República del miedo

República del miedo

Tema: Este análisis, basado en documentos de organismos gubernamentales y no gubernamentales, describe los innumerables abusos cometidos por Sadam y su régimen sobre su pueblo así como sus graves consecuencias.

Resumen: A pesar de su derrota en la guerra del Golfo, hecho que fue proclamado como una victoria por Sadam, éste ha continuado desafiando a la sociedad internacional, que repetidamente ha condenado y exigido el fin de las violaciones de derechos humanos.

Husein ha continuado con la brutal persecución de minorías y de todos aquellos que  percibe como una posible amenaza a su régimen de terror impuesto a los ciudadanos iraquíes. Este análisis brinda una visión  extensa de la grave situación humanitaria que se ha vivido y se vive en Irak desde que Sadam Husein accediera al poder, en 1979.

Se llega a la conclusión de la necesidad de que los derechos humanos del pueblo iraquí pasen a un primer plano y que se incluya como una variable en la actual ecuación de la crisis del Golfo.

Análisis: Según Max van der Stoel, Enviado Especial de la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas para Irak a principios de los noventa, el régimen de Bagdad es «la dictadura y el régimen totalitario más despiadado que jamás se haya visto en el mundo desde la Segunda Guerra mundial”. Durante más de dos décadas, el régimen de Bagdad ha cometido ininterrumpidamente graves y sistemáticas violaciones de los derechos humanos, desde detenciones y reclusiones arbitrarias hasta la tortura, ejecuciones extrajudiciales y judiciales que carecen de garantías procesales, desapariciones y expulsión de minorías étnicas. Según documentación recogida por Global Security, el complejo entramado de seguridad e inteligencia que rodea al presidente Husein, creado para proteger al régimen de sus enemigos internos y externos, es el principal responsable de que la libertad de palabra, la práctica religiosa, la asociación política y la  privacidad sean inexistentes. Este aparato de represión está compuesto por varias agencias y cuerpos de seguridad como la temida Guardia Republicana, los fedayeen o “mártires de Sadam”, o el Servicio General de Seguridad, policía secreta de índole política que tiene como misión principal detectar y castigar cualquier movimiento disidente entre la población.

Tal vez sea más fácil apartar la mirada de las atrocidades cometidas por el gobierno iraquí antes que tomarlas en consideración en la actual crisis, pero no se pueden  negar ni omitir las numerosas evidencias que apuntan a la responsabilidad directa del gobierno de Sadam en la catastrófica situación humanitaria que ha sufrido y que sufre el pueblo iraquí desde su llegada al poder.

Sadam ha combinado la astucia, la falta de escrúpulos, la intimidación y un deseo de emplear la brutalidad, la tortura y el asesinato en su ascenso al poder. Mostrando esta firmeza y crueldad como su marca personal, fue ganando una fuerte posición en el Consejo del Mando Revolucionario. Durante años estuvo en el poder detrás de la débil y aislada figura del presidente, Ahmed Hasán al Baker.

En 1979, pudo concretar su ambición de llegar a ser el jefe del Estado. Al-Baker presentó su dimisión el 16 de julio en una renuncia que oficialmente fue por motivos de salud, pero que se produjo por las presiones de su sucesor Sadam Husein. Según la organización INDICT, durante los días posteriores, 450 oficiales, diputados y otros fieles del partido Baas, fueron perseguidos y ejecutados en una purga que consolidó el poder de Husein en Irak. A partir de este momento, Sadam se convirtió en el hombre fuerte de la República y comenzó un proceso de concentración de autoridad que dura hasta la actualidad.

Irak inició un ambicioso programa de armas químicas a principios de los años setenta que desplegó durante la guerra con Irán. Los ataques químicos documentados cometidos por el régimen entre 1981 y 1988 hicieron blanco en iraquíes y kurdos, matando a más de 30.000 de ellos. Se utilizó gas mostaza y agentes neurotóxicos empleando bombas aéreas, cohetes de 122 milímetros, distribuidores de aspersión aérea y granadas de artillería convencionales.

Las guerras de Sadam
Pocos meses antes de la invasión de Irán, el ministro del Interior iraquí emitió la directiva número 2884, fechada el 10 de abril de 1980, en la que ordenaba que todos los jóvenes kurdos entre 18 y 28 años de edad serían concentrados en centros de detención hasta nueva orden. Ninguna de las familias volvió a verlos jamás, pero desde el principio circularon versiones de que los detenidos perecieron durante experimentos realizados en centros de Irak donde se probaban gases y armas biológicas.

El 16 de marzo de 1988 Irak atacó el pueblo kurdo de Halabjah, situado cerca de la frontera con Irán y que tuvo la desgracia de estar en primera línea de fuego, con una mezcla de gas venenoso y agentes neurotóxicos matando a 5.000 personas. Los habitantes ya conocían personalmente las duras realidades de la guerra convencional, pero no estaban preparados para la pesadilla que les tocó vivir ese día. Halabjah no fue un acto desesperado de un régimen atrapado en una guerra sin salida sino un acto más dentro de una campaña deliberada y a gran escala denominada “Anfal” (botín), cuyo objetivo era matar y desplazar a los habitantes del Norte de Irak, en su mayoría kurdosLa operación militar, llevada a cabo entre febrero y septiembre de 1988, causó, según un estudio publicado en 1994 por Human Rights Watch, entre 50.000 y 100.000 muertes en todo el Norte de Irak. Se documentaron alrededor de 40 ataques con gas, que dejaron miles de muertos, así como ejecuciones masivas y reubicación forzada de la minoría kurda. Pero muchos perecieron también víctimas de los métodos tradicionales del régimen: incursiones nocturnas de tropas que secuestraban hombres que más tarde eran ejecutados y arrojados a fosas comunes. A otros se los arrestaba durante períodos arbitrarios en condiciones de extrema dureza, o se los sacaba por la fuerza de sus hogares y se les enviaba a campamentos de reasentamiento desolados. Como detalla Human Rights Watch, las fuerzas iraquíes demolieron aldeas enteras, casas, escuelas, comercios, mezquitas, granjas y todo tipo de infraestructuras con lo que se aseguraban la entera destrucción de las comunidades.

A pesar de la gravedad de estos hechos y de las denuncias realizadas por organizaciones no gubernamentales, no hubo penalizaciones por el uso de armas destrucción masiva en un momento en el que Irak  se erigía como el valedor occidental frente a la Revolución Islámica iraní. Esta situación cambiará radicalmente a partir de la guerra del Golfo.

Con la invasión de Irán, Sadam creyó encontrar una oportunidad para cubrirse de gloria y ubicar a Irak como líder del mundo árabe. El proceso de “arabización”,      que se inició a principios de los sesenta cuando el partido Baas llegó por primera vez al poder, fue llevado a cabo hasta sus extremos por Husein durante el conflicto con el país vecino,  deportando a Irán familias enteras de árabes que profesaban la fe musulmana chiíta y kurdos feilíes. Este proceso continúo con la “arabización” de regiones ricas en petróleo, como Kirkuk y Mosul. Según Iraq Foundation, los miembros de las poblaciones kurdas, turcomanas y asirias fueron expulsados por la fuerza de estas áreas, mientras que el gobierno movilizó de manera controlada a árabes del Sur y centro de Irak hacia dicha región, alterando dramáticamente su demografía.

Desde 1991 esta campaña de “arabización”se ha vigorizado. Se obliga a los ciudadanos iraquíes no árabes a firmar un documento corrigiendo su nacionalidad y se les exige adoptar nuevos nombres, bajo amenaza de expropiación de sus bienes y pérdida de sus tarjetas de racionamiento. Las personas no árabes no tienen derecho a heredar, adquirir empresas o propiedades y se les somete a intimidaciones y arrestos continuos.

La barbarie, a la que el pueblo iraquí se iba acostumbrado, se hizo aún más patente durante la invasión de Kuwait por parte de fuerzas iraquíes en agosto de 1990. Una vez asegurado el control total del país vecino, Husein nombró a Ali Hassan al-Majid como responsable del territorio ocupado. Ali Hassan, relevante miembro del Mando Revolucionario y hombre de confianza de Sadam, ha sido señalado por numerosas ONG de lucha por los derechos humanos, como uno de los responsables de la campaña Anfal descrita anteriormente, ganándose el apodo “Ali Químico”  y “Carnicero del Kurdistán”. Hassan fue reemplazado por  Aziz Salih al-Nu´man durante el periodo final de la ocupación (noviembre de 1990–febrero de 1991). Según Human Rights Watch, ambos son considerados responsables de las atrocidades cometidas durante la ocupación de Kuwait.

A pesar de las importantes pérdidas materiales derivadas de la ocupación, la crueldad y la tortura fueron el resultado más tangible del dominio iraquí. Según un extenso número de entrevista realizadas por Amnistía Internacional a ciudadanos kuwaitíes, se identificaron 38 métodos de torturas, incluyendo palizas, rotura y amputación de miembros y otras prácticas similares destinadas a imponer un orden basado en el miedo y el dolor a semejanza de lo que ocurría y aún ocurre en Irak.

Según la documentación hallada por las fuerzas de la Coalición Internacional,  se sacaron a la luz las continúas violaciones de la 3ª Convención de Ginebra sobre el trato de prisioneros de guerra, como ya ocurriera durante la guerra irano-iraquí con el uso de prisioneros como escudos humanos. Durante la ocupación de Kuwait, se utilizó la tortura como método para conseguir información, asimismo, se ordenaron, arbitrariamente, numerosas ejecuciones extrajudiciales  de  civiles. Aún hoy, más de 600 ciudadanos kuwaitíes y de otros países permanecen desaparecidos y a pesar de los numerosos llamamientos de Naciones Unidas a través de sus resoluciones, el gobierno de Irak, incumpliendo sus obligaciones, se niega a informar de su paradero.

Sadam contra su pueblo
A pesar de la derrota sufrida por Sadam Husein, éste ha desafiado constantemente a la comunidad internacional, incumpliendo las condiciones impuestas para el cese al fuego según la resolución 687 y posteriores del Consejo de Seguridad, en las que se exige, entre otras condiciones, el fin de la persecución de su propio pueblo. A estas resoluciones se suman las de la Comisión de Derechos Humanos de Naciones Unidas, que exigen al gobierno iraquí que respete los derechos humanos y las libertades fundamentales, así como el fin de las ejecuciones sumarias y las detenciones arbitrarias de oponentes políticos y religiosos.

Sadam, una vez más, volvió a plantar cara a Naciones Unidas y a la sociedad internacional al reprimir brutalmente la rebelión de la comunidad chiíta apenas finalizada la guerra del Golfo. Unos días después del cese de hostilidades, el 3 de marzo de 1991, el grupo religioso más grande de Irak (60-65%) se rebeló contra Sadam Husein y su régimen Baasista. La represión estuvo marcada por la brutalidad ejercida en las ciudades del sur, Basra, Najaf y Karbala donde se realizaron ejecuciones masivas de civiles, bombardeos indiscriminados sobre áreas residenciales, destrucción de mezquitas y detención de autoridades religiosas.

La rebelión se extendió rápidamente desde el Sur de Irak a las provincias del Norte, donde la oposición kurda ocupó diversos asentamientos.  La reacción del gobierno iraquí no se hizo esperar y numerosas ciudades fueron bombardeadas y destruidas. Se llevaron a cabo ataques deliberados a hospitales y a columnas de refugiados que huían masivamente de las fuerzas iraquíes hacia las fronteras turcas e iraníes. El número de refugiados representó el mayor éxodo en la historia del Alto Comisionado de Naciones Unidas para los Refugiados. Se calcula que de tres a cuatro millones de iraquíes han huido del país, siendo la segunda población de refugiados del mundo después de los afganos. La comunidad iraquí en el exilio vive atemorizada y muchos han sido asesinados en los países donde se refugiaron –UNHCR, Informe sobre el Norte de Irak, abril de 1991-mayo 1992-.

El Consejo de Seguridad no tardó en reaccionar ante la magnitud de la tragedia humanitaria perpetrada por el gobierno iraquí. El 5 de abril de 1991, se aprobó la Resolución 688, que se considera fundadora del derecho de injerencia. Por primera vez en su historia, la comunidad internacional consideró que un problema interno de derechos humanos, «la represión de la población civil en gran parte del territorio iraquí», representaba una amenaza contra la paz.

Desde diversos gobiernos se buscó una fórmula de protección de los enclaves en los que mayoritariamente se encontraban los refugiados kurdos, llegándose a crear seis zonas de protección, prohibiéndose al gobierno de Irak volar al Norte del paralelo 36 y estableciendo una zona de exclusión aérea en la que la minoría kurda se encontrara segura.

A pesar de las reiteradas violaciones de los derechos humanos, Sadam Husein ha destacado por la falta de cooperación con los mecanismos de derechos humanos de Naciones Unidas. Desde la última visita de Van der Stoel en enero de 1992, el gobierno de Irak se ha negado a permitir la visita de  enviados especiales, así como el despliegue de observadores en el territorio iraquí. Esta situación se mantuvo hasta febrero de 2002, cuando el gobierno permitió una breve visita al Enviado Especial Andreas Mavrommatis que, no obstante, en su informe lamentaba nuevamente la escasa cooperación de las autoridades iraquíes.

Naciones Unidas y otras organizaciones internacionales han denunciado la grave situación medioambiental que se vive en las marismas del Sur habitadas por  comunidades chiítas. Estos  pantanos, un ecosistema que ocupa un área de aproximadamente 5.200 kilómetros cuadrados, han provisto durante miles de años todo lo necesario para que los árabes chiítas pudieran subsistir. Desde la década de los ochenta se han llevado a cabo obras que han causado el drenaje de gran parte de estas marismas y muchas de ellas han sido envenenadas y minadas como una estrategia destinada a destruir no sólo los recursos naturales de la región en pos de intereses bélicos sino para extinguir toda una cultura que Sadam percibe como una amenaza. Durante los noventa, la mayor parte de los árabes de las marismas fueron desplazados y, aún hoy, 10.000  logran sobrevivir a pesar de los sistemáticos bombardeos de ciudades y asentamientos.

No solo los civiles o los oponentes políticos son un blanco para Husein; desde que en 1979 llevara a cabo una limpieza dentro de su partido se han sucedido las ejecuciones de altos cargos militares como fue el caso del Jefe del Estado Mayor del Aire y el Jefe de la Defensa Área, que fueron ejecutados por Sadam el 25 de Enero de 1991, poco días después de haberse iniciado la operación “Tormenta del Desierto”. Otro episodio de represión contra las fuerzas armadas tuvo lugar tras la operación anglo-americana “Zorro del Desierto”, en diciembre de 1998. Sadam abortó un inminente golpe de Estado militar que tuvo como consecuencia centenares de muertos entre las filas de sus fuerzas armadas.

«República democrática y popular»
Estamos frente a un mandatario que comete genocidio contra su propio pueblo utilizando armas químicas, que haciendo uso de la fuerza  intenta “arabizar” (que no es más que un eufemismo para la limpieza étnica del Norte de Irak), que se niega a aceptar ayuda de la comunidad internacional para paliar la catastrófica situación humanitaria, que hace chantaje con alimentos y medicinas con aquellas comunidades que se consideran enemigas del régimen y que, a pesar de todo, se mantiene en el poder desde hace casi 24 años con un aparente 100 % de apoyo popular.

El hecho de que Sadam Husein sea todopoderoso y omnipresente en Irak en las últimas dos décadas se debe a un régimen político que sistemáticamente tortura, reprime y ejecuta a todo aquel que se atreva  a disentir o exponer opiniones opuestas al gobierno. En palabras de Max Van der Stoel, ,“para el mantenimiento del actual régimen político en Irak reviste vital importancia el complejo, vasto e infame aparato de seguridad, que el presidente controla directamente y por conducto de su hijo menor Qusay Husein. El poder del que goza el presidente se ejerce de una manera extremadamente abusiva y se aplica con especial rigor contra toda amenaza de oposición -real o percibida-.” (Informe sobre situación de Derechos Humanos en Irak, 1996).

Este régimen ha silenciado a todo aquel que intente crear alguna alternativa de poder, el diálogo y la libertad de expresión han sido reemplazadas por la tortura no sólo del disidente sino de toda su familia para que sirva de ejemplo a los que pretendan erigirse en “enemigos” del gobierno. La oposición política simplemente no se tolera. Los ciudadanos iraquíes no pueden reunirse legalmente a menos que sea para expresar su apoyo al régimen. Según Reporters Sans Frontrières,  el régimen controla también todos los medios de información, las universidades y los sindicatos laborales. Múltiples servicios de seguridad mantienen amplias redes de informadores para impedir la disidencia e infundir temor en los iraquíes. Los viajes son restringidos y son comunes los puestos de vigilancia policial en los caminos y las carreteras de Irak.

En este contexto, resulta paradójico que el primer artículo de la Constitución iraquí establezca que Irak es una república democrática y popular, así como absurdos son los resultados del último referéndum en el que Sadam Husein obtuvo una victoria del 100 % en comparación con el 99,96 % obtenido en 1995. Los ciudadanos iraquíes nos sólo son sistemáticamente reprimidos sino públicamente humillados cuando el aparato terrorífico del gobierno intenta legitimar sus atrocidades bajo el supuesto apoyo popular obtenido en unas elecciones carentes de libertad.

La supuesta “amnistía” que Sadam otorgó a cientos de prisioneros el 22 de octubre de 2002, sólo dramatiza la crueldad y la brutalidad ejercida en las cárceles iraquíes durante los últimos años. Sobre este hecho, el último informe de Human Right  Watch de 2003 destaca que ha recibido numerosos testimonios de familiares de presos políticos que supuestamente fueron liberados en la amnistía del año 2002 pero que actualmente se encuentran desaparecidos. La percepción es que la mayoría de los beneficiados por la liberación sólo eran prisioneros de delitos comunes, y que la mayor parte de los presos políticos aún permanecen recluidos o han sido ejecutados sumariamente. Este acto demagógico y propagandístico sólo pretende ocultar las condiciones inhumanas y degradantes de las cárceles en Irak. Según Human Rights Watch y Naciones Unidas, aproximadamente unos 2.500 prisioneros fueron ejecutados ente 1997 y 1999 dentro de una “campaña de limpieza”, la cual se ha continuado con la  ejecución de 23 prisioneros políticos (de origen chiíta) en Abu Ghraib el 21 de octubre de 2001.

Llama sumamente la atención que a pesar de que la comunidad internacional conoce las violaciones de los derechos humanos realizados por el régimen iraquí,  exhaustivamente documentadas, las reseñas a la grave situación humanitaria se refieran casi exclusivamente a las supuestas consecuencias en la población iraquí del régimen de sanciones impuestas por Naciones Unidas.

La maquinaria política y represiva de Sadam ha tenido un relativo éxito al convencer al mundo de que la deplorable situación en la que se encuentran los ciudadanos de Irak es culpa de la comunidad internacional. Este mensaje no sólo ha calado en el mundo árabe sino también en ciertos países de Europa con importantes intereses comerciales en Irak, que parecen haber olvidado que el gobierno dirigido por Husein se negó a aceptar durante varios años la propuesta de Naciones Unidas de intercambiar petróleo por alimentos previsto en las resoluciones del Consejo de Seguridad 706 y 712 de 1991. La crisis económica de 1995 obligó a Sadam a aceptar la propuesta y el 7 de enero de 1997 finalmente se comenzó a exportar petróleo en el marco del Programa de Petróleo por Alimentos de Naciones Unidas.

Se debe tener en cuenta que estamos frente a un régimen político endémicamente corrupto y, que a pesar de los controles impuestos por la comunidad internacional, existe una importante desviación y manipulación de fondos destinados a la compra de alimentos y medicamentos hacia programas armamentísticos y bienes de lujo  en detrimento de los sectores más vulnerables de la población, según afirma la organización International Alliance for Justice. Desde 1997, Irak ingresa por las exportaciones legales de petróleo unos 6.000 millones de dólares anuales y aproximadamente unos 2.000 millones de forma ilegal por contrabando, en el que se incluyen la venta de petróleo y el ingreso ilegal de productos prohibidos por el embargo internacional. Es importante destacar que ni la totalidad de los ingresos legales –a pesar de los esfuerzos de la comunidad internacional–  ni de los ilegales se destinan a mejorar las condiciones de vida de la población iraquí.  Sadam elige que su pueblo sufra hambre, miseria y enfermedades mientras el aparato represivo se hace inmensamente rico. Husein y su círculo de poder viven en una burbuja de bienestar, en 48 palacios de lujo construidos en la última década, al mismo tiempo que anuncia la inexistencia de material necesario para reconstruir hospitales y casas.

Conclusiones: El Consejo de Seguridad aprobó el 5 de abril de 1991 la resolución 688, presentada por Francia y Bélgica, en la que se declara que la represión contra la población iraquí representa una amenaza contra la paz mundial. A pesar de este reconocimiento, la violación de los derechos humanos en Irak ha permanecido siempre en un segundo plano frente a otro tipo de intereses.

Desde 1997, existen iniciativas en el ámbito internacional para llevar a juicio a Sadam Husein y a algunos de sus colaboradores ante un Tribunal Penal Internacional Ad Hoc. Su objetivo sería juzgar los crímenes contra la humanidad, la paz y el genocidio perpetrados contra el pueblo iraquí. Existen contundentes pruebas al respecto para acusar al líder iraquí y su círculo. Es difícil saber si estas iniciativas pueden llevarse adelante, pero no cabe duda que demuestran la gravedad de los abusos realizados por el gobierno de Sadam Husein. Ya es hora de que la comunidad internacional se involucre y escuche las voces de un pueblo que se está apagando.

Carlota García Encina y Alicia Sorroza Blanco
Real Instituto Elcano

Nota: para ampliar información sobre el régimen de Sadam Husein está disponible el informe “Irak: Una Radiografía” en la página web del Instituto Elcano Ficha Irak

Carlota Garcia

Escrito por Carlota García Encina

Carlota García Encina es investigadora principal de Estados Unidos y Relaciones Transatlánticas del Real Instituto Elcano, y profesora de Relaciones Internacionales. Es doctora en Historia Contemporánea por la Universidad Nacional de Educación a Distancia (UNED), graduada en Estrategia y Política de Defensa por el Center for Hemispheric Defense Studies (National Defense University, Washington), Master en Seguridad y Defensa […]

Alicia Sorroza

Escrito por Alicia Sorroza

Fue investigadora del Real Instituto Elcano. Politóloga y licenciada en Relaciones Internacionales. Master en Cooperación Internacional (IUDC-UCM). Diplomada en Estudios Avanzados en Estudios Europeos (IUOG-UCM). Ha colaborado en el Centro Español de Relaciones Internacionales de la Fundación Ortega y Gasset. Imparte conferencias, cursos y clases en diversas universidades e instituciones sobre relaciones internacionales y Unión […]