Tema: Se analizan los sorprendentes resultados de las recientes elecciones generales en la India y, en particular, las causas y las consecuencias de la derrota del Bharatiya Janata Party (BJP) y las perspectivas que se abren ante la victoria del partido del Congreso.
Resumen: En las últimas elecciones legislativas de la India el triunfo del partido del Congreso ha puesto de relieve la rivalidad entre la población urbana y la rural y entre la clase media y los pobres. El Congreso deberá afrontar las demandas de un sector social mayoritario sin poner en peligro el proceso de reformas económicas. Para lograrlo con éxito es imprescindible que mantenga unidos a sus socios parlamentarios, si bien las experiencias pasadas demuestran la volatilidad de los gobiernos de coalición.
Análisis: Si hubiese que elegir una palabra que definiese el impacto del resultado de las últimas elecciones celebradas en la India, la más apropiada sería “desconcierto”. Desconcierto ante la sorpresa inesperada que ha supuesto la derrota del BJP, cuya victoria fue predicha y anunciada por todos los barómetros de opinión, desconcierto ante el éxito del Congreso, sumido en una crisis profunda desde la muerte de Rajiv Gandhi en 1991, y por lo tanto desconcierto ante el futuro político y económico de la India.
En contra de todos los pronósticos, las decimocuartas elecciones a la Lokh Sabha del Parlamento de la India han otorgado la victoria al partido del Congreso Nacional Indio con 146 escaños de un total de 543, y que sumados a los de sus aliados arrojan un total de 218. Por su parte el Bharatiya Janata Party (BJP) y sus socios tuvieron que resignarse con 187 escaños. Para poder formar gobierno el Congreso tendrá que contar con el apoyo del bloque de izquierda formado por el Partido Comunista (Marxista) y el Partido Comunista Indio (PCI).
En líneas generales las elecciones han puesto en evidencia el descontento de los estratos sociales pobres por no poder participar en el reparto de los beneficios que ha generado el despegue económico. Los votantes han percibido que las mejoras económicas de los últimos años han favorecido a los ricos, a la industria y a la población urbana, todo ello en detrimento del campo. La campaña electoral del BJP, centrada en el eslogan la “India brilla”, ha tenido un efecto boomerang y se ha vuelto contra sus creadores en la medida que ha servido para mostrar a los pobres su condición de marginalidad, conspicuamente visible si se compara con el éxito de la clase media que exhibe, en la vida real y en la virtual, los frutos de su prosperidad. No hay que olvidar que, a pesar de la imagen que Occidente se tiene de la India como un país en el que priman valores relacionados con la ascesis y la austeridad – imagen proyectada por Gandhi – lo cierto es que en pocos sitios como allí la riqueza ha sido y es un símbolo de estatus, y como tal ha de ser ostentada ante los ojos de la sociedad, lo que hace del consumismo un elemento indicador clave del nivel social que todos aspiran a alcanzar.
India vs. Bharat
Uno de los principales contrastes de la India es el que se da entre el campo y la ciudad, ambos dominios configuran dos universos diacrónicos que hasta hace poco se relacionan por exclusión. La India rural, conocida como “Bharat”, responde a la imagen milenaria del país con su orden de castas inmutable y es la India de las aldeas tan querida por Gandhi, de campesinos que trabajan desde el amanecer hasta la puesta del sol para subsistir. De los 1.050 millones de habitantes que tiene la India, el 72% vive repartido entre 575.000 aldeas, de las cuales el 73% tiene menos de 1.000 pobladores. En algunos aspectos la situación del campesinado ha mejorado mucho desde la independencia: se han erradicado las pandemias y las hambrunas, gracias a la revolución verde, y la esperanza de vida ha pasado treinta años a sesenta. Pero en otros tantos no solamente no ha avanzado, sino que ha empeorado si la comparamos con la evolución experimentada en las ciudades. Mientras que el 90% de las casas de las ciudades tienen acceso a agua potable, en el campo esa proporción es de apenas el 63%; si en las ciudades hay 2.400 camas de hospitales por cada millón de habitantes, en las aldeas sólo disponen de 152; si en las urbes el 75% de los hogares tienen corriente eléctrica, en el campo el porcentaje es únicamente un 30,5%. A partir de aquí las distancias se agrandan, y las ciudades emergen como escenarios de los vertiginosos cambios que afectan a la India, focos de poder, conocimiento, tecnología, riqueza y esperanza (aunque también de inmigración, hacinamiento y miseria), en suma, la imagen de la “India brillante” con la que el BJP pretendía convencer a los votantes.
La “India” moderna y del futuro, opuesta a Bharat, la India rural y del pasado, es la de los parques de bioinformática y nanotecnología, la que ha lanzado su propio satélite y posee armamento nuclear, la que en el año 2002 experimentó un crecimiento del 28% en la industria de la tecnología, la que está creando miles de empleos en empresas de servicios de información desplazando la oferta de trabajo desde Estados Unidos y el Reino Unido. El Estado de Andhra Pradesh es una muestra de la coexistencia de ambos mundos. Hyderabad, su capital, proyecta la creación de la ciudad de la Alta Tecnología, un entorno urbano que, junto con Bangalore, el Silicon Valley de la India, ofrece grandes atractivos a las empresas globales. Mientras, en el campo, en los últimos cinco años se registraron tres mil casos de suicidios entre los granjeros que carecían de agua para el regadío de sus tierras. Estos casos extremos recuerdan que si la clase media está compuesta por 300 millones de habitantes, 750 millones están excluidos y un gran porcentaje de ellos viven con menos de dos dólares al día, ¿Por qué estas diferencias? Principalmente por dos razones: la inadecuada estrategia de desarrollo y el fracaso de las políticas de educación. Desde la independencia el partido del Congreso optó por una estrategia económica que primaba el desarrollo industrial sobre el agrícola. Las principales inversiones se fueron a las ciudades para construir hoteles, fábricas, carreteras y otras infraestructuras como los embalses, los “templos del futuro” de Nehru. El campo por su parte apenas recibió una ayuda insuficiente. Hoy en día la clase política india sigue adherida a la idea de una modernidad industrial y tecnológica. En el área de la educación los desniveles reproducen el mismo esquema de polaridades. India, con una tasa de alfabetización del 65%, tiene una de las mayores cifras de estudiantes universitarios del mundo (por cada estudiante que en China asiste a la universidad en India hay seis, mientras que en China el índice de alfabetización está cerca del 100%). En la India la educación superior, y por lo tanto la posibilidad de acceder a las oportunidades de mercado de trabajo, está concentrada en las manos de unos pocos. Tampoco hay que olvidar la estrecha relación existente entre la educación y el crecimiento de la población, otro factor de peso en la extensión de la pobreza.
¿Qué relación tiene el castigo al BJP con la política de liberalización económica? Es muy probable que los votantes indios no estén tan en contra de las reformas como de la forma en que se han repartido los beneficios de éstas. Ahora bien, también es probable que la izquierda interprete los resultados como una protesta contra las reformas: en este sentido el bloque compuesto por los dos partidos comunistas ya se ha declarado contrario a privatizar las empresas estatales rentables y partidario de frenar las reformas del mercado laboral previstas para agilizar la contratación y el despido. La dependencia del Congreso hacia sus socios le sitúa en una difícil situación. La campaña electoral del PCI ha sido muy distinta a la del Congreso y difícilmente podrá entrar a formar gobierno sin caer en sus propias contradicciones, por lo que tendrá que ofrecer apoyo externo.
La difícil coexistencia en las coaliciones
En un país que durante más de treinta años ha estado gobernado por un único partido de corte dinástico, la formación de coaliciones de gobierno es un fenómeno relativamente reciente, que generalmente ha desembocado, con excepción de la última, en la ruptura prematura. En 1977 Indira Gandhi fue derrocada por el Janata Party, una formación que acogía en su seno a todo un espectro de partidos cuyo único objetivo común era acabar con su régimen personalista. El gobierno Janata, encabezado por Morarji Desai, vivió poco más de dos años (durante los cuales hubo dos primeros ministros) y la lucha por los intereses de cada facción terminó por ahogar la efectividad del Ejecutivo. El siguiente gobierno de coalición fue el del Frente Nacional de V.P. Singh (1989-1990), una alianza que aglutinó en torno del Janata Dal a partidos de la derecha y la izquierda, y que cayó cuando el BJP retiró su apoyo por discrepar en la política de asignación de cuotas a las clases atrasadas. Estos fueron los años del auge del nacionalismo hindú, con el conflicto de la mezquita de Ayodhia como telón de fondo y que el BJP supo rentabilizar electoralmente, y de la aparición de nuevos partidos reivindicativos de los derechos de las castas atrasadas. En ésta década de los noventa, junto con el Congreso y el bloque de partidos comunistas, aparecieron nuevos frentes de poder político basados en la identidad religiosa, regional o de casta. De este modo el voto electoral comenzó a fragmentarse dificultando enormemente la formación de gobiernos. La precaria alianza del Frente Nacional entró en crisis antes de cumplir un año, y el nuevo primer ministro Chandrashekar ocupó su puesto durante tres escasos meses. En las siguientes elecciones anticipadas de 1991 salió victorioso el Congreso, empujado por la oleada de simpatía que despertó el asesinato de Rajiv Gandhi. Su sucesor, el primer ministro Narasimha Rao, comenzó la revolucionaria reforma económica que acabaría con los treinta años de socialismo autárquico que inaugurase Nehru. Presionado por la deuda contraída con el Fondo Monetario Internacional, el gobierno de la India tuvo que trasladar en garantía al Banco de Inglaterra parte de sus reservas de oro, un hecho cargado de significado simbólico por lo que representa este metal en la cultura tradicional india. A raíz de esta medida el gobierno y la oposición acordaron comenzar un proceso que culminaría con la incorporación de la India a la economía global y la responsabilidad de realizar semejante tarea recayó sobre Manmohan Singh, el actualmente recién nombrado primer ministro, tras la renuncia de Sonia Gandhi a ocupar ese puesto. La lenta y gradual liberalización de la economía transformó el panorama social. India se convirtió en una sociedad de consumo y la Campa-Cola cedió el paso a la Coca-Cola.
El protagonista de los cambios fue la nueva clase media, un sector que no solamente rechazaba la austeridad del socialismo nehruviano si no también sus valores añadidos en defensa del laicismo. La nueva clase media, urbana y votante del BJP, fusionó el disfrute del auge económico con el recién descubierto orgullo de ser hindú. Al mismo tiempo, y en otro plano social, las castas desfavorecidas comenzaban a despertar a una conciencia de si mismos tan orgullosa como la de las castas medias-altas: la de los dalits o intocables. Partidos como el Bahujan Samaj Party de Mayawati en Uttar Pradesh experimentaron un crecimiento sin precedentes, siendo piezas clave en el reparto del poder. Si la nueva clase media ostentaba el poder económico, los pobres, que siendo mayoría cada vez votaban más, pasaron a dominar la arena política, convirtiéndose en los agentes de la democracia. Comienza aquí a reconfigurarse la tensión entre la ciudad y el campo, la clase media y los pobres. El BJP, que resolvió temporalmente el conflicto proyectándolo hacia los musulmanes, ganó las siguientes elecciones de 1996 y Vajpayee fue nombrado primer ministro, cargo que disfrutó durante trece días. La oposición, temerosa de las fuerzas nacionalistas hindúes, se unió bajo el Frente Unido y logró formar gobierno. Al igual que ocurriese con anterioridad, los intereses divergentes hicieron zozobrar a la coalición, después de una primera crisis que reemplazo al jefe del Ejecutivo, H. D. Gowda, por I. K. Gujral, se celebraron comicios anticipados en febrero de 1998. En esta ocasión el BJP, que había moderado su talante comunal, consiguió una mayoría relativa y formó un nuevo gobierno de coalición que duró un año escaso. En 1999 tuvieron lugar las decimoterceras elecciones, en las que volvió a ganar el BJP, conduciéndole al poder al frente de la Alianza Democrática Nacional (NDA).
Los principales partidos regionales que participaron en la NDA, el Telegu Desam Party (TDP), el Dravida Munnetra Kazhagam (DMK), el All India Anna Dravida Munnetra Kazhagam (AIADMK), el Congreso Trinamul, el Akali Dal, el Samata Party y el Biju Janata Dal (si bien el AIADMK y el PMK retiraron su apoyo recientemente) formaron en 1996 el Frente Unido para combatir a aquellos mismos que después serían sus socios. Al igual que ocurriese en otras ocasiones, la alianza mantuvo un precario equilibrio. Así, la populista Mamata Baneerje, del Congreso Trinamul, cambió de bando tres veces en un año; la ex-actriz Jayalalita, del AIADMK, mantuvo en vilo a Vajpayee durante cuatro días hasta que tomó la decisión de incorporarse a la NDA; otros partidos del sur abandonaron la coalición en menos de un mes; y Mayawati, la líder de los intocables en el Estado de Uttar Pradesh ha estado en un continuo tira y afloja con sus socios políticos. Con frecuencia el rival de cambio ha sido el partido del Congreso, lo que permite a las pequeñas fuerzas sacar el máximo provecho de la incapacidad de los dos grandes partidos da la hora de formar un gobierno nacional. Ahora bien, en esta ocasión el Congreso cuenta con unos socios más fiables, los partidos comunistas, menos proclives a la corrupción, como se ha demostrado en los estados de Kerala y Bengala Occidental, pero más inflexibles en sus planteamientos. No ocurre lo mismo con el Rashtriya Janata Dal, cuyo dirigente, Laloo Yadav, es un claro exponente de la degeneración de la vida política india.
La renuncia de Sonia Ghandi
La decisión de Sonia Ghandi de renunciar al cargo de primer ministro proporcionará al gobierno una mayor fuerza y estabilidad, y de este modo garantizará la continuidad de sus hijos, Rahul y Priyanka, como herederos de la dinastía Gandhi al timón del partido. En este sentido hay que destacar la vinculación de los Gandhi con el Congreso y con la India, de algún modo todos ellos sienten que el destino de sus vidas está fatalmente ligado al destino de su país (“Indira es India, India es Indira” aclamaban las multitudes), como si de un drama griego se tratase escenificado en la muerte de Indira y Rajiv en sendos asesinatos. La cuestión del origen italiano de Sonia habría exaltado a los elementos xenófobos del BJP que ya habían comenzado a dar rienda suelta a su retórica flamígera. El nombramiento de Singh ha supuesto una inyección de esperanza y confianza, no solamente por su notable trayectoria en el mundo de las finanzas y la economía, sino porque que además su pasado está libre de cualquier sospecha de corrupción, un valor en alza entre un electorado escéptico y desencantado con su clase política.
El BJP en la oposición
Es de esperar que desde las filas de la oposición el BJP radicalice su discurso ideológico y acentúe su chovinismo hinduista. Una de las razones que augura esta perspectiva es el probable retiro de Vajpayee y su reemplazo por Advani. Ambas figuras, “paloma” y “halcón”, han desempeñado funciones complementarias e intercambiables en distintas coyunturas. Ante la necesidad de lograr el consenso, esto es, para gobernar en coalición, el BJP ha confiado en Vajpayee, un hombre carismático de talante pacifista y amante de la poesía. Por el contrario, Advani encarna las posiciones más rígidas del partido, mucho más imbuidas de las esencias nacionalistas hindúes. En la última legislatura el BJP ha dejando de lado cuestiones religiosas como la mezquita de Ayodhia y ha dirigido su atención hacía asuntos más laicos como el desarrollo social y económico, lo que no le ha impedido seguir adelante con su proyecto de hinduizar la sociedad mediante la modificación de la historia en los libros de texto escolares. En vista de que su moderación no ha sido premiada con las consecuencias deseadas, el núcleo duro optará por volver a las esencias doctrinarias primigenias. Así ocurrió en las elecciones 1984 cuando el partido se desvinculó del RSS, matriz ideológica del nacionalismo hindú contemporáneo, y obtuvo una derrota aplastante, mientras que Rajiv Gandhi, que jugó la carta religiosa con hindúes y musulmanes, ganó ampliamente. A partir de entonces, el BJP intensificó su agenda hinduista con el consiguiente éxito general.
Conclusiones: La victoria del Congreso ha sido la expresión del rechazo a la situación de pobreza y atraso en que se encuentra sumida gran parte de la población rural. Si bien la fase final del programa de liberalización de la economía podría verse ralentizada en aras del mantenimiento de la coalición gubernamental, la elección de Manmohan Singh garantiza la continuidad del proceso. Por otra parte India ha demostrado que ante los momentos críticos cuenta con una valiosa válvula de seguridad: una democracia viva y enérgica. A este síntoma vital hay que añadir otro igualmente positivo, el de la pluralidad y tolerancia del electorado pobre y atrasado de la India, que en lugar de radicalizar su postura recurriendo a la política religiosa, ha optado por elegir al partido dirigido por una figura que rompe con los moldes del poder tradicional, Sonia Gandhi: mujer, católica y de origen extranjero, algo difícilmente de concebir en cualquier otra parte del mundo.
Eva Borreguero es autora de “Hindú: nacionalismo religioso y política en la India contemporánea”, Los libros de la Catarata, Madrid, 2004.