Tema: Un nuevo partido político alcanza la presidencia de Costa Rica con un candidato que se identifica con el votante medio, y logra captar el deseo de cambio demandado por el electorado.
Resumen: Tras una campaña intensa y desafiando todas las predicciones, el centroiquierdista Luis Guillermo Solís llegó a la presidencia de Costa Rica en una segunda vuelta electoral, alcanzando el 78% de la votación. El deseo de cambio político, después de dos gobiernos del mismo partido, predominó y el electorado se pronunció masivamente en contra del continuismo. Empero el nuevo presidente no logró la mayoría en el parlamento y debe empezar a gobernar en minoría, forzado a establecer alianzas parlamentarias con la izquierda y los socialcristianos. La debilidad parlamentaria obligará a guardar un delicado equilibrio entre las fuerzas del centro, las de la izquierda del Frente Amplio y los movimientos sociales. Un déficit fiscal del 6% del PIB, una mayor apertura en la generación eléctrica, las sociedades civiles de convivencia, la banca de desarrollo y la modernización de la infraestructura vial y portuaria constituyen los desafíos inmediatos que deberá afrontar la nueva administración.
Análisis: Luis Guillermo Solís Rivera, historiador y especialista en relaciones internacionales, asumió la presidencia de Costa Rica el pasado 8 de mayo, tras una campaña intensa y diferente. Solís, candidato del centroizquierdista Partido de Acción Ciudadana (PAC), emergió del margen de error de las encuestas en diciembre, transcurridos dos meses de iniciada la campaña electoral.[1] En ese momento, el probable ganador era el candidato del partido de gobierno, Johnny Araya Monge, ex alcalde de la capital,[2] quien enfocó su campaña en su experiencia y realizaciones en la función pública.
La dinámica de la campaña
El contexto de la campaña electoral estuvo marcado por un ascenso de movimientos sociales y una constante erosión de la popularidad de la presidente Laura Chinchilla, afectada por varios escándalos de corrupción de funcionarios de su gobierno. Los otros candidatos importantes fueron el derechista Otto Guevara, el izquierdista José María Villalta y el socialcristiano Rodolfo Piza.
Guevara había tenido un excelente resultado en las elecciones de 2010 y centró su participación en 2014 en torno a los temas del libre mercado, el no a los impuestos, apoyo a los valores tradicionales, contra el aborto, el matrimonio gay y la fertilización in vitro, para alcanzar un débil resultado electoral del 11% en la primera vuelta que concluyó el 2 de febrero. Piza adoptó una posición centrista en cuanto al tema de la intervención del Estado en la economía y conservadora en temas de bioética, alcanzado únicamente un 9% en los resultados finales.
La gran sorpresa de esta elección, aparte del triunfo de Solís y su partido Acción Ciudadana (PAC), fue el surgimiento de Villalta y el Frente Amplio (FA), con fuertes lazos con el Partido Comunista de Costa Rica, creado en 1928. El FA logró el 17% de los votos, la mejor votación de la izquierda en la historia política del país y una importante representación parlamentaria.
El éxito de FA se debe a su denuncia de los males del gobierno y a un candidato joven, desafiante y con carisma, que se promocionó como la alternativa frente a los males de la clase política. La beligerancia del joven diputado del FA provocó su ascenso en las encuestas, lo que llevó a que el candidato del oficialista Partido de Liberación Nacional (PLN) pasara de una actitud pasiva a tratar de posicionarse como la alternativa centrista frente al extremismo izquierdista de Villalta y el ultraderechismo de Guevara. Este último, por su parte, profundizó el ataque contra el gobierno y el PLN en torno al tema de la corrupción e impuestos, acusando a Villalta de comunista.
Los tres se enfrascaron en una batalla de acusaciones recíprocas, mientras Solís emergía de las brumas de la inexistencia estadística, caminando sobre las aguas, sin que nadie le disparara y con ataques moderados al oficialismo.
A la larga, frente al ruido de la confrontación entre el trío de quienes lideraban las encuestas, enero permitió que el candidato del PAC se posicionara como la opción del cambio tranquilo, lejos de la política negativa, gracias a una imaginativa campaña que lo identificó con el ciudadano medio, distante de los extremos y del continuismo.[3]
Los resultados electorales
El 2 de febrero por la noche se confirmaron las expectativas de una segunda ronda electoral. La legislación costarricense requiere que el candidato ganador lo sea por más del 40% de los votos válidamente emitidos y ninguno de los contendientes alcanzó dicha cifra. Solís llegó al 30,6%, Araya el 29,7%, Villalta el 17,2%, Guevara el 11,3% y Piza el 6%. La abstención se mantuvo en los límites recientes del 32%. El candidato del PAC conquistó el primer lugar con el apoyo de las provincias del centro del país, los sectores urbanos y las capas medias. EL PLN logró sus principales apoyos en las provincias costeras y los sectores rurales. Por su parte, el FA mostró una implantación nacional y ocupó el segundo lugar en las costas.
Siguiendo los datos de la Figura l, la elección legislativa deja al nuevo gobierno en minoría en el parlamento. Un aspecto particular de esta elección fue el menor porcentaje de votos obtenidos por los partidos en las elecciones legislativas que en la primera ronda presidencial, con excepción del PUSC, que logró una mayor captación de votos a nivel legislativo, aumentando su número de curules con respecto al período 2010-2014 (seis escaños).
Figura N°1. Resultados de las elecciones de 2014, primera ronda electoral
Fuente: elaboración propia a partir de los datos consolidados para diputados 2014 del TSE.
El parlamento queda fragmentado y el número efectivo de partidos pasa de 3,04 a 4,27, confirmando la tendencia hacia el multipartidismo y el entierro definitivo del bipartidismo tradicional (PLN-PUSC), vigente en la política costarricense por casi dos décadas. De ahora en adelante, se ha instaurado un sistema multipartidista que obliga a la negociación permanente y a la búsqueda continua de alianzas en un ambiente de pluralidad partidaria creciente, caracterizado por la gran diversidad ideológica y sectorial de los partidos políticos.
Figura 2. Evolución del número efectivo de partidos para elecciones presidenciales
Fuente: Juan Francisco Camino (2014), La continua fragmentación político-electoral costarricense, elecciones 2014.
Los resultados revelan el fenómeno personal de la candidatura de Solís, más grande que su partido, pero también anuncian las dificultades para la gobernanza y el imperativo de conformación de alianzas parlamentarias para llevar adelante la agenda del nuevo presidente, quien queda en franca minoría en el parlamento, configurándose una vez más el escenario de un gobierno dividido.
Para entender los resultados
El triunfo de Solís no obedece exclusivamente a la dinámica de la campaña, sino también a factores de fondo como fueron el aumento en la percepción de corrupción y de mala gestión política de la presidente Laura Chinchilla. La permanencia del PLN durante ocho años provocó reacciones negativas en la totalidad de la población, particularmente en lo que se refiere a la percepción de corrupción en el gobierno.
Figura 3. Aumento de la percepción de corrupción del gobierno
n=2.416
Fuente: Unimer (2013), Programa Nacional de Opinión Pública Unimer-La Nación. Estudio Nacional domiciliar.
La presidente Chinchilla concluyó su mandato con la más baja evaluación de una gestión presidencial en 23 años, lo que junto al ascenso de la protesta social en los últimos dos años de su gobierno levantó el telón de fondo sobre el que se desarrolló la campaña electoral.
El candidato del partido de gobierno no contribuyó a mejorar este panorama, pues en una atmósfera dominada por el deseo de cambio representó el statu quo, al presentarse como alcalde de la capital por un período de 20 años. Araya encarnó la imagen del político tradicional en un contexto dominado por la antipolítica y con una ciudadanía que no quería más de lo mismo.
La segunda ronda
Tal como estaba previsto, el eficiente e independiente Tribunal Supremo de Elecciones programó una segunda vuelta electoral para el 6 de abril y los dos partidos que ocuparon los primeros lugares se prepararon para el acontecimiento. Sin embargo, el 5 de marzo, Johnny Araya anunció que renunciaba a realizar campaña electoral, pese a que la legislación costarricense no permite la renuncia de los candidatos. El candidato oficialista alegó falta de recursos económicos y dejó el espacio libre para que el opositor continuara con su “Ruta de la Alegría” y ganara con un abrumador 77,8% de los votos frente a un escaso 22,2% del candidato oficialista.
Esta vez Solís arrasó en toda la geografía nacional y resultó evidente que el voto opositor al gobierno en la primera vuelta se movilizó masivamente por el cambio político.
El nuevo gobierno
Por primera vez en 65 años llegó al Poder Ejecutivo un partido sin vínculos con los hechos fundacionales del sistema de partidos costarricense derivado de la Guerra Civil de 1948. EL PAC, una escisión personalista del PLN (2002), tras más de una década de incursionar en la política electoral, logró reunir un electorado joven, urbano y educado que ha imprimido una nueva dinámica a la política costarricense y obtuvo un triunfo significativo.
El primer duelo político del nuevo gobierno tuvo lugar el 1 de mayo, ocho días antes del cambio en el Poder Ejecutivo, con ocasión de la instalación del nuevo directorio en el parlamento. La primera alianza política se formó con la participación del PAC, el FA y el PUSC. Centroizquierdistas, izquierdistas y socialcristianos se repartieron la mesa directora del nuevo parlamento, así como las presidencias de las comisiones legislativas más importantes.
El 8 de mayo asumió oficialmente la presidencia Luis Guillermo Solís y nombró un gabinete con escasa experiencia política práctica, proveniente en gran parte de las universidades públicas. Este gobierno de los profesores se ve condimentado por la inclusión de algunos ministros de origen socialcristiano y por un ministro gay. El mensaje favorable a la diversidad se complementa por el nombramiento de un obispo luterano como ministro de la Presidencia. La ruptura con la cultura política tradicional también se expresa en la ausencia de la participación abierta de los jerarcas de la Iglesia Católica en el acto inaugural.
Ideológicamente, el nuevo mandatario se ha definido como un socialdemócrata que pretende conciliar la acción del mercado y del Estado. Es así como en declaraciones al madrileño diario El País señaló:
“Yo soy socialdemócrata. Creo en una economía de mercado y creo en un Estado que regula, un Estado fuerte que interviene y que hace que el mercado no se coma su propia cola y termine monopolizando en detrimento de la voluntad del mayor número”.
Su crítica al modelo de crecimiento económico sin bienestar lo ha llevado a plantear las amenazas de la globalización y la necesidad de repartir más adecuadamente la riqueza. En su discurso inaugural afirmó:
“La producción de riqueza solo contribuye al progreso de una nación en la medida en que genere el bienestar colectivo. Si no se reparte adecuadamente, la riqueza causa graves trastornos sociales y políticos… Admitir que en nuestro país la solidaridad social se resquebrajó gravemente en las últimas décadas a consecuencia de políticas económicas que modernizaron el aparato productivo nacional, pero fragmentaron la sociedad es fácil; difícil e imperdonable sería no revertirlas”.
A partir de ahí esbozó la ruta y los objetivos finales de su gobierno, definidos como: “Pasar de la democracia formal a la democracia real: esa es la consigna de nuestro pueblo; ese, el espíritu de nuestro tiempo”. No obstante, hasta el momento no ha mostrado las cartas de navegación para recorrer este nuevo rumbo.
Primeros problemas
Los primeros días del gobierno transcurrieron en torno a pequeños errores de comunicación sobre el nombramiento del director de Inteligencia y Seguridad (DIS), así como a la discusión (pendiente de resolución por el tribunal constitucional) sobre la constitucionalidad del nombramiento de un clérigo como ministro de Estado. Sin embargo, el acontecimiento que constituyó la primera gran prueba para Solís fue una huelga de educadores, iniciada durante el gobierno anterior, pero cuya solución ha debido encontrar el nuevo equipo.
En un primer momento, el presidente electo se solidarizó con los educadores, quienes reclamaban el pago de sus salarios atrasados, pero tras asumir el poder debió encontrar solución a un problema complejo con raíces burocráticas profundas y se enfrascó en una discusión con los sindicatos sobre las vías de salida del conflicto. Esto ha amenazado su relación con sectores que constituyeron un segmento importante de su base de apoyo electoral.
Después de cuatro semanas de huelga el gobierno y los sindicatos firmaron un acuerdo, gracias a la mediación de arzobispo de la capital, lo que constituye una especie de reingreso de la Iglesia Católica en la esfera pública, tras su marginación en la toma de posesión del presidente y en los temas de diversidad sexual. Sin embargo, este protagonismo católico enoja a los sectores intelectuales que creían que el conservadurismo de los curas había sido marginado definitivamente del ámbito público, y que estaban confiados en que Solís buscaba consolidar el Estado laico, en un país que todavía mantiene su confesionalidad.
La confrontación con los sindicatos de educadores augura conflictos posteriores conforme se acerca la negociación salarial de julio, pues algunos ven en la protesta sindical un deseo de marcar el terreno por parte de la izquierda sindical, enviando un mensaje al nuevo gobierno sobre la fuerza de estos movimientos y para que empiece a definirse en el terreno social.
Los dilemas
El presidente Solís es un mandatario situado entre una izquierda política (FA) que le permite alcanzar mayoría parlamentaria y una izquierda sindical, con nexos con la izquierda política, que le recuerda continuamente que ser gobierno no es tener todo el poder. Luis Guillermo Solís se encuentra en un terreno en disputa no solo entre la izquierda política y sindical, sino entre los grupos del centro de la izquierda política y los sectores de centro derecha y empresariales. Todavía está por ver qué ruta tomará, lo que depende de la capacidad de presión de los grupos involucrados. Los sectores de izquierda se regocijan por su potenciada capacidad de incidencia sobre el proceso político, mientras que el centro derecha y los empresarios han logrado que apoye algunos proyectos como la ampliación del puerto del Atlántico, la continuación de la atracción de inversión extranjera y la permanencia de relaciones cordiales con EEUU.
La negociación salarial del mes de julio pondría a prueba las facultades de equilibrista del nuevo presidente. En lo que respecta a los salarios del sector público, un aumento significativo implicaría agravar el déficit del sector (6% del PIB). Aumentos desmedidos en el sector privado abrirían los fuegos de una confrontación con el empresariado. El olvido de las demandas de incrementos salariales lo llevaría a un alejamiento creciente de los sectores sindicales que le aportaron apoyo electoral y dirigencia para la nueva configuración de fuerzas que constituye la base política de su gobierno.
El tema del déficit fiscal constituirá, en el mediano plazo, uno de los puntos álgidos de su gobierno y la discusión parlamentaria del presupuesto para 2015 permitirá ver las propuestas de Solís: ¿transformación del impuesto de ventas en IVA para aumentar la base de la recaudación?, ¿negociación para crear nuevos impuestos para 2016?, ¿medidas para reducir el gasto?, ¿mejoras en los sistemas de recaudación actual? Lo cierto es que en este terreno las definiciones son urgentes, pues la nueva política social redistributiva que busca el gobierno no podrá implementarse sin recursos frescos que le den contenido y sin aumentar del déficit.
Una mayor apertura en la generación eléctrica, la aprobación de las sociedades civiles de convivencia y la fertilización in vitro, la banca de desarrollo, el mejoramiento de la infraestructura vial y portuaria, reformas al sistema de seguridad social y la reforma procesal laboral ocuparán los debates parlamentarios de los próximos meses. El partido de gobierno deberá prestar atención para que las negociaciones no lo aparten de manera radical de los sectores de izquierda que lo apoyan, pero también para no abrir una guerra declarada con el empresariado y el centro del espectro político.
Una visita a EEUU, emprendida a inicios de junio pretende transformarse en un fuerte mensaje a los capitales extranjeros para que sigan invirtiendo en el país, a la vez que implica el comienzo de contactos políticos con la Administración Obama que crearían confianza en algunos sectores temerosos por una deriva izquierdista de la nueva administración.
Conclusiones: El nuevo gobierno afronta el desafío de mantener una gran movilidad táctica, dada su minoría parlamentaria, por lo que se verá obligado a mantener un juego de alianzas fluctuantes, de acuerdo con los diversos proyectos que se discutan: alianzas que se forman y se deshacen creando incertidumbres en el proceso político. El presidente Solís requerirá de gran destreza en el arte de la política para mantener su popularidad.
Un gobierno como el de Solís, que llegó al cargo en medio de la sorpresa, tiene ante sí el desafío de definir una hoja de ruta pronto, bajo el riesgo de que si no lo hace, su promesa de cambio frustrada alimentará de nuevo las hogueras de la antipolítica y la pérdida de apoyo al sistema democrático.
Constantino Urcuyo
Director académico del Centro de Investigación y Adiestramiento Político Administrativo (CIAPA)
[1] Según la encuesta de Unimer, realizada en noviembre de 2013, y tomando en cuenta los probables votantes, el 5,2% votaría por Luis Guillermo Solís, mientras que Johnny Araya lograría un 16,1%, José María Villalta un 19,7%, Otto Guevara el 16,1% y Rodolfo Piza el 2,3%. Por otro lado, un 21,2% no tenían decidido un candidato o no respondieron a la pregunta. El margen de error se estimó en el 2,4%.
[2] De acuerdo con la encuesta de CID Gallup, realizada en diciembre de 2013, entre aquellas personas que tenían candidato, Johnny Araya logró una intención del voto del 37%, seguido por José María Villalta con un 32%, Otto Guevara el 16%, Luis Guillermo Solís el 8% y Rodolfo Piza el 6%.
[3] Los resultados de las encuestas realizadas por CID Gallup permiten observar la baja en la intención de voto de los dos principales candidatos (Johnny Araya y José María Villalta) y el incremento en Otto Guevara, Luis Guillermo Solís y Rodolfo Piza. Así, Johnny Araya en la encuesta publicada el 14 de enero registró un 29%, y en la del 25 de enero un 28%; Villalta un 20% en la primera y un 17% en la segunda; Otto Guevara el 13% y el 14%, respectivamente; Solís, de un 5% sube a un 12%, alcanzando el incremento más importante entre los candidatos que mejoran la intención de voto; y Piza aumenta sólo un punto porcentual, pasando del 4% al 5%.