Tema: En épocas normales (cuando, por ejemplo, existía la amenaza concreta de la Unión Soviética), antes del final de la Guerra Fría y el 11 de septiembre, se decía con sorna, y cierta lógica y justicia, que teniendo en cuenta que las decisiones del presidente de Estados Unidos incidían en la vida de los habitantes del planeta, se les debería permitir participar en su elección. Se silenciaba prudentemente que este proyecto requeriría una insólita enmienda constitucional (que no sería muy del agrado de los votantes estadounidenses), pero esta ocurrencia parece tener mucho más sentido ahora. Además, ya se cuenta con datos fidedignos sobre las preferencias de los ciudadanos no norteamericanos, tal como si se tratara de unos sondeos internos. Coincidentemente, y parecería que hubieran arribado a Estados Unidos para defender los derechos electorales del resto de la humanidad, numerosos observadores internacionales escudriñarán el proceso.
En principio, según las encuestas y análisis, tanto una mayoría de los habitantes del mundo más o menos desarrollado y, en mayor número, en el menos afortunado, sobre todo en los países árabes y en América Latina, votaría firmemente por John Kerry. En Europa el apoyo sería contundente. En rigor, ya antes de la Convención Demócrata, y a medida que caían los diversos aspirantes, se decantaría por cualquier opositor de Bush.
Mientras así parece ser la percepción y el anhelo generalizado, según han ratificado unos sondeos de base científica, los aliados históricos de Estados Unidos en la vieja Europa, y los nuevos socios de la “nueva”, además de Rusia y Canadá estarán observando oficialmente las elecciones, como si se tratara de un país cualquiera en transición, con una democracia débilmente consolidada. Entre los deseos y la sospecha, el mundo escrutará los comicios regulados por la constitución más antigua del planeta.
Resumen: Una macroencuesta llevada a cabo por GlobeScan, en colaboración con el programa de Actitudes sobre Política Internacional de la Universidad de Maryland confirmó lo que los observadores avezados, y el sentido común de cualquiera que se preocupara por auscultar la opinión mundial, palpaban desde hace meses, con mucha mayor intensidad desde la invasión de Irak. El resultado de preguntarles, entre mayo y agosto pasados, a casi 35.000 ciudadanos de 35 países en los cinco continentes del globo, es demoledor para la imagen del presidente George W. Bush en el mundo. También representa un rechazo de su política exterior, al tiempo que revela un respaldo mayoritario para las expectativas de una eventual elección del senador John Kerry.
En 30 de esos 25 países, una mayoría de los ciudadanos prefiere que el senador de Massachussets gane en los trascendentales comicios del 2 de noviembre. Solamente en tres países Bush recibió más respaldo, mientras que en dos países se revela un empate de preferencias. Numéricamente, Kerry siempre doblaba a Bush en el cómputo por término medio. En su conjunto, Kerry es el favorito en cada una de las regiones del mundo, pero lo que más daña la imagen de Bush es que la inclinación hacia el senador demócrata es muy acusada precisamente en los países considerados como tradicionales aliados de los Estados Unidos. Solamente en Nigeria (África), Filipinas (Asia) y Polonia (Europa) Bush parece ser más popular que Kerry.
En cuanto a la percepción de cómo la política exterior de Bush ha impactado el sentimiento mundial hacia los propios Estados Unidos como nación, los ciudadanos de 30 países declaran que se sienten peor hoy, y solamente en dos se muestran mejor. Como promedio, el 57% revela sentirse peor, mientras que solamente el 19% han experimentado una mejora. Otra dimensión interesante, que derriba algunos mitos tradicionales acerca de la percepción mundial de los Estados Unidos, es que la aversión hacia la política exterior de los Estados Unidos y el apoyo a Kerry es más agudo en los sectores de mayor educación y de más altos ingresos que en los estratos menos educados y de capacidad menor económica. La nueva negativa percepción de los Estados Unidos ha dejado definitivamente de ser un monopolio de la izquierda revolucionaria y del llamado Tercer Mundo. Sería cómo si la reticencia hacia los Estados Unidos, percibidos como demasiados liberales y protestantes, se hubiera expandido de aquel sector conservador español (y también francés) que se mantuvo latente a lo largo del siglo pasado.
Obsérvese que Noruega, Alemania, Francia, Holanda y Canadá (difícilmente considerados como núcleos del antiamericanismo, con la excepción de Francia, pero por razones muy concretas) encabezan el grupo de países más inclinados a apoyar a Kerry, mientras que en el único país europeo en que Bush supera al senador es Polonia, pero apenas en un porcentaje del 31% frente al 26%. Más deprimente para los intereses norteamericanos resulta la evidencia de que las percepciones favorables sobre los Estados Unidos han descendido inexorablemente a escalones inéditos en países como el Reino Unido (de un 83% en 2000 a solamente el 40% en 2004) y en Turquía (del 51% al 30%).
Curiosamente, en Rusia ha aumentado la imagen positiva, del 37% a un modesto 47%. En España, comprensiblemente a causa de la polémica alianza del gobierno de Aznar, un 67% de los ciudadanos se mostraron sentirse peor, frente a solamente un 6% que se muestran estar mejor que antes. En América Latina la “victoria” de Kerry es global, aunque curiosamente solamente consiguiera una mayoría clara (Brasil, 57% para Kerry frente al 14%, y la República Dominicana, 51% frente al 38% para Bush).
Los vecinos inmediatos de los Estados Unidos (México y Canadá) presentan un preocupante doble frente fronterizo para el liderazgo actual en Washington. Los mexicanos están al frente (78%) de la oposición a la política exterior del vecino norteño. Un aliado tradicional de los Estados Unidos en todas las contiendas del pasado siglo, Canadá, supera en el favor de Kerry a los brasileños (61% frente al 16%). El apoyo a Bush parece desaparecer a medida que uno se aleja del territorio de la Unión: solamente un 5% de los argentinos y los uruguayos lo respaldan.
Mientras esta encuesta fue coordinada por centros norteamericanos, otro proyecto de diseño más reducido originado en Europa dramatizaba diversas dimensiones globales y recalcaba cierto perfil nacional. Un grupo de prestigiosos diarios liderados por el británico The Guardian, y entre los que participó El País, ajustó los datos anteriormente aludidos con nueva evidencia en diez países. El ranking de preferencias por Kerry quedaba así: Francia (72%), Corea del Sur (68%), Canadá (60%), España (58%), México (55%), Australia (54%) Japón (51%), Reino Unido (50%), Rusia (48%) e Israel (24%). Como promedio, el 57% de los ciudadanos de esos países tenían una opinión peor de los Estados Unidos que hace dos años, mientras que solamente el 20% declaraba que la tenía mejor ahora. El panorama que se presentaba es, en palabras de un editorial del diario británico, que los ciudadanos del mundo siguen siendo favorables a los norteamericanos, pero se oponen a Bush.
Análisis: Las encuestas
Las razones de esta crítica actitud hacia el máximo mandatario estadounidense, al tiempo que las inclinaciones del ciudadano medio del mundo se resisten a retirar su básica buena disposición hacia el pueblo y la cultura norteamericanos, son patentes. Se reflejan no solamente en la calle, sino también en la prensa de referencia de tendencia centrista o escorada hacia la izquierda, pero también en la moderadamente conservadora, además de los periódicos sondeos de opinión popular.
Se detecta concretamente a Bush como el principal causante de las tensiones mundiales, el aumento de la inseguridad internacional, y los enfrentamientos entre continentes y regiones y, sobre todo, por la división de un necesario consenso a ambos lados del Atlántico. Se lamenta el despilfarro del impresionante capital político de apoyo a los Estados Unidos cosechado tras el infamante 11 de septiembre. Ya nadie se acuerda del ahora inaplicable “Todos somos americanos”, editorial histórico de Le Monde del 12 de septiembre. Hoy, en esos mismos medios sería: “Todos somos mayoritariamente anti-Bush”.
Desde Europa, se percibe que una táctica de Bush a nivel interno en los Estados Unidos, consistente en la infusión del miedo por la amenaza terrorista, tiene en el exterior un efecto contrario. Irrita y crea más desconfianza. Desde el exterior se observa con estupefacción el abuso de las escenas del 11 de septiembre para la campaña de otoño y la persistencia en el desdén hacia las opiniones contrarias, con la excepción de los aliados que mantienen el apoyo más que simbólico en Irak.
Con una mínima perspectiva histórica, no se recuerda en ninguna época anterior un caso similar de fobia mayoritaria hacia un presidente estadounidense. Ni Reagan ni Nixon alcanzaron en ningún momento un nivel comparable de impopularidad exterior. En contraste, se elevan los casos imperfectos de Carter, el mismo Clinton, y por supuesto Kennedy, como nostálgicos ejemplos de entendimiento internacional, cuando no de sincera admiración.
Significativamente, un número alto, comparativamente notable, de sectores de la elite política y económica de Europa, y buena parte de la de América Latina y también de Asia, al igual que los sectores mejor informados, se sentiría más cómodo con el actual presidente estadounidense. La razón de esta inclinación no está anclada solamente en sinceras afinidades ideológicas, sino también en un pragmatismo interesado, sobre todo palpándose la billetera en el bolsillo y comprobando la cuenta del banco. Además, el antiamericanismo de derecha existente en algunos países europeos (Francia y España, principalmente) ha sufrido erosión con el paso del tiempo y ha evitado ser identificado con los sectores izquierdistas visceralmente opuestos a los Estados Unidos.
En los recientes meses, esa elite ha mesurado las aparentemente improvisadas decisiones de Bush y ha detectado las claves del unilaterialismo, y el desinterés por la integración regional, de la Casa Blanca y el Departamento de Defensa. Ha sido un tedioso aprendizaje, difícil de echar por la borda en caso del triunfo de Kerry. Es la variante del “mejor es malo conocido que bueno por conocer”, pero considerándolo “bueno” y “uno de los nuestros”.
A pocos días de las elecciones el activismo anti-Bush ha quedado reducido a las soterradas opiniones de algunos líderes europeos que poco pueden disimular su incomodo con el presidente de los Estados Unidos, mientras en los más influyentes medios de comunicación los columnistas y editorialistas dan rienda suelta a su rechazo al actual inquilino de la Casa Blanca. Los que lo apoyan han visto sus argumentos desarmados paulatinamente por las sucesivas cadenas de escándalos y revelaciones, comenzando por la política de torturas y vejaciones a los prisioneros, siguiendo por la inexistencia de armas de destrucción masiva bajo el régimen de Sadam Husein y terminado con la patética sensación de inseguridad en el propio Irak ocupado.
En América Latina la imagen y la percepción de los Estados Unidos siempre han sido ingredientes consustanciales de la búsqueda de la identidad, tomando al gigante del norte como modelo o amenaza. En Europa el sentimiento general ha oscilado entre la atracción por ciertos aspectos de la cultura americana (que se percibe con un halo de universal) y la admiración por su técnica, su eficiencia empresarial, y en cierto modo como una distante utopía europea donde se podían sublimar los anhelos de una vida mejor dejando atrás un continente sumido en guerras religiosas, hambre e intolerancia. Esa sutil atracción dejó de tener base con el final de la Guerra Fría y el agotamiento del agradecimiento europeo por el apoyo norteamericano a la liberación de Europa de las garras del nazismo y la protección suministrada ante la amenaza soviética.
En ese crucial momento de transición llegó el 11 de septiembre y lo que se percibe como senda errónea del gobierno norteamericano. Nada tiene de extraño, por lo tanto, que los sentimientos antinorteamericanos se hayan cebado inexorablemente en sectores de la extrema derecha (especialmente francesa), emparejada con el tradicional antagonismo de la izquierda radical.
Resulta especialmente significativo el leve triunfo de Bush en las preferencias de los rusos. Mientras un 48% se inclina por Kerry, el 52% lo hace por el presidente, avalando el favor proferido por el propio mandatario del Kremlin, Vladimir Putin, acosado por el peligro separatista y el terrorismo. La antigua enemiga acérrima de Ronald Reagan se siente ahora cercana a la ideología y política de fuerza de su más destacado sucesor. En contraste, el Partido Comunista de China ha dado apoyo a Kerry en un comunicado durísimo contra Bush.
Por otra parte, evidentemente alarmados por la posible reelección de Bush, algunos sectores innovadores de Europa incluso han adoptado técnicas de influencia electoral propias del contexto interno, como destaca el ejemplo del rotativo The Guardian que ha diseñado una campaña de cartas dirigidas a votantes indecisos en Ohio, tratando de convencerlos de que lo hagan por Kerry. No se sabe bien si esta idea tendrá el efecto bumerán, o si puede contribuir a inclinar la balanza.
Los observadores internacionales
En ese ambiente de aprehensión y expectativa internacional se inserta un experimento casi inédito protagonizado por las miradas que directamente seguirán los crudos mecanismos de la democracia norteamericana. Entre el volumen sin precedentes de polémicos detalles de los comicios más disputados de la historia, después de las elecciones de 2000, podría ser noticia, pero corre el riesgo de pasar desapercibida. El hecho es que la elección presidencial de los Estados Unidos de este 2 de noviembre será escrutada por un equipo de observadores internacionales bajo la autoridad de la Organización para la Cooperación y la Seguridad en Europa (OSCE). Una entidad formada para garantizar un mínimo de rigurosidad democrática en lo que se preveía sería una larga y penosa transición en la Europa del Este y la ya antigua Unión Soviética, insólitamente se encarga ahora de inspeccionar la rigurosidad del ejercicio democrático más antiguo del planeta. Alrededor del día de las elecciones un centenar de observadores y miembros de la Asamblea Parlamentaria de la OSCE se pasearán por todo el territorio de la Unión y al final emitirán su veredicto acerca del proceso.
La intervención de la OSCE tiene su origen en la confluencia de dos factores. Por un lado, la organización ya cuenta con una larga tradición de observar numerosos procesos electorales en un número cuantioso de sus 55 miembros. Para cumplir con esa función cuenta con un ejército de más de 10,000 observadores, que han estudiando ya más de 150 elecciones. Aunque su actuación pasa desapercibida en democracias de la Europa occidental con sistemas consolidados (apenas algunos especialistas recordarán que la OSCE estuvo presente en las recientes elecciones de marzo en España) y se especializa en monitorizar los comicios de democracias en transición, y sobre todo en países con graves carencias (como es el caso de Bielorrusia), tampoco ésta será la primera vez que examinen el proceso de votación en los Estados Unidos, aunque sí por primera vez en su variante presidencial. La OSCE ya estuvo presente en las elecciones parciales legislativas de 2002.
Por otro lado, la participación en las elecciones de este noviembre se debe también a una explícita invitación del Secretario de Estado Colin Powell, cursada este verano. El contexto de esta concreta petición fue la exigencia previa de un grupo de trece representantes demócratas en el Congreso quienes, temerosos de la repetición de la polémica elección presidencial de 2000 y el caos administrativo de Florida, mandaron una misiva al Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, el pasado julio, en la que le solicitaban la actuación del ente mundial para evitar el fraude electoral en el territorio de los Estados Unidos. Annan, prudente y legalista, declinó la invitación y adujo la excusa de que tal actividad debía proceder de una petición del propio gobierno norteamericano. La invitación alternativa de Powell a la OSCE llegó rauda al rescate de la rigurosidad del proceso. La observación internacional era el preludio de la seria advertencia del ex presidente Jimmy Carter en la que señalaba la amenaza de nuevo fraude en el proceso de Florida. Conviene recordar que en 2002 la OSCE ya mandó una decena de observadores en las elecciones parciales en Florida, e incluso el año pasado mandó dos observadores a la elección especial para gobernador de California que terminó con el triunfo de Arnold Schwarzenegger.
La misión de este año está encabezada por un equipo básico presidido por la diputada alemana Rita Suessmuth, quien está acompañada por representantes del Reino Unido, Canadá, la Federación Rusa, Bulgaria y Polonia. Aunque apenas unas semanas antes de las elecciones todavía no se había decidido oficialmente la ubicación exacta de su misión, se presumía que Florida sería uno de los territorios favoritos para su inspección. Su tarea estará situada con el trasfondo de un informe previo solicitado por el propio gobernador de Florida Jeff Bush, en el que se delinean algunos de los más importantes defectos del sistema imperante. Prácticamente todas las lagunas que llevaron al escandaloso empate de las elecciones de 2000 derivan paradójicamente de la naturaleza descentralizada del sistema norteamericano, en el que no solamente la reglamentación se deja al buen criterio de los estados, sino que en último término, las preferencias mecánicas son de la competencia exclusiva de los condados.
Así, por ejemplo, los defectos existentes señalan la ausencia de uniformidad en el sistema mecánico de votación (nada menos que seis métodos diferentes), carencia de instrucciones generales para proceder al recuento, ausencia de un diseño uniforme de las papeletas, errores en las listas, inexistencia de arreglos para el “voto provisional”, discrepancias en las reglas para el voto de residentes en el exterior, e incapacidad del sistema para incorporar el presumible alto volumen de nuevos votantes. Estos detalles técnicos se han visto agravados por el trasfondo histórico de que en muchos estados las trabas para la votación rigurosa y efectiva han tenido como víctima propiciatoria las minorías étnicas, especialmente los negros y los hispanos, precisamente los sectores que tradicionalmente han votado mayoritariamente por los demócratas. La misión preliminar de la OSCE constató la confirmación de los temores reinantes y se concentrará muy especialmente en el proceso de ejecución de las nuevas medidas incluidas en la nueva Help America Vote Act, llamada a garantizar la rigurosidad de los comicios en el futuro.
Aunque no hay confirmación al respecto de la existencia de otros experimentos procedentes del exterior, la organización Global Exchange, mediante su misión titulada Fair Election Internacional, pretende también inspeccionar los comicios. Aunque no ha recibido la invitación oficial, persiste en la consecución de su meta, y ya ha denunciado el negativo contexto en el que sus miembros (parlamentarios, diplomáticos y abogados) procedentes de 15 países, deben moverse. En un informe de medio centenar de páginas ya han dejado constancia de las carencias del sistema observado en cinco estados. En primer lugar, además de los obstáculos derivados de la complejidad mecánica del voto, sorprende que las máximas autoridades del control de la rigurosidad del proceso sean personas íntimamente ligadas a los partidos. En segundo término, denuncian que la privación del voto a ex presidiarios revela un prejuicio a las minorías negra e hispana. Irónicamente, se señala que los ex presos y los extranjeros están en una curiosa compañía de los privados del voto: los niños. Una encuesta entre 400.000 espectadores infantiles de una cadena de televisión especializada reveló que el 57% votaría por Kerry y el 43% por Bush.
Significativamente, los grupos de observación exterior están ya numéricamente superados por los más de 10.000 abogados que se han puesto en marcha para cuestionar la más mínima violación de las reglas electorales, en defensa de los derechos de uno u otro partido. Por otra parte, más de un millar de observadores (más del doble que en 2000) mandados por el gobierno federal vigilarán selectivos centros de votación, bajo la presión de las advertencias de los representantes de los partidos en cuanto al peligro de intimidación, destrucción de papeletas y obstáculos físicos de acceso a las urnas.
Conclusiones: Resulta difícil valorar el significado de la histórica misión de observación de la OSCE y la otras modestas acciones, y menos el impacto en la psique norteamericana de la preocupante imagen de la actual dirigencia. Se puede especular acerca de la presión sobre los votantes indecisos a recapacitar a la vista de la negativa imagen de la actual política norteamericana, y decidan inclinar la balanza por Kerry, pero no se descarta el efecto contrario. En un reflejo nacionalista, los que hace semanas no se habían decidido por respaldar al presidente, pueden resolver darle un voto de confianza, aunque sea por enmendarle la plana al resto del planeta. Difícil resulta detectar la posible incidencia de la misión de observación de la OSCE pero, en todo caso, cualquiera que sea el resultado, su propia existencia deriva del desastre de 2000 que ayudó a situar el sistema de los Estados Unidos en su justa medida.
Anteriormente, ayudado por el propio formato de la elección presidencial (el colegio electoral magnifica el triunfo de lo que ha sido relativamente una mayoría modesta), al no tener necesidad de contar el número exacto de votos, dejaba al electorado en una posición de confianza. El empate y la incertidumbre de noviembre de 2000 causaron un trauma del que los estadounidenses apenas se han recuperado. Además, los acontecimientos derivados del 11 de septiembre de 2001 han coadyuvado a cuestionar la legitimidad de la presidencia. Si la historia sirve de algo, de los errores pueden el electorado y el sistema recibir una lección y al mismo tiempo prestar un claro servicio a la democracia en general. No será fácil que los norteamericanos encajen con humildad el golpe, pero tampoco imposible. Se juegan mucho. En cualquier caso, la decisión la tomarán los votantes legales de los Estados Unidos, profundamente divididos, alarmados y, sobre todo, influenciables por la campaña mediática y los debates que presidirán los días finales del proceso. En conclusión, la imagen exterior y las misiones de observación se verán como unas notas al pie, aunque importantes como documento, de lo que es un proceso íntimo e interno.
Joaquín Roy
Catedrático Jean Monnet y Director del Centro de la Unión Europea de la Universidad de Miami