Ver también versión en inglés: Putin after Putin
Tema
¿Cuáles han sido las claves de la victoria de Vladimir Putin en las elecciones presidenciales celebradas el pasado 18 de marzo? ¿Puede esto suponer un cambio en el actual sistema político ruso?
Resumen
Este análisis es complementario a dos anteriores sobre el putinismo y sobre las relaciones entre Rusia y la UE, por lo que se centrará en algunas claves de la victoria de Putin y en la cuestión de cuáles serían los principales aspectos de su nuevo mandato. La victoria de Putin no supone un cambio del paisaje político de Rusia, sino la continuidad del putinismo. Pero para que todo siga igual, tiene que cambiar la economía del país.
Análisis
Con su victoria en las elecciones presidenciales de Rusia, Vladimir Putin ha logrado su principal objetivo: sucederse a sí mismo en el poder. Su triunfo ha sido histórico: ha vencido en la primera vuelta con el 76,6% de los votos sobre una participación del 67,4% del censo. A los ciudadanos se les ofrecía el aliciente de regalos y fiestas en los lugares de votación para remediar la prevista abstención alta, reflejo de la apatía política de los rusos. A pesar de las denuncias de ilegalidades por observadores extranjeros (el grupo independiente de supervisión electoral Golos informó sobre cientos de irregularidades, entre ellas, papeletas encontradas en algunas urnas antes de que se abrieran los colegios, prohibiciones a observadores de acceder a algunas mesas electorales, sospechosos transportes en autobús a grupos de votantes y obstrucción a cámaras web en los colegios electorales por globos y otros medios) y a la valoración de la OSCE de que no hubo competencia real en los comicios, el Kremlin percibe los resultados como un fuerte respaldo a las políticas del presidente Vladimir Putin.
Claves y estrategias de una victoria anunciada
La victoria de Putin se ha debido a varios factores. Su estrategia electoral ha consistido en organizar unas elecciones presidenciales a su medida, con abierto y explícito desdén hacia los otros siete candidatos, alardeando “del trabajo hecho” y desviando la atención de la opinión pública desde los problemas económicos del país hacia el caso de envenenamiento del doble espía Serguei Skripal en el Reino Unido y las supuestas falsas acusaciones al Kremlin, que no serían sino una manifestación del odio de Occidente a Rusia. Entre los factores más importantes que han influido en los resultados electorales se cuentan: la ausencia de una oposición política sólida capaz de ofrecer una alternativa solvente al poder autocrático; la exclusión de la discrepancia (el Kremlin decide quién puede participar en las elecciones, reduciendo drásticamente la competitividad política); la ausencia de libertad de expresión en los medios de comunicación; el hecho de que el presidente ruso se presentara como candidato independiente para distanciarse de las acusaciones de corrupción contra el Partido Rusia Unida; el logro, auspiciado desde el poder, de un consenso negativo de las elites y la población contra los valores occidentales; la recuperación del estatus de Rusia como gran potencia, lo que ha implicado la confrontación con Occidente, la anexión de Crimea y las guerras de Ucrania y Siria; y el hecho de que no exista una masa crítica en Rusia partidaria de cambios profundos. Además, durante los últimos 18 años en los que Putin ha estado en el poder (tres veces como presidente del gobierno y una como primer ministro), se ha restaurado el Estado centralizado, reconciliando las tradiciones de dos imperios perdidos, el zarista y el comunista, con el apoyo de la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Las claves
La clave principal de la victoria de Putin es la convicción mayoritaria de que el presidente ha devuelto a Rusia el estatuto de gran potencia y de que la mayoría de los rusos no quiere cambios profundos.
Según los datos de un sondeo de opinión realizado por el prestigioso Centro Levada en noviembre de 2017, el 82% de los encuestados cree que Rusia debería ostentar en el futuro la condición de gran potencia, mientras que sólo el 13% sostiene que este papel no le corresponde. El 72% considera que la Rusia contemporánea es ya una gran potencia (en 1999 sólo lo creía un 31% y en 2011 un 47%). Este orgullo patriótico se debe a la creencia en que la restauración del Estado ruso se ha debido a que la política exterior de Putin ha sido acertada en su defensa del interés nacional. Prueba de ello son la anexión de Crimea, el bloqueo de la ampliación de la OTAN en los países post soviéticos, el éxito militar y político en Siria y Oriente Medio y la confrontación con Occidente, en especial con EEUU. A despecho de los deseos de los occidentales, en Rusia no existe una masa crítica que demande un cambio radical, como lo demuestra otra encuesta del centro Levada (menos de la mitad de los encuestados, el 42%, sostiene que sea necesario).
La ausencia de competitividad política no es un factor baladí. De hecho, es la principal característica de unas elecciones libres y democráticas. Alexey Navalni, a quien los analistas definen como “el único opositor serio a Putin”, no ha podido presentarse debido al veto de la Comisión Electoral, por haber sido acusado de malversaciones. Es improbable que en estas condiciones Navalni pudiera hacer sombra a Putin, pero lo cierto es que está construyendo un networking horizontalpor Internet para denunciar los casos de corrupción en el círculo del presidente. Así y todo, su llamamiento al boicot ha tenido poco eco, lo que prueba que, por ahora, cuenta con apoyos en los grandes centros urbanos, pero no en la Rusia rural y asiática.
Las estrategias
La principal estrategia de Vladimir Putin ha sido la de conectar con el mito de la “Rusia eterna” (Rusia conquistada por los enemigos y salvada por los grandes líderes) desde su posición de presidente de la Federación Rusa.
Putin no ha participado en ningún debate público con los otros candidatos, pero ha dirigido la campaña electoral desde su posición de presidente: ha elegido la fecha de las elecciones –el cuarto aniversario de la anexión de Crimea (llamada “reunificación” en Rusia)–, ha cambiado la fecha de su tradicional discurso sobre el estado de la Nación (no se celebró en diciembre como cada año, sino el 1 de marzo para integrarlo en la campaña electoral), ha inundado el país con carteles con su imagen y las televisiones financiadas por el Kremlin han emitido sin cesar documentales sobre la personalidad de Vladimir Putin, su vínculo con los veteranos de la Segunda Guerra Mundial y su acercamiento a la Iglesia Ortodoxa Rusa.
Entre los carteles electorales destacan especialmente dos: el primero con el lema de la campaña –Silniy president, silnaya Rossia (“presidente fuerte, Rusia fuerte”)– superpuesto a su propia imagen, identificando así al presidente con el patriotismo, y sugiriendo que sólo un dirigente como Putin puede proteger a Rusia de sus numerosos enemigos; y el segundo con Putin y un oso haciéndose guiños mutuos de complicidad. El oso es el símbolo de Rusia (como el gallo lo es de Francia). El oso destaca por su fuerza, pero también por un mito antiguo muy conocido entre los rusos: habría sido antes un hombre al que otros hombres no recibieron amablemente, ofreciéndole el pan y la sal de la bienvenida. Desde entonces, el oso está enfurruñado y se muestra agresivo con los hombres, aunque no suele ser el primero en atacar. Todo un mensaje para los enemigos de Rusia: si no se les trata amablemente, los rusos responderán como osos enfurecidos.
Desde su llegada al poder Vladimir Putin se ha presentado como el “salvador” de su pueblo en un doble sentido: como restaurador del Estado centralizado tras el fracaso de la transición a la democracia en los años 90, y como sanador taumatúrgico mediante su alianza con la Iglesia Ortodoxa, de los tres traumas sufridos por el país en el siglo XX, es decir, de la Revolución (1917) –que supuso la pérdida del Imperio zarista–, de la desintegración de la Unión Soviética (1991) –que acarreó la pérdida del Imperio comunista “interior” (soviético) y “exterior” (países satélites del Pacto de Varsovia)– y del colapso del Estado ruso en 1998.
Durante sus campañas electorales de 2000, 2004 y 2012 como candidato del partido Rusia Unida, Putin prometía la “dictadura de la ley”, la “liquidación de la clase de los oligarcas”, la recuperación del orden y la seguridad destruidos en el caos de los años 90 y la reconstrucción del Estado centralizado, porque, según declaró durante su toma de posesión como presidente en abril de 2000, “Rusia fue fundada como un Estado supercentralizado. Esto es inherente a nuestro código genético, a nuestras tradiciones y a la mentalidad de nuestra gente”. Durante estas campañas la imagen de Putin se ajustaba a la del macho alfa que sobrevolaba el frente de Chechenia en un helicóptero militar, buceaba en el Mar Negro para rescatar ánforas del siglo V antes de Cristo, guiaba bandadas de grullas pilotando una avioneta ligera, montaba a caballo con el torso desnudo, acariciaba cachorros de tigre siberiano, jugaba el hockey sobre hielo y tumbaba a todos sus rivales en judo.
La campaña de las elecciones presidenciales de 2018 ha reflejado una nueva faceta de Putin. Las televisiones patrocinadas por el Kremlin han emitido diversos documentales sobre la “vida religiosa” del presidente, entre los que destaca uno sobre la visita de Putin al monasterio de Vaalam, el Athos ruso, en una isla del lago Ladoga (Karelia), donde se sumergió en agua helada para llevar a cabo un rito de Epifanía. Vaalam, “espejo de Rusia” según el documental, fue destruido durante la Segunda Guerra Mundial y restaurado gracias a la ayuda del presidente. Como “salvador” religioso pretende reconciliar dos legados, la condición de gran potencia de la antigua URSS y la tradición imperial ortodoxa del zarismo, conectando así con el mito de la “Rusia eterna” conquistada por los mongoles, por Napoleón y por Hitler pero liberada y restaurada por Iván III, Alejandro II y Stalin, y, antes que ellos, por Alejandro Nevski, santo, guerrero y salvador del reino ruso de Kiev contra suecos y alemanes, el modelo que mejor se aviene con el nuevo avatar de Putin.
Putin después de Putin
Es obvio que la victoria de Putin no supone un cambio radical del paisaje político de Rusia, sino la continuidad del putinismo. Según dicta la Constitución rusa, este debería ser su último mandato.
Pero, como ya ocurrió anteriormente (entre 2008 y 2012), Putin podrá ejercer el poder como primer ministro sin reformar la constitución. Por tanto, durante los próximos seis años, no parece que el Kremlin se plantee la cuestión de la sucesión. La clase política no tiene intención de renunciar a una autocracia híbrida por un sistema más flexible, democrático y orientado al mercado. El principal objetivo post electoral del Kremlin es consolidar la unidad del pueblo ruso en torno a su líder e introducir en el gobierno tecnócratas leales, para demostrar que no sólo los amigos del presidente pueden ser sus colaboradores. El resultado de las elecciones constituye un fuerte respaldo a las políticas del Kremlin, por lo que el régimen ruso seguirá siendo autocrático y nacionalista, y utilizará los triunfos militares, la agresiva política exterior y el sentimiento antioccidental de la población rusa como sus principales activos. Pero, para que en los próximos seis años todo siga igual, el Kremlin deberá afrontar algunas reformas económicas sustanciales.
Todas las reformas económicas prometidas por Vladimir Putin en el discurso del estado de la Nación tienen dos objetivos principales: (1) “preservar la soberanía nacional”; y (2) fomentar el crecimiento económico.
Desde 2015 el Kremlin define, con lenguaje militar, que el principal objetivo de cualquier reforma debe ser garantizar la independencia económica necesaria para “preservar la soberanía nacional”, a través de la defensa contra las amenazas internas (debilidad económica) y externas (vulnerabilidad frente a la influencia extranjera), fomentando así el crecimiento económico.
Para garantizar la independencia económica, el gobierno ha legislado la creación de un mecanismo para poder corregir los Presupuestos del Estado ajustándose al precio del barril del petróleo. Los Presupuestos para 2017-2019 cuentan con un precio del petróleo de 40 dólares por barril (actualmente ronda los 60 dólares).
En orden a “preservar la soberanía nacional en el ámbito económico”, el gobierno dio un primer paso a raíz de la imposición de sanciones económicas por Occidente en 2014, creando la Comisión gubernamental de sustitución de importaciones. El Programa pretende reducir la dependencia de Rusia respecto a la tecnología extranjera, apoyándose en la producción doméstica. En 2015 se presentaron 570 proyectos de inversión en proyectos para sustituir las importaciones en 19 sectores diferentes.
En septiembre de 2017 se presentó a la Duma el borrador de la Ley sobre la Importación, que propone que todas las compañías estatales busquen la aprobación del gobierno para la compra de aviones, helicópteros y barcos extranjeros. La tarea supone un esfuerzo titánico, ya que el 90% del hardware empleado en Rusia y el 70% del software son importados. La estrategia gubernamental reduce la competitividad (sin la presencia de las empresas extranjeras) y frena la innovación. El proteccionismo se presenta de este modo como el principal instrumento para combatir la “influencia extranjera”.
La búsqueda de una nueva estrategia para fomentar el crecimiento económico se ha llevado a cabo como un concurso entre los borradores de tres instituciones a las que el Kremlin encargó elaborar un documento sobre la Estrategia de seguridad económica de la Federación rusa hasta 2030: el Ministerio de Desarrollo Económico (MED), dirigido por el ministro Maxim Oreshkin; el Stolypin Club (SC), dirigido por Boris Titov; y el Centro de Investigación Estratégica (CSR), cuyo máximo responsable es el ex ministro de finanzas Alexsei Kudrin. Ninguno de los borradores ha sido hecho público, pero la prensa rusa, así como los artículos de algunos miembros de los equipos respectivos, desvela que se trata de tres visiones bastante diferentes. En un estudio publicado por ISPI, Philip Hanson ofrece detalladamente las características de las tres propuestas.1
El escenario “objetivo” del MED incluye en su propuesta una defensa ritual de la mejora de las condiciones para el emprendimiento y un alivio moderado de la austeridad fiscal para fomentar las inversiones. En una versión anterior proponía frenar el crecimiento de los salarios reales para impulsar la empresa, pero en la nueva redacción dicha propuesta se ha suprimido.
El núcleo del plan del SC es la habitual exigencia de mejora de las condiciones de la inversión empresarial y el estímulo fiscal y monetario a través del mantenimiento del déficit del gobierno en el 3% del PIB (suficientemente modesto para los estándares occidentales, pero impactante para el Ministerio de Finanzas de Rusia, según los expertos), contención que sería financiada por préstamos extranjeros y por una emisión monetaria de 10.500 millones de rublos. Este plan incluye además la reestructuración de la deuda de la pequeña y mediana empresa. Los críticos de estas propuestas argumentan que quizá podrían aumentar a corto plazo la producción y el crecimiento, pero a medio y largo plazo traerían inevitablemente la inflación.
Las propuestas del CSR se basan en la restricción fiscal y en una liberalización de la economía. Implicarían un aumento de la inversión estatal en salud y educación, pero también la disminución gradual de las partidas del presupuesto para “usos improductivos” (la expresión es de Kudrin), a saber, el gasto en las instituciones militares y en los silovki (que pasaría de un 3,1% a un 2,8% del PIB en 2018, disminuyéndose progresivamente hasta un 1,8% en lugar del 2,3% en 2024), así como una elevación paulatina de la edad de jubilación, la privatización de los bancos y empresas estatales, recortes en la administración del Estado, medidas para facilitar los negocios y reformas jurídicas para ampliar la independencia de los tribunales. El plan económico de Kudrin, sin duda el más liberal, equivaldría a una remodelación no sólo de la economía sino del sistema político en su conjunto, por lo que tiene muy poca probabilidad de ser aceptado por Putin, aunque el presidente ha prometido que disminuirá el gasto militar “sin descuidar la defensa del país”.
Conclusión
La supervivencia del putinismo depende de la continuidad de la confrontación con Occidente en la política exterior, de la capacidad de controlar la oposición política y la sociedad civil y de unas sustanciales reformas estructurales de la economía. Vladimir Putin ha aprendido del fracaso de Gorbachov –uno no debe abordar reformas que amenacen su propio poder, por muy beneficiosas que sean para Rusia–, por lo que lo más probable es que el putinismo se convierta en un régimen que agonice durante muchos años sin cambios radicales.
Mira Milosevich-Juaristi
Investigadora principal, Real Instituto Elcano | @MiraMilosevich1
1 Philip Hanson (2018), “Russia’s quest for economic independence”, en Russia 2018. Predictable Elections, Uncertain Future, ISPI, pp. 95-117.