Tema: El resultado delas próximas elecciones presidenciales en Argentina ya se da por descontado tanto por los principales actores políticos como por la sociedad. Si bien son muchos los que ya comienzan a pensar en los próximos comicios, a celebrar en 2015, el nuevo gobierno debe hacer frente a una serie importante de desafíos en los más diversos frentes.
Resumen: El resultado delas próximas elecciones presidenciales en Argentina ya se da por descontado tanto por los principales actores políticos como por la sociedad. Si bien son muchos los que ya comienzan a pensar en los próximos comicios, a celebrar en 2015, y están tomando posiciones para entonces, el nuevo gobierno debe hacer frente a una serie importante de desafíos, en los más diversos frentes, especialmente notables en cuestiones económicas y políticas y en las relaciones internacionales. Los puntos de la agenda que más trascendencia pueden tener son la forma en que un agravamiento de la crisis internacional impacte en el país y las respuestas gubernamentales a este hecho; la sucesión de la presidente Cristina Fernández, que o bien puede abrir una profunda crisis en el peronismo o bien conducir a un proceso de reforma constitucional que permita una nueva reelección; y, por último, la evolución de la relación bilateral con EEUU que puede afectar al conjunto de las relaciones exteriores argentinas.
Análisis: Cuando todavía no se han realizado las elecciones presidenciales del 23 de octubre en Argentina, la mayor parte de los actores y protagonistas políticos, así como buena parte de la sociedad argentina dan por segura una contundente victoria en la primera vuelta de la presidente Cristina Fernández. Es más, son muchos los dirigentes políticos, tanto del gobierno como de la oposición, que en vez de centrarse en el desarrollo de los comicios inminentes, cuyo resultado ya descuentan, han comenzado a mirar a 2015, fecha de vencimiento del nuevo mandato presidencial, en el más que probable caso de que Cristina Fernández sea reelegida.
Semejante unanimidad en las percepciones se puede explicar atendiendo a los espectaculares resultados de las elecciones primarias celebradas el pasado 14 de agosto, que dieron una incontestable victoria al oficialismo, y también por los vaticinios demoscópicos de la práctica totalidad de las empresas encuestadoras que han sondeado a la opinión pública argentina en torno a sus preferencias políticas. Según estas últimas mediciones, Cristina Fernández obtendría entre el 50% y el 55% de los votos, con una distancia de más de 30 puntos respecto al candidato opositor que resultara segundo en la elección.
Uno de las escasas incertidumbres de unas elecciones que parecen tener un resultado casi cantado, salvo alguna sorpresa mayúscula de última hora, de momento bastante impensable, radica no en la identidad de la triunfadora sino en el número de votos que conquiste y el valor porcentual que esto implique. La trascendencia del tema es mayor ya que cada punto suplementario por encima del 50,2% obtenido por la presidente Fernández en las primarias puede ser vendido como un respaldo popular plebiscitario a su persona y a sus planes futuros de gobierno.
Junto al porcentaje de votos que conquiste la presidente será importante conocer la identidad del que será el próximo “líder” y máximo representante de la oposición, que será aquél que obtenga el mayor número de votos descontada la presidente. Por lo general, las encuestas colocan en segundo lugar al socialista Hermes Binner, gobernador de la provincia de Santa Fe, aunque en este punto las diferencias con sus rivales inmediatos, especialmente con el radical Ricardo Alfonsín, hijo del fallecido ex presidente Raúl Alfonsín, son mucho más estrechas. Las preferencias gubernamentales se inclinan por el candidato socialista, ya que piensan que hará una oposición menos frontal, que votará en el Parlamento por aquellos proyectos de ley que favorezcan una mayor presencia del Estado en la vida económica y política del país o que incluso, eventualmente, no se oponga a una reforma constitucional que implique la modificación del sistema político argentino.
La reforma constitucional y la reelección
El otro gran interrogante, si bien ajeno a la elección presidencial, se resolverá el mismo día 23 y en el mismo acto electoral, ya que afecta a las elecciones legislativas y a la consecuente composición de ambas cámaras. Si el resultado de las elecciones legislativas de por sí es trascendente, puede serlo aún más en un posible escenario de reforma constitucional que permita una nueva reelección presidencial, para lo cual se requiere contar con los dos tercios de los parlamentarios.
Las presiones y propuestas en torno a la reelección y la reforma constitucional necesaria no se han hecho esperar. Aprovechando el momento favorable de la opinión pública hacia la presidente, son muchos los que se inclinan por el proyecto “Cristina eterna”. En una entrevista al periódico bonaerense Página 12 publicada en septiembre pasado, Ernesto Laclau, el gran difusor y “teórico” de los nuevos populismos latinoamericanos, fue tajante al señalar que la “democracia real en Latinoamérica se basa en la reelección indefinida”. Y para el caso argentino agregó que para hacer posible la reelección de Cristina Fernández era necesario reformar la Constitución.
Aquellos sectores del gobierno, los más favorables a la reelección de Cristina Fernández y al proyecto de “Cristina eterna”, estiman que sus objetivos serían mucho más fáciles de alcanzar si en vez de batallar por autorizar una nueva reelección presidencial por encima de los dos mandatos actualmente establecidos en la Constitución, se omite el tema reeleccionario y se escoge la vía del cambio del sistema político. Esto implicaría pasar de un sistema presidencialista a otro parlamentario, en el cual la reelección indefinida está contemplada como algo natural.
Desde la época de las transiciones a la democracia, en las dos últimas décadas del siglo XX, el debate en torno a la forma de limitar el hiperpresidencialismo latinoamericano se instaló en toda la región. De este modo, son muchas las voces reputadas que han impulsado la necesidad de establecer regímenes parlamentarios. Sin embargo, en esta ocasión concreta, el proyecto podría fracasar al estar indisolublemente ligado a la continuidad de Cristina Fernández en el poder.
Quien puso el tema en el centro del debate político fue la dirigente de la opositora Coalición Cívica y candidata a presidente Elisa Carrió, apuntando directamente a Hermes Binner, a quien acusó de apoyar un supuesto plan de reforma constitucional favorable a los intereses presidenciales. Fue tal el revuelo que suscitaron las denuncias de Carrió, que el gobierno debió salir a desmentir la existencia de tales planes. El actual jefe de gabinete, Aníbal Fernández, fue tajante en su rechazo a tales propuestas con el argumento de que era “un sinsentido, [ya que] si hay alguien que ha honrado a las instituciones ha sido Cristina Fernández de Kirchner”.
Más allá de los desmentidos y las negativas recientes, el plan reelectoral está presente en el discurso de numerosos destacados oficialistas, pese a que a la presidente, de momento, no le guste hablar del tema. Los grupos y los dirigentes más radicalmente “kirchneristas”, como La Cámpora, son los más entusiastas con la continuidad del “modelo”. En este sentido, no sería de extrañar que se pusiera en marcha un nuevo “operativo clamor” para impulsar la reforma constitucional. El primer operativo de estas características se hizo para lanzar la candidatura de Cristina Fernández y manifestar su triunfo incontestable.
Los desafíos económicos
Mientras se consolida el proyecto político kirchnerista entre las dudas existenciales, las luchas cainitas y los errores garrafales de la oposición, los estrategas políticos, los asesores de imagen, los gurús y algunos dirigentes de las principales agrupaciones opositoras ya están pensando y actuando con la perspectiva de 2015. Pese a que en muchos casos no se trata de partidos políticos propiamente dichos, sino más bien de grupos estructurados detrás de un liderazgo, casi todos querrían situarse, salvo que avance la reforma constitucional, en un escenario marcado por la ausencia de Cristina Fernández. Éste es el caso de Mauricio Macri, principal dirigente del PRO (Propuesta Republicana) y alcalde de la ciudad de Buenos Aires, y del radical Ernesto Sanz, que ante las dificultades que presentaban las próximas elecciones optaron por poner a buen recaudo su capital político e invertirlo en una próxima oportunidad.
Por tanto, si bien hay quien piensa en el medio plazo y en escenarios futuros mucho más favorables, sería bueno concentrarse, aunque sea por algunos breves minutos, en algunos de los problemas que en los próximos meses o en los próximos dos años deberá afrontar el nuevo gobierno en los más diversos frentes, como el económico, el político y el de las relaciones internacionales. Con todo, no se tratará únicamente de problemas que deberá afrontar el gobierno, ya que también le incumben a la oposición y a la sociedad en general. De la forma en que la oposición gestione los problemas venideros dependerán sus opciones para 2015. Lo ocurrido en el Congreso argentino entre 2009 y 2011, donde la oposición tenía mayoría pero fue incapaz de frenar las iniciativas gubernamentales, puede ser una muestra de lo que puede sobrevenir.
Si Argentina salió bastante indemne de la crisis de 2008, hoy las perspectivas frente a lo que se pronostica como una nueva recesión internacional, especialmente en los países desarrollados, son mucho menos favorables. Esta situación hace pensar, incluso en medios gubernamentales, en la posibilidad de algunas turbulencias. Está claro que las turbulencias no tendrían efectos catastróficos, como ocurrió en 2001 con la consiguiente salida del régimen de convertibilidad, pero sí afectarían el potencial del crecimiento económico del país y, muy especialmente, la pervivencia del proyecto kirchnerista, conocido coloquialmente como “el modelo”.
Argentina centró buena parte del crecimiento de la última década en las exportaciones de commodities, soja fundamentalmente, con especial énfasis en los mercados asiáticos, comenzando por China, y de manufacturas a Brasil. De ahí el temor por la contracción del comercio internacional y la consecuente caída de los ingresos fiscales por el menor dinamismo exportador. A esto hay que agregar la persistencia de las presiones inflacionistas, pese a que subsisten plenamente las prácticas de maquillaje de los índices nacionales del INDEC, que datan de fines de 2006 y todavía persisten, gracias al apalancamiento en su cargo del principal responsable del hecho, el secretario de Comercio Interior Guillermo Moreno. Moreno contó con el total respaldo de Néstor Kirchner y mantiene la confianza absoluta de la actual presidente, a tal punto que se especula, incluso, con su continuidad en el gobierno.
El descenso de los ingresos fiscales podría hacer peligrar el actual “modelo” económico y social, basado en la plena vigencia de una gran cantidad de subsidios, que han crecido considerablemente en un año electoral, donde las demandas populares y las redes clientelares deben ser convenientemente atendidas. Los subsidios están presentes en las áreas más diversas de la realidad, no sólo a través de planes sociales, como los “jefes y jefas de hogar” o el más reciente de la “asignación universal por hijo”, sino también en el consumo de energía domiciliaria y el transporte aéreo y por carretera, y suponen una pesada carga para el tesoro público. Es más, muchos proyectos de construcción de infraestructuras, algunos vitales para asegurar el futuro del país, debieron ser postergados para poder hacer frente a las necesidades crecientes de dinero público consumido por los subsidios.
Ante las próximas dificultades que se vaticinan en el horizonte, la incertidumbre en torno a la identidad del próximo ministro de Economía no permite ser demasiado optimista sobre el futuro. En el pasado, especialmente tras el alejamiento de Roberto Lavagna del gobierno, éste era un dato menor, ya que el verdadero ministro del ramo era Néstor Kirchner, incluso bajo la presidencia de su mujer. Sin embargo, ahora se trata de una cuestión más decisiva que podría darnos alguna pista de por dónde se orientará el nuevo gobierno y, sobre todo, qué hará la presidente en una situación de emergencia económica, dado su menor manejo del tema e, incluso, un mayor desinterés por el mismo. En este punto habría que ver cuánto pesará en la nueva administración el futuro vicepresidente y actual ministro económico Amado Boudou, uno de los grandes protegidos de Cristina Fernández, pese a su pasado político y económico “neoliberal”.
Los desafíos políticos
Desde la perspectiva política, dada la profunda atomización de la oposición, el centro de la vida política nacional volverá a pasar, una vez más, por el peronismo. Resulta cuanto menos curioso que tras haber despreciado durante años al movimiento peronista y al Partido Justicialista, la presidente Fernández esté dispuesta en la actualidad a asumir el pleno control del partido, con las implicancias que esto supone en cuanto a negociaciones con las viejas redes caudillistas, el peronismo más corrupto y los sindicalistas burocratizados. La necesidad de controlar el partido aumenta por la falta de un claro sucesor y para garantizar el éxito de una eventual reforma constitucional. También con el deseo de controlar al máximo las tensiones internas frente a la emergencia de nuevos liderazgos, lo que podría comprometer el futuro político de la presidente, junto a la emergencia del síndrome del pato cojo.
En este sentido, la lucha interna dentro del peronismo podría ser intensa, casi brutal, y más aún si se acentúa el respaldo presidencial a algunos grupos internos, como el movimiento juvenil La Cámpora –impulsado por Máximo Kirchner, el hijo de la pareja presidencial–, en detrimento de otros sectores, más tradicionales y mejor implantados en todo el territorio nacional. Son estos grupos los que han sido más favorecidos desde el poder con el reparto de cargos en la administración pública y en las empresas del Estado, así como en la distribución de escaños para el nuevo Parlamento, al situarlos en puestos de elección casi segura.
La composición del nuevo gabinete podría ser un dato relevante, que permitirá aclarar cómo resuelve la presidente el reparto interno de poder y para ello habrá que saber qué ministros se quedan y quiénes se van, incluidos algunos emblemáticos y que llevan ocho años en el poder, como Julio de Vido, el ministro de Obras Públicas, o Alicia Kirchner, hermana de Néstor Kirchner y ministra de Desarrollo Social (que tuvo un breve intervalo como senadora). Sin embargo, dado el fuerte componente presidencialista del sistema político argentino, y lo visto en los ocho años de presidencias kirchneristas, la identidad y la actividad de los ministros termina siendo un dato menor, ya que todos ellos han quedado totalmente subordinados a la voluntad del presidente y haciendo lo que él o ella quiera. Buena prueba de ello es la práctica inexistencia de reuniones conjuntas de todo el gabinete presididas por el primer mandatario.
Por eso surge nuevamente la pregunta de hasta dónde puede la presidente tirar de la cuerda en defensa de sus posiciones sin que el partido se fragmente o salte por los aires. De momento, y ante la inminencia de un triunfo incontestable, ya son muchos los disidentes que han cerrado filas detrás de la disciplina cristinista (o kirchnerista). El éxito del modelo dependerá, en buena medida, de la capacidad de mantener prietas las filas y para ello la gestión del presupuesto público, de la “caja”, y su relación con los gobernadores y las provincias, será fundamental.
La relación con los EEUU
Desde la perspectiva internacional, el futuro de las relaciones con EEUU se convierte en el problema de la mayor importancia. Se trata de una cuestión sumamente comprometida y que se ha agravado en los últimos meses, especialmente después de la captura por el gobierno argentino de un avión militar norteamericano enviado a cubrir unas maniobras policiales. Los pasados desencuentros con el presidente Obama (que no incluyó a Argentina en su gira por América Latina) y los recientes intentos de Cristina Fernández para recomponer la relación con Irán tampoco han ayudado demasiado. Prueba de ello es que el gobierno de Washington ha votado en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) y el Banco Mundial contra la concesión de créditos a Argentina.
Le corresponderá al nuevo gobierno de Cristina Fernández decidir el futuro de la relación con EEUU y frente a ello caben tres escenarios posibles: (1) dejar las cosas como están; (2) intentar recomponer la relación; o (3) radicalizarla aún más. En este sentido, resulta central la figura del actual ministro de Exteriores, Héctor Timerman, responsable directo del incidente con el avión y principal destinatario del enfado norteamericano. De ahí que su continuidad o alejamiento sean una clara señal de lo que querrá hacer la presidente al respecto. Forzar la salida del ministro de Exteriores del gabinete podría ser una muestra de voluntad hacia Washington para impulsar el relanzamiento de la relación. Sin embargo, Timerman no saldrá voluntariamente dada su gran vocación de permanencia en el cargo. En las últimas semanas, Timerman ha maniobrando activamente para continuar en el gobierno y un premio de consolación podría ser la concesión de un ministerio distinto al que actualmente gestiona.
La resolución del caso mostraría el derrotero que quiere seguir el segundo gobierno de Cristina Kirchner en los asuntos internacionales. De mantener las cosas como están o acentuar la tensión con EEUU todo sugeriría que se podría profundizar la relación con el bloque del ALBA, pese a la pérdida de liderazgo regional de Hugo Chávez. Por el contrario, la recomposición de la relación sugeriría, a la vez, un mayor acercamiento no sólo a EEUU sino también a Brasil.
Conclusiones: Si bien todo indica que Cristina Fernández será reelegida para un nuevo mandato de cuatro años, las incertidumbres sobre el futuro inmediato y la gobernabilidad de Argentina son importantes. Desde la perspectiva política uno de los puntos centrales de la agenda será la evolución, o no, de la reforma constitucional que permita la reelección de la actual mandataria. Bien reforzando el presidencialismo vigente, algo más complicado, o bien introduciendo un sistema parlamentario, se trataría de hacer realidad el proyecto de “Cristina eterna”.
La seguridad ciudadana se ha instalado como uno de los problemas que más interesan y preocupan a los argentinos. En este terreno como en tantos otros las propuestas han sido prácticamente inexistentes durante la campaña electoral (en el caso de que se pueda hablar estrictamente de ella), razón por la cual lo más importante hasta la fecha es conocer la identidad de los nuevos ministros, ya que serán ellos los que permitirán intuir el rumbo que la presidente quiere dar a su nuevo gobierno.
Desde la perspectiva económica el riesgo de una nueva recesión, especialmente en los países desarrollados, hace temer por el futuro del “modelo” kirchnerista, basado en los ingresos fiscales generados por las exportaciones y en los generosos subsidios gastados en los más diversos órdenes de la realidad. En la medida que las exportaciones disminuyan, la prosperidad de los argentinos, y el respaldo al gobierno, también caerán.
Finalmente, un tema no menor es el del futuro de la relación bilateral con EEUU, que atraviesa sus horas más bajas de los últimos años. La falta de sintonía entre ambos gobiernos es prácticamente total y los puentes que en el pasado habían dejado abiertos numerosos canales de cooperación se han cerrado. De ahí que el rumbo que se quiera dar a la relación será una buena muestra de por dónde se quiere llevar al gobierno, y, en definitiva, a Argentina, en el segundo mandato de Cristina Fernández.
Carlos Malamud
Investigador principal de América Latina, Real Instituto Elcano