Tema: Ha pasado un año desde las gigantescas protestas antijaponesas en China. En los últimos meses ha seguido aumentando la tensión entre Pekín y Tokio, recalentada por temas históricos estrechamente vinculados al presente político y material del vínculo bilateral. La calidad de la relación entre los Gobiernos ha seguido descendiendo y el contacto diplomático al más alto nivel ha sido discontinuo. Así las cosas, las declaraciones y los gestos cobran más importancia que nunca. Resumen: Este análisis se propone, primero, mostrar el cambio de tono y algunas nuevas posturas en la relación sino-japonesa con respecto a la situación de hace un año. Segundo, analizará algunos indicadores que inciden en el marco bilateral. Y tercero, se pregunta si el distanciamiento puede seguir prolongadamente en el tiempo sin un guión político al más alto nivel. Análisis: Este año no se han repetido en China las multitudinarias protestas por la designación en 2005 en el calendario oficial, por el Parlamento japonés, del 29 de abril como el “día de la Showa” (el complejo período que incluye la agresión militar y el auge económico nipón entre 1926 y 1989). Por el contraste de relativa calma este año, es notorio que aquellas protestas, a fines de abril y en los primeros días de mayo, eran también un empeño del Pekín oficial. Japón, por aquellas fechas, hacía un fuerte lobby para ingresar como miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Igualmente, en esas semanas Tokio mencionaba que volvería a reducir, por tercer año consecutivo, los préstamos que, en concepto de ayuda al desarrollo, concede desde hace años a Pekín a bajo interés, para detenerlos totalmente en 2008. Sigue igualmente abierto en 2006 el contencioso en torno a las islas Diaoyu (para China) o Senkaku (para Japón), en el Mar del Este de China, donde se superponen las reclamaciones marítimas sobre una zona circundante considerada rica en gas. Lo nuevo son las rondas de conversaciones sobre el tema, que aún no vislumbran soluciones. El empeoramiento del último año La tensión aumentó cuando en ese mismo mes de octubre accedió al cargo el nuevo ministro de Exteriores japonés, Taro Aso. En uno de sus primeros actos declaró pertenecer a un país que era “una nación, una civilización, una lengua, una cultura y una raza sin igual en el mundo”. Desde entonces ha dado una serie de discursos interpretados como beligerantes. Aso pertenece a un segmento de una generación de líderes que integran en sus vidas industria y política, pasado y presente intergeneracional. Hay alegaciones sobre él, en el mismo Japón, que afirman que la empresa de su padre habría utilizado como trabajadores forzados a coreanos y chinos durante la Segunda Guerra Mundial. Además, Aso, quien entró en la compañía familiar en 1966 y logró su presidencia antes de ingresar en política en 1979, tendría posibilidades de ser primer ministro este año y sus declaraciones enlazan bastante bien con las orientaciones del Gobierno. En diciembre pasado, Aso recalcó que China tenía bombas nucleares y que su presupuesto militar había crecido sustancialmente durante 17 años seguidos y constituía una amenaza. En ese mismo mes, Koizumi apoyó una propuesta para incluir en la Constitución una mejora cualitativa de las Fuerzas de Autodefensa para elevarlas a un estatus de Ejército de Autodefensa. Así, ha continuado la decidida apuesta de Koizumi por armonizar con las estrategias de Washington en Asia, haciéndose parte de ellas y dándoles fe de largo plazo. Un ejemplo es la opción nipona por involucrarse política y financieramente en la Iniciativa de Defensa Estratégica, en la que colabora desde 1999, y que daría invulnerabilidad aérea a Japón, aunque su coste astronómico haga impracticable su despliegue en esta década y sólo genere críticas por parte de China. Otro ejemplo más reciente ha sido la redefinición del papel estratégico del Japón de posguerra. En efecto, a comienzos de mayo se ha acordado una serie de medidas, de aquí al año 2014, que contemplan un retiro parcial de las tropas estadounidenses del archipiélago nipón hacia el Pacífico, así como dentro del país, donde destaca la localidad de Iwakuni, que albergará una base aérea clave. Más relevantes todavía son los nuevos acuerdos que proyectan a un Japón participando en misiones en el exterior junto a EEUU, con lo que cambia fundamentalmente la relación estratégica entre ambos aliados y se acentúa el alejamiento de China. El profesor chino Liu Jiangyong, de la Universidad de Qinghua, sostiene que las relaciones entre China y Japón se han deteriorado tras las históricas elecciones parlamentarias japonesas del pasado 11 de septiembre en las que Koizumi resultó un clarísimo ganador y fortaleció la hegemonía de su partido. Pero existían clarísimas evidencias del empeoramiento previo. En diciembre de 2004, el Gobierno japonés publicó su nuevo Programa de Defensa Estratégico, en el que por primera vez en su historia apuntó a China como una amenaza militar. Pocos meses después, la Agencia de la Defensa destacaba lo que consideraba como un alarmante desarrollo de la marina de guerra china. Para enrarecer más el ambiente, el Ministerio chino de Asuntos Exteriores protestó a fines de marzo de este año por la inclusión de una nueva serie de libros de texto japoneses que incluyen a las islas del Mar del Este de China como parte del territorio nacional. Recuérdese que el año pasado, en medio de las protestas, Pekín resaltaba que algunos textos educativos japoneses trataban la masacre de Nanjing como un “incidente”. Así, la reunión del 24 de mayo entre los titulares de Exteriores es importante tras su interrupción desde octubre y ha sido la primera en más de un año. Según ha trascendido, los contactos se han reiniciado por iniciativa japonesa en el marco de la quinta ronda de negociaciones, de menor nivel, sobre la disputada zona marítima intermedia en el Mar del Este de China. Pero ni en la penúltima ronda, en febrero pasado, ni en la más reciente, en mayo, se ha llegado a acuerdos. La parte china insiste en que se requiere una “buena atmósfera”. Ésta implica gestos que difícilmente se producirán con Koizumi a pocos meses de su retiro. Pekín ha llegado a decir que no condena las visitas del pueblo japonés a Yasukuni, sino sólo las de los dirigentes, y que los famosos textos escolares nipones son rechazados por los educadores japoneses y no cuentan con simpatía popular. ¿Una relación “inercial”? No hay ninguna prueba concluyente que indique que el intercambio haya bajado como consecuencia de los boicots de algunos consumidores chinos ni de trabas de las administraciones locales chinas, hoy más autónomas que hace una década en relación con Pekín al tratar con productos e inversores extranjeros. De hecho, según estadísticas de Pekín, la inversión directa desde Japón se ha incrementado en un 20% en 2005. Esto es, en el año en que en China y en decenas de ciudades se vivieron las mayores protestas antijaponesas que se recuerdan desde que existen relaciones diplomáticas. Incluso tras cinco visitas anuales de Koizumi a Yasukuni. Y si bien es cierto que el intercambio comercial ha crecido menos de un 12% en 2005, Zhang Jifeng, director del Instituto de Investigaciones Japonesas de la Academia China de Ciencias Sociales, afirma que en el futuro un incremento anual de un 10% debiera ser considerado normal debido a la madurez de un intercambio que ha crecido a un 14% anual entre 1990 y 2004. La partida de Koizumi podría ser un factor que condujese a que las relaciones políticas se acercasen a la calidad del vínculo económico. El lado chino, encabezado por Hu Jintao, se acaba de asentar y al parecer tiene varios años por delante para desplegar estrategias de política exterior que en gran parte son de contenido económico. Por su parte, el enunciado de la actuación japonesa difiere de la conocida noción de “ascenso pacífico” que maneja China, aunque también es de marcado acento económico. En este campo, Taro Aso se estrenó con un término en su discurso pronunciado en diciembre pasado ante los corresponsales de la prensa extranjera en Tokio. Afirmó que su país era un “thought leader”, que definió como un término del inglés de los negocios y que tradujo literalmente como “líder de pensamiento”, y libremente al japonés como “pioneros a través de la experiencia directa”. Esto es, su país sería un adelantado en Asia porque ha debido enfrentar los problemas inherentes del mundo moderno mucho antes que el resto del continente. E inevitablemente asume la alianza militar entre su país y EEUU como básica para la seguridad de Asia. Aunque aspira a formar tanto un Área de Libre Comercio de Asia Oriental como una Área de Inversiones de Asia Oriental, incluyendo ambas a China. Una etiqueta que sólo puede iluminar la política Pero últimamente ese vínculo ha tenido que ser activado desde arriba. Su más connotada evidencia ha sido la reunión, a primeros de mayo, entre Tang Jiaxuang, consejero de Estado y ex canciller chino, y el ex primer ministro japonés Tsutomo Hata. Han acordado contribuir a impulsar el intercambio de personas, el intercambio académico y de colectivos defensores del medio ambiente. Igualmente, hay llamamientos para que se recompongan los vínculos a través de la cooperación económica, cosa que ya ocurre, o mediante el legado común confuciano, esto es, a la intensa relación cultural que se extiende por más de dos milenios, como destaca Chen Haosu, presidente de la Asociación del Pueblo Chino para la Paz con los Países Extranjeros. Pero igualmente asombrosa es la historia, que indica que la primera visita de un jefe de Estado chino a Japón fue la del ex presidente Jiang Zemin en 1998, y la primera de un emperador japonés a China ocurrió tan recientemente como 1992. Desde los foros no resuenan alto unas palabras de acercamiento pronunciadas por líderes de opinión equivalentes a las del ex primer ministro Shigero Yoshida, quien diez años antes del establecimiento de las relaciones bilaterales con Pekín abogaba por el aprendizaje de Occidente en lógica abstracta y por el aprendizaje de la literatura y de la poesía chinas, que consideraba claves para “entender las relaciones humanas”. “Todo se aclara con una mirada”, reza una expresión china con idéntica escritura en japonés, derivada del chino (Yi mu liao ran, Ichimoku ryozen, respectivamente), como bien ha recordado el embajador nipón, Kagechika Matano, quien ha negociado delicados asuntos con Pekín. Pero el problema es la divergencia de miradas en la cumbre del poder. Conviene recalcar que los dirigentes máximos de ambos países no han tenido oportunidad de conocerse. Sólo se han reunido brevemente en reuniones y foros como APEC, en torno al G-8, o en ASEM, entre otras instancias multilaterales. Así, se llegará al final del mandato de Koizumi en septiembre próximo, sin que éste haya visitado oficialmente China desde 2001, y con el presidente chino, Hu Jintao, que no habrá visitado Japón desde que asumió el liderato máximo, hace ya cuatro años. En cierta medida contribuyen a la continuación del distanciamiento los perfiles de los políticos. El actual ministro de Exteriores chino es Li Zhaoxing, quien, a diferencia de su antecesor, Tang Jiaxuan, que había servido en Tokio y habla japonés, no conoce Japón. Como se analizaba antes, el ministro de Exteriores japonés, Taro Aso, tiene experiencia empresarial y en la política interna. A su vez, los dirigentes máximos de China y Japón, Koizumi y Hu, debido a sus perfiles de vida apenas conocen el otro país. Lo que contrasta con los cientos de miles y millones de visitantes y gestores, chinos y japoneses, que sí tienen esa experiencia mutua y entre quienes sí hay una proporción crítica que habla los idiomas respectivos. El turismo bilateral debería ser valorado. Nos indican las estadísticas japonesas que entre octubre y marzo han visitado mensualmente China entre 242.000 y 310.000 japoneses, con fluctuaciones a la baja de menos de un 10%, sin ningún altibajo dramático. Incluso más decisivo es que los turistas chinos hacia Japón en ese mismo período se han mantenido en cerca de 60.000, e incluso incrementado, hasta rozar los 70.000 en enero recién pasado. Es más, la sensibilizada provincia costera china de Jiangsu, donde las tropas japonesas cometieron sus mayores atrocidades durante la Segunda Guerra Mundial, ha incrementado en un 8% su recepción de turistas japoneses el año pasado, y Nanjing, la ciudad más castigada, ha recibido alrededor de 600.000 turistas. En cualquier caso, ya es evidente que ninguno de estos canales de las sociedades civiles puede hoy reparar lo que ni la política ni la diplomacia oficiales no han logrado. Y el acercamiento a ese nivel se puede complicar porque el ministro Taro Aso se ha abierto paso para posicionarse como uno de los candidatos a primer ministro en septiembre de este año. Más complicado aún, el sucesor que querría Koizumi podría ser Shinzo Abe, secretario general de su gabinete. Si la suposición es correcta, en principio podría dificultar más la relación con China porque Abe quizá se vea tentado a seguir la línea de “la amenaza china” desplegada por Koizumi. Ya ha adelantado que de ser elegido no interrumpirá las visitas a Yasukuni. Por último, la decisión china de contribuir a la disminución de la deforestación aumentando los impuestos a la exportación a los palillos de mesa, que Japón importa casi en un cien por cien desde China, no es una noticia para una interpretación preciosista de insatisfacción china. Todo lo contrario. Refleja la pesada realidad de la escasez de bosques y de materias primas. Y es una coincidencia el anuncio de que se aumentarán los impuestos en 2008, el mismo año en el que Japón dejará de otorgar los famosos créditos a China. Esta postura la ha repetido Tokio a lo largo de los últimos meses. Por cierto, China sabe que la empresa nipona Mitsubishi, asociada a la norteamericana Lockheed Martin, tiene el encargo de producir misiles tierra-aire para desplegarlos igualmente en 2008 como parte inicial del megaproyecto de defensa espacial japonés-norteamericano. En fin, todo lo anterior forma parte del contexto que hace que el pasado febrero, al día siguiente de concluida la Cuarta Ronda de Consultas Sino-Japonesas del Mar del Este de China y como muestra del tempo que maneja Pekín, el ministro de Exteriores, Li Zhaoxing subiera el tono y declarara que las visitas del primer ministro Koizumi al templo de Yasukuni eran “estúpidas” e “inmorales”, y citara el ejemplo alemán de posguerra en relación con el pasado nazi como ejemplo de superación del mismo. Conclusiones: La UE es un ejemplo de esfuerzo de superación del pasado que debiera encontrar alguna forma de proyectarse como referencia de integración política, material y simbólica ante el conflicto entre China y Japón, países que calificamos como socios estratégicos. Koizumi ha logrado éxito apartándose y reformando su partido, hegemónico en la política local, pero a la vez jugando la carta nacionalista que remite a la historia regional. Queda abierta la puerta a su sucesor el saber salir de ese círculo para hablar de los préstamos y del contencioso territorial y energético en el Mar de China, del proyecto de defensa espacial, entre otros temas. Por parte japonesa hay algunos obstáculos que se podrían eliminar. Los simbólicos en primera línea, que allanarían algo las cosas. Recuérdese que la mayoría de las quejas altisonantes son de Pekín y le convienen a China porque son siempre una potencial carta para negociar con su vecino en distintos frentes. Pero más temprano que tarde algunos contenciosos se encadenarán peligrosamente porque faltará espacio de maniobra, especialmente si la pugna por los recursos naturales en el entorno asiático se vuelve acuciante. Hoy se valora más que nunca la energía nuclear ante un incierto futuro. Pero la construcción de centrales implica tiempo, costes políticos y previsiblemente tampoco podrá satisfacer las necesidades. La cooperación regional y mundial igualmente requiere de sintonía al máximo nivel. Puede, pero no debe, continuar la enrarecida relación bilateral. Augusto Soto |
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