Tema
El escenario base es que la economía mundial siga creciendo durante 2024, aunque manteniéndose la desaceleración registrada los dos últimos años.
Resumen
La desaceleración suave pero persistente en la que la economía global lleva inmersa los últimos dos años impide vislumbrar con demasiado optimismo un 2024 para el que se esperan políticas monetarias y fiscales restrictivas, la persistencia de fenómenos climáticos extremos y una intensificación de los conflictos geopolíticos. En este contexto de crecientes riesgos de fragmentación global, volatilidad en los precios de las materias primas, incertidumbre financiera y más que probables perturbaciones comerciales, la Unión Europea (UE) seguirá profundizando en su política de autonomía estratégica y seguridad económica en favor de la diversificación y la reducción de riesgos, a la vez que España deberá iniciar una senda de consolidación fiscal sobre las bases de un aumento de la productividad y la tasa de empleo.
Análisis
Perspectivas de crecimiento global
La economía global sigue en una suave desaceleración. No tan profunda como la vaticinada en 2022 y 2023, pero sí lo suficiente como para que las perspectivas de los próximos años sean poco optimistas, circunstancia no obstante compatible con que las tasas de desempleo sigan en mínimos históricos y con tendencia a la baja. Tal y como señala el Fondo Monetario Internacional (FMI), se prevé que los países avanzados y los emergentes crezcan a un nivel similar al del año pasado, esto es, un 1,4% el primer grupo y un 4% el segundo, lo que se traduciría en un crecimiento global del 2,9%, una décima por debajo de 2023 y cinco menos que en el promedio del periodo 2017-2019 (Figura 1). Dicha cifra, bastante baja en perspectiva histórica, seguiría alejando a la economía mundial de la senda de crecimiento prepandémica y dificultaría la convergencia de la mayoría de los países en desarrollo con los avanzados.
Más allá de esta previsión global, existen notables diferencias entre países, incluso dentro de ambos grupos de desarrollo (Figura 2). Así, la tasa de crecimiento conseguiría mantenerse por encima del 1% en Estados Unidos (EEUU), Japón, España, Francia y Canadá, en estos dos últimos países incluso experimentando una ligera aceleración. Por el contrario, en el Reino Unido, Italia y Alemania no superarían dicho umbral, aunque el país germano al menos lograría retornar a tasas de crecimiento positivas tras la recesión técnica en 2023. En cuanto a los emergentes, mientras la India experimentaría una expansión del PIB superior al 6%, en China se limitaría a poco más del 4%, dando continuidad tras la disrupción pandémica a la suave, aunque persistente, desaceleración experimentada a lo largo de la última década, a la que se sumaría la continuación de la crisis de los sectores inmobiliario y financiero. Por su parte, Rusia, según las previsiones, alcanzará un crecimiento del 1,1%, siendo capaz por tercer año consecutivo de amortiguar las consecuencias económicas de las crecientes sanciones internacionales tras su invasión de Ucrania.
Aunque declinante, este escenario macroeconómico podría considerarse incluso aceptable a la vista de todo lo ocurrido a lo largo de los últimos años, pero el FMI alerta de ciertos riesgos que podrían desacelerar todavía más la marcha económica mundial.
Por un lado, aunque el endurecimiento de las políticas monetarias a niveles no vistos en las últimas décadas seguirá contribuyendo al proceso desinflacionista y al anclaje de las expectativas de inflación, lo que sin duda supone un alivio frente al que ha sido estos últimos años el “enemigo público número uno”, no se pueden obviar sus efectos negativos. Así, la restricción del crédito continuará perjudicando el consumo y la inversión en sectores tan sensibles como el inmobiliario e industrial. Además, la subida en las rentabilidades de la deuda pública supondrá un progresivo aumento de la carga de los intereses de la deuda pública, especialmente en aquellos países con altos niveles de endeudamiento.
Asimismo, tras unos años de política fiscal inusualmente expansiva por parte de los países avanzados para hacer frente tanto al COVID-19 como a los efectos de la guerra en Ucrania, habría llegado la hora de iniciar una progresiva normalización que para no pocas economías será difícil de digerir. Todo ello a la vez que, en buena parte de los países en desarrollo, que no pudieron implementar medidas fiscales y sanitarias tan intensas, todavía será necesario gestionar el efecto económico de la pandemia.
Finalmente, en los últimos años se ha podido corroborar cómo los fenómenos climáticos extremos se suceden cada vez con mayor frecuencia e intensidad. Según la Organización Meteorológica Mundial, las pérdidas económicas asociadas a estos eventos en el periodo 2010-2019 ascendieron a casi 1,5 billones de dólares, un 48% más que en la década anterior. Así, ante esta dinámica no cabe esperar que 2024 suponga un cambio de tendencia en lo que respecta al incremento de los devastadores efectos de huracanes, incendios, sequias y demás catástrofes naturales, sino todo lo contrario.
La constante amenaza de la geopolítica
En cuanto a los conflictos militares, con la llegada de la primavera es probable que se recrudezca la guerra en Ucrania tras varios meses de letargo, lo que se sumaría al enfrentamiento entre Israel y la organización terrorista Hamás. Tal y como muchos temían, el efecto de esta última contienda ha tardado poco en desbordar la Franja de Gaza con el ataque de Irán al Kurdistán iraquí y el bloqueo del mar Rojo por parte de los huzí del Yemen, contestado a su vez por EEUU y el Reino Unido con bombardeos contra posiciones de esta milicia chií. Ante esta situación, las principales navieras han decidido desviar temporalmente sus buques a través de África, dando lugar a nuevos cuellos de botella por el aumento de tiempos y costes, golpeando asimismo la ya delicada economía de un actor regional clave como es Egipto.
En caso de no frenarse esta dinámica, una nueva perturbación a gran escala del comercio mundial tendría lugar en un contexto en el que, en ausencia de una Organización Mundial del Comercio (OMC) plenamente operativa, ya se empieza a percibir cierta fragmentación de la economía mundial. Es el caso, por ejemplo, del mercado de materias primas, compuesto de bienes difícilmente sustituibles con baja elasticidad de demanda y de oferta muy concentrada. De continuar, dicha fragmentación podría alterar los precios no sólo con fuertes subidas en minerales críticos y alimentos, lo que perjudicaría especialmente a países de renta baja, sino también con una mayor volatilidad que aumentaría la incertidumbre y dificultaría la formación de stocks de seguridad. El FMI considera que la fragmentación de estos mercados desincentivaría la inversión en energías renovables y vehículos eléctricos hasta un 30% por debajo de lo necesario en 2030.
Aunque los conflictos armados son los de mayor potencial disruptivo, tampoco deberían perderse de vista los nuevos episodios que nos pueda traer el soterrado enfrentamiento tecnológico, comercial y diplomático entre EEUU y China por erigirse en la potencia hegemónica del siglo XXI, todo ello al mismo tiempo que ambos países deben afrontar serios problemas internos. Por un lado, el crecimiento del gigante asiático seguirá lastrado por problemas estructurales tales como el desinflamiento de la burbuja inmobiliaria, su contagio al sector financiero o la excesiva deuda local y regional; lo que, unido al elevado desempleo juvenil, el envejecimiento poblacional y las hostilidades con Taiwán (probablemente en aumento tras la victoria electoral del partido pro-independentista PPD) minarán la confianza del consumidor. Para seguir esquivando un año más la tan temida crisis económica (y la crisis política que llevaría consigo), cabe prever que Pekín aumente su déficit público con el objetivo de estimular su economía y que redoble sus esfuerzos en política industrial apostando por aumentar sus exportaciones de alto valor añadido, a pesar de que ello pueda acabar generando tensiones con muchos de sus socios comerciales. Y aunque no se debe descartar de que el gobierno chino rectifique e intente liberalizar ciertos sectores, es poco probable teniendo en cuenta que, en el escenario actual, la prioridad de Xi Jinping es el control y la seguridad. Por su parte, si bien la evolución macroeconómica de EEUU ha sorprendido al alza, la polarización política en el país norteamericano sigue siendo extrema y su situación fiscal cada vez más complicada. Así, la parálisis del Congreso, la incertidumbre asociada al resultado de unas presidenciales en las que cada vez parece más claro que Donald Trump volverá a ser el candidato republicano y la posterior respuesta de los seguidores del partido perdedor pueden llegar a generar importantes efectos económicos adversos. A ello se suma una deuda pública sobre el PIB superior al 120% y un déficit público anual esperado para la próxima década superior al 6% del PIB según la Oficina Presupuestaria del Congreso.
Papel de la UE en el mundo
En un ámbito más doméstico, la seguridad económica y el de-risking seguirán ocupando un papel central en la UE, donde para no cerrarse al mundo se seguirá llenando de contenido el término “autonomía estratégica”. Para ello, será clave avanzar en nuevos acuerdos comerciales y de inversión que le permitan diversificar proveedores, evitar la desglobalización y aumentar la seguridad. En esta línea, aunque las negociaciones de un acuerdo de libre comercio con la India avanzan muy lentamente, resultan fundamentales para atraer a la mayor democracia del mundo a la órbita occidental, evitando el liderazgo de China en el denominado “sur plural”, más allá de que ésta no vaya a ser sustituida (de momento) como fábrica del mundo. En cuanto al Acuerdo con el Mercosur, éste no termina de concretarse por las presiones proteccionistas europeas disfrazadas de preocupación medioambiental, pero también por recelos del lado latinoamericano, especialmente de Argentina, si bien el nuevo gobierno de Javier Milei parece más proclive a acercar posturas en este asunto concreto (no en muchos otros). Hasta entonces, el retraso del acuerdo supondrá un perjuicio no sólo de la economía mundial y del libre comercio, sino también de la credibilidad del compromiso europeo con América Latina. A su vez, en este campo la UE también necesitará encontrar una respuesta adecuada a las inversiones y subvenciones de la Inflation Reduction Act aprobada por EEUU, que amenazan con crear ventajas competitivas para las empresas que se ubiquen en el país norteamericano. Esta respuesta debería articularse en pleno respeto de la normativa del mercado único, evitando que los países con mayor capacidad fiscal apoyen por la vía de las Ayudas de Estado a sus respectivas empresas.
Otra área que centrará los esfuerzos de las autoridades comunitarias será la financiera y bancaria. Y es que si bien las turbulencias financieras de marzo de 2023 no afectaron de manera relevante a la UE, poniendo de manifiesto la fortaleza de su marco institucional tanto en el aspecto regulatorio, como de supervisión y de diversificación en línea con las pruebas de resistencia del pasado mes de julio, en un entorno de elevados tipos de interés es probable que los costes de financiación y las tasas de morosidad aumenten, lo que podría generar la necesidad de absorber pérdidas. Por ello, las entidades tienen que emplear la actual rentabilidad como primera línea de defensa y reforzar su capacidad de resistencia frente a eventuales escenarios adversos. Así pues, a pesar del éxito del modelo institucional europeo, resulta indudable que está incompleto, siendo fundamental para garantizar la resiliencia del sector la consecución de la Unión Bancaria con un Fondo de Garantía de Depósitos Único y un mecanismo de provisión de liquidez en resolución. Por último, el sector financiero no bancario está acumulando riesgos de manera creciente y su importancia en la zona euro es cada vez mayor, por lo que una adecuada monitorización también debería ser prioritaria.
Dicho lo cual, el próximo mes de junio se celebrarán unas elecciones al Parlamento Europeo en las que, si bien no se esperan grandes vuelcos, el paulatino declive de los partidos centrales en favor de los más escorados a la derecha podría derivar en que por primera vez en décadas la gobernanza de la UE dejara de recaer en manos de una gran coalición entre populares, socialdemócratas y liberales, lo que sin duda modificaría la hoja de ruta económica (y política en general) trazada durante los últimos años basada en una mayor profundización del proyecto comunitario.
Deberes de España en este contexto global
La economía española está resistiendo mejor que otras economías europeas gracias a su composición sectorial, con un fuerte peso del sector servicios frente al manufacturero, a la menor exposición comercial a China y Rusia y a la mejor resistencia de la industria intensiva en energía. A pesar de ello, es de esperar que el crecimiento se desacelere debido, entre otros motivos, a la ralentización de la actividad global, al menor dinamismo esperado del turismo extranjero, a la retirada de algunas medidas de apoyo fiscal frente a la crisis energética y al endurecimiento de la política monetaria.
España afronta 2024, año en que dejará de ser aplicable la cláusula general de escape del Pacto de Estabilidad y Crecimiento, con una ratio de deuda pública alrededor del 110% del PIB y un déficit fiscal estructural superior al 3%, lo que aconseja iniciar una senda de consolidación fiscal en la que se empiecen a registrar superávits estructurales. Y es que la resistencia de la Comisión y del Consejo a contemplar la posibilidad de establecer una capacidad fiscal europea permanente hará que, una vez terminen los fondos NextGenerationEU, la inversión de los países endeudados como España quede constreñida por su margen fiscal, hipotecando el crecimiento y la productividad futuras. En todo caso, España podrá de momento compatibilizar la disciplina fiscal con el impulso inversor siempre que, eso sí, continue con el cumplimiento de los hitos y objetivos asociados al Plan Nacional de Recuperación y acelere la absorción de los fondos desembolsados por la Comisión.
Por último, no se puede pasar por alto que la brecha entre la renta per cápita de España y de la Eurozona ha crecido en los últimos años hasta alcanzar el 17%. Para revertir este proceso, resulta fundamental aumentar la productividad y la tasa de empleo, no debiendo darse por garantizada la resiliencia del mercado de trabajo ante un panorama de creciente envejecimiento poblacional. Y aunque todo apunta al éxito de la reforma laboral aprobada en 2022, ésta debería ser acompañada de reformas ambiciosas en ámbitos como las políticas activas y pasivas de empleo, el sistema educativo, los programas de protección social y las políticas migratorias.
Conclusiones
La economía mundial se adentra en un 2024 en el que el escenario base es que la tendencia de suave desaceleración iniciada en 2017 (con el paréntesis del COVID-19) se mantenga, aunque con diferencias significativas entre los principales países, especialmente los emergentes, donde la India parece consolidar su relevo a China como potencia más dinámica.
Pero existen importantes riesgos a futuro, entre los que cabría destacar posibles episodios de inestabilidad ligados tanto a los elevados tipos de interés predominantes (para los que no se vislumbra con claridad un próximo relajamiento) como a los procesos de normalización fiscal postpandemia, una mayor intensidad y frecuencia de fenómenos climáticos extremos, así como un agravamiento de los conflictos en Ucrania, Oriente Medio o el mar de China que acabasen generando aumentos en los precios de la energía e importantes disrupciones en el comercio de productos esenciales como alimentos o semiconductores. A este respecto huelga decir que, aunque se trate de una opción remota, cualquier escalada militar en alguno de estos escenarios que involucrase de manera activa y simultánea a EEUU, China (países ya de por sí con notables incertidumbres internas) o Rusia arrastraría la economía global a la recesión. Por su parte, y a la espera de conocer si las elecciones al Parlamento Europeo acaban reforzando a partidos euroescépticos, la UE seguirá trabajando en afianzar tanto su “autonomía estratégica”, mediante nuevos acuerdos comerciales que le permitan diversificar proveedores y evitar la desglobalización, como su sector financiero a través de la esperada consecución de la Unión Bancaria. Mientras que España, que de momento resiste mejor que la mayoría de sus vecinos europeos al contexto económico global, una vez finalizada la excepcionalidad pandémica debería empezar a trazar una senda de consolidación fiscal a través de superávits estructurales, así como poner el foco en reformas destinadas a incrementar su productividad y tasa de empleo.