Tema: En este ARI se trata de la crisis política en Líbano.
Resumen: La elección presidencial en Líbano se ha convertido en la batalla más reciente entre dos coaliciones políticas que se disputan el futuro del país. La polarización de la escena política en Líbano ha paralizado las instituciones de gobierno: la silla presidencial está vacía, la oposición no reconoce al actual Gobierno y el Parlamento no se reúne desde hace más de un año. Al mismo tiempo, en los tres últimos años Líbano ha sido sacudido por seísmos que desestabilizarían a cualquier país, y más a uno tan frágil y dividido. Hasta el momento, los políticos libaneses han desistido de dar el paso definitivo que desataría el caos en el país, pero nuevos acontecimientos pueden crear una situación incontrolable.
Análisis: Tras nueve años en la Presidencia de Líbano, Emile Lahud dejó su cargo el día 23 de noviembre sin que el Parlamento lograra elegir a un sucesor. La actual crisis presidencial es el capítulo más reciente de una saga que se viene desarrollando desde el asesinato del ex primer ministro Rafik Hariri el 14 de febrero de 2005.
El asesinato de Hariri y la subsiguiente retirada de las tropas sirias de Líbano en abril de 2005 han enfrentado al país a desafíos graves, entre los cuales figuran encontrar un equilibrio entre las diferentes facciones, redefinir las relaciones de Líbano con el exterior e introducir reformas económicas inmediatas. Hoy más que nunca, estos desafíos exigen una visión política coherente. Sin embargo, el cambio en el equilibrio de fuerzas ha agravado el vacío de autoridad que siempre ha existido como consecuencia de un sistema confesional donde los equilibrios de poder entre las principales sectas eclipsan el papel de las instituciones del Estado.
A esta complejidad interna se añade el hecho de que Líbano se encuentra una vez más en el epicentro de las confrontaciones políticas e ideológicas de Oriente Medio. Líbano se halla hoy en medio de un enfrentamiento entre los principales actores en la región, ya que su posición es vital para la política iraní en la zona, los intereses políticos y económicos de Siria, la seguridad de Israel y para la estrategia estadounidense. Aunque esta configuración y reparto de intereses no es algo nuevo, sus efectos en Líbano son más agudos a raíz de varios acontecimientos ocurridos desde el año 2000. Estos acontecimientos han roto un consenso internacional que existía desde 1990 (final de la guerra civil) basado en la estabilidad de Líbano como prioridad. Primero, el colapso de las negociaciones de paz entre Siria e Israel en 2000 consolidó la posición de Líbano como campo de batalla en el conflicto. Segundo, la retirada israelí del sur de Líbano en mayo de ese año empezó a romper el consenso libanés sobre la necesidad de las armas de Hezbolá. La retirada de las tropas sirias de Líbano elevó las voces internas y externas que se manifestaban en contra de las armas. Tercero, Líbano se ha visto afectado por el poder ascendente de Irán en la zona, acompañado por el debilitamiento de la influencia de los regímenes árabes. Por último, el deterioro de las relaciones entre EEUU y Francia por una parte y Siria por otra suspendieron la aprobación norteamericana y europea al papel que desempeñaba Siria en el país vecino.
Los cambios en la fórmula política interna y externa han terminado por polarizar el campo de la batalla política en Líbano. Un año después de la retirada siria, los políticos libaneses se encontraban divididos en dos coaliciones. La coalición del “14 de Marzo” (cuyo nombre hace referencia al día de la multitudinaria manifestación pidiendo la retirada siria de Líbano en 2005), que está compuesta principalmente por políticos suníes, drusos y cristianos y controla la mayoría de los escaños en el Parlamento (68 de 128) así como los Ministerios clave. Este grupo, que recibe apoyo diplomático de EEUU, Francia, Arabia Saudí, Jordania y Egipto, tiene como meta principal contener las ambiciones sirias en Líbano e implementar las resoluciones 1559, 1701 y 1757 de la ONU que exigen, entre otras cosas, extender la autoridad del Gobierno libanés por todo el territorio nacional, desarmar las milicias y establecer un tribunal internacional para investigar el asesinato de Hariri. Frente a la anterior, la coalición “8 de Marzo” (en referencia al día de la manifestación multitudinaria organizada por Hezbolá como muestra de agradecimiento a Siria en 2005) une a los dos partidos chiíes (Hezbolá y Amal) con el Movimiento Patriótico Libre del líder cristiano maronita Michel Aoun. Apoyada por Irán y Siria, esta coalición considera ilegítimo al actual Gobierno y le acusa de promover intereses estadounidenses e israelíes en Líbano.
En un primer momento, a principios de 2006, se reunieron 14 líderes de grupos políticos con la participación de los presidentes del Parlamento y del Gobierno bajo el lema de “diálogo nacional” para intentar resolver sus diferencias. Tras varias sesiones, los políticos acordaron apoyar el establecimiento de un tribunal internacional, desarmar a grupos palestinos fuera de los campos de refugiados en Líbano y establecer relaciones diplomáticas con Siria. También se llegó al acuerdo de que el territorio fronterizo de las granjas de Chebaa, bajo ocupación israelí, pertenece a Líbano y no a Siria. Dos cuestiones de suma importancia que formaban parte de la agenda quedaron sin resolver: el llamamiento de la resolución 1559 de la ONU al desarme de todas las milicias en Líbano (evidente alusión a Hezbolá) y el futuro del presidente Emile Lahud (cuyo mandato se prorrogó a la fuerza por parte de Siria en 2004).
La guerra de julio de 2006 entre Israel y Líbano puso fin al “diálogo nacional”, anuló el progreso que se había conseguido en las sesiones y agravó las divisiones políticas en el país. En noviembre de 2006, el “8 de Marzo” retiró sus seis ministros del gabinete y se echó a las calles del centro de Beirut para intentar forzar la dimisión del Gobierno, al que considera ilegítimo porque ya no incluye representación chií (cinco de los ministros eran chiíes). Desde ese momento, Líbano quedó sumido en una “guerra de desgaste”.
La crisis presidencial
El fin del mandato del presidente Emile Lahud, aliado de Siria y anteriormente comandante del Ejército, ha profundizado la parálisis. El “14 de Marzo” quiere a un presidente que apoye las resoluciones de la ONU 1559 y 1701, mientras que el “8 de Marzo” propone un presidente que acepte las armas de Hezbolá, que no esté aliado con EEUU y que mantenga relaciones estrechas con Irán y Siria.
La constitución libanesa establece que la elección del presidente por un período de seis años debe realizarse por el Parlamento. Los dos grupos han convocado diferentes interpretaciones del texto legal para legitimar sus posiciones. El “8 de Marzo” afirma que se necesitan dos tercios de los diputados para el quórum –esta interpretación otorga a este grupo la capacidad de bloquear el voto simplemente con el hecho de no acudir a la sesión de votación–. El “14 de Marzo”, que cuenta con la mayoría absoluta en el Parlamento, insiste que las elecciones sólo requieren la presencia de una mayoría absoluta de diputados. El presidente del Parlamento, Nabih Berri, líder del movimiento chií Amal –que pertenece al “8 de Marzo”–, no convoca sesiones parlamentarias desde hace un año.
La candidatura de Michel Suleiman, comandante del Ejército desde 1998, propuesta por la coalición del “14 de Marzo” a finales de noviembre de 2007, parecía presentar una salida a la crisis. El relativo distanciamiento de Suleiman de ambos grupos y el respeto que se ha ganado el Ejército como institución neutral en la crisis, le convierte en un candidato de consenso, a pesar de que su elección requiere una enmienda constitucional ya que la constitución establece la prohibición de que un alto funcionario público sea elegido presidente de la República salvo que dimita de su cargo dos años antes. Esto no supone un grave problema en Líbano, donde la constitución es un texto que se resquebraja cuando no se puede lograr el consenso. Una enmienda similar fue aprobada por el Parlamento en 1998 para facilitar la elección del presidente Emile Lahud. También se han introducido en dos ocasiones enmiendas a la constitución para prorrogar los mandatos de presidentes. El problema es, una vez más, la falta de voluntad política. El “8 de Marzo” ha aceptado la propuesta con la condición de que se nombre de antemano un nuevo primer ministro y se acuerden todos los Ministerios del nuevo gabinete además de los nombramientos de altos cargos del Estado. La mayoría ha rechazado estas condiciones y la oposición ha recurrido otra vez a excusas legales insistiendo que un gabinete “ilegítimo” no puede promover una enmienda constitucional.
Un futuro incierto
Líbano se encuentra al borde de un abismo, pero hasta ahora los partidos políticos se han abstenido de dar el paso definitivo que lanzaría el país al caos absoluto. A punto de finalizar el mandato de Lahud, la oposición amenazó con formar un gobierno paralelo rival, lo cual hubiese dividido a Líbano en dos, como sucedió en 1988. El secretario general de Hezbolá, Hasan Nasrala, pidió a Lahud que creara otro gobierno antes de que venciera su mandato. Lahud desistió para proteger el prestigio de la jefatura del Estado. Por su parte, la mayoría parlamentaría y gubernamental ha amenazado con elegir al presidente de la República con mayoría absoluta en el Parlamento, pero se ha resistido ya que esto provocaría la ruptura definitiva con la oposición y marcaría el fin del intento de llegar a un consenso nacional.
En la situación actual, ambas coaliciones políticas prefieren el statu quo a arriesgarse a ofrecer alguna concesión para llegar a un acuerdo. Aunque existen algunas divergencias internas en las dos coaliciones, de momento no han servido para acercar posiciones entre ambos bloques. Cabe recalcar que los atentados contra 10 figuras políticas de la coalición del “14 de Marzo” (de las cuales siete murieron) han dificultado aun más las negociaciones. Los diputados del grupo se han encerrado en un hotel muy vigilado en el centro de Beirut para procurar evitar nuevos asesinatos de sus miembros, ya que el asesinato de tres diputados más amenazaría la mayoría parlamentaria que mantiene este grupo. Esta coalición acusa a Siria de estar detrás de los atentados para fomentar la inestabilidad en Líbano y volver a hacerse con el control del país. Por su parte, el “8 de Marzo” afirma que la inestabilidad interna sólo sirve a los intereses israelíes para debilitar a Hezbolá. Es posible que Líbano se quede sin presidente por un tiempo impredecible y que el precio que pueda pagar el país por esta crisis sea muy elevado.
Primero, la sombra de una guerra civil se extiende sobre el país, aunque políticos de todos los partidos han declarado repetidamente que hay que evitar a toda costa un conflicto civil. Sin embargo, grupos de ambos bandos están entrenándose y armándose por si fuese necesario. Es sabido que Hezbolá ya dispone de un arsenal sofisticado, pero otros grupos del “8 de Marzo” y del “14 de Marzo”, que ya disponen de experiencia militar por su participación en la guerra civil libanesa, también están entrenándose y armándose. Este hecho no indica necesariamente que Líbano vaya a deslizarse hacia un conflicto violento, pero aumenta la posibilidad de que surjan brotes de violencia entre los dos grupos que no puedan ser controlados.
Segundo, la situación actual está radicalizando las posturas sectarias de los políticos y de la población libanesa. En este ámbito, se baraja la posibilidad de un enfrentamiento chií-suní o chií-druso. Los enfrentamientos callejeros en Beirut entre jóvenes chiíes y suníes en enero de 2007 dieron la señal de alarma sobre la peligrosidad que está adquiriendo el conflicto. Tampoco se descarta una confrontación entre cristianos maronitas, ya que los principales líderes maronitas, Michel Aoun y Samir Geagea, están en bandos diferentes y ya se enfrentaron de manera muy violenta en los últimos años de la guerra civil cuando se disputaban el liderazgo de la comunidad maronita.
Tercero, los acontecimientos de los tres últimos años demuestran lo vulnerable que es la seguridad de Líbano y los numerosos frentes de batalla que existen. A los atentados contra políticos se suman varios coches bomba en zonas comerciales de Beirut y sus alrededores, un ataque al contingente español de la Fuerza Interina de las Naciones Unidas para Líbano (FINUL) en el sur del país el 24 de junio de 2007 –que se cobró la vida de seis soldados– y cuatro meses de combates iniciados en mayo entre el Ejército libanés y el grupo islamista radical Fatah al-Islam en el campo de refugiados palestinos de Naher al-Bared en el norte del país. Estos ataques ponen de manifiesto dos elementos principales.
En primer lugar, ya no se puede descartar la infiltración en Líbano de grupos radicales inspirados por al-Qaeda que pueden aspirar a convertir el país en un frente contra Occidente e Israel. Estos grupos podrían instigar otra guerra entre Israel y Líbano, amenazar la presencia de la FINUL y fomentar la tensión chií-suní. Algunos partidos libaneses acusan al régimen sirio de facilitar la entrada de estos grupos radicales en Líbano para fomentar el conflicto. Aunque fuese este el caso, no hay que descartar que estos grupos se puedan desligar y operar por su cuenta.
En segundo lugar, los últimos atentados demuestran que el Ejército libanés se ha convertido en un blanco de ataques. Los enfrentamientos de Naher al-Bared, el suceso más violento desde el final de la guerra civil, puso a prueba la resistencia del Ejército y concluyó con más de 160 soldados libaneses muertos. Sin embargo, se pudo evitar que la batalla con Fatah al-Islam se extendiera a otros campos de refugiados y arrastrara también a un enfrentamiento con otros grupos palestinos. Los principales grupos palestinos declararon su apoyo al Ejército libanés y colaboraron en la evacuación de civiles de los campos. La crisis terminó por reforzar la posición del Ejército como símbolo de unidad nacional en la sociedad libanesa, aunque este no va a tener nada fácil seguir conservando esta posición. Muestra de ello es el fatal atentado del 12 de diciembre contra el general François al-Hajj, quien, como jefe de operaciones del Ejército, encabezó la ofensiva contra Fatah al-Islam y desempeñó un papel esencial la coordinación con la FINUL y en el despliegue del Ejército libanés al sur del río Litani tras la guerra de Israel contra Hezbola en el verano de 2006. Al-Hajj, que se consideraba el principal candidato para suceder al comandante Michel Suleiman en caso de que este último se convierta en presidente del país, es el primer militar víctima de un atentado en los últimos años, lo cual supone una escalada significativa de la situación, ya que el Ejército es la única institución que permanece unida al margen de las divisiones.
Posiciones y reacciones internacionales
Ninguna crisis en Líbano se desarrolla al margen de intervenciones por parte de los principales actores internacionales, y esta última no es una excepción. Las reacciones a la crisis presidencial han demostrado algunos cambios de método en las posiciones externas, pero de momento no hay ningún cambio fundamental que facilite una solución a largo plazo.
La política francesa en Líbano ha experimentado algunos cambios en su estilo de intervención. El presidente francés, Nicolas Sarkozy, se ha esforzado por despersonalizar las relaciones entre Francia y Líbano (Jacques Chirac era amigo personal del primer ministro asesinado, Rafik Hariri). Con el propósito de ser percibido como un mediador más neutral en Líbano e intentar restaurar un clima de confianza que permita solucionar la crisis, el Gobierno de Sarkozy ha adoptado una posición más conciliadora con la coalición del “8 de Marzo”. La intervención francesa en Líbano se ha esforzado por reflejar que es parte de un consenso europeo, lo cual se expresó muy claramente con lcon las visitas de los ministros de Asuntos Exteriores de Francia, España e Italia (Bernard Kouchner, Miguel Ángel Moratinos y Massimo D’Alema) el 20 de octubre y 22 de noviembre. Pero a pesar de estos cambios de método, la política francesa sigue rigiéndose por los mismos principios. Para Francia, la estabilidad de Líbano es lo principal y Kouchner ha desempeñado un papel muy activo y flexible con numerosos viajes diplomáticos a Líbano para intentar conseguir un acuerdo para encontrar un nuevo presidente. Sarkozy y Kouchner han insistido que lo principal es elegir a un presidente y que los cambios del gobierno se pueden discutir después. También, aunque el Gobierno de Sarkozy ha reabierto las vías del diálogo con el régimen sirio (que se deterioraron durante la presidencia de Chirac), ha dejado claro que la cuestión del tribunal internacional para investigar el asesinato de Hariri no es negociable.
Los resultados de la diplomacia francesa han confirmado los límites de la política europea en Líbano. Europa puede, a través de una política muy activa, convencer a los diferentes partidos internos que no se precipiten y de este modo ayudar a prevenir que la situación de Líbano empeore, pero los países de la UE carecen de la influencia necesaria para mediar un acuerdo a largo plazo entres todos los partidos, internos y externos, en el conflicto.
La falta de cambios en la relación entre EEUU por una parte y Siria e Irán por otra no auguran una resolución duradera en Líbano. La guerra de declaraciones entre Irán y EEUU sobre el programa iraní de enriquecimiento de uranio no permite un acuerdo entre ambos para neutralizar el campo de batalla libanés. Por otra parte, EEUU y Siria siguen intercambiando acusaciones de querer impedir un acuerdo en Líbano. Siria se ha declarado a favor de la elección de un presidente lo antes posible y ha acusado a EEUU de bloquear los intentos franceses de llegar a un consenso. El ministro de Asuntos Exteriores sirio, Walid al-Muallem, ha declarado que formar un gobierno de unidad nacional tiene la misma importancia que elegir al presidente, una posición que no coincide con las prioridades estadounidenses y francesas.
En un principio, la Administración de George W. Bush adoptó una posición menos directa en la crisis presidencial y su intervención en Líbano pasó a un segundo plano, dando paso a la diplomacia francesa. Washington declaró su apoyo a la iniciativa francesa y abandonó su insistencia en que la mayoría parlamentaria debería elegir al presidente sin el consenso de la oposición. A raíz de la irresolución de la crisis, la Administración estadounidense ha vuelto a involucrarse de manera directa, como indica la visita inesperada el 18 de diciembre del secretario de Estado adjunto para Oriente Próximo, David Welch, a Beirut. Welch acusó al “8 de Marzo” de bloquear el voto y de sucumbir a presiones externas, en clara alusión a Siria e Irán.
Conclusión: La crisis política e institucional que golpea a Líbano resalta una vez más que el sistema confesional libanés ha fracasado en todos los sentidos. Diseñado en un principio para garantizar la estabilidad de una sociedad heterogénea, este sistema ha sumido al país en crisis tras crisis desde su independencia en 1943. Un sistema basado en el mantenimiento de un equilibrio delicado entre todas las sectas, en vez de consolidar las instituciones, se vuelve ingobernable cuando no existe un consenso entre los principales grupos. Esta última crisis ha resaltado la falta de liderazgo entre los políticos libaneses y la existencia de lagunas jurídicas en la constitución, realidad reconocida por todos los libaneses. Sin embargo, no hay ningún esfuerzo para buscar una nueva fórmula que conlleve una reforma profunda de la constitución.
La elección de un presidente no va a resolver estos problemas históricos e intrínsecos del sistema libanés, pero es imprescindible para reducir la tensión que se está acumulando en el país. La estabilidad de Líbano a largo plazo exige una reforma de las instituciones políticas que facilite la gobernabilidad del país, pero este tema no puede ser tratado en la actual situación de desconfianza. La elección de un presidente abriría el paso a la formación de un Gobierno que refleje un consenso nacional y que empiece a derribar las barreras que se han erigido entre las dos coaliciones.
Julia Choucair Vizoso
Experta en el mundo árabe contemporáneo