Tema: Tras alcanzar un equilibrio de fuerzas, los rebeldes han conseguido imponer entre la población siria su relato de que los enfrentamientos acabarán con la derrota militar del régimen, con lo que la guerra civil ha entrado en su fase final.
Resumen: Tras 21 meses de enfrentamientos, la guerra civil en Siria ha superado una fase de equilibrio en la que las fuerzas gubernamentales disponían de capacidad suficiente para hacer frente a los rebeldes en todos los lugares donde éstos les hacían frente. Ahora, las fuerzas leales al régimen han perdido la iniciativa y comienzan a replegarse sobre la parte del territorio que aún pueden controlar. Las fuerzas rebeldes todavía no disponen de los medios armados capaces de derrotar militarmente a las leales pero, en cambio, han conseguido imponer dentro y fuera del país la sensación, el relato, de que el régimen no ganará la guerra civil. El triunfo del relato rebelde en la batalla de los relatos ha decantado el centro de gravedad del conflicto en su favor y este ARI describe cómo ha afectado este hecho a las operaciones militares, las negociaciones diplomáticas y las intervenciones militares de terceros para concluir la fase final de la guerra civil.
Análisis: La guerra civil siria ha entrado en su fase final. Más lentamente de lo que querrían los rebeldes y quienes les ayudan a derribar el régimen de los el-Assad pero más deprisa de lo que suponen quienes lo defienden, la guerra civil ha superado un período de equilibrio en el que cualquiera de las dos partes podía acabar imponiéndose para entrar en su fase final donde sólo los rebeldes pueden ganar. Las fuerzas leales han perdido la iniciativa y tratan de defender –aunque todavía no desesperadamente– las posiciones estratégicas que ocupan en las grandes ciudades, la zona costera y las vías de comunicación que las unen. Aunque todavía disponen de capacidad para impedir que las fuerzas rebeldes consoliden sus ganancias territoriales, ya no pueden hacer frente a todos los rebeldes en los numerosos frentes que éstos les abren cada día porque han perdido la superioridad militar que han mantenido hasta ahora y van cediendo terreno a los rebeldes. Las vías terrestres de comunicación se han vuelto inseguras y cada vez dependen más de los medios aéreos para sus acciones operativas y logísticas, por lo que la captura de armamento antiaéreo a las fuerzas leales y la llegada de misiles tierra-aire están inclinando decisivamente la balanza en favor de los rebeldes.
La guerra civil en Siria ya está decidida aun antes de que se produzcan los últimos combates –que los habrá y muy duros– porque las guerras modernas no se ganan sobre el campo de batalla de las ciudades sino entre las percepciones de las poblaciones. El centro de gravedad de una guerra, es decir, el hecho decisivo que altera el curso de la contienda, ya no se consigue mediante una victoria militar sino haciendo triunfar la percepción de que uno de los dos bandos va a ganar inevitablemente. El relato de lo que va a ocurrir se convierte en una autoprofecía que se cumple a favor del bando que tiene un relato triunfador. Los rebeldes no han ganado ninguna gran batalla ni conquistado ninguna gran ciudad pero están consiguiendo imponer su relato de lo que va a ocurrir: que el régimen va a caer por la fuerza, mientras que el relato del régimen –que podrá imponerse a los terroristas jaleados desde el exterior– comienza a hacer aguas.
Las actuaciones militares y diplomáticas de última hora, dentro y fuera de Siria, se enmarcan en la progresiva asunción del relato y conducen la guerra civil hacia su fase final en la que ya se conoce cuál va a ser el ganador y, mientras los bandos se preparan para librar los últimos combates, todos los actores se preocupan por lo que pueda ocurrir al día siguiente de la caída del régimen que la forma y fecha en que esto sucederá.
Dudas, propaganda y supervivencia
Los progresos rebeldes comienzan a crear dudas entre los partidarios del régimen y crecen los rumores –ayudados por la guerra psicológica y la propaganda– de proyectos de fuga o deserciones entre quienes hasta hoy defienden el régimen, incluido el presidente, su familia y los círculos políticos, económicos y militares más restringidos. Sean reales o virtuales, las informaciones tienen ahora más credibilidad porque encajan en el relato triunfador y crean entre las personalidades del régimen la inquietud de pensar cuándo y cómo deberían hacerlo para ponerse a salvo. El relato y las penurias han hecho ya mella entre los apoyos sociales y económicos del régimen. Sus partidarios han visto cómo sus viviendas, barrios y negocios se han visto afectadas por los combates y cómo las fuerzas gubernamentales han ido cediendo terreno a los rebeldes. Los combates y el miedo han generado más de dos millones de desplazados y de medio millón de refugiados que, como muchos otros sirios, deben pensar ahora dónde reconstruirán sus vidas para evitar verse implicados en los ajustes de cuentas que se ven venir. Las minorías no suníes –como la drusa, kurda, cristiana y, especialmente, la alauí– temen la revancha de la mayoría suní, especialmente la de sus elementos más radicales que ya han demostrado su capacidad de venganza durante la guerra civil (las imágenes de ejecuciones sumarias y de limpieza étnica de algunos videos rebeldes no dejan lugar a dudas sobre lo que les espera).
Quienes combaten también piensan qué harán el día siguiente y cuál será su destino, su cuota de poder o quiénes serán sus aliados tras la caída del régimen. Las numerosas milicias rebeldes que se han formado no se desmovilizarán tras la caída del régimen y tratarán de exigir su compensación a la hora de recomponer el nuevo orden, para lo que conservarán el armamento actual y procurarán seguir haciéndose con todo lo que encuentren en los arsenales gubernamentales o reciban desde fuera por si la lucha continúa. Los kurdos, hayan combatido o no en la guerra civil, se prepararán para hacerlo si tienen que defender los niveles de autonomía conseguidos con el régimen que se acaba, creando a Turquía e Irak un problema para el día siguiente más grave que el de atender a los refugiados sirios que llegan a sus fronteras. Una vez que caiga el régimen, muchos yihadistas suníes que han estado combatiendo volverán a sus lugares de procedencia –numerosos, por desgracia al norte de África y al Sahel– mientras que otros como los del Frente al-Nusra se quedarán para combatir la presencia occidental o apoyar las luchas sectarias contra las minorías no islamistas. Los milicianos pro-iraníes que han combatido en Siria, tendrán que dirigirse al Líbano o a Gaza, donde Irán seguirá apoyándoles para preservar sus últimos reductos de influencia en la zona, lo que no es una buena noticia para Israel ni para Oriente Medio.
Alternativas de última hora: negociación o intervención
La percepción de que se aproxima el fin del régimen también se refleja en el campo diplomático. Rusia y China, que hasta ahora han estado tratando de encontrar una salida al régimen desde dentro del mismo, han comenzado a sondear los sectores de oposición y a los rebeldes para buscar alternativas. Sus contactos, sobre todo de los rusos, les facilitan la interlocución con los actores locales que pueden acelerar o retrasar la caída del régimen desde dentro. Sin esos contactos y sin tanta influencia interna, EEUU, Francia, el Reino Unido y los países del Golfo han dejado de apoyar al Consejo Nacional Sirio, una construcción suya desde el exilio que ha sido incapaz de articular durante el último año un proyecto de futuro, de aglutinar las distintas facciones políticas y de coordinar las acciones militares del Ejercito Libre Sirio. En su lugar han articulado en noviembre de 2012 una Coalición Nacional Siria de las Fuerzas Revolucionarias y de Oposición a la que se han apresurado a reconocer Francia, los países del Golfo y los de la Liga Árabe, salvo Iraq, Argelia y Líbano, y a la que se prepara una puesta en escena el 12 de diciembre en Marraquech para aumentar su base de apoyo, incluido el de EEUU y el resto de los países Amigos de Siria. Para hacerlo, tendrán que demostrar que tienen la unidad, el programa y la implantación que no tenía el Consejo Nacional Sirio para capitalizar la caída del régimen y liderar un proceso de transición. Sin embargo, y gracias a la imposición del relato, la expectativa de una pronta caída del régimen podría facilitar la labor de la nueva Coalición en la medida que la colaboración con ella facilitaría el acceso a los fondos, armas y asistencia que se precisan para concluir la guerra y encarar la transición.
Hasta ahora, las milicias y los mandos del denominado Ejército Libre de Siria se han resistido a cualquier control jerárquico pero los donantes externos les han obligado a hacerlo si quieren seguir recibiendo fondos, armas y asistencia. La asistencia ya era condicional entre los donantes porque cada país tenía sus milicias preferidas, incluidos las yihadistas que no participan en los circuitos formales de reparto (según fuentes abiertas, Qatar ha reconocido que pueden haber acabado en manos de ellos varios de sus envíos de armas). Ahora, han forzado a quienes las dirigen desde el terreno a articular una estructura de coordinación –o una apariencia de ella– que venza las resistencias externas a apoyar a los rebeldes sin correr el riesgo de que las armas entregadas acaben en manos yihadistas o de los contrabandistas de armas, algo que ocurrió en Libia y que ha multiplicado la inseguridad en el norte de África, el Sahel y Oriente Medio. Si consiguen hacerlo, comenzarían a fluir hacia los rebeldes las armas que precisan para afrontar los duros combates que se avecinan y equilibrar el inventario pesado de las fuerzas gubernamentales que aún está por usar.
Aparte de esa intervención indirecta proporcionando apoyo a los rebeldes, ninguno de los países que desde fuera tratan de derribar el régimen ha considerado seriamente intervenir militarmente contra unas fuerzas sirias que se encontraban con su capacidad militar al completo. Una vez que se constate que han perdido esa capacidad, podrían reducirse las renuencias a una intervención militar directa, aunque existen serias dudas sobre su viabilidad y eficacia. La posibilidad de que el gobierno sirio recurra a las armas químicas ha alimentado también las expectativas de intervención debido a los informes de la inteligencia occidental que ha detectado durante noviembre movimientos en torno a los depósitos. Ya en agosto de 2012, tanto el presidente Obama como el presidente Hollande amenazaron con una intervención militar a Siria si usaba, movía o transfería sus arsenales químicos. Ahora se han vuelto a recuperar las líneas rojas que se trazaron entonces para justificar la invasión y, de paso, colocar a Rusia y China ante el dilema moral de hacerse responsables de lo que pudiera pasar si insistían en oponer su veto a la intervención. Esta táctica diplomática funcionó en Libia, donde la responsabilidad de una masacre “gadafista” en Bengasi les hizo desistir de usar el veto, con lo que se puso en marcha una intervención que para rusos y chinos se condujo por los coligados bastante lejos del mandato de la resolución 1973 del Consejo de Seguridad.
Tal vez por eso, y por sus lazos con el régimen sirio, se han opuesto hasta el momento a cualquier intervención externa o a cualquier alternativa impuesta desde el exterior. Sin embargo, en la fase actual de la guerra civil, y descartadas otras opciones, podrían estar reconsiderando su oposición a intervenir. Aunque no comparten ni los objetivos ni el método propuesto por los países occidentales y árabes, unos y otros comparten el temor tanto a que se produzca un acceso incontrolado a los arsenales como que se produzca una caída súbita del régimen que conduzca a una anarquía similar a la vivida en Irak. Para evitarlo, no sería descartable que se acordara una intervención externa para proteger directamente los arsenales militares en colaboración con las fuerzas de seguridad sirias o, con mayor razón, si estas desaparecen junto con el régimen: intervenciones de última hora motivadas por razones de seguridad y humanitarias tras una guerra civil, en lugar de apoyar un cambio de régimen para concluirla.
En cualquier caso, la intervención más difícil no será para derribar al régimen de los el-Assad sino para reconstruir el país a partir del día siguiente. Quienes intervengan tras la caída tendrán que demostrar que son capaces de ayudar a preservar el orden, proporcionar ayuda humanitaria y hacer funcionar el país y no bastará con invertir un poco de dinero y desplegar algunas unidades militares. Tampoco lo tendrán fácil las construcciones políticas y militares creadas a toda prisa con apoyo externo porque la Coalición Nacional Siria no dispondrá de capacidad política para aglutinar la oposición ni implantar un plan de transición, ni capacidad militar para imponer disciplina entre las milicias. Además, no es descartable que tras concluir esta guerra civil, comiencen otras entre minorías o regiones para consolidar su seguridad o su autonomía mientras se pone en marcha el proceso de transición, reconstrucción y reconciliación que se necesita.
Conclusiones: Las acciones militares sobre el terreno y el triunfo del relato rebelde están precipitando la caída del régimen sirio. Aunque todavía está lejos de su derrota militar, quienes lo apoyan o combaten dan por descontada su caída y tratan de concluir la guerra civil de la forma más rápida y menos cruenta posible. Entre los escenarios de última hora podemos resaltar los siguientes. El primero es el de una intervención indirecta de los países occidentales y suníes más decidida, proporcionando a los rebeldes más armas y asistencia técnica ya sobre el terreno a medida que se consoliden las zonas liberadas. En ella participarían EEUU, Francia, el Reino Unido, los países del Golfo y muchos otros a medida que reconozcan como interlocutor a la recién creada Coalición Nacional Siria y se asegure el control de los destinatarios finales la asistencia.
El segundo sería el de una intervención militar para castigar el empleo de armas químicas, en el que se verían obligados a participar los países que han trazado las líneas rojas y aquellos que no tengan reparos a intervenir en un campo de batalla donde se están empleando armas químicas. No parece un escenario factible mientras el gobierno sirio mantenga la racionalidad porque sabe que las armas químicas ofrecen un beneficio táctico más que dudoso sobre el campo de batalla y porque justificarían una intervención extranjera, pero la desesperación o evidencias de empleo no contrastadas podrían hacerlo posible.
El tercer escenario sería el de una intervención militar para asegurar la seguridad de esas armas o de los arsenales militares. Podía ser a cargo de Rusia, si se lo pide el régimen sirio, o a cargo de una coalición internacional si el régimen se desmorona súbitamente. Este escenario cuenta con mayores posibilidades porque, más pronto que tarde, el régimen caerá y a nadie beneficia que se repita un caos posterior similar al producido con las caídas de Saddam Husein y de Muamar el Gadafi.
Todos estos escenarios de intervención están siendo objeto de negociación diplomática y de planeamiento militar en la fase final de la guerra civil, pero esta todavía tiene una inercia y una dinámica propias que ahora funcionan bajo el relato hegemónico de los rebeldes.
Félix Arteaga
Investigador principal de seguridad y defensa, Real Instituto Elcano