Tema
Tres factores, presentes en el caso de los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid, prefiguraron qué células y redes yihadistas tienden a preparar y ejecutar con más eficacia y con mayor letalidad actos de terrorismo. Las que establecen conexión con alguna organización yihadista matriz, las que cuentan con al menos un combatiente terrorista extranjero y las que incorporan yihadistas con pasado como delincuentes violentos. Esa combinación de factores, que se repitió en el caso de los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París, es de nuevo verosímil en la amenaza que el terrorismo yihadista supone actualmente para las sociedades occidentales en general y las europeas en particular.
Resumen
El acervo de conocimiento resultante de la investigación académica sobre la amenaza del terrorismo yihadista en las sociedades occidentales permite identificar tres factores cuya presencia explica cuándo las células o las redes operativas son mucho más eficaces en su voluntad de materializar dicha amenaza en forma de atentados innovadores y con elevadas cotas de letalidad.
Esos factores son los siguientes: en primer lugar, la conexión con alguna organización yihadista matriz. En segundo lugar, contar con al menos un combatiente terrorista extranjero. En tercer lugar, incorporar yihadistas con pasado como delincuentes violentos. Esos tres factores estaban presentes en los atentados del 11 de marzo de 2004 en Madrid y continúan advirtiéndonos de que su combinación se asocia con las expresiones más cruentas e impactantes de la amenaza del terrorismo yihadista, como pudo constatarse asimismo en los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París. Pero en la actualidad existe de nuevo un considerable potencial de que se combinen esos tres factores de la amenaza que para el mundo occidental suponen células y redes yihadistas. En Europa occidental se han desbaratado recientemente complots terroristas que así lo corroboran.
Análisis
A lo largo de las últimas dos décadas, la investigación académica sobre la amenaza que supone el terrorismo yihadista para las sociedades occidentales ha acumulado un vasto conjunto de evidencia. Hablar hoy de la amenaza del terrorismo yihadista es hacerlo de un amplio rango de expresiones, desde la que es propia de los denominados actores solitarios hasta la que suponen células o redes constituidas por hasta incluso varias docenas de integrantes. Pero contamos con hallazgos suficientes como para saber bajo qué circunstancias es mucho más verosímil que estas células y redes sean eficaces en su voluntad de materializar dicha amenaza en forma de atentados innovadores y con cotas de letalidad comparativamente mayores.
En este sentido, los atentados perpetrados el 11 de marzo de 2004 en Madrid, es decir los atentados del 11-M, no sólo corroboran esos hallazgos que ha producido la investigación empírica sobre el terrorismo en el ámbito de las Ciencias Sociales. También continúan advirtiéndonos acerca de algunos factores que tienden a encontrarse presentes cuando el terrorismo yihadista se consuma adquiriendo las características inherentes a sus manifestaciones más cruentas y consiguiendo de este modo un impacto social muy superior al de otras expresiones menos severas de la amenaza. Pero ¿cuáles son esos factores? ¿En qué medida se prefiguraron en el caso del 11-M?
1. Conexión con alguna organización yihadista matriz
Las células o redes yihadistas que se movilizan para preparar y ejecutar atentados dentro de las sociedades occidentales tienen una mayor probabilidad de completar sus planes, es decir, de alcanzar el blanco o los blancos ambicionados con las tácticas previstas y producir víctimas, si los desarrollan en contacto de uno u otro tipo con alguna organización matriz. Alguna organización yihadista asentada por lo común en una zona de conflicto o territorio sobre el cual ejerce su influencia, en especial si el vínculo incluye recibir instrucciones, entrenamiento y hasta recursos. Así lo observó hace más de una década Javier Jordán en un estudio sobre incidentes de terrorismo yihadista en Europa occidental en los 10 años posteriores al 11-S.[1]
Además de registrar más eficacia operativa, las células y redes enlazadas de una u otra manera con el mando central de una organización matriz suelen ser más extensas y típicamente llevan a cabo atentados de mayor envergadura, a menudo coordinados y complejos, asimismo con niveles de letalidad mucho más elevados. Así lo constató una temprana investigación exploratoria de Scott Helfstein y Dominick Wright sobre planes terroristas desarrollados por células o redes yihadistas enlazadas con el núcleo de liderazgo de al-Qaeda.[2] Si bien son células o redes que suelen desenvolverse bajo constreñimientos más intensos de seguridad y vigilancia, por lo que sus planes puedan ser desbaratados incluso más a menudo que los de células o redes con vínculos más débiles.
Los atentados del 11-M pusieron de manifiesto la importancia que en términos de eficacia y de letalidad tiene este primer factor, relativo a esos vínculos organizativos, en concreto con respecto al mando central de una organización matriz como al-Qaeda. La red terrorista que preparó y ejecutó la matanza en los trenes de Cercanías empezó a configurarse en Madrid en marzo de 2002, siguiendo instrucciones de Amer Azizi, el destacado miembro de la célula de Abu Dahdah que no pudo ser detenido en la Operación Dátil por hallarse en Irán camino de Afganistán y huyó a Pakistán integrándose en las filas de al-Qaeda.[3] Pero hacia mediados de 2003, cuando ocupaba un puesto de responsabilidad como adjunto al jefe de operaciones externas de al-Qaeda, consiguió que los líderes de esta última apoyasen y facilitasen su plan para atentar en España.
Una de las conclusiones del esclarecedor informe “The Case for Al-Qai’da Links to the 2004 Madrid Bombings”, del National Counter Terrorism Center de Estados Unidos (EEUU), fechado en agosto de 2008, que recoge una serie de datos y hechos fundamentales para conocer cómo se planificó y preparó la matanza en los trenes de Cercanías, es la siguiente: “Azizi estaba bien situado en 2003 –cuando estarían desarrollándose los preparativos de los atentados con bomba en Madrid– para actuar de conducto entre el jefe de operaciones externas Hamza Rabia y otros líderes de al-Qaeda y los activistas en Madrid. A través de Azizi, al-Qaeda contaba con un vehículo para transmitir la aprobación de la operación en Madrid o para proporcionar instrucciones detalladas”.[4]
Además, la red del 11-M estuvo al mismo tiempo conectada con el directorio del Grupo Islámico Combatiente Marroquí (GICM), que entonces se encontraba establecido entre Bélgica y Francia. En la práctica, dos de sus más notables miembros, como eran Hassan el Haski y Youssef Belhadj, estuvieron de hecho entre los seis integrantes del componente que introdujo en dicha red esa organización yihadista magrebí. El GICM, entidad asociada con al-Qaeda, se había reorientado operativamente después de perder sus bases en Afganistán tras el 11-S, optando en aquellas circunstancias por priorizar la práctica de la yihad allí donde residieran sus miembros y partidarios, como en Marruecos y en España.
2. Presencia de combatientes terroristas extranjeros
Si los integrantes de una célula o red yihadista activa en cualquier país occidental se preparan para atentar, la presencia entre ellos de al menos un individuo que cuente con experiencia como combatiente terrorista extranjero o que haya recibido entrenamiento terrorista en el exterior es un segundo factor capaz de incrementar considerablemente la eficacia de esos preparativos, es decir, que se completen según lo previsto. Además, esa presencia de al menos un individuo con experiencia combatiente o entrenado en el exterior hace que la probabilidad de que el atentado o atentados a los cuales den lugar sean letales tienda a duplicarse. Este es el denominado efecto del yihadista veterano al cual se refirió Thomas Hegghammer en un importantísimo estudio pionero sobre el tema.[5]
En los países occidentales ha recalado una muy pequeña parte de los yihadistas con experiencia de entrenamiento o combate en zonas de conflicto. Incluso sólo una limitada proporción de los combatientes terroristas extranjeros partidos de esos países retorna y lo hace con un compromiso militante acentuado. Pero, si optan por implicarse en elaborados actos de terrorismo y finalmente lo hacen, su contribución a la movilización con fines terroristas de células o redes puede ser decisiva. No sólo por las destrezas con que cuentan para la preparación y ejecución de atentados. También porque su experiencia les confiere un carisma gracias al cual radicalizar, reclutar y agrupar individuos que bien pueden permanecer largo tiempo en estado durmiente bien pueden activarse en poco tiempo. También están en condiciones de aprovechar lazos existentes entre yihadistas residentes en un mismo escenario local, aunque pertenezcan a organizaciones u colectivos diferentes.
El caso del 11-M continúa siendo un buen recordatorio de la importancia que sobre la eficacia y letalidad de la amenaza terrorista supone el concurso de esos individuos con experiencia como combatientes en zonas de conflicto o entrenados como operadores en campos de organizaciones yihadistas. Entre quienes prepararon y ejecutaron la matanza en los trenes de Cercanías, el marroquí Said Berraj había recibido adiestramiento en tácticas de terrorismo, incluyendo capacitación especializada en la manufactura y uso de artefactos explosivos como los que estallaron en los vagones de esos trenes. En septiembre de 2000, poco después de haberlo captado para su célula en Madrid, Abu Dahdah envió a Berraj a un campo de entrenamiento de al-Qaeda en Afganistán, al cual se desplazó en compañía de Azizi y de donde regresó a Madrid en febrero de 2001.[6]
Allekema Lamari, exmiembro de una célula de la organización yihadista Grupo Islámico Armado (GIA) desarticulada en Valencia en 1997 como resultado de la Operación Appreciate, condenado en 2001 a 14 años de prisión, pero excarcelado en junio de 2002 debido a un desajuste judicial, fue otro de los terroristas del 11-M y con anterioridad a su llegada a España había sido combatiente yihadista en Afganistán.[7] El propio Azizi, inductor de la movilización de la red del 11-M y a la postre conducto entre ésta y el mando de operaciones externas de al-Qaeda, había recibido entrenamiento en el uso de armas y explosivos, primero en un campo yihadista de Zenica, en Bosnia, y, unos años después, en otras instalaciones en Afganistán, concretamente los campos al Faruk, de al-Qaeda, y Mártir Abu Yahya, perteneciente al Grupo Islámico Combatiente Libio (GICL), a los cuales acudió en 2000.[8]
A la red del 11-M pertenecieron además otros individuos de los que se sabe que estuvieron en Afganistán, como parte de sus actividades yihadistas, aunque se desconoce si recibieron entrenamiento o estuvieron implicados en combate. Tal es el caso de Rabei Osman Es Sayed Ahmed, es decir Mohamed el Egipcio.[9] Al nodo principal del componente del GICM en dicho entramado terrorista, el ya aludido Youssef Belhadj, que muy probablemente estuvo en Afganistán al menos en 2001, se le atribuye de hecho el apodo de Abu Dujan al Afgani, sobrenombre de alguien que había estado en Afganistán o tenía relación con este país.[10]
3. Yihadistas con pasado como delincuentes violentos
Un tercer factor de los que incrementa significativamente las capacidades con que una célula o red yihadista cuenta para completar con eficacia y letalidad sus planes para ejecutar atentados en países occidentales es la participación de individuos con trayectoria previa como delincuentes violentos. Aunque esto no es algo novedoso, ha sido especialmente observado en relación con la amenaza de Estado Islámico, a partir de su emergencia en 2014 como organización rival de al-Qaeda, en investigaciones como la desarrollada, respecto a la movilización yihadista en países de Europa occidental, por Rajan Basra, Peter R. Neumann y Claudia Brunner.[11]
La presencia progresivamente más visible y pronunciada de este tipo de yihadistas en el seno de células y redes inmersas en la preparación de atentados terroristas, tal y como han corroborado ese y otros trabajos posteriores, ha permitido a esos elencos disponer de importantes habilidades derivadas de su experiencia delincuencial previa. Entre estas habilidades se incluyen una particular facilidad para adquirir armas de fuego y explosivos con los que fabricar bombas, una familiaridad con la violencia que rebaja su umbral psicológico para implicarse en actos de terrorismo y una especial destreza para conducirse eludiendo actuaciones policiales de seguimiento y control.
Otras habilidades prácticas y logísticas muy valiosas, de entre las transferibles por yihadistas con pasado como delincuentes, son las de acceder a documentos falsificados a través de entornos delincuenciales conocidos, procurar domicilios seguros en los que ocultarse y obtener, precisamente mediante actividades criminales, los recursos financieros necesarios. Todo lo cual aumenta sobremanera las posibilidades de que los planes terroristas que esté preparando una célula o red yihadista se materialicen en atentados.
Una vez más, el caso del 11-M prefigura la trascendencia de este factor. Uno de los tres componentes que tuvo la red a que pertenecieron los yihadistas que atentaron en los trenes de Cercanías –y el último en ensamblarse, pues lo hizo en el verano de 2003– procedió de una banda de delincuentes violentos radicalizados en el yihadismo cuyos integrantes contaban con amplia y prolongada trayectoria en el tráfico ilícito de drogas y otras manifestaciones de delincuencia violenta como el robo en viviendas, el comercio ilícito con bienes sustraídos o la falsificación de documentos. Hasta 10 miembros de la red del 11-M, gran parte de ellos con antecedentes penales, provenían de esa banda. Eran todos marroquíes, residentes –legalmente o no– en España y entre ellos se encontraba su cabecilla, Jamal Ahmidan, conocido como El Chino.[12]
A través de los estos yihadistas con trayectoria previa en la criminalidad violenta y de las relaciones que tenían con otros círculos criminales es como la red del 11-M consiguió contar con un inusual número de individuos dispuestos a participar en actos de terrorismo espectaculares y altamente cruentos. También acumular una gran capacidad financiera, aproximadamente millón y medio de euros, más de 14 veces el coste estimado de la matanza en los trenes de Cercanía.[13] Además, infraestructura, vehículos y documentos falsos. Y, por último, acceder ilícitamente a explosivos industriales, sustraídos de una explotación minera asturiana por delincuentes españoles nativos que la intercambiaron por droga y probablemente algún otro incentivo económico ofrecido por esos integrantes de la red del 11-M con pasado como delincuentes violentos.
Conclusiones
Más de 20 años después de haber ocurrido, los atentados del 11-M nos sigue enseñando mucho sobre las peores expresiones que puede adoptar la incesante amenaza del terrorismo yihadista en los países occidentales. En la red terrorista que los llevó a cabo se dieron los tres factores que hacen de una conspiración terrorista más eficaz y letal. En la década durante la cual ocurrieron, la amenaza del yihadismo global para las sociedades abiertas estaba relacionada con al-Qaeda. En la década posterior se sumó la relacionada con Estado Islámico. Durante este periodo, los mismos tres factores coincidieron también en la red que perpetró los atentados del 13 de noviembre de 2015 en París.[14] No en vano, los atentados de Madrid y París son los actos de terrorismo yihadista más letales acontecidos en Europa occidental. Tanto al-Qaeda como Estado Islámico son hoy fuentes de amenaza terrorista en Occidente, incluyendo sus expresiones más letales como producto de células o redes en las que se combinen los tres factores.
En lo que atañe a al-Qaeda, ni ha desaparecido ni ha dejado de proyectar su amenaza terrorista sobre Europa. Sus dirigentes están priorizando una estrategia de expansión de las ramas territoriales, tres de las cuales –Al Shabab en Somalia, el Grupo de Apoyo al Islam y los Musulmanes en el Sahel, al igual que al-Qaeda en la península Arábiga– destacan en la actualidad por el dominio espacial y la influencia social que han logrado en sus zonas de operación, además de por su potencial de financiación y el desarrollo tecnológico de herramientas para practicar el terrorismo. Puede que el mando central de la estructura yihadista global se encuentre aún constreñido para planear grandes atentados terroristas en esa región. Pero en el contexto favorable de su retorno a Afganistán es verosímil que haya dado ya instrucciones de iniciar la activación de células terroristas para operar en Europa occidental, un escenario considerado más propicio que los de otras sociedades occidentales.
Pero las principales tentativas de ejecutar atentados espectaculares y altamente letales que han tenido lugar en los últimos cinco años en las sociedades europeas corresponden a células o redes que mantenían algún tipo de vínculo con Estado Islámico, posiblemente anticipando una inflexión al alza –también cualitativamente– en la amenaza del terrorismo yihadista dentro de la región tras su relativo y breve estancamiento posterior al colapso del califato. Para ser precisos, el principal vínculo de esas células o redes lo viene siendo con la rama –o provincia— de Estado Islámico en Jorasán, extendido en Asia central y el Cáucaso septentrional, ocasionalmente a través de intermediarios entre los que se incluyen mandos intermedios que actúan desde Oriente Medio y que ocasionalmente lo hacen online. Aunque en las conexiones de algunas de esas células o redes operativas han aparecido igualmente lazos con provincias de Estado Islámico activas en África.
El entorno antiterrorista en que se han desenvuelto recientemente y van a seguir desenvolviéndose células y redes yihadistas con planes para atentar en Occidente ha cambiado mucho a lo largo del último cuarto de siglo. Esto hace que les resulte más difícil preparar atentados complejos y altamente cruentos sin ser desbaratados por los servicios de lucha contra el terrorismo, incluso si se dan los factores que hasta ahora han estado asociados a una mayor probabilidad de que esos planes culminen con matanzas terroristas. Al tiempo, sin embargo, tanto al-Qaeda como, de manera más inmediata, Estado Islámico, vienen generando en la actualidad, como consecuencia de sus actividades en zonas de conflicto, las condiciones gracias a las cuales recuperar su potencial para promover y facilitar operaciones de elevada letalidad en el mundo occidental, en particular en las sociedades europeas.
[1] Javier Jordán (2012), “Analysis of Jihadi Terrorism Incidents in Western Europe, 2001–2010”, Studies in Conflict & Terrorism, 35: 5, págs. 382-404.
[2] Scott Helfstein y Dominick Wright (2011), “Success, Lethality, and Cell Structure Across the Dimensions of Al Qaeda”, Studies in Conflict & Terrorism, 34: 5, págs. 367-382.
[3] Fernando Reinares (2021), 11-M. La venganza de Al Qaeda, Barcelona: Galaxia Gutenberg, págs. 136-149.
[4] National Counterterrorism Center (2008), “The Case for Al- Qai’da Links to the 2004 Madrid Bombings: A Key Assumptions Check”, 22/VIII/2008, 2; en Reinares, 11-M. La venganza de Al Qaeda, págs. 178 y 306.
[5] Thomas Hegghammer (2013), “Should I Stay or Should I Go? Explaining Variation in Western Jihadists’ Choice between Domestic and Foreign Fighting”, American Political Science Review, 107: 1, págs. 1-15.
[6] Fernando Reinares, 11-M. La venganza de Al Qaeda, págs. 47-50 y 223.
[7] Ibid., 57-71. El dato sobre la experiencia yihadista de Lamari en Afganistán lo proporcionó Jorge Dezcallar, director del Centro Nacional de Inteligencia (CNI) entre 2001 y 2004, en Valió la pena. Una vida entre diplomáticos y espías, Península, Barcelona, pág. 285.
[8] Fernando Reinares, 11-M. La venganza de Al Qaeda, págs. 137-138.
[9] Ibid., 93.
[10] Ibid., 174 y 191.
[11] Rajan Basra, Peter R. Neumann y Claudia Brunner (2016), “Criminal Pasts, Terrorist Futures: European Jihadists and the New Crime-Terror Nexus”, International Center for the Study of Radicalization, Londres.
[12] Reinares, 11-M. La venganza de Al Qaeda, págs. 105-118.
[13] El coste de preparar y ejecutar la matanza en los trenes de Cercanías se situó alrededor de los 105.000 euros, aun cuando esta cifra no incluya todos los posibles gastos en que pudieron incurrir los individuos implicados en la red del 11-M desde el inicio de su formación. Ibid., 114-115.
[14] R. Kim Cragin (2017), “The November 2015 Paris Attacks: The Impact of Foreignb fighters Returnees”, Orbis 61: 2, págs. 212-226; Jasmine M. Remmers (2019), “Temporary Dynamics in Covert Networks: A Case Study of the Structure Behind the Paris and Brussels Attacks”, Terrorism and Political Violence (publicado online, 18/XI/2019).