Ver también versión en inglés: What foreign policy now for Brazil?
Tema
A partir del 1 de enero de 2019 Jair Bolsonaro será el próximo presidente de Brasil. ¿Cuáles podrían ser las claves de la que será la política exterior de la nueva Administración?
Resumen
Jair Bolsonaro ganó de forma contundente las elecciones presidenciales con un discurso muy inflamado en política interior y algunos mensajes, pocos, acerca de cómo interpretar las relaciones internacionales. De ahí que hayan surgido numerosos interrogantes en relación con las que serían las líneas maestras de su política exterior. Este análisis intenta responder a algunas de las principales preguntas sobre esta cuestión, muchas de las cuales se mueven en un plano bastante especulativo. La incertidumbre en la cuestión responde, por un lado, a la falta de definiciones sobre esta problemática provenientes del entonces candidato y ya presidente electo, y, por el otro, a que todavía no se conoce el nombre del próximo ministro de Exteriores, fundamental para poder responder a buena parte de los interrogantes aquí planteados.
Análisis
El carácter inusual del candidato Jair Bolsonaro, con numerosas declaraciones sobre los aspectos más sensibles de la agenda interna, aunque sin detalles específicos sobre las políticas públicas que piensa aplicar para lograr sus objetivos, adquiere tras su victoria una dimensión mayor en lo relativo a la política exterior. La falta de definiciones concretas al respecto, las contradicciones en que se ha incurrido y el hecho de que hasta el día de hoy no se haya nombrado al futuro ministro de Exteriores dificulta el análisis sobre los contenidos y los modos que caracterizarán a partir del 1 de enero de 2019 la vinculación al mundo y los usos diplomáticos del nuevo gobierno.
En una de sus intervenciones de la noche del domingo 28 de octubre, tras ser elegido nuevo presidente de Brasil, Jair Bolsonaro lanzó una aguda crítica contra Itamaraty, el Ministerio de Asuntos Exteriores. Sus palabras fueron: “Liberaremos a Brasil y a Itamaraty de las relaciones internacionales con sesgo ideológico a las que fueron sometidos en los últimos años”. Hasta entonces la política internacional había sido unas de las grandes excepciones sobre las que el ya presidente electo no se había expresado con profundidad, salvo ciertos titulares marginales. De ahí que hubiera pocas pistas acerca de la política exterior que piensa desarrollar.
La crítica contra la excesiva ideologización de la política exterior también fue repetida por Paulo Guedes, el futuro súper-ministro de Planificación, Industria y Hacienda, que señaló que “Brasil ha quedado preso de alianzas ideológicas y eso es malo para la economía”. La suya fue una declaración de principios con un tono explosivo que permite intuir el rumbo que Guedes le quiere dar a su cartera, comenzando por su llamamiento al aperturismo económico. La señal es extensiva al sesgo pro-mercado de las futuras negociaciones comerciales del país. El papel de Guedes es importante porque, en buena medida, de la recuperación económica de Brasil dependerá el mayor o menor éxito de la gestión de Bolsonaro y también la proyección exterior de su país.
Una de las obsesiones del presidente electo, transmitida sistemáticamente durante la campaña, es eliminar cualquier vestigio de la influencia del Partido de los Trabajadores (PT) en la política nacional. Desde esta perspectiva la diplomacia se ve como un terreno en el que necesariamente hay que introducir numerosas correcciones, a partir de ciertas derivas consideradas erróneas o contraproducentes de la política exterior de Lula da Silva. Y si bien algunas de ellas, pocas, fueron modificadas o corregidas durante el gobierno de Dilma Rousseff y más en profundidad bajo el de Michel Temer, con el nuevo presidente se prevé una intensificación de las reformas.
Entre los temas más polémicos habría que señalar la relación con el chavismo y el populismo bolivariano, expresada en el claro apoyo a proyectos como el de Unasur y CELAC, junto a una cierta neutralidad, algo sesgada, en relación al ALBA. No se puede olvidar el fuerte respaldo dado a políticos como Hugo Chávez, Fidel Castro, Evo Morales, Rafael Correa o al matrimonio Kirchner durante las presidencias del PT. Respecto a Chávez, Lula señaló en mayo de 2008 que “Chávez es el mejor presidente que tuvo Venezuela en los últimos cien años”. A esto hay que agregar otras cuestiones como la presencia de Brasil en los BRICS (especialmente el acercamiento a China), el despliegue en África y la relación con los países árabes, sin olvidar los esfuerzos por desarrollar una política independiente de EEUU.
Sin embargo, hasta que no se despeje la incógnita de quién será el nuevo o la nueva ministra de Exteriores habrá que moverse en el terreno de las especulaciones en este intento de aclarar cuáles serán las líneas maestras de la política exterior brasileña. Entre las distintas opciones de posibles “ministrables” circulan algunos nombres femeninos. En caso de confirmarse este extremo, sería la primera vez que Itamaraty estaría al mando de una mujer. Al mismo tiempo se trataría de un mensaje de Bolsonaro para contrarrestar algunas de las acusaciones en su contra, como la de machismo. Ahora bien, las opciones de que esto finalmente termine ocurriendo no son demasiado elevadas.
Uno de los problemas que surgen cuando se intenta analizar el rumbo de la política exterior del nuevo gobierno es que el presidente electo no se prodigó demasiado sobre las relaciones internacionales o el papel de Brasil en el mundo hasta su triunfo electoral. El acento se había puesto básicamente en determinadas cuestiones de la política interna, especialmente aquellas que buscaban más la polarización y que más rédito electoral le podrían proporcionar a corto plazo. Se trataba básicamente de aquellos temas que más le habían preocupado durante las casi tres décadas en que se desempeñó como diputado, aunque sin llegar a decir algo parecido a lo expresado por Andrés Manuel López Obrador de que la mejor política exterior es la política interior. Pero ahora ha llegado el momento en que al presidente electo se le comienzan a exigir definiciones sobre esta materia y ya ha comenzado a dar algunas de ellas.
Hasta su victoria en las urnas Bolsonaro había intentado esquivar estos temas con relativo éxito. En los meses previos a la campaña y durante su transcurso hubo declaraciones contradictorias relativas al Acuerdo de París sobre el cambio climático; o sobre la posible unificación de los Ministerios de Agricultura y Medio Ambiente, un tema que hizo saltar las alarmas entre los ambientalistas por sus repercusiones en el Amazonas. También se pronunció en contra de Naciones Unidas (“un local de reunión de comunistas”) y a favor de Israel (y del traslado de la embajada a Jerusalén) y de profundizar la relación con EEUU. Hubo incluso amenazas, algunas más veladas que otras pero luego desmentidas, de una posible intervención militar contra Venezuela.
De ahí que la identidad del próximo responsable de Itamaraty sea un punto álgido del debate sobre el rumbo del nuevo gobierno. En su momento Bolsonaro se había preguntado por qué un diplomático, como Celso Amorim, podía ser ministro de Defensa y un militar no podía ser ministro de Exteriores. Más allá de la provocación que supone una reflexión de esta naturaleza, su contenido –unido a las declaraciones sobre el sesgo ideológico de la política exterior brasileña bajo los gobiernos de Lula y Rousseff– ha suscitado un cierto nerviosismo en Itamaraty. Es obvio que los 14 años de control petista incidieron considerablemente no sólo en la formación de nuevos diplomáticos, sino también en la propia composición del cuerpo, en sus objetivos y en su manera de ver e insertarse en el mundo.
De alguna manera, el nacionalismo y el desarrollismo son valores comunes que comparten importantes sectores de dos de las corporaciones más poderosas del Brasil: los militares y los diplomáticos. Estos puntos de vista que durante mucho tiempo podían ser asumidos por Bolsonaro hoy se muestran contradictorios con el mensaje ultraliberal en materia económica que defiende Paulo Guedes. Sus posturas son claramente favorables al libre comercio y al aperturismo económico y pasan decididamente por eliminar las barreras proteccionistas y reducir el “coste Brasil”, el diferencial que deben pagar los inversores que quieren hacer negocios en el país sudamericano. Junto a su objetivo de reformar el sistema de pensiones y reducir considerablemente el déficit público destaca su ambicioso plan de privatizaciones.
En lo relativo a este último tema, el de las privatizaciones, es poco lo que se sabe al respecto, especialmente sobre su alcance y profundidad. Sí hay abundantes noticias sobre la existencia de puntos de vista contradictorios en este terreno, como el hecho de que algunos militares defiendan que empresas vinculadas a sectores estratégicos de la economía permanezcan bajo control estatal. El alcance del proteccionismo será otro punto en disputa, como muestran la proliferación de declaraciones sobre MERCOSUR, que no aclaran exactamente lo que quiere el nuevo gobierno de este esquema de integración regional ni cómo hará para intentar conseguir sus metas.
Brasil y sus vecinos; MERCOSUR
Dos son los temas más debatidos en América Latina, y más especialmente en América del Sur, en relación con el triunfo de Bolsonaro. El primero es cuál será el efecto de la onda expansiva de su apabullante victoria en los países vecinos, comenzando por intentar saber si habrá un efecto contagio. La emergencia de ciertas respuestas xenófobas en algunas capitales y la exigencia de poner en marcha medidas de control de la emigración y de expulsión de irregulares parece dar a entender que sí. Otra cuestión más complicada de que se pueda reproducir automáticamente es si emergerán en la región nuevos liderazgos nacionales amparados en los mismos valores que Bolsonaro (defensa de una agenda valórica anti aborto, anti matrimonio homosexual y reivindicaciones similares, política de mano dura en la lucha contra el crimen y respaldo de las iglesias evangélicas). Se trata de preguntas que de una u otra manera se repiten en prácticamente todos los países de la región.
El segundo tema se vincula a la relación que tendrá el nuevo gobierno con sus vecinos. Lo primero a constatar es que el cambio en los equilibrios regionales que había comenzado a manifestarse en los años anteriores no sólo se mantendrá sino que se acentuará. De este modo la carta de defunción de Unasur, y probablemente de CELAC, ya está más que enviada, aunque estas organizaciones suelen tener prolongadas agonías. Junto a ello, la influencia del ALBA en América Latinav será cada vez más marginal. En unas declaraciones realizadas a comienzos de noviembre, el vicepresidente electo, el general Hamilton Mourão, corroboró esta idea señalando que Unasur es una institución “moribunda” y “prácticamente en quiebra”.
Ahora bien, uno de los temas de mayor interés, tanto en Brasil como fuera, es el futuro de MERCOSUR. Argentina, Paraguay y Uruguay ven con preocupación las decisiones que comiencen a tomarse al respecto en Brasilia, especialmente después de que Paulo Guedes señalara que MERCOSUR no sería prioritario para su país. Las matizaciones posteriores, vinculadas a un MERCOSUR desprovisto de ideología no bastaron para calmar las cosas. ¿Cómo influirán las tendencias aperturistas de la nueva Administración en una organización tan apegada al proteccionismo, especialmente en la época de Rousseff y Cristina Fernández? ¿Se dejará atrás la vieja norma de que las negociaciones comerciales corresponden al MERCOSUR y no a los gobiernos, por otra parte una vieja aspiración uruguaya?
A esto se suma una cuestión adicional relativa a la posible convergencia entre MERCOSUR y la Alianza del Pacífico, un proceso que a la vista de la estrecha relación que intentan tener Bolsonaro y Sebastián Piñera (una “alianza estratégica” en palabras del presidente chileno) podría profundizarse. Aquí, sin embargo, habrá que ver el vínculo que Brasil quiera tener con el México de Andrés Manuel López Obrador, ya que a las tradicionales difíciles relaciones entre los dos países hay que sumar el hecho de que uno y otro mandatario están en las antípodas políticas e ideológicas, aunque al respecto es posible esperar posiciones pragmáticas por parte de ambos.
Un factor añadido relativo al futuro de Mercosur es la relación personal y bilateral que puedan establecer Mauricio Macri y Bolsonaro, a la vista de todo lo que representa el mercado brasileño para la economía argentina y de la importancia de las relaciones argentino-brasileñas para los dos países. Tradicionalmente, el primer viaje que realizaban los presidentes electos brasileños era a Argentina. Sin embargo, Onyx Lorenzoni, el próximo ministro de la Casa Civil (jefe de gabinete), señaló que los primeros desplazamientos oficiosos de Bolsonaro antes de asumir como presidente serían a Chile (dada la relación existente entre los dos países), EEUU e Israel. Finalmente parece que ha habido un cambio de planes, ya que el nuevo mandatario tiene que volver a pasar próximamente por el quirófano (secuela del atentado), lo que limitaría sus movimientos durante un corto tiempo.
Otro tema importante será la relación con Bolivia, al menos mientras Evo Morales esté al frente del gobierno. Hablando de relaciones internacionales, Bolsonaro dijo en una ocasión que se debían primar los intereses nacionales por encima de la ideología. Habrá que ver si aplica el mismo principio con Bolivia, que es su principal proveedor de gas, teniendo en cuenta que en 2019 vence el contrato actualmente vigente. También aquí hay otro punto de conflicto que pasa por el trazado del llamado tren bioceánico que debería unir puertos del Atlántico con otros del Pacífico y que está muy vinculado al proyecto chino del One Belt, One Road (OBOR, en sus siglas en inglés, o “Cinturón y Ruta de la Seda”). Inicialmente había un compromiso brasileño, firmado por Michel Temer, con Uruguay, Paraguay y Bolivia, que ahora Piñera intenta modificar con Bolsonaro. No hay que olvidar que Bolivia se ha incorporado a MERCOSUR y que su ingreso sólo está pendiente de la ratificación de Brasil, algo que en este momento cobra una mayor relevancia.
Hay un último punto en relación con MERCOSUR y es el desenlace de las negociaciones en torno a un Tratado de Asociación con la UE. Si bien hubo avances importantes en unas discusiones que se han eternizado, hay todavía unos cuantos flecos pendientes que impiden cerrar los acuerdos. El fuerte proteccionismo del sector automovilístico, que produce a costes más elevados que la media internacional, ha sido un fuerte obstáculo en la negociación con la UE. Es de notar que las presiones para extender la protección durante un largo período transitorio ya han alcanzado a Bolsonaro. En relación a la conclusión del Acuerdo hay una última, aunque tenue, esperanza puesta en la próxima Cumbre del G-20 que se celebrará en Buenos Aires el 30 de diciembre. En caso de que el Tratado no se cierre, el tiempo corre en contra, comenzando por la celebración de las próximas elecciones al Parlamento Europeo y la designación de nuevas autoridades en Bruselas. A esto se suma el compás de espera que puede suponer el desembarco de la nueva Administración.
Venezuela
Las especulaciones en torno a la posición de Brasil respecto a Venezuela son muchas, comenzando por ciertas declaraciones que preanunciaban una posible invasión militar brasileña para derrocar al régimen chavista. Esta posibilidad se vinculaba igualmente a la llegada de miles de inmigrantes venezolanos a Brasil y los disturbios que habían tenido lugar en algunas ciudades y pueblos fronterizos.
A mediados de octubre el diputado Luiz Philippe de Orleans, perteneciente al Partido Social Liberal (PSL) –el mismo que Bolsonaro– y una de las personas que suena para liderar Itamaraty, planteó la posibilidad de una intervención militar en Venezuela. En esa ocasión apuntó que: “Hay una dictadura vecina y no estamos haciendo absolutamente nada políticamente, no nos estamos posicionando en contra… tenemos que actuar con principios, no podemos tolerar una dictadura en América Latina, no cierro la puerta a la intervención militar”. Pese a ello aclaró que la opción militar no implicaría necesariamente una invasión, ya que en sintonía con lo expresado por Trump podría contemplar ofrecer apoyo logístico y fondos a la oposición venezolana.
Sin embargo, al día siguiente de su elección Bolsonaro descartó totalmente cualquier posibilidad de intervención militar y apostó por una salida pacífica para resolver la crisis de su vecino, a pesar de las “graves dificultades” causadas por la “dictadura” de Nicolás Maduro. Unas jornadas más tarde, el general Mourão, futuro vicepresidente, señaló que Brasil no debería optar por aplicar sanciones comerciales sino por ejercer una mayor “presión diplomática”. Una posible salida del nuevo Itamaraty respecto al actual impasse sería romper las relaciones diplomáticas con Venezuela, una decisión que sería muy perjudicial para los intereses de Maduro. Sin embargo, y dada la cuantiosa deuda que tiene el gobierno de Caracas con Brasil, está cuestión podría ser evaluada con mayor cuidado antes de impulsar una medida tan contundente.
En este punto concreto hay otras cuestiones a profundizar, como la pertenencia de Brasil al Grupo de Lima y una posible coordinación con EEUU. Respecto al Grupo de Limav, lo más posible es que Brasil permanezca en él y que intente formar un núcleo duro con los países más opuestos al régimen de Maduro y con los que puede encontrar mayor sintonía política. Sin embargo, no a todos los gobiernos les convendrá verse asociados a un discurso tan confrontacional contra el chavismo, a tenor de lo que expresan sus opiniones públicas.
El gobierno de Trump está interesado en ampliar sus apoyos para aumentar la presión, incluso la militar, contra Venezuela, para lo cual ha hecho algunos guiños a ciertos gobiernos latinoamericanos, como los de Colombia, Chile y Argentina, a los que ahora incorpora a Brasil. Otra opción que maneja la Administración Trump es apoyar a militares rebeldes con la intención de propiciar un levantamiento interior que termine debilitando al régimen. Si bien hubo contactos con altos funcionarios en Washington, hasta ahora no ha habido resultados concretos dada la resistencia del régimen. Por su parte, el secretario general de la OEA, Luis Almagro, cree que un Plan Venezuela contra el narcotráfico sería la estrategia más efectiva para debilitar al chavismo. Se trataría de una iniciativa que podría ser bien recibida por la nueva Administración brasileña.
La relación con EEUU, China y otros actores internacionales
En lo que respecta a EEUU, se han vistos mensajes cruzados de ambos gobiernos que muestran el interés en profundizar un mutuo acercamiento con el fin de poder desarrollar a medio plazo iniciativas regionales conjuntas. Al respecto no se trataría únicamente de incidir sobre Venezuela, sino también sobre Cuba y Nicaragua. En un reciente discurso en Miami, el consejero de Seguridad Nacional de Trump, John Bolton, llamó a estos tres países “la troika de la tiranía”. Para comenzar, está en peligro el futuro del programa cubano Mais médicos (“Más médicos”) que sostiene la atención primaria, aunque también podría estar en juego la profundidad de la relación con Cuba. Sobre el primero, Bolsonaro cree que está financiando la “dictadura cubana” y se preguntó “¿Qué negocios podemos hacer con Cuba?, ¿estamos hablando de derechos humanos?”, y agregó sobre la segunda, “¿Podemos mantener relaciones [diplomáticas] con un país que trata a sus ciudadanos de tal [mala] manera?”.
Durante la campaña, Bolsonaro señaló en varias oportunidades que “Trump quiere que Estados Unidos sea grande. Yo también quiero un Brasil grande”. En sintonía con estas afirmaciones también se ha mostrado dispuesto a seguir los pasos de EEUU en relación con Israel y con la determinación de Washington de establecer su embajada en Jerusalén: “Si ustedes deciden cuál es tu capital, nosotros tenemos que actuar en consecuencia”. También criticó el emplazamiento de la embajada de Palestina (ubicada muy cerca del palacio presidencial) y sugirió la posibilidad de rebajar el reconocimiento diplomático de que goza desde 2010: “Palestina necesita ser un Estado para poder tener derecho a contar con una embajada”.
Si bien la convicción del presidente electo es firme, ya han surgido numerosas voces alertando acerca de cómo semejantes medidas podrían influir en las relaciones con los países árabes y en un importante perjuicio para los intereses brasileños. Durante los gobiernos del PT se trató de mantener un vínculo por el que se apostaba fuertemente, a tal punto que Brasil fue el gran impulsor de las Cumbres América del Sur-Países Árabes (ASPA), de las que ya se han celebrado cuatro ediciones. No sólo eso, los países árabes son el segundo mercado para las ventas brasileñas de productos cárnicos. En 2017 el total de exportaciones con ese destino sumó 13.500 millones de dólares, lo que implicó un superávit comercial de más de 7.000 millones de dólares para Brasil. Algunos de los principales fondos soberanos árabes tenían pensado invertir en diversas infraestructuras, un proyecto que podría frustrarse de prosperar el traslado de la embajada. Otra área que podría ver rebajada la presencia brasileña es el Norte de África, lo que abriría importantes opciones a países y empresas competidoras.
En relación con China, Bolsonaro insistió en que ésta no compraba productos brasileños en la misma proporción que exportaba, y que en realidad lo que estaban haciendo los chinos era comprar el propio Brasil. En la misma línea dijo que China era un “predador que quiere dominar sectores cruciales de [su] economía” y que por eso los chinos no deberían ser autorizados a comprar tierras o a controlar industrias estratégicas en su país. Para complicar las cosas, en febrero de 2018 Bolsonaro visitó Taiwán, lo que provocó una airada respuesta de Pekín, que consideró la visita como “una afrenta a la soberanía y la integridad territorial de China”.
Esto explica el tono especialmente duro y amenazante de una editorial del periódico oficioso chino Global Times, vinculado al Diario del Pueblo del Partido Comunista Chino (PCCh). El título de la nota se interrogaba si: “¿Revertirá el nuevo Gobierno brasileño la política de China?”. El editorial comienza calificando a Bolsonaro como un “Trump tropical” y recordando sus acusaciones contra China durante la campaña. Sin embargo, recoge el hecho de que poco antes de la segunda vuelta comenzó a cambiar el tono de su discurso y manifestó que “Vamos a hacer negocios con todos los países y China es un socio excepcional”. Por eso concluye que resultaría “impensable” que Bolsonaro decida reemplazar los intercambios Brasil-China por los de Brasil-EEUU y que “China nunca interfiere en los asuntos internos de Brasil”.
Posteriormente, el editorial endurece el tono, aludiendo a la visita a Taiwán y recuerda que si Bolsonaro “sigue haciendo caso omiso del principio básico sobre Taiwán después de asumir el cargo, tendrá un coste aparentemente muy alto para Brasil”. Finalmente remacha: “Muchos observadores tienden a creer que Bolsonaro, que nunca ha visitado China continental, no sabe lo suficiente sobre el poder oriental. Pekín debe prestar atención a que atacó a China durante la campaña y creía que una postura hostil hacia el mayor socio comercial de Brasil lo ayudaría a ser elegido”.
Ante estas consideraciones provenientes de un medio muy próximo a la máxima instancia del poder chino, cabe preguntarse cuál será la reacción de Bolsonaro y qué relación querrá tener con una contraparte con la que Brasil hasta ahora tiene una “asociación estratégica integral”. No sólo eso, China –con quien mantiene un superávit de 20.000 millones de dólares– es su principal socio comercial. El presidente electo está muy preocupado por el expansionismo chino en su país, como atestigua su creciente dependencia financiera. Brasil es el segundo deudor regional de China después de Venezuela. Entre 2005 y 2017 recibió 12 préstamos chinos por un valor de 42.100 millones de dólares. Esto ha permitido que el Banco Industrial y Comercial de China (ICBC), el Banco de China, el Banco de Construcción de China y el Banco de Comunicaciones de China, entre otros, hayan abierto sucursales en Brasil.
La inversión directa (IED) china en Brasil acumula un stock superior a los 40.000 millones de dólares en sectores como el energético, agrícola-ganadero, telecomunicaciones, fabricación de equipos y minería. En 2016, en lo que respecta a este último sector, la empresa China Molybdenum compró por 1.700 millones de dólares una mina de niobio (utilizado para producir acero para empresas aeroespaciales y del sector del automóvil). Bolsonaro, como muchos de los militares desarrollistas que lo apoyan, cree que determinadas empresas estratégicas deberían permanecer bajo control brasileño. En el caso concreto del niobio, Brasil domina el 85% del mercado mundial.
En una situación de frágil crecimiento económico, la dependencia de las exportaciones a China y del flujo de capitales que recibe en forma de IED y de préstamos es enorme. Esto aumenta la debilidad del nuevo gobierno frente a las pretensiones chinas de no perder las posiciones conquistadas en Brasil. En caso de un acercamiento a Taiwán o de una política de mayor sintonía con la Administración Trump en su enfrentamiento con la República Popular, la respuesta de Pekín podría ser muy dura y contundente. Aquí cobra valor aquello de que Bolsonaro no es Trump ni Brasil EEUU. ¿Hasta dónde llegará Bolsonaro en su pugna con China? ¿Primarán los intereses o la ideología, en contra de lo afirmado por Guedes?
Finalmente, ¿cómo evolucionará la relación con la UE en general y con España en particular? Lo primero que habría que señalar es que Bolsonaro durante la campaña prácticamente no se ha manifestado sobre ninguna de los dos. Es más, ni la UE ni España suponen puntos en conflicto con Brasil ni tampoco con su futura agenda gubernamental. Desde la perspectiva europea el máximo interés pasa por el desenlace de las negociaciones del Tratado de Asociación con MERCOSUR. También es motivo de preocupación las posibles alianzas que pueda establecer Bolsonaro con líderes u opciones populistas xenófobos.
Es poco probable que haya variaciones en la relación bilateral hispano-brasileña. El embajador de España en Brasilia, Fernando García Casas, ya tuvo una entrevista con el presidente electo, que el propio Bolsonaro describió en términos muy elogiosos. Y si desde la perspectiva diplomática es poco probable que haya cambios, excepto si se producen serios avances en contra de la democracia brasileña, estos son menos probables desde la perspectiva empresarial. El clima pro-mercado impulsado por Guedes también es favorable para las empresas españolas.
Conclusiones
De todos modos, y en una manera similar a lo que ocurrió con Trump tras su llegada a la Casa Blanca, después del desconcierto inicial y del shock que supuso la victoria de Bolsonaro, tanto los gobiernos como los políticos regionales se están adaptando a la nueva situación. No en vano Brasil es la mayor economía latinoamericana y todos quieren tener buenas relaciones con el gigante sudamericano, más allá de que a Brasilia nunca le haya seducido demasiado la idea de ser una potencia regional.
Lula, por ejemplo, aspiraba a situar a su país compitiendo en las grandes ligas, como prueba su apuesta por los BRICS o la fallida mediación, junto a Turquía, en el conflicto iraní y en el empeño de Teherán de fabricar armamento atómico. En este sentido, habrá que ver cuáles son las aspiraciones al respecto del nuevo gobierno. Si se consolida lo que se ha denominado “alianza estratégica” con Chile, es posible que Brasilia apueste por asumir un papel más activo en la región.
MERCOSUR es un caso muy especial. Después del desconcierto inicial tras las palabras de Paulo Guedes, crece el consenso entre los socios (Argentina, Paraguay y Uruguay) de que el bloque regional no desaparecerá, aunque sí será sometido a profundas revisiones. Es más, algunas de ellas ya habían sido solicitadas antes del triunfo de Bolsonaro, como hizo Uruguay ante la posibilidad de poder negociar tratados comerciales de forma bilateral.
Respecto a otros actores extrarregionales, parece evidente un mayor acercamiento a EEUU, aunque aquí también habrá que ver como juegan los cuantiosos intereses brasileños. Demasiada proximidad respecto a Donald Trump les podría hacer perder posiciones en otros países, regiones y mercados. Y si los países árabes son un claro ejemplo, el caso de China es emblemático. La presencia china se ha incrementado considerablemente en los años de Lula y Rousseff y habrá que ver si Bolsonaro quiere aumentarla o mantenerla o, por el contrario, se suma a las voces que ya comienzan a hablar de la necesidad de una mayor contención del expansionismo chino. Sólo el ejercicio del poder por parte de Bolsonaro, a partir del 1 de enero de 2019, permitirá comenzar a despejar tantos interrogantes.
Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina, Real Instituto Elcano | @CarlosMalamud