Tema: Se están perfilando las posiciones de las fuerzas políticas mexicanas de cara a las elecciones presidenciales de julio de 2012, en la que será una larga precampaña electoral.
Resumen: Las próximas elecciones presidenciales en México se presentan igualadas y con una razonable dificultad de realizar predicciones fiables sobre su resultado. Tras las elecciones del cambio en 2000 y los resultados cuestionados de 2006, es importante que el próximo presidente cuente con la fuerza y la legitimidad necesaria para sacar adelante un nuevo proyecto para todo el país. Todo ello en medio de una discutida y costosa guerra al narcotráfico, con una débil relación bilateral con EEUU, donde claramente se ha perdido el paso en la cuestión migratoria, y con unas cifras económicas que no mueven a ningún optimismo.
Estamos ante un escenario abierto de alianzas políticas, con una clase política desprestigiada y una población desencantada. El análisis pre-electoral nos sitúa ante escenarios concretos: (1) el partido gobernante, Partido de Acción Nacional (PAN), deberá optar por un candidato joven y con futuro, que ante una derrota que aparece probable, pueda ser el cartel del partido a medio plazo, o renunciar al futuro como estrategia para jugarse todo a un carta de presente, con una coalición con otros partidos o un candidato fuerte; (2) en la oposición del Partido Revolucionario Institucional (PRI), la posibilidad de estar más tiempo alejado del poder federal ha provocado la elección desde hace tiempo del que será su candidato, cuya imagen y apoyo mediático se ha multiplicado de manera importante en los últimos meses, fortaleciendo su imagen “presidenciable”, contando además con un partido disciplinado y cohesionado; (3) el Partido de la Revolución Democrática (PRD), el Partido de Convergencia y el Partido del Trabajo (PT), unidos bajo las siglas del Dialogo para la Reconstrucción de México (DIA), han de plantearse la posibilidad de adoptar como propuesta un novedoso “ticket electoral’’ que siguiendo el modelo de EEUU, ofrezca un candidato a presidente y uno a ‘vicepresidente”; y (4) la esencia del debate electoral debería centrarse en la economía y el nivel de vida de los mexicanos.
Análisis: Acostumbrados a cierta rigidez del sistema, donde todo parece estar controlado, la realidad actual de México permite observar algo diferente: la incertidumbre electoral, algo novedoso en la política mexicana. Ello ha obligado a las fuerzas políticas a iniciar sus movimientos de marketing y estrategia electoral con una cierta anticipación. Algunos, como el PRI, desde una posición de tranquilidad, con poco desgaste interno, muy cohesionado y con el control de importantes gobiernos estatales, lo que le da una presencia federal de gran peso; otros, a la defensiva, como el PAN, sufriendo el desgaste de años en el poder con dudosas políticas de éxito; y una izquierda siempre dividida, donde es complicado encontrar voces que la representen en su conjunto.
Las elecciones de medio término
En las elecciones celebradas el pasado 4 de julio, con la participación de casi el 39% del censo electoral, se eligieron nuevos diputados locales en 14 estados de los 32 de la Federación y 12 gobernadores. Han sido estas elecciones un laboratorio experimental de cara a las presidenciales. Han sido de tanta importancia que desde uno de los estados donde el termómetro electoral está más alto por tener a corto plazo elecciones a gobernador, el estado de México, se acaba de aprobar la llamada ley Peña, que prohíbe las alianzas electorales contra natura por cuestiones de conveniencia. La ley, cuyo desarrollo está en manos de los jueces tras ser impugnada por la oposición de izquierda y la derecha, es el resultado de una de las lecturas posibles de las elecciones de julio: allí donde la izquierda agrupada en torno al DIA y la derecha gobernante del PAN se han unido en alianza, o han vencido o han plantado cara electoral al PRI.
La decisión de las direcciones del PAN y del PRD de unir fuerzas en diversos lugares e intentar sumar en esa línea a los socios del PRD, Convergencia y PT, abrió un escenario difícil de explicar en términos ideológicos, pero no en clave electoral. De los 12 estados que elegían gobernador, en cinco se formó esta controvertida coalición entre el partido del gobierno con la izquierda opositora. Los estados de Durango, Sinaloa, Puebla, Hidalgo y Oaxaca fueron escenario de uniones tan inusuales, como de tan positivos resultados para esta coalición de conveniencia. Oaxaca fue un caso más claro de la gran alianza electoral gobierno-oposición. El PRI ha encontrado un filón político, mostrándose ante la opinión pública como víctima de un gran complot que solo persigue sacarles del poder cueste lo que cueste, y señalando que con esa estrategia pierde la democracia.
No cabe duda de que los pactos contra natura en política son complicados de entender. Habrá que esperar a ver el impacto real de la política frentista entre los electores. Ha sido habitual ver estos grandes acuerdos políticos en otras partes del mundo cuando un país un estaba cerca del colapso. ¿México lo está como para que exista ese gran pacto derecha-izquierda contra natura? ¿Es ése el único camino de victoria frente al PRI?
Como está el país y qué opina la ciudadanía: ¡es la economía estúpido!
Con un 86.5% de la población que afirma que la situación de la economía está peor que hace un año y con similares porcentajes de opinión en todas las zonas del país, hay un fuerte pesimismo entre la población, donde sólo un 25,8% de los mexicanos que viven en el norte, más conservador, ven una luz al final del túnel de la economía y de los problemas, frente al 15,5% en el centro del país. Por eso, parece obvio que el debate electoral, en términos políticos, debe girar en torno a la economía. Y quizá sólo de la economía.
Sin embargo, la prensa nacional e internacional insiste todos los días en los problemas de seguridad y la guerra al narcotráfico en México. En realidad, esto ocupa el quinto lugar en los problemas que los mexicanos perciben de manera más cercana, siendo la economía el primero y la seguridad en general el segundo, con una amplia diferencia –29,6% y 23,4% respectivamente– frente al tercero, el desempleo –con un 16,2%– y el cuarto, la pobreza –con un 8,8%–. De las nueve prioridades y preocupaciones de los mexicanos, siete hacen referencia a cuestiones económicas.
No parece que haya un amplio apoyo al rumbo que el gobierno ha adoptado, cercano al 33%, lo que abunda en la idea de que un candidato del PAN será juzgado con una visión continuista y negativa. La evolución económica mundial no permite hablar de un cambio favorable a corto plazo, que sea capaz de modificar positivamente la imagen del gobierno.
La idea de país en 2010, coincidiendo con el bicentenario de la independencia y el centenario de la Revolución Mexicana, permite una visión un poco generosa de la imagen de la acción gubernamental, con un 53% de aceptación, cifra que no representa la visión de los votantes del PAN, sino de la institución de gobierno, algo bien distinto.
Las instituciones públicas no se salvan del análisis, y se presenta una situación de clara desconfianza hacia las mismas, lo cual no ayuda a pensar en un país más fuerte y más cohesionado para afrontar los retos de futuro. Es aquí donde el PRI enarbola su bandera de Partido Institucional, ya que si algo ha mostrado el PRI históricamente es ser un elemento de solidez institucional. El Instituto Federal Electoral (IFE), garante de la limpieza de los procesos electorales, cuenta sólo con la confianza del 20,4% de la población. Un 36,8% se la da al ejército, pese a que está siendo presentado ante la opinión pública como el único capaz de luchar contra el narcotráfico. El último informe del Ombudsman de la Comisión de Derechos Humanos en México, haciendo referencia a más de 100 actuaciones en los últimos 18 meses de intervención del ejército contra civiles que nada tienen que ver con narcotráfico y su entorno, no favorece la imagen de los militares. Ni la presidencia de la República (17,8%), ni los medios de comunicación (27,2%), ni la iglesia (40,4%) se salvan de la desconfianza general. Sólo un 6,6% confía en los diputados y senadores, un 9,4% en la policía, un 8,1% en los sindicatos, un 18,5% en la Suprema Corte de Justicia y un 6,5% en los partidos políticos. Todos los datos responden a la pregunta de que si existe “confianza plena” y reflejan la fortaleza de las instituciones o su debilidad.
En otros momentos de la historia de México han sido los partidos los garantes de la seguridad y estabilidad del país. No parece que así sea en la actualidad, excepto si hablamos del PRI, y con matices, ya que cuenta con un fidelización popular de cerca del 33,9%, a la baja, pero se distancia claramente del PAN, 14,4%, y del PRD, que supera levemente el 11%. En lo referente al rechazo directo en la población, aquellos que no votarían a un determinado partido, el PRI tiene un 19,2% de rechazo, frente al 29% del PAN y el 38% del PRD. No salen bien parados Convergencia y PT, posibles socios de coalición en la izquierda, con un 34% de rechazo para ambos.
La preferencia electoral habla de un 40,1% de respaldo para el PRI, un 15,9% para el PAN y un 10,6% para el PRD, sin sus socios de coalición. Estos datos muestran un escenario que puede llevarnos a cierto engaño: porque tras el experimento de las uniones contra natura del PAN y el PRD parece que pudieran tener una fuerza renovada y porque sobre ese escenario de coalición no se pueden hacer aún afirmaciones creíbles sin conocer quiénes serán su líder o líderes. En todo caso, el efecto positivo de la unión de facto puede tener una alta carga negativa que termine predominando.
Con este panorama que presenta la encuesta de Mitfosky (10/XI/2010) sobre economía, gobierno y política en México, se puede afirmar que hay una profunda crisis de credibilidad política que debería preocupar a los partidos políticos e instituciones mexicanas, con la desconfianza y pesimismo hacia el desarrollo económico como eje de esa falta de credibilidad.
La precampaña electoral, los actos del Bicentenario, unos pactos imposibles y el “ticket” electoral
El candidato favorito en las encuestas, el gobernador del estado de México, Enrique Peña Nieto, está siendo presentado, sobre todo en algunos medios de comunicación (Televisa) como un experimentado gobernante, que se dirige al pueblo de manera directa, dando seguridad y confianza. Ya no es una joven promesa sino el candidato natural y experimentado del PRI para batir a la gran coalición creada en contra suya y del PRI. No parece que haya posibilidad de competir en unas primarias en su contra para nadie dentro del partido, ni parece razonable que así ocurra. Falta por conocer qué propuesta novedosa tiene para el país el PRI, o si sólo será una continuación de sus viejas políticas.
En los actos que con motivo del bicentenario de la independencia se celebraron en el Distrito Federal en septiembre de 2010 se vieron reacciones contradictorias. En el Zócalo, en un acto de gran colorido y seguimiento mediático, se vio a un apasionado presidente Felipe Calderón gritando el tradicional ¡Viva México!, en un escenario de aparente normalidad política y social. El mismo día en Tlatelolco, también en el DF, el candidato más conocido de la izquierda, Andrés Manuel López Obrador, gritaba el mismo ¡Viva México! en un escenario sencillo y con casi nula cobertura televisiva, donde volvía a repetir que México está en manos del ex presidente Carlos Salinas de Gortari y de un grupo de personas próximas. Dos imágenes: una de estabilidad y control de la situación, y otra de denuncia de caos y problemas.
Cuesta creer que en las elecciones del 2012, sea quién sea el candidato del PAN o el candidato de la izquierda unida o desunida mexicana, vaya a ser el mismo para ambas formaciones políticas. Ello pese al intento de aglutinar la izquierda bajo el paraguas del DIA, y que sea éste quien negocie posible pactos y con un PAN a la defensiva, que ve como una posible tabla de salvación una coalición como ésta.
En el PAN, el escenario se torna muy oscuro por dos cuestiones claras. La primera es el natural desgaste de haber gobernado, y más haberlo hecho con la sombra de la sospecha permanente de estar en una posición prestada. La segunda, haber gobernado sin grandes éxitos económicos en un país en el que la economía, como ya sucedió en EEUU, deberá ser la clave de las elecciones. En contra del PAN juega también la ausencia de un líder claro. Hoy hay varios líderes, lo que puede ser positivo en un ejercicio democrático interno, pero negativo en un país tan presidencialista como México. Así bien, o aparece como tapado un candidato de bajo perfil que logre un escaso margen de votos, o un candidato de peso, joven y preparado, que luche en serio por vencer y, aun si pierde, pueda ser el rostro del PAN en el futuro. También puede ocurrir que el PAN decida luchar por ganar en solitario, arañando un buen número de votos, aunque no está claro a quién beneficiaria esta decisión, si al PRI o a la izquierda unida.
Merece una reflexión separada la situación de la izquierda mexicana más allá del PRI (tanto el PRI como el PRD son miembros de la Internacional Socialista), que bajo la casa común del DIA pretende construir un escenario de unidad de acción y opinión y contar con un candidato común para las elecciones, aunque, por el contrario, aparece más dividida que unida. Los partidos que componen el DIA tuvieron la libertad de sumarse o no a la política de pactos del PRD con el PAN en pro de derrotar al enemigo común: el PRI.
Ni este conjunto de alianzas electorales del pasado 4 de julio, ni los movimientos post electorales o las declaraciones de unos y otros, parecen haber logrado el objetivo de que la población les identifique como una opción sólida para sacar a México de la crisis actual. El pacto, vendido como la alianza del pragmatismo frente a las ideologías, y que para algunos analistas se presentaba como algo más que un pacto, parece que funcionó en algunos lugares, pero no da la impresión de que haya servido para otorgar fuerza nacional a la unidad de la izquierda y la derecha. Por eso, no parece que ni la izquierda ni la derecha renuncien a tener su propio candidato. La estrategia de los pactos de julio buscaba limitar una victoria total del PRI en las gobernaciones en juego, que ayudara a dar la imagen de que al PRI se le puede derrotar con fórmulas diferentes, aunque sean demasiado novedosas en la política mexicana. Hay analistas que afirman que esa visión responde más al interés de un PAN contra las cuerdas que al de una izquierda que puede ofrecer algo distinto.
En relación a la izquierda unida en torno al DIA, resulta básico saber cuál va a ser el papel de Andrés Manuel López Obrador (AMLO). La postura de AMLO en las elecciones de julio fue la de estar lo suficientemente alejado de la política de pactos con el PAN, de forma de aparecer en los medios de comunicación como el único candidato posible de la izquierda. Mientras unos y otros tenían que defender el porqué de ese pacto, AMLO daba su visión sobre cuestiones nacionales, como el fracaso en la lucha contra el narcotráfico, las privatizaciones, o sobre los poderes fácticos, y dar una sensación de hombre de Estado.
Desde la presentación de su último libro, La mafia que se adueñó de México y el 2012, López Obrador utilizó un tono político de precandidato hasta que finalmente se autoproclamó candidato, un día después de que se presentara como presidenciable en un gran mitin en el Zócalo del DF. Posteriormente, el coordinador del DIA, Manuel Camacho Solís, indicaba dos cuestiones importantes que fijaban la hoja de ruta de la izquierda. Por un lado, con los números en la mano, afirmaba la posibilidad de victoria de la izquierda en 2012. Por el otro, establecía las líneas que el DIA debería seguirá en la elección de su estrategia para las elecciones presidenciales: acumular fuerzas, lograr un candidato competitivo, una propuesta de gobierno nueva y vendible, obtener votos en todo el país y no sólo en los bastiones tradicionales de la izquierda y tener una estructura de base amplia y nacional, con la mención expresa de la organización creada en todo el país por el propio López Obrador. El coordinador de la izquierda unida venía a decir que estaban con AMLO aunque quizá sin él.
Desde hace unos meses, la entrada en la arena política de la Iglesia Católica ha dado un giro importante al debate en torno al candidato de la izquierda. Para el gobernador de la Ciudad de México, Marcelo Ebrard, la lucha dialéctica y jurídica con el cardenal Juan Sandoval y la jerarquía católica, que le acusaron de sobornar a los miembros de la Suprema Corte de Justicia, supuso la aparición pública de un nuevo líder, un defensor de la laicidad, los derechos de México y de la separación Iglesia-Estado en un país que pese a ser sociológicamente católico, también tiene muy clara la división entre ambos estamentos. La figura de un Ebrard exitoso siguiendo la política de López Obrador en el DF era débil y no parecía tener el peso adecuado para luchar por sus aspiraciones en el DIA. La coalición, según su coordinador, quiere presentar como candidato al mejor situado en las encuestas. Las opciones de ser candidato están hoy abiertas gracias a la iglesia católica. Por eso, habrá que determinar quién de los candidatos es el mejor visto por la población y tiene mejores opciones de victoria frente al PRI y al PAN. La ruptura con la Iglesia, de esa manera, supone de hecho el fin del otro gran objetivo del DIA y su coordinador: una gran coalición anti PRI. Así, la izquierda aparenta tomar aire y debe alejarse de ese pacto imposible con el PAN. A AMLO le ha aparecido un competidor real. Pese a no estar contemplado en la constitución mexicana, no parece descabellado afirmar que López Obrador y Ebrard formarán un ticket electoral hacia la presidencia de México por parte de la izquierda. No importa el nombre que se le dé a la propuesta.
Conclusión: Tras las elecciones de julio todos intentaron aparecer como vencedores. Ésta es una característica nueva en México y muy propia de democracias estables, donde suele decirse que nadie pierde, lo que es cierto en una dinámica en la que los partidos alternan victorias y derrotas, nunca tan radicales como para eliminarlos del juego político, algo conocido en México, donde algunas derrotas suponían la desaparición política al perder el derecho a mantener el registro electoral. Si bien el reto de que el PRI no apareciera como inalcanzable fue ciertamente logrado, la posibilidad de un candidato único anti-PRI se torna muy improbable, independientemente de quien encabece las listas del DIA.
La realidad política nos presenta al PRI con un candidato fuerte, el gobernador del estado de México Peña Nieto, sin oposición interna, frente al DIA con Andrés Manuel López Obrador o Marcelo Ebrard de número uno y el otro de número dos, algo nuevo en la política mexicana; un posible vicepresidente formando el ticket electoral. Las dudas sobre quién cedería a quién el número uno las despejarán las encuestas. Por último, está el PAN, que elija a quien elija se encontrará casi fuera de una posible victoria, tras un gobierno que está pagando un alto coste en su credibilidad política, a no ser que apueste por un nuevo rostro, pensando en pelear fuerte en 2012 para poder ganar en 2018. Que la política hace extraños compañeros de viaje es algo corriente en sistemas políticos donde los pactos y las alianzas son parte habitual del escenario político. No así en México, donde la sombra de la duda siempre ha rodeado la política de pactos.
Sería erróneo decir que las prácticas y costumbres propias del sistema político del pasado, clientelismo político y el control ejercido desde el poder sobre determinados sectores sociales se han desterrado. Asistimos cada mes a mensajes del IFE para tranquilizar a la opinión pública sobre la limpieza del sistema electoral y su confianza en el mismo.
En palabras de Mauricio Merino: “la codicia que rodea a la clase política del país, ha sumido a la población en un sentimiento de no implicación en las cuestiones públicas, ante un escenario de políticos desleales sin apego a las normas y a la ley”. Y esta actuación de los políticos no ayuda a lograr credibilidad ni a generar estabilidad, llevando a la población al desapego político que sin duda hace que haya menos y peor democracia.
La precampaña electoral ha comenzado.
Javier Esguevillas
Profesor Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales, URJC