Tema: La actuación de la India con respecto a la crisis de Irán ha sido contemplada como el resultado de una “elección difícil” ante dos intereses en principio contrapuestos: uno, fortalecer los lazos con el régimen de Teherán, motivado por la necesidad de la India de garantizar su abastecimiento energético; y dos, la posibilidad de materialización de una relación estratégica preferente con EEUU, cuya escenificación podría tener lugar con motivo de la próxima visita de George W. Bush a la India, y que dependería en buena medida del grado de apoyo que la India prestase a Washington en el desarrollo de la crisis.
Resumen: El posicionamiento de la India en contra de la reapertura del programa nuclear iraní en el Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA) ha sido ampliamente interpretado como un gesto favorable hacia EEUU, aunque esto no debería llevar a pensar que signifique necesariamente un alineamiento con las tesis de Washington en el tema. Este análisis aborda la naturaleza de las relaciones indo-iraníes y la tradicional oposición de EEUU al desarrollo de las mismas dentro de su política de aislar al régimen de Teherán y desde la perspectiva más reciente de buscar una relación principal con la India. A diferencia de hace un año, EEUU está dispuesto ahora a realizar compromisos claves para los intereses de la India, pero esta posición también conlleva ciertas exigencias, entre las que figura indirectamente un consenso sobre la cuestión nuclear iraní. Las repercusiones de esta situación para la India van a depender de cómo evolucione la crisis y del papel que adopte en la misma.
Análisis: El pasado 2 de febrero la India se adhería a la mayoría de países de la Junta de Gobernadores del OIEA que daban una última oportunidad a Teherán sobre su programa nuclear, antes de la posible remisión del caso al Consejo de Seguridad de Naciones Unidas. Con dicha acción, en Nueva Delhi se desencadenaba una serie de críticas al gobierno de Manmohan Singh, procedentes tanto de la oposición como de los dos partidos comunistas y otros del ala izquierda que apoyan la coalición del Congreso. Aunque la India ya había emitido un voto similar el pasado 24 de septiembre, dejó abierta entonces la posibilidad de modificar su postura. Sin embargo, lo que verdaderamente causó irritación en la clase política del país fue el contexto de presión, presentado casi a modo de ultimátum por parte de Washington, en el cual se produjo la decisión final sobre el tema iraní.
En unas declaraciones realizadas a una agencia de noticias india el 25 de enero, el embajador norteamericano en Nueva Delhi, David C. Mulford, advertía de que el sentido del voto indio en el OIEA podría condicionar la viabilidad del sustancioso acuerdo firmado con EEUU el 18 de julio de 2005, todavía pendiente de aprobación en el Congreso estadounidense por tratar cuestiones relativas a la transferencia de tecnología nuclear. Ese acuerdo recoge perspectivas de cooperación en distintos ámbitos relacionados con el desarrollo (como agricultura, salud y medio ambiente), pero su principal novedad es que contempla una colaboración y una transferencia tecnológica en materia nuclear para fines civiles que anteriormente había sido vetada a la India a raíz de los ensayos nucleares de 1998. La India necesita esa tecnología –que también pretende obtener de Francia– ya que debe afrontar la renovación de sus centrales nucleares (recientemente ha conseguido alargar el ciclo de vida de un reactor de una sus plantas). Sin embargo, lo trascendental del pacto con EEUU reside en el replanteamiento que parece observarse en la política estadounidense sobre el régimen de no proliferación, además del reconocimiento de la India como socio estratégico principal de Washington.
El embajador Mulford rectificó sus afirmaciones, pero el tono directo de la amenaza está en consonancia con otros mensajes que de modo más suave se habían ido produciendo con anterioridad, por parte de figuras destacadas de la actual administración de Washington, y que confirman que la cuestión iraní constituye un claro punto de desencuentro en las relaciones indo-estadounidenses. La diferencia con respecto a momentos anteriores al desarrollo de la crisis es que ahora EEUU parece disponer de un instrumento adecuado para presionar a la India, la posible materialización del acuerdo, cuyo alcance y contenido (en vías de negociación) va a depender en buena medida del grado de compromiso que Nueva Delhi sea capaz de adoptar. Ahora bien, esta realidad no debe excluir otras pretensiones más generales de Washington, relacionadas con el tratamiento de la India como una potencia nuclear responsable y el deseo que actúe en consecuencia.
La diplomacia de Nueva Delhi está realizando grandes esfuerzos para acomodar sus intereses y sustantivar el pacto con Washington. La inminente visita del presidente Bush a la India se presenta sin duda como una gran oportunidad para determinar la evolución futura de las relaciones bilaterales. Ahora bien, ¿se hace ésta a expensas de la posibilidad de fomentar los lazos entre la India e Irán? Y si es así, ¿cuáles pueden ser las implicaciones de dicha política?
Las relaciones entre Irán y la India
Irán y la India han mantenido tradicionalmente un buen clima de diálogo, marcado en las últimas décadas por la confluencia de determinados intereses regionales relacionados con las difíciles relaciones que ambos países han tenido con los regímenes de la península arábiga. Sin embargo, en fechas más recientes, los lazos entre la India e Irán se han ido acrecentando por razones económicas asociadas a la energía. La búsqueda por parte de la India de recursos para mantener el ritmo de crecimiento de su economía, apostando principalmente por el gas natural (por su menor coste y contaminación), hacen del país de Asia central un potencial suministrador en un futuro próximo, ya que se estima que Irán posee las segundas reservas mundiales de gas detrás de Rusia.
Irán y la India firmaron el pasado mes de junio un acuerdo preliminar para el suministro de 5 millones de toneladas de gas licuado por un valor de unos 22.000 millones de dólares, y que comenzaría a partir del 2009, durante un período de 25 años. Este pacto podría incluir una cantidad adicional de 2,5 millones de toneladas, tal como se negoció en un principio, aunque ambos países están manteniendo diferencias para fijar el precio de las mismas. El acuerdo parece seguir adelante, a pesar de las amenazas del régimen de Teherán de cancelarlo debido a la actitud del Gobierno indio ante la crisis.
No obstante, esta cooperación podría constituir una mínima parte de lo que implicaría si prosperase el proyecto de construcción de un gasoducto desde la zona marítima de Irán (donde se hallan las grandes reservas de metano de los yacimientos de South Pars) a través de Pakistán. El proyecto, más conocido como IPI (Irán-Pakistán-India), se está analizando en el proceso de paz indo-paquistaní como una medida de creación de confianza entre los dos países de Asia meridional. El IPI supone una gran inversión económica, pero a largo plazo podría resultar muy rentable especialmente para la India (Pakistán siempre tendría más alternativas), sobre todo porque los costes de transporte y transformación del gas licuado también son elevados y la garantía del suministro es menor. Los gasoductos alternativos al IPI, vía Pakistán, también plantean numerosas dificultades. Para Irán, la realización del proyecto le abriría una importante oportunidad económica hacia el Este, puesto que sus principales exportaciones en la actualidad se dirigen hacia Turquía. Además del alcance económico, el proyecto tiene una significativa dimensión estratégica.
A los problemas de coste y otras cuestiones intrínsecas a la viabilidad y seguridad de la construcción del gasoducto se le suma la oposición de EEUU al proyecto, manifestada a veces de modo contundente (como durante la visita de Condoleezza Rice a la India en marzo de 2005 en presencia del ministro de Exteriores Natwar Singh) y en otras ocasiones expresada de manera tácita mediante la propuesta de alternativas. Los principales defensores del gasoducto en el Gobierno indio han sido el propio Natwar Singh, y el ministro del Petróleo y Gas Natural, Mani Shankar Aiyar, que curiosamente han cesado recientemente de sus cargos, si bien por razones diferentes. Natwar Singh dimitió en septiembre a raíz de las informaciones que lo vinculaban al escándalo de corrupción del programa de Naciones Unidas para Irak “Petróleo por Alimentos”, pero Mani Shankar Aiyar ha dejado su cartera para ocuparse de un ministerio de menor rango, en una remodelación del gobierno llevada a cabo en enero. En dicha remodelación, el propio Manmohan Singh se mantiene al frente de la cartera de Exteriores, tarea que viene desempeñando desde la dimisión del ministro. Estos cambios se han interpretado como una reorientación de la política exterior en una mayor sintonía con los intereses de Washington, particularmente en el momento crítico actual.
Ello no quiere decir que, al menos por ahora, el Gobierno indio vaya a renunciar a las posibilidades que le ofrece la colaboración con el régimen de Teherán (que inciden directamente en el proceso de paz indo-paquistaní), dado que su mapa de suministro de energía aún no está asegurado. Sin duda, la crisis ha abierto una brecha en las relaciones indo-iraníes, pero no sólo por el apoyo de Nueva Delhi a la resolución, sino también por la oposición india a que Irán se convierta en una potencia nuclear. No hay que olvidar que el país de Asia central era uno de los beneficiados en el escándalo de filtraciones ocasionadas por el “padre” de la bomba paquistaní, A.Q. Khan. Además, Nueva Delhi desconfía de que la colaboración entre Irán y China pueda eventualmente extender al plano nuclear (como ocurrió con Pakistán). Otro “Estado nuclear islámico” (expresión que en su día acuñó Z.A. Bhutto en referencia al programa nuclear paquistaní) en la zona añadiría con toda probabilidad una mayor fragilidad a las percepciones de seguridad de la India
El significado del “acuerdo nuclear” del 18 de julio de 2005
La visita oficial de Manmohan Singh a EEUU en julio del año pasado, que culminó con el acuerdo del 18 de julio, ha significado un gran cambio en la estrategia de Washington hacia la India. Esa estrategia ha estado centrada en los últimos años en una fuerte presión diplomática para poner orden en el convulso mapa nuclear regional. Entre los argumentos para explicar el cambio de actitud de la administración estadounidense han figurado el reconocimiento de la India como una potencia de carácter democrático y responsable, pero también la necesidad de buscar una alianza efectiva frente al formidable poder que representa China, país que a su vez también desea una relación preferente con su vecino del sur. El acuerdo, contemplado desde la perspectiva que ofrecía tras su firma, parecía indicar que se había producido un punto de inflexión en las relaciones bilaterales, cuyas consecuencias regionales no tardarían en aflorar.
Medio año después, su aprobación está aún pendiente del visto bueno del Congreso de EEUU. El senador demócrata John Kerry, que visitó la capital india el pasado mes de enero, se ha mostrado partidario del acuerdo. El gobierno indio tiene que elaborar una lista de las instalaciones civiles beneficiarias, que estarán expuestas a las salvaguardias del OIEA, es decir, sujetas a su inspección. En enero las autoridades indias ya presentaron un primer borrador de esa lista, pero ésta no ha convencido a Washington y ha sido devuelta. El pacto de colaboración entre la India y EEUU plantea algunas lagunas –como las expuestas por George Perkovich en un informe del Carnegie Endowment for International Peace del pasado mes de septiembre– en cuanto a su alcance y sus implicaciones en el ámbito de la no proliferación; no obstante, no hay duda de que se ha convertido en un importante instrumento político para Washington ya desde antes de su materialización.
El desarrollo de la crisis iraní y sus implicaciones
Si bien hasta hace poco el Gobierno indio había sido capaz de equilibrar el diálogo con Irán y sus relaciones con EEUU, a partir del inicio de la crisis dicha tarea se ha vuelto muy difícil para la diplomacia de Nueva Delhi. El principal obstáculo radica en que se trate de una cuestión nuclear, tema en el que la India mantiene una posición crítica –en su condición de Estado nuclear que no forma parte del Tratado de No Proliferación y que cuestiona el doble rasero que gobierna el orden internacional en la materia–, y que tenga lugar en un momento crucial en el que EEUU parece estar próximo a aceptar el propio estatus nuclear del país de Asia meridional.
Es evidente que la administración Bush tiene dificultades para manejar la cuestión de Irán con el Gobierno indio y que sin duda el acuerdo nuclear indo-estadounidense puede constituir un buen instrumento de contrapeso para el ámbito decisorio de Nueva Delhi. EEUU ha realizado una oferta a la India que va más allá del ámbito sensible que toca, el de la transferencia de tecnología nuclear para su uso civil, puesto que implica un replanteamiento de unas relaciones bilaterales en las que hasta hace poco han dominado los desencuentros. Es obvio que la India se halla ante una oportunidad única para explorar las posibilidades que le ofrece este trato preferente con Washington, en cuanto a sus propios intereses, pero el problema reside en las exigencias de esta decisión.
Conclusiones
¿Qué consecuencias puede tener para la India su postura en la crisis? En primer lugar, si finalmente se produce una votación en marzo favorable al envío del caso al Consejo de Seguridad e India actúa como hasta ahora, sus relaciones con el régimen de Teherán van a resultar seriamente dañadas, más de lo ya lo están. En este sentido, el mejor escenario para la India sería que la crisis acabase mediante la vía diplomática (esto es, que Irán aceptase la propuesta de Rusia). Si la situación empeora, cabe la posibilidad de que además de afectar al marco de sus relaciones bilaterales, la crisis iraní pueda tener reacciones indirectas adversas en el proceso de paz indo-paquistaní, de no prosperar el proyecto del gasoducto vía Pakistán que ha recibido un gran impulso en el último año.
En segundo lugar, a la espera de lo que ocurra en marzo, la posición india ya ha tenido un impacto positivo en las relaciones con EEUU, por lo que cabe esperar que el acuerdo del 18 de julio se haga finalmente efectivo en términos favorables para Nueva Delhi. Sin embargo, no se debe interpretar este hecho como un giro pro-americano en política exterior, al menos en las circunstancias actuales. Si finalmente éste se produjese, tendría seguramente repercusiones en la coalición del Gobierno indio apoyada por partidos comunistas, cuyas tesis de partida son diametralmente opuestas a las de la actual administración estadounidense. La India desea reforzar sus relaciones con EEUU, pero sin renunciar a sus intereses nacionales, que incluyen algunos que chocan con los deseos de Washington.
Antía Mato Bouzas
Investigadora del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado