Tema: Todo lo sucedido a raíz de la crisis de Bankia y el rescate del sistema financiero español nos obliga a revisar muchos argumentos referidos a la imagen de España en este plano financiero y macroeconómico, pensando tanto en la imagen exterior como en la que teníamos nosotros los españoles de nuestra economía y sector bancario.
Resumen: Hasta que se produjo la nacionalización de Bankia casi todos los españoles estábamos convencidos de que el sistema financiero español era sólido y las voces españolas que se atrevían a cuestionar este sentir mayoritario eran acalladas por antipatriotas. En las últimas semanas incluso se vivieron ofensivas de banqueros y líderes de opinión que nos llamaban a superar el pesimismo y el fatalismo. Así se fue gestando una espiral de silencio en España que hacía que las críticas fuesen minoritarias.
La espiral de silencio en España contrastaba con la cacofonía de voces que llegaba del exterior. Los españoles no podíamos creer que las agencias de rating, los medios y los líderes internacionales nos pusiesen tan mal si todo estaba tan bien. Así se abrió una brecha abismal entre las percepciones externa e interna.
Análisis: La nacionalización de Bankia fue el tipping point que rompió la espiral de silencio que se había gestado en España en torno al sistema financiero y desencadenó el pánico. No era extraño tratándose de una de las mayores entidades financieras españolas. Por fin, los españoles entendimos la imagen que tenían fuera de nosotros, que antes nos parecían exageraciones, cuando no conjuras de los mercados financieros. Caímos en la cuenta de que eran “los otros” los que tenían la razón y “nosotros” los que vivíamos cómodamente entumecidos en el colchón de la burbuja financiera.
Tras la nacionalización de Bankia se dispararon todas las alarmas en los mercados financieros y los medios internacionales. Durante las dos semanas siguientes España pasó a estar en el ojo del huracán. La intervención europea respondió sin duda al agujero de 20.000 millones de euros de la entidad de crédito española, aunque no menos a la incertidumbre sobre el resultado de las elecciones griegas del 16 de junio, que podían suponer la salida de Grecia del euro.
Hasta el mismo día de la intervención, el gobierno español negaba la necesidad de la ayuda de la UE, a pesar de las presiones de Bruselas y Berlín. Madrid quería evitar la estigmatización que suponía la idea del rescate. Un alto funcionario del Ministerio de Economía alemán llegó a hablar en unas declaraciones a un medio de su país de que los españoles eran “demasiado orgullosos” y de que por ello se resistían a ser ayudados. No debemos olvidar que en Alemania se sigue usando una expresión de antaño: stolz wie ein Spanier (“ser orgulloso como un español”) que viene de los albores de la Edad Moderna y del orgullo proverbial de los caballeros españoles.
Rajoy y el gobierno “vendieron” la ayuda como un éxito de España en la negociación con Bruselas que habría surgido por iniciativa de España. En cambio, en la prensa internacional, que hablaba abiertamente de rescate a España, Durão Barroso se anotaba el punto y los alemanes hablaban de la enorme presión que hubo que ejercer sobre España.
Bruselas nunca negó que fuese a haber una supervisión o un control sobre ese dinero que se prestaba a España. La fórmula era la de la troika UE-BCE-FMI, como en los otros rescates, aunque no se fuese a fiscalizar lo mismo.
Y la inspección, como declaró Olli Rehn, iba a ser “sobre el terreno”, es decir, enviando inspectores que vigilasen que el dinero prestado a los bancos españoles llegase a su destino: la economía real, la creación de empleo y los ciudadanos. Evidentemente, el control sobre el terreno evidenciaba la “falta de confianza” en la economía y las autoridades españolas. España no tenía crédito para gestionar por sí sola el crédito europeo.
Por otra parte, el anuncio de la línea de crédito despertó recelos en muchos países. Según un sondeo del Frankfurter Allgemeine Zeitung, dos de cada tres alemanes rechazaba la ayuda a España. Llovía sobre mojado, pues también se habían cuestionado los de Grecia y Portugal.
Y, al mismo tiempo, griegos, irlandeses y portugueses protestaban en Bruselas por el “mimo” con el que se había tratado a España al no estigmatizarla con el anuncio de un rescate al país y vender la ayuda como un crédito a los bancos, aunque el dinero fuese al FROB y, por lo tanto, al Estado español. En plena campaña electoral griega, los candidatos más críticos con la UE proponían a los ciudadanos renegociar la deuda con Bruselas para llegar a un pacto como el logrado por los españoles. Más que solidaridad de los rescatados, parece haber un sentimiento de agravio comparativo.
En cualquier caso, la incertidumbre por Grecia que había precipitado el rescate de España antes de las elecciones en el país heleno no se disipó. En el exterior, frente a lo que se esperaba desde la UE y el gobierno español, o al menos así se declaró, persistió la incertidumbre. La ayuda o rescate no logró calmar a los mercados. En los días siguientes la Bolsa española cosechó pérdidas significativas y la prima de riesgo siguió creciendo. El martes 12, tres días después del anuncio del crédito europeo, la rentabilidad del bono del Tesoro Español a 10 años alcanzó un máximo que no se daba desde hacía 15 años: rozó el 7%.
En la prensa económica internacional de referencia, además de utilizarse abiertamente la palabra “rescate” y las comparaciones con Grecia, Irlanda y Portugal, también se alimentaron las dudas sobre la eficacia y los resultados de la ayuda. El Financial Times y el Wall Street Journal especularon sobre la posibilidad de que el gobierno español no pudiese pagar los intereses del préstamo si la reestructuración bancaria no daba los frutos esperados, lo que obligaría, como en el caso de Grecia, a un segundo o un tercer rescate. El New York Times aseguraba que nuestro país, a pesar del rescate, no estaba fuera de peligro.
Bloomberg iba más allá, pues no sólo cuestionaba la eficacia de la ayuda sino que declaraba que la forma del rescate indicaba que ni Madrid ni, lo que era más grave, Bruselas habían comprendido el problema. El quid de la cuestión no era España, sino el euro.
Los medios no andaban muy desencaminados. El martes 12, la agencia de rating Fitch bajó la calificación de toda la banca española, incluido el Santander, BBVA y Popular, que desde el mismo sábado declararon que no iban a solicitar la ayuda europea. El riesgo-país parecía pesar más que la solvencia de las grandes entidades españolas. Quizá cuando se despejen las dudas sobre Grecia las aguas se calmen.
En cualquier caso, volviendo al tema de la imagen de España tras la ayuda europea, vista en perspectiva, la crisis y el rescate blando dejan a las claras una serie de puntos que nos llevan a matizar algunas afirmaciones o ideas bastante extendidas. Todo lo sucedido a raíz de la crisis de Bankia y el rescate del sistema financiero español nos obliga a revisar muchos argumentos referidos a la imagen de España en este plano financiero y macroeconómico, pensando tanto en la imagen exterior como en la que teníamos nosotros los españoles de nuestra economía y sector bancario.
La percepción que teníamos los españoles de nuestra economía podía ser mala, pero resultó que los problemas eran incluso más graves de lo que pensaba el ciudadano medio. Se dice que la realidad siempre supera a la ficción. Ahora podríamos decir que la realidad superaba a la imagen, como puso de manifiesto el rescate. Por lo tanto, los mercados y los medios internacionales tenían una visión mucho más acertada de España que los españoles mismos, envueltos en la espiral de silencio que hacía que no se diese la importancia debida a nuestros problemas.
Desde luego, los causantes del autoengaño de los españoles fueron los responsables de las entidades financieras que falsearon las cuentas y ocultaron la profundidad del agujero. Por lo tanto, hay una opacidad de los gestores privados o semi-privados de las Cajas, bancos, etc. La lógica del engaño era puramente económica.
Pero no fueron menos culpables las autoridades económicas, como el Banco de España, y las políticas, desde el gobierno de Rodríguez Zapatero hasta el de Rajoy. Ahora fue la lógica electoral la que impedía decir la verdad a los españoles.
Sin el pánico del exterior tras la nacionalización de Bankia, que fue lo que llevó a las presiones para que España aceptase la ayuda, a día de hoy es posible que los españoles siguiésemos mareando la perdiz y echando la culpa de la subida de la prima de riesgo española a Grecia. Somos campeones del mundo de fútbol, también echando balones fuera.
Por lo tanto, en perspectiva, la UE, los mercados y los MASP (Medios Anglosajones y Protestantes) tenían una imagen más realista del problema. A los españoles los árboles no nos dejaban ver el bosque. Todas las dudas y ataques a España desde el exterior estaban más que justificadas y, en cierto modo, aunque nos cueste reconocerlo, los españoles les debemos un favor a Fitch y Standard & Poor’s, lo mismo que al Financial Times y el Wall Street Journal, por hacer caer por fin el “velo de ignorancia” que nublaba nuestra visión. Probablemente sus ataques no eran desinteresados, pero las consecuencias son positivas para España puesto que el rescate puede ser el principio de la solución a los males de la economía de España y la señal que esperábamos para comenzar a construir la marca España a partir de las cenizas del viejo modelo productivo.
En consecuencia, el impacto del rescate de España sobre nuestra imagen en el exterior seguramente será menor que sobre nuestra propia imagen y la autoestima de los españoles. Como diría un analista financiero, los mercados hace tiempo que habían descontado el efecto, puesto que sabían que nuestro país, después de Gracia, Irlanda y Portugal, era el siguiente eslabón más débil de la fina cadena de la eurozona. No es que fuesen más conscientes del problema, pero sí lo aireaban mucho más en público, pues fuera no se daba la espiral de silencio que alimentaba la ignorancia de los españoles sobre su propia situación.
Lo que se está dando fuera es otro efecto paradójico: algo parecido a lo que se conoce como ‘altruismo interesado’. EEUU, el FMI, el BCE, la UE y Alemania, todos estaban de acuerdo en que había que hacer algo por España, porque nosotros seguíamos mareando la perdiz. Pero se trataba no de salvar a los españoles, sino al euro, la economía alemana o la reelección de Obama.
Ahora bien, como pone de manifiesto la incertidumbre que ha seguido al rescate, intervención, ayuda o como quiera que llamemos al anuncio del 9 de junio, al mismo tiempo todo sigue envuelto en una bruma que impide ver la solución para España y el final del túnel en el que ha entrado el euro. El problema es seguramente la pluralidad de actores dentro y fuera de la UE, que alimenta lo que se llama “ignorancia pluralista”. Los motivos de los demás no son transparentes para la mayoría de los actores y al mismo tiempo ninguno quiere estarse quieto mientras la fortaleza europea se va derrumbando un poquito más cada día. Con España cayó otro muro de ese bastión.
Como no hay consenso sobre las medidas a tomar para contener la hemorragia, cada maestrillo va siguiendo su librillo. El resultado es la ceremonia de la confusión en la que también está envuelta España y su rescate. La urgencia por anticiparse a la tragedia griega forzó la intervención sobre nuestro país pero, como estamos viendo estos días, los distintos actores que nos han llevado a esta situación, empezando por el gobierno español y terminando en Obama y Lagarde, pasando por Durão Barroso y Merkel, no calcularon los efectos ni las interacciones perversas del rescate. Por no calcular, ni siquiera sabemos si aumenta o no el déficit público español y, en general, los problemas de España. Ya lo decía el clásico, alemán, por cierto: el camino del infierno está empedrado de buenas intenciones.
El resultado es que no sabemos si la imagen de España ha mejorado o empeorado, dada la incertidumbre que rodea todos o casi todos los extremos de la ayuda. Como el rescate ha sido parcial, o limitado al sistema financiero, algunos analistas internacionales subrayan que la salud de nuestro país no era tan mala. El vaso está medio lleno. Pero, como hemos visto, no faltan las voces que anticipan nuevos rescates a España: ahora se ve el vaso medio vacío.
La imagen de España en el exterior, que antes estaba envuelta en una espiral de ruido y la cacofonía de voces negativas, ahora está en el limbo de la ambivalencia, que como señalaba otro clásico alemán, Georg Simmel, es el estatus natural del asistido, del ayudado, cuando sólo es socorrido a medias. ¿Realmente necesita la ayuda o podría hacer más por salir del problema si se esforzase? ¿Será capaz de levantarse después de echarle una mano o volverá a necesitar más ayuda?
Conclusiones: En los comentarios de muchos analistas internacionales sobre España se trasluce este nuevo estatus del socorrido, que está dentro y fuera a la vez. Antes, claramente, éramos un problema. Ahora, al socorrernos “a medias”, para muchos no está claro lo que somos y la incertidumbre es aún mayor que antes. Es posible que con el tiempo, muchos fuera echen de menos los tiempos en que España era como Grecia.
Javier Noya
Investigador principal de Imagen Exterior de España, Real Instituto Elcano