Tema: Este ARI aborda, de una forma genérica a la vez que integral, la posibilidad real de que la amenaza nuclear/radiológica, biológica y química (NRBQ) pueda llegar a materializarse por grupos terroristas que tengan como campo de actuación, tanto específico como derivado, nuestro país.
Resumen: El actual mundo globalizado en el que vivimos nos ha proyectado, de manera inexorable, hacia una nueva realidad llena de riesgos y de amenazas cada vez más inopinadas y complejas. Uno de estos nuevos riesgos lo constituye la posible adquisición y posterior utilización de materiales o agentes nucleares/radiológicos, biológicos y químicos (NRBQ) por parte de grupos terroristas. En este trabajo se abordan las diferentes características de cada uno de estos ámbitos, sus capacidades y carencias, así como el actual panorama de prevención y de respuesta de las administraciones públicas para gestionar adecuadamente los mismos.
Análisis: Hoy en día hablar del riesgo o la amenaza de sufrir un atentado terrorista en nuestro país es algo a lo que nos hemos llegado a acostumbrar con demasiada rapidez. La percepción de esa realidad es un hecho que ya está muy extendido entre los españoles y es por ello por lo que podemos contemplar que, de forma reiterativa y hasta habitual, esta preocupación sigue presente, pues continúa mostrándose en los diferentes análisis de riesgo y estados de opinión a los que, regularmente y con cierta periodicidad, se somete a la opinión pública.
Pero esa realidad no es ni homogénea ni integral, por lo que de ella podemos extractar otras realidades, no tan claras ni contundentes, y que se suelen materializar en una serie de incertidumbres, como: ¿es la modalidad de materialización de la amenaza siempre similar?, ¿los actores responsables de su materialización son siempre los mismos?, ¿identificamos esta amenaza con un método determinado de ataque?, ¿qué técnicas predominan actualmente? y ¿a qué nos tendremos que atener en un futuro próximo, si no inmediato? Todas estas cuestiones dejan abierta, de alguna manera, la posible correcta gestión de la amenaza y, por ello, la vuelven más actual y peligrosa, si cabe, en nuestros días.
Hemos hablado de la posible evolución de la realidad actual, y ello ha sido en parte debido al mundo globalizado en el que vivimos, caracterizado por el entorno súbito y paradójicamente cambiante, más reseñable aún entre algunos ámbitos específicos de la propia amenaza terrorista. Uno de esos ámbitos específicos de la amenaza es el que contempla la utilización de materiales o agentes nucleares/radiactivos, biológicos y químicos (NBQ/NBC o NRBQ/CBRN) por diferentes grupos terroristas. Es cierto que la posibilidad de materialización de la misma pasa indefectiblemente por la concreción de ciertos factores, como la capacidad de adquisición de los mismos, el conocimiento de su manejo, los métodos de diseminación/dispersión y la voluntad de su empleo final, y por todo ello, y sin duda alguna, la identificación y control de los anteriores factores pasarán a constituir la clave de la correcta gestión de la misma.
También es cierto que las realidades de estos cuatro ámbitos, antes mencionados, son bien diferentes en nuestro país, por lo que precisarían de un análisis separado y específico para cada uno de ellos, aunque bien es cierto que los efectos finales, considerados dentro de las denominadas “armas de destrucción masiva o armas de primer golpe”, se asemejan bastante por su capacidad de devastación, tanto en el ámbito humano como en el material. Una muestra de esa diversidad de efectos lo encontramos en el hecho de que si bien las armas químicas y biológicas no “destruyen” infraestructuras, sí son capaces de inutilizarlas durante largos períodos de tiempo por la persistencia de la contaminación (un claro ejemplo se puede encontrar en las instalaciones que resultaron contaminadas por el agente etiológico del ántrax maligno en EEUU en 2001).
Es necesario, por tanto, y llegados a este punto, diferenciar entre estas armas y los denominados “explosivos de gran potencia” (high-yield explosives), pues estos últimos sí suelen ser utilizados, de forma genérica, por los grupos terroristas identificados en nuestro país en la actualidad. La diferencia fundamental entre los mismos estriba en que los efectos de estos últimos son unidireccionales, momentáneos y, de algún modo, controlables en cuanto a la gestión de sus consecuencias, mientras que los citados en primer lugar son difíciles de detectar, identificar y controlar, tanto en su empleo como en sus efectos últimos, de ahí los problemas que supondría su uso. Veámoslos a continuación más en detalle.
La amenaza nuclear
Desde el punto de vista técnico es poco probable que un grupo terrorista pueda finalizar todas las fases que requiere la fabricación de un dispositivo nuclear, incluso en el hipotético caso de que fuese capaz de superar la primera fase, es decir, la adquisición de suficiente material fisionable adecuado a través del mercado negro. La opción de adquirir directamente un arma nuclear a través de un Estado patrocinador o del mercado negro supondría una grave amenaza de represalia para ese Estado, mientras que en la segunda opción existe la dificultad añadida de que el grupo terrorista debería acceder a los códigos de activación.
Con relación al mercado negro y a los materiales puestos en circulación en el mismo, es cierto que mucho se ha hablado últimamente, y de forma específica, de los “maletines nucleares” desde que en 1997 el general Lebed, ex asesor de seguridad nacional en Rusia, alertara sobre la supuesta desaparición de unas 100 unidades de los mismos. Pero la información sobre estas armas nucleares tácticas es muy difusa –de hecho, las declaraciones de Lebed fueron inmediatamente desmentidas por el gobierno ruso–, siendo este hecho aprovechado, en muchas ocasiones, por el terrorismo internacional para crear, en clara campaña de desinformación, el denominado “terror nuclear” –algo muy distinto a lo que entendemos por “terrorismo nuclear”–. De hecho, tras las declaraciones del general Lebed aparecían las primeras informaciones en los medios de comunicación sobre la adquisición de armas nucleares por parte de al-Qaeda.
Lo que sí es verdad es que la preocupación actual por los arsenales nucleares de la antigua Unión Soviética –y cada vez más los de Pakistán y la India– ha puesto en marcha iniciativas en el ámbito internacional que buscan mejorar el control y la seguridad de los mismos, lo que afecta directamente a nuestro país. De la misma manera, la Iniciativa de Seguridad frente a la Proliferación (PSI) busca coordinar las acciones internacionales para abordar y confiscar materiales relacionados con armas NBQ. Inicialmente, esta iniciativa se dedicó sobre todo a operaciones de interceptación marítima, aunque posteriormente su trabajo también se extendería a las aeronaves y los vehículos terrestres.
La amenaza radiológica
La amenaza radiológica se centra, a día de hoy en nuestro país, en la proliferación de elementos, fuentes y mecanismos, con componentes radiológicos, considerados de baja/media intensidad, pero susceptibles de formar parte de un sistema o dispositivo de agresión que pudiera, en última instancia, aprovecharse de sus propiedades radiactivas.
La incorporación de material radiológico a un artefacto explosivo improvisado (IED) permitiría que, además de los efectos mecánicos y térmicos de la explosión, se produjese una contaminación del área en la que este material es dispersado. Puesto que la contaminación radiológica no se puede “destruir” –a diferencia de la contaminación química y biológica–, el área afectada permanecerá inutilizada durante un período de tiempo que dependerá del período de semidesintegración de cada radioisótopo. Estos artefactos, comúnmente denominados “bombas sucias” –un tipo de artefacto de dispersión radiológica (RDD), denominado RDD explosivo–, intentan por tanto no sólo incrementar el número de víctimas físicas sino dificultar la mitigación de las consecuencias del ataque e incrementar los efectos psicológicos en la población afectada.
La proliferación de dispositivos con materiales radiactivos ha sido debida, en gran parte, al desarrollo exponencial de la tecnología de nuevas investigaciones en materiales y dispositivos, en el control de diferentes procesos industriales, en las técnicas analíticas, en la radiografía industrial y también debido a las enormes aplicaciones que tienen las radiaciones ionizantes en tan diferentes áreas. Todo ello ha posibilitado el uso de pequeñas fuentes radiactivas como parte de dispositivos de control, diagnóstico y análisis en diferentes áreas de la sociedad actual.
La gestión de la amenaza en España debería basarse, por lo tanto y principalmente, aun cuando haya mejorado de forma reseñable, en el control de la producción en origen y en la declaración de uso final de la misma; ello impediría el comercio ilegal y la derivación en el uso final, lo que hoy conocemos como posible empleo de tecnología de “doble uso”. También es necesario resaltar el necesario control de seguridad, mediante las derivadas autorizaciones e inspecciones en los contextos finales donde se utilizan dichos dispositivos, y en la cada vez más palpable inexistencia de una praxis profesional de empleo de los mismos. Por todo ello, este ámbito específico es uno de los más peligrosos en cuanto a ser susceptible de ser empleado por grupos terroristas. Prueba de ello, y de la diversidad de facetas presentes, la encontramos en la denominada como iniciativa Megaports del Departamento de Energía de EEUU, que busca detectar material radiactivo en el tráfico de contenedores, y que, aplicado a nuestro escenario nacional, ya está operativo en el puerto de Algeciras.
La amenaza biológica
La amenaza biológica representa a día de hoy uno de los campos con más potencial para ser utilizado desde el contexto terrorista, pues su desarrollo ha sido multidireccional, multifacético y exponencial con respecto a otros ámbitos científicos. Los extraordinarios desarrollos de la microbiología, la ingeniería genética y la biotecnología, en esta última década, han proyectado su protagonismo más allá de su clásico ámbito científico, otorgándole una relevancia sobredimensionada en muchas áreas, incluida la del terrorismo (“bioterrorismo”).
A la dificultad de detección de los agentes biológicos se une la complejidad de diferenciación entre un caso natural de uno intencionado, al igual que la posibilidad de “no reivindicación” del mismo (el caso reciente de los sobres enviados a las diferentes legaciones diplomáticas norteamericanas en Europa es un claro ejemplo de ello), lo que tendría consecuencias impensables en la actualidad. A este panorama se le unen las discusiones, en todos los ámbitos sociales, sobre los problemas éticos referidos a sus desarrollos de investigación (“bioética”), a sus ámbitos de empleo (“biopolítica”) y a su control y normalización (“bioderecho”).
El acceso a los agentes infecciosos y a las toxinas es cada vez más abierto en nuestro país, y el posible uso de ciertos vectores y el actual conocimiento en la conformación de ciertos sistemas para su aplicación está cada vez más al alcance del público en general, gracias a los desarrollos en investigación y tecnología, por lo que el origen y uso de esta amenaza vendría, principalmente, desde dentro de nuestra sociedad, por ser un desarrollo propio y característico de una economía de país desarrollado, y podría tomar hasta un cariz de sabotaje, confundiéndose con ello la dimensión y el propio objetivo último de la amenaza.
La amenaza química
Los análisis de la amenaza química, inicialmente basados en la posibilidad del acceso del terrorismo a agentes químicos de guerra “clásicos”, han dado lugar a análisis enfocados a estudiar la posibilidad de que recurran a productos químicos tóxicos de uso industrial (TIC) o bien atentados directos contra instalaciones que trabajan con ellos. Si bien, en general, los TIC no presentan la alta toxicidad de los agentes químicos de guerra “clásicos”, son de más fácil adquisición a través de la industria química y su uso podría llegar a causar un elevado número de víctimas –como ya ha ocurrido en distintos accidentes industriales–, y generar un ambiente de alarma social. Mención aparte suponen los avances en la industria química en la búsqueda de microrreactores, que permiten “miniaturizar” las tecnologías de producción y síntesis de sustancias químicas. Las actualizaciones de los análisis de la amenaza química, en un futuro no muy lejano, deberán tener muy en cuenta los avances en este tipo de tecnología.
Tras los atentados del 11-S, la industria química en general ha reforzado la seguridad de sus instalaciones con el fin de reducir las vulnerabilidades frente a posibles atentados terroristas contra las mismas. Los planes de emergencia exterior para accidentes industriales con sustancias peligrosas y los planes frente a accidentes en los transportes de mercancías peligrosas por carretera y ferrocarril en España podrían ser adaptables a acciones deliberadas, aunque sigue siendo necesario disponer de planes específicos para atentados terroristas que tengan en cuenta el equilibrio y coordinación necesaria entre la intervención de la Protección Civil y la investigación por parte de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (FCSE).
Los incidentes de diciembre de 2008, en los que distintas Embajadas norteamericanas en Europa recibieron sobres sospechosos de contener agentes biológicos o químicos, pusieron de manifiesto este hecho, puesto que en este tipo de incidentes se puede llegar a activar una gran cantidad de personal de distintos organismos –sobre todo en caso de que se produzca una sobrerreación–, cada uno con un protocolo de actuación distinto.
Conclusiones: Está claro que, tras todo el análisis expuesto anteriormente, la posibilidad real de materialización de esta amenaza en España nos la va a dar la combinación de dos factores específicos: las percepciones y las capacidades.
Las percepciones, a diferentes niveles, las constituyen todos los actores directamente involucrados en el riesgo, y que van desde el nivel estratégico político hasta el más inferior compuesto por la suma de las percepciones individuales de los ciudadanos. Este análisis del riesgo, basado en las percepciones, nos debería enseñar que no hay que despreciar ninguna de ellas, y que de la adecuada combinación e interpretación de las mismas, básicamente el espectro que se recorre entre una gestión en el ámbito de la ciencia o del arte, deberemos de obtener o diseñar la adecuada estrategia para hacer frente a esta amenaza.
Por otro lado, el análisis pragmático de las capacidades reales, tanto presentes como futuras, debe ayudar a conformar la percepción, y ello pasa indefectiblemente por un estudio en detalle no sólo de los actores involucrados en la materialización de la misma, sino también en el entorno que puede, de alguna manera, facilitar esa materialización. Esto supone la necesidad de incluir en el análisis a los denominados como “actores colaboradores” o “actores necesarios”, es decir, aquellos que facilitan la materialización de la amenaza, en alguna de sus fases previas, sin intervenir directamente en las mismas.
En España podemos afirmar que empezamos a tener una elevada percepción de la amenaza NRBQ, sobre todo por la voluntad de colaboración a nivel estratégico político, por la necesaria coordinación internacional en los niveles operativos y por la cada vez más presente percepción de la misma en la ciudadanía derivada del acceso abierto a la información relacionada y a la concienciación de su peligrosidad. En cuanto a las capacidades, resaltar que las mismas se están potenciando de forma exponencial debido a la proliferación de los “actores necesarios” antes mencionados, quienes están facilitando, de alguna manera, el desarrollo tanto tecnológico como metodológico para materializar un ataque de gran envergadura.
A veces la amenaza no se suele percibir por estar latente, pero ello no debe impedirnos el estructurar una prevención y una respuesta lo suficientemente seria como para conseguir que sea efectiva.
Fernando Soteras
Especialista en Defensa NBQ por el Ejército de Tierra de España, experto en Defensa Biológica por la OTAN y en Seguridad Biológica por la UE
René Pita
Profesor del Departamento de Defensa Química de la Escuela Militar de Defensa NBQ y del Departamento de Toxicología de la Universidad Complutense de Madrid