Tema: Se analiza el desarrollo de las elecciones y sus resultados preliminares, situándolos en su contexto más amplio y buscando su significado y posibles consecuencias.
Resumen: Las elecciones se han desarrollado por encima de las expectativas. La marginación de los suníes no compromete la legitimidad de los resultados pero plantea un serio problema que las fuerzas políticas se proponen abordar en la composición del nuevo gobierno. Las imágenes del desafiante entusiasmo de los votantes han provocado un notable cambio de tono en los medios occidentales y las elecciones han sido consideradas por la administración Bush como una victoria propia, en el marco de sus proyectos democratizadores para el Gran Oriente Medio, al conseguir en pocos meses la celebración de las terceras importantes elecciones en la zona (tras Afganistán y Palestina). Las fuerzas del orden han desempeñado un papel importante en el éxito de la jornada, con repercusiones en el futuro de la insurgencia y en la reorientación estratégica buscada por el Pentágono. La nueva asamblea se enfrenta ahora con el desafío de un calendario extraordinariamente exigente.
Análisis: Por encima de las expectativas, pero de acuerdo con las pautas étnicas y geográficas previstas: así ha sido la votación en Irak el 30 de enero. Los militares americanos respiraron con profundo alivio, porque temían una arremetida terrorista mucho peor. Los medios de comunicación internacionales, noria que perpetuamente bombea negras historias de terror y caos, nos han mostrado por una vez actitudes exaltadas de ciudadanos exultantes.
Los resultados tardarán 10 o 12 días en conocerse. De momento, sólo disponemos de una evaluación aproximada de la participación total: entre el 60% y el 70%. Las encuestas de opinión habían previsto en torno al 65%, pero en la última quincena, ante la intensidad de los ataques terroristas, se había tendido a rebajar las expectativas. Las encuestas se hacen en Irak en condiciones que no tienen nada de ideales pero, con todo, parece que su fiabilidad es más que aceptable y el acto cívico ha servido para demostrarlo. Uno de los beneficiosos efectos secundarios de la consulta será proporcionarnos una radiografía detallada de la opinión iraquí, conocimiento vital en una situación en la que lo que está en juego, lo que decide el futuro, es ganar los “corazones y las mentes” de la población.
Lo poco que puede atisbarse de los resultados parece también confirmar otras conclusiones de los estudios de opinión. Nadie tendrá mayoría absoluta. La lista patrocinada por el gran Ayatolá Sistani, líder espiritual indiscutible de los chiíes, obtendrá los mejores resultados. Los kurdos estarán algo sobre-representados gracias a su elevada concurrencia y a que el reparto de escaños se hace sobre los votos emitidos. La lista “laica” del hasta ahora jefe del gobierno interino parece que quedará bien situada. La imagen de “duro” en la lucha contra los terroristas le ha beneficiado. Ello le asegura un puesto en el gobierno transitorio que la nueva asamblea constituyente habrá de ratificar.
Como era sabido, en las áreas suníes ha habido muchos menos votantes. Esto ha planteado el problema de los problemas, el que ha constituido el centro del debate acerca de las elecciones. ¿La inhibición suní deslegitima todo el proceso? Bastantes han respondido que sí: desde luego, todos los que veían en la elección un inmerecido éxito de la administración Bush, pero también otros cuya preocupación dominante es que no descarrile el proceso de reconstrucción política del país en su mismo momento de arranque. El entusiasmo de los iraquíes en su cita con el acto constitutivo de toda democracia no ha dejado lugar a dudas respecto a como lo ven ellos y ha zanjado la cuestión. Sería como descalificar las elecciones en Sudáfrica por el abstencionismo de los boers. Los americanos han aducido su propia experiencia histórica, poniendo el ejemplo de la elección de Lincoln en plena guerra de secesión sin que votaran los estados sudistas.
Pero aunque el comportamiento de una minoría no pueda comprometer la legitimidad de la mayoría, el problema político queda en pie. Evitar la guerra civil es de lo que se ha tratado en todo momento. Podría decirse que en unas circunstancias en las que los americanos lo tenían casi todo en contra, su mejor aliado y el principal factor de estabilidad en el marasmo iraquí ha sido la aguda conciencia por parte de la población de que tal enfrentamiento era una posibilidad inminente y la peor de las desgracias que podía ocurrirle, a lo que han opuesto la firme voluntad de evitarla. Sin embargo, los sistemáticos ataques de los radicales suníes contra objetivos chiíes, asesinando grandes ayatolás, como al-Hakim, atentando contra Sistani, matando ayudantes suyos, volando más de 300 fieles de un golpe en plena concentración con motivo de la más solemne de las festividades chiíes, así como la masacre de más de 100 dirigentes políticos kurdos reunidos en su capital Irbil, constituyen algo ya muy próximo a una guerra civil, sólo que “unilateral”, con un lado golpeando y el otro encajando estoicamente. Pero lo que cuenta es ese admirable estoicismo que ha evitado que las cosas fueran todavía mucho peor de lo que lo han sido y que sigue constituyendo un formidable activo ante el futuro.
Que el nuevo gobierno ha de ir desarrollando las fuerzas de seguridad autóctonas, que ya en la jornada del 30 han demostrado que sirven para algo, es tan obvio como prioritario. Esas fuerzas están destinadas a dar cuenta de los terroristas y sus actividades. Si una parte importante de sus correligionarios suníes los apoyasen activamente, el enfrentamiento podría tener caracteres de una guerra civil más clásica que la que ahora se libra de manera tan desigual. Es poco probable que sea así, porque una parte del apoyo que ahora reciben es pasivo y motivado por el miedo. Pero todavía parece menos probable que los que hasta el momento han mostrado una contención tan extraordinaria frente a las criminales provocaciones del otro bando vayan ahora a caer en la situación que tan heroicamente han venido evitando.
Varias de las candidaturas con mayores posibilidades de éxito, incluyendo la patrocinada por Sistani, han incluido a suníes entre sus filas y los principales partidos han dicho en su campaña electoral que aunque los suníes se viesen mermados en su representación parlamentaria debido a la coacción a la que han sido sometidos, se tendrá en cuenta su peso demográfico en la formación del nuevo gobierno. Por tanto, parece asegurada la voluntad integradora, de la mano del deseo de evitar la escalada del conflicto. De momento, el problema sigue estando en el lado de los verdugos, no en el de sus pacientes víctimas. En un futuro próximo esa cuestión no parece que vaya a empañar el éxito de las elecciones, aunque es naturalmente uno de los temas a seguir y cuidar.
Si ese escollo se supera se podrá afirmar con rotundidad que las elecciones han sido un éxito, aunque esto mismo haya sido discutido preventivamente por quienes libran en terreno iraquí y sobre la cabeza de sus moradores la batalla del antihegemonismo, el antiamericanismo, el anticonservadurismo y, en todos los casos, el “antibushismo”. Como Washington lo había apostado todo en primer lugar a que las elecciones se celebrasen y en segundo lugar a que la participación fuese considerable, sus enemigos pusieron en solfa que esos criterios tuvieran alguna validez. Negaron de antemano el carácter democrático de los comicios porque no se podían celebrar mítines, los candidatos no se atrevían a dar sus nombres y se ocultaban tras el colectivo de su candidatura, los centros de votación parecían bunkers, los electores eran amenazados de muerte y el personal contratado para la ocasión caía como chinches. En una espectacular inversión de la realidad, la prensa árabe publicó chistes gráficos en los que un sufrido elector era llevado a la urna por un soldado americano a punta de fusil.
Lo que ha hecho saltar por el aire todo ese mundo de reticencias no han sido las bombas de los terroristas, que ensangrentaron la jornada democrática asesinando a 45 e hiriendo a más de 100, sino las imágenes de la decidida determinación de los iraquíes en desafiar a sus enemigos y las manifestaciones de satisfacción y gozo por haberlo conseguido. Han sido esas imágenes y esas declaraciones inequívocas las que han ganado la partida y producido un giro de ciento ochenta grados en los grandes medios de comunicación de occidente. “Desafío” ha sido la palabra más utilizada en los titulares del lunes 31 a ambas orillas del Atlántico para referirse al desarrollo de la jornada iraquí del día anterior. La ennoblecedora denominación de “resistencia” ha casi desaparecido y la atribución de la misma al conjunto de los iraquíes será a partir de ahora mucho menos viable, al menos mientras nuevas oleadas de sangre no difuminen el recuerdo de la jornada del 30.
Las críticas que se basaban en la transmutación de los hechos se enfrentarán a un público al que se le han caído algunas de las escamas de los ojos. El cambio de tono en informaciones y reportajes no puede ser más notable y es una de las consecuencias a destacar de los acontecimientos iraquíes. Ha tenido una cierta gradualidad, porque comenzó a hacerse preventivamente cuando se vio que las elecciones seguían adelante y resultaba cada vez más insostenible caracterizar como resistencia a los enloquecidos atentados contra la voluntad de la mayoría de los iraquíes de expresarse libremente sobre su futuro. Frente al casi monopolio de las historias negativas fue apareciendo un mayor equilibrio entre pesimismo y optimismo, hasta llegar a la apoteosis del domingo 30 por la tarde, en que los espectadores de CNN no habrán podido dejar de pensar “quien te ha visto y quien te ve”.
Lo ocurrido allá y su repercusión mediática acá ha sido vivido por el gobierno americano como una vindicación de su política. Bush no ha vacilado en ponerse una medalla: “El pueblo de Irak ha hablado al mundo y el mundo está oyendo la voz de la libertad desde el centro del Oriente Medio”. Es la tercera cita con las urnas que promueve desde las elecciones afganas del pasado 6 de octubre. En medio quedan las palestinas. El presidente americano no se recata en decir que sin su política, ninguna hubiera tenido lugar. Y en Oriente Medio no ha pasado desapercibido el mortificante hecho de que sólo bajo la presencia de tropas extranjeras, americanas o israelíes, eligen los árabes a sus gobernantes.
A la hora de hacer balance de la “guerra contra el terror”, que ha constituido el eje de toda la política exterior de la primera administración Bush, ésta menciona siempre el derribo de dos feroces dictaduras, la de los talibán y la de Sadam Husein, una serie de éxitos en la lucha contra la proliferación nuclear, con la desaparición del peligro de que el dictador iraquí llegase de nuevo a desarrollar armas de destrucción masiva una vez levantado el régimen de sanciones, como demostradamente era su propósito, el abandono de los programas libios, mucho más ambiciosos de lo que se suponía, y el desmantelamiento de una amplia red de difusión de conocimientos y material dirigida por el padre de la bomba atómica paquistaní, A.Q. Khan.
A ello, Washington añade ahora la celebración de elecciones en esa zona del mundo productora de terroristas, el llamado Gran Oriente Medio, hasta el momento tan empecinadamente refractario a todo lo que huela a democracia. El primer gran éxito en este terreno se produjo en Afganistán, el más inverosímil de los países, desde el punto de vista de las condiciones sociales, para el brote de la democracia. Esta nación, que hasta ahora sólo había producido cosechas de opio, señores de la guerra y fundamentalistas fanáticos, le ha proporcionado a Bush la satisfacción de corroborar su doctrina de que la libertad y el gobierno responsable y consensual son aspiraciones humanas universales, que responden a las preferencias de todos los seres humanos en cuanto éstas pueden expresarse sin coacciones.
En efecto, el voto en Afganistán, el pasado 6 de octubre, por encima de deficiencias técnicas insuperables en un país en sus condiciones, fue el producto de una arrolladora voluntad popular, dispuesta a arrostrar no ya penalidades sin cuento para llegar hasta la urna, sino peligros de muerte que no parecían nada remotos ni abstractos, porque el acto mismo era vivido como una ceremonia de dignidad nacional y de dignidad humana. Ese edificante espectáculo le asestó un duro golpe a los residuos de los talibán y al-Qaeda, ha empezado a erosionar el poder de los señores de la guerra y ha dado un impulso a la lucha contra el cáncer nacional de la droga. El éxito de esta experiencia ha reforzado de forma decisiva la determinación de Washington de aferrarse firmemente al calendario estipulado para Irak, en la confianza de que el éxito podía repetirse, aun a sabiendas de que los obstáculos eran mucho mayores, pero gozando de la ventaja respecto a sus críticos de tener claro dónde estaba la voluntad de la mayoría y contando con el tozudo y clarividente Sistani para recordárselo.
Más recientemente, los palestinos han vuelto a entrar en la senda de las elecciones, superando el peligro de que las que habían llevado al poder en su momento a Arafat respondiesen a esa concepción según la cual la democracia es un hombre, un voto, una vez. Ya hay dos veces, y aunque no quepa esperar milagros en la solución de un conflicto que no ha dejado de enconarse a lo largo de más de medio siglo, por fin algo se mueve en Palestina.
En uno y otro caso, la celebración de las consultas populares tiene mucho que ver con la porfiada insistencia de una política americana desafiantemente idealista, que cifra grandes esperanzas para el logro de la paz en la difusión de la libertad y los métodos democráticos incluso en los terrenos menos propicios. Mucho más todavía que la de Afganistán, la apuesta de Irak se anunciaba llena de riesgos, y su desenlace ha sido incierto hasta bien avanzada la mañana del domingo 30 de enero.
Aunque el elemento decisivo en el éxito final ha sido el valor mostrado por los iraquíes para enfrentarse a las amenazas de muerte con la determinación de quien está convencido de que lo que está en juego es su dignidad personal y colectiva, sin la cual la vida no vale la pena, la relativa normalidad, en relación con las deplorables circunstancias del país, en el desarrollo de los comicios se debe también a que el excepcional dispositivo de seguridad ha funcionado aceptablemente bien.
Las diversas fuerzas iraquíes de seguridad, ejército, guardia nacional y policía, empiezan a dar resultados positivos. Actuaron ya en Nayaf en agosto, contra las milicias sadristas, y su papel aumentó en importancia en Faluya en Noviembre. Esa creciente aunque todavía limitada fiabilidad es una mala noticia para los insurgentes suníes y alienta al mando americano a incrementar sus esfuerzos de reclutamiento y adiestramiento, lo que parece que va a convertirse en su prioridad estratégica a partir de ahora. Esas fuerzas han sido las únicas presentes en el interior de los colegios electorales, mientras los americanos y sus aliados patrullaban por las proximidades dispuestos a acudir en su ayuda si eran requeridos.
El éxito de unos es el fracaso de otros y es obvio que terroristas y guerrilleros han fallado estrepitosamente en su objetivo estratégico de impedir la celebración de las elecciones. Ello es una medida de sus capacidades. Pueden sostener una tensión desestabilizadora continua, mantener el clima de inseguridad y bloquear el desarrollo económico pero no son capaces de enfrentarse directamente a los americanos, de asegurarse un santuario o de conseguir objetivos permanentes. En este momento la cuestión es si están extenuados por su fallido esfuerzo de estos últimos meses y necesitarán unas cuantas semanas para recuperarse materialmente y rehacer su estrategia, lo que significaría un bajón en su actividad durante un cierto tiempo, o si por el contrario van a poder sostener los mismos niveles de actividad que hasta ahora. En el primer caso las nuevas realidades políticas iraquíes disfrutarían de un momento de relativo respiro para iniciar su andadura.
La suposición más sólida es que su apuesta contra las elecciones era para ellos tan vital que en ella han echado el resto, pero puede también que hayan previsto la posibilidad de fracaso y hayan reservado capacidades para desestabilizar de raíz la nueva situación. Por delante está todavía más de una semana de recuento de votos en la que, desmontado el gran dispositivo de seguridad, los miles de colaboradores de la Comisión Electoral y el precioso material que custodian se vuelven todavía más vulnerables de lo mucho que lo han sido hasta ahora. Lo mismo se puede decir de los 275 nuevos parlamentarios, una vez que sus nombres sean proclamados públicamente. Los medios son escasos para proporcionar una seguridad adecuada a un número tan elevado. Si empiezan a caer víctimas de la implacable criminalidad política incluso antes de que la asamblea se reúna por primera vez, ésta lo hará bajo deplorables auspicios.
El mismo éxito del dispositivo de prevención les ha ahorrado una parte de su material de guerra. Las medidas prohibiendo la circulación de vehículos y su aparcamiento en zonas delicadas han tenido como consecuencia que coches-bomba preparados para el acontecimiento electoral no se hayan usado.
Cabe, además, preguntarse si ese éxito de las fuerzas del orden se debe a que las iniciativas tomadas desde el final de la operación de Faluya han infligido un deterioro real a las capacidades de sus enemigos. En las ultimas semanas han sido detenidos varios de los principales lugartenientes de Zarqawi. Se han hecho más de cuatrocientas redadas de sospechosos y más de mil operaciones de acordonamiento en las que han caído unos 500 terroristas. No parece un número muy elevado en relación a los efectivos que se les atribuye, pero quizá el acoso al que han estado sometidos ha mermado sus capacidades de alguna forma apreciable. No hará falta esperar mucho para saberlo.
De la potencia de los insurgentes depende la evolución de las tropas americanas. El Pentágono está reevaluando su estrategia. A comienzos de enero, Rumsfeld envió a Irak a un teniente general retirado para revisar la situación y presentar propuestas. De su informe no se sabe todavía nada, pero las opciones son escasas, pues frente a la avalancha de ideas para una “estrategia de salida” la administración sigue en sus trece de que sólo el éxito de la misión –o la inverosímil, por suicida, demanda del nuevo gobierno en Bagdad– determinará la retirada. Categóricamente no hay fechas. Ya se ha señalado que todo apunta hacia una intensificación del desarrollo de las fuerzas de seguridad iraquíes. En Washington se dice “nosotros no podemos vencer a los insurgentes pero ellos si”.
Con todo, se sabe que Washington tiene puestas sus esperanzas en una modesta reducción de sus fuerzas para fin de año. Por ahora, el incremento de 12.000 soldados durante los días de la elección desaparecerá en muy poco tiempo, bajando de 150.000 a 138.000. La meta sería situarlos en 120.000. Para ello, tan decisiva como la evolución sobre el terreno será la colaboración internacional. Varios países, como Ucrania, Polonia y Holanda, han anunciado que no renovarán sus tropas cuando en los próximos meses se cumplan los plazos previstos para los actuales contingentes. Hasta dónde llegará el cambio de clima internacional, o cómo se responderá a una petición de ayuda por parte del nuevo gobierno dotado de la legitimidad de las urnas, son cuestiones que tendrán una incidencia decisiva en la cuantía del compromiso militar americano.
Doméstica e internacionalmente la legitimidad es punto clave. Desde el exterior, el comportamiento de los países variará en la medida en la que estén dispuestos a reconocérsela al nuevo gobierno. Para los iraquíes que han querido tomar en sus manos las riendas de su destino, su aprecio de la democracia que ahora estrenan no puede por menos de estar vinculado a los resultados que obtengan. Democracia para ellos es, ante todo, paz y, luego, desarrollo económico. No pueden esperar milagros de la noche a la mañana pero necesitan ver un progreso en esa dirección, porque de lo contrario su confianza necesariamente flaqueará y todas las esperanzas de cambio en Oriente Medio sufrirán un rudo golpe.
Los hábitos sobre los que se asienta la democracia no surgen como los hongos después de una lluvia y la historia no ha dejado muy sobrados de ellos a la población y los líderes iraquíes. En contraposición con el vecino Irán, el compromiso doctrinal de los dirigentes del chiísmo de Nayaf y Karbala con el gobierno de la mayoría está fuera de dudas. Respecto a cómo lo ejerce nada podemos saber. Lo tradicional es el cambalacheo, el favoritismo y el reparto y lo que desde cualquier estándar democrático no puede considerarse más que como corrupción. De eso ha habido mucho en el gobierno interino actual, aunque tratando de que funcionase como un factor de cohesión.
A los ojos de la mayoría de los iraquíes la legitimidad conseguida en unas elecciones en las que la determinación y el heroísmo suplen cualquier otra anomalía depende ahora de cómo los líderes elegidos la ejerciten. La importancia de las elecciones viene resaltada por el hecho de que la Asamblea elegida es constituyente. A ello hay que añadir que es la primera vez que en la historia del país se celebra una consulta popular verdaderamente libre, para configurar un régimen verdaderamente constitucional, a pesar de todos los impedimentos.
La Ley Administrativa Transitoria, que rige todo el proceso político hasta que quede aprobada la Carta Magna, pero que los constituyentes podrían muy bien modificar, diseña un procedimiento complejo, que proporciona muchas garantías democráticas pero que no es nada fácil de cumplir en las trágicas circunstancias en las que vive el país. La Constitución deberá estar aprobada por la Asamblea para el próximo 15 de agosto, refrendada popularmente para el 15 de octubre y convocadas nuevas elecciones para una asamblea legislativa regular no más tarde del 15 de diciembre. El país se ve pues enfrentado con un referéndum y otras elecciones como las que acaba de vivir, lo que parece casi impensable.
Pero, de forma inmediata, antes de iniciar sus trabajos constitucionales, la asamblea ha de elegir un colegio presidencial para la república, integrado por un presidente y dos vicepresidentes, los cuales encargarán a alguien la formación de un gobierno que, a su vez, habrá de ser ratificado por la asamblea. Por tanto, la primera tarea del nuevo parlamento será dotar de cabeza al Estado y proceder a constituir gobierno.
Las tareas con las que se enfrenta ese gobierno son hercúleas y veremos qué puede hacer la legitimidad recién adquirida frente a la magnitud de los obstáculos y la escasez de los medios. Lo que parece pedírsele es que sea el toque mágico que inicie la reversión de la espiral hacia el abismo en cuyo borde el país se ha mantenido peligrosamente desde el derrocamiento de Sadam, poniendo en marcha el proceso contrario, el círculo virtuoso, de la pacificación y reconstrucción.
Conclusiones: La obstinación de Sistani primero y Washington después, y la heroica voluntad de la mayoría de los iraquíes dispuestos a tomar el destino en sus manos, ha supuesto un gran paso para dotarse de un gobierno de legitimidad indiscutible y comenzar el proceso de creación de un Estado democrático. La guerrilla pondrá todo su empeño en descarrilar el intento. El cambio de clima informativo por parte de los medios occidentales puede contener algunos elementos irreversibles. La incidencia de todas estas novedades en las actitudes de la comunidad internacional, movida por otras consideraciones, será pequeña. Para Irak la gran cuestión es si los cambios promoverán la pacificación y tras ella la reconstrucción, iniciando así un círculo virtuoso que revierta la espiral hacia el abismo en cuyo borde lleva viviendo el país en los últimos tiempos.
Manuel Coma
Investigador Principal, Área de Seguridad y Defensa, Real Instituto Elcano