Tema: El presidente Obama adoptó en marzo de 2009 una nueva estrategia para Afganistán y Pakistán y eligió a nuevos responsables militares para llevarla a cabo.
Resumen: El 27 de marzo de 2009, el presidente de EEUU, Barack Obama, anunció una nueva estrategia para Afganistán y Pakistán:
«As President, my greatest responsibility is to protect the American people… We are in Afghanistan to confront a common enemy that threatens the United States, our friends and allies, and the people of Afghanistan and Pakistan who have suffered the most at the hands of violent extremists. So I want the American people to understand that we have a clear and focused goal: to disrupt, dismantle, and defeat al Qaeda in Pakistan and Afghanistan, and to prevent their return to either country in the future… To achieve our goals, we need a stronger, smarter and comprehensive strategy”.
La estrategia pretende desalojar a al-Qaeda de sus santuarios, implicar a los actores regionales, acelerar la formación de las fuerzas de seguridad y defensa locales y profundizar en los elementos civiles y políticos de la estrategia que sería, así, más integral (comprehensive) que la anterior. Sin embargo, la aplicación de esta estrategia precisará mucho más tiempo y esfuerzo de lo que ha necesitado su elaboración y el presidente ha procedido a un relevo amplio de los estrategas encargados de hacerlo. Este ARI describe el proceso por el que el presidente Obama y su secretario de Defensa Robert Gates llegaron al nombramiento de los nuevos responsables: los generales Petraeus y McChrystal, su lógica estratégica y los retos y oportunidades a los que se enfrentan para aplicar la estrategia que han decidido para Afganistán y Pakistán.
Análisis: Como relata Greg Jaffe en el Washington Post, el secretario de Defensa del presidente Obama, Robert Gates, asistió en marzo de 2009 a la ceremonia de repatriación de cuatro cadáveres de militares muertos en Afganistán en la base aérea de Dover en Delaware. Los que esperaban en la pista le vieron subir a la bodega del 747 que llevaba los féretros y arrodillarse ante ellos. Al salir, su indignación fue evidente. Era la enésima vez que un vehículo humvee era destruido por un artefacto explosivo improvisado (Improvised Explosive Device, IED) y el secretario Gates preguntó con acritud por qué no se habían entregado todavía los vehículos MRAP (resistente a las minas y protegidos para emboscadas). Este episodio reciente, del que se hizo eco la prensa, constituye un indicio más de que el Departamento de Defensa no estaba contento de cómo iban las cosas en Afganistán ni en el Pentágono para apoyar las necesidades tácticas sobre el terreno.
El 11 de mayo, el secretario de Defensa anunció el relevo del general David McKiernan por el del mismo empleo Stanley McChrystal como jefe de las Fuerzas estadounidenses en Afganistán, cargo que lleva aparejada la Jefatura de la Fuerza Internacional de Asistencia a la Seguridad (International Security Assistance Force, ISAF) patrocinada por la OTAN. En la posterior conferencia de prensa en el Pentágono, ni el secretario Gates ni el almirante Mike Mullen, jefe de la Junta de Jefes de Estado Mayor, explicaron los motivos del relevo. “Nada ha ido mal” se limitó a decir Gates. Sin embargo, el 17 de mayo de 2009, y en una entrevista para la revista Newsweek, el presidente Obama sí que justificó el relevo diciendo que había que “poner una mirada fresca” en el problema, porque “las cosas no iban bien”, una recomendación que venía del almirante Mullen.
El general McChrystal está considerado un soldado de gran valor personal, capacidad y preparación intelectual y dedicación absoluta a sus subordinados. Un líder militar en toda regla (con la espalda y las rodillas deshechas como todo buen miembro de operaciones especiales que se precie) y con una progresión meteórica. Los miembros de operaciones especiales le conocen como The Pope (“el Papa”), un apodo que excusa mayores comentarios sobre sus méritos y ascendencia. Como responsable de las operaciones especiales conjuntas en Irak y en Afganistán, se le considera el responsable de la “caza” que acabó con el líder de al-Qaeda en Irak Abu Musab al-Zarqawi y de otra serie de éxitos menos conocidos que contribuyeron, de manera substancial, a quebrantar el poderío de dicha organización en Irak. Práctico y enérgico, dirigía las operaciones en Irak pegado al terreno y a sus hombres.
McChrystal era, hasta ahora, director del Estado Mayor Conjunto del Pentágono, nombramiento que estuvo retenido por el Comité de Servicios Armados del Senado debido a su presunta implicación en las instalaciones clandestinas de detención en Irak y por la controversia creada por sus explicaciones sobre las extrañas circunstancias que rodearon la muerte en Afganistán del ranger, y estrella de futbol americano, Pat Tillman (éste dejó la Liga Profesional para alistarse en las unidades de operaciones especiales y su muerte se presentó como un acto heroico). Por su cargo, McChrystal era una persona de trato diario con el secretario Gates y directamente subordinado al almirante Mullen, por lo tanto, una persona que goza de la confianza de ambos. El secretario Gates tampoco ha dudado en designar como segundo de McChrystal al teniente general David Rodríguez, asesor militar del secretario, lo que refuerza su apuesta personal.
A primera vista puede parecer extraño que, como primera medida para liderar sobre el terreno la llamada “nueva estrategia” de Obama en Afganistán –que no es otra cosa que el endose de la estrategia propuesta por el general David Petraeus, como jefe del Mando Central (CENTCOM)– se prescinda del general McKiernan, hombre de gran experiencia militar y diplomática. Su currículum parecía apropiado para liderar el tipo de estrategia elegida, una de enfoque whole of goverment y comprehensive approach, consistente en coordinar acciones entre agencias y entre civiles y militares, respectivamente, para conseguir la consolidación del Estado afgano. La implementación de ese tipo de estrategia parece que era más apropiada para la dirección de un hombre como McKiernan, ya que aunque McChrystal demostró suficientemente en Irak su capacidad de coordinación –tejiendo una amplia relación con funcionarios y agencias civiles en su calidad de jefe del Mando Conjunto de Operaciones Especiales que contribuyó significativamente a la mejora de la situación–, su experiencia no puede igualar el perfil de su antecesor en el cargo. Por lo tanto, el relevo evidencia la necesidad de contar con unas condiciones de seguridad mínimas antes de pasar a una fase más civil en la estrategia. Como es evidente, las condiciones de seguridad distan mucho de existir en este momento y esa parece que será la prioridad de The Pope: asegurar las condiciones de seguridad que permitan aplicar los aspectos más civiles de la nueva estrategia integral.
La estrategia estadounidense en Afganistán y Pakistán: atacar a unos pocos, defender a muchos y enemistarse con los menos
La falta de apoyo de los aliados de la Alianza Atlántica y el empeoramiento de la situación en Pakistán han debido inducir a Petraeus a poner en práctica un plan estadounidense con las menores interferencias aliadas posibles, aunque abierto a adhesiones muy selectivas, y que cubra las contingencias en un teatro que no se circunscribe a suelo afgano, sino que incluye también la parte occidental de Pakistán (Af-Pak Strategy). No parece que estemos ante una repetición de la imposición de Gates al almirante Fallon en 2007 con el nombramiento de Petraeus como jefe de la Fuerza Multinacional en Irak (Fallon había defendido la estrategia anterior frente al cambio propuesto por Petraeus, que dependía de él). Por el contrario, el nombramiento de McChrystal parece ser una petición de Petraeus –de quien va a depender– y que ha sido apoyada por Gates y Mullen.
A falta de mayores datos, los medios de comunicación han especulado con que Petraeus recrease en Afganistán su exitosa estrategia iraquí (la surge) pero el propio general ya ha reconocido que las condiciones entre Irak y Afganistán-Pakistán son muy diferentes. Sin embargo, los cambios en la dirección apuntan a que la estrategia pondrá en práctica un plan más agresivo de lo esperado, una vez que el general Petraeus haya identificado el tipo de insurgencia al que se enfrenta. Ese plan tendrá que ser muy diferente del de Irak porque la insurgencia afgana se practica en un entorno eminentemente rural, a diferencia de la insurgencia iraquí, que se practicó fundamentalmente en ambiente urbano. Habrá que releer a Galula y sus enseñanzas argelinas.
Pero un plan de esa naturaleza agresiva necesita el apoyo incondicional del Gobierno paquistaní y no como hasta ahora que la insurgencia contaba con la voluntad de inhibición de las fuerzas armadas paquistaníes para resguardarse en sus santuarios. También se precisa mayor cantidad y calidad de inteligencia, por lo que se incrementarán las operaciones de esta índole (queda la duda sí en colaboración o no con los servicios paquistaníes de inteligencia tan infiltrados por el radicalismo islámico). Finalmente, y este puede ser otro cambio, las acciones “kinéticas” (violentas) se dirigirán a blancos de “gran valor” mientras se refuerza la visibilidad de la presencia militar en tareas de protección de la población, lo que exigirá un cambio de actitud y funciones en los equipos provinciales de reconstrucción (Provincial Reconstruction Teams, PRT) que actúan en Afganistán.
En una estrategia de fuerte contenido contrainsurgente, el aspecto más delicado a diseñar es el del tipo de control de población que se debe adoptar. Recrear la experiencia iraquí en la provincia de Ambar será difícil porque no hay a la vista un grupo étnico resentido contra la opresión talibán y su imposición rigorista de la sharia. También será problemático hacerse con la lealtad de los jefes tribales porque el control talibán está extendido y se basa en la coacción y en el mensaje propagandístico de que los talibán prevalecerán sobre las fuerzas occidentales, una percepción muy difícil de contrarrestar y de la que deberá ocuparse la estrategia que se aplique, porque las batallas no sólo se ganan en el terreno sino en el imaginario colectivo.
Un ejemplo de la situación a resolver podemos encontrarlo en la provincia de Zabul, zona prácticamente “talibanizada”. Los norteamericanos quieren ampliar una base avanzada en Karezgay, para lo que tendrían que destruir parte de un primitivo sistema de riego por canales llamado karez, lo que ha puesto en pié de guerra a la población contra norteamericanos y miembros del Gobierno afgano por igual. Los talibán, que controlan las shuras, o asambleas locales, conocen estas diferencias y las explotan de forma que se presentan como valedores de la población agraviada. Las Fuerzas Armadas estadounidenses tendrán que combatir a la insurgencia en el escenario más desfavorable para las operaciones militares occidentales: aquel en el que los talibán utilizan a la población civil como escudo y en el que la insurgencia recurre a cualquier método para disociar a la población civil de las fuerzas extranjeras. Estos métodos “ejemplares” que recuerdan a los empleados por el Vietcong, y a los de al-Qaeda en Irak, son parte de la estrategia insurgente que ya presenció el general McKiernan antes de dejar el cargo.
Para contrarrestar este tipo de situación se requieren cuidadosas medidas de contrainsurgencia, sobre todo si los talibán basan su influencia en el control de la información, empleando como “mensaje” la “corrupción” gubernamental y, por lo tanto, en su falta de legitimidad islámica y política. El recuerdo de las disputas entre facciones étnicas que facilitaron el derrocamiento de los talibán en 2001 puede ser un elemento a explotar por los estadounidenses, pero en Afganistán existe la vieja tradición de que ante un invasor extranjero todos los afganos se unen, la última vez ante la invasión soviética.
Como se ha indicado anteriormente, las provincias del noroeste de Pakistán están fuertemente islamizadas y con una alta presencia talibán, pero también existe esta presencia en el Punjab. En opinión de David Kilkullen, asesor de contrainsurgencia de Petraeus en Irak (2007-2008), el esfuerzo en Pakistán hay que centrarlo en el Punjab y en Sindh, que aun están bajo control gubernamental. El primer objetivo de una estrategia de contrainsurgencia sería separar esta unión estratégica, pero Afganistán no es Irak. Para empezar, las fuerzas norteamericanas y de la OTAN en Afganistán dependen de las rutas de abastecimiento que, partiendo de Karachi, atraviesan centenares de kilómetros de inseguro terreno paquistaní. De esta manera ambos espacios se hacen dependientes. El abastecimiento es muy vulnerable, por lo que se ha puesto en manos de contratistas, dada la poca confianza en las fuerzas militares paquistaníes, lo que, a su vez, ha provocado la indignación de éstos. La gestión de la carga y transporte de equipo y suministros se ha puesto en manos de oligarcas paquistaníes, que no excitan el celo de sus trabajadores. Poner en manos de las fuerzas paquistaníes la protección de los suministros, se piensa, sería parecido a dejar a los servicios secretos militares (Inter-Service Intelligence, ISI) el control de tal vital asunto.
Nadie duda de que McChrystal tiene por delante una delicada tarea. Gestionar la actuación de fuerzas especiales y convencionales, aquellas en funciones de destrucción de blancos valiosos y las segundas en la protección de la población, requerirá paciencia y sacrificio. Una de las primeras decisiones que tiene que tomar Petraeus es si continuará o no el uso de aviones no tripulados (drones) en Pakistán. Está por ver si las bajas que estos ataques producen en la población civil, con el consiguiente rechazo a lo norteamericano, compensan las bajas de líderes tanto en el bando talibán como en el de al-Qaeda. Todos los mandos citados han expresado su preocupación por el avance talibán de abril sobre Buner, cerca de Islamabad, o por la posibilidad de que las armas nucleares paquistaníes acaben en manos fuera de control, para lo que han exigido una mayor implicación paquistaní. La seguridad nuclear y la de la propia Islamabad son otras de las preocupaciones estadounidenses. En este sentido trabaja el enviado especial para Afganistán-Pakistán, Richard Hoolbroke, que ha solicitado un incremento de la ayuda civil (7.500 millones de dólares) y militar (4.000 millones), pero el Congreso teme que los fondos destinados a la contrainsurgencia acaben desviándose hacia los programas de armamento nuclear, una preocupación que les ha reforzado la comparecencia del almirante Mullen el 14 de mayo de 2009, confirmando que Pakistán está reforzando su arsenal nuclear.
Quiérase o no, Afganistán ha sido un teatro muy secundario en las prioridades estadounidenses debido a la preocupación por Irak. Su minusvaloración ha permitido el resurgir talibán y la permanencia de al-Queda y sus voluntarios en la vanguardia de la lucha contra los extranjeros. Durante este período, la gestión del Gobierno afgano ha sido pobre y los talibán se han infiltrado en amplias capas de la sociedad. Reforzar la actuación del Gobierno afgano será otras de sus tareas prioritarias, promocionar la percepción popular de que disponen de un Gobierno que ejerce la autoridad y no es un “títere” en manos de los extranjeros será algo fundamental, pues los talibán tratarán de imponer su “legitimidad”. Los ejemplos de los “gobiernos títeres” de Vietnam del Sur con los norteamericanos, o los sucesivos en Kabul con los soviéticos, son antecedentes que no deben caer en el olvido. Los talibán identificarán la participación en el Gobierno con “colaboracionismo” con “extranjeros” e “infieles” y extenderán la certeza de que todos aquellos que sigan sus pasos serán, en el mejor de los casos, “reeducados” (este es el mensaje escrito que dispersan las octavillas –cartas nocturnas– para desincentivar la aproximación y colaboración de la población civil con quienes les protegen y ayudan).
No obstante, las mayores dificultades para Petraeus y McChrystal pueden venir del lado doméstico. La adopción de la estrategia surge en Irak fue un gravísimo trauma para la institución militar americana. El hecho de que un general retirado, Jack Keane, “vendiera” sus teorías con la ayuda del think tank estadounidense American Enterprise Institute al presidente Bush y que acabara imponiéndoselas a toda la cadena de mando del Pentágono –que se oponía a enviar más tropas–, fue algo inédito y difícilmente repetible. Esa situación trajo como consecuencia el cese del anterior secretario de Defensa, Ronald Rumsfeld, la destitución del anterior jefe del CENTCOM, el general John Abizaid, la promoción “hacia arriba” del general George Casey, jefe en Irak, el relevo del general Peter Pace al frente de la Junta de Jefes de Estado Mayor, y un largo etcétera, que acabó en la ya mencionada “dimisión” del almirante Fox Fallon, predecesor de Petraeus al frente de CENTCOM.
Conclusiones: La institución militar no suele salir bien parada de estos hechos. Dentro de las fuerzas armadas de EEUU, los partidarios de que éstas mantengan su superioridad tecnológica se oponen a que se conviertan en fuerzas de ocupación y de nation-building, mientras que los partidarios de afrontar la lucha contra la insurgencia reclaman una mayor polivalencia. Los primeros temen que la contrainsurgencia acabe convirtiéndose en el concepto preponderante de la fuerza (posture) y los segundos esperan que la próxima Quadrennial Defence Review (QDR) de 2009 confirme el giro de la fuerza hacia la polivalencia, utilizando las prioridades presupuestarias para dotarse de los medios que precisan para la lucha “irregular” en la que se ven obligados a combatir.
La “batalla de las narrativas” va a ser otro de los elementos esenciales a tener en cuenta. El conflicto en Afganistán –ahora Afganistán-Pakistán– va a ser un conflicto largo, con altibajos, con golpes de efecto de trascendencia informativa que van a impactar en la opinión pública internacional y, desde luego, en la de EEUU. Las acciones de contrainsurgencia son, en su gran mayoría, encubiertas y asuntos como instalaciones de detención, eliminación de “blancos valiosos” y “caza del hombre” constituyen una munición inacabable para la acción política doméstica y para los titulares de los medios de comunicación. Sus resultados en Argelia y Vietnam son sobradamente conocidos aunque es cierto que la conscripción se ha acabado tras la profesionalización de las fuerzas armadas. Una estrategia que plantea una opción de combate selectiva puede reavivar, de alguna forma, el sentimiento pacifista que se generó durante las operaciones en Irak y que se desactivó tras el cambio de estrategia y de estrategas. Aparcado el debate durante las elecciones de 2008, las promesas electorales de Obama se han ido matizando tras su victoria y hoy dirige esta “guerra larga” (the Long War) nombrando un especialista en contrainsurgencia para conducir las operaciones en Afganistán. La estrategia de Obama en Afganistán, pasa por el mando militar de Petraeus y McChrystal. Son sus opciones. Ha puesto su confianza en militares de prestigio y puede acabar en un fracaso pero este fracaso no será sólo de la estrategia y de los estrategas de EEUU sino también del mundo occidental.
En el plano estratégico, existen muchas papeletas de que EEUU, al igual que en Irak, se quede solo en su esfuerzo de contrainsurgencia en un Afganistán que está irremisiblemente unido al avispero paquistaní. Obama sabe que no puede contar con los aliados europeos para luchar contra los talibán, quizá algo con británicos y franceses pero el resto serán más un lastre que una ayuda. También sabe que la acción militar debe apoyar otra de reconstrucción y desarrollo, pero ahí se abre un escenario de mayor incertidumbre que el militar, porque el resultado de la cooperación depende del aprovechamiento afgano y porque sus costes económicos unidos a los de las operaciones serán enormes, más que los de Irak. Por eso, y antes de ir más allá del incremento de 17.000 soldados, comprobará si el esfuerzo lleva a algún tipo de progreso. En este aspecto, el presidente ha declarado lo que seguramente le han transmitido los militares: que mayores incrementos de tropas no reportarán ventajas. ¿Hasta cuando el pueblo americano va a soportar la factura en botas, tesoro y sangre? Puede que McChrystal sea la última baza antes de adoptar una estrategia de salida en Afganistán.
La creciente inestabilidad en Irak, con un marcado incremento de la violencia, producto del “encaje” político necesario para hacer eventualmente viable el Estado iraquí, puede inflamar el arco que va desde Palestina, este de Turquía, sur del Cáucaso, Siria, Irak e Irán hasta Afganistán y Pakistán. Como resultado se agravará y se hará crónica la inestabilidad en una amplia zona de Asia, donde el islamismo encuentra el caldo de cultivo para su crecimiento, donde se incuban acciones terroristas de alcance global y donde la proliferación ha encontrado fervientes partidarios. Petraeus tiene dos excelentes peones, Odierno y McChrystal. El liderazgo político no debe caer en la tentación de dar prioridad a uno de ellos en detrimento del otro. La euforia del éxito no es contagiosa, pero el derrotismo si lo es. Medir lo que debe entenderse por victoria o derrota y hacérselo comprender al liderazgo político es tarea fundamental de los tres generales.
El presidente Obama ya conoce la diferencia que existe entre ser un candidato presidencial, un presidente “bien intencionado” y un comandante en Jefe. En el ejercicio de este último cargo está solo. Obama conoce la amenaza que supone un islamismo descontrolado y el riesgo de su acceso a las armas nucleares. Un baño de pragmatismo, al igual que tuvieron que darse sus predecesores, lo hará envejecer a medida que vaya comprobando que el mundo es como es y no como uno se lo imagina mientras se da un baño de multitudes camino de la Casa Blanca.
Enrique Fojón
Infante de Marina