Tema: Las milicias armadas de Hezbolá se han enfrentado a las milicias suníes por el control de la zona oeste de Beirut entre el viernes 9 y el domingo 11 de mayo de 2008.
Resumen: Líbano es un Estado virtual donde el Gobierno no tiene capacidad para gobernar, las instituciones están paralizadas por el enfrentamiento partidario en medio del deterioro en picado de las condiciones sociales y económicas. Durante año y medio la estabilidad se ha mantenido como si los problemas estructurales que aquejan al país se hubieran concluido tras el despliegue de tropas en la frontera con Israel en 2006. En ese tiempo, Hezbolá ha ido reforzado la capacidad militar de sus milicias para actuar no sólo contra Israel –el enemigo externo que justificaba su estrategia de “resistencia”– sino para respaldar sus aspiraciones internas de poder. Los enfrentamientos armados de mayo muestran, por primera vez, que las milicias desuniformadas pero no desarmadas hasta ahora, se han empleado para echar un pulso al Gobierno y desalojar por la fuerza a sus rivales suníes o drusos de sus feudos. Este ARI estudia si los combates que se han producido tienen como finalidad realizar una demostración de fuerza de Hezbolá, en respuesta a unas decisiones del Gobierno contrarias a sus intereses, o forman parte de una estrategia más amplia de exigir por la fuerza el poder que se le viene negando por la vía política.
Análisis: Hacía 18 años que no se producían enfrentamientos armados entre libaneses desde que acabó su guerra civil (1975-1990). Los últimos combates en las calles libanesas se produjeron entre las fuerzas israelíes, las libanesas y las de Hezbolá hace 18 meses y para evitarlos se desplegaron los cascos azules de la Misión Interina de Naciones Unidas (FINUL II). La presencia de fuerzas internacionales ha permitido a las Fuerzas Armadas libanesas cobrar protagonismo en la seguridad de su país y desplegarse por primera vez en el espacio situado entre el sur del río Litani y la Línea Azul que marca la separación con Israel. El Ejército libanés cuenta con unos 55.000 soldados para cumplir sus misiones constitucionales y las impuestas por las resoluciones 1.559 y 1.701, por las que debe desarmar todas las milicias incluidas las de Hezbolá. Sin contar con la capacidad militar necesaria para cumplirlas y corriendo el riesgo de dividirse si lo hace en sus componentes suní, cristiano, druso y chií, el Ejército se ha esmerado en mantener su neutralidad institucional y trata de convertirse en un instrumento de último recurso para no caer en la espiral de enfrentamientos entre facciones. Desbordado por la precariedad del orden que debe mantener y contando sólo con el apoyo de las fuerzas policiales de la Seguridad Interior, no acaba de cooperar como esperaba UNIFIL en las tareas de búsqueda de armamento y control de las fronteras para prevenir su entrada, lo que reduce la presión sobre las milicias armadas y da pábulo a las reclamaciones israelíes de connivencia con Hezbolá.
Este perfil bajo se alteró en 2007 cuando las Fuerzas Armadas libanesas tuvieron que enfrentarse a los militantes de Fatah al-Islam, un grupo islamista suní afín a al-Qaeda para garantizar la seguridad del campo de refugiados Nahr el Bared, al norte de Trípoli. El enfrentamiento mostró la decisión del Ejército de combatir las milicias armadas con todos sus medios, pero también su falta de contundencia porque tardó casi cinco meses en desalojar a los ocupantes y sufrió la mitad de las aproximadamente 300 bajas totales en los enfrentamientos. En cualquier caso, la victoria aumentó la autoestima de las Fuerzas Armadas libanesas y su función institucional ganó enteros. En contrapartida, su ascenso le colocó entre el punto de mira del Gobierno, que comenzó a prodigarle en tareas de orden público, y el de Hezbolá, que comenzó a presionar a las Fuerzas Armadas para que no tomaran partido en apoyo del Gobierno. Hezbolá teme que un Ejército con moral y capacidad se anime a desarmar a sus milicias o que el Gobierno libanés pro-occidental le obligue a hacerlo. De ahí las advertencias del secretario general de Hezbolá, Sayyed Hassan Nasrallah, sobre las consecuencias de intentarlo. Hasta ahora, Hezbolá ha evitado enfrentarse abiertamente con el Ejército porque su estrategia consiste en anular su iniciativa y cualquier ataque directo podría romper el distanciamiento y la neutralidad en la que se han instalado las fuerzas armadas para desesperación del Gobierno. Mientras se mantenga ese pacto tácito, Hezbolá no pasará la línea roja de un enfrentamiento abierto y aunque rechaza la candidatura del general Michel Suleiman a la Presidencia libanesa por razones obvias, no ha dudado en condenar el último gran atentado contra las Fuerzas Armadas: el del general François Haj, responsable de los combates contra Fatah al Islam, a quién Hezbolá ha elogiado por su lucha contra Israel. Por el contrario, mantiene una lucha abierta con las fuerzas policiales para evitar que la policía controle o penetre su dispositivo militar y de inteligencia. A las amenazas contra el general Ashraf Sifi, director general de las Fuerzas de Seguridad Interior, se une el reciente asesinato el 25 de enero del capitán Wissam Mahmud Eid, un oficial de inteligencia suní que vigilaba los feudos y células chíies de Beirut y cuya autoría se atribuye a Hezbolá.
Tras el éxito de su resistencia armada frente a Israel, Hezbolá comenzó a rearmarse para reponer sus inventarios y estar en disposición de hacer frente de nuevo a Israel si se reproducía el enfrentamiento. Simultáneamente, optó por aprovechar los dividendos políticos de su resistencia y se postuló como una fuerza social, religiosa y étnica en ascenso pidiendo la cuota de poder que le corresponde. Esta vía política, en lugar de llevarle a desmovilizar su estructura militar, se vio acompañada de una expansión de infraestructuras, miembros y actividades al norte del río Litani. El último informe del secretario general, Ban Ki-moon, al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas sobre la implementación de la resolución 1701 constata la ostentación abierta de sus actividades militares y la inacción del Gobierno libanés para contenerla.
A la ampliación cuantitativa hay que añadir el salto cualitativo que está realizando para dotarse de capacidades de mando y control e inteligencia de última generación. El trasiego de agentes sirios en los barrios chiíes y el de instructores iraníes en los campamentos de entrenamiento de Hezbolá –cuando no en las instalaciones diplomáticas iraníes en Beirut– refleja una reestructuración de las milicias para dotarlas de mayor capacidad operacional que la actual y permitirles actuar con más iniciativa en lugar de mantenerse resistiendo a la espera de una agresión. Resulta difícil conocer qué parte de la asistencia iraní y siria que recibe Hezbolá se dirige a preparar un futuro enfrentamiento con Israel y qué parte se destina a hacerse con el poder en Líbano pero, juicio de intenciones aparte, Hezbolá cuenta cada vez con mayores y mejores capacidades militares de actuación. Por ejemplo, ha creado su propia red de comunicaciones estratégicas parcialmente superpuesta a la comercial del Líbano, de forma que no es posible destruir una sin afectar a la otra, al menos durante algún tiempo. Esta red le permite ejercer el mando y control de sus operaciones y resistir la guerra electrónica de Israel o, en su caso, los ataques convencionales sobre las torres de comunicación de la telefonía móvil, un objetivo que no tiene el Gobierno de Beirut pero sí el de Tel Aviv entre sus opciones militares en caso de conflicto. La parasitación de redes civiles de Internet, voz y mensajería celular facilita el enmascaramiento de Hezbolá y le ofrece redes alternativas en caso de que se perturbe alguna malla de comunicación. También le permite intervenir las comunicaciones de las facciones rivales que carecen de medios de encriptación y desarrollar operaciones de inteligencia que no serían posibles sin las capacidades de combate informacionales (infowar) que la asistencia siria e iraní han puesto en sus manos. La percepción de la ventaja estratégica que proporciona esa red de comunicaciones a Hezbolá está detrás de la decisión del Consejo de Ministros de suprimirla para evitar que se acabe empleando como las milicias para la lucha interna por el poder.
El estancamiento político como punto de partida de los enfrentamientos
La situación política en Líbano sigue estancada y en creciente deterioro. Aunque su manifestación actual sea la falta de acuerdo para elegir a un presidente, su causa última es la necesidad de definir un nuevo marco político que supere al caducado Acuerdo de Taif de 1984. El sistema de reparto confesional de las responsabilidades políticas definido en él se encuentra agotado y todos los intentos de adaptarlo se han estancado. El equilibrio numérico fijado por el censo de 1964 casi a partes iguales entre cristianos, por un lado, y musulmanes y drusos, por otro, ya no se corresponde con la realidad debido a la diáspora de unos y a la mayor tasa de natalidad de los otros.
Tampoco funcionan las instituciones: la Presidencia se encuentra vacante, el Gobierno deslegitimado y el Parlamento inactivo. La parálisis política parte de noviembre de 2006 cuando los seis ministros chiíes del Gobierno dimitieron de sus cargos tras negarse el primer ministro Siniora a formar un gobierno de “unidad nacional”. Como tampoco aceptó su dimisión en bloque para evitar una nueva crisis, la coalición gobernante del Movimiento 14 de marzo se encontró con que todo el espectro de la oposición, desde el presidente Lahoud, apoyado por Amal y Hezbolá, al Movimiento Patriótico Libre del general Michele Aoun, cuestionaron la legitimidad del Gobierno. El bloqueo político se extendió a las instituciones, incluido el Parlamento presidido por el líder chií, Sabih Berri, y se ha creado un vació de poder que unos han intentado llenar pero que otros están agudizando para conseguir ocuparlo cuando se desgaste del todo. Así, formalmente se ha intentado –en 20 ocasiones hasta la fecha– la elección de un nuevo presidente que sustituya al dimitido Lahoud, cuyo cargo está vacante desde el 23 de noviembre. Ni los repetidos intentos de mediación francesa, estadounidense o árabe han conseguido fraguar un acuerdo de mínimos. En los últimos meses se abrió paso la candidatura del jefe del Ejército libanés, el general Michel Suleiman, pero se debe modificar la Constitución para evitar su incompatibilidad y Hezbolá aprovecha la situación para pedir un numero de votos superior a un tercio que le den derecho de veto de facto para evitar decisiones del Gobierno que perjudiquen sus intereses, los sirios o los iraníes.
La proyección política de Hezbolá ha crecido tras su protagonismo militar en 2006 en detrimento de su proyección militar, a la que ha puesto sordina para disociar su percepción miliciana, chií y proiraní con una nueva imagen de partido con visión de Estado, libanés y plural. Esta estrategia se ha mantenido aunque las facciones rivales no han dejado de denunciar su falta de compromiso político y el uso partidista de su capacidad armada. La coalición gubernamental acusa a Hezbolá de oponerse a todas las decisiones sin proponer iniciativas propias distintas de las que le otorgarán una redistribución de poder favorable, por lo que su objetivo político no ha sido otro hasta ahora que mantener el vacío de poder para poder llenarlo cuando las circunstancias lo hicieran posible. Su estrategia de acoso para desestabilizar al Gobierno consiste en combinar la movilización social (desobediencia civil) con la respuesta armada en caso de que el Gobierno recurra a las fuerzas armadas para garantizar el orden como ocurrió en enero de 2008 con un enfrentamiento que causó ocho muertos y una treintena de heridos en los barrios chiíes de Beirut.
Esta estrategia combinando la acción civil y la militar, la inteligencia y la contrainteligencia, las manifestaciones civiles y la coacción armada de Hezbolá y la agresión militar se desarrollan con el fondo político de los asesinatos selectivos de personalidades políticas contrarias a Siria. Desde 2005 han muerto en atentado ocho de los 68 miembros de la Coalición 14 de Marzo, empezando por el líder Rafiq Hariri y terminando por Antoine Ghanim en septiembre de 2007. A la dificultad de contener la fuga de parlamentarios en activo para evitar que la Coalición quede en minoría frente a los 59 diputados de la oposición, se une las dificultades de reemplazarles mediante elecciones parciales. La sucesión de atentados siempre contribuye a desmovilizar la resistencia política y la defensa de las convicciones, pero como todos los políticos asesinados comparten su militancia antisiria, parece lógico atribuir alguna convergencia entre los objetivos estratégicos de Hezbolá y los de los servicios de inteligencia sirios (curiosamente parece que las divergencias entre Siria y Hezbolá –y no Israel– pueden estar detrás del asesinato del jefe militar de Hezbolá, Imad Mugniyah, en Damasco el 12 de febrero de 2008).
La estrategia política de Hezbolá para desestabilizar al Gobierno ha progresado bien pero lentamente. Ha conseguido poner al Gobierno a la defensiva, sin iniciativas políticas para mejorar la situación, pero ni las movilizaciones sociales ni los atentados o la amenaza de las milicias han conseguido forzar la fractura de la Coalición gubernamental o proceder a una redistribución del poder que permita a Hezbolá ejercer de derecho un poder que ya tiene de hecho. El desfase entre el poder real y el reconocido podrían estar detrás o explicar el salto delante de Hezbolá empleando sus milicias armadas para efectuar una demostración de fuerza que respalde sus reivindicaciones políticas o deteriore las de quienes se oponen a ellas.
Las acciones armadas estuvieron precedidas de una nueva movilización social para protestar por la decisión gubernamental del 6 de mayo de apartar al general chií Wafich Choucair del control de la seguridad del aeropuerto y desmantelar la red de comunicaciones paralelas de Hezbolá. Una vez más, las protestas de la oposición se radicalizaron y se pasó del deterioro del orden público con quema de neumáticos y corte de carreteras al intercambio de disparos en la zona suní. Hassan Nasrallah justificó la reacción acusando al Gobierno de declarar la guerra a Hezbolá cuando sus milicias ya se enfrentaban a las suníes por el control del oeste de Beirut, pero la ejecución rápida y coordinada muestra una planificación previa de los enfrentamientos que no ha podido improvisarse al desaire de unas decisiones gubernamentales desfavorables.
El viernes 9 de mayo los enfrentamientos se generalizaron en los distritos de Bourj Abu Haydar y Hamra en Beirut. Los ataques incluyeron los medios de comunicación pro-gubernamentales entre sus objetivos y las milicias de Hezbolá y de Amal, armadas y uniformadas de negro, expulsaron a los milicianos suníes y cercaron el complejo gubernamental y la residencia de Hariri, establecieron controles y barricadas y obligaron a la población local a mantenerse en sus casas. Acostumbrados a realizar tareas de escolta y protección, sin experiencia de combate ni entrenamiento militar, los militantes suníes apenas prestaron resistencia, mostrando la diferencia entre contar con milicias armadas o con cuadros de milicianos con armas.
Los combates de Beirut tuvieron sus réplicas al este de Beirut, pero Hezbolá no pudo torcer la resistencia de los partidarios drusos de Walid Jumblatt (Partido Social Progresista) que plantaron cara con determinación y solvencia militar a los milicianos de Hezbolá y de Talal Arsalan. Los combates se reprodujeron en el norte con mayor dureza si cabe entre las milicias suníes de Hariri y las del Partido Nacional Socialista Sirio en Halba, obligando a las comunidades prosirias a cruzar la frontera, y en Trípoli donde los partidarios de Siria lograron desplazar en Trípoli a los chiíes alauíes (Partido Demócrata Árabe). Mientras que los combates iniciales en Beirut y en los montes de Chouf estaban planificados, algunos de los posteriores se desencadenaron por venganza, confusión o descontrol de las milicias armadas, que han ignorado o desconocido el llamamiento a la calma de sus líderes. Todos los enfrentamientos han durado poco tiempo y han evidenciado la voluntad de las partes de no enfrentarse hasta sus últimas consecuencias, unos por debilidad y otros para no mostrar toda su fuerza.
Realizada la demostración de fuerza, Hezbolá ordeno a sus milicias el sábado 10 de mayo la retirada de las calles ganadas en los combates para que las ocupara el Ejército. Entonces, y sólo entonces, apareció el primer ministro Fouad Siniora para hablar de golpe de Estado, del uso de las armas contra el pueblo libanés y de la voluntad de resistencia de su Gobierno al golpismo, al terrorismo y a los hechos consumados por la fuerza. Haciendo virtud de su debilidad, el primer ministro renunció a enfrentarse militarmente a Hezbolá para no desatar el enfrentamiento entre las comunidades suní y chií. Las vacilaciones posteriores sobre anular o no el cese del general Choucair, cerrar o no la red de comunicaciones o delegar la preservación de la paz civil en el comandante en jefe de la Fuerzas Armadas ahondan la incapacidad para gobernar de su Gobierno.
El acuerdo de alto el fuego llegó cuando los enfrentamientos ya habían causado unos 50 muertos y 150 heridos. Las Fuerzas Armadas aceptaron hacerse cargo de la situación a petición de Hezbolá y la anuencia del primer ministro y ahora el Ejercito es el garante de la seguridad y la unidad libanesa, pero no puede ejercer como tal si desea preservar la seguridad y unidad propia. Su jefe, el general Michel Suleiman, se ve ahora en la disyuntiva de ejercer su liderazgo militar y obedecer al Gobierno o contenerse y mantenerse al margen para optar al liderazgo político como presidente.
Conclusiones: Hezbolá ha mostrado sus cartas y no puede volver a su labor de oposición anterior. Ha salido reforzado de los enfrentamientos, no sólo por su ejecución militar sino también por su capacidad de rentabilización política. Militarmente, ha demostrado a sus rivales suníes que no es lo mismo disponer de milicianos con armas que contar con una milicia armada. La facilidad con la que Hezbolá ha barrido la oposición suní recuerda a la facilidad con la que Hamas se deshizo de las fuerzas de la Autoridad Palestina en la zona de Gaza. Hezbolá ha recibido entrenamiento militar y desarrollado capacidades estratégicas y de inteligencia de la que no disponen sus rivales.
Hezbolá también ha demostrado que puede neutralizar a las Fuerzas Armadas libanesas tanto funcionalmente, por su penetración de mandos chiíes, como políticamente, por su tacto al evitar un enfrentamiento directo y cederle un protagonismo al Ejército que no se había ganado combatiendo. La intervención armada priva a Hezbolá del principal activo moral que disponía hasta ahora: el mito de su resistencia armada frente a Israel porque su capacidad militar ya se ha usado para matar a compatriotas libaneses en su lucha por el poder. Desvelado su juego y acreditado como actor decisivo, Hezbolá tendrá difícil ahora retomar su bajo perfil político como oposición y deberá actuar como lo que ha demostrado ser: la única fuerza con capacidad de decidir.
Por el contrario, el Gobierno sabe que ya no cuenta con más fuerzas que las que pueda movilizar entre sus bases, porque el recurso al Ejército es tan poco fiable y eficaz como el respaldo de sus aliados occidentales y árabes. EEUU está en mala situación para intervenir debido a la baza iraquí de Irán y por el agotamiento al final de una Administración que se sabe saliente. Sus aliados europeos tampoco han reaccionado de forma diligente y el Gobierno que se dice pro-occidental se ha visto abandonado a su suerte. Tampoco la fraternidad suní de sus aliados árabes –Arabia Saudí, Egipto y Jordania– ha servido más que para enviar una nueva delegación a la que parece que apoyarán los aliados europeos conocedores de sus escasos instrumentos de intervención. La percepción de aislamiento e impotencia minará aún más su capacidad de movilización y respuesta política y cada vez le será más difícil hacer frente a Hezbolá.
Con estos resultados, ganadores y perdedores se enfrentan a dos escenarios posibles. El peor escenario vendría dado por la fragmentación del Ejército libanés, la movilización y rearme de los partidarios no chiíes y la multiplicación de los enfrentamientos internos. Este primer escenario es posible si los miembros suníes, drusos o cristianos del Ejército contestan la neutralidad impuesta por el general Suleiman y se enfrentan a los mandos de obediencia chií. A falta del amparo de las Fuerzas Armadas, las lecciones aprendidas obligan a las partes en conflicto organizar su autodefensa para los próximos enfrentamientos. La resistencia de algunas bases a obedecer a sus líderes y retirarse de los enfrentamientos podría evidenciar la primacía de los métodos y actores duros sobre los blandos. A río revuelto, no tardarán en aparecer actores vinculados a la red o a la ideología de al-Qaeda que incorporen al conflicto partidas militares de procedencia palestina, suní u otras atraídas por la “yihadización” o “iraquización” de los enfrentamientos. Un enfrentamiento civil generalizado podría llevar a Hezbolá a ensayar la vía de Hamas y transformar el Estado que ya es dentro del Líbano en un Estado distinto y fuera de aquél. Este escenario preservaría la capacidad de decidir en manos de Siria, para reocupar el territorio libanés si es preciso, y de Irán que contaría con dos aliados: Hamas y Hezbolá para hacer la “pinza” a Israel. Condiciones en las que sería necesario cancelar la misión de Naciones Unidas sobre el terreno y retirar a las tropas internacionales.
En el escenario más favorable, Hezbolá podría sacar rendimiento político a su demostración de fuerza y participar en un Gobierno de concentración que permitiera actualizar o reemplazar los Acuerdos de Taef de 1989. Si hay una ocasión para que Hezbolá demuestre su independencia de Irán y su voluntad de aglutinar a todas las facciones y a todas las clases sociales libanesas es ésta. Participar en un Gobierno de integración y demostrar que dispone de recursos políticos para hacerlo es, además, una opción más rápida que seguir intentándolo por la vía de la desestabilización. Hezbolá deberá hablar por boca de Nasrallah en lugar de hacerlo por la del general Michel Aoun. Esta vía de integración hacia un acuerdo colectivo de convivencia podría beneficiarse del respaldo de la Liga Árabe, le pondría al abrigo de un entendimiento entre Siria e Israel o entre Irán y EEUU y obligaría a Israel a considerarlo como interlocutor válido.
Tras el éxito de los enfrentamientos, los estrategas de Hezbolá deben enfrentarse a su explotación. No se sabe cuál será su escenario preferido para administrar la victoria: si volver a la oposición y la desestabilización, en la que domina el juego, o apostar por liderar la estabilidad y arriesgarse con los cambios, pero Hezbolá (léase Siria e Irán) sí que debe saberlo para atreverse a romper 18 años de paz civil y 18 meses de tregua.
Félix Arteaga
Investigador principal de Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano