Análisis: La muerte de Benazir Bhutto el pasado 27 de diciembre en Rawalpindi, junto con la de otras veinte personas, representa el último episodio trágico del convulso clima político de Pakistán durante el año 2007, y más concretamente de los últimos dos meses. El magnicidio no sólo es otro episodio más de la inestabilidad casi permanente en que vive el país sino que supone un nuevo revés para las esperanzas de democratización que había significado la convocatoria electoral prevista para el 8 de enero. La situación actual se asemeja a la de una lenta agonía en la que la lucha de las fuerzas vitales resulta impredecible, es decir, en la que los poderes que están realmente manejando los hilos en Pakistán parecen poseer una gran capacidad de supervivencia (o regeneración) para hacer frente a las fuerzas que demandan un cambio.
La importancia de la autoría del atentado
Aunque el Gobierno de Pakistán ha señalado inicialmente a al-Qaeda como posible autor de la muerte de la líder del PPP –sobre la base de unas escuchas telefónicas– parece difícil atribuir a este grupo la única responsabilidad de los atentados. Benazir Bhutto estaba amenazada por el extremismo islámico, al igual que otros políticos paquistaníes (incluyendo el propio Musharraf), pero no la han matado sólo por el hecho de ser mujer y participar en la vida pública. En tal caso, ese suceso pudiera haber ocurrido durante la década pasada, cuando ella también participaba en política y tenía que lidiar con los partidos islamistas e ignorar a los taliban que recibían instrucción militar en Pakistán. Tampoco ha muerto por sus mensajes de compromiso de combatir el terrorismo y su deseo de contar con EEUU para ello, puesto que esa línea política no es muy distinta (al menos en la superficie) a la de Musharraf, ni a la de cualquier otro político que pretenda ocupar el cargo de primer ministro en Pakistán en la actualidad. A Benazir Bhutto sólo la diferenciaba el hecho de ser la candidata con más posibilidades para ganar las elecciones previstas para el 8 de enero. Aún pendiente de que se pueda demostrar que fue un radical religioso el responsable de los disparos y la explosión que, bien directamente o indirectamente (por medio de un desafortunado golpe en el cráneo, según defiende el Ministerio del Interior paquistaní), habrían causado su muerte, aumentan las posibilidades de que detrás de esta acción pueden esconderse otros cómplices y otros fines.
En un artículo de opinión aparecido en el periódico paquistaní The Daily Times el pasado 19 de octubre, Ejaz Haider apuntaba que Benazir Bhutto quizá no era plenamente consciente de la compleja situación actual de su país (el cual había abandonado en 1999) ni de la decisión que había tomado al decidir pactar con las fuerzas político-militares que gobiernan Pakistán. Y es que el acuerdo con Musharraf, además de las limitaciones examinadas por Haider, también levantó nuevos recelos entre los sectores más hostiles a Bhutto y al PPP, los cuales podrían estar implicados en su muerte. Por un lado, están los partidos políticos del régimen: el PML-Q (Liga Musulmana de Pakistán-Quaid e-Azam) y otras fuerzas políticas afines a Musharraf, como el violento MQM (Movimiento Nacional Unido) con base en Karachi. Por otro, se encuentran los intereses del ejército y de los servicios secretos. Tampoco debería descartarse una posible interacción de ambas fuerzas, a fin de intentar mantener el actual statu quo.
Para ello hay que tener en cuenta el contexto de la inminente celebración de los comicios el 8 de enero, que ahora podrían retrasarse, y las previsiones oficiosas que se barajaban para los mismos. Dada la presión de EEUU para celebrar una convocatoria lo más transparente y creíble posible (pues siempre ha habido un cierto nivel de fraude en las elecciones paquistaníes), parecía difícil que pudiese prosperar el pucherazo masivo de la convocatoria del 2002. Esta situación perjudicaba especialmente al partido gubernamental del PML-Q, que presumiblemente no hubiera alcanzado una mayoría suficiente de votos para gobernar y hubiese tenido que conformarse con ser socio de gobierno, probablemente dirigido por el PPP.
No obstante, el regreso de Nawaz Sharif al país a finales de noviembre, su decisión de participar en los comicios y su reciente pacto de no agresión con Benazir Bhutto, alteraron notablemente el panorama político, tanto para el PML-Q como para el propio Musharraf. La posibilidad que Bhutto y Sharif formaran una coalición de poder –cada uno de estos partidos tenía una base de votos durante el decenio pasado superior al 30% y aunque puede haber habido variaciones, el escenario más probable es que ambos puedan arrastrar el respaldo de más de la mitad del electorado– hacían peligrar la situación política de Musharraf, así como el futuro del PML-Q. Aun así, Musharraf necesitaba más a Bhutto que el PML-Q, pues de ella dependía su credibilidad para mantenerse como Presidente y obtener la aprobación de EEUU.
Además de sus rivales políticos, no cabe excluir la participación en el asesinato de la líder del PPP de elementos del ejército o de los servicios secretos, el ISI. Estos elementos, verdaderas fuerzas ocultas (debido a la imposibilidad de trazar la autoría de sus actos) podrían haber actuado bien por intereses propios, para garantizar sus privilegios, o bien en confluencia con intereses políticos. En tales circunstancias, la autoría del atentado y los motivos profundos del mismo quizá no se conozcan nunca. Probablemente el caso de Bhutto pase a engrosar otro de los episodios siniestros de la historia política de Pakistán, al igual que ocurrió con anterioridad con la todavía no aclarada muerte del dictador Zia ul Haq en 1988, o con el derrocamiento a Zulfiqar Alí Bhutto en 1977 y su ejecución dos años más tarde.
El vacío que deja Benazir Bhutto
En primer término, la muerte de Bhutto deja a Pakistán sin su líder más carismática. No obstante, su fallecimiento también supone la pérdida de una mujer, una estadista, en un contexto político internacional donde todavía hay pocas dirigentes de gobiernos, lo que se traduce en una limitada capacidad de influencia de éstas en los asuntos internacionales. Si bien el papel de Benazir Bhutto como mujer en el poder (más allá de la retórica) se ha caracterizado por un compromiso escaso con la difícil condición en que viven la inmensa mayoría de las mujeres paquistaníes, su participación en la vida pública ha tenido un gran impacto para el avance de la causa femenina en el país. Benazir Bhutto era la máxima representante de Pakistán, y la más joven, de una estirpe de mujeres fuertes que han dominado parte del panorama democrático de Asia meridional independiente –como su admirada Indira Gandhi en India, Srimavo Bandanaraike y la hija de ésta, Chandrika Kumaratunga, en Sri Lanka o Sheikh Hasina y Khaleda Zia en Bangladesh– y que han tenido una gran influencia en la evolución política de la región.
Además, en calidad de presidenta del PPP, su pérdida va a ser difícil de reemplazar en un país en el que los principales partidos son de masas y se articulan en torno a un líder carismático y donde los lazos familiares poseen gran importancia. El testamento político de Benazir Bhutto nombra a su joven hijo Bilawal Zardari (que a partir de ahora adoptará el apellido de Bhutto) como su sucesor, mientras que su marido Asif Alí Zardari ejercerá como co-presidente (o más bien regente) del partido hasta que el hijo no asuma el cargo. Las circunstancias recuerdan ligeramente a las de cuando la propia Bhutto asumió las riendas del PPP tras la muerte de su padre. No obstante, a pesar de que se asegura la continuidad de la dinastía, los ahora herederos parecen, a priori, figuras bastante débiles. En el caso de Bilawal, ha estado poco expuesto a la realidad política y social de su país, tanto por su edad y como por el hecho de haber vivido los últimos ocho años fuera de Pakistán con su madre. En lo que respecta a Asif Alí Zardari, su implicación en cargos de corrupción por enriquecimiento indebido –durante el primer gobierno de su mujer se hizo famoso como “Mr. 10%”, en referencia al cobro de comisiones–, y su condena a prisión por ello, pueden ser elementos que jueguen en su contra a la hora de ejercer el liderazgo del partido. Por el momento, el candidato a primer ministro en las próximas elecciones va a ser el vicepresidente del PPP, Makhdoom Amin Fahim.
En cuanto al actual convulso panorama político de Pakistán, la desaparición de una de las piezas claves para resolver el problema de una ansiada transición democrática complica aún más la ya frágil situación del país, y puede tener consecuencias negativas para la región. Hasta ahora, la posibilidad de un acuerdo entre Bhutto y Musharraf para compartir el poder constituía la solución más factible para salir del impasse pero, dadas las presentes circunstancias, parece inviable que el PPP se alíe con un Presidente y un partido a los que acusa de estar involucrados en el asesinato de su líder.
Asimismo, también resulta difícil una unión de fuerzas entre Sharif y Musharraf, no tanto por su odio mutuo, como por la mayor oposición que puede haber en el seno del PML-Q a esta alianza. El PML-Q es una de las de las facciones del original PML y comparte afinidad ideológica con el PML-Nawaz (de Nawaz Sharif), aunque no es un partido asentado con una base tradicional de votos como este último. Sharif tampoco representa el candidato deseado por EEUU, por su cierta afinidad con los partidos religiosos, que podrían constituir socios preferentes para compartir el poder, si ganara las elecciones. Hasta hace poco el PML-N participaba en la oposición a Musharraf formando parte del Movimiento de Partidos para la Democracia, el APDM, junto con otras pequeñas formaciones entre las que se encontraban los partidos religiosos, y con anterioridad, en 1990, había ganado las elecciones formado parte de una coalición en la que se encontraba inicialmente la Jamaat-i-Islami. Sin embargo, tras la muerte de Bhutto, la figura de Sharif y lo que éste y su partido puedan hacer de ahora en adelante cobran una importancia clave para la posible evolución democrática en el país.
El vacío que deja la líder del PPP también oscurece otra de las posibilidades que, aunque remota, había cobrado especial fuerza en las últimas semanas: la de una posible unión entre el PPP y el PML-N para promover un verdadero cambio político. Pese a la tradicional rivalidad entre los dos dirigentes, ambos compartían la necesidad de un cambio de rumbo en el país y eran conscientes de que el principal obstáculo a ello seguía residiendo en el poderoso papel del ejército y en la figura del Presidente, leal a esa institución. A pesar de que esta alianza aún sería realizable con un PPP dirigido por otra persona, parece menos probable tras la muerte de Benazir Bhutto, pues su atentado también puede haber constituido un aviso contra esa unión.
La comunidad internacional: el papel de EEUU
El magnicidio en Rawalpindi ha puesto de relevancia, una vez más, el problema que representa la estabilidad de Pakistán –tanto a nivel interno como para la región– y el papel que ha jugado, y está jugando, la diplomacia de EEUU para conciliar sus intereses en la región (entiéndase no sólo Afganistán, sino también Irán, India y China) con las demandas de la sociedad paquistaní. EEUU y, en menor medida, la UE han ignorado los retos a los que se enfrentaba Pakistán tras la intervención en Afganistán en el 2001 –particularmente, tal como ha señalado en varias ocasiones el propio Musharraf, el de oponerse a aliados tradicionales, los taliban, entrenados y apoyados desde Pakistán con el beneplácito de Washington– y han sido incapaces de calcular las consecuencias de su inacción.
Ha primado la política de “dejar hacer” a Musharraf (y por ello, también al ejército), de facilitarle los medios necesarios para combatir la amenaza terrorista –armas y costosos sistemas de seguridad para proteger sus instalaciones nucleares, como se ha aireado recientemente en la prensa de EEUU–, y de mirar hacia otro lado con respecto a la compleja situación interna del país. Además, ya más recientemente, se ha optado por promover un tímido arreglo entre Bhutto y Musharraf, de manera casi improvisada. Sin embargo, durante los últimos cinco años, poco se ha hecho para apoyar a las fuerzas democráticas paquistaníes que han ejercido de oposición al régimen desde dentro, y a sus líderes en el exilio. Aunque Bhutto y Sharif habían sido figuras políticas controvertidas, gozaban de un respaldo popular en su país.
Si se compara el actual panorama interno de Pakistán con el de 1999 (cuando había una grave crisis económica interna), o incluso con el de 2001 (con anterioridad a la intervención en Afganistán), se observa claramente un empeoramiento. Es más, los acontecimientos de los últimos meses confirman que el país camina hacia una deriva en la que cada vez se hace más difícil intervenir diplomáticamente para frenar un mayor deterioro de la situación. La pregunta que conviene hacerse ahora es si EEUU sigue contando con cierta capacidad de influencia (especialmente entre los sectores del ejército) para mediar ante el caos, puesto que el atentado a Bhutto también puede leerse, al menos parcialmente, como un revés a los intereses de Washington. A priori, la incertidumbre que rodea la evolución política de Pakistán se agrava por la ausencia de una estrategia consensuada por una parte de la comunidad internacional, especialmente de EEUU y de la UE.
La importancia de la celebración de elecciones
Las presentes circunstancias no parecen las más favorables para la celebración de unas elecciones generales. A la conmoción general provocada por la muerte de Bhutto hay que sumarle la ola de violencia que se ha desencadenado en el país, a raíz del atentado, y que ya se ha cobrado varias decenas de vidas. Ese clima de violencia puede empeorar en las próximas semanas, sobre todo si se producen nuevas informaciones sobre la autoría del crimen que impliquen a actores del ámbito político-militar, tal como se sospecha en el seno del PPP. Aun así, sería positivo que los comicios se celebrasen en el menor plazo posible, pues este evento constituiría una remota posibilidad de desbloqueo del presente callejón sin salida. Sin duda, ése sería el mejor escenario político, dadas las circunstancias, aunque no el más estable a corto plazo. Para entender esta afirmación, hay que tener en cuenta las siguientes observaciones.
El PPP se halla en una situación precaria, si bien ya ha nombrado un candidato a primer ministro, que va a ser el actual vicepresidente del partido Makhdoon Amin Fahim. Sin embargo, el partido tiene una gran probabilidad de obtener buenos resultados en los comicios, puesto que hasta ahora era la fuerza política mejor organizada y Benazir Bhutto había realizado en las últimas semanas una significativa campaña electoral por las principales ciudades del país. Además de sus feudos tradicionales, el PPP podría arrastrar el voto de una parte de los sectores más descontentos con la actual cúpula de poder, especialmente si se produce una alta participación electoral. Puede haber votantes que no simpaticen con Bhutto, pero que pueden otorgar el voto a su partido por considerarla como una mártir del sistema.
Aparentemente, la situación del PML-Q es más incierta, y quizá por ello, sus dirigentes se han pronunciado a favor de aplazar los comicios. Probablemente, esa fuerza política tenga interés en que se calme la situación actual y que disminuya el fervor y la atracción popular que ha levantado la muerte de la líder del PPP. El PML-Q se encuentra ahora más sólo –dada la imposibilidad que el PPP y, hasta cierto punto el PML-N, pacten con él para compartir el poder– y con mayores dificultades para promover un resultado electoral más favorable por medio del fraude. Una demora de los comicios puede otorgarle tiempo para diseñar una nueva estrategia.
La muerte de Benazir Bhutto ha otorgado ya una mayor preeminencia a Sharif y a su partido, que si decide abandonar el boicoteo de los comicios, puede obtener un mayor papel como árbitro de la situación en el escenario post-electoral. Como se ha señalado con anterioridad, parece improbable una alianza entre el PML-Q y el PML-N, si bien no se debería descartar por completo, sobre todo si EEUU media para favorecer esta opción. Se han mencionado las afinidades de Sharif con los sectores islamistas, y también es conocida su escasa capacidad de decisión, pero conviene señalar que el PML-N como formación política principal (que podríamos calificar de centro-derecha) puede jugar un papel necesario en una eventual transición democrática.
En última instancia, la demora de las elecciones sólo permite prolongar la precaria, y agónica, situación actual, añadiendo más incertidumbre sobre el rumbo que puedan tomar los acontecimientos. El retraso electoral sólo perpetúa el poder presente, que es en última instancia el del ejército, cuyos intereses y caprichos pueden variar en las próximas semanas bajo cualquier pretexto. Puede ocurrir que la convocatoria electoral sea una farsa, pero al menos esto constituiría un motivo para realizar una presión internacional más coordinada sobre Pakistán.
Conclusiones: La muerte de Benazir Bhutto, las sospechas sobre quiénes pueden ser los autores del atentado y los posibles intereses detrás de ese suceso no hacen otra cosa que confirmar que el principal enemigo de Pakistán se halla en sí mismo. La ausencia de la líder del PPP deja un profundo vacío en el panorama político de Pakistán, pero también altera notablemente los cálculos que pronosticaban una eventual salida viable al actual impasse del país. Una vez más, las fuerzas ocultas que, por los motivos que sean, están empeñadas en que el país no evolucione hacia una democracia estable, han actuado.
Antía Mato Bouzas,
especialista en el área de Asia meridional