Tema: Durante los últimos años se ha constatado la presencia de redes de terrorismo islamista en Europa y en nuestro país. En el futuro esas redes podrían convertirse en una amenaza directa contra la seguridad de los españoles.
Resumen: Se analiza el desarrollo de las redes de terrorismo islamista y, concretamente, de Al-Qaida en España. Hasta el momento nuestro país ha sido utilizado sólo como zona de retaguardia pero en el futuro podría convertirse en objetivo directo de los terroristas. Se examinan las razones que pueden explicar ese cambio de estrategia y se proponen líneas de trabajo para la prevención de dicho terrorismo en nuestro territorio.
Análisis: En teoría España es objetivo de la yihad global promovida por Al-Qaida. A los ojos de los terroristas nuestro país forma parte de la conspiración mundial de los ‘cruzados y judíos’ para acabar con el islam. Desde hace décadas somos aliados de EEUU y la cooperación con Washington en la lucha internacional contra el terrorismo se intensificó marcadamente tras los atentados del 11 de septiembre. Según la declaración de guerra firmada por Bin Laden en 1998, “la misión de matar a los americanos y a sus aliados –civiles y militares- es un deber individual de todo musulmán que puede realizar en cualquier país en el que sea posible”. Por ello, para los que siguen la yihad global promovida por Al-Qaida el asesinato de españoles puede formar parte de misiones futuras. De hecho, tres compatriotas murieron en mayo de 2003 cuando un grupo de suicidas relacionados con la red terrorista se volaron en la Casa de España de Casablanca.
Nuestro país lleva sufriendo desde hace décadas la actividad asesina de ETA. Pero en los últimos años, el ocaso operativo de esa banda terrorista está coincidiendo con noticias esporádicas sobre detenciones de células de la red Al-Qaida o de otros grupos de terrorismo islamista. Para muchos sólo se trata de episodios anecdóticos que han adquirido un relieve particular después del 11 de septiembre. Por el momento no han despertado demasiada atención en la opinión pública, aunque eso podría cambiar si nuestro país se convierte en escenario de atentados de dichos grupos. ¿Qué actividades realizaban hasta ahora? ¿Qué puede llevarles a practicar el terrorismo en territorio español?
La implantación del terrorismo islamista en España y en Europa
Para ser precisos, las actividades del terrorismo islamista en España se remontan a 1985 cuando un atentado acabó con la vida de dieciocho personas e hirió a otras cien al hacer explosión una bomba en un restaurante cercano a la por entonces base norteamericana de Torrejón. Después de la masacre realizada por ETA en Hipercor, ha sido la acción terrorista que más víctimas se ha cobrado en la historia reciente de nuestro país. Fue reivindicada por el grupo Yihad, pero no hubo detenciones y pocos son los detalles que se conocen al respecto. El nombre no alude necesariamente a los grupos egipcios y palestinos denominados de la misma manera, sino al concepto genérico de guerra santa. Por el objetivo elegido (personal norteamericano) y por el contexto temporal es probable que se encontrase detrás la mano de algún régimen adversario de EEUU.
Sin embargo, el asentamiento de células y redes de terrorismo islamista en España es más reciente. Las primeras detenciones tuvieron lugar en 1997; lo que indica que el inicio de los contactos y el traslado de residencia de los terroristas comenzaron a principios de la década de los noventa. Es en esos años cuando estalló la violencia civil en Argelia y por ese motivo el Grupo Islámico Armado (GIA) y el Frente Islámico de Salvación (FIS) trasladaron parte de su infraestructura a la retaguardia europea. Las células y líderes ideológicos de esos movimientos no permanecieron pasivos en su nuevo hogar. Desde países como Gran Bretaña, Francia, Italia, Alemania, Bélgica, Holanda y España organizaron aparatos de propaganda dirigidos a deslegitimar al régimen militar argelino ante los gobiernos europeos, pero sobre todo ante las comunidades magrebíes asentadas en el Viejo Continente. También entraron en relación con otros grupos islamistas exiliados y perseguidos en sus propios países; potenciando así las redes de radicales y yihadistas implantadas con anterioridad en Europa. Las acciones de propaganda fueron acompañadas por otras directamente relacionadas con la recaudación de fondos, reclutamiento de voluntarios, compra de armas, falsificación de documentos y relevo y descanso de las células combatientes.
Las actividades de los grupos argelinos no se ciñeron al conflicto abierto en el país. El terrorismo siempre tiene una dimensión internacional, que en este caso concreto se vio acentuada por su conexión con la yihad global promovida por Al-Qaida. Tanto el GIA como el Ejército Islámico de Salvación (brazo armado del FIS) contaban entre sus miembros con veteranos de la guerra de Afganistán. Osama Bin Laden mantuvo desde el comienzo una importante conexión con el GIA y, posteriormente, miembros del grupo pasaron por los campos de entrenamiento que Al-Qaida compartía con el régimen islamista de Sudán. Esa relación entró en quiebra a partir de 1997 cuando la deriva brutal que adoptó el GIA (plasmada en la matanza a de cientos de civiles a sangre fría) le distanció de las redes yihadistas internacionales. Bin Laden favoreció entonces el nacimiento de una nueva facción denominada el Grupo Salafista por la Predicación y el Combate (GSPC), que desde entonces ha colaborado con la red global de Al-Qa’ida y que actualmente representa para el régimen argelino una amenaza superior a la del cada vez más descompuesto Grupo Islámico Armado.
La mutación que durante la década de los noventa experimentó el yihadismo argelino exiliado en Europa fue acompañada por la implantación de nuevas células de Al-Qa’ida en Occidente. Este hecho supuso un salto cualitativo. Hasta entonces las redes argelinas y de otros grupos perseguidos en sus países de origen (tunecinos, egipcios, saudíes, jordanos, marroquíes, etc) utilizaban el continente europeo en primer lugar como refugio y, después, como retaguardia del frente abierto contra los regímenes apostatas de sus respectivos Estados. Con el fin de no dañar esa profundidad estratégica que les proporcionaba el asilo europeo, los yihadistas y grupos islamistas radicales procuraron no llamar la atención y sobre todo no dañar los intereses de las naciones anfitrionas. La única excepción fue Francia, que durante 1995-96 sufrió una ola de atentados promovidos por el GIA, que buscaban poner término a la ayuda que París prestaba al régimen argelino. El balance total de víctimas fue de ocho muertos y ciento cuarenta heridos. Según las autoridades francesas, los atentados iniciales fueron perpetrados por terroristas profesionales, pero los posteriores fueron obra de terroristas aficionados (activistas automotivados o imitadores poco sofisticados procedentes de la comunidad argelina en Francia). Salvo esos episodios que posiblemente se debieron a la política personalista y particularmente agresiva de Yamel Zituni (emir del GIA durante ese periodo), el resto de grupos optaron por una política de discreción y seguridad.
Sin embargo, el establecimiento de las células de Al-Qaida tenía un significado diferente. Por entonces la yihad global ya se planteaba como objetivo directo a los países occidentales. La cabeza de la serpiente era EEUU, pero eso no excluía a sus aliados europeos. En esas circunstancias la aparición de células de Al-Qaida respondía a una estrategia distinta de la adoptada por el resto de grupos radicales. Se trataba de los primeros escalones de un despliegue ofensivo. Las pautas de actuación eran similares a las de los otros grupos (propaganda, reclutamiento, recaudación de fondos y otras tareas de apoyo), pero en este caso preparaban el ataque que Occidente iba a sufrir en su propio territorio. Para su implantación en Europa y Norteamérica, al-Qaida se valió de redes preexistentes de yihadistas y grupos radicales. Entre ellos el GSPC, Takfir y los egipcios Yihad y al-Yama’a al-Islamiyya. Las células de Al-Qaida se daban apoyo entre sí y se valían de la libertad de desplazamiento que les facilitaba el espacio interior de Schengen. También mantenían contacto con las situadas al otro lado del Atlántico, en EEUU y Canadá. Al mismo tiempo, la presencia creciente de Al-Qaida en el territorio europeo motivó que los grupos radicales, que cada vez veían más difícil la victoria en su país de origen, acabasen sumándose a la yihad global. La cooptación fue exitosa en muchos casos, como evidencia el origen magrebí (marroquíes, argelinos y tunecinos) de numerosos miembros de las células europeas de Al-Qaida. Esas organizaciones no sólo apoyaron las actividades de la red en el Viejo Continente, sino que también contribuyeron a la causa de Al-Qaida en otros lugares del planeta. A través de su infraestructura reclutaron a jóvenes radicales para enviarlos a los campos de entrenamiento de Afganistán, y recaudaron fondos con los que financiaron a los muyahidines en conflictos como el de Chechenia.
Tras dedicar la segunda mitad de los noventa a preparar el terreno, Al-Qaida se decidió a golpear a los “cruzados” en su propio territorio. A finales de la década llegaron a Europa al menos dos nuevas células de Al-Qaida, entrenadas en Afganistán, y esta vez con la clara intención de atacar objetivos simbólicos en el Viejo Continente. Uno de ellos era el autodenominado ‘comando Meliani’, asentado principalmente en Frankfurt; y el otro la célula italiana liderada por el tunecino Essid Sami Ben Khemais. Esta última estaba compuesta mayoritariamente por magrebíes y también tenía encomendadas funciones logísticas. En fechas algo posteriores ingresaron en academias de vuelo norteamericanas varios de los que iban a ser los pilotos suicidas del 11 de septiembre. Pero en la mayor parte de los casos este despliegue fue desarticulado con éxito antes de atacar sus objetivos. En diciembre de 1999 se detuvo al argelino Ahmed Ressam cuando transportaba una bomba de Canadá a Estados Unidos con la intención de hacerla estallar en el aeropuerto de Los Ángeles. Resma era miembro de una célula entrenada en Afganistán y enviada posteriormente a Montreal. Un año después fueron arrestados en Alemania los miembros del mencionado ‘comando Meliani’, cuando estaban preparando una cadena de atentados en Estrasburgo y en Londres; pocos meses más tarde era detenido el jefe de la célula de Al-Qaida en Italia. Se abortaba también así el atentado previsto contra la embajada de EEUU en Roma. Pero a pesar de esos golpes, Al-Qa’ida logró mantener en secreto y llevar hasta el final su operación más ambiciosa, el secuestro de aviones de pasajeros y su empleo como armas suicidas en Washington y Nueva York.
Después del 11 de septiembre, la red de Al-Qaida en Europa planificó nuevas acciones, pero no tuvo éxito en ninguna de ellas. Los objetivos previstos eran edificios diplomáticos de EEUU en Roma y París, así como un vuelo de American Airlines que partió desde París y que iba a ser destruido en el aire por Richard Reid (conocido posteriormente como el terrorista del zapato). Esos fracasos fueron acompañados por una ola de detenciones a lo largo y ancho del continente que dio como resultado el encarcelamiento de más de doscientas personas. Muchos de los terroristas y simpatizantes ya se encontraban bajo vigilancia policial pero no se había actuado contra ellos porque no representaban un peligro inminente y porque el tiempo beneficiaba la obtención de más inteligencia sobre la profundidad de la red yihadista. Los atentados del 11 de septiembre en Washington y Nueva York precipitaron los acontecimientos. La infraestructura de Al-Qaida en Europa sufrió un duro revés del que muy probablemente todavía no se ha recuperado.
Las grandes líneas de la evolución del terrorismo islamista en el conjunto del Viejo Continente son aplicables al caso particular de España. Los yihadistas han utilizado la creciente presencia de comunidades islámicas en nuestro país para ocultarse y escapar de la persecución a la que estaban sometidos en sus naciones de origen. Pero rápidamente aprovecharon el refugio para desarrollar actividades de propaganda y apoyo a su lucha contra los que consideran gobiernos apóstatas en los países de mayoría musulmana. En una segunda fase también se implantaron en España células de Al-Qaida con intenciones hostiles hacia Occidente. Sin embargo, esas células colaboraron con otras en los preparativos de atentados contra objetivos europeos y norteamericanos que no se encontraban en territorio español. Les correspondía una función logística, de apoyo a las células “de combate”.
El balance de las detenciones realizadas en nuestro país refleja la evolución que acabamos de describir. Se sospecha que la presencia de este tipo de grupos se remonta a 1994. Por esas fechas, las agencias de seguridad de Francia, Alemania, Argelia y Túnez comenzaron a advertir a los servicios españoles sobre el uso de nuestro territorio como lugar de entrada y descanso de los terroristas. La primera desarticulación de una célula en España se produjo en 1997, cuando la policía detuvo a quince argelinos en Valencia y Barcelona vinculados al GIA (once de ellos eran miembros y cuatro eran colaboradores). Sus tareas eran las propias de las células de apoyo: pequeños delitos para financiarse y adquisición de armas y equipos de doble uso (prismáticos, comunicaciones y visores nocturnos) para enviar a Argelia.
Posteriormente se han producido más detenciones. Entre ellas destaca la de Mohamed Benshakria, jefe del ‘comando Meliani’, y refugiado en Alicante tras la captura de la mayor parte de sus miembros en Alemania. Benshakria se hacía pasar por un inmigrante sin recursos y fue apresado en junio de 2001. Las siguientes detenciones se han realizado en el marco de la ‘operación Dátil’, puesta en marcha por el juez Garzón en ese mismo año y todavía abierta. Las detenciones llevadas a cabo en distintas localidades de las provincias de Madrid, Navarra, Gerona, Barcelona, Valencia, Baleares, La Rioja y Granada han logrado desarticular distintas células de Al-Qaida y del Grupo Salafista de la Predicación y el Combate. En la práctica, la distinción entre ambas organizaciones es difícil de establecer ya que el GSPC mantiene una estrecha vinculación con la red liderada por Bin Laden.
En todos los casos se trataba de células que realizaban las tareas a las que nos venimos refiriendo: propaganda, captación de nuevos miembros y envío a campos de entrenamiento, obtención de fondos y transferencia de los mismos a células de otros países, falsificación de documentos, compra de material de doble uso, etc. También proporcionaban refugio en territorio español a muyahidines que habían combatido en Chechenia, Afganistán y Bosnia. Muchos de ellos curaban sus heridas en casas rurales, financiadas por la red de Al-Qaida en España. En la mayor parte de los casos se trataba de actividades de escaso nivel. El número de reclutados para los campos de Afganistán, Malasia e Indonesia, o el conflicto de Bosnia, fue testimonial, y las cantidades enviadas al extranjero eran, por lo general, modestas. Pero en otras ocasiones las células españolas han jugado un papel relevante. Por ejemplo, Mohamed Galeb Kalaje Zuaidi y Ghasoub Al Abrash Al Ghalyoun, alias “Ghusup”, fueron detenidos en abril de 2002 acusados de pertenecer a la red financiera de Al-Qa’ida y de haber transferido un total de 700 mil euros a otras células de la red terrorista en el exterior de nuestro país. Ese dinero fue a parar, entre otros, a los que captaron y formaron a Mohamed Atta. Asimismo, algunos miembros de las células asentadas en España han hecho de enlace clave. El responsable del entramado en nuestro país, Imad Eddin Barakat Yarkas (alias Abu Dahdah), mantenía relación a través de sus viajes con jefes de campos de entrenamiento en Afganistán e Indonesia, con el líder espiritual Abu Qatada en Londres y con otros partidarios de la yihad en Bélgica, Dinamarca, Jordania, Turquía, Australia y Yemen. Además, se telefoneaba con miembros destacados de Al-Qaida en Oriente Medio y también mantuvo varias entrevistas con el propio Bin Laden. Por su parte, Taysir Aluny, antiguo corresponsal de Al-Yazira en España, también estaba en contacto con miembros de la red en Europa, Oriente Medio y Afganistán.
Como es sabido, nuestro país fue utilizado durante los preparativos de los atentados del 11 de septiembre. Cuatro de los terroristas que planificaron o participaron directamente en la operación, entre ellos Mohamed Atta, viajaron a España en julio de 2001. No existen pruebas de que durante su estancia mantuviesen contacto con los miembros de las células españolas; y es poco probable, porque en esos momentos Abu Dahdah ya era consciente de estar bajo vigilancia policial. España fue simplemente un lugar donde coincidir, pero según reconoció posteriormente uno de los que participaron en aquel encuentro, Ramzi Binalshibh (detenido en Pakistán en septiembre de 2002), la reunión permitió fijar los últimos detalles de la operación más espectacular y sangrienta de Al-Qaida.
Perspectivas de futuro y posibles líneas de actuación
En los dos años que llevamos de intensificación de la lucha internacional contra el terrorismo Al-Qaida ha concentrado la practica totalidad de sus acciones en objetivos “blandos” (intereses económicos, turísticos o edificios religiosos) situados en países de mayoría musulmana (Túnez, Pakistán, Arabia Saudí, Indonesia, Marruecos, etc). Probablemente esa estrategia se debe a carencias operativas que impiden atacar a Occidente en su propio territorio. Pero esa facilidad relativa de actuar en países donde es más asequible esconderse y encontrar apoyos, tiene también un importante coste social y político. A nadie le gusta tener el terrorismo en su propia casa; y la continuidad de esa pauta de actuación puede volverse contraproducente. La experiencia de los grupos de terrorismo islamista que han actuado en países de mayoría musulmana siempre ha sido negativa en el largo plazo. La sociedad acaba rechazándolos (también muchos de los movimientos islamistas no del todo moderados) y el aparato de seguridad estatal termina prevaleciendo sobre ellos. Como consecuencia, el respaldo popular que encontró Bin Laden tras los atentados del 11 de septiembre en sectores minoritarios, pero muy numerosos, del mundo musulmán puede sufrir un grave deterioro si el terrorismo de Al-Qaida perjudica la vida corriente y los intereses de los miembros de esas sociedades.
Es previsible que los líderes de la red terrorista adviertan ese coste político y por ello vuelvan a intentar golpear el corazón de Occidente. Ese giro estratégico puede combinarse con el hostigamiento contra las tropas de EEUU y de sus aliados en Irak. Algo que de hecho ya se está materializando y que probablemente generará serios problemas a las fuerzas allí desplegadas. Pero la opción de volver a repetir acciones terroristas en territorio europeo o norteamericano es demasiado tentadora como para que Al-Qaida renuncie a ella de manera definitiva. No hay que pensar necesariamente en una repetición de la tragedia del 11 de septiembre. Un atentado de la magnitud del producido en Bali en 2002 (con doscientos muertos en dos atentados simultáneos) ya sería de por sí suficientemente dramático en coste humano y consecuencias políticas.
Por su sentido trascendente, el terrorismo de Al-Qaida tiene una concepción temporal distinta a la de los occidentales. Por tanto, la infiltración de nuevas células y redes de apoyo en Europa y EEUU constituye una tarea que pueden plantearse con una perspectiva de años. Esa circunstancia también permite, y aconseja, diseñar una estrategia antiterrorista a largo plazo para hacerle frente. A continuación apuntamos algunas claves que pueden ser de interés en su desarrollo, concretamente para el caso español.
(1) Asumir que los terroristas pueden llegar a atentar en nuestro país y que sus consecuencias pueden ser enormemente graves. España no es un santuario para los terroristas y ellos lo saben. Si hasta ahora no se ha producido ningún atentado en nuestro territorio ha sido porque en su lista de objetivos no se encontraba ninguno español, pero eso puede ser distinto en futuras ocasiones. La lucha contra este tipo de terrorismo ocupa un lugar secundario comparado con el esfuerzo para hacer frente a ETA. A mediados de la década de los noventa, la obtención de inteligencia sobre el terrorismo islamista en nuestro país se entendía como una moneda de cambio interesante para incentivar la cooperación antiterrorista francesa. Después del 11 de septiembre la motivación más poderosa ha sido la propia seguridad y, sobre todo, demostrar a EEUU la firmeza de nuestra alianza. Los éxitos cosechados hasta ahora son indudables, pero no se puede bajar la guardia; y, por ello, los departamentos implicados en la lucha contra ese terrorismo deberán recibir una atención creciente en recursos humanos y materiales. También deberá mantenerse la cooperación internacional, imprescindible en un terrorismo de estas características.
(2) Implicar a las comunidades islámicas asentadas en España en la prevención y lucha del terrorismo islamista. El islam es ya la segunda religión en importancia en nuestro país. La comunidad islámica no es tan numerosa como en otros Estados europeos pero ha experimentado un notable crecimiento en los últimos años, y la tendencia es que lo haga aún más. La red migratoria sirve de soporte a nuevos flujos, facilitando que vengan nuevos inmigrantes de la misma nacionalidad, y la cercanía geográfica constituye también un atractivo poderoso. La experiencia demuestra que los terroristas se han comportado como parásitos en su relación con las comunidades islámicas occidentales. Han aprovechado su número para pasar desapercibidos; han utilizado sus lugares de encuentro para difundir propaganda sin permiso y captar nuevos seguidores; en el caso de colectivos islamistas radicales, pero no violentos, se han servido de su discurso para justificar la yihad; cuando han infiltrado asociaciones caritativas han desviado fondos de contribuyentes bienintencionados a actividades ilegítimas; etc. Las comunidades islámicas en sí mismas no son un problema de seguridad, pero si de alguna manera son penetradas por los terroristas, estos pueden ver potenciada su eficacia. Por esa razón es crucial que los líderes y miembros de dichas comunidades mantengan una actitud vigilante y de cooperación fluida en la lucha contra el terrorismo islamista. Los musulmanes son los primeros interesados en que una minoría no justifique en nombre de su religión el asesinato de inocentes. Y las comunidades de España y Europa tienen un interés especial en ello, ya que de lo contrario pueden acabar siendo percibidas con desconfianza injustamente. Las agresiones contra musulmanes en EEUU poco después del 11 de septiembre tuvieron escaso eco en este lado del Atlántico pero fueron muy numerosas. Si en España tuviese lugar un atentado que costase la vida de decenas de personas, la percepción hacia los musulmanes, o los provenientes de países árabes, podría verse gravemente intoxicada.
(3) Favorecer la integración de los inmigrantes procedentes de países de mayoría musulmana. Muchos de los prosélitos que han captado los grupos radicales en Europa eran inmigrantes de segunda o tercera generación, deficientemente integrados en sus respectivas sociedades de acogida. La integración socioeconómica y sociocultural de los inmigrantes que llegan, pero sobre todo de su descendencia, constituye una medida preventiva eficaz para evitar la aparición de radicalismos. Sin integración socioeconómica (contar con un puesto de trabajo y condiciones de vida dignas) es difícil que se consiga la segunda. Pero esta última también requiere un marco adecuado. Nuestro país ha optado por el modelo de integración multicultural que respeta la especificidad de los que vienen, pero que conlleva que estos acepten el marco legal, obligatorio también para los españoles. De entrada, es un sistema que favorece la tolerancia y el reconocimiento mutuo. El reto consiste en implantarlo exitosamente y evitar que injerencias externas (por ejemplo, autoridades religiosas procedentes del exterior con un discurso que promueva la segregación) puedan minarlo. El éxito o fracaso de esa integración, sobre todo de colectivos marginales y minoritarios, puede ser clave para evitar que el terrorismo islamista, actualmente exógeno, se convierta en endógeno.
Conclusión: De momento el territorio español no ha sido objetivo directo del terrorismo islamista. Esa tendencia puede cambiar en el futuro, ya que los terroristas saben que España no es un santuario para sus actividades y nuestro país es considerado como enemigo por la visión del mundo de los yihadistas. Las líneas de trabajo para evitar que esta amenaza se materialice son: continuar la lucha contra la implantación de células en nuestro suelo y mantener la cooperación internacional en esta materia; implicar a los musulmanes españoles, o residentes, en la prevención de este terrorismo y favorecer la correcta integración de los musulmanes que llegan del exterior.
Javier Jordán
Profesor de Ciencia Política de la Universidad de Granada y miembro del Centro de Análisis de Seguridad de dicha Universidad