Tema
Los 100 primeros días de Trump en la Casa Blanca son la ocasión en la que valorar sus nombramientos y sus principales acciones en política doméstica y exterior.
Resumen
El arranque de la Administración Trump ha sido accidentado, con importantes reveses en política interior (oposición judicial a los decretos ley sobre inmigración e imposibilidad de sacar adelante la reforma sanitaria) y acciones de peso en política exterior (ofensiva, a la vez, contra Estado Islámico y el gobierno de al-Assad). Los nombramientos, algunos de ellos muy polémicos, han oscilado entre la línea antisistema à la Bannon y la ortodoxia republicana de los Mattis o McMaster. Trump se ha apresurado a cumplir algunas de sus propuestas de campaña a golpe de decreto ley mientras la maquinaria institucional y los corsés de Washington van limando algunas de sus posiciones más iconoclastas.
Análisis
La elección en noviembre de Donald J. Trump como 45º presidente de EEUU. ha desencadenado un terremoto interpretativo acerca de las causas de la, para muchos, inesperada victoria del candidato más inusual que jamás haya ocupado la Casa Blanca.
Los 100 primeros días de un presidente se han convertido, desde que Franklin D. Roosevelt (FDR) acuñara la expresión en 1933,1 en una medida arquetípica con la que evaluar y prever la dirección de la Administración entrante.
(1) El emperador y sus adláteres: los nombramientos
Tras su elección, el presidente se convierte, de la noche a la mañana, en responsable de 2.8 millones de empleados civiles que dependen del gobierno federal y debe asumir la responsabilidad de nombrar a 4.000 cargos que se ocuparán de liderar y gestionar cientos de agencias y departamentos.
A los análisis de fondo y una cierta sensación de fin de siècle, se sumaron inmediatamente, como es tradición, las interpretaciones acerca de la corte de la que se rodearía un presidente versado en el casting empresarial –después de varias temporadas liderando The Apprentice– pero con ninguna experiencia de gobierno o en materia militar.
Trump orquestó su campaña en clave de oposición a las elites políticas de Washington y –por influencia de Steve Bannon, entonces CEO de su campaña– con duras críticas hacia el mundo financiero de Nueva York. Los nombramientos del presidente, aseguran sus críticos, han sido sin embargo poco fieles a esa batalla, con una acumulación de riqueza entre sus miembros poco representativa de los EEUU que el presidente pretendía abanderar. Una lectura alternativa subraya la clave racial y no económica de los nombramientos. Llama la atención, en efecto, la poca representación de minorías entre los altos cargos de la nueva Administración (18 de los miembros del gabinete de Trump son hombres blancos, en contraste con los ocho de Obama, los 11 de George W. Bush y los 10 de Bill Clinton).
Los cargos de confianza que no requieren confirmación por parte del Senado muestran tres corrientes de poder de cuya armonía o destrucción mutua dependerá en gran medida la estabilidad del gabinete de Trump: por una parte se encuentran quienes ayudaron a Trump a crear el mensaje que consiguió auparlo hasta la victoria, con Steve Bannon, el verdadero ideólogo del ascenso de Trump, a la cabeza; por otra, su familia, con Jared Kushner, yerno del presidente, como hombre fuerte dentro del Ala Oeste y, finalmente, el establishment del Partido Republicano, con Reince Priebus como figura mediadora entre la casa Blanca y los próceres republicanos.
En los primeros días en el cargo, Trump consolidó el poder de Bannon, nombrándolo jefe de Estrategia de la Casa Blanca, dándole acceso al Consejo de Seguridad Nacional (CSN) –un privilegio del que nadie antes había gozado con su cargo– y permitiéndole tomar la iniciativa en la redacción de sus primeras órdenes ejecutivas (por ejemplo, la inmigración). La sensación de caos, alguna refriega entre Bannon y Kushner y la entrada en el CSN del General McMaster han hecho que Trump fuera dando más peso dentro de su círculo de confianza a Priebus y al propio Kushner, en detrimento de un Steve Bannon cada vez más arrinconado por la confianza familiar y la maquinaria institucional.
Al nombramiento de familiares (Jared Kushner e Ivanka Trump) y outsiders como Bannon se han sumado otros nombres polémicos como el de Jeff Sessions. Senador por Alabama y nuevo fiscal general. Sessions era hasta hace poco un republicano arrinconado por su propio partido pero con una voz potente y extrema en materia de inmigración.
Controvertidos –y, es de esperar, negativo para la causa de la lucha contra el cambio climático– han resultado los nombramientos de Rick Perry como secretario de Energía y de Scott Pruitt como responsable de la Agencia de Protección Medioambiental (EPA, en sus siglas en inglés), quien, como procurador general de Oklahoma, apoyó una demanda intentando deshacer un informe de la EPA que confirmaba los peligros del cambio climático.
Nada desdeñable es la presencia de militares en la nueva Administración. El general James Mattis como titular de la cartera de Defensa y el teniente-general H.R. McMaster, uno de los estrategas más aclamados dentro del cuerpo, como asesor de Seguridad Militar, hacen prever decisiones más convencionales que las anunciadas por Trump durante su campaña pero también, dicen los críticos, una excesiva militarización del pensamiento estratégico de Washington y el arrinconamiento del “poder blando” de Obama. El aumento del gasto en defensa en 54.000 millones de dólares (un 10%) y el nombramiento de un hasta ahora desaparecido Rex Tillerson como titular de Exteriores apuntan en esa dirección.
Especialmente disfuncional está siendo la lentitud con la que se están asignando los cuadros medios de la Administración, esos miles de puestos que hacen funcionar la maquinaria institucional. Hasta el momento, el Senado ha dado el visto bueno a 26 de las propuestas de Trump para su gabinete y otros altos cargos. Sin embargo, sigue habiendo 530 puestos vacantes de alto nivel que requieren la confirmación del Senado para los que el presidente ha propuesto únicamente 37 candidatos. Estos puestos incluyen a secretarios de Estado, embajadores, directores financieros y consejeros que sacan el trabajo diario de la Administración.
(2) Política interior: desmontando a Obama
Tal y como era de esperar, pues así lo anunció durante su campaña, Trump ha dedicado una parte importante de sus primeros 100 días en la presidencia a echar por tierra algunas de las políticas sacadas adelante por Obama en sus ocho años al frente del ejecutivo. Este proceso de “desmantelamiento” de la era Obama, ha sido a la vez un signo hacia los votantes de Trump –quienes esperaban signos claros del cambio de dirección prometido– y un test para una democracia, la norteamericana, orgullosa de sus resortes correctores de los excesos del poder presidencial.
La naturaleza de este análisis no nos permite abordar muchos asuntos relevantes, por lo que nos centraremos en los que consideramos más importantes.
(2.1) Inmigración
La retórica de Trump sobre inmigración a lo largo de toda la campaña ha jugado la carta de los dos grandes miedos del norteamericano medio de los estados que le permitieron hacerse con la presidencia: una economía en declive y la amenaza del terrorismo yihadista. El muro con México –cuyo fantasma ha sido reavivado por Trump en los últimos días– y la orden ejecutiva prohibiendo la entrada en EEUU a ciudadanos de países de mayoría musulmana no son sino respuestas electorales a esos miedos.
A finales de enero, Trump firmó el Decreto Presidencial “Protegiendo la Nación contra la entrada de terroristas extranjeros en EEUU” (redactado fundamentalmente por Steve Bannon y conocido como travel ban) en el que se prohibía la entrada por 90 días a los ciudadanos de Irak, Siria, Irán, Libia, Somalia, Sudán y Yemen (y prohibiendo indefinidamente la entrada a los refugiados sirios). La influencia de Bannon en la posición del nuevo presidente y en la redacción del travel ban ha sido, creen algunos, desproporcionada. Detrás del polémico documento se esconde, sin embargo, la diferente percepción por parte de Trump y Bannon en materia de inmigración. Mientras que el presidente aboga principalmente por lo que él llama “acabar con el sistema actual de inmigración de baja cualificación y, en su lugar, adoptar un sistema meritocrático”, el argumento de Bannon es menos económico y más cultural. Lo expresa bien Benjamin Wallace-Wells cuando escribe que “para Bannon, la cuestión no es si los inmigrantes hacen contribuciones al país, sino si su presencia altera la sociedad civil”, una sociedad civil que el antiguo editor de Breitbart News concibe como culturalmente uniforme y epidérmicamente blanca.
El decreto encontró inmediatamente una fuerte oposición social y judicial, despertando el debate acerca de la posibilidad de contención de algunas de las decisiones más cuestionables de la nueva Administración. El bloqueo a la orden ejecutiva por parte de Jueces de, entre otros estados, Nueva York y Massachusetts, y la negativa a defenderla por parte de Sally Yates, fiscal general en funciones, llevó a la destitución fulminante de esta última por parte de Trump y a la retirada del texto –seguido por otro seis semanas más tarde, al que se opuso igualmente un juez de distrito de Hawai–.
El debate sobre la independencia judicial volvió con motivo del nombramiento del nuevo juez del Tribunal Supremo. Neil M. Gorsuch ha sido confirmado como nuevo miembro del Tribunal tras la negativa republicana hace unos meses a confirmar al candidato de Obama, el juez Garland. Tras un durísimo combate en el Senado, los republicanos recuperan la mayoría conservadora perdida tras la muerte de Antonin Scalia, cuyo fallecimiento dejó al Supremo norteamericano en un virtual 4-4 en muchos asuntos de primer nivel. Con la Cámara de Representantes y el Senado ambas en manos de los republicanos, muchos críticos del presidente Trump (y algunos republicanos) temen que el “Poder Judicial se convierta en la única rama del gobierno que se interponga entre la nueva administración y el caos constitucional”. Los primeros signos en efecto, no apuntan a que Gorsuch vaya a convertirse en un defensor ciego de Trump, especialmente en casos referidos a la separación de poderes. Gorsuch representa un guiño a los Safe Space Conservatives; es decir, a todos esos votantes republicanos que no se sienten cómodos con muchas de las políticas de Trump pero lo aceptan como un mal menor que puede dejar consecuencias positivas de largo alcance.
(2.2) Infraestructura y reforma fiscal
Han resultado decepcionantes hasta el momento los esfuerzos por definir un plan de inversión en infraestructuras y el plan fiscal, dos de las grandes promesas de campaña. El director de Presupuestos, Mick Mulvaney, ha tenido que responder a duras críticas desde el sector debido a la falta de coherencia de unas cuentas que no cuadran con las grandes promesas de inversión. Mulvaney ha declarado recientemente que la Casa Blanca mantendrá la promesa de Trump de invertir 1.000 millones de dólares en infraestructura a través de un “paquete de infraestructura”, probablemente ligado a la reforma fiscal, pero que será delineado más adelante. Una de las grandes preguntas acerca de los planes de reforma fiscal es su impacto real en la clase media. Steven Mnuchin, secretario del Tesoro, ha declarado en repetidas ocasiones que la clase media será la principal beneficiada de la reforma. Las proyecciones apuntan, sin embargo, a que no será la clase media sino las rentas más altas las más beneficiadas.
(2.3) Medio ambiente
El medio ambiente fue uno de los caballos de batalla de Trump y su reacción nada más instalarse en la Casa Blanca no ha sorprendido a muchos.
El presidente denunció las políticas medioambientales de Obama y su desmesurada implicación en el Acuerdo de París en detrimento los intereses de compañías petrolíferas, fabricantes de coches y electrodomésticos.
Trump hizo una gran campaña para revivir la industria del carbón de EEUU. “Si gano vamos a recuperar a todos esos mineros”, dijo en un mitin en Virginia Occidental el pasado mes de mayo. Además, es importante notar que la zona occidental de Pensilvania (uno de los swing states que cayó del lado de Trump) tiene importantes intereses en la industria del carbón.
La “Orden Ejecutiva para la Promoción de la Independencia Energética y el Crecimiento Económico”, firmada por Trump el 28 de marzo, decreta que todas las estancias del gobierno federal revisen sus normas y las medidas que interfieren con las industrias de combustibles fósiles y de energía nuclear. En particular, el documento insta a la Agencia de Protección Medioambiental (EPA, en sus siglas en inglés) a reformular el Plan de Energía Limpia (Clean Energy Plan), que había solicitado, entre otras cosas, la sustitución de algunas plantas de procesamiento de carbón. El Plan de Energía Limpia era una pieza fundamental de la política medioambiental de Obama no sólo por sus efectos domésticos sino porque suponía un signo claro de la implicación de EEUU con el Acuerdo sobre cambio climático de París. Con la sepultura de facto del Acuerdo de París se cierra otra de las vías más importantes de expresión del multilateralismo abiertas por Obama.
Además, la reducción del 31% del presupuesto de la EPA constituye la más importante de todos los departamentos de la Administración.
(2.4) Sanidad
La reforma sanitaria no era una de las grandes promesas de la campaña Trump. En un tuit de junio de 2015, el todavía entonces candidato acusaba a su contrincante Huckabee de plagio y afirmaba ser él “el primer y único candidato del Partido Republicano [en oponerse] a los recortes en la Seguridad Social, Medicare y Medicaid”. El desmantelamiento del Affordable Care Act (conocido comúnmente como Obamacare) es más bien uno de los pilares del Partido Republicano, buena parte del cual apostó por focalizar sus esfuerzos legislativos en la reforma sanitaria como vía de escape a la discusión sobre temas en los que la posición del presidente y la del partido son menos convergentes, como por ejemplo la inmigración. La propuesta de reforma (American Health Care Act, AHCA) era una de las primeras grandes ocasiones en las que el presidente y Paul Ryan (representante por Wyoming y presidente de la mayoría Republicana en la Cámara de Representantes) podían trabajar codo con codo. A pesar del esfuerzo de ambos –uno y otro se remangaron tratando de ganar los votos suficientes para aprobar la AHCA–, el 24 de marzo se vieron forzados a retirar la propuesta por falta de votos favorables. La propuesta falló a la hora de convencer a los dos extremos del partido. Por la derecha, el Freedom Caucus consideraba el texto no suficientemente duro con la legislación de Obama. Por el otro, algunos representantes republicanos temían que demasiados de sus votantes perdieran la cobertura sanitaria que ofrece el ACA (preocupación compartida por Trump, muchos de cuyos apoyos provienen de estratos sociales y zonas que se benefician de Obamacare), por lo que terminaron decantándose por el “no”. El resultado fue la paralización de la propuesta y uno revés importante para Paul Ryan dentro del Partido.
(3) Política exterior: la era del intervencionismo estratégico
La política exterior de Hillary Clinton habría sido previsible, con una modalidad de intervencionismo conocida de todos y amortiguada durante sus años de secretaria de Estado sólo por las reticencias de un Obama reflexivo y –muchos pensaban, incluso dentro de su Administración– demasiado cauto2 y titubeante en algunos momentos. Las posiciones en materia de política exterior de Trump durante su campaña fueron mucho más difusas y giraron en torno a lemas tan amplios e interpretables como el America First. Aunque tras la elección muchos pensaban que no era previsible una política exterior de corte conservador clásico, pues Trump no se considera un conservador al uso –él mismo declaró en campaña: “Este es el partido republicano, no el partido conservador”–, algunas decisiones en estos primeros meses como Commander in Chief y muchos de sus nombramientos, pueden hacer esperar una política más estratégicamente intervencionista que aislacionista. James J. Carafano, del think-tank conservador Heritage Foundation, lo expresa bien cuando acusa a los comentaristas liberales de haber “pasado de tildar al presidente de aislacionista a criticarlo como una herramienta de los neoconservadores”.
(3.1) Rusia
La presencia de Rusia durante la campaña y sus consecuencias en los primeros pasos de la Administración no tiene precedentes desde la caída del muro de Berlín. Los primeros 100 días de Donald Trump al frente de la Casa Blanca nos han dejado investigaciones sobre la supuesta interferencia rusa en las elecciones, acusaciones de que altos funcionarios del gobierno tienen vínculos con Moscú y pruebas de que el Kremlin tiene influencia financiera sobre la familia Trump. A principios de marzo, el director del FBI James Comey confirmó la investigación acerca de la interferencia rusa en las elecciones y los posibles vínculos entre Moscú y la campaña de Donald Trump. La indagación, que había comenzado varios meses antes de las elecciones, no fue corroborada por Comey hasta su comparecencia en una audiencia ante el Comité de Inteligencia de la Cámara este mes. Por su parte, en enero, la Oficina del Director de Inteligencia Nacional publicó un informe acusando a Rusia de intervenir en las elecciones. Algunos daños colaterales de esas polémicas no se hicieron esperar. El consejero de Seguridad Nacional de Trump, el teniente-general Michael Flynn, dimitió tras unas pocas semanas en el cargo acusado de mentir acerca de sus conversaciones con el embajador uso durante la transición.
Como en muchos otros aspectos de la campaña de Trump, no se puede dar por descontado que las declaraciones amistosas hacia Putin –por las que el presidente recibió duras críticas– vayan a convertirse en política, especialmente en medio del clima anti ruso de Washington. Así lo expresó tras la elección, con escepticismo, Konstantin Kosachev (miembro de la Duma, la Cámara Alta del Parlamento Ruso): “Lo que hemos escuchado decir a Trump hasta ahora era retórica electoral”, y así ha sucedido tras la intervención militar norteamericana en Siria, duramente criticada por el Kremlin.
Es una prioridad para Rusia conseguir el reconocimiento de la anexión de Crimea por parte de EEUU y Europa y la retirada de las sanciones. En un cambio de tono respecto a la campaña, Trump tuiteó en febrero: “Crimea fue tomada por Rusia durante la administración de Obama. ¿Fue Obama demasiado blando con Rusia?”. El comentario y posteriores declaraciones de Rex Tillerson, secretario de Estado, calmaron a los países bálticos y del Visegrád, quienes no han expresado su temor a que el gobierno norteamericano pudiera ser demasiado permisivo con el expansionismo ruso a cambio de una posición más flexible de éste en Siria. Por el momento no parece que EEUU vaya a abandonar las sanciones, lo que supondría el fin de los acuerdos de Minsk II y un revés para un (ya débil) consenso europeo respecto de su frontera este.
(3.2) Relación transatlántica
Uno de los aspectos de la relación transatlántica en los que la victoria de Trump podía tener un efecto más inmediato era, por su importancia simbólica, el creciente auge de las políticas proteccionistas de corte nacionalista, antipluralista y xenófobo en Europa. La eufórica reacción de los líderes del Front National, UKIP, Fidesz o AfD pudo ser leída como un espaldarazo a los proyectos de corte populista. Las elecciones del pasado marzo en los Países Bajos (donde Geert Wilders obtuvo menos votos de los esperados) y el resultado proyectado para la segunda vuelta en las elecciones en Francia el próximo 7 de mayo parecen apuntar a un receso, al menos temporal y electoral, del populismo en Europa.
Ambivalentes han sido en este sentido las acciones de Trump con respecto al Brexit. La intimidad mostrada con Nigel Farage, uno de los líderes de UKIP, en sus constantes visitas a la Trump Tower y sus polémicas declaraciones a Michael Gove,3 otro brexiteer de pro, han inquietado a no pocos líderes Europeos. La realidad es que, con las complejidades que comportará la aplicación del artículo 50, el pragmatismo de Trump podría suavizar su posición. Hace pocos días hemos sabido que la conversación entre Trump y Merkel en la Casa Blanca podría haber convencido al presidente norteamericano de la conveniencia de llegar a un acuerdo comercial con la UE antes que con el Reino Unido.
Durante su campaña, Trump fue explícito acerca de la necesidad de reconfigurar la OTAN, respecto de la cual ha mostrado un escepticismo sin precedentes por parte de un presidente estadounidense. El presidente se mostró muy crítico con los miembros de la OTAN que no cumplen con el compromiso del 2% del gasto del PIB en sus presupuestos de defensa (por el momento sólo el Reino Unido, Estonia, Polonia y Grecia lo hacen), tildando la alianza de “obsoleta”. Esta demanda, legítima a los ojos de muchos y para nada nueva en la Casa Blanca, corría el riesgo de desestabilizar la alianza y dar alas a una Rusia cada vez más beligerante en la arena internacional. Los 100 primeros días de Trump han sido todo un ejercicio de apaciguamiento por parte del vicepresidente Mike Pence y del secretario de Defensa James Mattis. Sin embargo, en una conferencia de prensa conjunta con el secretario general de la OTAN Jens Stoltenberg a principios de abril, Trump pareció revertir su posición, refiriéndose a sus comentarios anteriores y diciendo a los periodistas que la OTAN “no está obsoleta”. En esa misma línea, hace pocos días en una entrevista con The Associated Press, Trump se mostró menos crítico con la alianza y matizó sus cometarios en entrevistas anteriores confesando haber contestado a las preguntas “sin saber mucho sobre la OTAN”.
(3.3) Oriente Medio
Oriente Medio fue la gran pesadilla de Obama. Su intento por salir de la región y mirar hacia Asia –intento que la revolución del gas de esquisto (shale gas) debía facilitar– fue frustrado por el enquistamiento de las “primaveras árabes”, primero en Libia y más tarde en Siria, la gran llaga en el costado de la mesiánica política exterior de Obama.
Si nos atenemos a las declaraciones de campaña de Trump, el objetivo principal de EEUU en Oriente Medio es, con toda claridad, la lucha contra Estado Islámico. El miedo de muchos a que el abandono de las políticas de apoyo (abiertas y de manera encubierto) a los grupos de oposición siria pudiera tener como consecuencia la consolidación del régimen de al-Assad y el fortalecimiento de Rusia en la zona parecen haberse visto disipado con el bombardeo de la base militar de Shayrat –en manos del gobierno– en respuesta a un ataque con gas contra civiles. A diferencia de lo sucedido en el verano de 2014, cuando Obama titubeó e incumplió su promesa de intervenir si al-Assad traspasaba la “línea roja” que suponía un ataque con gas contra civiles. La intervención, criticada por Rusia, China e Irán, ha sido vista por Arabia Saudí y el resto de países del Consejo de Cooperación para los Estados Árabes del Golfo, como un punto de inflexión respecto de la política de Obama, más reflexiva y multilateral.
En lo que respecta a la cuestión de las relaciones entre Israel y Palestina,la elección de Trump ha sido vista de manera positiva dentro del gobierno de Netanyahu. El nombramiento como embajador en Israel de David Friedman, un firme defensor y financiador de los asentamientos en territorio palestino en Jerusalén y en la Franja de Gaza, no ha hecho sino confirmar la euforia inicial. Aunque la Administración Trump ha insistido en subrayar la necesidad de un acuerdo entre Israel y Palestina, las declaraciones de Trump –corregidas en febrero a petición del rey jordano– acerca de la posibilidad del traslado de la embajada de Tel Aviv a Jerusalén o el abemolarse de las críticas hacia los asentamientos han sido leídos como signos de una política más cercana a los intereses israelíes que la de Obama.
“Mi prioridad número uno es desmantelar el desastroso acuerdo con Irán”, declaró Trump al Comité de Asuntos Públicos de Israel (AIPAC, en sus siglas en inglés) en marzo de 2016. Sorprendentemente, durante los primeros meses de la Administración no se ha prestado mucha atención al asunto. El pasado 25 de abril, sin embargo, la Administración Trump ha movido ficha al “avisar” a Irán e imponer nuevas sanciones. La intención, tal y como ha declarado Tillerson, es emprender una revisión de un acuerdo con Teherán que tenía como objetivo limitar su programa nuclear y que constituía una de las perlas de la política exterior de Obama.
Aunque muchas de las condiciones del acuerdo ya se han cumplido –Irán ha eliminado partes importantes de sus arsenales de uranio enriquecido y miles de máquinas de centrifugado–, existen al menos dos posibles escenarios si Trump quisiera acabar con el acuerdo. En primer lugar, Trump podría utilizar sus poderes ejecutivos para abandonar el acuerdo, forzando así su término, pues la validez de este depende del compromiso de “todos” los firmantes. Por otra parte, Trump podría forzar los mecanismos de supervisión hasta el punto de forzar la salida de Irán, en cuyo caso el acuerdo ya no sería válido.
(3.4) Asia Pacífico
El Trans-Pacific Partnership (TPP) está oficialmente sepultado y con él lo está también el “Giro hacia Asia”, por lo menos en los términos en que fue anunciado por Hillary Clinton en su famoso artículo “America’s Pacific Century” en 2011. Con el sillón presidencial todavía caliente –la orden ejecutiva desmantelando el TPP fue firmada apenas tres días después de tomar posesión de su cargo– Trump hacía efectiva una de las promesas más repetidas durante la campaña y desmantelaba una parte importante del legado de Obama.
El primer encuentro entre los presidentes de EEUU y China a principios de abril fue cordial, aunque marcado por la reciente intervención del ejército norteamericano en Siria. Ambos líderes acordaron un plan de 100 días para afrontar asuntos comerciales (con algunas concesiones por parte de China). En la Administración Trump, sin embargo, encontramos algunos “halcones”, como los asesores de Trump para temas de Asia, Peter Navarro y Alexander Grey, quienes en un artículo de 2016 abogaban por una política de “paz a través de la fuerza”, o el propio Bannon, quien en una entrevista en marzo de 2016 vaticinó una guerra entre EEUU y China en los próximos 10 años. No se prevé, en cualquier caso, una relación tranquila.
En este sentido, además de intentar redirigir los temas comerciales, la Administración Trump deberá especificar si opta por una política de esferas de influencia basada disminución de la presencia de EEUU en el Pacífico, asumiendo un papel menos beligerante en su oposición al expansionismo chino en el Mar del Sur de China o si se decanta por una línea más dura, basada en fuertes medidas proteccionistas en materia de comercio4 y un aumento de la flota norteamericana en el Pacífico, como parecen sugerir Navarro y Grey.
Esencial en la relación con China y con dos de sus aliados más importantes en la región (Japón y Corea del Sur) es la escalada de tensión entre EEUU y Corea del Norte. El abandono de la así llamada “política de paciencia estratégica” en favor de mayor presión al régimen de Pyongyang se ha materializado en las últimas semanas como respuesta a los ensayos nucleares y las muestras de fuerza. “Corea del Norte es un gran problema mundial y es un problema que tenemos que resolver de una vez por todas”, declaró Trump en un almuerzo-reunión con los embajadores miembros del Consejo de Seguridad hace unos días. EEUU, especialmente a través Nikki Haley, su representante en el Consejo de Seguridad, está exigiendo a China una posición más firme en el asunto y la imposición de las resoluciones, especialmente las resoluciones 2270 y 2321 adoptadas el año pasado en respuesta a los ensayos nucleares llevados a cabo por Corea del Norte.
Conclusiones
Dice la tradición que tres meses es tiempo suficiente para poder evaluar a un presidente entrante, especialmente a uno hiperactivo. ¿Ha cumplido Trump con las expectativas? ¿Cuáles de las promesas más importantes de su programa electoral se han materializado?
Preocupan a la oficina del presidente las encuestas de aprobación, en las que éste obtiene muy malos resultados: en torno a un 40% de los encuestados aprueba el trabajo de Trump, frente a un 54% lo contrario. Peor noticia para los intereses del Partido Republicano en general son los datos de las encuestas genéricas de cara a las mid-term elections previstas para 2018, en las que los Demócratas superan al partido de Trump. Este es un caso atípico ya que por lo general, en este momento del ciclo electoral –abril después de la elección presidencial– el partido que domina la Cámara suele gozar de bastante popularidad.
Una de las grandes preguntas a comienzos de enero era si el Trump presidente seguiría siendo el estrafalario candidato que vimos durante la campaña o si la experiencia institucional domaría a la fiera. Hay, en mi opinión, signos que apuntan a una cierta normalización de algunas de las posiciones de Trump. La progresiva pérdida de confianza en Bannon en detrimento de Priebus, Kushner o McMaster y la elección de Mattis han impreso un carácter más marcadamente republicano y menos centrado en la “deconstrucción institucional” por la que abogaba su jefe de Estrategia. Hemos asistido también a marcados cambios de tono, como el del discurso ante el Congreso a principios de marzo, y cambios de opinión respecto de la declarada “obsolescencia” de la OTAN o la inutilidad de la UE.
Durante estos primeros meses ha quedado claro que el presidente tiene claras algunas líneas de actuación dirigidas a satisfacer a sus votantes de los estados del cinturón del óxido, como son el desmantelamiento de la legislación sobre inmigración, los cambios en materia energética y medioambiental y el fin del Acuerdo de Asociación Transpacífico. El foco puesto por Trump en “mantener fuera a los enemigos de EEUU” es miope: según el FBI, el 94% de los ataques terroristas perpetrados en EEUU entre 1980 y 2005 han sido perpetrados por no musulmanes. Por otra parte, la “vuelta al carbón” como medida para la creación de empleo es cortoplacista. También lo dicen los números: en 2010 EEUU generó casi la mitad de su electricidad con carbón; el año pasado, sólo el 30%. Es previsible que, tal y como sucedió con el travel ban, los tribunales también pongan límites a algunas de las medidas energéticas de Trump.
Especialmente relevantes a ojos del electorado republicano menos “trumpiano” es la confirmación de Neil Gorsuch para el Tribunal Constitucional, que Trump ha tildado de uno de sus “logros más importantes”. Gorsuch asegura una mayoría conservadora que podría verse aumentada si durante los próximos cuatro años falleciera alguno de los tres jueces con más de 70 años que actualmente ocupan un lugar en el Tribunal. El revés más importante ha sido la incapacidad para echar por tierra Obamacare (una prioridad más de Paul Ryan que de Trump) con el ridículo de ver a varios miembros de su propio partido oponerse a su reforma.
Otras prioridades legislativas importantes que también han languidecido y sobre las que es probable que veamos desarrollos en las próximas semanas son las medidas de desgravación fiscal, el plan de reforma de las infraestructuras y la reforma ética.
En la esfera internacional, la intervención contra el régimen de al-Assad en respuesta al ataque químico muestra por una parte el deseo de Trump de “no ser como Obama” y, por otra, una política exterior más intervencionista y menos condescendiente con Rusia que la prometida durante la campaña del America First.
¿Tiene Trump clara la dirección que debe tomar su Administración? La respuesta es tan decepcionante como cierta: sí y no. Sí en materia fiscal, comercial o energética. No en política exterior o materia sanitaria. Cabe imaginar, en muchos ámbitos, posturas ad hoc de corte pragmático, mientras que, en otros –probablemente la política militar– se impondrán las posiciones del intervencionismo estratégico escritas en la biblia republicana post-Bush.
David Blázquez Vilar
Director de programas, Aspen Institute España | @david_blzqz
1 FDR, sin embargo, se refería a los 100 días que duró la sesión especial número 73 del Congreso, celebrada entre el 9 de marzo y el 17 de junio de 1933. Véase Jonathan Alter (2007), The Defining Moment: FDR’s Hundred Days and the Triumph of Hope, Simon and Schuster, p. 273.
2 Véase Jeffrey Goldberg (2016), “The Obama Doctrine, How he’s shaped the world”, The Atlantic, abril.
3 “Si miras a la Unión Europea y es Alemania. Es básicamente un vehículo para Alemania. Es por eso que creo que el Reino Unido ha sido inteligente al salir”. Véase el texto completo en Full transcript of interview with Donald Trump.
4 Para un análisis exhaustivo de la posición de la Administración Trump en materia de comercio remitimos al brillante análisis publicado por Federico Steinberg.