Tema
El secretario general de la OTAN, el ex primer ministro laborista noruego Jens Stoltenberg, al cumplirse 70 años de la creación de la Alianza Atlántica, debe encarar viejos y nuevos retos políticos para reforzar el atlantismo y así asegurar que la OTAN continuará siendo la alianza político-militar por excelencia en el área euro-atlántica.
Resumen
Ganar la paz en Afganistán; contribuir a revitalizar los procesos de desarme y control de armamentos; profundizar en una relación complementaria entre la OTAN y la UE, en especial en la perspectiva del Brexit; sentar las bases para una futura relación constructiva entre la OTAN y Rusia; y preservar la unidad y cohesión Aliada dedicando mayores esfuerzos a las amenazas del Sur, son otros tantos retos políticos para la OTAN que otorgan una significación y una relevancia especiales a la celebración este año del 70 aniversario del Tratado de Washington y a la próxima cumbre de la OTAN que tendrá lugar en Londres los días 3-4 de diciembre de 2019. La resolución de estos retos políticos será esencial para preservar la doble dimensión política y militar de la Alianza Atlántica y definir el papel que podrá seguir jugando para contribuir al logro de mayor seguridad y estabilidad en toda el área euro-atlántica.
Análisis
Introducción
Desde la primera mitad de 2014 se percibió que el proceso de adaptación de la postura militar de disuasión y defensa de la OTAN para enfrentarse a un entorno estratégico cada vez más complejo resultaba imprescindible como consecuencia, en especial, de la invasión de Crimea por Rusia y el conflicto en el Donbás y el recrudecimiento del terrorismo internacional tras las victorias militares de Daesh en Siria e Irak. Se trataba de un punto de inflexión de gran transcendencia para la OTAN, que daba comienzo al que se debe considerar como tercer período esencial, el de la OTAN 3.0, en el desarrollo histórico de la Alianza Atlántica.
Sin tiempo ni verdadera voluntad política para elaborar un nuevo Concepto Estratégico que sustituyese al que está en vigor desde 2010, la OTAN comenzó a desarrollar una nueva postura de disuasión y defensa con un enfoque de 360 grados. A veces para desarrollar mecanismos defensivos frente a nuevos retos como la ciberdefensa y las amenazas híbridas, otras veces actualizando planes defensivos de contingencia que habían sido desarrollados en plena Guerra Fría ante un posible conflicto militar en Europa, y también desplegando unidades militares multinacionales con carácter persistente en países vecinos de Rusia.
Pero esta renovada postura de disuasión y defensa de la OTAN debe encontrar su complemento, como corresponde a una Alianza político-militar, en las necesarias adaptaciones y esfuerzos para recobrar el liderazgo político que ya en el pasado ejerció la OTAN, en especial para evitar que quede relegada a ser una mera caja de herramientas militares sin una comunidad de propósitos y valores compartidos por todos los países Aliados.
El conflicto de Afganistán
Los países de la OTAN dieron comienzo a su presencia militar en Afganistán en diciembre de 2001, al amparo de la Resolución 1386 (2001) del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas (CSNU). Por lo tanto, aunque su mandato y funciones han variado considerablemente, la OTAN está presente militarmente en el país desde hace ya 18 años. Ha llegado a tener 140.000 tropas desplegadas sobre el terreno. En la actualidad, en el marco de la Resolute Support Mission (RSM), hay en Afganistán unos 17.000 efectivos de la OTAN que aportan 27 Aliados (sólo Canadá y Francia han retirado completamente su participación militar en RSM) y otros 12 países socios. La RSM no es ya una misión de combate, siendo su función esencial asesorar y apoyar a las Fuerzas Nacionales de Seguridad Afganas.
Es indudable que se han logrado grandes éxitos en estos años para dotar de mayor seguridad al país, eliminando en especial la posibilidad de que grupos terroristas utilicen su territorio con fines de entrenamiento y planeamiento de acciones terroristas, como se puso de manifiesto en el alto nivel de participación en las elecciones legislativas afganas celebradas en octubre de 2018 y en las elecciones presidenciales de septiembre de 2019. Ya en la cumbre de la OTAN de Gales de septiembre de 2014 se quiso destacar que daba inicio una nueva etapa en la relación entre la OTAN y Afganistán, al establecer el mandato de la nueva RSM (Resolución 2189/2014 del CSNU) que serían las Fuerzas de Defensa y Seguridad Afganas las que liderarían desde entonces los esfuerzos para asegurar la seguridad en el país. Esa nueva etapa debía permitir una reducción gradual y sustancial de la presencia militar extranjera en Afganistán, facilitando así el cumplimiento del compromiso político que en este sentido había anunciado el presidente Obama en la perspectiva de las elecciones presidenciales estadounidenses de noviembre de 2016, y que en última instancia permitiría dejar una presencia militar extranjera residual, señalando así el fin del conflicto de Afganistán.
Pero, a pesar de esos avances, la realidad sobre el terreno era tozuda y los grupos armados talibán han sido todavía capaces de mantener un control de facto de diversos ámbitos territoriales del país y de hostigar al ejército afgano y a los efectivos de países de la OTAN que se vieron constreñidos a incrementar de nuevo su número a finales de 2017. El Gobierno afgano, con pleno apoyo de la OTAN, inicio un esfuerzo decidido para entablar un proceso de paz con los talibán en 2018 aunque éstos prefirieron buscar canales propios para comenzar unas negociaciones con EEUU que se esperaba permitiesen una reducción y posterior retirada total de las tropas de la OTAN en un plazo de tres a cinco años. Pero, a principios de septiembre de 2019 el presidente Trump canceló drásticamente estos contactos y la reunión ya prevista que se celebraría en Camp David, en reacción a un nuevo ataque de los talibán que causó la muerte de varios soldados afganos y de un soldado norteamericano, lo que elevaba a 16 la cifra de soldados norteamericanos muertos en Afganistán en 2019.
Aunque es EEUU, por tener el mayor número de efectivos y de capital político invertido en Afganistán, el país Aliado que impulsa estas conversaciones de paz, todos los países Aliados quieren poner término a estos 18 años de presencia militar en Afganistán. Pero en ningún caso puede la OTAN permitir que una retirada de sus efectivos conlleve un resurgimiento del control político y militar de los talibán en Afganistán, lo que llevaría a considerar que esos años de enormes esfuerzos militares y económicos de apoyo al nuevo Gobierno afgano y de pérdida de numerosas vidas humanas de países Aliados, habrán sido en vano. Este riesgo de fracaso político y militar de la OTAN en Afganistán tiene enorme trascendencia para la credibilidad de la Alianza Atlántica y en definitiva condiciona de forma determinante la capacidad de tomar nuevas decisiones sobre su presencia militar en el país. La OTAN, en especial tras el fiasco político de su operación en Libia en 2011 que evitó una crisis humanitaria al lograr detener los ataques del régimen de Gaddafi contra la población civil libia pero sumió al país hasta hoy en el caos, no puede permitirse haber ganado la guerra pero perder la paz en Afganistán.
Renovada relevancia de los procesos de desarme y control de armamentos
La caída del muro de Berlín y el fin de la Guerra Fría a partir de 1989, que señalan el principio del segundo período esencial en el desarrollo de la OTAN (la denominada OTAN 2.0), habían abierto una fase muy fructífera de firma y puesta en práctica de acuerdos de desarme y control de armamentos en Europa, que se vio reflejada, muy especialmente, en el Acuerdo sobre Fuerzas Convencionales en Europa de noviembre de 1990; en la plena implementación del acuerdo del Tratado sobre Fuerzas Nucleares de Alcance Intermedio (INF) de 1987 que llevó a la eliminación de más de 2.500 misiles de EEUU y de la URSS, y luego Rusia, de alcance intermedio y con doble capacidad convencional y nuclear; y en la extensión indefinida del Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP) en mayo de 1995.
Además, el compromiso anunciado por el presidente Obama en abril de 2009 de trabajar en favor de lograr un mundo libre de armas nucleares, que influiría en buena medida en la concesión del Premio Nobel de la Paz que le fue otorgado en octubre de 2009, junto con la firma en abril de 2010 entre EEUU y Rusia del tratado New Strategic Arms Reduction Treaty (New START) y el logro de un documento de consenso en la Conferencia de Revisión del TNP en mayo de 2010, que incluía la aceptación de algunos nuevos compromisos en favor de dicho desarme nuclear por los cinco miembros permanentes del CSNU, habían alentado la esperanza de poder continuar avanzando de forma decisiva en los procesos de desarme y control de armamentos, tanto en el ámbito convencional como en el nuclear.
Sin embargo, las acciones militares de Rusia en Crimea y en el este de Ucrania a comienzos de 2014 y las acusaciones por la Administración Obama de incumplimiento por Rusia de las disposiciones del INF que han llevado a la denuncia en febrero de 2019 de este Tratado por el presidente Trump, con el apoyo con mayor o menor entusiasmo de todos sus Aliados europeos, e inmediatamente después por el presidente Putin, han enfriado todas esas expectativas de poder prolongar y reforzar, con acuerdos vinculantes de desarme y control de armamentos, el amplio periodo de estabilidad y seguridad que había caracterizado en gran medida el escenario estratégico europeo desde 1989 hasta 2014. Igualmente, más allá del escenario europeo, no cabe albergar muchas esperanzas respecto a la nueva Conferencia de Revisión del TNP que tendrá lugar en mayo de 2020, ante la falta de avances sustanciales en el cumplimiento de los compromisos del TNP de 2010 respecto al desarme nuclear, ni respecto a la celebración de una conferencia para establecer una zona libre de armas nucleares en Oriente Medio, y como consecuencia de la nueva política de la Administración Trump respecto al acuerdo nuclear con Irán de 2015 al anunciar la retirada de EEUU de dicho acuerdo en mayo de 2018.
Estos retos que caracterizan al nuevo escenario estratégico para el desarme y control de armamentos en Europa son todavía más complejos, y más difíciles de reconducir con un enfoque positivo, debido al surgimiento en los últimos años de una China que ha demostrado estar decida a asumir un papel político y militar mucho más activo en Asia y en otras continentes y que con este fin ha incrementado de forma muy significativa sus presupuestos en defensa para dotarse de equipos y armamentos modernos, desarrollando e incorporando componentes de alta tecnología. Este proceso de empoderamiento por parte de China y la creciente dedicación de EEUU al futuro de Asia (pivot to Asia), que comenzó la Administración Obama y ha continuado la Administración Trump, han otorgado una nueva dimensión geográfica a cualquier propuesta sobre desarme y control de armamentos que hasta ahora tendían a tener a Europa como ámbito de aplicación geográfica único o predominante, haciendo mucho más difícil promover nuevos acuerdos de desarme y control de armamentos puesto que cualquier nuevo compromiso asumido para el teatro europeo es susceptible de imponer límites también a la capacidad de acción en el teatro asiático pero China por ahora rechaza cualquier propuesta para que se incorpore a un proceso negociador que la sitúe, en términos de nuevos compromisos y limitaciones, a un nivel similar a EEUU y Rusia.
Aunque la OTAN no es un actor principal y a menudo se le relega al papel de simple espectador interesado y concernido por estos equilibrios estratégicos entre EEUU, Rusia y China, los Aliados europeos y Canadá temen con razón que el deterioro de estos regímenes de desarme y control de armamentos suponga en primer lugar un incremento de la inestabilidad y de las percepciones de inseguridad en el teatro europeo, y muy especialmente en el flanco oriental de la OTAN.
En el pasado, la OTAN ha renunciado a reconocer públicamente la necesidad de prestar atención a las nuevas políticas militares de China, consciente sobre todo que haría resurgir los temores a ser considerada como el nuevo gendarme mundial o que se pensase que su concepto de “fuera de zona” se podía extender ad infinitum. Recientemente, sin embargo, su secretario general ha reconocido que la OTAN necesita comprender las consecuencias del resurgir de China a medida que busca ampliar su influencia y poder por todo el mundo, incluso en áreas que pueden suponer retos de seguridad por los Aliados, aunque precisó que “no se trata de que la OTAN vaya al Océano Pacífico sino de que China se está acercando a nosotros”.
Relación de la OTAN con la UE, en particular tras el Brexit
Los esfuerzos para intensificar la cooperación y coordinación entre la UE y la OTAN en el ámbito de la seguridad y defensa no son nuevos, pero la histórica tensión política, y a veces militar, entre Turquía y Grecia y entre Turquía y Chipre habían impedido culminarlos con éxito. Los pocos acuerdos alcanzados en el pasado no llegaban a ser implementados por las nuevas dificultades que poco después surgían, sobre todo como consecuencia de las quejas de Turquía por las trabas que ponían Grecia y Chipre a una involucración real de Turquía en las actividades de la Política Exterior y de Seguridad Común (PESC) de la UE.
Una vez más, el nuevo escenario estratégico surgido tras los acontecimientos de 2014 otorgó una renovada urgencia al establecimiento de una mucha más estrecha cooperación entre la OTAN y la UE. Fueron el secretario general de la OTAN y los presidentes del Consejo Europeo, Donald Tusk, y de la Comisión Europea, Jean Claude Juncker, los que en esta ocasión lideraron las negociaciones que culminaron en la firma conjunta de una Declaración en los márgenes de la Cumbre de la OTAN de Varsovia el 8 de julio de 2016 para dar nuevo impulso y contenidos a la “asociación estratégica entre la OTAN y la UE”. Esta Declaración propuso siete áreas de cooperación (ciberseguridad y ciberdefensa, capacidades de defensa, amenazas híbridas, cooperación operacional, industria de defensa, ejercicios y resiliencia de los países socios) para las que unos pocos meses más tarde se aprobó una lista común de medidas prácticas para su puesta en práctica. Una nueva Declaración conjunta se aprobó en julio de 2018 ampliando también las áreas de cooperación y las medidas prácticas.
La perspectiva de que el Reino Unido abandone la UE tras el referéndum celebrado el 23 de junio de 2016 no debería modificar sustancialmente esta provechosa cooperación OTAN-UE, que parece ya asentada sobre unas bases firmes, especialmente tras confirmarse la voluntad política del Reino Unido de mantener en gran medida su implicación en las tareas de la Política Europea de Seguridad y Defensa (PESD) tras su salida de la UE, lo que ha sido bien acogido por los restantes Estados Miembros de la UE, y sin perjuicio de algunas desavenencias que han surgido entre EEUU y los países de la UE a raíz de las nuevas iniciativas europeas para reforzar las capacidades europeas de defensa, como la Cooperación Permanente Estructurada (PESCO) y el Fondo Europeo de Defensa (EDF).
Estos esfuerzos de la UE para dotarse de mejores capacidades de defensa deben valorarse positivamente, en la medida en que contribuyen a dotar de mayores medios y recursos a una dimensión de seguridad y defensa de la UE complementaria de la OTAN, aunque hay que ser conscientes de que todavía previsiblemente pasará bastante tiempo antes de que la UE pueda llegar a desarrollar autónomamente operaciones militares de envergadura sin el apoyo específico de EEUU, como se puso de manifiesto por ejemplo en la operación militar en Libia en 2011 y el apoyo al despliegue por parte de EEUU a la operación Barkhane que lidera Francia en el Sahel.
Frente a quienes han sostenido que se debe dar la bienvenida a la salida del Reino Unido de la UE, ya que eliminará algunos de los obstáculos políticos que Reino Unido solía oponer a la autonomía estratégica de la UE y permitirá así desarrollar una PESD más ambiciosa y más acorde a la capacidad de acción política y diplomática de la UE, parece más razonable pensar que ese Brexit traerá consigo sobre todo un mayor peso político y militar de la OTAN. No sólo la UE pierde un Estado Miembro cuyo presupuesto anual de defensa es el más elevado de todos los países de la UE y que en 2016 representó el 23,7% del total de gastos de defensa de todos los países de la UE, sino que además dispone de un despliegue militar a nivel mundial y de una considerable capacidad de acción diplomática tanto bilateralmente como en tanto que miembro permanente del CSNU. Por ello, siendo oportuno y políticamente conveniente seguir apoyando un refuerzo de la dimensión de seguridad y defensa de la UE, será imprescindible asegurar que su autonomía estratégica, que quedó expresada en la Estrategia Global para la política exterior y de seguridad de la UE de 2016, se desarrolle en plena complementariedad y estrecha cooperación con la OTAN.
Relación de la OTAN con Rusia
El 1 de abril de 2014 los ministros de Asuntos Exteriores de la OTAN decidieron suspender toda la cooperación civil y militar entre la OTAN y Rusia, pero manteniendo el diálogo político, aunque únicamente a nivel de Embajadores en el marco del Consejo OTAN-Rusia. Esta política sigue plenamente en vigor, a la vista en especial de los insuficientes avances en el denominado formato Normandía para alcanzar un acuerdo de consenso al conflicto en Ucrania. A los temores de algunos Aliados de repetir el error cometido tras la crisis de Georgia de 2008 al retomar los contactos con Rusia sin un compromiso claro para que devolviese a la soberanía de Georgia el 20% de su territorio que de facto controla en Abjasia y Osetia del Sur, se han añadido las tensiones creadas por el apoyo de Rusia al régimen de Bashar al-Assad durante la guerra civil en Siria y por los diferendos en materia de desarme y control de armamentos ya expuestos.
Sin embargo, pasados cinco años, puede percibirse que Rusia no muestra grandes ansias de restablecer un clima de cooperación con la OTAN como existía antes de 2014 ni tampoco de promover contactos para instaurar una nueva arquitectura de seguridad en Europa. El desarrollo de los conflictos en Ucrania y Siria en estos años le han otorgado a Rusia una renovada confianza en sus capacidades políticas y militares y en su imprescindible reconocimiento como un actor global geoestratégico y político, al tiempo que percibe que el statu quo en Ucrania, susceptible de convertirse en un nuevo “conflicto congelado” como en Moldova y Georgia, le permitiría esperar sin grandes inquietudes a que los nuevos dirigentes ucranianos admitan que deben renunciar a su exigencia de un retorno pleno al statu quo ante y que, en cambio, deberían encarar las negociaciones precisas para alcanzar un acuerdo de coexistencia pacífica con Rusia. Por otra parte, Rusia se ha habituado, con mejor o peor fortuna, a las sanciones impuestas por la UE y EEUU, y parece preferir esperar a que las tensiones y disensiones entre los Estados Miembros de la UEo quizá las a veces impredecibles decisiones del presidente Trump traigan vientos más favorables a sus intereses, antes que renunciar a sus posiciones de fuerza que al menos han restablecido un sentimiento de orgullo nacional entre la población rusa.
A su vez, la OTAN es consciente de que los proyectos de cooperación con Rusia existentes anteriormente estaban esencialmente destinados al fomento de la confianza mutua sin ser decisivos para la estabilidad y la seguridad en Europa. Además, en estos momentos prevalece el convencimiento entre los países Aliados de que las nuevas medidas de disuasión y defensa de la OTAN frente a las acciones militares agresivas de Rusia deberán continuar en pie, e incluso reforzarse, durante muchos años, y en consecuencia tampoco cabe tener muchas esperanzas de que el diálogo político entre la OTAN y Rusia conozca un impulso positivo en el futuro predecible, como se pone de manifiesto en las reuniones que ahora se celebran, con cierta regularidad pero con avances muy limitados, en el Consejo OTAN-Rusia. Existe un lógico temor entre algunos Aliados a que esta situación se degrade y retrotraiga a Europa al clima de tensión e inseguridad característico de la Guerra Fría. Si bien es cierto que no será la Guerra Fría que enfrentaba a dos sistemas políticos e ideológicos antitéticos, no cabe descartar que sea un nuevo tipo de Guerra Fría que sitúe frente a frente a dos potencias militares, la OTAN y Rusia, ambas con capacidades nucleares y fuerzas militares con acceso a notables avances tecnológicos, como la inteligencia artificial, los sistemas autónomos o Big Data que, junto a las nuevas tácticas de guerra híbrida, están cambiando la naturaleza de los conflictos militares, con los notables riesgos que conllevaría para todo el continente europeo.
En todo caso, para retomar una senda constructiva en las relaciones entre Rusia y la OTAN, y también entre Rusia y la UE, será imprescindible previamente encauzar la búsqueda de un nuevo consenso sobre Ucrania, quizá como primer paso sobre la base de la denominada “fórmula Steinmeier” para la región del Donbás, a pesar de su impopularidad entre buena parte de la población ucraniana, y confiando en que más adelante sea posible alcanzar un nuevo entendimiento entre Rusia y Ucrania sobre Crimea. Pero, mientras tanto, la OTAN debe esforzarse por gestionar su relación con Rusia de forma más proactiva para al menos tratar de sentar unas bases que, cuando llegue el momento oportuno, permitan desarrollar conjuntamente las normas e instituciones de una nueva arquitectura de seguridad europea.
Retos y amenazas del Sur
Aunque la OTAN era consciente de la importancia que tenía asegurar la unidad y cohesión entre todos los Aliados en el nuevo escenario estratégico surgido en 2014, se mostró claramente mejor preparada y dispuesta, por su experiencia durante los 40 años de Guerra Fría, para hacer frente a los retos y amenazas de Rusia en el flanco oriental europeo que para aportar contribuciones eficaces ante la creciente inestabilidad e inseguridad en los países de Oriente Medio y Norte de África (MENA). El deterioro de la seguridad en esa región y los riesgos y consecuencias que suscitaba por su proximidad en tanto que flanco sur de la OTAN, en especial respecto a Turquía, Grecia, Italia y España, eran evidentes. La multiplicidad de retos y amenazas, transnacionales e interconectados, que caracterizaban a la región eran complejos, incluyendo desde conflictos militares convencionales, amenazas terroristas de una diversidad de grupos organizados, flujos masivos de migrantes, proliferación de armas, riesgos para la seguridad energética, inestabilidad política y Estados fallidos sin control efectivo de algunas zonas del país, etc. Se definía así un panorama de inseguridad en el flanco sur al que la OTAN hasta entonces había prestado escasa atención, más allá del denominado Diálogo Mediterráneo que se creó en 1994 a instancias de España, y para el que, en especial sus autoridades militares, no encontraban una estrategia clara más allá de proclamar que la nueva defensa y disuasión de la OTAN tendría un enfoque de 360 grados aunque ello no se tradujese en planes y acciones concretas como si ocurría respecto al flanco oriental.
Hubo que esperar a la cumbre de la OTAN de Julio de 2018 para que se aprobase un NATO Package on the South que, a falta de una verdadera estrategia frente a estos retos y amenazas, trataba de aportar un enfoque más estratégico y coherente detallando las líneas de esfuerzo y las medidas concretas, ya tomadas o que se tomarían, tanto en el ámbito militar como en el político. Se trataba de un esfuerzo voluntarioso de dar satisfacción a los Aliados que reclamaban mayor atención y acción frente a estos retos, a menudo mucho más presentes y acuciantes, incluso en las grandes capitales de los países Aliados, que los que se podían percibir en el flanco oriental.
Por ello, el Atlantic Council de EEUU, en un reciente informe sobre esta cuestión, ha afirmado que los programas de “proyección de estabilidad” hacia el Sur de la OTAN, mediante proyectos de asistencia y entrenamiento a las fuerzas armadas de los países de la región que se tratan de impulsar y coordinar desde el regional hub for the South del Cuartel General de la OTAN en Nápoles, no sólo son insuficientes sino que ponen en peligro la solidaridad y cohesión que son esenciales para la seguridad transatlántica, por lo que la región debe ser una prioridad para toda la Alianza.
Aunque las percepciones de riesgos son necesariamente distintas entre los Aliados en función de su situación geográfica y experiencia histórica, existe unanimidad en que la región MENA se caracteriza por una gran inestabilidad y debe enfrentarse a retos de seguridad que pueden provocar graves brotes de conflictos violentos en la vecindad inmediata de la OTAN por lo que resulta esencial poner en práctica nuevas políticas que contribuyan al logro de mayor seguridad y, en consecuencia, oportunidades para una mayor prosperidad, en esos países.
Conclusiones
El actual secretario general de la OTAN, cuyo mandato se ha ampliado hasta septiembre de 2022, ha demostrado saber estar a la altura de las nuevas circunstancias que se impusieron en el escenario estratégico europeo en 2014, liderando los esfuerzos para definir e implementar una nueva doctrina de disuasión y defensa de la OTAN. Ahora debe promover un mejor equilibrio en la doble dimensión política y militar de la OTAN que es esencial para que la Alianza contribuya a un refuerzo del atlantismo en estos momentos de inquietud e incertidumbre sobre la seguridad en Europa y sobre la relación transatlántica. Para ello, debe liderar nuevos esfuerzos para encarar los retos políticos de la OTAN que por distintos motivos no se han resuelto o a los que ha prestado hasta ahora insuficiente atención. La perspectiva de las próximas elecciones presidenciales en EEUU en noviembre de 2020 no debe ser una vez más la excusa para dejar todo pendiente del resultado de esas elecciones, máxime cuando, más allá del carácter imprevisible de algunas decisiones del presidente Trump, las principales doctrinas políticas de EEUU que inciden en la OTAN se diseñaron antes del comienzo de su Administración y muy probablemente perdurarán en mayor o menor medida cualquiera que sea la siguiente Administración.
Miguel Aguirre de Cárcer
Diplomático, exdirector general de Política Exterior para Norteamérica, Seguridad y Desarme (2000-2002) y embajador representante permanente de España en la OTAN (2013-2017) | @MAguirreCarcer