Tema: Tras reducirse el número de candidatos después del “Super Martes”, los observadores podrán centrar más su atención a partir de ahora en lo que una presidencia de McCain, Clinton u Obama supondría en política exterior.
Resumen: Después de casi un año de campaña política, las esperadísimas primarias del “Super Martes” han clarificado finalmente la competición por la elección presidencial. Las elecciones generales propiamente dichas no tendrán lugar hasta el 6 de noviembre, dentro de casi nueve meses, pero ya es seguro que el candidato republicano será el senador John McCain, y el candidato demócrata será o bien Hillary Rodham Clinton o Barak Obama. Al reducirse el número de candidatos, los observadores dentro y fuera de EEUU podrán prestar mayor atención a lo que significará la presidencia de McCain, Clinton u Obama en términos de política y especialmente en asuntos exteriores.
Análisis: Durante el último año, los tres candidatos han manifestado sus opiniones políticas en discursos, debates y documentos de posición, así como en artículos publicados en la prestigiosa revista norteamericana Foreign Affairs (el artículo de Obama fue publicado en el número de julio/agosto de 2007 en tanto que los de Clinton y McCain se han publicado en el número de noviembre/diciembre de 2007). Sin embargo, discursos y artículos de este tipo tienden a ofrecer declaraciones muy generales y las suelen escribir los consejeros de los candidatos, más con un objetivo de campaña que como expresiones de su política. Es más, una vez que el candidato gana las elecciones estas opiniones escritas pueden tener una limitada relevancia cuando el nuevo presidente comienza a enfrentarse a inesperados y acuciantes asuntos que no se han puesto de manifiesto durante la campaña electoral. El mejor ejemplo reciente puede encontrarse en la presidencia de George W. Bush, quien en sus discursos electorales originales y en los escritos de su principal consejera, Condoleezza Rice, había abogado por un papel menos enérgico de EEUU, una mayor humildad en política exterior y cierta renuencia a la hora de contribuir a la “construcción de naciones”. Sin embargo, los atentados terroristas del 11 de septiembre de 2001 presentaron repentinamente amenazas a las que respondió la Administración Bush con políticas necesariamente muy distintas a las anticipadas antes de las elecciones del año 2000.
En muchas elecciones presidenciales, las posiciones de los candidatos sobre los asuntos mundiales son menos importantes en sus especificidades que en lo que revelan sobre la capacidad de asumir el peso del cargo presidencial y proteger la seguridad y los intereses nacionales de EEUU, sus amigos y sus aliados. Las palabras de los candidatos están dirigidas a los votantes ya que éstos están decidiendo sobre cuál de los aspirantes a la presidencia tendrá el carácter y el juicio para ofrecer un liderazgo efectivo tanto en la paz como en la guerra y para reaccionar con inteligencia ante impredecibles acontecimientos futuros.
Durante la Guerra Fría, la política exterior era muy importante para los votantes a la hora de sopesar los méritos de los aspirantes a candidatos. Por el contrario, tras la Guerra Fría, la política exterior dejó de parecer tan urgente y los votantes tendían a dar mucha menos prioridad a la cuestión, centrándose en cambio en la economía y en otros asuntos internos. Esto fue evidente en las elecciones presidenciales de 1992, 1996 y 2000. Sin embargo, en los años posteriores al 11-S, la política exterior ha resurgido como una prioridad tanto en las elecciones presidenciales como en las elecciones al Congreso, y pese a que las crisis financieras y la amenaza de una recesión han reavivado el énfasis en la economía, los asuntos de política exterior figuran de forma constante entre las preocupaciones más importantes de los votantes. Por ejemplo, las encuestas a pie de urna en el “Super Martes” en California mostraban que, junto con la economía, las cuestiones de Irak y el terrorismo siguen pesando en la mente de muchos votantes.
La política exterior continúa siendo por lo tanto un asunto electoral capital, pero se ve de forma muy distinta desde cada partido. Para muchos demócratas, esto significa principalmente una oposición a la guerra Irak, además de un deseo de ver la retirada de las tropas norteamericanas lo antes posible. Los demócratas suelen además preocuparse por lo que consideran el daño que se ha infligido a la imagen de EEUU en el exterior durante la presidencia de Bush y desean ver su prestigio restablecido bajo una Administración de Clinton u Obama. Sin embargo, los republicanos tienden a preocuparse mucho más por las amenazas a la seguridad nacional por parte del terrorismo, países hostiles o la proliferación de armas de destrucción masiva. La mayoría piensa que es esencial permanecer en Afganistán e Irak, así como mantener la guerra contra el terror islamista radical, y prefieren un candidato presidencial que comparta estas preocupaciones y tenga la altura política y la firmeza necesarias para perseverar.
Los candidatos presidenciales expresan sus puntos de vista en política exterior teniendo en cuenta estas consideraciones y lo hacen con la idea de que primero deben ganarse el apoyo de los votantes de su propio partido para asegurarse la nominación presidencial demócrata o republicana. Es decir, tiene un fuerte incentivo para atraerse las bases del partido, que son los votantes más activos y comprometidos en las elecciones primarias. Esto puede suponer que en un primer momento asuman posiciones que agradan ideológicamente a los fieles del partido –sobre todo demócratas liberales y republicanos conservadores– pero que quizá no tienen tanto éxito entre los votantes moderados e indecisos en las propias elecciones presidenciales. Se puede tomar como ejemplo el caso de Joseph Lieberman, senador por Connecticut y candidato demócrata a la vicepresidencia en las elecciones de 2000, cuando Al Gore aspiraba a la presidencia. En 2003-2004, cuando Gore decidió no intentarlo de nuevo, Lieberman sí se presentó, esta vez como precandidato demócrata a la presidencia. Sus posiciones moderadas en asuntos domésticos y en política exterior atraían a muchos votantes independientes y a algunos republicanos moderados, de tal forma que podía haber sido un contrincante potencial contra el presidente Bush en las elecciones de noviembre de 2004. Pero su apoyo a la guerra de Irak le perjudicó entre los votantes demócratas, la mayoría de los cuales ya se oponían a ella, y su candidatura acabó fracasando.
Con Hillary Rodham Clinton, los efectos de las maniobras políticas han sido bastante claros. Entre los 50 senadores demócratas con que contaba la cámara alta en octubre de 2002, ella estuvo entre los 29 que votaron a favor de una resolución que autorizaba el uso de la fuerza en Irak. Antes de la guerra, tres cuartas partes del público norteamericano y sendas mayorías en las dos cámaras del congreso (al igual que aproximadamente dos tercios de los países miembros de la UE y de la OTAN) apoyaban en un principio la decisión de utilizar la fuerza contra el régimen de Sadam Hussein. Por lo tanto, el voto de Hillary parecía no sólo reflejar la tendencia mayoritaria, sino que era lógico para un político que esperaba presentarse a la presidencia en el futuro y quería mostrarse firme y creíble en cuestiones de política exterior. Sin embargo, en los meses siguientes a la caída de Bagdad en abril de 2003, cuando los inspectores no lograban encontrar las esperadas armas de destrucción masiva e Irak sufría cada vez más el caos y una insurgencia con crecientes bajas estadounidenses, los demócratas se volvieron de forma decidida en contra de la guerra. Como muchos cargos demócratas, Clinton cambió de posición y criticó cada vez más la forma en que la Administración Bush llevaba la guerra. Sostenía que a ella y a otros congresistas les habían inducido a error en el tema de las armas de destrucción masiva.
Cuando empezó su campaña para llegar a la presidencia, en un principio Clinton apostó por la retirada paulatina de las tropas norteamericanas en Irak. Pero a medida que Barack Obama, quien ha criticada tajantemente la resolución de 2002 que daba luz verde a la guerra, surgió como su principal rival dentro del Partido Demócrata, Clinton se comenzó a pedir una retirada más rápida de los soldados. Aunque ella y Obama comparten posiciones similares ahora, lo hacen en términos generales y sin profundizar en las consecuencias para Irak y la región en general. En sus documentos de posicionamiento, ambos dan a entender que querrán que algún tipo de fuerza estadounidense residual permanezca en la región para hacer frente al terrorismo o a otras amenazas graves.
La senadora Clinton ha adoptado otras posiciones en política exterior, por ejemplo respecto a Irán, que también tienen como objeto atraer a la corriente mayoritaria en las elecciones de noviembre. Por ejemplo, estuvo con la mayoría de los demócratas en el Senado al votar a favor de una resolución que calificaba a la Guardia Revolucionaria de Irán como organización terrorista, mientras que Obama (que estuvo ausente de la votación) declaró que se oponía a la resolución. Pero a medida que la campaña de las primarias en el Partido Demócrata se intensificaba, Clinton se vio sometida a presiones para que adoptase posiciones que atrajeran más a las bases del partido y que respondiesen al reto que suponía la candidatura de Obama.
Por lo tanto, a estas alturas de la campaña presidencial, y a la hora de evaluar las posiciones de McCain, Clinton y Obama en materia de política exterior, es más útil considerar las orientaciones globales de los candidatos y los argumentos generales que estos expresan, que no realizar una exégesis detallada de cada palabra y cada discurso que pronuncian.
John McCain
John McCain ha hecho de la seguridad nacional el eje principal de su campaña. A grandes rasgos hace hincapié en la importancia de permanecer en la lucha contra los terroristas que amenazan tanto a la seguridad como a la libertad, a nivel global y nacional. En la cuestión de Irak, insiste en que es necesario aguantar y advierte que las consecuencias serán muy graves si EEUU se retira antes de que el país se haya estabilizado. Aunque apoyó la decisión de ir a la guerra, McCain también ha criticado la forma en que la Administración Bush y el ejército han respondido a la insurgencia. A finales de 2006 y principios de 2007, cuando cundía el pesimismo acerca de la situación militar en Irak, McCain era partidario acérrimo de la surge (“oleada”), la decisión no sólo de desplegar 30.000 efectivos adicionales sino también de transformar la manera en que se empleaba a las fuerzas de la coalición a fin de despejar amplias zonas de insurgentes y fuerzas de al-Qaeda y proporcionar seguridad real a los iraquíes, hasta que las fuerzas locales puedan hacerse cargo de esta tarea. La eficacia de la surge a la hora de reducir las bajas entre militares y civiles y permitir más estabilidad en Bagdad y otras ciudades importantes benefició enormemente la candidatura de McCain.
En términos más amplios, a McCain se le considera una persona con formación militar, experiencia y madurez como líder, y con una fortaleza de carácter demostrada al soportar torturas y años de prisión en Vietnam. Asimismo, tiene fama de ser algo heterodoxo en el sentido de no tener pelos en la lengua cuando está convencido de que no sólo sus rivales políticos sino miembros de su propio partido se equivocan en una cuestión importante que afecta a los ciudadanos. Así, no sólo se he opuesto a los que, en su opinión, apostaban por políticas que podían debilitar de forma peligrosa la seguridad de EEUU ante las amenazas de grupos terroristas de corte islámico o de líderes extranjeros peligrosos como el presidente iraní Ahmadinejad sino que, a diferencia de otros republicanos, también ha criticado la práctica de la tortura y ha apoyado leyes destinadas a combatir el cambio climático. Además, se muestra favorable al libre comercio y a realizar reformas en materia de inmigración. Se cree que en temas de política exterior consulta a figuras tan prestigiosas como George Shultz, Lawrence Eagleburger, Brent Scowcroft, Robert Zoellick y James Woolsey, y con intelectuales conocidos como Robert Kagan y William Kristol. En la campaña de McCain, el director para asuntos exteriores y de seguridad nacional es un veterano experto, Randy Scheunemann, ex consejero del Senado y del Departamento de Defensa.
Hillary Rodham Clinton
Hillary Rodham Clinton ha hecho hincapié en la importancia de restablecer el liderazgo y la imagen internacional de EEUU. Al igual que otros candidatos demócratas, ha criticado el unilateralismo de la Administración Bush. Ha planteado la necesidad de una cooperación mucho mayor con otros países e instituciones internacionales, y ha indicado la necesidad de tranquilizar a los aliados de EEUU en Europa y Asia. En su artículo publicado en Foreign Affairs, Clinton argumentaba que poner fin a la guerra en Irak es importante para que EEUU pueda recuperar una posición de liderazgo en el mundo, y votó a favor de una resolución que contempla la retirada de tropas norteamericanas de Irak a partir de marzo de 2008. En otros asuntos, Clinton ha adoptado posiciones parecidas a las de otros senadores demócratas de la corriente mayoritaria: a favor de la modernización militar, junto con un incremento en el tamaño del Ejército y la Infantería de Marina (Marine Corps), fuerte apoyo a Israel y una solución al conflicto entre Israel y Palestina que pase por el reconocimiento de dos Estados, oposición a que Irán obtenga armas nucleares e aprobación de incentivos para Teherán si colabora en este sentido, aprobación del Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares, poner fin a la dependencia de EEUU de las importaciones de petróleo y respaldo decidido a los derechos humanos. Clinton ha insistido en su largos años de experiencia en la vida pública, incluidos ocho años en la Casa Blanca durante la presidencia de su marido y casi ocho más en el Senado. Afirma que esta experiencia le capacita para conseguir sus objetivos en un complejo entorno de política nacional. Sus principales asesores en materia de asuntos exteriores reflejan dichos antecedentes, en el sentido de que entre ellos hay figuras importantes de la presidencia de Bill Clinton: la ex-secretaria de Estado Madeleine Albright, el antiguo asesor de Seguridad Nacional Sandy Berger, el ex-embajador ante la ONU Richard Holbrooke y un alto funcionario en asuntos de Oriente Medio, Martin Indyk.
Barack Obama
Barack Obama comparte en gran parte las posiciones de Clinton, pero con algunos matices. Señala que se opuso a la guerra de Irak desde el principio, y recuerda su oposición a la resolución original que el Senado aprobó en 2002, aunque todavía no era miembro de la cámara por aquel entonces. Obama cree firmemente en el compromiso internacional, y afirma que después de poner fin a la guerra de forma responsable EEUU no debe encerrarse en sí mismo. No descarta el uso de la fuerza para hacer frente las amenazas, pero insiste en que EEUU debe utilizar en primer lugar la diplomacia sostenida. El senador por Illinois afirma que EEUU no debe tener reparos en hablar directa e incondicionalmente con los líderes de Irán, Corea del Norte y Cuba (una postura que Clinton ha calificado de “ingenua”). Obama es partidario de mantener un fuerte compromiso con la seguridad de Israel, quiere detener la extensión de armas de destrucción masiva, apuesta por la actualización del Tratado sobre la no Proliferación de las Armas Nucleares, y respalda la idea de incrementar el Ejército en 65.000 efectivos y la Infantería de Marina en otros 27.000. Apuesta por una fuerte colaboración internacional para derrotar a al-Qaeda y asegura que es necesario seguir luchando contra esta organización terrorista.
Obama, de forma similar a Hillary Clinton, habla de restablecer los lazos con los aliados de EEUU en Europa y Asia. Quiere fortalecer los Estados débiles y ayudar a rehacer los Estados en situación de caos, apoya la idea de reformar la ONU y dice que tiene que haber colaboración efectiva entre todas las grandes potencias para abordar los asuntos globales acuciantes. Obama desea liberar a EEUU de su dependencia del petróleo de importación, promete una reducción drástica de las emisiones de monóxido de carbono y apoya de manera decidida los esfuerzos por combatir el cambio climático. Entre sus asesores principales figuran varios que ostentaron cargos en la Administración de Bill Clinton, incluyendo a Anthony Lake (asesor de Seguridad Nacional en la primera Administración Clinton), Gregory Craig (ex director de Planificación de Política en el Departamento de Estado), Dennis Ross (antiguo jefe de los negociadores en Oriente Medio), Ivo Daalder (Europa) y Susan Rice (una experta en África).
Sería un error centrarse demasiado en la diferencias entre Clinton y Obama en política exterior. Existen pero no son significativas. Clinton pone un poco más de énfasis en posiciones que pueden atraer a un electorado más amplio en unas elecciones generales, más que a votantes demócratas convencidos en las primarias, por ejemplo sobre el tema de Irán o en los plazos y las modalidades de una retirada de Irak. Sin embargo, a medida que Obama ganó impulso y la igualó en la carrera para la nominación demócrata, Clinton cambió sutilmente algunas de sus posiciones a fin de contrarrestar la forma en que el senador por Illinois atraía a las bases del partido. Mientras que los dos candidatos y sus partidarios a veces ponen el acento en sus desacuerdos en política exterior, en realidad los dos representan posiciones de demócratas liberales de la corriente mayoritaria, tal y como las reflejan los elites del partido en materia de asuntos exteriores y las mayorías demócratas en ambas cámaras del Congreso. Y ambos dicen perseguir la esquiva meta de acabar con la dependencia de EEUU del petróleo de importación. En última instancia, los desacuerdos entre ellos tienen menos que ver con política que con la personalidad, el carácter y el contraste entre la experiencia de Hillary Clinton y el carisma de Barak Obama y su llamamiento para que los norteamericanos superen sus antiguas diferencias por motivos de región, raza y partido político.
Conclusión: Una vez que los demócratas elijan a su candidato, en la contienda entre éste y el que será el candidato de los republicanos, el senador McCain, surgirán desacuerdos importantes. En una carrera entre Clinton y McCain, probablemente habrá debates encendidos sobre los logros de Bill Clinton en materia de política exterior. En las discusiones en torno a Irak saldrán a la luz los cambios en la posición de Clinton sobre la guerra, la cuestión de si la estabilidad política es factible, pese a los logros obtenidos en el plano militar durante la surge de las fuerzas norteamericanas, las consecuencias de una retirada de las tropas estadounidenses y la insistencia de McCain en que los intereses vitales nacionales de EEUU impiden una pronta retirada de las tropas. A McCain le criticarán por no proponer una fecha de salida de Irak, mientras que Clinton (y Obama) se enfrentará a la acusación de que su política abrirá la puerta a una guerra civil en Irak que puede beneficiar a al-Qaeda y amenazar la estabilidad de toda la región. En tal contienda electoral, Clinton haría más hincapié en el multilateralismo y la importancia de restablecer la reputación de EEUU y McCain señalaría la amenaza existencial que supone el terrorismo para la seguridad y la libertad de las sociedades libres. McCain insistirá en su experiencia, incluidas sus responsabilidades como jefe militar en un mundo peligroso, en tanto que Clinton seguramente argumentará que la Administración dirigida por su marido consiguió trabajar con otros países para resolver problemas comunes. Puesto que sólo una década les separa en cuanto a edad, el hecho de que McCain’s tenga ya 71 años probablemente no se plantee como un tema polémico en la campaña.
Una contienda entre Obama y McCain podría dar lugar a debates constructivos y de peso sobre sus principios y las genuinas diferencias existentes entre sus políticas. A los dos hombres se les respeta por su integridad y su disposición a cuestionar las ideas convencionales, incluso entre quienes están en desacuerdo con ellos. McCain atrae especialmente a los votantes cuya preocupación principal es la seguridad nacional. Su largo historial de experiencia, pero también su avanzada edad, contrastarían con la juventud relativa de Obama (tiene 46 años y fue elegido senador por primera vez en 2004), capacidad motivadora y potencial como líder. La falta de experiencia y logros de Obama a nivel nacional también será un tema de debate, al igual que la cuestión de si tiene la tenacidad necesaria para enfrentarse a peligros graves en el exterior. Su origen multirracial resultaría atractivo tanto en EEUU como en el exterior, al igual que el carácter, valor e integridad de McCain. Ambos candidatos seguramente no estarán de acuerdo sobre la capacidad de las instituciones internacionales, especialmente Naciones Unidas, de abordar los problemas urgentes del mundo, en contraste con el papel que EEUU puede y debe desempeñar junto con sus aliados. Al mismo tiempo, tendrían diferencias fundamentales sobre Irak. Sin embargo, el debate entre ambos suscitaría un enorme interés en las audiencias tanto nacionales como en el extranjero.
Robert J. Lieber
Profesor de Administración Pública y Asuntos Internacionales de Georgetown University