Tema
El ingreso de Finlandia y Suecia en la Alianza Atlántica abre las puertas del Ártico a la OTAN y convierte su flanco norte en un escenario estratégico para el futuro.
Resumen
El ingreso de Finlandia y el previsible de Suecia en la OTAN no cambian el equilibrio estratégico de la región a corto plazo, pero la apertura al Ártico sitúa la organización ante un escenario estratégico sometido a un proceso de militarización, asociado al revisionismo ruso y a su política ártica, y a otro de segurización, asociado a la competición geopolítica por los recursos y oportunidades que abre el deshielo. Para afrontar estos retos, la OTAN deberá dedicar más atención al flanco norte de la que le ha prestado en las últimas décadas y adaptar su postura militar a las nuevas circunstancias estratégicas.
Análisis
La entrada de Finlandia en la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) y la futura de Suecia han abierto un nuevo flanco en el noroeste de la Alianza Atlántica. Hasta junio de 2022, la OTAN contaba con un flanco, el oriental, que miraba a Rusia, y otro en el sur, que recorría todo lo demás desde Afganistán hasta el Magreb. La discontinuidad geográfica de la península Escandinava, entre Noruega y los países bálticos, evitó la configuración de un tercer flanco en el norte. El Concepto Estratégico de la OTAN de la Cumbre de Madrid erradicó la idea de flancos para prevenir la fragmentación estratégica y consolidar el concepto de una defensa en 360º. Sin embargo, los flancos se siguen utilizando para diferenciar los distintos escenarios de riesgo. Antes de la ampliación, el flanco norte abarcaba los teatros marítimos del Báltico y del Atlántico Norte. La ampliación duplica la frontera terrestre de la OTAN con Rusia (de 1.215 a 2.500 km) e incorpora toda la península Escandinava al Báltico, pero, sobre todo, asoma la OTAN al Ártico[1], una novedad que, de mantenerse las circunstancias estratégicas, geopolíticas y climáticas actuales, constituye un reto global para la Alianza en las próximas décadas.
La OTAN no ha vivido de espaldas al Ártico porque la seguridad ártica afectaba a sus Estados ribereños: Noruega, Estados Unidos (EEUU), Canadá, Islandia y los territorios de Groenlandia y Svalbard, pero la preocupación por la frontera terrestre con el Pacto de Varsovia y por las vías de comunicación marítimas del Báltico y del Atlántico Norte postergaron la relevancia estratégica del Ártico dentro del área de actuación del Tratado de Washington.
A la postergación también contribuyeron de modo significativo las dificultades climáticas para que las fuerzas armadas aliadas pudieran operar y, con el transcurso del tiempo, al desarrollo de un ambiente de cooperación entre los países ribereños debido a esas mismas condiciones para fomentar el salvamento y rescate, los estudios científicos, el medio ambiente y la explotación de los recursos. Fue precisamente la Rusia de Gorbachev la que institucionalizó la cooperación regional a través del Consejo Ártico en 1996 y, sus miembros se dedicaron a desarrollar acuerdos y consensos multilaterales y bilaterales que excluían a terceros de los asuntos árticos.
Debido a razones como las expuestas, el Ártico no figuró entre las principales preocupaciones aliadas hasta 2014, cuando la cooperación regional se resintió[2], aunque sin llegar a interrumpirse[3], tras la primera agresión rusa a Ucrania. El revisionismo ruso fomentó un proceso de tensión y militarización en la zona a la que coadyubaron el deshielo, la explotación de los recursos emergentes y el interés de potencias extrarregionalas como China. En ese ambiente, la presencia y actividades militares en la región se asociaron a la creciente confrontación geoestratégica con Rusia y geopolítica con China, dentro de una nueva lógica de “segurización”.
La ampliación de la OTAN y la emergencia del flanco norte consolidan esa lógica y colocan el Ártico entre las prioridades estratégicas de la OTAN de las próximas décadas.
No es, por tanto, una prioridad para la estrategia aliada a corto plazo porque haya que contrarrestar una amenaza militar inminente, pero sí lo es a mayor plazo si se quiere disuadir el uso de la fuerza para rivalizar por los recursos y oportunidades que ponga al descubierto el cambio climático.
La perspectiva rusa
La política ártica rusa va más allá de proteger su integridad territorial y sus intereses estratégicos. Los últimos gobiernos ven en ella una misión “civilizadora” para que Rusia colonice las nuevas fronteras y el presidente Vladimir Putin la considera parte de su legado personal[4]. En consecuencia, la estrategia militar de la Federación Rusa ha aumentado su nivel de ambición para afrontar los riesgos que plantean el cambio climático y las tensiones geopolíticas a su política ártica.
Durante la Guerra Fría, la Flota del Norte tenía el Atlántico Norte –y no el Ártico– como escenario principal de actuación, al que accedía sin problemas de hielo en todo tiempo desde la protección que le garantizaban las bases navales y aéreas de la península de Kola y el mar de Barents (concepto bastión). A ellas se unían las guarniciones terrestres a lo largo de la frontera marítima del norte y, en conjunto, la presencia y adiestramiento de sus fuerzas superaba las de sus vecinos. Partiendo de un balance militar favorable, Rusia mantuvo un bajo perfil militar en la región, el denominado “excepcionalísimo” del Ártico[5], para reducir la tensión, lo que facilitó la cooperación regional y el desentendimiento aliado. Sin embargo, y a partir de 2014, reforzó su presencia militar y civil en la región para hacer frente a la “militarización” de las relaciones con sus vecinos occidentales y a la “segurización” de la Ruta del Mar del Norte[6].
A diferencia de los países ribereños, la Federación Rusa comenzó a reforzar su presencia militar en el Ártico a medida que el deshielo abría nuevas rutas marítimas.
Para asegurar su control, la Flota del Norte fue ampliando su área de responsabilidad desde el mar de Barents hasta el mar de Bering donde se solapa con la Flota del Pacífico bajo el control operativo del Distrito Militar Oriental. Rusia ha ido construyendo o reforzando estaciones de radar (10), sistemas y aviones de vigilancia marítima, puertos, aeródromos (13) y puestos avanzados (20) a lo largo del Ártico y dotado a las nuevas instalaciones con sistemas de defensa aérea, medios aéreos no tripulados (drones) y rompehielos[7]. A las bases del “bastión” de la península de Kola se han unido otras nuevas en las islas de Franz Josef Land, Wrangel y Kotelny situadas sobre los archipiélagos árticos que proporcionan a Rusia una proyección ártica considerable.
La “militarización” de la región llevó al presidente Putin a elevar el estatuto del Mando Estratégico Conjunto de la Flota del Norte al de un Distrito Militar en diciembre de 2020, con lo que los mandos del nuevo distrito militar (el quinto) ganaron autonomía operativa para defender las fronteras del norte y los intereses rusos –militares y civiles– en su área de responsabilidad del Ártico[8]. La creación del Distrito Militar de la Flota del Norte refleja la relevancia del nuevo flanco para Rusia, una ventaja para la planificación militar y el mando y control de las operaciones que la OTAN deberá emular tras la ampliación.
Los dirigentes rusos y la doctrina militar rusa siempre han considerado la OTAN como una amenaza para su política ártica, incluso sin que aquella hiciera recíproca la militarización del Ártico[9]. La ampliación afecta a su seguridad estratégica en el frente noroccidental, especialmente la del enclave de Kaliningrado y la de la península de Kola[10], pero también a su seguridad geopolítica porque la ampliación del flanco norte convierte la Alianza Atlántica en una potencia ártica. Por ello su reacción frente al ingreso de Finlandia y Suecia ha sido ambivalente: han exagerado su impacto estratégico y minimizado su impacto militar. Así, el presidente Putin consideró la invitación de la Alianza como una “amenaza directa”[11] y sus ministros y embajadores no han parado desde entonces de presionar a Finlandia y Suecia con todo tipo de amenazas, incluida la de convertirlas en blancos militares “legítimos”[12]. Sin embargo, las autoridades del Kremlin, especialmente las militares, no pueden reconocer abiertamente que la invasión de Ucrania debilita su capacidad militar o que ha tenido efectos no deseados ni previstos por ellas, de ahí sus esfuerzos para minusvalorar la ventaja militar conseguida por la Alianza[13]. En todo caso, la ampliación refuerza el relato –y la paranoia– rusa sobre el acercamiento de la OTAN a sus fronteras, por lo que Moscú no va a tener más remedio que adoptar medidas de respuesta.
A pesar de partir de un balance militar favorable, la entrada de los países nórdicos en la OTAN alimenta el miedo a que los aliados desplieguen tropas y equipos que reduzcan su superioridad o que pongan en riesgo sus activos estratégicos en la zona. Así, el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Valery Gerasimov, anunció en enero de 2023 la creación y despliegue de un cuerpo de ejército en la península de Karelia[14] y, entre las últimas declaraciones sobre el ingreso de Finlandia, el ministro de Defensa, Sergei Shoigu, ha confirmado que Rusia adoptará contramedidas para preservar el equilibrio estratégico en el nuevo flanco y que estarán atentos a las iniciativas aliadas en la zona[15].
La Flota del Norte consta de tres agrupaciones navales, un cuerpo de Ejército y otro aéreo y de defensa antiaérea. En la situación actual, y a pesar del refuerzo de la proyección ártica en los tres distritos militares, el centro de gravedad de la disuasión rusa reside en su parte occidental (Ártico europeo), donde se concentra la mayor parte de los submarinos nucleares rusos: ocho de los 11 con misiles balísticos, cinco de los nueve con misiles de crucero y ocho de los 10 submarinos de ataque según el Military Balance de 2023 del IISS de Londres. Para la protección de ese activo y apoyar la presencia “adelantada” hacia el Polo Norte, las Fuerzas Armadas rusas cuentan con dos cuarteles generales y alrededor de 22 brigadas del Ejército de tierra e Infantería de Marina. El despliegue apoya la multiplicación de ejercicios militares (Ocean Shield, Vostok, Tsentr o Grom), así como la adaptación de las unidades desplegadas o aerotransportadas al difícil entorno ártico y, mientras las condiciones climatológicas lo permiten, el apoyo a las expediciones civiles de exploración.
Figura 1. El nuevo flanco norte
Por el momento, la ampliación no pone en riesgo inminente la protección de las infraestructuras críticas en la península de Kola y el mar de Barents, el denominado “bastión” ni, mucho menos, las infraestructuras añadidas para proteger los accesos a los espacios árticos central y oriental. Por ello, el Mando Estratégico Conjunto no tendrá que tomar medidas excepcionales, pero tanto para llevar a cabo éstas como las ya anunciadas tendrá problemas mientras dure el conflicto armado en Ucrania, por lo que no es de prever un incremento significativo de fuerzas rusas sobre las nuevas fronteras (de hecho, se han retirado fuerzas de ellas para enviarlas al frente ucraniano donde han sufrido notables pérdidas[16]).
La perspectiva de la OTAN
El Atlántico Norte fue un objeto de preocupación para la OTAN en los inicios de la Guerra Fría. La neutralidad escandinava, abandonada por Noruega para ingresar en la OTAN, facilitaba la salida de los buques y submarinos rusos a través del corredor Groenlandia-Islandia-Reino Unido (GIUK) para amenazar las líneas marítimas de comunicación y de refuerzo. Para afrontarla, la OTAN creo el Mando de las Fuerzas Aliadas en Europa del Norte (AFNORTH en sus siglas inglesas) cerca de Oslo y una estructura de mandos subordinados que fue perdiendo importancia estratégica hasta su desaparición en 1994.
Finlandia y Suecia se beneficiaron durante décadas del excepcionalismo ártico (High North, Low Tension) y les bastó su neutralidad para defenderse a mismos. Sin embargo, abandonaron su neutralidad para cobijarse en la Alianza Atlántica tras constatar el deterioro de su entorno estratégico y la amenaza del revisionismo ruso, tal y como reflejan sus últimas evaluaciones estratégicas[17]. Más difícil resulta que abandonen el excepcionalismo porque todos los actores árticos conocen la imprescindible participación de Rusia en la gestión del Ártico tras el cambio climático[18], pero es difícil que la geopolitización no afecte a un escenario que ha dejado de ser regional.
A corto plazo, el ingreso de Finlandia y Suecia en la OTAN no alterará significativamente el balance militar en el flanco este, favorable a la OTAN, ni en el norte, favorable a Rusia, pero puede hacerlo a mayor plazo si continúa la tensión en el primero y si se eleva en el segundo. Las fuerzas escandinavas se bastan para defender su territorio y no precisan refuerzos aliados, contrariamente a lo que afirma la propaganda rusa. A pesar de las dificultades que plantea su integración en los procesos aliados de planeamiento de defensa (NDPP), operativos (NRF, CAOC, MND) y de alistamiento (NRF)[19], la entrada de los países neutrales aporta capacidad de disuasión a la OTAN porque cuentan con capacidades militares especializadas en la defensa territorial. También facilita el control de las líneas marítimas de comunicación y el refuerzo marítimo del flanco este, aunque no aportan capacidades significativas de proyección de fuerzas[20].
A diferencia de lo ocurrido en 1949 con Noruega, cuando tras su ingreso en la OTAN tuvo que comprometerse con Rusia a no permitir la instalación de bases ni el despliegue de tropas aliadas, el ingreso de Finlandia y Suecia se produce sin restricciones. Del mismo modo, el enfrentamiento ruso con el ‘Occidente Colectivo’ hace difícil reeditar las autolimitaciones del pasado y resta influencia a la estrategia rusa de amenazar con la escalada. No obstante, tanto los nuevos miembros, como la OTAN en conjunto, adaptarán su postura militar en el flanco norte progresivamente. Otro factor de transformación en la estrategia regional menos conocido es el de la creciente influencia de EEUU a través de las negociaciones de sus acuerdos de defensa con Noruega (2021), Dinamarca (2022), Suecia (2023) y Finlandia (en curso) para fortalecer los acuerdos bilaterales de cooperación sobre defensa y facilitar el acceso de sus Fuerzas Armadas a las bases de estos países[21]. Esta densa red de relaciones bilaterales, similar a las establecidas por varios países continentales de la OTAN puede tener mayor trascendencia estratégica en la postura militar frente a Rusia que la asociada a la membrecía en la OTAN.
Con el tiempo, los países escandinavos y la OTAN podrían sopesar la instalación de algún mando o infraestructura en el flanco norte, pero a corto plazo, los despliegues aliados en su flanco este (NATO enhanced forward presence) aportan suficiente valor de disuasión y no es de esperar un cambio significativo en la postura militar mientras persistan las condiciones actuales. Ésta seguirá la inercia del excepcionalismo de las últimas décadas y difícilmente los aliados buscarán elevar el nivel de tensión actual, por lo que emularán la lógica rusa de esperar y reaccionar.
No obstante, y de cara a la dinámica regional en el futuro, la OTAN debería comenzar a planificar y revisar su postura militar en el flanco norte por la necesidad de contar con Fuerzas Armadas equipadas para operar en el entorno ártico. La mirada al norte tiene que atender primero al espacio nórdico-báltico, donde la OTAN hace frontera con los distritos militares Occidental y de la Flota del Norte de la Federación Rusa y, a mayor plazo, al espacio Ártico europeo y al Ártico asiático, donde los aliados comparten intereses geopolíticos –en lugar de fronteras– con los tres distritos militares rusos mencionados. Del mismo modo, la combinación de cambios tecnológicos y climáticos obligan a dar mayor profundidad a la perspectiva básicamente geográfica del GIUK gap[22]. Por el momento, el Concepto Estratégico aprobado en Madrid en 2022 se limitó a constatar que la modernización y acumulación de las capacidades militares rusas también afecta al flanco norte por el riesgo que supone para las líneas de comunicación y de refuerzo del Atlántico Norte. Tras el ingreso de Finlandia y el previsible de Suecia, la OTAN tendrá que revisar su postura militar en ese flanco.
La presencia y las operaciones militares en el Ártico se ven limitadas por las condiciones climáticas y las Fuerzas Armadas precisan equipos y adiestramiento específicos, por lo que el alistamiento del nuevo flanco será lento y costoso.
También sería necesario reforzar las capacidades locales y aliadas de inteligencia, vigilancia y reconocimiento (ISR por sus siglas inglesas) en todos los ámbitos del multidominio[23]. La OTAN no tardó en asomarse al Ártico tras la primera invasión rusa de Ucrania de 2014 y en 2018 organizó las maniobras Trident Juntura al tiempo que Finlandia y Suecia se aproximaban a la organización y se reactivaban o reforzaban estructuras de colaboración como la Cooperación Nórdica de Defensa (NORDEFCO). Algunos países aliados participan en ejercicios regulares en la zona como los Joint Viking y Joint Warrior (unos 20.000 soldados de siete países de la OTAN, o Artic Forge, liderados por el Reino Unido[24]). Además, los países escandinavos llevan a cabo ejercicios conjuntos en todos los dominios para mejorar su capacidad de respuesta frente a Rusia[25]. Sin embargo, esos ejercicios se han contenido tanto en su diseño como en su localización, evitando realizarlas en el mar de Barents, una contención geográfica que no han observado las maniobras rusas. Si la OTAN decide actuar como una potencia ártica en el futuro, deberá revisar sus complejos y limitaciones para consolidar su proyección y presencia en la región.
El balance de fuerzas en el escenario báltico-escandinavo es más favorable a los aliados que el ártico, a pesar de la modernización y la reorganización del Distrito Militar Occidental que ha impulsado el ministro de Defensa Sergei Shoigou desde que ocupó el cargo en 2013[26]. Mientras Rusia siga atrapada en la invasión de Ucrania y dado el bajo desempeño de sus Fuerzas Armadas no parece previsible que la Federación Rusa pueda revertir el balance actual y poner en aprietos a las fuerzas aliadas en su flanco oriental (el occidental ruso).
No obstante, el planeamiento militar de la OTAN tendrá que estar atento a cómo emplea Rusia sus instrumentos asimétricos para compensar su inferioridad convencional: su capacidad nuclear y la guerra híbrida. Rusia ha recurrido a la dialéctica nuclear para amenazar a quienes apoyan a Ucrania en numerosas ocasiones[27] y frivolizado sobre una escalada nuclear, pero la OTAN cuenta con capacidades nucleares de disuasión, una doctrina creíble para respaldarla y ejercicios periódicos como los Steadfast Noon anuales para mantenerla a punto. La reacción de la OTAN ante la amenaza o el uso del arma nuclear contra un aliado sería mucho más firme que la que ha mantenido sobre Ucrania, pero vista la facilidad con la que Rusia recurre a sus medios nucleares para defender sus intereses estratégicos, será necesario preservar un componente nuclear sólido dentro de la postura militar aliada en el flanco norte. Por otro lado, la Federación Rusa seguirá recurriendo a la guerra híbrida sin necesidad de implicar a tropas y equipos en conflictos armados. Este tipo de guerra, ideada y desarrollada sin cuartel por Rusia en los últimos años incluye una variedad de instrumentos hostiles que incluyen la desinformación, el espionaje, los ciberataques, el sobrevuelo de los espacios aéreos con drones o aviones, la violación de los espacios marítimos, perturbaciones del GPS o actos de sabotaje entre muchos otros instrumentos desestabilizadores. La OTAN, dada su naturaleza defensiva y actuando dentro del Derecho Internacional Humanitario compite con restricciones y en desventaja con la Federación Rusa, aunque desde su último concepto estratégico podría invocar el artículo 5 del Tratado del Atlántico Norte ante las operaciones hibridas contra los aliados.
Conclusiones
La región ártica ha pasado de un escenario excepcional de seguridad (High North, Low Tension) afianzado en la cooperación entre los países ribereños y un sistema de gobernanza multilateral a otro caracterizado por la militarización y la segurización de la postura rusa en la región. La agresión rusa en Ucrania y la geopolitización de las relaciones entre los países de la OTAN y los países autoritarios han puesto fin al excepcionalísimo vigente y estancado –aunque no suprimido– la cooperación regional.
La membrecía de todos los países escandinavos obligará a la OTAN a prestar más atención a su flanco norte en el planeamiento militar para adaptarse a la nueva realidad estratégica de todo el flanco norte, integrando los teatros del Báltico, del Atlántico Norte y del Ártico. A corto plazo, la prioridad de la OTAN es la de ajustar su postura militar para reforzar su capacidad de disuasión sobre la frontera ampliada, entre el flanco este y el Ártico. A mayor plazo, la ampliación abre la puerta del Ártico a la OTAN y le puede convertir en una potencia ártica, por lo que, a partir de ahora, la OTAN deberá incluir esta nueva región en su planeamiento de contingencias.
La ampliación no modifica el balance de fuerzas en la nueva región, pero obliga a revisar las asunciones de planeamiento previas a la ampliación y las derivadas de la guerra en Ucrania. También a ajustar las estructuras de fuerza y de mando y control, redimensionar los ejercicios militares y adecuar los equipos y el adiestramiento de las unidades desplegables para asegurar su idoneidad.
El fin del excepcionalismo no supone que la OTAN vaya a emular a Rusia por el camino de la militarización y la segurización del Ártico, pero sí que tendrá que prepararse para disuadir a Rusia de recurrir a la fuerza para dirimir las controversias árticas en un ambiente geopolítico menos distendido que el anterior y en el que otras potencias extraregionales como China se aprestan a competir.
[1] El término Ártico se utiliza en su acepción geográfica, más amplia que la que algunas estrategias regionales como la noruega o la británica dan a “las tierras al norte” o High North.
[2] Paul Fraioli, “Arctic cooperation after Russia’s break with the West”, IISS Strategic Comments nº 20, vol. 28, octubre 2022. Pavel Devyatkin, “El futuro de la gobernanza del Ártico”, en Anuario Internacional CIDOB 2020, pp. 69-71.
[3] Incluso en la actualidad, y a pesar de lo ocurrido en Ucrania en 2022, Suecia y la Federación Rusa siguen negociando el traspaso de la presidencia del Consejo Ártico.
[4] Mathieu Boulègue, “The militarization of Russian polar politics”, Chatham House Research Programme, junio 2022, pp. 5-6.
[5] Harri Mikkola, Samu Paukkunen y Pekka Toveri, “Russian aggression and the European Artic”, FIIA Briefing Paper nº 359, abril 2023.
[6] Jonas Kjellen, “The Russian Northern Fleet and the (Re) militarization of the Artic”, Artic Review on Law and Politics, vol. 23, 2022, pp.34-52.
[7] Heather A. Conley, Matthew Melino y Jon B. Alterman, “The ICE Curtain: Russia’s Artic Military Presence”, CSIS (26/III/2020).
[8] Roger McDermott, “Russia’s Northern Fleet Upgrades to military District Status”, Eurasia Daily Monitor, vol. 13, nº 1 (6/I/2021).
[9] Michael Paul y Göran Swistek, “Russia in the Artic”, SWP Research Paper nº 3, febrero 2022, p. 5.
[10] Lokker y otros, “How Finnish and Swedish NATO Accession Could Shape the Future Russian Threat”, CNAS Policy Brief (24/I/2023).
[11] Sabine Siebold y Robin Emmott, “NATO invites Finland, Sweden to join, says Russia is a direct threat”, Reuters (3/VII/2022)
[12] Terje Solsvik y Louise Rasmussen, “Sweden summons Russia’s ambassador over ‘legitimate target’ statement”, Reuters (29/III/2023).
[13] Guy Faulconbridge, “Putin sees no threat from NATO expansion, warns against military build-up”, Reuters (17/V/2022).
[14] Lidia Kelly, “Russia’s military reforms respond to NATO’s expansion”, Reuters (24/I/2023).
[15] A. Kauranen y A. Gray, “Finland joins NATO in historic shift, Russia threatens ‘counter-measures’”, Reuters, (4/IV/2023).
[16] Collin Wall y Njord Wegge (2023), “The Russian Artic Threat”, CSIS Briefs, enero.
[17] Suecia, “Sweden’s strategy for the Arctic región”, Ministerio de Asuntos Exteriores, 2020 y “Totalförsvaret 2021–2025”, Ministerio de Defensa, octubre 2020. Gobierno de Finlandia: “Finland’s Strategy for Arctic Policy”, 2021 y “Government report on the changes in the security environment”, 2022.
[18] La Estrategia Nacional de Seguridad de EEUU de 2022 reivindica la necesidad de preservar la gobernanza ártica y Noruega y Rusia colaboran para una transferencia “ordenada” de la presidencia del Consejo Ártico a pesar del estancamiento de la cooperación según Gwladys Fouche y Gloria Dickie, “Artic Council under preassure as Norway readies for Russian handoff”, Reuters (28/III/2023).
[19] John R. Deni (2022), “Finland and Sweden in NATO. Looking Beyond Madrid”, Atlantic Council, noviembre.
[20] Para una comparación de su presencia militar, ver Índice Elcano de Presencia Global.
[21] Astri Edvardsen (2023), “The Nordic Region Strengthens Double-Edged Defense Cooperation with the US”, The Nordic News (17/II/2023).
[22] Nick Childs (2022), “Gauging the Gap: The Greenland-Iceland-United KIngdom Gap, A Strategic Assessment”, IISS, abril.
[23] Douglas Barrie et al. (2022), “Northern Europe, The Arctic and the Baltic: The ISR Gap”, IISS, diciembre.
[24] Thomas Nilsen (2023), “Three exercises, one scenario: Russia”, The Barents Observer, (5/III/2023)
[25] Minna Älander y William Alberque (2022), “NATO’s Nordic Enlargement: Contingency Planning and Learning Lessons”, War on the Rocks (8/XII/2022).
[26] Konrad Muzyka (2021), “Russian Forces in the Western Military District”, CAN Occasional Paper, junio.
[27] Anna C. Arndt y Liviu Horovitz (2022), “Nuclear rhetoric and escalation management in Russia’s war against Ukraine”, SWP Working Paper nº 3, septiembre.