Tema: En este ARI se analizan algunos aspectos del reciente atentado terrorista de Madrid y se sugiere la necesidad de corregir algunas políticas de seguridad internacionales.
Resumen: Si algo debemos de aprender de las nuevas manifestaciones del terrorismo es su capacidad de sorprendernos. Este primer gran atentado islamista en Europa ha demostrado que lo que algunos consideraban una fantasía alarmista se ha convertido en realidad. Para combatir esta amenaza es necesaria una mayor coordinación y cooperación internacional que la habida hasta el momento, una mayor capacidad de prevención y la adecuación y actualización de las actuales políticas antiterroristas.
Análisis: La aparentemente ya confirmada autoría islamista de los atentados terroristas del 11 de marzo en Madrid tendrá algunas consecuencias importantes, tanto para España como para Europa y el mundo, en lo que a la lucha antiterrorista futura se refiere. Aunque la conjunción de capacidades (explosivos) y de intenciones (diversos terroristas detenidos entre diciembre y febrero preparando atentados masivos con la capital de España como objetivo) hizo verosímil la posible autoría de ETA en los atentados, el tiempo y las investigaciones policiales han ido dando solidez a la tesis de la firma islamista –de células marroquíes dentro de lo que es una tupida red de grupos definidos por su determinación terrorista–, y ya se aclarará más adelante si se ha tratado de una dramática coincidencia entre los deseos de ETA de atentar en Madrid y la decisión de al-Qaeda y/o sus asociados de actuar o si podemos esbozar ya los primeros pasos en una colaboración, aunque sólo sea instrumental o incluso de estímulo mutuo, entre ambos grupos. Prejuicios teóricos, o incluso falta de imaginación, de muchos les impiden aún vislumbrar siquiera como hipótesis este escenario, pero si algo debemos de aprender de las nuevas manifestaciones del terrorismo es su capacidad de sorprendernos y no debemos de olvidar que es en el frente antiimperialista en el que ambos grupos terroristas encuentran espacios sobrados de coincidencia, al menos en lo que al nivel táctico se refiere.
El hiperterrorismo islamista aterriza en suelo español y europeo
Aunque los atentados del Grupo Islámico Armado (GIA) en suelo francés, en 1995 y 1996, e incluso el secuestro del Airbus de Air France en el aeropuerto de Argel en diciembre de 1994 con la intención de estrellarlo sobre París, constituyen antecedentes importantes de terrorismo islamista con objetivos ambiciosos en Europa, es destacable que los atentados de Madrid –por su sofisticación y sobre todo por el número de víctimas– constituyen la primera manifestación de una verdadera amenaza que se cierne sobre países que hasta ahora habían permanecido a salvo de acciones de terrorismo masivo y globalizado. Los atentados confirman dramáticamente a España y a los demás socios de la Unión Europea (UE) lo que ya quedaba recogido en la Estrategia de Seguridad Europea aprobada por el Consejo Europeo en diciembre de 2003: que el terrorismo constituye una de las principales amenazas –ya no se habla de riesgo– y que todos los Estados miembros de la Unión comparten el estar amenazados por la red al-Qaeda.
Desde la perspectiva de la investigación sobre estos atentados y con la mirada ya puesta en la prevención de ataques futuros del mismo tipo en cualquier rincón de la UE o del resto del mundo, es dramático observar cómo algunos de los detenidos el 13 de marzo, dos días después de la masacre, eran ya conocidos de los servicios de seguridad y de inteligencia que combaten a las redes terroristas islamistas. El marroquí Jamal Zugam, de quien se sospecha que participó directamente en los atentados, había sido detenido por orden del Juez de la Audiencia Nacional Baltasar Garzón el 17 de septiembre de 2001. Como viene ocurriendo con muchos de los detenidos en operaciones policiales contra el terrorismo islamista en gran parte del mundo, Zugam no fue procesado, por falta de pruebas, y dos años después ha quedado dramáticamente confirmada la vinculación de este ciudadano marroquí con el terrorismo islamista. Ya en el Informe sobre al-Qaeda elaborado por el Juez Garzón y hecho público el 17 de septiembre de 2003, éste recuerda cómo el domicilio de Zugam había sido registrado por orden suya en fecha tan temprana como agosto de 2001, semanas antes del fatídico 11-S. La difusa línea que separa el apoyo político o la contribución financiera a determinadas causas más o menos legítimas, del proselitismo de causas terroristas y de la misma pertenencia a grupos terroristas, que lo es especialmente en el caso del islamismo, pero de la que también tiene experiencia España en su lucha contra ETA y su entramado político, financiero y propagandístico, explica que nos encontremos con situaciones lamentables como la presente. Es algo que hay que replantearse también a la hora de analizar las prematuras reacciones de algunos círculos que ridiculizaron en su momento la “Operación Laguna”, lanzada por las fuerzas de seguridad españolas el 24 de enero de 2003 contra círculos islamistas radicales en Cataluña, en la que la falta de solidez de las pruebas obligaba a liberar a los detenidos para tiempo después volver a convocarlos por orden judicial dada la lentitud con que generalmente se avanza en este tipo de investigaciones. Afortunadamente, el combate contra un terrorismo tan sutil y sofisticado como es el islamista sí ha dado resultados en el terreno de la prevención, aunque muchas veces no se valoran suficientemente y quedan eclipsados por tragedias como la ahora ocurrida en España. No obstante, es preciso destacar algunos de estos casos que nos permiten confirmar cuál debe de ser el camino a seguir, en términos de cooperación internacional reforzada, para prevenir que hechos así se vuelvan a repetir:
• La detención en Alicante, el 22 de junio de 2001, y en aplicación de una orden internacional de captura emitida por un juez francés, del ciudadano argelino Mohamed Bensakria, un importante miembro de la red al-Qaeda en Europa que dirigía el Comando Meliani y que había logrado escapar de una operación de los servicios de seguridad alemanes en Francfort en diciembre de 2000. Dicha célula, perteneciente a la red de Osama Bin Laden, preparaba atentados masivos en Estrasburgo.
• La desarticulación el 4 de abril de 2001 por los servicios de seguridad italianos del Comando Varese de al-Qaeda que, dirigido por el tunecino Sami Ben Khemais Essid y formado por ciudadanos de varios países magrebíes, preparaba también atentados masivos y cuya detección temprana había provocado el cierre durante cuatro días de la Embajada de EEUU en Roma en enero de 2001. Un año después, en febrero de 2002, ocho ciudadanos marroquíes pertenecientes a otra célula ingresaban en prisión en Roma acusados de preparar un atentado contra la Embajada estadounidense en la capital italiana, hecho que demuestra la determinación terrorista por destruir objetivos ya prefijados, como ocurriera entre el atentado contra el World Trade Center de Nueva York en 1993 y su posterior destrucción en septiembre de 2001.
Ambos ejemplos, anteriores al 11 de septiembre de 2001, proporcionan importantes lecciones en términos de coordinación internacional de lo que debe de ser el combate contra al-Qaeda, y ello antes incluso de que la Comunidad Internacional en su conjunto conociera siquiera el nombre de esta siniestra red y comenzara a adoptar medidas coordinadas para combatirla, que se están mostrando insuficientes por dos motivos principales: porque siguen sin coordinar los diversos frentes de la lucha antiterrorista –el específico de seguridad, junto al político, al económico y al propagandístico en sentido amplio– en contextos tanto nacionales como internacionales, y porque con frecuencia no se es capaz de prever y, por tanto, de prevenir la gran capacidad de adaptación de los grupos terroristas a las circunstancias cada vez más hostiles en las que tienen que actuar. Ilustraremos estas afirmaciones a continuación en un epígrafe dedicado a quienes se dibujan como los autores de los atentados del 11-M.
Los terroristas del 11-M: las lecciones aprendidas
Las detenciones de Jamal Zugam, de Mohamed Chaui y Mohamed Bekkali el 13 de marzo ha provocado en primer lugar el reforzamiento de la cooperación entre los servicios de seguridad y de inteligencia españoles y marroquíes, no sólo para demostrar su participación en estos hechos sino también su vinculación con los ataques suicidas que provocaron 45 muertos en Casablanca el 16 de mayo de 2003. De nuevo, la constelación de grupos terroristas islamistas existentes en Marruecos y sus conexiones con la red al-Qaeda, realidad considerada fantasiosa durante años por analistas y estudiosos, se nos aparece como una realidad trágica de la que debemos responsabilizarnos, en mayor o menor medida, todos. Si bien no podemos hablar de inacción por parte de las autoridades de uno y otro país, sí comprobamos que los ritmos de trabajo e incluso la capacidad de prevenir distan mucho de lo que se necesita para enfrentarse a un terrorismo ambicioso y extremadamente habilidoso. A fines de enero de 2004, el Ministro de Justicia de Marruecos, el socialista Mohamed Buzuaa, reconocía que el Estado había subestimado el peligro terrorista en su país, declaraciones que coincidían prácticamente en el tiempo con la condena por un tribunal de Rabat a ocho años de prisión incondicional a diez miembros de la nebulosa terrorista marroquí Salafia Yihadia (Guerra Santa Auténtica), vinculados a los atentados de Casablanca.
Los ahora detenidos por los atentados de Madrid han recorrido los mismos lugares que otros terroristas convictos y confesos habían recorrido antes (Afganistán, Bosnia, Chechenia, Daguestán, etc.) y Jamal Zugam había estado relacionado con terroristas experimentados en el frente checheno de la Yihad internacional como Omar Dhagayes o los hermanos Salaheddin y Abdelaziz Benyaich. Éste último fue detenido por los servicios de seguridad españoles en Algeciras el 14 de junio de 2003, a solicitud de sus homólogos marroquíes que, investigando los atentados de Casablanca, habían obtenido importantes datos sobre él tras la detención en Tánger el 3 de junio del mismo año de Pierre Robert (alias Abu Abderramán), uno de los emires de la red Salafiya Yihadia. Aunque los servicios policiales y judiciales, tanto de España como de Marruecos, han trabajado a buen ritmo el pasado año –en julio de 2003 la Audiencia Nacional autorizaba la extradición a Marruecos de Abdelaziz Benyaich y el 25 de agosto comenzaba en Rabat el proceso contra Pierre Robert y sus colaboradores–, no se ha podido llegar a obtener información que llevara a prevenir los macroatentados de Madrid.
Cualquier lucha antiterrorista está siempre salpicada de éxitos y de fracasos, y suele ocurrir que estos últimos eclipsan muchas veces a los primeros; es lógico pero también injusto, sobre todo para quienes realizan con discreción un buen trabajo aprovechando medios escasos y circunstancias frecuentemente problemáticas. Pocos recuerdan cómo el 11 de mayo de 2002 el trabajo coordinado entre distintos servicios de seguridad nacionales e internacionales –incluyendo la información obtenida en los interrogatorios a los diecisiete detenidos marroquíes en Guantánamo– permitió la detención en Marruecos de activistas marroquíes de la Salafia Yihadia junto a tres ciudadanos saudíes considerados enlaces de al-Qaeda que, desde 2001, trataban de coordinar el activismo terrorista en Marruecos y las conexiones con el Grupo Salafista de Predicación y Combate (GSPC) argelino; gracias a ello se evitó entonces la realización de atentados contra buques occidentales involucrados en la guerra internacional contra el terrorismo en el Estrecho de Gibraltar –participando en la Operación Active Endeavour, operativa tras el 11-S en el Mediterráneo Oriental y extendida al Estrecho de Gibraltar desde febrero de 2002–, así como ataques terroristas en algunas ciudades marroquíes. Lamentablemente, estas operaciones contra la nebulosa marroquí no lograron prevenir el ataque considerado como el más sanguinario hasta el 11-M y que sorprendió en su momento a analistas y estudiosos del fenómeno islamista en Marruecos: nos referimos a los atentados suicidas sincronizados de Casablanca producidos el 16 de mayo de 2003. De nuevo, fallaba la prevención y faltaba incluso –como también ocurriera el 11-S con los ataques contra EEUU– imaginación para anticipar imágenes insoportables. La extremada flexibilidad de las células terroristas –el grupúsculo Assirat al-Mustaqim (“La Recta Vía”), que actuó en Casablanca, o el también grupúsculo Al Ussuud Al Khalidine (“Los Leones Eternos”), que parece ser el responsable de los atentados de Madrid, se integrarían sin rigideces en la red Salafia Yihadia aplicando la fórmula de “terrorismo de franquicia” que tanto promociona la red al-Qaeda– y su gran capacidad de ocultación en el seno de importantes comunidades inmigradas –tal fue y es el caso de los terroristas argelinos del GIA y del GSPC en Francia y tal fue y es el caso de los terroristas marroquíes en España, Italia y Bélgica– son ventajas comparativas con las que cuentan y contarán siempre los terroristas. También lo son, y lo seguirán siendo, la presencia de binacionales en sus filas –ya los había, franco-marroquíes y franco-argelinos del Grupo Islámico Combatiente (GIC) marroquí, entre los asesinos de los turistas españoles muertos en el Hotel Atlas Hasni de Marrakech en agosto de 1994– y las ventajas que les ofrece la globalización en general y manifestaciones concretas de esta como es el “Espacio Schengen” en particular.
Finalmente, Una lección aprendida importante, que ha tenido y tiene aún importantes consecuencias negativas en términos operativos, ha sido la falta de confianza política entre los países del Magreb en general y entre Argelia y Marruecos en particular. De hecho, todos estamos en cierta medida pagando la propaganda y contrapropaganda lanzada durante décadas entre Argel y Rabat e interiorizada por no pocas autoridades, por analistas y por estudiosos europeos y occidentales: el autoconvencimiento durante la década de los años noventa del siglo XX de que todo el terrorismo venía de Argelia, de sus grupos terroristas o incluso de sus servicios de inteligencia –tesis que Marruecos expandió con éxito a raíz del atentado contra el Hotel Atlas Hasni, antes citado, para ocultar la realidad de un islamismo violento creciente dentro de sus fronteras–, nos ha hecho perder a todos mucho tiempo en nuestra planificación, ha permitido que las redes islamistas radicales de origen magrebí, que hace años han superado prejuicios nacionalistas, se instalen en nuestro suelo y nos obliga ahora a acelerar el paso para recuperar el tiempo perdido. Todo ello contribuye indudablemente a dificultar la labor preventiva pero obliga a que esta sea sostenida en el tiempo, a que supere los prejuicios nacionales que existen tanto en la orilla norte como en la orilla sur del Mediterráneo y a ser lo suficientemente fría como para no confiarse con los éxitos y no desesperarse con los fracasos, por muy dramáticos que estos sean, como nos los recuerdan las más de 200 víctimas que perdieron sus vidas un jueves 11 de marzo en Madrid.
Conclusiones: De lo aquí expuesto podemos extraer las siguientes conclusiones sobre los macroatentados del 11-M. En primer lugar, ponen de manifiesto la voluntad inequívoca del terrorismo islamista de golpear contundentemente en suelo europeo, superando la época en la que el asesinato de extranjeros en Argelia, el período limitado de acciones terroristas en suelo francés (1995-1996) o los ataques a intereses turísticos en países terceros, hicieron creer a muchos que Europa, y sobre todo España, permanecería a salvo de esa lacra. En segundo lugar, el avance de las investigaciones demuestra también cómo nuestras políticas antiterroristas y nuestros códigos penales son hoy insuficientes para combatir con eficacia la sutileza del terrorismo islamista, realidad esta que también se daba en el ámbito de la lucha contra el terrorismo más tradicional de ETA pero que ha sido felizmente transformada en los últimos años. En tercer lugar, tanto la facilidad con que los terroristas islamistas se ocultan en el seno de amplias poblaciones inmigradas, que también son víctimas potenciales de su actividad criminal, y la libertad de movimientos que les ofrece el “Espacio Schengen” constituyen dos realidades importantes que obligan a intensificar la coordinación entre los diferentes servicios antiterroristas, tanto dentro de los Estados como entre éstos en contextos regionales como el europeo o el euro-mediterráneo, superando celos corporativos y obstáculos políticos. Y, finalmente, frente a quienes durante años han calificado de fantasía alarmista a este terrorismo, aunque asesinaba a decenas de miles de personas en lugares como Argelia o Egipto, se impone combatir mejor a un adversario que ha entrado dramáticamente en escena en Madrid y que se caracteriza por su firme determinación, reflejada en una gran capacidad letal.
Dr. Carlos Echeverría Jesús
Profesor de Relaciones Internacionales de la UNED y Subdirector de la Unidad de Investigación en Seguridad y Cooperación Internacional (UNISCI)