Tema: Al-Qaeda no ha dejado de existir como una estructura terrorista con liderazgo y estrategia, aunque está aminorada en recursos y degradada en capacidades. Osama bin Laden, hasta su muerte, ejerció un mando ejecutivo dentro de la misma, intervino en la planificación de atentados y se implicó en las relaciones con otras entidades yihadistas.
Resumen: Pese a lo que tantas veces y con tan poco fundamento se ha venido sosteniendo desde hace años, al-Qaeda ni se había convertido en una ideología ni se había disuelto en un movimiento. Nunca dejó de existir como organización terrorista con liderazgo y estrategia. Pero de la documentación recogida durante la operación en que unidades especiales de la marina estadounidense abatieron a Osama bin Laden el 2 de mayo de 2011 se deduce que al-Qaeda se encuentra aminorada en recursos y degradada en capacidades. Esa misma documentación revela que Osama bin Laden ejerció, desde su escondite en Abbottabad, como mando ejecutivo de al-Qaeda y era consciente de los constreñimientos que incidían negativamente sobre la persistencia de dicha estructura terrorista. También intervenía en la planificación de actos de terrorismo en EEUU y en otros países del mundo occidental. Además, se implicó en relaciones interorganizativas tanto con extensiones territoriales de al-Qaeda como con otras entidades yihadistas asociadas. En las semanas previas a su muerte incluso sopesaba, junto a otros importantes dirigentes de al-Qaeda, la posibilidad de atentar precisamente en el décimo aniversario del 11-S.
Análisis: En los años que siguieron al 11 de septiembre de 2001 se extendió, tanto en EEUU como en la UE, cierta visión sobre al-Qaeda, el terrorismo global y la amenaza del terrorismo global. También sobre el papel de Osama bin Laden. Dicho planteamiento, formulado en términos intelectualmente atractivos pero carentes de suficiente fundamentación, fue asumido por muchos expertos académicos y analistas de think tanks especializados en cuestiones de seguridad y defensa, al igual que por no pocos periodistas. Incluso llegó a darse por bueno, siquiera temporalmente, entre profesionales de determinados servicios de inteligencia, quizá en este último supuesto de un modo políticamente inducido. Me refiero a la conjetura de acuerdo con la cual, como resultado de la intervención militar en Afganistán tras los atentados de Nueva York y Washington, así como de la miríada de iniciativas contraterroristas adoptadas no solo en el ámbito del mundo occidental, sino en países de Asia del Sur, el sureste asiático y Oriente Próximo, el fenómeno del terrorismo yihadista había sufrido una mutación que puede resumirse en las siguientes cuatro tesis.
En primer lugar, según dicho argumento, al-Qaeda había sido destruida como una organización terrorista activa, dotada de jerarquía interna o estructuras de mando y control, hasta el punto de perder sus capacidades y convertirse en una entidad prácticamente irrelevante, cuyos otrora más destacados integrantes estarían dedicados a producir ideología. En segundo lugar, el propio Osama bin Laden ya no era más que un símbolo, un icono con reminiscencias carismáticas, incapacitado para liderar yihad alguna o tomar decisiones en relación con el curso del terrorismo yihadista. En tercer lugar, el yihadismo global había derivado en un fenómeno amorfo, horizontal y no vertical, no solo descentralizado sino desorganizado y, por supuesto, carente de liderazgo y estrategia. En cuarto lugar, como consecuencia, la amenaza del terrorismo global, particularmente en las sociedades occidentales, no procedía ya de organizaciones yihadistas formales, sino de células locales independientes ubicadas en la periferia del movimiento de la yihad global y que actúan por su cuenta.
Sin embargo, transcurridos más de cuatro meses desde que, el 2 de mayo de 2011, unidades operativas especiales de la marina de EEUU dieran muerte a Osama bin Laden en el recinto de Abbottabad, el escondite donde los servicios de inteligencia de ese mismo país habían conseguido localizarlo, la información procedente de esa localidad paquistaní parece refutar esa visión de al-Qaeda, del terrorismo global y de la amenaza que implica. También la idea que circulaba en torno a la figura de Osama bin Laden. Lo que se conoce acerca de la documentación, los ordenadores y el resto de material informático hallados en Abbottabad pone de manifiesto que, hasta el mismo día de su muerte, Osama bin Laden hacía mucho más que proporcionar inspiración ocasional mediante la grabación de mensajes audiovisuales destinados a sus seguidores. Actuaba, dentro de los constreñimientos propios de la clandestinidad en que vivía, como auténtico líder de una organización terrorista, proporcionando, por ejemplo, orientación para el subsiguiente planeamiento y la comisión de atentados. También se ocupaba de gestiones relativas a relaciones con otras entidades yihadistas.
El liderazgo y la gestión
Cuanto ya se sabe permite afirmar que Osaba bin Laden se conducía, confinado como estaba en su recinto amurallado de Abbottabad, como líder ejecutivo de al-Qaeda. Pero todo indica que quien ejercía como verdadero gestor de la misma era el libio Atiyah Abd al Rahman, con quien aquel estaba en contacto personal asiduo y directo, a menudo mediante mensajes contenidos en pequeños dispositivos informáticos de almacenamiento de información que circulaban mediante correos humanos. Esto contrasta con el intercambio por correspondencia algo menos frecuente que el que fuera emir de al-Qaeda desde su fundación en 1988 mantenía con el segundo en la jerarquía de mando, Ayman al Zawahiri. Atiyah Abd al Rahman fue abatido el pasado mes de agosto, alcanzado por un misil lanzado desde una de las aeronaves no tripuladas que los servicios de inteligencia estadounidenses utilizan de manera recurrente contra prominentes miembros de al-Qaeda detectados en las zonas tribales al noroeste de Pakistán. Hasta su muerte, que en sí misma pone de manifiesto las vulnerabilidades de una al-Qaeda aminorada en recursos y degradada en capacidades a lo largo de la última década, Atiyah Abd al Rahman se había ocupado durante años de preservar las comunicaciones privadas entre destacados integrantes de su organización, coordinar operativos de la misma y actuar como enlace con distintas entidades afiliadas.
Osama bin Laden, siempre de acuerdo con la documentación recopilada en Abbottabad, se mostraba muy inquieto por los ataques de que sus bases y miembros eran objeto en suelo paquistaní. Reconocía el daño que estaban ocasionando a lo que quedaba de al-Qaeda, que en los últimos años ya no podía reemplazar a todos los terroristas perdidos. Recibía quejas de los cuadros a sus órdenes, los cuales le ponían al corriente de las importantes dificultades a que hacían frente para llevar a cabo tareas como el adiestramiento de extremistas reclutados –por cierto, mediante un proceso rígido en el que se valoran las referencias personales y la experiencia previa de yihad– para ser entrenados por la estructura terrorista, o como trasladarse de un lugar a otro a lo largo de Waziristán y los territorios colindantes. Incluso llegó a pensar en reubicar por completo a al-Qaeda, no sabemos exactamente dónde, aun cuando no llegó a tomar decisiones concretas en tal sentido. En cualquier caso, parece no haber duda de que a Osama bin Laden le preocupaba mucho ser localizado y abatido, motivo por el cual exigió a sus subordinados que restringieran sus movimientos. Hasta aprobó la creación de una suerte de sección de contrainteligencia dentro de al-Qaeda, cuya finalidad sería la de identificar informantes e infiltrados en sus filas.
Osama bin Laden estaba asimismo muy preocupado por otro factor que incide no menos negativamente sobre la persistencia de al-Qaeda. La documentación de Abbottabad muestra, de hecho, que era consciente de que la estructura terrorista que lideraba había perdido mucha popularidad entre los musulmanes. Pese a la atención que desde al-Qaeda se prestaba a la producción y diseminación de propaganda audiovisual, incluso a través de una productora propia que utiliza internet para difundir proclamas de sus dirigentes, o el aparente cuidado con el que Osama bin Laden presentaba su propia imagen pública como emir de la organización yihadista –recuérdense las imágenes, ampliamente difundidas por televisión a los pocos días de su muerte, en que se le veía visionando vídeos de sus propias alocuciones–, este último pensaba que EEUU había conseguido erosionar la legitimación de dicha estructura terrorista en el seno de su propia población de referencia. Incluso se planteó cambiar el nombre de la misma por otro de connotaciones más declaradamente religiosas. En estrecha relación con ello y con su atención a los donantes financieros, cabe igualmente aludir a su explícita preocupación por la situación financiera de al-Qaeda, lo que le había llevado a ordenar la constitución de una unidad dedicada al secuestro con propósitos económicos de extranjeros, especialmente de diplomáticos.
Planeamiento de atentados
Desde su refugio al norte de Pakistán, Osama bin Laden exhortaba a los responsables operativos de al-Qaeda, incluyendo Ayman al Zawahiri y Atiyah Abd al Rahman, a la preparación de atentados en EEUU cuyo alcance y magnitud fuesen equiparables cuando no mayores que los del 11 de septiembre de 2001. Insistía en dirigirlos contra blancos cuyo menoscabo acarrease además importantes repercusiones para la economía estadounidense y del mundo occidental en su conjunto. Este era su principal objetivo y puede decirse que hasta su obsesión. Por lo visto, Ayman al Zawairi, hasta el pasado mes de mayo aparentemente más distanciado de la toma de decisiones en el seno de al-Qaeda de lo que se suponía, se inclinaba por atentados menos espectaculares y contra blancos de oportunidad. Atiyah Abd al Rahman era, sin embargo, con quien Osama bin Laden trataba habitualmente respecto a esos asuntos de índole operativa. El libio era, por ejemplo, su interlocutor a la hora de discutir la idoneidad de los individuos que podrían llevar a cabo determinado tipo de actos terroristas. Parece que, respecto a estas cuestiones, los desacuerdos no eran infrecuentes entre ellos, ni entre el emir de al-Qaeda y otros dirigentes de la misma.
Aunque Osama bin Laden instaba a que los integrantes del liderazgo de mayor nivel de al-Qaeda se centraran en atentados en EEUU, algunas anotaciones halladas entre la documentación recogida en Abbottabad y que habrían sido realizadas el pasado año apuntaban asimismo a Canadá, Israel, el Reino Unido, Alemania, Francia y España. Sugería fechas adecuadas para actos de terrorismo en territorio estadounidense, como el 4 de julio, día en que los norteamericanos conmemoran su independencia nacional, o los aniversarios del 11-S. Al-Qaeda, de hecho, ha intentado varias veces, sin éxito, perpetrar atentados muy cruentos con ocasión de los sucesivos aniversarios de los ejecutados contra las Torres Gemelas de Nueva York, el Departamento de Defensa en Washington y una aeronave civil que finalmente se estrelló en unas colinas de Pensilvania. Pero en los ordenadores recuperados del que fuese su refugio paquistaní hay evidencia que confirma cómo, en las semanas previas a ser abatido, sopesaba con otros importantes mandos de al-Qaeda, caso del propio Atiyah Abd al Rahman, la manera de atentar precisamente en el décimo aniversario de los mismos.
Osama bin Laden solía también apuntar blancos contra los que atentar, como el sistema ferroviario de distintas ciudades norteamericanas, embajadas estadounidenses en distintos países del mundo o barcos petroleros e infraestructuras energéticas en el mar. Hasta discurrió sobre el perfil de individuos que deberían ser reclutados para atentar en Norteamérica, como ciudadanos estadounidenses afroamericanos y latinos. Fuera de EEUU, ordenó asaltos coordinados en conocidos sitios turísticos de al menos tres naciones de Europa Occidental como el Reino Unido, Francia y Alemania –cuya ejecución, prevista entre finales de 2010 e inicios de 2011 pero desbaratada por la oportuna intervención preventiva de varios servicios de seguridad europeos, habría encomendado a un operativo de la talla de Muhammad Ilyas Kashimiri, abatido a su vez por un misil estadounidense en junio de ese último año–. Hasta llegó a implicarse en la preparación de atentados concretos, como el previsto para la Semana Santa de 2009 en un centro comercial de Manchester, impedido por las fuerzas de seguridad británicas. Antes de ello, algunas evidencias circunstanciales, obtenidas asimismo en Abbottabad, sugieren que estuvo al corriente de los atentados del 7 de julio de 2005 en Londres y tuvo conocimiento anticipado de la tentativa, frustrada por las autoridades del Reino Unido en agosto de 2006, de hacer estallar en vuelo al menos siete aeronaves en ruta desde el aeropuerto de Heathrow hacia los de distintas ciudades en EEUU y Canadá.
Relaciones interyihadistas
En el ámbito de las relaciones interorganizativas entre entidades yihadistas, Osama bin Laden no solo trasladaba mensajes con asesoramiento estratégico a al-Qaeda en la Península Arábiga, confirmando a esta entidad como primus inter pares en las relaciones entre al-Qaeda y sus denominadas franquicias o, como personalmente prefiero describirlas, extensiones territoriales. El año pasado incluso decidió sobre si el liderazgo de dicha entidad, actualmente asentada sobre todo en suelo yemení, debía o no permanecer sin cambios. Fue cuando desde el directorio de al-Qaeda en la Península Arábiga se le pidió que situara en la dirección de la misma a Anwar al Awlaki, un conocido doctrinario yihadista de ascendencia yemení pero ciudadanía estadounidense, que cuenta con un notable monto de seguidores a través de Internet. Más recientemente había advertido a esa misma extensión territorial sobre lo prematuro de pretender instaurar un Estado islámico en Yemen. Esto no necesariamente significa que Osama bin Laden haya dispuesto de la misma autoridad sobre los dirigentes de otras dos extensiones territoriales, casos de al-Qaeda en Mesopotamia y de al-Qaeda en el Magreb Islámico, lo que en parte se explicaría por su distinto proceso de formación.
Según la documentación intervenida en el recinto de Abbottabad donde se escondía, Osama bin Laden sí que había aconsejado a estas dos últimas extensiones territoriales que desarrollaran sus actividades teniendo en cuenta, a la vista de la menguante popularidad de al-Qaeda en el mundo islámico, la necesidad de no alienar a sus respectivas poblaciones locales y, por el contrario, radicalizarlas en actitudes agresivamente hostiles hacia EEUU y las sociedades occidentales. Esto rememora una ya conocida discusión, que se remonta a los años 2005 y 2006, entre dirigentes de al-Qaeda –concretamente Ayman al Zawahiri y Atiyah Abd al Rahman– y el entonces todavía líder de al-Qaeda en Irak, Abu Musab al Zarqaui, sobre las implicaciones que para la percepción social de esas organizaciones yihadistas entre su población de referencia tenía la práctica de una estrategia de terrorismo que se dirigía preferentemente no contra las fuerzas de la coalición internacional desplegadas en dicho país sino la mayoría chií del mismo.
Pero Osama bin Laden, además de mantener relaciones de autoridad con al menos una de sus franquicias, lo hacía también con organizaciones asociadas con al-Qaeda. As Shabaab era una de las entidades yihadistas destinatarias de instrucciones remitidas por el mismo. No extrañará que, tras la muerte de aquel, sus principales mandos en Somalia hablasen, literalmente, de vengar “la muerte de nuestro líder”. Además, 15 días después de que Osama bin Laden fuese abatido, un destacado jefe de los talibán afganos dio a conocer que lo había visitado en su residencia de Abbottabad. Tampoco sorprenderá que el portavoz de Therik e Taliban Pakistan se refiriese al supuesto jefe interino de al-Qaeda, antes de que Ayman al Zawahiri fuera formalmente designado nuevo emir de la estructura terrorista, Saif al Adel, textualmente, como “nuestro nuevo líder”. Ni que en Abbottabad se hallase el teléfono móvil de un correo humano con información de contacto con notorios miembros de Harakat ul Muyahidín, organización yihadista a cuyos militantes se considera relacionados con la inteligencia paquistaní. Y es que desde esa localidad se afanaba, en sus últimos días, por unificar en una renovada coalición a las entidades yihadistas existentes en el sur de Asia. Todo lo cual apunta a la coordinación entre al-Qaeda y sus extensiones territoriales o sus organizaciones asociadas, al mismo tiempo que a una subordinación de estas a aquella.
Conclusión: La documentación obtenida en Abbottabad revela que al-Qaeda permanecía articulada y activa, pese a estar mermada de recursos y degradada en sus capacidades operativas, contar con apenas unos centenares de miembros propios y haber ido progresivamente perdiendo apoyo popular entre los musulmanes de todo el mundo. Hecho este último del cual era muy consciente que Osama bin Laden, quien hasta su muerte continuaba ejerciendo importantes funciones de mando ejecutivo dentro de aquella estructura terrorista y proveyéndola de estrategia general, aunque el verdadero gestor de la misma era el libio Atiyah Abd al Rahman, ahora también abatido, con quien el que fuera primer emir de la estructura terrorista se mantenía en contacto asiduo y directo. Osama bin Laden, siempre de acuerdo con los documentos recogidos en Abbottabad, se mostraba muy inquieto por el daño que a lo que queda de al-Qaeda ocasionaban los reiterados ataques de que sus bases y miembros eran objeto en suelo paquistaní mediante misiles de la inteligencia estadounidense lanzados desde aeronaves no tripuladas. Ante la precaria situación financiera de al-Qaeda, había ordenado la constitución de una unidad dedicada al secuestro con propósitos económicos de extranjeros.
Abbottabad revela también, a la vista de la dedicación de Osama bin Laden a las relaciones interorganizativas, que el yihadismo global no es un fenómeno amorfo sino polimorfo, al igual que pone de manifiesto la centralidad de al-Qaeda en el seno de este heterogéneo y expandido movimiento, al menos hasta la muerte de aquel. Diez años después del 11-S, la amenaza que plantea el terrorismo global es variada y tiene múltiples focos. Pero la amenaza terrorista más grave, en nuestras sociedades, sigue procediendo de entidades yihadistas organizadas, con liderazgo y estrategia, incluyendo, todavía, la propia al-Qaeda. De hecho, desde su escondite Abbottabad, el propio Osama bin Laden instaba a los responsables operativos de al-Qaeda, incluyendo Ayman al Zawahiri y sobre todo el ya aludido Atiyah Abd al Rahman, con quienes no siempre coincidía en pareceres, a la comisión de atentados en EEUU y en algunos países europeos, que tuvieran muy graves consecuencias sobre la economía del mundo occidental. A menudo señalaba también el tipo de blancos contra los que atentar y hasta las modalidades o procedimientos que prefería fuesen utilizados. En las semanas previas a ser abatido, sopesaba de manera tentativa, junto a otros importantes mandos de al-Qaeda, la posibilidad de atentar precisamente coincidiendo con el décimo aniversario del 11-S.
Fernando Reinares
Investigador principal de Terrorismo Internacional en el Real Instituto Elcano y catedrático en la Facultad de Ciencias Jurídicas y Sociales de la Universidad Rey Juan Carlos