La reunión, el 16 de marzo, de George Bush, Tony Blair y José María Aznar en la base de Lajes en las Azores culminó la puesta en escena de una guerra anunciada, injustificada, innecesaria e ilegal. Quizás una de las más acertadas valoraciones la dio The New York Times en su editorial al día siguiente: “Estados Unidos, casi aislado, está a punto de librar una guerra en el nombre de la comunidad mundial que se opone a ella”. ¿A quién representaban los tres mandatarios en Las Azores? Pretendieron arrogarse la representación de la comunidad internacional para darle un ultimátum no sólo a Sadam Husein, sino al órgano que representa esa comunidad internacional, a saber, el Consejo de Seguridad, para al día siguiente, ante la perspectiva no sólo de veto franco-ruso, sino de no lograr un mínimo moral de apoyo, retirarlo, y pasar ya directamente a la guerra si Sadam Husein no dejaba el poder en 48 horas.
Algunos han querido ver en la cumbre de Las Azores el nacimiento de un nuevo eje atlántico. O al menos de prepararse, tras la crisis de Irak, para lo que Blair denominó dos días después, “la pauta de la política internacional para la siguiente generación”,o Aznar la “crisis internacional más determinante desde el hundimiento del bloque soviético”. Pero antes que nacer un nuevo futuro, en Las Azores naufragó un orden y una legalidad internacional. Justamente, el orden que, en otro momento unipolar, en 1945, EE UU tanto contribuyó a crear. Pues al finalizar la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos se había convertido en una potencia global, inigualada en términos de poderío económico y militar tras la liberación de Europa y parte de Asia del fascismo de Hitler y japonés, y dotado del monopolio de la bomba atómica. Pero Einsenhower, Truman y los suyos no sólo aceptaron dividirse Europa con Stalin en Yalta, sino también compartir el poder internacional a través de un sistema multilateral como la ONU y su Consejo de Seguridad y avanzar hacia el fin de los imperios europeos con la descolonización.
Posteriormente, hubo un largo paréntesis, que aunque fría, fue otra guerra, de la que nació la OTAN para estructurar de forma fija y militar las relaciones transatlánticas, esenciales para la estabilidad europea y mundial. La guerra fría acabó también con la victoria de EE UU. Entretanto había nacido y se había desarrollado un objeto político único, ahora llamado Unión Europea. El presidente George Bush padre, encargado de gestionar la nueva situación, defendió la creación de un nuevo orden mundial, en el que su sucesor Clinton insistió en el multilateralismo, con EE UU no sólo como potencia inevitablemente preponderante, sino “indispensable”, como la calificó Madeleine Albright.
La presidencia de George Bush hijo, marcada por el 11-S, ha dado un giro total a esta posición, para, como afirmó, dejar atrás la posguerra fría y situar a EE UU sin competidor estratégico posible, un proyecto imperial global. En Las Azores, ante la crisis de Irak provocada por la insistencia de la Administración Bush en acabar ahora con el régimen de Sadam Husein, no se ha vivido ningún nuevo Yalta, ni siquiera el nacimiento de un nuevo eje atlántico, sino la escenificación de que quien manda, al margen del derecho internacional, es ahora EE UU, y de la preparación de una guerra preventiva, sin legalidad suficiente. Ninguno de los tres (además del anfitrión portugués) participantes en la cumbre de las Azores demostró tener visión histórica. Todo lo contrario.
Esta sería la primera guerra de envergadura desde Vietnam en la que se adentra EE UU sin el apoyo de ninguna organización internacional (aunque sea regional como en Kosovo), y la primera que en tales condiciones apoya la España democrática. En 1991, para liberar Kuwait, las fuerzas de EE UU se vieron acompañadas en combate de soldados de otros 27 países. Ahora, sólo el Reino Unido y Australia contribuirán en labores de combate (más quizás un puñado de polacos), aunque otros apoyen a distancia. Se ha decidido la guerra cuando la labor de los inspectores (y la presión del despliegue militar de EE UU y el Reino Unido) había empezado, finalmente, a dar resultados. Pero, en su proyecto de resolución non nata, los tres habían condenado esta labor de antemano.
La cumbre de las Azores no marca una nueva división de un mundo en el que, sin duda, se están repartiendo de nuevo las cartas, y en el que vacilan los cimientos de una ONU que no se ha querido plegar al mandato de EE UU, o de una OTAN que tampoco ha sido totalmente dócil. Con su intento de cambio de régimen en Irak, EE UU busca un cambio de régimen internacional. Ahora bien, tras condenar al Consejo de Seguridad, de las Azores salió un mensaje de que, después, EE UU volvería a la ONU: “En caso de conflicto”, reza una de las dos declaraciones preparadas, “tenemos la intención de buscar la adopción de forma urgente de nuevas resoluciones del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas que reafirmen la integridad territorial de Irak, garanticen la distribución rápida de la ayuda humanitaria y respalde una Administración apropiada posconflicto para Irak”.
Pero pese a ese nuevo eje atlántico al que EE UU pide se le sumen todos los países posibles, y Aznar se haya afanado por atraer a otros países, incluidas algunos que poco tienen de democracia, a unas declaraciones epidérmicas en términos históricos–salvo en lo referente a Oriente Próximo-, al final las esenciales relaciones entre Europa y Washington necesitarán del activo concurso de París y Berlín. Sin duda la Administración de Bush ha caído en la tentación de puentear lo que Rumsfeld llamó la “vieja europa”, pero así como es difícil pensar que Europa se construirá contra Estados Unidos, también lo es que la relación transatlántica se construya contra Francia y Alemania, y el resto de una Vieja Europa de la que Aznar ha alejado a España. Pues Azores escenificó también el giro que Aznar le ha dado a la política exterior española, sin consenso, sin debate ni en la sociedad ni en el Parlamento, ni en su propio partido, el PP, en contra de las referencias exteriores principales de la transición.
Para la gobernanza mundial no bastará el imperio, sino que tendrá que participar China, la India, Brasil, Rusia y otros centros de poder. Pese a la grandilocuencia de las palabras surgidas de Lajes, la soledad y fracaso, de los tres dirigentes en mitad del Atlántico ha quedado patente. Desde el Gobierno se ha querido pensar en un nuevo orden, en el que España está en el centro. Pero la Administración de este Bush que, en contraposición a la de su padre, considera que la “misión determina la coalición” y no al revés. Con una clara descompensación en esta crisis definitoria: más de 300.000 efectivos de EE UU; 45.000 británicos; y 900 españoles, estos, esencialmente, según anunció Aznar, en tareas humanitarias. ¿Quiere realmente España pasar a la primera división con 1,2% del PIB de gastos militares, y casi a la cola de la UE en inversiones en I+D por habitante?
En cuanto a la idea de Europa, lo ocurrido en Las Azores constituye por parte de Blair y Aznar una violación de sus obligaciones derivadas del Tratado de la Unión Europea. Las declaraciones aprobadas, sin consultar al resto de la UE, no mencionan siquiera a Europa. Como ha señalado un portavoz del Ministerio de Asuntos Exteriores de Grecia, país que ejerce este semestre la Presidencia del Consejo de la UE, Londres y Madrid “se han alineado con Estados Unidos fuera del marco de la Unión Europea”. Para añadir que “no debemos hacernos ilusiones que la UE puede de una manera coherente y coordinada crear una posición común”. También en las Azores zozobró una cierta idea de Europa. Aunque EE UU necesitará de nuevo a la UE para un después, aunque está por ver si la Unión Europea, como señaló el comisario Patten, podrá sufragar una reconstrucción de lo destruido por Estados Unidos en una guerra ilegal.
Andrés Ortega
Editorialista y columnista del diario El País. Ha sido Asesor y Director del Departamento de Estudios de la Presidencia del Gobierno
Miembro del Consejo Científico del Real Instituto Elcano