Entre éstas destacan las consideraciones de Ahmadineyad acerca de la desaparición de Israel, los posibles ataques a Irán por parte de Israel y la contemplación de una invasión de Irán por EEUU –o al menos la realización de ataques selectivos contra objetivos estratégicos ubicados en este país asiático–. Este tipo de declaraciones se han combinado con la amenaza de imposición de graves sanciones económicas a Irán, la pretensión de Teherán de abrir una bolsa para vender su petróleo a cambio de euros y no por dólares, el cierre del tráfico marítimo en el estrecho de Ormuz, la realización de maniobras militares en el golfo Pérsico, la prueba de nuevos misiles con carácter ofensivo y la amenaza de Irán de transferir tecnología nuclear a otros países musulmanes.
Los intereses rusos en juego
La posición rusa respecto al programa nuclear iraní se encuentra definida por intereses estratégicos, geopolíticos, políticos y económicos. El ámbito estratégico constituye una restricción que condiciona el resto de intereses y supone la prioridad rusa de que sus vecinos no dispongan de armas de destrucción masiva y, en particular, de armas nucleares. Así pues, Moscú se opone radicalmente a que Irán posea armas nucleares puesto que podrían alcanzar el territorio ruso y supondrían un grave problema de seguridad.
Los intereses geopolíticos se refieren a las áreas de influencia rusa. Respecto a Irán pueden surgir complicaciones en el Cáucaso y en el Caspio. Sin embargo, en el primer caso los problemas inmediatos se suscitan respecto a la influencia sobre las antiguas repúblicas soviéticas ubicadas en el sur del Cáucaso, mientras que en la segunda zona las tensiones más importantes no atañen a las fronteras de división del Caspio entre Rusia e Irán, sino entre Azerbaiyán y Kazajstán con Irán. En este caso, los problemas no son tan acuciantes y, en cierta medida, pueden afectar de manera indirecta a Rusia. Es decir, los intereses geopolíticos son claramente de rango inferior para Rusia en relación con los estratégicos.
Los intereses políticos corresponden al papel que trata de jugar Rusia en las relaciones internacionales. Rusia pretende aumentar su influencia mundial e ir más allá de ser una potencia regional. En este sentido, las nuevas inestabilidades en Oriente Medio se transforman en una posibilidad excepcional para recuperar parte del terreno que perdió Rusia en los años 90. Una condición para proyectarse hacia el exterior requiere que los conflictos no adquieran un nivel tal que suponga una movilización excesiva de recursos de poder, que en las actuales condiciones Rusia o bien no posee (intereses económicos pequeños en Oriente Medio) o bien no tiene capacidad de poner en práctica (presiones políticas desmesuradas o amenazas de intervención militar). Por este motivo, Rusia estará en contra de la aplicación de medidas extremas contra Irán, en particular cualquier intervención militar.
Los intereses económicos rusos en Irán se encuentran vinculados a diversos ámbitos. En primer lugar, destaca la participación en el programa nuclear civil iraní. Rusia es el principal contratista de la primera central nuclear iraní que está a punto de acabarse, probablemente tendrá un papel importante en la segunda central que recientemente Teherán ha decidido construir y pretende ser un agente destacado en la puesta en práctica del conjunto del programa de construcción de las 20 centrales nucleares que Irán piensa llegar a poseer. A este respecto, los ingresos para Rusia de la participación en la primera central nuclear ascienden a unos 1.000 millones de dólares y se estima que puede obtener flujos financieros complementarios por participar en el conjunto del programa nuclear iraní de unos 6.000 millones de rublos. Dentro de este área también presenta un importante interés para Rusia ser el suministrador de uranio enriquecido para uso en las centrales nucleares.
En segundo lugar, dentro del ámbito económico se encuentra la idea rusa de introducirse en el sector del gas y del petróleo iraní. En particular, existe un gran interés por participar en la prospección y la extracción, así como en proyectos de infraestructuras de transporte. En tercer lugar, está la colaboración militar. El primer gran contrato, que ya ha empezado a suministrarse, es el abastecimiento a Irán de 30 complejos antiaéreos de corto alcance de tipo Tor-M1, cuyo objetivo es defender infraestructuras (por ejemplo, las centrales nucleares) de ataques de misiles o bombas. Este contrato asciende a 1.400 millones de dólares. No obstante, es previsible una expansión sustancial de las ventas de armas a Irán. Por tanto, Rusia será muy reacia a la aprobación de sanciones económicas contra Irán.
Táctica y estrategia rusas
Los anteriores intereses orientan la posición rusa respecto al conflicto concreto surgido en torno a Irán en el primer cuatrimestre de 2006. Estos deben combinarse con la posición iraní y su evolución a la luz de la interacción con las presiones norteamericanas y europeas. Las prioridades iraníes respecto a su programa nuclear van desde, en primer lugar, disponer de centrales nucleares a las que se les abastezca de uranio desde el extranjero, hasta, en segundo lugar, conseguir la producción de uranio dentro del país para cubrir sus necesidades civiles, pero, y en tercer lugar, podría llegar a plantearse la producción de armas atómicas. Esta última prioridad, la más ambiciosa desde el punto de vista iraní, no es reconocida abiertamente por el Gobierno, que subraya insistentemente sólo sus intereses por el segundo nivel de prioridad mencionado.
Durante los primeros meses de 2006 se han acentuado los ataques verbales y las tomas de posiciones entre el Gobierno iraní y sus detractores occidentales. Desde el punto de vista ruso, aunque se entiende que estas muestras de fuerza pueden entrar dentro de una estrategia para mejorar posiciones en una futura negociación, se apuesta por frenar tal tipo de creciente beligerancia porque puede conducir a un enrarecimiento en el ambiente que limite la capacidad de negociación futura y la posibilidad de llegar a una solución negociada aceptable.
Por un lado, Moscú apuesta porque Occidente no sitúe a Irán en una posición de vejación moral porque en ese momento Teherán radicalizaría sus posiciones hasta, incluso, pretender abiertamente obtener armas nucleares. Esta situación se valora más problemática en la medida en que los elevados precios del petróleo y la influencia de Irán en los conflictos en Irak y en Afganistán dotan a ese país de poder de negociación muy relevante.
Por otro lado, el Kremlin también está presionando a Teherán para limitar el grado de beligerancia. En este sentido, Moscú está manifestando al Gobierno iraní que el agravamiento en el conflicto puede obligar a Rusia a no poder cooperar en el programa nuclear civil iraní, así como en el abastecimiento de armas para mejorar su defensa, limitando la capacidad del país para cumplir sus aspiraciones nucleares. Complementariamente, se ha destacado a Teherán que el agravamiento en los conflictos puede dejar a Irán en una situación de aislamiento nada deseable para el país. Por ejemplo, Sergei Ivanov, viceprimer ministro ruso y ministro de Defensa, destacó que en caso de conflicto bélico la Organización de Cooperación Mutua de Shanghai no apoyaría a Irán. Tal argumento se justifica en que no es miembro de tal organización, sino que posee simplemente un estatuto de observador y, por tanto, el nivel de solidaridad de esta organización con Irán será muy limitado si éste país no evita un enfrentamiento con los países occidentales, EEUU y la ONU. Asimismo, el jefe del Estado Mayor de la Fuerzas Armadas rusas, Yurii Baluevskii, afirmó que, en caso de conflicto bélico, Rusia no ayudaría a Irán.
Respecto al camino de solución de la crisis iraní, la situación más interesante para Moscú sería la reactivación de la discusión, pero exclusivamente dentro de la OIEA, y la desactivación del papel del Consejo de Seguridad de la ONU a este respecto. En este sentido, se cumplirían las condiciones de discusión técnica y no política exigidas por Irán. En contrapartida, el mencionado programa nuclear se desarrollaría sin enriquecimiento de uranio en Irán. En este supuesto, la propuesta inicial de enriquecer uranio en Rusia para Irán cobraría renovada vigencia. De hecho, a mediados de abril, Ali Azgar Sultaniya, representante iraní en la OIEA, afirmó que sobre tal propuesta rusa no se había adoptado ninguna posición (de rechazo) definitiva. Esta situación mantendría a Irán dentro del marco de la OIEA y del TNP, que es la solución más idónea buscada por Moscú.
Sin embargo, tal posición puede contar con el rechazo de los países europeos y, especialmente, de EEUU, debido a su visión del programa nuclear iraní. Si no hay una cesión por parte de estos países, el problema seguiría discutiéndose en el Consejo de Seguridad de la ONU. A este respecto, la posición de Moscú parece que seguirá siendo la misma que la manifestada por Andrei Denisov, representante permanente de Rusia en la ONU, que se sintetiza en que no existen fundamentos para sancionar a Irán. No obstante, la solidez de la posición de Moscú dependerá de que no se quede sólo en el Consejo de Seguridad, es decir, de que siga existiendo coincidencia de conductas en el eje ruso-chino. Por este motivo, es previsible el establecimiento de contactos estrechos entre Moscú y Pekín para actuar con cierto grado de coordinación. Esta situación sería coherente con el enfoque que tiene China respecto a su presencia (en segundo plano) en el conflicto internacional relacionado con el programa nuclear iraní.
Las dudas de Moscú y el programa nuclear militar iraní
El anterior enfoque acerca de la posición de Moscú se sustenta en que el programa nuclear iraní es civil. A corto y medio plazo, además, esta consideración es verdadera, aunque puede cambiar a largo plazo, es decir, en unos 7-10 años, cuando podía ser factible el desarrollo de un programa nuclear militar.
El nivel tecnológico iraní refleja la obtención de un primer grado de enriquecimiento de uranio de manera experimental. De hecho, las declaraciones sobre los logros conseguidos en enriquecimiento de uranio coinciden con la situación en que se encontraba la investigación iraní en octubre de 2003, cuando se inicio la moratoria nuclear aceptada por Irán en aquel momento. Dentro del enriquecimiento de uranio, uno de los momentos más difíciles son sus primeras etapas, mientras que los pasos ulteriores se pueden conseguir más rápidamente, aunque no de manera inmediata. El paso de la experimentación a la producción industrial, es decir, la puesta en funcionamiento de un complejo con 3000 centrifugadoras, plantearía problemas adicionales debido a que se requiere una tecnología específica de coordinación entre estos equipos. Aún así, se estima que Irán podría obtener en un año y medio carga bélica para dotar a una bomba atómica. Sin embargo, la detonación de una bomba atómica requiere de una tecnología específica que sincronice los movimientos de los flujos de neutrones. Tal tipo de tecnología es mucho más específica, resulta muy difícil de obtener y no se encuentra a disposición de Irán. Por añadidura, la creación de una bomba exige la combinación de un conjunto adicional de tecnologías relacionadas con el diseño, estabilización, dirección, etc. En estas condiciones, no parece que Irán pueda obtener, si es su voluntad, una infraestructura técnico-productiva para la producción de cabezas nucleares antes de 5-7 años.
Desde el punto de vista ruso, el desarrollo de la tecnología nuclear iraní no ha llegado a su punto crítico para asumir que tienen capacidad de producir uranio de doble uso. Esta situación abre posibilidades en cuanto a establecer negociaciones adicionales para resolver el problema del programa nuclear iraní desde el punto de vista diplomático. Aunque Irán se encuentra lejos de alcanzar tal punto crítico, debe señalarse que en el momento en que lo alcanzase, la obtención de armas nucleares podría ser muy rápida. Por tanto, tal horizonte temporal impone límites a las negociaciones, al tiempo que la posibilidad de que Irán se acerque a tal punto, introduce un factor de inseguridad dentro de la visión rusa acerca del programa nuclear iraní. Este contexto conduce a que Rusia pueda promover en el futuro acuerdos internacionales, en primer lugar, para discernir mejor entre uso civil y militar de tecnologías nucleares y, en segundo lugar, para limitar la proliferación de las de carácter militar.
Unas incertidumbres adicionales se relacionan con el acortamiento en los plazos para obtener armas atómicas por parte de Irán al haber adquirido tecnología de misiles en el extranjero. A este respecto, cabe destacar dos casos importantes. En primer lugar se encuentra la compra a Corea del Norte del misil tierra-tierra BM-25. Este puede portar cabezas atómicas y tiene un radio de acción de 2.500 km, es decir, que puede alcanzar a Israel y a parte de Europa Occidental y de Rusia. Debe tenerse presente que la adquisición de este misil está orientado a mejorar la capacidad del de origen iraní, el Shijab-3, para obtener el de nueva generación denominado Shijab-4. En segundo lugar, parece que Irán adquirió a China torpedos soviéticos de tipo BA-111 Shkval, caracterizados por su gran velocidad, aunque ya no se utilizan en la flota rusa. Parece que este torpedo ha sido mejorado recientemente y de manera exitosa por Teherán, de manera que podrían ser equipados con cabezas nucleares y utilizados como armas atómicas tácticas. No obstante, debe subrayarse que, en todo caso, tal tipo de arma se encuentra en etapa de experimentación.
Conclusiones: Siempre que el programa nuclear iraní no tenga connotaciones militares, Moscú estaría a favor de la resolución de esta crisis en el marco de la OIEA. En caso de que se mantenga la discusión en el Consejo de Seguridad de la ONU, Rusia será reacia a la imposición de sanciones a Irán y máxime si cuenta con el apoyo de Pekín. La participación del Consejo de Seguridad en la crisis nuclear conducirá a Teherán a radicalizar sus posiciones y a considerar como innegociable su derecho a pertenecer al “club” de los países con tecnología nuclear civil, tal como ocurre con los casos de Japón, Alemania, Holanda, Brasil y Argentina. Esta aspiración, en caso extremo, podría ser aceptada por Moscú.
El elemento crucial para la seguridad internacional, asimismo plenamente asumido por Moscú, es que las pretensiones de Irán no puedan pasar al ámbito militar. En este sentido, el programa nuclear iraní debería transformarse en un revulsivo para renovar los convenios relacionados con la OIEA. Los acuerdos actuales se firmaron cuando los países subdesarrollados no tenían o no podían acceder a la energía nuclear. En la actualidad, esta situación ha cambiado sustancialmente y más en un ámbito de crisis energética donde existe una tendencia a revaluar este tipo de fuente energética. Discernir de una manera más diáfana entre el acceso a la energía nuclear con usos civiles y militares se establece como un reto para la comunidad internacional. Es previsible que, en las actuales condiciones, Rusia promueva la creación de nuevos foros en los que se acometa este tipo de debate vital para la seguridad internacional.
El abandono de cualquier aspiración nuclear militar iraní requeriría la elaboración de un programa global de seguridad para Oriente Medio, tal como se mencionó en el momento de la negociación para que Irán iniciase la moratoria nuclear hace unos años. Sin embargo, en las actuales condiciones esta pretensión es una quimera puesto que debería incluirse dentro de las negociaciones la desmilitarización nuclear de la India, Pakistán e Israel. El aplazamiento en la resolución de este problema subyacente deja abierto que puedan volver a surgir en el futuro nuevas “crisis nucleares” en Oriente Medio.
Antonio Sánchez Andrés
Departamento de Economía Aplicada, Universidad de Valencia