Tema. La guerra en plena campaña electoral de Israel contra Hamás en Gaza reaviva las tensiones en Oriente Próximo, reordena el tablero de la negociación palestino-israelí y empeora la imagen del país hebreo.
Resumen. El pasado 17 de enero concluyó mediante un alto el fuego unilateral decretado por Tel Aviv la guerra que Israel libró contra Hamás en Gaza. Esta operación, denominada Plomo Fundido y que comenzó el 27 de diciembre de 2008, fue justificada por Israel como respuesta a los ataques que el Movimiento de la Resistencia Islámica (Hamás) realizó sobre territorio israelí tras una tregua de seis meses. El objetivo de Israel de mermar todas las capacidades de Hamás llevó al país hebreo a efectuar una ofensiva total que ha puesto a Israel en la picota del debate público por la desmesura de sus actuaciones. Aún siendo una guerra ampliamente avalada por la sociedad israelí, no es menos cierto que tendrá consecuencias internas en el seno de la misma, sobre todo en la relación entre los árabes-israelíes y los judíos-israelíes. Además, la intervención en Gaza reordena la coyuntura en Oriente Próximo y condiciona las relaciones de Israel con sus vecinos y con la comunidad internacional.
Análisis
Ataque sobre Gaza
El 18 de diciembre de 2008, en plena carrera electoral en Israel, el movimiento de resistencia Hamás puso fin a la tregua de seis meses que había decretado y comenzó a lanzar cohetes sobre localidades israelíes como Sderot y Ashkelón. Si normalmente este tipo de ataques suelen tener una respuesta contundente por parte de Israel, el contexto electoral que vivía el país hizo que la contestación del gabinete Olmert fuera de una importante magnitud. De esta manera comenzó la operación Plomo Fundido, que supuso el bombardeo de la franja de de Gaza. Esta operación, según los propios dirigentes israelíes, tenía un triple objetivo: (1) debilitar al máximo la infraestructura de Hamás en Gaza; (2) abatir al mayor número posible de militantes del movimiento islámico; y (3) evitar los ataques que sobre población israelí se efectúan desde esta franja. Pero, además de estos fines, lo que pretendería también Israel con este ataque sería dificultar al máximo la presencia de Hamás en las elecciones a la presidencia de la Autoridad Nacional Palestina.
En esta ocasión, los dirigentes israelíes tuvieron claro desde el inicio de esta operación que no podían cometer los mismos errores que en 2006 en Líbano. Se sabe que la operación Plomo Fundido estaba siendo preparada con al menos seis meses de antelación. Cuando Ehud Barak se convirtió en ministro de Defensa, el primer ministro Olmert le encargó una doble misión: mejorar el adiestramiento de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) en previsión de nuevas ofensivas bien contra Hamás o contra Hezbolá, y adecuar la estrategia defensiva del país para hacer frente a la amenaza iraní. Hasta tal punto los efectos del informe Vinograd y la experiencia de Líbano han marcado la actuación de este gabinete en la ofensiva contra Hamás que incluso la propia cobertura informativa sufrió un férreo control por parte del ejecutivo. Entre otras medidas se impidió la entrada de periodistas internacionales en Gaza, disposición ésta que fue corregida por la Corte Suprema de Israel que obligó al gobierno a permitir la entrada en Gaza de un número determinado de informadores. En definitiva, lo que el gabinete Olmert ha querido evitar en Gaza fueron los errores cometidos en 2006 en Líbano, más aún cuando dos miembros de su gabinete, la ministra de Exteriores y el titular de Defensa, son candidatos a primer ministro en las elecciones del 10 de febrero, por Kadima y el Partido Laborista respectivamente.
Consecuencias internas
En cuanto al ámbito interno, las repercusiones de la guerra de Gaza hay que analizarlas en dos aspectos. El primero hace referencia a las dinámicas intrajudías. Esto es, la repercusión de esta operación en el seno de la población judía-israelí, que supone el 80% de los ciudadanos del país. En este sentido, y tras la difusión de varias encuestas, todas arrojaban un dato abrumador: el 80% de la población israelí estaba a favor de una intervención militar. Donde había diferencias era en el tipo de actuación, pues en este aspecto la mayoría de los ciudadanos israelíes se inclinaba por que el Tzahal[1] siguiera la intervención militar por vía aérea, mientras que tan sólo un 20% era claramente partidario de proseguir con la ofensiva por medios terrestres. De esta manera, los actores políticos no tenían prácticamente ninguna resistencia por parte de la opinión pública israelí, salvo la de la minoría árabe-israelí, la de algunos movimientos minoritarios como Gush Shlom o Paz Ahora y la de algunos grupos de judíos ortodoxos antisionistas. A pesar de este apoyo, no han sido pocos los articulistas que han exigido a las FDI que fueran mucho más exigentes en sus intervenciones para evitar, en la medida de lo posible, causar víctimas civiles. En cuanto a las formaciones políticas, salvo las que representan a los ciudadanos árabes-israelíes, la práctica totalidad de los partidos estaban a favor de esta intervención e incluso un partido tradicionalmente pacifista como Meretz (Hatnua Hahadasha) afirmaba pocos días antes de la intervención que la situación era insostenible y apelaba al derecho de Israel a su defensa.[2] Por tanto, se puede afirmar que entre la población judía-israelí esta intervención fue ampliamente apoyada. Evidentemente, si esta confrontación se hubiera alargado en el tiempo y hubiera supuesto un mayor número de bajas israelíes, es probable que el apoyo hubiera sido bastante menor.
Desde el punto de vista político, durante el tiempo que duró la intervención en Gaza la campaña electoral en Israel se suspendió pero se mantuvo la fecha de los comicios. En este sentido, sí se puede hablar de beneficiados por la operación Plomo Fundido. En general son los componentes del Gobierno los que han visto cómo su imagen se ha reforzado. Una prueba de esto es que la popularidad de Ehud Olmert subió a un 80%, cuando antes de este enfrentamiento estaba por debajo del 20%, nada que ver con el 3% de popularidad que llegó a tener a finales de 2006. Dentro de los miembros del Gobierno que además son candidatos en las próximas elecciones, es el laborista y ministro de Defensa, Ehud Barak, quien sale por el momento más reforzado de esta crisis. De hecho, los resultados que dan ahora las encuestas[3] para su formación han pasado de apenas una docena de bancos a los 16 ó 17. También, y siempre según las encuestas, la ministra de Exteriores y compañera de partido de Olmert, Tzipi Livni, habría salido beneficiada. En cuanto al candidato del Likud, “Bibi” Netanyahu, se mantuvo en una discreta segunda fila esperando los fallos de sus contrincantes y, por supuesto, apoyando al Gobierno en esta crisis.
Pero la consecuencia interna más importante –he aquí el segundo aspecto– que esta intervención ha tenido en el seno de la sociedad israelí ha sido la de abrir aún más la brecha que separa a los ciudadanos árabes-israelíes, prácticamente el 20% de la población de Israel, de los judíos-israelíes. En este sentido, han sido varias las manifestaciones que los primeros han desarrollado y que las fuerzas de seguridad han impedido, apelando a la seguridad nacional. Este mismo argumento fue el que esgrimieron los componentes de la formación ultraderechista Yisrael Beitenu,[4] quienes pidieron a la Comisión Electoral Central[5] que prohibiera la participación de los partidos árabes Lista Árabe Unida y Balad en los próximos comicios. Tras una acalorada discusión,[6] el Comité aprobó dicha prohibición que, en cualquiera de los casos, ha de revisar la Corte Suprema.[7] Así, una vez más, Israel se enfrenta a la difícil gestión de su minoría árabe-israelí, que exige iguales derechos efectivos y que no comparte el ideario sionista, pero que no aboga por la destrucción del Estado de Israel. La discusión está en si es posible un “Estado democrático judío” como indica la carta fundacional de Israel, o simplemente en que Israel ha de ser un “Estado democrático”.
Consecuencias externas
Las repercusiones externas para Israel de este ataque tienen que ver con las relaciones con sus vecinos árabes en particular y con la comunidad internacional en general. La primera de estas consecuencias fue la suspensión de las negociaciones de paz entre Tel Aviv y la ANP en vísperas de las elecciones presidenciales palestinas. Este proceso electoral fue pospuesto por Abu Mazen hasta lograr “una conciliación entre los palestinos”, lo que hace prever que posiblemente coincidan con las legislativas de enero del próximo año. Este ataque, además, merma la capacidad de mediación de Egipto, sobre todo ante los ojos de Hamás que ve en Mubarak un aliado de Fatah. A su vez, Israel, aunque siempre en un tono menor, espera que Egipto haga más para evitar el contrabando de armas a través de su frontera. Por eso, y ante el plan de alto el fuego presentado por Egipto y Francia, el Gobierno israelí estaba a favor de que una hipotética fuerza de interposición de la ONU se implantara sobre territorio egipcio.
Otra consecuencia externa de la intervención en Gaza ha sido la quiebra de las negociaciones de paz entre Israel y Siria que se estaban llevando a través de la mediación de Turquía. En esta negociación era clave el papel de Ankara y de su primer ministro, Recep Tayyip Erdogan, el cual se había implicado de manera personal. Pues bien, la intervención de Israel en Gaza pocos días después de la última visita de Olmert a Ankara hizo que en un momento estas negociaciones se congelaran para, días después, romperse. Además del fin de las negociaciones sirio-israelíes, lo que se ha quebrado es la confianza de Turquía en Israel. El tono de Ankara se elevó tanto que el propio Erdogan hizo unas declaraciones públicas en las que afirmaba que había sido traicionado por Ehud Olmert, quien en su última reunión con el premier turco, días antes de la intervención sobre Gaza, no le avisó de la ofensiva que preparaba, lo que ha tensionado las fluidas relaciones entre Israel y Turquía. Hay que recordar que este es el único país de población mayoritariamente musulmana que tiene acuerdos en materia de defensa con Israel. Es de suponer que tras el final de esta intervención, y sobre todo con el cambio de interlocución en Israel tras las elecciones, estas relaciones retornen a los parámetros anteriores. Lo que está por ver es el grado de implicación que Ankara tendrá en una nueva e hipotética mediación entre Siria e Israel.
Otro aspecto que cabe destacar es la repercusión de relaciones de Israel con EEUU. Es sabido que el triunfo de Barack Obama tuvo una acogida más bien fría en el seno de la clase política israelí.[8] Todos los dirigentes del país son conscientes de que con esta Administración la presión, siempre muy subjetiva, a la que se va a ver sometido Israel para alcanzar un acuerdo de paz con los palestinos va a ser mayor. Más aún si se sigue lo que escribía Zbigniew Brzezinski –uno de los asesores de Obama en cuestiones de seguridad nacional y política exterior durante su campaña electoral– junto a Brent Scowcroft en un artículo publicado en el Washington Post días después de la victoria del candidato demócrata.[9] En él decía que era una ocasión de oro para intentar buscar una solución al problema palestino, que la nueva Administración norteamericana debía aprovechar. Además, añadía que si se lograba alcanzar algún tipo de avance o acuerdo entre la ANP e Israel, iba a ser muy complicado que Hamás se quedara fuera. Con el nuevo escenario tras la intervención en Gaza, el propio Brzezinski volvía a apuntar que la cuestión palestino-israelí debía ser la prioridad del nuevo ejecutivo en la región de Oriente Medio. Esta posición fue reafirmada al menos en su intención por el propio Obama, quien declaró a la cadena ABC que, en cuanto tomara posesión de su cargo, se implicaría de manera personal en la resolución de este conflicto. Es en este contexto en el que también hay que interpretar la intervención de Israel en Gaza. Con la misma, Tel Aviv enviaría un claro mensaje al nuevo inquilino de la Casa Blanca: Israel sigue fiel a su política de hechos consumados en lo que hace referencia a su seguridad. Pero a su vez, Tel Aviv es consciente de que la focalización por parte de Obama –en su política en la región– en el conflicto palestino-israelí significa que el nuevo gabinete demócrata se alejará de las posturas más duras contra Teherán que defiende Israel.[10]
La última consecuencia a destacar tiene que ver con la imagen pública de Israel en el exterior. Aunque Tel Aviv ha intentado impedir la entrada de periodistas en la franja de Gaza desde que se inició el conflicto, no ha podido evitar las imágenes de los bombardeos en la franja y la repercusión que los mismos han tenido sobre la población civil palestina. Ante este tipo de imágenes, la posición de Israel se debilita enormemente, y hay razones para ello. Si al igual que pasó en el año 2006, el marco teórico está del lado de Israel, es decir, derecho del país hebreo a responder a los ataques en esta ocasión de Hamás y de defender a su población civil de los mismos, la intensidad y la desmesura de su actuación hace que este principio de derecho internacional pase casi inadvertido. Esta desmesura con la que el Tzahal ha actuado en Gaza ha hecho movilizarse a una parte muy importante de la sociedad europea[11] y mundial en contra de este ataque y del Estado de Israel. Un primer análisis de estas manifestaciones en contra de Israel no muestra hoy por hoy una base antisemita, aunque evidentemente las hay. Pero más allá de éstas, y de aquellas que tildan a Israel de genocida y demás boutades (cuestiones que en Europa nunca hay que dejar pasar por alto), dichas manifestaciones debieran alertar al Gobierno de Israel y a su sociedad del carácter que de “Estado antipático” que tiene Israel, sobre todo en Europa, de la que es producto pero también víctima. La sociedad israelí en general y su Gobierno en particular han de ser conscientes que en un mundo globalizado la presión de la opinión pública es ya un factor a tener en cuenta y que en el medio plazo puede ser un elemento de presión a la clase política, en este caso europea. Es cierto que hay una diferencia entre la opinión pública europea y la actitud de los gobernantes para con Israel. La primera se ha mostrado en esta ocasión mucho más beligerante que la segunda, pero no es menos cierto que, por primera vez en mucho tiempo, se han escuchado afirmaciones de algunos líderes como Gordon Brown y Angela Merkel expresando su más “profunda preocupación” por lo que pasaba en Gaza y por la actitud israelí, lo que supone elevar el tono diplomático de estos dos países. Otros ejecutivos, como el español, se han posicionado claramente y han expresado su rechazo a la actuación israelí.
Israel tiene que empezar a valorar en mayor medida que su imagen en el exterior es también un activo para su seguridad. Que una mejor imagen de Israel ayudará a comprender de una forma más “equilibrada” la realidad de este país y su difícil pervivencia en una región, la de Oriente Medio, donde hay una clara y evidente hostilidad hacia el país hebreo. A su vez, esta mejor imagen ha de ser el resultado de una activa diplomacia pública por parte de Israel, pero también consecuencia de unas actuaciones políticas y militares mesuradas y proporcionadas, en relación con su naturaleza de Estado democrático, y al ethos democrático de la sociedad que lo conforma.
Conclusiones: En primer lugar, lo que cabe resaltar es el derecho del Estado de Israel a responder a los ataques de Hamás. Ningún Gobierno democrático puede pasar por alto las continuas agresiones, con víctimas o sin víctimas, que haga cualquier milicia sobre su territorio y menos aún sobre la población civil. En este contexto, el derecho de respuesta avala al Estado de Israel, al igual que lo obliga a respetar una serie de derechos básicos para con la población de los territorios ocupados. Por tanto, lo que se debe exigir a Israel es mesura, proporcionalidad y, sobre todo, respeto a la población civil, ya que eso también entra dentro del derecho de respuesta. Que los milicianos de Hamás aprovechen infraestructuras civiles para efectuar sus ataques no legitima ni da derecho a Israel a atacar dichas infraestructuras de forma indiscriminada, incluso ni en el caso de que el Movimiento de la Resistencia Islámica utilizara a la población como escudos humanos. Actuar militarmente de forma indiscriminada y desproporcionada es impropio de un Estado de derecho. A Israel ha de exigírsele como lo que es, un Estado democrático.
A quien más perjudica, en el corto plazo, esta situación es a Irán, ya que Israel ha conseguido debilitar a uno de los pivotes sobre los que gira la estrategia de Teherán en Oriente Próximo. Es sabido que el país chií intenta influir y desestabilizar la región apoyando tanto a la milicia libanesa de Hezbolá como a Hamás. Todo esto con un doble objetivo: debilitar a Israel y hacerse con el liderazgo regional. Evidentemente, esto no gusta a países como Egipto, Jordania y Turquía, y en mucha menor media a las monarquías del Golfo. Así, la conexión Irán-Hezbolá-Hamás y, en cierta medida, Siria, queda debilitada, aunque ni mucho menos desaparecida. A su vez, esta realidad puede endurecer las posiciones de Teherán respecto a las negociaciones sobre la cuestión nuclear y forzar a la nueva Administración Obama en el medio plazo a cambiar su posición negociadora con Irán.
Las actuaciones tan contundentes de Tel Aviv en Gaza, y en Líbano en el verano de 2006, provocan que la imagen de este país haya empeorado de manera considerable en el mundo en general y en Europa en particular. El “cortoplacismo” y la coyuntura en la que muchas veces se mueven las decisiones de los dirigentes israelíes están haciendo que la imagen del país en el exterior esté empeorando cada vez más. Este es un aspecto que tiene que empezar a ser considerado de manera más importante por Israel, entendiéndolo también como un parámetro de su seguridad en el largo plazo. No es un buen escenario de futuro para Israel ser percibido por la opinión pública internacional como un Estado altamente antipático. Es una falla estratégica que, sin duda, Israel tendrá que corregir.
Por último, la comunidad internacional, concretamente el “cuarteto” y muy especialmente la UE y EEUU, han de retomar con urgencia el intento de solución del conflicto palestino-israelí. En este sentido, Barack Obama, en las primeras declaraciones que hizo sobre el conflicto, apuntó a que él personalmente, junto con un equipo especial, abordará desde el primer momento este conflicto. Mientras tanto, la UE ha de hacer más y, sobre todo, ha de tener una posición de exigencia con Hamás y hacerle ver las consecuencias de algunas de sus actuaciones. Esto no ha de ser incompatible con el intento de tratar de llevar a Hamás –o a parte de Hamás– a la política, ya que cualquier solución del conflicto palestino-israelí que no incluya a este movimiento, simplemente, no será solución.
Víctor Manuel Amado Castro
Profesor-investigador del Instituto de Historia Social Valentín de Foronda, Universidad del País Vasco-Euskal-Herriko Unibertsitatea, e investigador invitado en la Universidad de Tel Aviv
[1] Acrónimo de Tzva Haganah Leyisrael o Fuerzas de Defensa de Israel.
[2] El líder de la formación, Haim Oron, hizo estas declaraciones, pero según se fue desarrollando la ofensiva y dado el carácter de la misma, es firme partidario de su final.
[3] Véase, por ejemplo, tanto para resultados electorales como para índices de apoyo a la intervención en Gaza: http://www.haaretz.com/hasen/spages/1051852.html.
[4] Se puede traducir como “Israel es nuestra casa”. Es un partido sionista situado a la extrema derecha del arco parlamentario, liderado por Avigdor Lieberman y que propone que Israel sea un Estado compuesto únicamente por población judía.
[5] El Comité electoral central es una comisión parlamentaria que está compuesta por 31 miembros que representan a las formaciones con escaños, y presidida por un juez retirado, en este caso el ex presidente de la Corte Suprema Eliezer Rivlin.
[6] Los resultados de estas votaciones (una por cada formación árabe a inhabilitar) fueron siempre de abrumadora mayoría en contra de su participación. En contra se mostraron los partidos que ideológicamente se inscriben en la izquierda sionista israelí: el Partido Laborista y Meretz.
[7] Normalmente, la Corte Suprema de Israel (equiparable a un Tribunal Constitucional) suele rechazar este tipo de propuestas, como ya lo hizo en 2003 en un caso igual. Recientemente, el pasado 11 de enero, esta misma Corte rechazó una petición de la misma Comisión que pedía que los partidos haredim u ortodoxos religiosos –Shas y Unión Judía por la Torah– no se pudieran presentar a las elecciones.
[8] Aunque fue todavía durante las primarias –pero cuando se daba por hecho que Obama sería el candidato demócrata–, el antiguo embajador de Israel en EEUU, ahora en las listas de Yisrael Beiteniu, escribía un artículo en el que mostraba sus dudas con Barack Obama. Véase Danny Ayalon, “Who Are You, Barack Obama?”, Jerusalem Post, 23/I/2008.
[9] Véase Brent Scowcroft y Zbigniew Brzezinski, “Middle East Priorities for Jan. 21”, Washington Post, 21/XI/2008.
[10] En este sentido cabe destacar el discurso que Barack Obama pronunció ante la American Israeli Public Affairs Committe (AIPAC) en el que aseguraba a Israel una ayuda militar en los próximos años de 30.000 millones de dólares.
[11] La diferente naturaleza de las manifestaciones (demás de las efectuadas en la calle) la podemos ver, por ejemplo, en la carta que una serie de judíos británicos (intelectuales, profesores de universidad, periodistas y rabinos), conocidos defensores del Estado de Israel, enviaron el pasó 11 de enero de 2009 al periódico dominical The Observer titulada “Israel, We Support You – But Hear Our Plea”.