Tema: Es un momento oportuno para analizar los primeros seis meses de la política de la Administración del presidente Barack Obama en Oriente Medio.
Resumen: La ofensiva diplomática del presidente Obama en Oriente Medio se caracteriza, desde el inicio mismo de su mandato, por un viraje radical en relación a la política de su predecesor, que se manifiesta en su implicación directa, así como en una serie de iniciativas simultáneas destinadas a acometer los complejos y amenazadores problemas que intenta solventar.
Análisis: Aún no se han apagado los ecos de los análisis y comentarios que los medios de comunicación dedicaron a los primeros 100 días de Barack Obama en la Casa Blanca y ya nos encontramos señalando los seis primeros meses de su mandato, hito oportuno para nuevas evaluaciones de los resultados de su política. ¿Justifican sus logros las expectativas creadas por sus promesas y sus primeras acciones?
El presidente Barack Obama, después de haber prometido que se ocuparía de Oriente Medio “desde el primer día” de su mandato, no ha perdido tiempo. Obama y su equipo tratan, desde ese mismo momento, de restaurar el liderazgo de Washington en la región, lo que en primer lugar le obliga a reparar su maltrecha imagen, legado de su predecesor, George W. Bush. Después de varios meses de amagar, y en poco más de un mes, desde principios de mayo, ha avanzado el presidente una ofensiva diplomática en cuyo marco mantuvo encuentros, en Washington o en sus respectivas capitales, con el rey jordano Abdalah, el primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, el presidente palestino Mahmud Abbas, el rey saudí Abdulah y el presidente egipcio Hosni Mubarak. Una ofensiva que culminó con el histórico mensaje dirigido desde El Cairo al mundo musulmán en general y al árabe en particular, probablemente el hito más significativo de esta ofensiva. Las reacciones al discurso en Oriente Medio han sido mixtas: recibido por muchos con amplios elogios, por algunos con escepticismo y rechazado por otros, sobre todo por los sectores más radicales, en algunos casos aún antes de ser conocido. El discurso ha sido una elocuente exposición de la política de la nueva Administración de Washington.
Obama seguramente no ignora que un discurso no cambia el mundo, pero su mensaje desde El Cairo ha sido el mensaje de quien apuesta por renovar sin demora una política exterior maltrecha y que intenta que las promesas del Yes we can, que lo llevaron a la primera magistratura de su país, se trasladen también a su política exterior. Sus palabras, en las circunstancias excepcionales en las que se pronunciaron, se han transformado en un arma política, al recordar su compromiso anterior a su ingreso a la Casa Blanca –reiterado en su mensaje inaugural– en su primera entrevista televisada, concedida a una cadena de TV árabe, y en sus mensajes al pueblo iraní y al parlamento turco. Los retos que ha asumido públicamente de minimizar la animadversión entre el mundo occidental y el mundo islámico, de recuperar la credibilidad de su país en el mundo árabe y de encontrar una solución justa al conflicto palestino-israelí han constituido el eje de su mensaje. No presentó a sus interlocutores un programa de acción ni explicó cómo intentará hacerlo. Pero en un discurso en el que prescindió de recursos demagógicos, dejó claramente establecidos sus objetivos.
Esto ha sido notorio en sus palabras sobre el conflicto palestino-israelí. “Su optimismo es muy refrescante, pero está lejos de las realidades de Oriente Medio”, sentenció el profesor Gerald Steinberg, de la Universidad Bar Ilan, de Israel. No es el único. Otros, incluso quienes se muestran de acuerdo con las iniciativas de Obama, se muestran escépticos. Los árabes y los israelíes no están acostumbrados a escuchar a un presidente estadounidense llamar a las cosas por su nombre, ni que llame a sus dirigentes a declarar públicamente lo que dicen a puertas cerradas. Ha refrendado, y en una capital árabe, las “inquebrantables” relaciones de EEUU con Israel, basada, como recalcó, en valores compartidos, a la vez que ha recordado a los israelíes la intolerable situación en que viven los palestinos, insistiendo en que, no menos que los israelíes, aquellos tienen derecho a un Estado propio. Su Administración, a diferencia de la de su predecesor, cuestiona la legitimidad de las actuaciones de Israel en los territorios palestinos, pero también exige a los palestinos poner fin a la instigación y a luchar con todos los medios contra el terrorismo islámico originado en sus territorios. En la consideración que Oriente Medio necesita de un enfoque regional para resolver sus conflictos más acuciantes, Obama ha exigido a aquellos en el mundo árabe que aún no lo han hecho a reconocer la legitimidad del Estado judío.0
Los políticos y analistas en Oriente Medio se preguntan si Obama, un estadista que no peca de ingenuo, tiene la capacidad de implementar una política considerada por algunos de sus críticos como ingenua y hasta utópica, en un momento en que las condiciones no son las más propicias. La significación de sus palabras residirá en la firmeza de su voluntad política y en su persistencia. Para lograrlo, ha comenzado renunciando a la unilateralidad de su predecesor, George W. Bush, que tanto daño causara a su país. No solamente intenta recuperar la convergencia política con los aliados transatlánticos, sino también la consolidación de la cooperación con aquellos países árabes moderados que se consideran amenazados por los designios hegemónicos regionales del régimen de los ayatolás de Teherán y, no menos, por los fanáticos radicales de la escuela de al-Qaeda. No menos importante, intenta convencer a Rusia a que renuncie a una política que recuerda los vicios de la Guerra Fría y de la Unión Soviética.
No hubo en el discurso novedades dramáticas ni propuestas concretas para reconducir el proceso de paz palestino-israelí, pero se ha comprometido a involucrarse con determinación en la búsqueda de una paz palestino-israelí, basada en “la única solución posible”, la implementación de la fórmula de dos Estados para dos pueblos. Una apuesta arriesgada en la que ha puesto en juego su credibilidad, al reiterar sus metas con el máximo de claridad posible. Pero, ¿además de utilizar con gran destreza las palabras apropiadas, sabrá alcanzar sus objetivos? ¿Hay –como considera el ministro español de Asuntos Exteriores, Miguel Ángel Moratinos– “un antes y un después de este discurso”?
En una entrevista concedida al periodista Thomas Friedman, del New York Times, poco antes de su discurso, Obama comentó que se propone, “con espejo en mano”, explicar a sus interlocutores: “esta es la situación y EEUU está preparado para cooperar con vosotros para afrontar los problemas. Pero no podemos imponerles una solución. Vosotros deberéis adoptar duras decisiones”. Aquél que quiera entender a Obama debería leer el importante libro Diplomacy del mítico Henry Kissinger, “el profeta del realismo en la política exterior norteamericana”, como ha sido bautizado por un analista diplomático estadounidense. Obama, en el espíritu de Kissinger, trata de promover los intereses nacionales de EEUU y crear un nuevo equilibrio internacional de poder en el que su país sea el primero entre iguales. Para los realistas, éste es el camino apropiado para lograr largos períodos de paz y estabilidad. De lo revelado acerca de sus conversaciones con los líderes de Oriente Medio, parecería que este enfoque es el que prima en lo que respecta al proceso de paz palestino-israelí.
La preocupación del presidente en la gestión de su política exterior es la misma que ha inspirado a todos sus predecesores: la protección de los intereses estratégicos nacionales de EEUU. La estabilidad de Oriente Medio, principal abastecedora de petróleo de Occidente, es uno de ellos. El orden de prioridades que se ha impuesto Obama para la región coincide de hecho con una visión realista que gana adeptos en los países moderados de la región: el que los interconectados y yuxtapuestos conflictos en la región exigen un enfoque regional. Obama ha creado una dinámica que podría abrir un camino para una cooperación regional, tanto en la solución del conflicto palestino-israelí, como en la contención del régimen de Teherán, cuyas nada ocultas ambiciones hegemónicas y su carrera nuclear ponen en peligro la estabilidad de Oriente Medio. Obama ha adoptado la iniciativa de paz palestino-israelí de Arabia Saudí, hecha suya por la Liga Arabe, pero exige a su vez a los países árabes que “normalicen sus relaciones” con el Estado de Israel y que abandonen la demonización de este país. La implementación de esta iniciativa dependerá no solamente de su aceptación por parte de Israel sino también de la contribución de un mundo árabe reacio a normalizar en esta etapa sus relaciones con el Estado judío. Y también, por supuesto, de la situación interna en los países árabes, especialmente en los territorios palestinos.
Obama trata de establecer una nueva clase de relaciones con el mundo árabe aunque sin abandonar su cooperación y coordinación estratégica con Israel, lo que según algunos expertos constituye una motivación para los países moderados árabes para normalizar sus relaciones con Israel. ¿Podrá hacerlo? Para recuperar su credibilidad en el mundo islámico en general, y en el mundo árabe en particular, Washington deberá convencerles de que unas relaciones especiales con Israel no son sinónimo de apoyo automático a este país.
El nombramiento de enviados especiales para Oriente Medio, entre ellos un político con vasta experiencia negociadora, el ex-senador George Mitchell, considerado un “negociador firme y tenaz”, que alcanzó notoriedad con el acuerdo del Good Friday de 1998 que puso fin al conflicto entre protestantes y católicos en Irlanda del Norte, es un dato alentador. En los años 2000-2002, Mitchell presidió la misión que analizó las causas del estallido de la segunda intifada y sus recomendaciones incluyeron la exigencia de que Israel pusiera fin a la construcción de asentamientos en los territorios palestinos y que la Autoridad Nacional Palestina pusiera coto a la violencia terrorista originada en sus territorios. Su informe sirvió de base para la elaboración de la Hoja de Ruta, el plan de paz palestino-israelí del Cuarteto para Oriente Medio, en cuya redacción participó activamente el actual ministro de Asuntos Exteriores español, Miguel Ángel Moratinos. Mitchell ha visitado la región varias veces y se ha entrevistado en Washington y en capitales europeas con el ministro de Defensa de Israel, Ehud Barack y se apresta a establecer una delegación permanente en Jerusalén.
La convergencia transatlántica
¿Puede esperarse una contribución europea a los esfuerzos de Washington? Europa no se conforma con el papel secundario que la diplomacia de Washington le concedió en el pasado en la región. Ha desarrollado durante la guerra de Gaza una intensa actividad diplomática, intentando llenar el vacío dejado por la Administración del presidente George W. Bush, que en las últimas semanas de su mandato se destacó por su inacción, después de un breve período de implicación que tuvo su momento culminante con la cumbre de Annapolis, en noviembre de 2008.
Judy Dempsey, columnista del International Herald Tribune, en un artículo titulado “La UE busca tener voz en la cacofonía de Oriente Medio”, escribe que no debe sorprender que la UE sea ridiculizada cuando trata de afrontar una crisis de envergadura. La UE carece de una política común consistente y ha demostrado falta de unidad en Oriente Medio debido a intereses históricos de los países europeos involucrados en esta región. ¿Puede entonces la UE contribuir a pacificar la zona? Para Henry Kissinger, renovar la alianza transatlántica es un imperativo. Según él, las diplomacias de EEUU y la UE están obligadas a converger y alentar así el proceso de paz.
En los últimos años hemos sido testigos de una serie de iniciativas de la UE, comenzando con el Proceso de Barcelona en 1995, destinadas a profundizar la cooperación con los países ribereños del Mediterráneo, así como estructurar una “red de amigos” de la UE que refuerce su posición en la región y consecuentemente su potencial de contribución a la estabilización.
A diferencia de su predecesor, cuya política en Oriente Medio se caracterizó por la ausencia, o por sus desaciertos, Barack Obama se ha implicado activamente en la búsqueda de la paz. Si es consecuente y cumple sus promesas, podría esperarse una política común por parte de los socios transatlánticos. El apoyo a su política que Obama ha recibido hasta ahora de los gobiernos europeos es un signo alentador.
El escenario de las urgencias: ¿soplan vientos de cambio en Oriente Medio?
Oriente Medio presenta a Obama en su camino a la conciliación, graves –y en algunos casos, inesperados– quebraderos de cabeza y algún que otro signo alentador: los resultados de las elecciones en Líbano e Irán, el discurso-réplica del primer ministro israelí Benjamin Netanyahu, la caótica situación en Irak y el incremento de la violencia en coincidencia con la retirada de las tropas estadounidenses de sus centros urbanos, la situación en Afganistán, Pakistan, Darfur, etc., son problemas para desanimar al más afanoso. Otra desafío no menos importante lo constituye la creciente fisura en la región entre sus dos principales ejes, el de los países suníes, encabezado por Egipto, y el chí liderado por Irán, cuyos designios hegemónicos regionales no son nada secretos. Este enfrentamiento es parte del conflicto suní-chií, pero la amenaza iraní trasciende la dimensión religiosa.
En Líbano, la coalición pro-occidental superó en unas elecciones cruciales a los fundamentalistas pro-iraníes de Hezbolá y sus socios. Para algunos analistas se trataba de la primera ocasión en que se demostraría si el discurso de Obama había caído en oídos sordos. Para aquellos, los resultados son positivos al haber disminuido los temores en EEUU y Europa ante un aumento de la influencia iraní y siria en Líbano, lo que hubiera constituido un serio revés para la política de Obama. Pero los resultados de las elecciones no han modificado la situación. Se mantiene el complejo statu quo político. El Estado dentro del Estado que es Hezbolá sigue intacto, su ejército privado no será disuelto y su arsenal, que incluye decenas de miles de cohetes y misiles proporcionados por el régimen de los ayatolás de Irán –vía Siria–, no será desmantelado. Hezbolá sigue expandiendo su capacidad militar propia, que probablemente supera a la de las propias fuerzas armadas libanesas, y la llave maestra de la política libanesa seguirá en manos de Hassan Nasralá. Queda por ver si Hezbolá y su coalición formarán parte de la próxima coalición y, sobre todo, si mantendrá el derecho al veto conseguido gracias al acuerdo que incorporó a esta organización al gobierno saliente. Hezbolá insistirá en el derecho al veto y seguramente lo conseguirá. Si las fuerzas políticas no logran ponerse de acuerdo en la distribución del poder, una nueva ronda de enfrentamientos que inflame las tensiones sectarias será inevitable.
¿Y en Irán? Mahmud Ahmadineyad, después de una victoria cuestionada por una oposición que insiste en que se le han escamoteado las elecciones y que ha desembocado en la mayor ola de protesta desde julio de 1999, seguirá siendo presidente de Irán. La tensión creada por las alegaciones de fraude ha hecho poca mella en Ahmadineyad aunque, por lo visto, es causa de preocupación en el estamento teocrático que dirige los destinos del país. Según el líder supremo, el ayatolá Alí Jamenéi, la “milagrosa mano de Dios ha sido evidente en las elecciones”. Más bien, ha sido una mano humana la que manipuló los resultados.
Irán ya no es un Estado teocrático sino una dictadura militar, advierten en el New York Times Danielle Pletka, del American Enterprise Institute, y Ali Alfoneh, investigador asociado del Instituto, sosteniendo que de hecho los poderosos Guardias Revolucionarios de Irán se han hecho con el poder en un golpe de Estado silencioso. Es opinión generalizada que el presidente iraní, Mohamed Ahmadineyad, estimulado por su victoria, continuará con su desafiante política internacional, probablemente con mayor vigor. Un Ahmadineyad envalentonado y provocador, necesitado de consolidar su posición, podría poner las cosas a Obama aún más difíciles. Es de suponer que ni la carrera nuclear iraní se congelará ni el apoyo a los fundamentalistas radicales libaneses y palestinos será interrumpido por el régimen iraní, que tampoco renunciará a sus designios hegemónicos regionales.
Fiel a su promesa de dialogar también con los enemigos de EEUU, Obama continúa decidido a dialogar con el régimen de Teherán. Además de lograr una cooperación efectiva con el régimen iraní en sus esfuerzos de pacificación de Irak y Afganistán, intentará persuadirle que abandone el programa nuclear que –en opinión de los expertos– le permitiría, de proponérselo, acceder en poco tiempo a armamento nuclear. Pero esta iniciativa de Obama genera preocupación en los países árabes suníes, aquellos considerados moderados e incluso aliados de EEUU. Las nada ocultas ambiciones hegemónicas de Irán en la región, que han incrementado notablemente la tensión suní-chií, y las acciones de los satélites del régimen iraní en Líbano, en Gaza y en el Golfo, y su “alianza estratégica” con Siria, son causas de gran perturbación. Irán se ha convertido en una amenazadora potencia regional y los países árabes temen que el diálogo Washington-Teherán culmine con la concesión a Irán de un perturbador “papel regional legítimo”.
También Israel es un quebradero de cabeza para Obama, que exige el desmantelamiento de enclaves israelíes ilegales y la paralización de la construcción en los asentamientos en los territorios ocupados de Cisjordania, como primer paso imprescindible –en opinión de Washington (y de la UE)– para la reconducción del proceso de paz palestino-israelí. Esto ha abierto un serio enfrentamientocon el gobierno de Netanyahu. Mientras se escriben estas líneas, las partes buscan un compromiso en un intento de evitar entrar en vía de colisión. Las relaciones EEUU-Israel podrían tomar un cariz diferente. ¿Significa esto que Obama está dispuesto poner fin a las “relaciones privilegiadas” con Israel, unas relaciones mantenidas por todos sus predecesores y justificada, sobre todo, por valores compartidos e intereses comunes? Es prematuro intentar dar una respuesta.
Para Netanyahu, que cumple en estos días los primeros 100 días al frente del gobierno israelí, frenar las ambiciones nucleares de Irán, que considera una amenaza existencial, es la principal prioridad de su gobierno. Evitar en estos momentos una guerra Irán-Israel es un objetivo primordial de Obama que, según filtraciones a la prensa israelí, ha antepuesto el proceso de paz con los palestinos a la exigencia israelí de “acción” por parte de la Administración de Washington. Mientras que Netanyahu insiste que si Israel no lidera la defensa contra la amenaza iraní, “ningún otro lo hará”, Obama ha reiterado que la opción del diálogo con el régimen de los ayatolás es la única sobre la mesa en estos momentos.
El enfoque de Obama –basado en los parámetros del plan presentado por el presidente Bill Clinton en diciembre de 2000 en la cumbre EEUU-Israel-ANP y rechazado por el fallecido líder palestino Yasser Arafat– ha creado una tensión entre EEUU e Israel desconocida desde los años 90, cuando el presidente George Bush padre impuso a Israel sanciones económicas para presionar a su gobierno a que congelara la expansión de los asentamientos israelíes en los territorios palestinos ocupados.
Netanyahu, en su discurso-réplica al de Obama –discurso esperado con gran expectación–, delineó lo que sería la política de “paz y seguridad” de su gobierno. Logró dar un paso en dirección a Obama, sin perder el apoyo de la intransigente ultraderecha israelí, por cuanto por fin pudo escucharse de su boca las palabras “Estado palestino”. Eso sí, con condicionamientos que lo hacen inviable. Para uno de los más prestigiosos analistas israelíes, Aharón Barnea, se trata de “un gran salto para Netanyahu y un pequeño salto para la paz”. Netanyahu ha abierto un resquicio en la ventana de oportunidad, pero ¿convencerá a un presidente empeñado en implementar la visión de “dos Estados para dos pueblos”, que exigirá dolorosas concesiones tanto de los israelíes como de los palestinos? No pasará mucho tiempo antes de que Netanyahu comprenda que satisfacer a la vez a Washington y a la ultraderecha israelí es ilusorio. El presidente Obama ha calificado la aceptación de Netanyahu de un paso positivo, pero insistiendo en que los asentamientos israelíes en los territorios ocupados de Cisjordania son ilegales y un obstáculo para la paz. La congelación de la construcción de los asentamientos israelíes en los territorios ocupados es considerado por Washington parte importante y esencial de los esfuerzos para reconducir el proceso de paz que culmine con la creación de un Estado palestino conviviendo con Israel con fronteras y futuro seguros.
Otro dolor de cabeza para Obama es, evidentemente la situación interna palestina. Mientras el presidente egipcio, Hosni Mubarak, intenta persuadir a los palestinos de que firmen un acuerdo de reconciliación, en el territorio palestino de Gaza se consolida un enclave radical islámico considerado por Israel entidad terrorista. También a los palestinos presenta el presidente norteamericano severas exigencias: en primer lugar, el cumplimento de sus compromisos internacionales en el marco de la Hoja de Ruta, que exige, entre otras cosas, el desmantelamiento de las estructuras terroristas que operan desde territorio palestino, así como la reestructuración de una administración salpicada por la corrupción e incapaz de gestionar eficientemente los asuntos de gobierno. Implementar la gobernabilidad real de la Autoridad Nacional Palestina, incluso en la franja de Gaza gobernada por Hamás, es una firme exigencia de Washington. Obama trata de superar el daño a su credibilidad causado por las “relaciones privilegiadas” con Israel, pero no sin exigir a los palestinos que cumplan a rajatabla su parte en los compromisos.
Conclusión: No todos juzgan positivamente los resultados de la conducción de la política exterior de Washington. Para algunos ha habido “muchas iniciativas y pocos resultados”. Hay quienes critican su reacción frente a la brutal represión de las manifestaciones contra las fraudulentas elecciones en Irán. Para algunos, su reacción a los acontecimientos en Irán ha sido la más débil entre los dirigentes de los países occidentales. Tampoco faltan las críticas a su propósito de recuperar la simpatía del mundo islámico y ganar la batalla por la opinión pública en el mundo árabe. En Israel la extrema derecha critica una actitud que considera apologética. Su inflexible exigencia respecto a los asentamientos en los territorios ocupados es vista en este contexto. Para algunos, “mientras presiona a Israel es indulgente con los árabes”. Asimismo, no faltan los críticos en el estamento político de Washington, incluso en su propio partido.
Innocent Abroad: An Intimate Account of American Peace Diplomacy in the Middle East es el título de un libro de Martin Indick, uno de los diplomáticos estadounidenses más involucrados en la política de EEUU en la región, en el que analiza el papel de su país en el fallido proceso de paz palestino-israelí. Aquellos que interpretan las promesas de Obama como un retorno a un tipo de “inocente idealismo”, señala un compatriota suyo, descubrirán pronto que la política de su Administración está lejos de ser inocente y se basa en los intereses de EEUU.
El cambio en la política exterior de EEUU en los últimos meses es dramático, pero no garantiza resultados tangibles inmediatos. La magnitud de los problemas que debe afrontar en condiciones tan adversas es tal que su solución y gestión exigen tiempo y paciencia. Aún no es momento para la decepción.
Samuel Hadas
Primer embajador de Israel en España y ante la Santa Sede