Tema
¿Cuál es la finalidad estratégica de Rusia en Siria y cuáles son las perspectivas de cumplimiento del Acuerdo de Astaná para la paz en Siria impulsado por Rusia y apoyado por Irán y Turquía?
Resumen
Mientras los representantes políticos de la UE y EEUU han repetido como un mantra que no hay una solución militar para la guerra civil de Siria, Rusia, Irán y Turquía han demostrado que no hay solución política ni diplomática alguna sin fuerza militar. Los tres países cuentan con tropas sobre el terreno y las negociaciones sobre la paz apuntan a una consolidación de las realidades establecidas, no a un intento de cambiarlas.
La finalidad estratégica de Rusia en Siria es múltiple, representa un paradigma para su estrategia a largo plazo en el Oriente Medio y funciona en varios niveles: global, regional e interno.
A nivel global, persigue: (1) demostrar el fracaso de lo que considera la estrategia de EEUU en la lucha contra el terrorismo –el apoyo a las “revoluciones de color” y el cambio de regímenes– vinculándolo con el aumento del potencial terrorista; (2) distraer a los occidentales del conflicto de Ucrania; (3) situarse en la zona mediterránea para hacer contrapeso del flanco oriental de la OTAN (Mar Báltico-Mar Negro); (4) demostrar que Rusia es una potencia global; y (5) aumentar la venta de su armamento tras demostrar su eficiencia en la guerra (la venta de armas rusas ha aumentado un 5% en año 2016).
En el marco regional, Rusia aspira a: (1) garantizar la permanencia del régimen de al-Assad; (2) proteger la base naval rusa en el Mediterráneo (Tartus); (3) luchar contra el autodenominado Estado Islámico (EI) y otros grupos yihadistas; (4) restablecer su presencia e influencia en la región, perdidas gradualmente desde de la humillante derrota de Egipto, apoyado por la URSS, en la Guerra de Yom Kippur, por Israel (1973); y (5) presentarse como un aliado leal y fiable de sus regímenes-clientes (no como EEUU, que, aparentemente, ha cambiado sus alianzas a raíz del acuerdo nuclear con Irán).
En el ámbito interior la guerra de Siria sirve: (1) para consolidar el liderazgo del presidente Vladimir Putin, que emula la antigua grandeza imperial; y (2) demostrar que el Kremlin hace todo lo posible para evitar la penetración de los yihadistas en suelo ruso, combatiéndolos fuera de sus fronteras.
El Acuerdo de Astana auspiciado por Rusia, Irán y Turquía para crear “zonas de de-escalación” en cuatro áreas del territorio sirio es la decimoctava tentativa para conseguir un cese de la violencia. La guerra nunca ha cesado, porque ninguna de las partes implicadas acepta la situación en la que está, y ninguna está dispuesta a renunciar a la victoria y aún menos a ser derrotada. Es difícil que el Acuerdo prospere dado que los intereses de las muchas partes involucradas son irreconciliables.
Análisis
Para comprender las finalidades estrategias de Rusia en la Guerra de Siria, y las perspectivas del cumplimiento del Acuerdo de Astaná, es necesario brevemente definir el contexto histórico y político regional y los principales actores de la guerra.
El contexto histórico y político regional de la Guerra de Siria
La guerra de Siria comenzó el 18 de marzo de 2011, en la ciudad de Deraa, cuando el régimen de Bashar al-Assad (presidente desde 2000) aplastó violentamente las protestas callejeras que imitaban las manifestaciones de la “primavera árabe”, militarizando así el conflicto con los opositores que pedían su dimisión. El régimen sirio es un típico régimen autoritario de Oriente Medio. Lo que lo distingue de los demás es que está dominado por una familia de una minoría étnica y religiosa (alauíes, una rama del islam chií) que representa entre el 10% y el 15% de la población, frente a la mayoría suní.1
El conflicto forma parte de un profundo proceso de transformación del orden regional, marcado por la crisis de autoridad central –el modelo del Estado autocrático es insostenible y el camino hacia la democracia tortuoso–, cuyas consecuencias son numerosas: la descomposición de varios Estados (Siria, Libia, Irak y Yemen), el ascenso de “sub-Estados” cuya legitimidad descansa en las “lealtades de sangre” (tribus, grupos étnicos/religiosos, clanes y familias) y el progreso del autodenominado Estado Islámico que pretende crear/recuperar el califato. La fractura del yihadismo suní en dos facciones enfrentadas –al-Qaeda y Estado Islámico (EI)–, la retirada y desenganche gradual de EEUU –a consecuencia de la fatiga militar, política y económica y del desinterés geopolítico del presidente Obama en la región, que ha favorecido el vacío de poder y el auge de los radicales–, el acuerdo nuclear con Irán –que ha influido en el cambio del equilibrio de poder en la región–, la competencia tradicional entre chiíes y suníes, los choques entre el nacionalismo árabe y el integrismo musulmán y entre Rusia y Occidente, son otras claves para comprender el contexto geopolítico de la contienda.
Así, la guerra de Siria encierra varias guerras en las que constelaciones de alianzas se enfrentan entre sí de manera táctica las más de las veces, y en las que las partes cambian de lado según la coyuntura.2
Los actores principales
Se estima que en Siria existen 1.200 grupos combatientes. Unos apenas superan una célula, otros cuentan con centenares de fieles. Los combatientes se pueden dividir en cuatro grupos: (1) los sirios que luchan a favor de al-Assad; (2) los sirios que luchan contra su régimen; (3) los kurdos; y (4) las fuerzas de potencias extranjeras –de Irán, Turquía, las monarquías del Golfo (Arabia Saudí, Emiratos Árabes y Qatar), las milicias iraquíes, EEUU y Rusia–.
Los sirios que luchan a favor de al-Assad son el grueso del ejército y varias facciones que prefieren el régimen actual al EI.
El grupo de los sirios rebeldes, cuyo objetivo es derrocar al régimen, está muy fragmentado. Los planes para entrenar y equipar a rebeldes “moderados”, en los que EEUU se gastó 500 millones de dólares en 2014, acabaron en un gran fracaso.3
El objetivo principal de los kurdos es expandir y consolidar el control sobre su territorio y convertirse en un Estado independiente y reconocido internacionalmente.4
El cuarto gran grupo de combatientes se compone de las fuerzas de las potencias extranjeras. Irán fue el primer país que intervino en el conflicto, por su vinculación estratégica con el régimen alauí sirio. En 2011 la ayuda iraní a Siria fue de unos 3.400 millones de dólares. En 2014 su ayuda llegó a ser de 14.000 millones, en forma de equipamiento, munición y armas. Desde finales de 2011 Irán puso a disposición de al-Assad sus asesores militares y unos 5.000 miembros de la Guardia Republicana. Se estima que Irán invierte en Siria alrededor de 700 millones de dólares al mes.5
Después de Irán, Turquía, un país de mayoría musulmana suní, se puso a ayudar a diferentes grupos rebeldes suníes (igual que las monarquías tradicionales del Golfo). Pero, por mucho que Turquía exigiera el derrocamiento del régimen de al-Assad, no lo deseaba del todo, porque era probable que tal eventualidad desembocara en el surgimiento de un Estado independiente kurdo, inaceptable para Ankara ya que el 40% de los 25 millones de kurdos vive en territorio turco. Así que no es de extrañar que Turquía apoye a diversos grupos rebeldes, incluido EI (en un primer momento permitiéndoles el libre tránsito por su territorio para entrar en Siria) porque ve en ellos la única fuerza que podría frenar el independentismo kurdo. Su implicación militar fue gradual: en 2014 desplegó 300 soldados en el territorio sirio (para proteger la tumba de Soleiman Shah); en 2015 bombardeó las posiciones kurdas; y en 2016 apoyó militarmente (en la operación “Escudo de Éufrates”) a diversos grupos rebeldes en Jarablús, con el doble objetivo de expulsar a los miembros de EI y evitar la expansión de las tropas kurdas.
Rusia en Siria
De las potencias extranjeras, Rusia fue el último actor que intervino militarmente en Siria, en septiembre de 2015. Sin embargo, desde el comienzo de las revueltas en 2011 el presidente Vladimir Putin mantuvo un apoyo diplomático directo al régimen de Bashar al-Assad (vetando cualquier resolución de la ONU que intentara condenarlo o intervenir en el país), que culminó en la gestión del acuerdo sobre las armas químicas tras el uso de éstas por el régimen en agosto de 2013 (causando más de 1.400 muertos, de entre ellos unos 300 niños) y la decisión de no intervención del Reino Unido y EEUU.
El presidente Vladimir Putin, en su discurso ante la ONU el 15 de septiembre de 2015, afirmó que la campaña militar rusa en Siria se dirigía contra EI y propuso crear una coalición internacional única para la lucha contra el terrorismo (ya existía una liderada por EEUU). Sin embargo, la voluntad rusa de luchar contra los yihadistas se ha puesto en cuestión, pues sólo un 20% de los ataques de la aviación rusa están dirigidos contra EI mientras que el 80% consiste en bombardeos contra las posiciones de rebeldes (incluidas las que apoya EEUU).
Las finalidades estratégicas de Rusia a largo plazo en Oriente Medio
Las finalidades estratégicas rusas a largo plazo en Oriente Medio son:
- El sostenimiento de regímenes dictatoriales para evitar la desestabilización de los Estados y, en los ya fracturados, el apoyo a las minorías elegidas. A diferencia de los occidentales, que insisten en la creación de Estados democráticos y no sectarios en la región, los rusos parten de la idea de que esto ha demostrado ser imposible y que el equilibrio del poder no descansa en los valores liberales y las potencias extranjeras (EEUU) sino en los actores regionales según su poder militar y religioso. Su apoyo a los alauíes en Siria, a los kurdos en toda la región y a los chiíes en Irak son buenos ejemplos de ello. Detrás de este apoyo a los actores regionales se esconde la aspiración de convertirse en el árbitro principal de los conflictos, así como de desafiar la estrategia de los occidentales. Rusia apoyará las divisiones tribales/religiosas/étnicas porque tal es la tendencia de los actores locales y, sobre todo, porque favorece su papel de árbitro y la hegemonía de su aliado Irán.
- Desde la intervención militar rusa en Siria se ha consolidado EI y han aumentado las oleadas de refugiados hacia Europa, lo que sugiere que ambos fenómenos forman parte de una estrategia más amplia: dividir a los rebeldes y presentarse, junto con el “legítimo régimen de Bashar al-Assad”, como centinela frente el yihadismo, haciéndose imprescindible en la lucha común contra el terrorismo islámico, así como aumentar la vulnerabilidad y debilidad de la UE.
Para cumplir sus múltiples finalidades estratégicas, el Kremlin ha fortalecido su cooperación con los servicios secretos de Irak, Irán y Siria, ha coordinado sus operaciones de mar y aire con el ejército sirio y las milicias iraníes, y está estrechando lazos con varios países de la zona a través de contratos militares de cooperación y ventas de armas (Egipto, Libia, Jordania e Irak son los más destacables).
Por ahora, el éxito de su estrategia parece obvio: la intervención rusa en Siria ha cambiado la dinámica del conflicto y ha logrado alterar el balance de fuerzas, salvando al régimen de al-Assad y convirtiendo a Rusia en un actor y árbitro indispensable en la zona.
El acuerdo de Astaná
Hasta ahora, la guerra civil en Siria ha causado entre 300.000 y 400.000 víctimas mortales. De una población que rondaba los 21 millones en 2011, más de 10 millones se han visto obligados a desplazarse de sus hogares (4,5 millones como refugiados en países vecinos, Europa y EEUU, y 6 millones dentro de la propia Siria). Las armas químicas han sido usadas tanto por el régimen de al-Assad como por EI contra los kurdos. Todo apunta que el régimen las sigue utilizando ocasionalmente a pesar de haberse comprometido a deshacerse de ellas.6 La guerra siria, de nuevo, puso de relieve que era extremadamente difícil proteger a los civiles en un conflicto múltiple.
El acuerdo de Astaná firmado en la capital de Kazajistán (los grupos rebeldes salieron de la sala en protesta por la presencia de Irán, al que consideran un agresor), ideado por Rusia y apoyado por Irán y Turquía, entró en vigor el 5 de mayo de 2017. Sus objetivos son consolidar la tregua vigente en Siria (pactada el 30 de diciembre de 2016), separar la oposición “moderada” de los grupos yihadistas de EI y el Frente al-Nusra (una rama de al-Qaeda) y aliviar el sufrimiento de la población creando cuatro zonas de “de-escalación” (territorios en los cuales no habrá enfrentamientos armados y bombardeos de la aviación) en la provincia de Idlib, áreas al norte de Homs, el este de Gouta (fuera de Damasco) y otra en el sur del país todavía sin definir. El plan ha obtenido el apoyo del comisionado de la ONU, Staffan di Mistura, y del gobierno del presidente Donald Trump, que “ve favorablemente el plan turco-ruso-iraní”,7 aunque mantiene prudencia debido a los fracasos anteriores.
El acuerdo de Astaná es un plan de paz entre los tres países que están involucrados militarmente en el conflicto y difícilmente podría prosperar, por varias razones. Este decimoctavo intento de gestionar un cese de la violencia contempla, como los anteriores, la conservación de Siria como Estado cohesionado (con o sin al-Assad), cuando en realidad es ya un Estado fallido y un país fragmentado que difícilmente será recompuesto. Nadie se atreve a hablar en voz alta sobre la partición de Siria, por la cuestión kurda y porque los yihadistas no se quedarían inactivos en el caso de que se produjera. La no participación de EEUU en las negociaciones de Astaná insinúa que seguirán apoyando a los grupos rebeldes que les plazca (definidos por al-Assad, Rusia e Irán como terroristas).
Conclusiones
El acuerdo de Astaná es, más que un acuerdo de paz posible de cumplir (para lo que sería imprescindible un reparto del poder político que represente a todas las facciones menos fragmentadas), un reparto de influencia entre los tres gobiernos autoritarios, que no se han acreditado como “guardianes de la paz” ni siquiera en sus propios países.
Rusia, que ha impulsado el plan y que todavía despierta esperanzas entre los occidentales de que pueda influir (y de que vaya a hacerlo) en al-Assad para que deje de matar y gasear a su propio pueblo, se mueve por intereses propios.
Irán aparenta la estructura de un imperio militar postmoderno –no en el sentido clásico de invadir y ocupar territorios sino controlando territorios mediante la guerra subsidiaria, apoyando a grupos radicales/terroristas–8: en Líbano a Hézbola, en la Franja de Gaza a Hamás y en Irak al Movimiento Mahdi. Las milicias iraníes intervienen en Siria, Yemen, Irak y Libia. Irán sueña con recrear el antiguo y sofisticado poder del imperio persa como máximo representante y protector de los chiíes en la zona, así como ser el defensor de los oprimidos (palestinos). Irán es el país que el State Department definecomo principal patrocinador mundial del terrorismo.9
Desde 2006 Turquía ha intensificado su política neo-otomana en toda la región10 y su papel de protector de los suníes en la zona. Su deriva hacía un modelo autoritario de Estado la aleja cada vez más del papel de pilar principal de la estructura de la seguridad y aliado clave de EEUU y de la OTAN en la zona. El límite de su lealtad hacia los occidentales se antepone la creación de un Estado independiente kurdo, una de las consecuencias más probables de la fragmentación de Siria.
No habrá paz en Siria pronto. Lo más probable es que prosiga su fragmentación, y que constituya con carácter crónico el espejo y escenario de casi todas las tensiones y conflictos de la región. La “Cuestión de Oriente” –los estallidos de inestabilidad y aspiraciones nacionalistas provocados por la desintegración del Imperio otomano, que absorbieron la atención de los líderes europeos del siglo XIX y del comienzo del XX– sigue dándose en el siglo XXI. Se pensó que dicha cuestión quedó resuelta tras la Primera Guerra Mundial, de la que surgió el moderno sistema de Estados árabes. Un siglo después, la guerra civil de Siria (y no sólo ella) demuestra que no puede darse por sentada la perpetuación del sistema estatal post-otomano.
Mira Milosevich-Juaristi
Investigadora principal del Real Instituto Elcano | @MiraMilosevich1
1 Richard Haass (2017), A World in Disarray. American Foreign Policy and the Crisis of the Old Order, Penguin Press, Nueva York, p. 71.
2 Rafael L. Bardají (2016), “Siria para perplejos”, Papeles FAES, 16/IX/2016.
3 Para más detalles véase Mira Milosevich-Juaristi (2015), “Putin en la ONU: la vuelta del hijo pródigo”, Comentario Elcano nº 51/2015, 30/IX/2015.
4 Mira Milosevich-Juaristi (2016), “Los kurdos, arma letal rusa en Siria”, Expansión, 2/III/2016.
5 Bardají (2016), op. cit.
6 Haass (2017), op. cit., pp. 164-167.
7 Josh Rogin (2017), “Trump is getting closer to collusion with Russia in Syria”, The Washington Post, 10/V/2017.
8 Robert D. Kaplan (2012), The Revenge of Geography, Random House, Nueva York, pp. 266-283.
9 US Department of State, “State Sponsors of Terrorism Overview”.
10 Kaplan (2012), op. cit., pp. 284-302.