Tema: Se analiza la inestabilidad política reciente en Tailandia, destacando en particular sus causas y sus consecuencias previsibles, tanto internas como en la región.
Resumen: La crisis reciente de Tailandia es un nuevo episodio de un proceso iniciado con el golpe militar de 2006, que puso fin al segundo gobierno de Thaksin Shinawatra y cerró el ciclo democrático. Las elecciones de 2007 no solucionaron la situación de inestabilidad política. Los efectos de esta crisis se están dejando notar ya en la economía del país, que ha visto reducido su crecimiento económico para este año y está experimentado una importante pérdida de turistas. Al mismo tiempo, la convulsión en el país puede afectar a la estabilidad del resto de naciones del área debido a la importante función estratégica que desempeña Tailandia como principal punto de paso de drogas, personas y armas.
Análisis: En 2001 Thaksin Shinawatra se hizo con el poder de Tailandia tras lograr una importante victoria en las elecciones legislativas, rompiendo el monopolio de poder que hasta entonces habían ostentado los partidos tradicionales. Dicha victoria se cimentó en la promesa de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la sociedad tailandesa, que es principalmente pobre y vive en el medio rural, junto con la lucha contra la rebelión islamista en el sur del país y el narcotráfico. El crecimiento económico y las inversiones en educación y obras públicas por todo el país le valieron un segundo mandato, con un aumento del apoyo electoral, desde el 40% en 2001 al 56% en 2005.
Del golpe de Estado al gobierno de Abhisit
El gobierno de Thaksin finalizó el 19 de septiembre de 2006 cuando el ejército dio su enésimo golpe de Estado. Se formó una junta militar, que instaló de primer ministro al general Surayud Chulanon. El ejército argumentó tres motivos para proceder al golpe de Estado: corrupción del gobierno de Thaksin concretada en la venta de sus empresas a Temasek Holding (de Singapur) sin pagar ningún impuesto por ello; falta de respeto hacia la monarquía; y violaciones de los derechos humanos tanto en la gestión del conflicto en el sur como en su lucha contra el narcotráfico. Las principales metas del gobierno militar fueron dos: promulgar una nueva constitución, vigente en la actualidad, y destruir las bases políticas de Thaksin representadas por su partido Thai Rak Thai (“tailandeses aman a los tailandeses”).
El período militar terminó con la celebración de elecciones legislativas el 23 de diciembre de 2007 y una nueva victoria del partido creado por los aliados de Thaksin, el PPP (Partido del Poder del Pueblo). La etapa democrática abierta por las elecciones de 2007 se vio alterada por la descalificación del primer ministro Samak Sundaravej por parte del Tribunal Constitucional al participar en un programa de cocina televisado llamado “cocinando y protestando”, argumentando que el primer ministro no podía desarrollar actividades privadas. Samak se vio sustituido por otro miembro del PPP, Somchai Wongsawat, que también fue suspendido por el Tribunal Constitucional acusado de compra de votos y fraude electoral. Ello posibilitó la disolución del PPP y de otros dos partidos de su coalición, dejando paso al actual primer ministro.
Abhisit Vejjajiva llegó a la presidencia de gobierno tras la disolución del PPP y ahí radica una de las raíces de la crisis actual, es decir, su escasa legitimidad democrática ya que no fue elegido mediante un proceso electoral sino por un parlamento desnaturalizado. Por ello, los “camisas rojas” englobados en el Frente Unido por la Democracia y contra la Dictadura (UDD) han exigido su dimisión y la convocatoria inmediata de elecciones. Pero además de la presión de éstos, existen otra serie de variables que están poniendo en duda el actual gobierno de Abhisit Vejjajiva. En primer lugar, su coalición a seis es extremadamente inestable. En segundo término, pesa sobre el partido de Abhisit Vejjajiva un riesgo de ilegalización por la acusación, realizada por la comisión electoral, de financiación ilegal. En tercer lugar, la larga sombra del ejército está presente. Basta recordar que Abhisit ha pasado la crisis política recluido en instalaciones del ejército. En cuarto lugar, los “camisas amarillas” siguen desarrollando una importante labor de presión sobre el ejecutivo, como se ha visto con su rechazo al acuerdo ofrecido de elecciones a los “camisas rojas”. Por último, la mayoría de los analistas destaca que Abhisit sería incapaz de ganar unas elecciones si se produjeran en estos momentos. Estas variables, junto a la negativa de los “camisas rojas” a aceptarlas y su exigencia de procesar al vicepresidente Suthep Thaugsubande por su implicación en los trágicos sucesos de abril, explican la retirada de la propuesta de elecciones para noviembre que Abhisit había ofrecido para cerrar la crisis junto a las propuestas de realizar una reforma constitucional, reformas económicas encaminadas a disminuir las diferencias sociales y una investigación sobre los acontecimientos del 10 de abril donde murieron varias decenas de “camisas rojas” y soldados.
Existen otros dos hechos a tener en cuenta sobre un eventual proceso electoral. En primer lugar, la renovación de la cúpula del ejército se va a realizar presumiblemente en septiembre, es decir, bajo el gobierno de Abhisit, lo cual facilitará que el actual número dos del ejército –cercano a las posiciones más conservadoras y monárquicas– alcance la jefatura de las fuerzas armadas, una posición que bajo un gobierno distinto del actual muy difícilmente hubiera sería posible. Por otra parte, Abhisit no cuenta con el respaldo de las clases populares del país, que siguen profesando devoción por Thaksin.
Causas de la crisis
Las causas de esta crisis se encuentran en los ámbitos político e institucional.
En el ámbito político emergen cuatro grandes ideas. La primera de ellas se refiere a la debilidad del sistema de partidos, que ha sido incapaz de establecer gobiernos fuertes debido a la cantidad de fuerzas que componen el parlamento y que representan a líderes más que a ideologías y principios sólidos y, sobre todo, por las continuas disoluciones de partidos de Thaksin y sus seguidores. La segunda causa es la corrupción generalizada de los propios partidos políticos. Dos buenos ejemplos son la ilegalización del PPP por fraude electoral y la amenaza que la Comisión Electoral ha hecho sobre el partido del actual primer ministro, el Partido Democrático, por financiación ilegal. A ello se suman las acusaciones de compra de votos realizada sobre el resto de los partidos minoritarios del actual parlamento. La tercera causa se encuentra en la nula seguridad jurídica producida por los continuos cambios referidos a la elaboración de nuevas constituciones y sobre todo a las leyes básicas sobre la seguridad interior. Hay que recordar que la constitución vigente en Tailandia es la que realizaron los militares durante su período de gobierno. Por último, existe en Tailandia un escaso sentimiento democrático, que se extiende en todos los partidos políticos y, sobre todo, dentro de las dos grandes tendencias políticas del país, las denominadas como “camisas rojas” y “camisas amarillas”, y de las dos grandes instituciones del país, esto es, el ejército y la monarquía. Así, las victorias de Thaksin no han sido respetadas por los “camisas amarillas” ni por el ejército y el Rey y al mismo tiempo la elección de Abhisit como primer ministro ha hecho salir a la calle a los “camisas rojas”, copiando la misma estrategia de desestabilización que anteriormente ha hecho caer los gobiernos de Thaksin y sus acólitos.
Con respecto a las causas propiamente institucionales, el papel del Rey como elemento unificador de la nación y árbitro nacional está claramente en crisis. Así, son escasas las posibilidades de que el Rey intervenga con éxito y ponga fin a esta crisis política iniciada con la salida a la calle de los miembros del PAD en 2006 y que posibilitó el golpe de Estado del ejército. Su apoyo tácito al golpe de Estado de 2006 y su silencio durante toda la crisis posterior muestra que el Rey ha dejado de ser el punto de unión de todos los tailandeses y que ha roto el difícil juego de equilibrios de la política tailandesa.
En lo que atañe al ejército, basta recordar que las intervenciones militares en política en Tailandia han sido continuas desde los años 30 del pasado siglo. El ejército, con el golpe militar de 2006, quebró el propio sistema democrático y anuló el deseo de la mayoría de la sociedad tailandesa, que apoyaba a Thaksin. El ejército debe situarse como tal y dejar de intervenir en política y someterse al control del poder civil.
La tercera causa institucional de esta crisis y quizá la más importante es el profundo cambio que se ha dado en Tailandia en las relaciones de poder desde 2001. Dicho cambio se concreta en una pérdida del poder de las elites tradicionales vinculadas a la monarquía y a las clases medias y altas de la sociedad frente a la emergencia de las clases populares a través de las distintas cabeceras políticas de Thaksin y sus seguidores. Éste es uno de los principales causantes de la actual crisis política. Existe una lucha de poder que se traduce en que se está dando una resistencia activa a que las clases populares emerjan como agentes políticos decisivos y puedan cambiar las relaciones de poder.
Efectos previsibles de la crisis
Los efectos de esta crisis política se están dejando sentir de una manera intensa en tres áreas: la política, la económica y la seguridad regional.
Respecto del ámbito político, en los últimos años el parlamento ha perdido capacidad de decisión y autoridad, trasladándose una buena cantidad de poder hacia la calle. La re-elección de Thaksin en 2005 se vio acompañada del desarrollo del PAD, el cual reclamó la caída del gobierno y allanó el camino para que el ejército diera su enésimo golpe. Por otro lado, los “camisas rojas” están copiando la estrategia de los “camisas amarillas” para conseguir sus objetivos políticos. Esto se explica porque el sistema de partidos actual de Tailandia ha dejado de ser representativo, principalmente para los seguidores de Thaksin, ya que su partido está ilegalizado.
En lo que se refiere al Rey, su posición está muy debilitada por dos factores. En primer lugar, por su salud cada vez más quebradiza, como se pudo constatar en su última aparición en la televisión desde el hospital donde guarda reposo. Hay que recordar que son ya 63 años de reinado y que tiene 81 años. En segundo lugar, y más importante, el Rey ha perdido el apoyo y la confianza de un importante sector de la población tailandesa (los “camisas rojas”) debido a que, en el golpe de Estado contra Thaksin, se posicionó a favor del gobierno militar y posteriormente no ha intervenido para solucionar la grave crisis política. Esto lo podía haber hecho aprovechando el poder simbólico que representa, al igual que en ocasiones previas: en 1973 cuando intervino para detener la matanza de estudiantes y en 1992 durante las protestas anti-militares. Así, su falta de respuesta y acción frente a esta crisis muestra que no está en la actualidad preparado para actuar como en fechas anteriores.
Con respecto al ejército, si bien con anterioridad ya estaba extremadamente deslegitimado, en la actualidad al rechazo de parte importante de la población se le ha sumado la extremada división que se esta produciendo en sus filas. Esta división no se centra sólo en la dialéctica de si apoyar a los “camisas amarillas” o a los “camisas rojas” (caso del general Khattiya Sawasdipol, asesinado por un francotirador durante la crisis y máximo exponente del apoyo militar a los “camisas rojas”) sino también sobre cuál debía de ser el papel del ejército en la crisis: intervenir con más o menos mano dura. Así, entre los partidarios de la intervención se contaba el propio numero dos del ejército, el general Prayut Chan-Ocha, que será el próximo septiembre el nuevo jefe militar de las fuerzas armadas y que necesita un gobierno amigo para poder alcanzar sus metas personales. Por otro lado, el actual jefe del ejército era más partidario de una intervención limitada y controlada. Como se ha visto en los acontecimientos de mayo, el sector más duro del ejército es el que consiguió imponer sus deseos tanto en la intervención como en la cancelación de las elecciones. Esa fuerte división dentro del ejército es extremadamente negativa ya que las dos facciones podrían, en el peor de los casos, embarcarse en un conflicto armado que llevaría a Tailandia a la guerra civil, con terribles consecuencias para todo el país y la región.
Estas consecuencias sobre el sistema político y las instituciones del ejército y la monarquía han producido una profunda división de la sociedad. A esta división política se le suma una importante división económica que obligatoriamente debe de ser resuelta para una futura reconciliación nacional y en aras de la consolidación de la democracia.
En el terreno económico, las protestas realizadas por los “camisas rojas” y la posterior represión de las mismas están teniendo unos importantes efectos sobre aspectos clave. En cuanto al turismo, las reservas en hoteles en Phuket se han hundido hasta un 12% de ocupación, produciendo un recorte del 0,5% en el crecimiento del PIB en lo que va de año. Otro buen ejemplo es que los hoteles de Bangkok estaban, en mayo, al 30% de su ocupación, frente al 80% de febrero. De proseguir la inestabilidad, algunas estimaciones sitúan en dos puntos porcentuales la merma en el crecimiento económico ya que a la reducción del turismo se le sumaria el bajón en el consumo interno.
Además, ahora se está empezando a romper la idea de que Tailandia es un remanso de paz dentro del sureste asiático. Ello constituirá la principal pérdida para el sector turístico a largo plazo, ya que la inestabilidad política está convirtiendo a Tailandia en un país menos seguro que en pasadas décadas y con un menor poder de atracción para los visitantes.
Por último, esta crisis política pone en riesgo no sólo la seguridad de Tailandia sino de toda la región del sureste asiático. Baste recordar que Tailandia es el principal foco de tráfico de armas de pequeño calibre, drogas y personas en la zona. También hay que señalar que Tailandia acoge miles de refugiados de la vecina Myanmar, acampados en toda la frontera con dicho país. Por último, Tailandia es junto a Indonesia la mayor economía del sureste asiático y su deterioro podría debilitar el crecimiento de la zona.
Conclusiones: La crisis política de Tailandia está lejos de finalizar. La cancelación de las elecciones en noviembre y el asalto militar al campamento de los “camisas rojas” en Bangkok ha supuesto un punto y seguido. De esta crisis emergen unas consecuencias claras sobre los ámbitos interno y externo del país. Respecto al nacional, el parlamento como ámbito de decisión del país ha perdido una importante capacidad operativa, que se ha trasladado a otros lugares, principalmente a la calle y al ejército. En segundo lugar, el papel del Rey como elemento unificador del país se ha visto extremadamente deteriorado por su inacción durante la crisis. Esto ha hecho que Tailandia haya perdido uno de sus principales pilares para garantizar la estabilidad y la convivencia. En tercer lugar, el ejército continúa comportándose como un agente político autónomo dentro del país, hecho que provoca que se haya convertido en uno de los principales obstáculos a la consolidación de la democracia. En cuarto lugar, la economía y, en particular, el sector turístico se han visto seriamente afectados por los tres meses de inestabilidad, provocando una importante reducción en la llegada de turistas y sobre todo provocando grietas en la imagen de Tailandia como país seguro y tranquilo. Estos factores han contribuido a causar una gran división que sólo se verá superada con la despolitización del ejército, con un Rey que ejerza de verdadero símbolo del país y con la democratización de las distintas facciones del país tanto en su acción interna como en el respeto de las mínimas reglas de convivencia. Pero mas allá, el factor económico también va a desempeñar un papel clave en la nueva Tailandia. Por ello, la solución a la actual crisis del país debe estar basada tanto en los aspectos políticos como en los económicos.
Con respecto al ámbito externo hay que destacar cuatro ideas. Por un lado, el fracaso de la democracia en Tailandia supondría un serio varapalo al proceso democratizador en la región, perdiendo el sureste asiático a uno de los grandes bastiones de la democracia en el área, junto a Indonesia y Filipinas. Ello podría contribuir a que la dictadura militar en Myanmar pudiera reforzarse. Por otro lado, la crisis política del país muestra la debilidad de ASEAN como organización para garantizar la paz y la estabilidad en la región. En tercer lugar, un importante retroceso económico en Tailandia podría provocar una ralentización del crecimiento económico en la zona, agudizando los efectos de la crisis. Por último, la inestabilidad crónica en Tailandia podría favorecer el incremento de actividades delictivas en la zona referidas al tráfico de drogas, personas y armas y, sobre todo, eternizar el problema en el sur musulmán de Tailandia.
Javier Gil Pérez
Investigador del Instituto Universitario General Gutiérrez Mellado