No es ningún secreto que España está en periodo electoral. Es más, es una evidencia. Y los agentes políticos en campaña tienden, tendemos, a enfrascarnos en un festival de propuestas, promesas, apuestas y demás aventuras que estarán de acuerdo conmigo no tienen nada de estratégicas. En este sentido, que una institución que dedica sus esfuerzos a los estudios estratégicos en materia de relaciones internacionales, como es el Real Instituto Elcano nos proponga a las diferentes fuerzas políticas que hagamos una presentación de nuestro programa en el ámbito de las relaciones internacionales tiene su interés y, para algunos además, deberá suponer un gran reto, acostumbrados como están a la sal gorda, la promesa fácil y el juego táctico a cuatro semanas y media de la cita electoral.
Si me permiten la licencia, para nosotros, para la gente de Convergencia i Unió y para su candidato, sin dejar de ser un reto es un placer presentarles hoy nuestro programa de relaciones internacionales y, sobretodo, las líneas gruesas, las líneas rojas de lo que entendemos debe ser la política exterior española a medio y largo plazo. Es por ello que no esperen de este candidato propuestas concretas en exceso, y si espero que aprecien una voluntad cierta de definición de una línea de acción exterior con vocación de ser común para las principales fuerzas políticas españolas.
Recuerdo un artículo en el diario El País que empezaba con las mismas palabras que voy a empezar esta segunda parte. Partiendo de la cita de Benjamín Disraeli, que sostenía que “un país no tiene amigos ni enemigos permanentes, sino intereses permanentes”, a partir de esta expresión, de esta convección que para mí es la máxima de la política exterior, se pueden desarrollar los conceptos básicos de lo que a nuestro entender debería ser –por lo tanto, visión idealista- para confrontarlo luego con la realidad –por lo tanto, la visión positiva, práctica de la política exterior-.
Si la política exterior, en nuestro caso la española, debe basarse en los intereses y no en otras consideraciones y si, además, es necesario para una política exterior fuerte que ésta esté definida desde el consenso y no desde el disenso, se convendrá en que la política exterior de cualquier país, en consecuencia, no puede ser en ningún caso ideológica. O, para matizarlo, la ideología puede influir, de hecho influye, en la política exterior de un país, pero no puede definirla, pues ello iría tanto en contra del consenso como de la necesidad de basar la política exterior en la estricta defensa de intereses.
Concretando los intereses del país no tienen ideología, y no se puede llegar al consenso partiendo de premisas ideológicas.
En la primera parte dedico buena parte de la intervención a hablar de lo que ha sido el pasado, no es costumbre al presentar un programa hablar del pasado, pero ha sido tan importante el pasado en los últimos años que vale la pena recrearme un poco, porque creo que recreándome un poco en el pasado también estoy explicando cuál es mi posición al respecto. En consecuencia, es imprescindible definir entre todos, pero en cualquier caso entre los grandes partidos del Estado español, y entre ellos cuenta la federación de Convergència i Unió, cuales son los intereses de España, y a partir de aquí establecer las estrategias y definir las políticas para cumplir con dichos objetivos. Y es imprescindible porque lo es que la política exterior quede al abrigo de la confrontación política y de los vaivenes del péndulo electoral.
En primer lugar, porque una política exterior creíble siempre es a medio y largo plazo. No hay política exterior creíble que sea a corto plazo. En segundo lugar, porque si la política exterior consiste en la defensa de los intereses de uno, las relaciones que se establecerán con terceros países deberán basarse sobretodo en elementos de confianza, y una política exterior de disenso está condenada a generar desconfianza en nuestros potenciales socios, que difícilmente podrán saber si vamos o volvemos, y en los últimos años algo de esto ha habido.
Lo decía Andrés Ortega, Presidente de El País, en un artículo reciente en el que plantea, a mi juicio muy acertadamente, los grandes objetivos en política exterior para el próximo presidente del Gobierno son: “busque el consenso, pero no se obsesione con él. (…) Un país mediano no puede permitirse proponer iniciativas y luego abandonarlas. Construya sobre lo ya conseguido. Acumule”. Ortega pide consenso pero, obviamente, prioriza una política exterior clara a un consenso que nos lleve a una política exterior dubitativa. Y menciona un detalle para nosotros capital: “construya sobre lo ya conseguido”. Yo añadiría a la expresión de Ortega, “lo haya conseguido quien lo haya conseguido”. Es importante el matiz, en política exterior, y en política en general, “lo haya conseguido quien lo haya conseguido”.
Necesaria, pues, la definición de los intereses. ¿Y cuáles podrían ser dichos intereses? Siendo esquemático hablaré de seis de ellos:
– una política exterior española integrada en una política exterior común de la Unión Europea;
– una política exterior española que tenga el peso político que le corresponde en la definición de las líneas básicas de la PESC
– una política exterior que sitúe a España, políticamente, en un nivel similar / equivalente a su peso económico mundial. Hoy España no tiene el peso en política exterior equivalente a su peso económico mundial
– una política exterior española que lidere, en el marco y fuera del marco de la Unión Europea, el Mediterráneo
– una política exterior española que mantenga ante los pueblos iberoamericanos la posición que siempre ha tenido, sabiendo combinar dicha posición con los nuevos e importantes intereses españoles en la región
– Una política de buena vecindad con Marruecos, Portugal y Francia
¿Qué implica todo ello?
Ser proactivo en nuestras relaciones en el interior de la Unión Europea. No basta con “haber vuelto a Europa”, ni basta tampoco con actuar con la defensa de los intereses españoles como única bandera. Evidentemente que en la Unión Europea el primer deber de quien gobierna un Estado es el defender los intereses de ese Estado. Lo hacen todos. Sin embargo desde Convergencia i Unió entendemos que hay un matiz importante que hemos explicitado siempre que se nos ha dado ocasión, y hoy no va a hacer de ello una excepción.
Una cosa es sentarse en el Consejo de Ministros o en el Consejo Europeo a defender los intereses españoles, y punto. Y otra bien distinta, intentar defender los intereses españoles defendiendo a su vez consensos más amplios en el seno de la Unión Europea, defendiendo, por ende, más Unión Europea. Los intereses españoles desde hace años pasan por los intereses europeos. Defender Europa es defender España, defendiendo España al margen de Europa, ni es defender España, ni es defender Europa, y no es acertado en la política europea.
Un ejemplo con el que debería bastar. A mediados de los 80 entró en la CEE el Estado español y el primer ministro de entonces, presidente de Gobierno, entendió rápidamente lo que se estaba contando. Y España y los países más pobres de la Unión Europea a 15 Estados miembros se beneficiaron de un “invento”, entre comillas, de Felipe González, con el que convenció a Helmut Kohl, factor principal, y François Mitterrand, pero especialmente a Kohl de la bondad de derivar millones de euros hacia aquellas regiones europeas más retrasadas. Nacía entonces la llamada política regional europea, que ha facilitado el enganche con la Europa central y continental de economías como la española, la portuguesa, la griega o la irlandesa, que por aquél entonces estaban muy alejadas de las economías centroeuropeas y, en especial, de la alemana.
Con todo ello quiero decir que España debe tener el papel que tuvo Felipe González, que “inventó”, entre comillas, un instrumento europeo que permitió que la economía española creciera muy por encima de la media y alcanzara, progresivamente, a las principales economías europeas. Si González se hubiera limitado a intentar conseguir pequeñas ayudas para España, sin pensar en global, sin pensar en el conjunto de la Unión Europea, difícilmente se hubieran conseguido los objetivos que se han conseguido. No quiero que olviden ustedes que junto a Felipe González y a esa política socialista de la época estuvo no simplemente al lado, sino a veces impulsando CiU las actitudes de la política europea española.
Un segundo punto: liderar el Mediterráneo es ser percibido como un actor importante por Marruecos y por Israel, por Egipto y por Siria, por Turquía, también por Chipre y Grecia. Por lo tanto, no es un objetivo menor. Requiere planificación a medio y largo plazo, requiere recuperar el equilibrio que antaño tuvimos, y que entre las fotografías de las Azores y las fotografías del presidente Rodríguez Zapatero con la ‘Kufiya’ (pañuelo palestino) nos hemos dejado por el camino.
Un par de comentarios sobre la Política Exterior y de Seguridad Común de la Unión Europea, en relación con la definición de una PESC fuerte y claramente percibida por la ciudadanía europea y por el mundo, y en relación también con un Estado español que tenga su papel, importante, en dicha definición.
Antes defendía la necesidad de que España consiga el peso político que se corresponde a su peso económico en el concierto mundial. Lo mismo vale, exactamente lo mismo, para la Unión Europea, tantas veces definida como un gigante económico pero un enano político.
Este crecimiento político de la Unión Europea en materia de política exterior, que en la medida que se realice va a ayudar además a los propios ciudadanos europeos a visualizar la Unión Europea puertas adentro y, en consecuencia, va a ayudar también al fortalecimiento político integral de la Unión, dicho crecimiento en política exterior, ya imprescindible en el pasado, se hace imperioso en el presente y en el futuro inmediato.
Un par de artículos periodísticos creo que servirán para ilustrar hasta qué punto dicho objetivo –la definición de una PESC real, de verdad- es un imperativo.
Henry Kissinger hablaba en un artículo publicado en el Internacional Herald Tribune, y reproducido por ABC, titulado en castellano “Hacia una conferencia internacional de Iraq”, de una necesaria conferencia internacional en un marco político que –y cito textualmente- “debe ser creado por países con un interés en el resultado. Éstos incluirían a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad, a los vecinos de Iraq, a países islámicos clave como India, Pakistán, Indonesia y Malasia, y a grandes consumidores de petróleo como Alemania y Japón”. Si me permiten una pequeña broma, Kissinger sigue sin saber a qué teléfono llamar cuando tiene que hablar con la Unión Europea y, en este caso, parece haber escogido el de Angela Merkel. No tanto por su condición de liderazgo europeo, sino simplemente por ser un país consumidor de petróleo. Ya está bien hablar con Angela Merkel, como saben es muy notorio mi aprecio personal y mis coincidencias ideológicas con Merkel, pero en cualquier caso, por mucho petróleo que llegue a consumir Alemania, mucho más es el que consume la Unión Europea, pero el antiguo secretario de Estado norteamericano -en parte con razón, en parte porque ya le va bien así- no la tiene en cuenta en este caso. Como en tantos otros.
Un segundo artículo. De Joseph Nye, decano de la John F. Kennedy School of Government, en la Universidad de Harvard, y que colaboró, primero en la Administración Carter como subsecretario de Estado adjunto de Asistencia Jurídica, Ciencia y Tecnología, y luego, mucho más apropiado para esta ponencia, durante el primer mandato de la Administración Clinton, como presidente, primero, del Consejo Nacional de Inteligencia, y finalmente como asistente del Secretario de Defensa, llevando los temas relacionados con la seguridad internacional. Nye escribía un artículo titulado “Una visión a largo plazo sobre China, el Islam político y el poder americano”. Tan sólo el título ya es paradigmático. “Una visión a largo plazo sobre China, el Islam político y el poder americano”, ¿Europa dónde está? No está. Cuando Nye alza la vista y se pone las gafas de mirar de lejos, ve a China, ve el Islam político, y ve a los Estados Unidos. Textualmente, dice que “si estas tres fuerzas se mueven en una dirección favorable, el resultado podría ser una globalización con una cara un poco más asiática, a lo que cabría sumar la ‘pax americana’”. Y es que Nye, además, es el inventor de la distinción entre ‘soft-power’ y ‘hard-power’, habiéndose siempre manifestado mucho más favorable al primero que al segundo, pero siendo siempre necesario el segundo para que el primero sea efectivo.
La Unión Europea seguramente es el actor político que más se adecua a la definición de ‘soft-power’, pero sin una política exterior y de seguridad común, acompañada también de una política europea de seguridad y defensa, carece del ‘hard-power’ necesario para ser creíble y contar en el escenario internacional.
Ni Kissinger, ni el ex director de la Escuela John F. Kennedy, cuentan con nosotros, con la Unión Europea, cuando hablan del concierto mundial.
Pero no he venido aquí para hablarles de política exterior europea, sino de la política exterior española. Me parecía, sin embargo, que hablar de política exterior española sin vincularla y sin hablar de política exterior europea era un sinsentido, teniendo en cuenta que la política europea ya es nuestra propia política exterior también.
Retomando la reflexión alrededor de los conceptos de política exterior guiada por intereses y no por posiciones ideológicas y, a su vez, diseñada a partir de un consenso entre las grandes fuerzas políticas del país, podemos afirmar y puedo afirmar sin temor a equivocarme, al menos a equivocarme mucho, que hoy por hoy la política exterior española está alejada de ambas premisas, está alejada tanto de lo que es no hacerla en función de intereses ni cuestiones ideológicas, y de no formarla a partir del consenso que no disenso. Ni está regida a mi entender por una defensa estricta de los intereses de España, ni está basada en un gran consenso de país.
Entiéndanme bien. Claro que la política exterior española defiende los intereses de España. Pero lo haría más y mejor si lo hiciera al margen de consideraciones ideológicas claras. Y lo haría más y mejor si lo hiciera desde posiciones de consenso con el resto de formaciones políticas.
La política exterior del actual Gobierno requiere recordar tres claves:
– “la retirada de tropas de Iraq fue una apuesta fuerte y apoyada por la sociedad española; pero tras ese movimiento España dejó sin vitaminas su atlantismo”
– “el alineamiento con Francia y Alemania volvió a situar a España en el centro de Europa, de una Europa en crisis; pero los dos socios cambiaron de liderazgo y la ampliación de la UE hace imprescindible el eje franco-alemán que hoy ya no es el único eje necesario para la construcción de la UE, y además España no supo aprovechar, como a mi juicio tuvo posibilidades, las oportunidades en esa nueva presencia, en ese nuevo escenario”
– “la alianza de civilizaciones presenta un interesante envoltorio ideológico, pero en la praxis de la política internacional aún no ha dado para mí ningún fruto tangible”
¿A qué conclusión llega uno cuando analiza estas tres claves de la política española? Que la política exterior española está impregnada de ideología, por un lado (retirada de tropas de Iraq, relaciones con Venezuela, Cuba, etc., juicios de valor sobre resultados electorales en países socios de la Unión Europea…) y, en consecuencia, no consigue –y a menudo me pregunto si siquiera se intenta- aunar un consenso sobre ella misma. Quede claro que la responsabilidad del disenso no lo es en exclusiva del partido que gobierna, en la responsabilidad del disenso hay también responsabilidades y muchas para el partido de la oposición.
Una reflexión ajena más, que por interesante he querido aportarla en esta intervención es de la profesora Esther Barbé, en un muy interesante artículo publicado en el Anuario del Centro Internacional de Documentación de Barcelona (CIDOB), decía que “toda política exterior es el resultado de la interacción entre las dinámicas internas y la naturaleza cambiante del medio internacional” y en este sentido, y sobre la política exterior española, dice Barbé que “por un lado, cabe hablar en el ámbito interno de la normalización del disenso entre las fuerzas políticas mayoritarias a la hora de elaborar la política exterior”, mientras que “por otro lado, el Gobierno español se ha encontrado con un medio internacional adverso para su ‘visión’; en otras palabras, mientras el Gobierno Zapatero estaba pensando en un mundo ‘sin Bush y con Constitución Europea’ se ha encontrado con un mundo ‘sin Constitución Europea y con Bush’.
Decía al principio que partiendo del concepto de defensa del propio interés podía desarrollarse una visión idealista de la política exterior española. Es decir, cómo debería ser, cómo me gustaría que fuese.
Pero también me comprometía, y de hecho a ello me obliga el cometido de la presentación del programa a hablarles de la actualidad de la política exterior española. Es decir, de la realidad positiva de la política exterior española. Tal y como es. En todo caso, tal y como la veo.
Esther Barbé trocea su artículo sobre política exterior y de seguridad española en varios apartados que me parecen interesantes como ejercicio de disección de la política exterior española, aunque luego no comparta algunas de las tesis que la profesora defiende.
Dichos apartados son:
- “normalización del disenso y legitimidad democrática”
- “identidad internacional y servicio exterior”
- “la vuelta a una Europa en crisis”
- “las perspectivas financieras de la UE”
- “de Salamanca a Barcelona: diplomacia de cumbres”
- “más al Sur del Mediterráneo”
- “un mundo seguro, justo y solidario”
Si nos damos un paseo por todos estos epígrafes, pensados, recuerden, para analizar la política exterior española de 2005, seguiremos analizando la gran mayoría de la agenda de la política exterior española.
Cambien las perspectivas financieras de la UE por la definición de una política común en materia energética, quiten las referencias a Salamanca y Barcelona, pero quédense con la “diplomacia de cumbres”, y el resto de los epígrafes de la profesora Barbé son válidos para analizar la actualidad de la política exterior española.
Normalización del disenso y legitimidad democrática
Cierto es que a pesar de que creo que nos equivocamos, como clase política, si llevamos el disenso a la política exterior, también soy muy consciente que esta situación no es ni única ni propia del Estado español, sino que de hecho es así en la mayoría de los Estados, puesto que es muy difícil que la política exterior quede al margen de la política en general. Sería deseable, lo que me gustaría, y los países que lo consiguen o lo han conseguido a lo largo de la historia son países respetados y con gran capacidad para tejer alianzas. Pero igual que deseable, es difícil de conseguir, en ese país más.
El “derecho a la diferencia ideológica” que a menudo se reclama desde el partido de la oposición, es tan legítimo como la voluntad del Gobierno de ideologizar en parte la política exterior. Otra cosa es que, por parte del Gobierno, es imposible ideologizar la política exterior y, a su vez, pedir consenso alrededor de la misma. No entraré en el debate del huevo y la gallina, antes hice referencia a la responsabilidades de unos y de otros, y quien fue el primero, pero lo cierto es que hoy la política exterior se ve mediatizada por las posiciones ideológicas de ambos partidos, con un Gobierno que a la vez que atiza dichas posiciones ideológicas reclama el consenso para poder llevar a cabo una política exterior más fuerte y eficaz.
Como presidente que he sido de la la Comisión de Asuntos Exteriores del Congreso sí puedo decir que en algo hemos avanzado en materia de consenso, permítanme que cite, una vez más, a la profesora Barbé cuando dice que “en el terreno de la diplomacia parlamentaria se pudo conseguir el acuerdo de todas las fuerzas políticas, sobre la base de su positivo efecto multiplicador para la diplomacia española”. Quede claro, pues, que allí donde uno ha tenido responsabilidades ha intentando empeñar todos sus esfuerzos en transformar la realidad en base a sus visiones.
Valga la referencia a la diplomacia parlamentaria para que diga que es necesario reforzar lo que ha sido innovación en esta legislatura, y esto es un mérito del Gobierno actual, del Gobierno socialista, implicar mucho más al Parlamento y, por tanto, introducir el concepto de diplomacia parlamentaria que sin duda cabrá reforzar en la próxima legislatura.
Más allá de liderar la política europea mediterránea y de tener un rol político, una influencia política, más acorde con su peso económico en el marco de la Unión Europea –también del mundo en general- lo cierto es que España ha desaprovechado en cierta medida el liderazgo moral que podía haber ejercido tras los ‘no’ de Francia y los Países Bajos. Pero he dicho reiteradamente, lo dije en el Parlamento español y lo repito, que España que hizo bien, muy bien, en regresar al llamado eje franco–alemán quizá cuidando mejor las formas las cosas nos hubieran ido incluso mejor, pero quedémonos con el hecho, con el regreso, fue un hecho positivo. Su movimiento facilitó, en cierta medida, el desbloqueo de la Constitución Europea, y España fue el primer país de los llamados grandes en ratificar el texto, y además lo hizo mediante referéndum. Son, todos ellos, elementos que deberían haber permitido al presidente del Gobierno liderar a nivel europeo, coliderar, como mínimo, la travesía del desierto en la que todavía hemos estado inmersos. Es cierto que a última hora nuestra política exterior, pero muy a última hora, y de manera poco significativa, tuvo alguna implicación en el desbloqueo de la actual situación que ha permitido finalmente el Acuerdo de Lisboa, pero aquí falta el impulso que yo reclamo de cara al futuro.
A pesar de que se suponía que venía a hablarles de él, ya les he advertido al principio que mi exposición iría más enfocada a dejar claros unos valores que para nosotros son cruciales a la hora de pensar incorporar en la política exterior de España y no tanto a desgranar un programa que, al fin y al cabo, ustedes mismos pueden obtener fácilmente a través de nuestra página web.
Sin embargo, tampoco sería propio que terminara mi exposición sin haber hecho una presentación más sucinta de aquellos aspectos más destacables de nuestro programa. Un programa que consta de los siguientes epígrafes:
- Unión Europea
- Política mediterránea
- Política exterior española
- Reforma del Servicio Exterior
- Una política de seguridad y defensa al servicio de la paz
- Cooperación al desarrollo
Epígrafes que se corresponden con nuestras prioridades en política exterior.
En relación a la Unión Europea, Convergencia i Unió sentimos el orgullo no sólo de ser europeístas, sino de haberlo sido siempre. Es más, estamos sinceramente convencidos que este país no habría dado los pasos que ha dado en el seno de la Unión Europea sin la contribución decisiva a lo largo de los años de Convergencia i Unió y, especialmente en lo que hace referencia a la entrada en términos económicos a la Unión Económica y Monetaria, a la zona euro, y en términos políticos a liderazgo de España en el proceso.
A partir de aquí, y una vez que parecen ya superados diez años de debates sobre las esencias de la Unión, desde Convergencia i Unió seguimos apostando decididamente por una Europa fuerte, democrática, solidaria, comprometida con el mundo y respetuosa a su vez con los pueblos que la integran. Y, teniendo en nuestras manos los instrumentos que nos proporciona el Tratado de Lisboa, impulsaremos las políticas oportunas, las acciones necesarias para que el proceso de ratificación sea un éxito y nos permita ponernos rápidamente a trabajar.
Nuestro ideal en la política exterior hubiera sido que Europa hubiera ratificado en un solo día en todo el conjunto de los países el Tratado de Lisboa, y eso no es ya posible, y por tanto en cualquiera de los casos nuestros impulsos en la próxima legislatura van a ser a ratificar por parte de España en sede parlamentaria, no mediante referéndum, el Tratado de Lisboa.
Siempre hemos entendido que Europa precisa de un alma, y entiendo honestamente que el Tratado de Lisboa no dota de alma a la UE. Sin embargo, estoy también convencido, y siempre lo he expresado, como lo estuvo en su momento Robert Schuman, que Europa sólo se construye paso a paso a través de realizaciones concretas. Y en este sentido sí creo que el Tratado de Lisboa le permite a la UE instrumentos suficientes como para poder, en línea con Robert Schuman, ir desarrollando paso a paso la política y la fortaleza de la Unión. También en política exterior, facilitando que el mundo, y también la ciudadanía europea, nos perciba como un actor unitario –que no uniforme-. Europa debe ser percibido ante el mundo, y hoy no lo es, como un actor unitario, aunque no uniforme.
Obviamente, también incorporamos en nuestro programa la voluntad de que Catalunya siga participando directamente en las instituciones y organismos europeos, así como en el proceso de toma de posición del Estado ante la Unión nosotros y el conjunto de Comunidades Autónomas tengamos un papel especial, y eso de hecho recogen ya los Estatutos de Autonomía, especial y particularmente el Estatuto de Autonomía de Catlaunya..
En relación al Mediterráneo, una propuesta que subsume una visión: la creación de una Secretaría de Estado para el Mediterráneo. Hoy en día el Ministerio dispone de una Secretaría de Estado de Asuntos Europeos, una Secretaría de Estado de Relaciones Internacionales y una Secretaría de Estado para Iberoamérica. Si bien es cierto que el Mediterráneo, la política mediterránea, está muy mediatizada por el Proceso de Barcelona en el marco de la Unión Europea, también lo es que si España quiere liderar el proceso debe dar ese paso. Francia ha hecho su propuesta, Sarkozy ha hecho su propuesta, de la que ya he dicho en anteriores ocasiones que discrepo, y hoy me ratifico. Pero España no puede limitarse a adherirse o rechazar la propuesta. España debe tener su propia propuesta y su política mediterránea bien marcada. Evidentemente, en coordinación y cooperación con la Unión Europea, que por su parte debe establecer una política euromediterránea como una de sus prioridades, impulsando la relación euromediterránea a partir de las bases establecidas en el Proceso de Barcelona.
España debe desde la apuesta del Proceso de Barcelona prepararse para lanzar una gran propuesta que de reforzamiento, de relanzamiento cuando la presida España en 2010 del Proceso de Barcelona de la política euromediterránea. Del mismo modo, y mientras tanto, España debe impedir que nazca cualquier nueva propuesta, o en cualquier caso que cualquier nueva propuesta que nazca se traduzca en una política euromediterránea que se aparte o que no se cobije bajo el conjunto de los países de la UE. Cuanta más implicación haya de los países del centro, del norte de Europa en la política euromediterránea mejor para el Mediterráneo, cualquier propuesta que se aparte de las estructuras de la UE, concretamente antes decía la propuesta francesa, es propuesta que, a nuestro entender, España debe rechazar. Creo que hay margen suficiente en el propio contexto de las políticas de cooperación reforzada para adjudicar la propuesta francesa.
Reitero sería un gravísimo error excluir a Alemania, excluir a los británicos, excluir a cualquier otro país de la política medioterránea. La política del Mediterráneo no puede ser solo de unos países del Mediterráneo, está ahí. La política del Mediterráneo debe cobijarse bajo las estructuras de la UE, con el contexto y el apoyo de la Comisión de la UE, y en el marco del Proceso de Barcelona, que ciertamente no están los resultados deseados por todos, responsabilidad de una parte a Europa, responsabilidad también por otra parte a los otros países que tienen que ver con el Mediterráneo.
En relación con la política exterior española en sentido más amplio, dejando Europa estrictamente y dejando el Mediterráneo, dos ejes consideramos que son fundamentales: Iberoamérica y las relaciones transatlánticas de España y la Unión Europea.
Felipe González, que a los inicios de la política exterior española creo que hubo errores, pero en su época fue bien la Carta Atlántica. España no simplemente jugó bilateralmente la Carta Atlántica su relación con Estados Unidos, sino que jugó fuerte la Carta Atlántica de la UE. Creo que España debe retomar esa impulso y eso reto. España debe, en el seno de la UE, propiciar una relación atlántica con Estados Unidos, más que nunca ante los nuevos escenarios mundiales, más que nunca con el escenario de terrorismo internacional, pero no solo terrorismo internacional, más que nunca también por las nuevas situaciones económicas de las potencias emergentes de cara a lo que significa el futuro de la política interior española y europea en general y mundial.
En relación con Iberoamérica. ¿España ha dejado de estar presente? No, España ha conducido bien las últimas Cumbres Iberoamericanas, sigue siendo fundamental la presencia española, la actitud del Gobierno y de la Jefatura del Estado, que el principal garante de las Cumbres Iberoamericanas es el Jefe de nuestro Estado que es el Rey, sí por tanto que España debe tener ese papel, pero debe aprovechar mucho más. Rechazando claramente aquellas derivas que no sean democráticas, apostando claramente por la democracia, sin complejos también en nuestra relación con Norteamérica. Creo que si España es capaz de normalizar, está en vía de hacerlo, la situación sin duda ha mejorado, su condición de socio con Estados Unidos, en la medida que Estados Unidos no podrá jugar ciertos papeles en América Latina porque siempre América Latina tendrá una reserva al respecto del socio ‘yanqui’, del americano del Norte, España tiene ahí una gran capacidad de juego, hay que aprovecharla y para poderla aprovechar no simplemente hay que tener una mayor presencia en América Latina, sino que también hay que tener una buena relación con Estados Unidos.
Cambiando de tercio, el gran desarrollo económico del subcontinente asiático, iniciado hace ya años, pero que ahora cristaliza con los grandes crecimientos de las economías india y china, hace que el Gobierno español deba impulsar urgentemente planes de acción que permita a España y a las empresas españoles tener una presencia activa en este desarrollo.
España necesita una reforma del servicio exterior. España necesita por lo tanto dotarse de un nuevo servicio exterior que aprovecha las potencialidades de nuestros profesionales, que oriente claramente la política exterior desde una premisa que sin duda en los últimos años marca cualquier presencia española en cualquier país del exterior, que es la política económica. Hay que reforzar la dimensión económica de nuestra política exterior y hay que contar, insisto, con una excelente profesionalidad que está en manos de nuestros diplomáticos en el mundo entero. Creo que en este contexto, España al margen de las propias y lógicas excepciones en cada uno de los países, de las embajadas donde pueda tenerlas, España deberá priorizar en los próximos años, y es en cualquier caso la oferta de CiU, el potenciar intereses muy particulares, es quizá necesario nombrar un responsable del Ministerio para una zona determinada donde por razones, no geográficas a veces, sino por razones estratégicas como puede ser energéticas, y la energía pasa por algunos países del norte de África, por materia de gas, que pasa por países del Oriente Próximo, por lo que creo que habrá que especializar también a algunos de nuestros diplomáticos con relevancia en el propio Ministerio para actuar en zonas que sean por razones estratégicas en tanto por consideraciones geográficas.
Muchas gracias.Josep A. Duran i Lleida, secretario general de la coalición Convergencia i Unió (CIU) y cabeza de lista por Barcelona