Tema
El fin de la unipolaridad estadounidense y la reciente victoria de Donald Trump son signos del actual declive del orden liberal, que ha dominado la escena internacional desde el fin de la Guerra Fría.
Resumen
El orden liberal internacional está en un proceso de descomposición, fruto del fin de la unipolaridad estadounidense. Este orden basado en el libre comercio y la superioridad de la democracia liberal lleva años en crisis debido al ascenso de potencias revisionistas como China y Rusia, que desafían la hegemonía occidental. En este sentido, las principales potencias, fruto de la competición geopolítica, han iniciado un proceso de desglobalización que pone el foco en la seguridad económica. Las instituciones multilaterales cada vez tienen menos peso en los asuntos globales en detrimento de los Estados fuertes, agravado además por el aumento del nacionalismo.
La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca, así como los distintos conflictos como Ucrania y Gaza, han producido una aceleración del fin del orden liberal internacional y una transición hacia un sistema más multipolar más militarizado e inestable.
Análisis
1. La unipolaridad estadounidense y el orden liberal internacional
Tras la victoria aliada en la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos (EEUU) se convirtió en la principal potencia mundial. Europa había quedado devastada tras la guerra, iniciándose un período de reconstrucción que duraría años. En este contexto, se inició un nuevo marco bipolar en la competición entre EEUU y la Unión Soviética, y que sería el principal motor de las relaciones internacionales. Washington lideraría el bloque capitalista y el orden de la Guerra Fría.
El orden de la Guerra Fría, aunque tiene convergencia con el orden liberal internacional, no tiene el mismo fin. El primero estaba diseñado para la competición con la Unión Soviética y evitar la extensión del comunismo. Es decir, la Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) no fue diseñada para avanzar las democracias liberales por el mundo, sino para contener la amenaza soviética sobre Europa. Durante la Guerra Fría, diversos regímenes autoritarios como el de Salazar en Portugal, la junta militar de Grecia y los diferentes líderes militares de Turquía eran miembros valorados de la Alianza Atlántica. Asimismo, EEUU apoyó golpes de Estado contra regímenes democráticos, que a la postre derivarían en dictaduras militares con el objetivo último de luchar contra el comunismo en América Latina. El caso más paradigmático fue el golpe contra Salvador Allende en Chile en 1973.
Los años 90 fueron el apogeo del poder unipolar estadounidense en el sistema internacional. La caída de la Unión Soviética significó para EEUU una hegemonía total, pues ya no había grandes potencias que supusieran un desafío a su poder. La Guerra del Golfo contra Irak en 1990 y la intervención de la OTAN en la guerra de Yugoslavia en 1995 y 1999 fueron los ejemplos claros del cambio de época. “El fin de la Historia” establecía la victoria de las democracias occidentales liberales y el mundo “basado en reglas”. El nuevo orden liderado por EEUU basaba su propósito en extender el modelo de democracia liberal –político y económico– en el mundo.
Para poner en práctica este nuevo marco se necesitaba ampliar la membresía en las instituciones del orden occidental (la OTAN y la Organización Mundial del Comercio –OMC–, por ejemplo) o crear nuevas si fuera necesario. El objetivo fue desarrollar una red de organizaciones internacionales que tuvieran una gran influencia sobre sus Estados miembros. Seguidamente, el nuevo orden debía promover una economía internacional abierta e integradora que maximizase el libre comercio y fomentase mercados de capitales sin trabas. En otras palabras, una globalización a gran escala para un mundo más conectado. Y, por último, estaba el objetivo de extender el modelo de democracia liberal occidental por todo el mundo. EEUU no estaba solo en esta empresa, sino que contaba con el apoyo entusiasta de sus aliados europeos.
La construcción del orden post-Guerra Fría fue fabricado para justificar la hegemonía de Washington en el mundo y, por ello, para que el orden liberal sobreviviera, necesitaba la unipolaridad estadounidense. Para los liberales estadounidenses como Joe Biden, EEUU es la “potencia indispensable”, su primacía es positiva para el resto del mundo y, por lo tanto, es deseable que ese liderazgo no sea desafiado. En su visión, dicha hegemonía incontestable estadounidense disuade las guerras entre grandes potencias, promociona la cooperación y acelera la difusión de los valores estadounidenses como la democracia y los derechos humanos.
2. La decadencia del orden unilateral y el cambio al mundo multipolar
La unipolaridad estadounidense empezaría a mostrar signos de debilidad en el comienzo de los años 2000, tras los atentados del 11-S y la siguiente invasión de Afganistán, para después producirse la invasión de Irak de 2003. Ambas operaciones militares estadounidenses demostrarían ser un fracaso que, unido a la crisis financiera de 2008, señalarían los primeros signos de debilidad de la hegemonía estadounidense. Las guerras en Oriente Medio derivaron en un gasto considerable de recursos económicos estadounidenses, a la vez que la región se sumía en la inestabilidad debido al surgimiento de Estado Islámico y la guerra en Siria. Mientras tanto, la crisis financiera supuso un daño enorme para una gran parte de la población, lo que provocaría en última instancia la puesta en duda de la competencia de las élites occidentales encargadas de gestionar el orden económico.
La primacía estadounidense conllevó una reacción de multitud de Estados temerosos de que pudieran sufrir un cambio de régimen, u otras formas de injerencia, que derivaría en la aparición paulatina de un bloque contrahegemónico. Tras la invasión estadounidense de 2003, Irán y Siria ayudarían a la insurgencia iraquí, mientras que Rusia y China aumentarían sus vínculos económicos, militares y en los foros internacionales como el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas. La misión de Washington de moldear el mundo siguiendo sus parámetros contribuyó la creación de una coalición de Estados que rechazaban su hegemonía.
En la actualidad, los últimos coletazos del momento unipolar estadounidense han supuesto el nacimiento de un nuevo sistema internacional basado en la aparición de otros actores fuertes, que luchan por la primacía y la influencia en el mundo. En este contexto, resalta China, principal rival de EEUU en la competencia por el liderazgo económico y tecnológico. También ha supuesto el resurgimiento de Rusia como potencia global, además de la creciente importancia de la India y el crecimiento de potencias medias como Turquía y Arabia Saudí.
Las potencias medias han ganado protagonismo en el nuevo sistema multipolar. Estos países ya no siguen unilateralmente las políticas de Occidente, sino que buscan garantizar su propio interés en cada crisis, fluctuando entre actores y escenarios. A este grupo podría añadirse la India, que cada vez muestra un mayor asertividad y está llamada a ser una potencia más fuerte e influyente en el mundo. En este sentido, Nueva Delhi lleva a cabo una política pragmática de acercamiento a Washington y sus aliados en Asia-Pacífico ante la amenaza de Pekín, a la vez que aumenta sus vínculos con Moscú.
Por lo tanto, el cambio a un orden multipolar implica el relativo declive del poder de EEUU, frente a la aparición de nuevas potencias que tienen la capacidad de desafiar su hegemonía. En cualquier caso, esto no implica una reducción del poder real estadounidense, ya que después de todo Washington sigue siendo la principal potencia mundial y todavía cuenta con la primacía militar, económica y tecnológica. No obstante, EEUU debe enfrentarse a un mundo en el que ya no tiene capacidad para imponer su voluntad a todos los Estados, el poder está más repartido y, en este sentido, debe equilibrar más su política exterior.
3. La crisis del orden liberal
El fin de la unipolaridad estadounidense ha tenido como consecuencia el debilitamiento paulatino del orden liberal internacional. Las instituciones multilaterales han ido perdiendo peso en favor del poder de los Estados, la democracia liberal sufre continuos retrocesos en múltiples países –incluso en Occidente–, mientras que el libre comercio está siendo cuestionado por un proteccionismo basado en la seguridad económica. De fondo, está la competición entre potencias y el surgimiento de potencias revisionistas que desafían la hegemonía occidental y, por ende, buscan transformar el orden mundial según sus intereses.
Así, muchas de las instituciones globales del sistema liberal están en crisis: el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas está paralizado con continuos vetos, por ejemplo con la cuestión del alto el fuego en Gaza; la OMC está en un punto muerto debido a la posición estadounidense y su apoyo de un mayor proteccionismo en detrimento del libre mercado. De hecho, fruto de la competición geopolítica, tanto EEUU como China se han embarcado en una guerra de subsidios con el objetivo de beneficiar sus industrias nacionales. Y la Corte Penal Internacional ha sufrido un fuerte rechazo por parte de países occidentales tras la orden de arresto contra Benjamín Netanyahu.
Junto a esto, la globalización se presuponía que iba a aumentar la prosperidad de la sociedad. Sin embargo, las clases medias y bajas de Occidente han visto como su nivel de vida se ha deteriorado en los últimos años, generando un rechazo al modelo económico liberal y a las propias élites. Esto ha contribuido al surgimiento y aumento de la influencia de los líderes populistas y anti-establishment que prometen tomar las riendas del sistema para el beneficio de los ciudadanos.
La vuelta de Donald Trump a la Casa Blanca apunta hacia una mayor erosión del orden liberal internacional. Trump ha asegurado que impondrá un 10% de aranceles a los productos importados por EEUU. En política exterior, Trump se ha presentado como el candidato antiguerra, en contraposición a los liberales intervencionistas y los neoconservadores. Una buena parte del electorado estadounidense rechaza las guerras en las que se ha sumido (o iniciado) Washington en su período unipolar. Es decir, la Administración Biden podría ser un último estertor liberal ante el nuevo orden que surge de su derrumbe.
Para la Unión Europea (UE), otra de las patas del orden liberal internacional, ha supuesto un shock la llegada de un mundo en el que la geopolítica, las relaciones de poder y el poder duro condicionan las relaciones con otros países. Europa, como adalid del libre comercio y el “mundo basado en reglas”, ha visto como su prisma no tenía arraigo en el resto del globo. Al contrario de lo que se esperaba hace décadas, el nuevo sistema internacional es mucho más desordenado, con diferentes actores que no se rigen plenamente por el dominio de ninguna superpotencia. La UE se encuentra incómoda en este escenario, sin embargo, la necesidad de que la Unión alcance una dimensión en seguridad y defensa se antoja imprescindible por el hecho de que los Estados europeos por sí solos ya no tienen capacidad para influir en el resto del mundo. Además, la UE como potencia comercial es más vulnerable frente a los choques exógenos. La carrera por los subsidios entre EEUU y China, y el uso de las interdependencias como “arma de guerra” por enemigos y socios, choca con la idea del libre comercio tradicional bajo la que fue auspiciado el proyecto de integración europea. Esto ha dado lugar a choques entre la UE y la Administración Biden, que ha seguido varias políticas como la Inflation Reduction Act (IRA) que promueve el Buy American regando de dinero las industrias estadounidenses.
La invasión de Ucrania y el conflicto en Gaza puede que sean los últimos momentos del orden liberal internacional. En el caso de Ucrania, por ser el ejemplo más patente de una potencia revisionista como Rusia causando una ruptura del equilibrio de seguridad europeo mediante la fuerza. Hay que añadir el debilitamiento del marco discursivo basado en la lucha entre la democracia liberal y la autocracia, según el cual Ucrania estaba predestinada a ganar debido a la superioridad de su sistema político.
Por otro lado, el apoyo occidental a Israel, especialmente de EEUU, desacredita las críticas de Occidente a Rusia por violar el derecho internacional tras su invasión de Ucrania. Israel ha llevado a cabo una política sistemática de crímenes de guerra en Gaza, mientras continúa la ocupación y violencia en Cisjordania. Además, ha aumentado la virulencia de su respuesta al Eje de la Resistencia con la invasión del Líbano y los múltiples bombardeos sobre la población civil.
La reacción occidental, y especialmente estadounidense, rechazando la orden de arresto de la Corte Penal Internacional contra Benjamín Netanyahu, es la última muestra clara del cambio de era. Washington ha reaccionado en oposición al mandato de la Corte, mientras que saludó la orden de arresto contra Putin en 2023, y figuras republicanas del Senado han amenazado con sancionar a los países que apliquen el dictamen. Otros Estados miembros europeos como Austria, e incluso Alemania, han afirmado que no cumplirán con la orden de arresto contra el líder israelí. El propio editorial del Washington Post ha asegurado que la Corte Penal Internacional no está hecha para que Israel rinda cuentas.
Conclusiones
El fin del orden liberal internacional ofrece varias oportunidades a Occidente para que transforme su estrategia frente a las nuevas dinámicas internacionales. Para EEUU, puede significar el final de las “guerras sin fin” que han consumido tantos recursos y han propagado la inestabilidad en multitud de países. De esta manera, Washington podría centrarse en el frente interior (favorecer el desarrollo económico) y seguir una estrategia más prudente que establezca prioridades más claras. Sin embargo, es improbable que esto ocurra debido a que el establishment estadounidense, a pesar de la victoria de Trump, sigue siendo favorable al intervencionismo liberal. De ahí la elección del neoconservador Marco Rubio como secretario de Estado, que defiende una política agresiva en regiones como América Latina y Oriente Medio.
Para la UE, también puede suponer un momento inmejorable para desarrollar un proyecto más autónomo de EEUU. Crear una estrategia común en política exterior y de seguridad, es decir, establecer el proyecto de autonomía estratégica para hacer frente a los desafíos de la competición geopolítica. Un camino improbable debido a la escasez de voluntad política y estratégica de los líderes de la Unión, así como a la división europea. Lo más probable es que Europa acabe asumiendo el liderazgo de un Washington más unilateral y transaccional.