Tema: Se trata de ordenar la incompleta información que nos llega de Irak para evaluar la situación y analizar las distintas soluciones sobre las que se debate internacionalmente.
Resumen: Los saqueos como pórtico de la paz han dejado una herencia deplorable. La situación militar y de seguridad va empeorando, con una escalada de las acciones terroristas en intensidad, objetivos y ámbito geográfico. La población sigue abominando de los autores de los atentados pero responsabiliza a los americanos y va perdiendo la paciencia con la ocupación. El restablecimiento de los servicios avanza, superando enormes obstáculos. Ante este panorama se propone la internacionalización de Irak, con un papel predominante de las Naciones Unidas, la rápida iraquización del gobierno del país, y un incremento sustancial del esfuerzo americano. No son soluciones incompatibles entre sí y cada una por separado presenta problemas sumamente complejos.
Análisis: La situación ha ido empeorando en Irak y lo único claro es que nos hallamos ante un proceso largo de pacificación y reconstrucción cuyo futuro es incierto, en el cual las enormes dificultades de la primera fase pueden pero no tienen necesariamente porqué determinar el resultado final, en principio todavía lejano.
Por otro lado, las informaciones de prensa se concentran en lo negativo, preferentemente en lo catastrófico, siguiendo el criterio de que no son noticia más que las malas noticias, reforzado por el componente ideológico de antiamericanismo o de oposición a la guerra.
Además, la información que emana de fuentes oficiales americanas es parca e incompleta, como corresponde a una administración con tendencia al secretismo. Sus esfuerzos para resaltar los progresos realizados por la autoridad ocupante son descartados como pura propaganda y encuentran escaso eco en los medios de comunicación, que buscan noticias más truculentas, nada difíciles de encontrar en el Irak actual, liberando a las autoridades americanas del acoso propio de la prensa para obtener otras informaciones no menos importantes pero con menor sex appeal mediático.
El resultado es que es difícil formarse una idea razonablemente fiable de cuál es la situación que vive ese desgraciado país y de cuáles son sus perspectivas, lo que no hace sino resaltar la importancia de intentar presentar un balance, reuniendo, ordenando y sopesando todos los datos conocidos y tratando de identificar las lagunas más significativas.
Quizá lo más grave que se puede decir es que en algunos aspectos esas lagunas del conocimiento público las padece también la administración americana, de Bremer a la Casa Blanca pasando por el Pentágono, lo cual está bastante claro en lo que se refiere a la resistencia, el más importante de los agujeros negros iraquíes. Quién o quiénes la forman, cómo está organizada, cuáles son sus efectivos, su financiación, su equipamiento. La inteligencia es un factor clave en una lucha de ese tipo e inteligencia es lo que escasea.
El fallo originario puede remontarse al planteamiento mismo del conflicto. Es muy propio del estilo americano de hacer la guerra separar por completo la actividad bélica de la paz. En este caso, al menos, se crearon ciertas estructuras administrativas encargadas de gestionar el país tras la victoria, aunque con medios muy limitados. Pero el gran fallo reside en no haber previsto la posibilidad de una situación como la que se está produciendo, fallo en el que incurrieron todas las partes de la polémica que precedió el inicio de la acción militar.
Los opositores a la guerra preveían una resistencia armada efectiva y prolongada, que elevaría el número de víctimas a cientos de miles, llevaría al arrasamiento de ciudades al estilo de Grozny o Vukovar, provocaría millones de desplazados, daría lugar a una intensa destrucción de las infraestructuras del país y a catástrofes ecológicas, como la voladura de presas con la correspondiente inundación de grandes zonas densamente pobladas y agrícolamente ricas, y el incendio de cientos de pozos de petróleo con una espesísima nube negra sobre miles de kilómetros cuadrados. Nada de eso sucedió y la infraestructura quedó prácticamente intacta, sólo que resultó estar mucho más deteriorada de lo que desde fuera se podía imaginar.
Saqueos, seguridad ciudadana y legitimidad
Lo que nadie previó, ni partidarios ni enemigos del derrocamiento de Sadam, fue lo que a continuación tuvo lugar, empezando por los devastadores saqueos que crearon una pavorosa inseguridad ciudadana que hasta hoy no se ha conseguido restablecer plenamente y que le dieron la puntilla a los sumamente frágiles sistemas de servicios públicos. Este extraordinario fenómeno se produjo desde el instante mismo de la desaparición del régimen y con la misma rapidez ahogó en zozobra el júbilo de una gran mayoría de iraquíes por su liberación.
En ese mismo momento, los americanos perdieron la primera gran batalla de la paz y con su pasividad cometieron quizás el más importante error de la posguerra que en ese momento comenzaba, agigantando enormemente la tarea de la reconstrucción y dilapidando el capital de entusiasmo público que tanto necesitaban para legitimar una guerra tan discutida precisamente desde el punto de vista de sus fundamentos jurídicos y morales. Desde este ángulo, el impacto de los saqueos es comparable al del desvanecimiento de las armas de destrucción masiva.
Como las consecuencias de las acciones de unos y la inhibición de los otros están tan vivas y el nivel de delincuencia común sigue siendo alto, no se puede relegar el fenómeno a la historia y es un buen punto de partida para el análisis de la situación actual.
No se ha dado hasta ahora una explicación oficial de la actitud de las tropas invasoras que apenas intervinieron para atajar los saqueos y a pesar de la importancia de éstos el tema no ha sido objeto de investigaciones periodísticas o académicas.
¿Por qué ese error por parte americana? Desde luego, en primer lugar, porque no lo habían previsto, no estaban preparados para ello y es muy difícil para una maquinaria tan dura y pesada como es un ejército, hacer algo para lo que no se ha preparado. Podemos ver, por otro lado, en esa pasividad, un dilema esencial al que se enfrenta cotidianamente la autoridad ocupante. En parte nada pequeña, los saqueos eran una muestra genuina, por aberrante que fuera, de la explosión de ira contra el régimen derribado. Había sido el dueño absoluto de todo y ahora los estratos más desfavorecidos y menos ilustrados intentaban resarcirse. En el estado de ánimo en que se encontraban sólo se hubiera podido contenerlos, por parte de un ejército combatiente, a costa de un copioso derramamiento de sangre. Esto hubiera vuelto inmediatamente a las víctimas en contra de los invasores, incluyendo a muchos de los que se sintieron aterrados por los saqueos.
Esa contradicción, exigir seguridad pero no querer pagar el precio, está presente a diario en las tareas de gobierno de la gente de Paul Bremer, y una muestra más se ha podido ver en el atentado contra el Ayatolá al-Hakim del viernes 29 de agosto en Nayaf, en el que él y otros 83 perdieron la vida. Los chiítas culpan a los americanos por no proporcionarles seguridad, pero previamente se oponen de manera absoluta a que haya soldados infieles en los aledaños de sus santuarios más sagrados.
Puesto que no fueron detenidos, poco sabemos de los saqueadores, pero es seguro que estaban formados por al menos tres elementos. Sin duda una masa popular que actuó espontáneamente pero que en su primitivismo era susceptible de ser manipulada por otros bien organizados y con una agenda política definida. En segundo lugar, un elevado número de delincuentes comunes que habían sido liberados en masa de las cárceles iraquíes, que Sadam vació poco antes de la guerra, en una iniciativa que nunca ha sido adecuadamente explicada. La inmensa mayoría sigue en la calle. Si a ellos se les suma los espontáneos que por necesidad o gusto se han apuntado a ese género de vida, tenemos el gran número de alibabás, como son popularmente conocidos, que crean el grave problema de orden público que el país está viviendo, para desesperación de la mayoría de sus ciudadanos.
En tercer lugar hay que contar con la acción de los elementos de los servicios secretos del régimen que azuzaron al pueblo a crear caos e inseguridad y destruir servicios públicos e infraestructuras, mientras ellos aprovechaban la situación para hacer desaparecer sistemáticamente los archivos de un régimen hipercentralizado y minucioso en sus sistemas de control de la población. Otra trampa insalvable tendida a los vencedores a la hora de organizar el gobierno del país y combatir a los elementos del antiguo régimen que han vuelto a la lucha por la vía del terrorismo.
Así pues, los americanos no supieron ni pudieron hacer frente a un fenómeno que nadie fue capaz de prever y que ha resultado costosísimo en varias cuentas al mismo tiempo: la de la reconstrucción, la de la efectividad en la lucha contra la resistencia, la de la aceptación popular de la administración del país por parte de los ocupantes. Estos tres aspectos se imbrican entre sí, cada uno depende de los otros y es clave para el éxito de los demás, pero en último término la clave de las claves y la medida del éxito se haya en las actitudes de los iraquíes.
El estado de la opinión
El primer problema con el que nos encontramos a la hora de analizar las reacciones del pueblo iraquí es su heterogeneidad. Los árabes, suníes y chiítas, han desarrollado un sentido nacional y se identifican con el país, al cual, cada una de las dos comunidades aspira a dominar. Los primeros, a pesar de no contar con más de una quinta parte de la población, porque lo han hecho a lo largo de la historia y consideran que el país es suyo y ven cualquier cambio en la distribución étnica del poder como usurpatorio y amenazador. Esa amenaza proviene de los chiítas que, constituyendo el 60 %, consideran que ha llegado la hora de tomarse el desquite de siglos de humillación. Los kurdos, sunitas, sin la más leve solidaridad con sus correligionarios árabes, están divididos a grandes rasgos en dos grupos tribales, tenuemente enlazados por la fuerte identidad étnica y el común resentimiento contra sus dominadores de Bagdad, con los que, sin embargo, una facción ha solido aliarse contra la otra. Para ellos Irak es un mal menor, ante la imposibilidad geopolítica de la independencia y sólo desean su cuota de poder como defensa de la más amplia autonomía posible.
Un cálculo anterior a la guerra que sí se ha revelado exacto es el que preveía que kurdos y chiítas celebraría la caída de Sadam de forma casi unánime, mientras la minoría sunita se escindiría más o menos por la mitad. Dada la confusión reinante en el área sunita es difícil cuantificar el estado de su opinión. Las actitudes de los otros dos grandes componentes étnicos no ofrece lugar a dudas, pero así como los kurdos se han convertido en firmes aliados de los americanos, mientras las condiciones no cambien, los chiítas no han tenido tiempo para dar las gracias y han querido apropiarse de la victoria inmediatamente y sus líderes y facciones se han lanzado a una puja por el poder. Eso no excluye que sean conscientes del desastre que sobrevendría si las tropas ocupantes se retiraran de la noche a la mañana, de ahí que las facciones más poderosas estén jugando la baza de una cierta colaboración muy cauta con los americanos mientras que las más débiles y menos escrupulosas apuesten por medrar azuzando el sentimiento religioso-nacional contra los ocupantes y confinando a sus rivales en una incómoda posición de colaboracionistas. El hecho de que nadie descarte, aunque no sean los principales sospechosos, que una de estas facciones pueda ser la autora del atentado contra el Ayatolá al-Hakim, revela la rudeza del enfrentamiento.
En Irak han comenzado a realizarse encuestas de opinión que nos permiten un acercamiento a lo que piensan los iraquíes un poco más preciso, o en todo caso menos impreciso, que las pinceladas impresionistas, pero también valiosas, de los corresponsales de prensa. Contamos con otros instrumentos, como el estudio “Governing Irak”, publicado por el International Crisis Group (ICG) en su sitio web el 25 de agosto, elaborado a base de docenas de entrevistas llevadas a cabo en mayo y junio.
En conjunto, la imagen que podemos tener es que fuera de los beneficiarios directos del sistema de poder baasista, básicamente los que estaban en nómina, muy pocos echan de menos el régimen derribado y no se hacen cuestión de la guerra. Sin embargo, la mayoría hacen responsables a los americanos de los males que los afligen, no sólo en el sentido genérico de que como única autoridad asumen la competencia de todos los asuntos públicos sino en el mucho más comprometido de culpables de todo lo que no va bien. Como generalidad se puede afirmar, como resultado de encuestas y estudios, que los iraquíes les han concedido a los americanos el beneficio inicial de la duda y los aceptan como una necesidad temporal, pero esta aceptación se va erosionando en la medida en que la seguridad, los servicios públicos y el empleo no mejoran. En palabras de ICG “sólo una minoría -perteneciente principalmente a grupos políticos religiosos- expresan abiertamente satisfacción por las pérdidas que experimentan las fuerzas US/UK. Hasta ahora, el descontento por la actuación de las fuerzas ocupantes se ha traducido en la demanda de mejores resultados, no de su retirada”.
Terrorismo y sabotaje
La seguridad presenta dos aspectos. Por un lado, el alto nivel de delincuencia que ha legado la guerra y la desaparición del régimen totalitario, lo que afecta a las grandes ciudades, sobre todo a Bagdad, e incluso a las carreteras, pero muchísimo menos a pequeñas urbes y al mundo rural. Por otro lado están las acciones de sabotaje y terrorismo de la insurgencia. No se puede hablar propiamente de una guerrilla, pues no se trata de unidades que combatan, sino de francotiradores y de bombas que hacen explosión. Es en este aspecto, que absorbe toda la atención de los corresponsales, donde la situación no ha dejado de empeorar.
Sólo a mediados de junio el nuevo jefe del Mando Central (CENTCOM), el general Abigail, reconoció la magnitud del problema, designándolo, no muy propiamente, como guerrilla. En esos primeros meses las acciones iban dirigidas a causar bajas en las tropas americanas y a retrasar y desbaratar el esfuerzo de restablecimiento de los servicios públicos. Esas acciones estaban limitadas casi exclusivamente al triángulo sunita, que tiene como base meridional Bagdad y desde ahí se extiende hacia el Este y más profundamente hacia el Oeste (frontera con Siria), para confluir desde los extremos de esa base sobre Tikrit, la ciudad de Sadam, como extremo septentrional.
Hasta avanzado julio estaban consiguiendo producir una baja americana cada dos días y medio. Desde entonces la esperanza de que la muerte de los hijos de Sadam hubiera asestado un duro golpe a la insurgencia se ha visto defraudada. Ha aumentado un poco el número de los ataques, en torno a una media de unos catorce diarios, llegando algunos días a las dos docenas, pero sobre todo se han expandido los objetivos y el área geográfica. A finales de agosto, la media de bajas se está acercando a una diaria, dejando fuera del cómputo los números más bajos anteriores que rebajarían esa media, han aumentado los ataques contra infraestructuras básicas para la recuperación económica del país, como cuatro atentados sucesivos contra el oleoducto que lleva el petróleo de Kirkuk a Turquía, consiguiendo interrumpir la exportación en el momento mismo en el que se iba a reanudar. Estamos hablando del Norte kurdo, fuera del triángulo sunita. En esta zona ha aparecido a finales de agosto otra forma de violencia, políticamente peligrosísima: los choques étnicos entre kurdos y la minoría turcomana, nombre por el que son conocidos los turcos locales.
También ha habido algunos ataques contra las tropas británicas en el Sur chiíta, en Basora, y protestas violentas por la escasez y carestía de gasolina o los cortes de energía eléctrica. El 7 de agosto, los terroristas atentaron contra un objetivo extranjero de gran significación: la embajada de Jordania, país vecino y vital para las comunicaciones de los iraquíes con el mundo. Jordania ha acumulado resentimientos por parte de todos los bandos. Para la mayoría, por haber sido un soporte de hecho del régimen de Sadam y para los partidarios de éste, por haber cooperado con los invasores.
Este atentado, que se saldó con 17 muertos, fue pronto superado por las 23 víctimas del día 19 contra la sede de Naciones Unidas en Bagdad, que tiene el tremendo significado de que nada está a salvo de la furia de los que quieren hacerse con el poder por la violencia, y la ventaja, para ellos, de que atacando la bandera azul atacan a todas las del mundo y envían un inequívoco mensaje universal, rápidamente captado por organismos internacionales (Banco Mundial, FMI) y ONGs instaladas en Bagdad para cooperar en la reconstrucción. Han empezado a retirarse o a reducir su presencia en el país. Conviene tener presente que estos organismos ya habían sufrido bajas individuales en atentados contra su personal.
Sólo unos días después, el 29 el atentado de Nayaf supera en carga mortal y posibles implicaciones a sus inmediatos predecesores. En el Vaticano chiita, contra una de sus más altas jerarquías, esta acción puede alternativamente llevar al paroxismo las tensiones entre las dos ramas islámicas o entre las facciones chiítas. Difícil decir qué sería peor.
Éste es el panorama en este momento. La lucha contra la insurgencia es la prioridad absoluta, que condiciona los otros temas que no deben descuidarse: seguridad ciudadana, restablecimiento de los servicios, recuperación económica y por supuesto el tema político por excelencia y objetivo final, la devolución de la soberanía a los iraquíes con un régimen que suponga un progreso hacia la democracia y la seguridad regional.
La lucha contra la insurgencia es ante todo un problema de inteligencia, en segundo lugar de efectivos numérica y cualitativamente adecuados. La mejora de inteligencia requiere colaboración del pueblo. Sin duda existe. La paulatina caída de las “cartas” de la baraja de elementos más buscados lo demuestra. Muchas operaciones de las tropas ocupantes se han basado en información de buena calidad. La infraestructura de inteligencia va mejorando pero es imposible saber si al ritmo y de la manera más adecuada, por ser éste el reino mismo del secreto.
A mediados de agosto se difundió la noticia de que las autoridades militares están utilizando los servicios de agentes del régimen de Sadam. La valoración de esta noticia pone de manifiesto toda la ambivalencia de la situación, ya apuntada más arriba. Resulta al tiempo inquietante y tranquilizador. Lo primero no sólo por las implicaciones morales sino también políticas. En el remolino de rumores y teorías conspirativas al que el mundo árabe parecen ser tan aficionado, muchos iraquíes creyeron que la rápida caída del régimen fue debida a connivencia de sus jerarcas, al menos los jefes militares, con los invasores. Y algún fundamento tenía el rumor, pues los americanos trataron por todos los medios de negociar. La captura de los hijos de Sadam fue importante para contrarrestar ese rumor. Pero el entendimiento con elementos del régimen anterior, algunos de ellos bañados en sangre, no puede menos de inquietar a los iraquíes. Por otro lado, en la situación en que se encuentra el país y la autoridad ocupante se necesita adquirir inteligencia de donde sea, aunque no a cualquier precio moral o político.
El problema empieza porque ni siquiera se sabe con alguna exactitud quiénes son los opositores armados. No hay dudas de que son bastante heterogéneos, pero el peso de cada uno de los componentes y sobre todo las relaciones entre ellos son en alto grado desconocidos. Se da por supuesto que el contingente de mayor envergadura los forman los restos de los servicios de seguridad de Sadam así como otras organizaciones que eran parte integral del régimen, como los fedayin Sadam y la elite militar de las unidades profesionales.
De los extranjeros que por antiamericanismo islamista o panarabista entraron durante la guerra para luchar contra los invasores parece que son más los que tratan de escapar de la trampa en la que se han metido que los que se han sumado a la insurgencia. Sobre los que siguen entrando la información es escasísima y fácil de mitificar. Unos pocos cientos de miembros de Ansar el Islam, fundamentalistas vinculados a al-Qaida, cuyos campamentos en el Norte de Irak habían sido desbaratados durante la guerra, han vuelto a entrar desde Irán, pero en general la presencia de islamistas internacionales no debe ser todavía muy alta, e inferior a los locales, pero imposible de evaluar en ambos casos, como tampoco lo es el grado de colaboración con las gentes de Sadam, e incluso el grado de coordinación entre estos últimos. Deben actuar en células autónomas pero con coordinación zonal y alguna central. Está por ver, y es una última esperanza, si la caida de Sadam produciría una desmoralización y descoordinación que afectase seriamente a su capacidad. El nacionalismo panárabe o iraquí es también un factor que ha llevado a algunos hacia la guerrilla o protoguerrilla. Ha habido casos en que un grupo de amigos impulsado por un común aborrecimiento de los ocupantes, han improvisado un atentado ocasional. Otros grupos se han valido de delincuentes comunes o pandilleros de barrios bajos. El hecho de que el precio de la cabeza del soldado americano haya subido de 500 a 5.000 dólares debe ser un indicio, de ser cierto, de que ese tipo de reclutamiento se está haciendo más difícil.
El objetivo del movimiento insurreccional es doble. Apunta, por un lado, a socavar el esfuerzo de guerra en los propios Estados Unidos. Sadam dijo en 1990 que América no sería capaz de soportar 10.000 bajas, afirmación que no ha podido someter a prueba porque ni entonces ni en la reciente guerra fue capaz de infligírselas. El movimiento actual es su nuevo intento de ver hasta donde llega el aguante de su encarnizado enemigo. El segundo objetivo, como en todos los fenómenos de su misma naturaleza, es volver a la población contra los ocupantes, tratando de provocar represiones indiscriminadas y toda clase de penalidades de las que el pueblo termine culpando a la potencia extranjera.
Hasta ahora los resultados en ambos sentidos son relativamente pobres pero no nulos. Aunque el índice general de aprobación del presidente Bush ha ido acercándose a la baja al 50%, su gestión de la guerra es aprobada por el 59% y casi el 70% de los americanos consideran que no deben retirarse de Irak hasta que el país esté pacificado. En cuanto a los iraquíes, una clara mayoría sigue abominando de los terroristas, pero su paciencia respecto a los ocupantes va deteriorándose. Su actitud se relaciona también con las penalidades de la vida diaria. En ese sentido ha habido indudables progresos en el restablecimiento de la electricidad y el agua, los hospitales y las escuelas, en algunos casos por encima del nivel anterior a la guerra, pero esos avances están sometidos al continuo hostigamiento de terroristas y alibabás y las escuelas de poco sirven si las familias no se atreven a dejar a sus hijas circular por las calles.
Soluciones y perspectivas
Ante este panorama, el debate público ha ido decantándose en tres direcciones respecto a lo que debería hacerse para salir del atolladero. Podríamos sintetizarlas como: internacionalización, iraquización y más soldados. No se trata necesariamente de propuestas incompatibles, pueden tener muchos aspectos complementarios.
1.- La internacionalización es la propuesta más polémica y vidriosa. Viene a ser casi sinónimo de darle un papel mucho mayor, prácticamente directivo, a Naciones Unidas. Llama la atención que en el momento en que el peor atentado de toda su historia pone en entredicho la presencia del organismo internacional en tan peligroso escenario, arrecien las propuestas de intensificación de su papel. Se supone que la gran virtud de la transferencia de responsabilidades es dotar a toda la empresa de una legitimidad de la que carece. Sin duda podría añadir un plus de legitimidad pero las resoluciones 1483 y 1500 ya han dado pasos en ese sentido sin convencer en absoluto a los que recurren al terrorismo como instrumento para alcanzar sus objetivos. Ya han votado en contra de manera contundente.
Tampoco los iraquíes en general tienen muy buena opinión del alto organismo. Como el resto de los árabes, lo consideran un instrumento del poder americano. Si en otras partes del mundo se le atribuye a la ONU la virtud de no haber autorizado la guerra, para los árabes que ven imperialismo en toda la política americana lo significativo es que no la impidió. Para las gentes de Irak se trata de los que han estado administrando sus riquezas desde que Sadam aceptó a mediados de los noventa el programa de alimentos por petróleo, perpetuando un embargo en el que el pueblo tenía que pagar por los pecados del déspota que los tiranizaba, mientras que éste veía reforzado su poder interno y su fortuna personal.
Otra objeción no menos importante es la que se refiere a la efectividad. Nunca Naciones Unidas, como tal, se ha visto empeñada en la empresa de combatir un movimiento insurreccional y no se entiende qué pueden hacer más y mejor que Estados Unidos. Superan a las mayores ONGs en su capacidad de aportar ayuda humanitaria y en ese sentido su contribución es bien recibida por los americanos. Pero diluir la responsabilidad de la gestión de un problema de una magnitud tan grande en un comité mundial formado por miembros con intereses encontrados y con contribuciones irrelevantes para la magnitud del esfuerzo, puede ser muy bien la fórmula del desastre.
No olvidemos por último que muy por encima del conflicto iraquí, el Consejo de Seguridad de la ONU ha sido el escenario de una pugna geopolítica de ámbito mundial, el intento de formar una coalición antihegemónica que realzase el papel internacional de Francia y sirviese para contrarrestar el poder americano. En la medida en que los bandos implicados en ese enfrentamiento busquen la reconciliación y abandonen ese conflicto se puede llegar a acuerdos en Naciones Unidas que faciliten la labor de pacificación, reconstrucción y democratización de Irak. En la medida en que nos adentremos en nuevos episodios de esa gran pugna internacional, el fracaso está servido.
2.- La iraquización es en definitiva el objetivo final de todo el proceso. Ese fin ¿puede ser también un medio de sí mismo? Si lo fuera suscitaría la unanimidad de partidarios y enemigos tanto de la guerra como de la ocupación y tanto interiores como exteriores. Todo es una cuestión de ritmo. Cuánto poder en cuánto tiempo. Y la gran dificultad está en quiénes van a recibir esas atribuciones. ¿Podría la transferencia de poderes reales desencadenar una lucha de todos contra todos? ¿Cómo se pueden organizar elecciones en la situación actual? ¿Qué se puede hacer para que por un lado el país no se desintegre y por otro no sea dominado por chiítas sedientos de desquites históricos? ¿Cómo se puede evitar que un poder chiíta incremente desproporcionadamente la influencia iraní? Y ¿cómo se puede conseguir que el resultado final represente un avance en dirección a la democracia, y no a una teocracia fundamentalista? Ninguna de estas preguntas tiene una respuesta fácil y sencilla y olvidarlas no simplifica las cosas.
3.- La tercera propuesta es más soldados y en general mayor esfuerzo, también civil y económico, por parte de los americanos y quienes quieran ayudarles. En realidad, la primera, la internacionalización bajo manto onusiano, presupone también mayores contribuciones internacionales en soldados, dinero y cooperantes. Pero es más que dudoso que esas contribuciones tengan la suficiente importancia como para pesar decisivamente en el colosal esfuerzo que es poner a Irak en pie. En cuanto a los europeos, sus contribuciones militares, salvo los ingleses que ya están, no pueden ser más que marginales. Lo mismo en medios económicos.
Conclusión: Sólo los americanos están a la altura de la tarea, pero la carga que tendrán que asumir resulta pesada incluso para sus poderosos hombros. De momento todavía la administración se debate entre la tentación de desempeñar la tarea a lo barato y la conciencia de que lo que se juegan es verdaderamente trascendental para la estabilidad en Oriente Medio, para la gran guerra contra el terrorismo y para el papel de Estados Unidos en el mundo.
Manuel Coma
Investigador Principal, Área Defensa y Seguridad
Real Instituto Elcano