Tema: El desarrollo de las recientes elecciones presidenciales iraníes y el resultado de las mismas sorprendieron a propios y extraños. Un candidato conservador casi desconocido en el panorama político iraní, Mahmud Ahmadi Neyad, pasaba a una segunda vuelta para alcanzar posteriormente la presidencia de la República Islámica de Irán.
Resumen: El resultado de las elecciones presidenciales del pasado 24 de junio en Irán fue, sin duda, uno de los más inesperados y polémicos de la historia de los 25 años de la República Islámica. Por primera vez, unas elecciones presidenciales pasaban a una segunda vuelta y también por primera vez, un candidato prácticamente desconocido e insignificante en la vida política iraní accedía a la segunda ronda (después de dejar fuera de juego a políticos conocidos y consagrados como el reformista Mostafa Moín y Mehdi Karrubi) para competir con uno de los políticos más poderosos del régimen islámico, el conservador moderado Akbar Hashemi Rafsanyani. Una semana más tarde, para mayor sorpresa de los iraníes y de la comunidad internacional, Mahmud Ahmadi Neyad se convertiría en el presidente de la República Islámica de Irán.
Análisis: Después de las pasadas elecciones presidenciales, uno de los nombres más repetidos en Irán y en otros lugares del mundo ha sido el de Mahmud Ahmadi Neyad. Y es que ante la mirada atónita de millones de iraníes, una semana antes el portavoz del Consejo de Vigilancia y responsable de supervisar la buena marcha de las elecciones anunciaba en la televisión pública que ninguno de los candidatos había obtenido la mayoría. Por tanto, habría una segunda vuelta en la que rivalizarían por la presidencia de la nación el candidato moderado Akbar Hashemi Rafsanyani y el extremista Mahmud Ahmadi Neyad, dejando así fuera de combate al candidato reformista Mostafa Moín. Muchos pensaron que el temor a la posible victoria de un extremista dirigiría el voto de los reformistas al moderado Hashemi Rafsanyani y aumentaría la participación.
El paso del alcalde de Teherán y ex gobernador de la provincia de Ardebil, Mahmud Ahmadi Neyad, a la segunda ronda causó sorpresa entre la población que, aturdida, perdía la certeza de que Hashemi Rafsanyani fuera el candidato con más posibilidades de ocupar el palacio presidencial de Saad Abad y el hombre idóneo para encaminar al país hacia una mayor apertura política y económica con el exterior, en especial con EEUU, y al mismo tiempo proporcionar más libertades, aunque de forma superficial, a la población iraní. En un principio, muchos fueron los que vieron en el paso de Ahmadi Neyad a la segunda vuelta una maniobra de los propios conservadores para atraer los votos de reformistas e indecisos hacia el conservador Hashemi Rafsanyani y así asegurar su elección con una participación masiva de la población, que reaccionaría ante la posibilidad de la victoria de un extremista. Pero una semana más tarde la incertidumbre se resolvería finalmente con la victoria del tradicionalista Ahmadi Neyad, y sumiría a los votantes moderados en un estado de shock. Algunas declaraciones del ganador durante su campaña electoral, como cuando dijo “no hicimos la revolución para la democracia” o “somos tradicionalistas y la tradición es el islam”, no tranquilizaron a los sectores reformistas.
La pregunta obligada es: ¿cómo llegó Ahmadi Neyad a pegar el doble salto presidencial en las últimas elecciones? En primer lugar, si observamos su trayectoria vemos que su llegada a la política no ha sido de la noche a la mañana. Hace dos años llegó al ayuntamiento de Teherán, después de haber sido uno de los fundadores de la Asamblea Islámica de los universitarios en la Universidad de Ciencia e Industria, y de incorporarse voluntariamente al cuerpo especial del sepah (ejército de la revolución). Con treinta años ya era responsable de los regimientos de guerra en las provincias del oeste del país. Al terminar la guerra entre Irán e Irak abandonó el Ejército para trabajar como docente en la universidad en la que había estudiado. Durante la presidencia de Hashemi Rafsanyani ocupó el puesto de gobernador de Ardebil. A la llegada del presidente Jatamí, Ahmadi Neyad dejó de ser gobernador y se dedicó, según él mismo, a actividades científicas, sociales y culturales. Finalmente, hace dos años fue elegido alcalde de Teherán. Antes de este momento, había compaginado su actividad docente con la de propagandista de la Asamblea de Coordinación de las Fuerzas de la Revolución Islámica.
Con el triunfo de los conservadores en las elecciones parlamentarias del año pasado, Ahmadi Neyad intensificó su actividad política e ideológica. En la primavera de 2004, tras haber tenido un encontronazo con el presidente Jatamí, quien había criticado duramente la situación del tráfico de Teherán al llegar tarde a la ceremonia de su nombramiento como Doctor Honoris Causa en la Universidad de Teherán, refiriéndose al alcalde como “alguien incapaz de dirigir la ciudad”, Ahmadi Neyad hizo declaraciones sumamente significativas en Mashhad, expresando su ideología y tendencia política. En dicha ocasión declaró que “el gobierno islámico significa un gobierno cuyos objetivos, posicionamientos y voluntad es ejecutar los dictámenes islámicos, es decir, conseguir que la sociedad esté dirigida a través de las leyes islámicas. Significa un gobierno que crea en que el islam es una religión perfecta y que es capaz de responder de forma completa a las necesidades del hombre, llevándole a la felicidad. Quiere decir eso que debe conseguir dirigir la economía, la cultura, construir la ciudad”.
Ahmadi Neyad nunca ha sido un político destacado, ni siquiera entre los suyos gozaba de simpatía, quizá por su talante extremista e incluso radical, aunque él insiste en que es tradicionalista. Es posible que este poco éxito entre los suyos hiciera que nadie sospechara ni por un momento que se convertiría en el rival número uno de Hashemi Rafsanyani, el político todoterreno e invencible del régimen, el Jefe del Consejo de Discernimiento y uno de los hombres de confianza del Guía Jameneí.
Es posible que su elección haya sido por su cercanía al pueblo. Utiliza un lenguaje llano, no es apuesto ni tampoco lleva una vida de ostentación (vive en uno de los barrios más populares del este de Teherán) y su obsesión es “establecer la justicia social”. Es probable que los iraníes de a pie se hayan cansado de la prepotencia de hombres como Hashemi Rafsanyani, que en estos años se ha convertido en uno de los hombres más ricos del país, así como de la incapacidad de los reformistas de enfrentarse al poder absoluto del Guía y al Consejo de Vigilancia. Tampoco creen ya en reformas constitucionales, y es posible que hayan preferido probar con un Estado en el que las principales fuerzas del régimen se encuentran unidas, alineadas y en perfecta armonía ideológica, aunque ello suponga la pérdida de las libertades adquiridas durante el gobierno reformista de Jatamí, a cambio de mejoras sociales prometidas por Ahmadi Neyad en su campaña electoral.
De lo que no hay duda es que Ahmadi Neyad se encuentra en una situación límite en la que debe demostrar de forma rápida y eficaz que sus promesas electorales (como la mejora de la precaria situación laboral de los jóvenes, evitar la intervención de algunos de los suyos en el Tesoro Público, o como él mismo dice “acortar la mano de la mafia del poder del petróleo”) no son sólo vanas promesas sino objetivos a cumplir. Sus partidarios, como es de esperar, aplauden su gestión en el ayuntamiento de Teherán, pero sus detractores le acusan de haber utilizado el cargo de alcalde para favorecer su meteórica carrera hacia la candidatura a la presidencia de la nación. Sus ayudas económicas a los imames del viernes, las subvenciones concedidas a grupos religiosos y, sobre todo, los créditos llamados “de matrimonio” le han proporcionado numerosos partidarios.
No debemos olvidar que Ahmadi Neyad nunca ha pertenecido a las formaciones conservadoras de mayor relevancia. Nunca ha estado cerca de la cúpula del poder del régimen islámico; por tanto, cabe preguntarse: ¿cuál es el futuro de Irán bajo el gobierno de un desconocido e inexperto político? La respuesta no debe ser precipitada y, a pesar de algunas reacciones ante su victoria, debemos tener en cuenta un punto muy importante: por primera vez desde la muerte del Imam Jomeini, las cinco principales fuerzas dentro del régimen islámico se encuentran en la misma tendencia, siguiendo una única línea que no es otra que la del Imam Jomeini y la de los fundamentos de su Revolución Islámica. El Guía Supremo, el Consejo de Vigilancia, el Poder Judicial, el presidente del Gobierno y el Parlamento pertenecen todos al ala más dura de los conservadores. En este engranaje la única pieza que no encajaba del todo era el candidato más moderado Hashemi Rafsanyani, quien finalmente ha visto frustrados sus deseos de equilibrar la balanza entre extremistas y reformistas.
El futuro político de Hashemi Rafsanyani es incierto y, aunque en un primer momento expresó una enérgica crítica al desarrollo de las elecciones declarando que éstas habían sido “contaminadas por algunas intervenciones organizadas”, rectificó más tarde en una carta dirigida a la nación iraní pidiendo que “todos ayuden [al presidente] en el camino emprendido al servicio del pueblo”. También añadió que “en cuanto a las elecciones no tengo la intención de presentar denuncia ante los árbitros que han demostrado no querer o no poder hacer nada, ya que presentaré mis quejas ante el Tribunal de Justicia Divina”. Algunos consideran que estas declaraciones muestran hastío y debilidad frente a la situación política. Y es que Hashemi Rafsanyani sufrió un revés significativo durante el gobierno de Jatamí. A pesar de ocupar el cargo de Jefe de Consejo de Discernimiento, no pudo evitar que su expediente presidencial saliera a la luz pública demostrando que su conducta había sido extremadamente represiva e inhumana con muchos de los intelectuales iraníes. El pueblo iraní nunca le volvió a ver con buenos ojos y él nunca perdonó a los reformistas el hecho de haber manchado su imagen pública. Finalmente y tras muchas dudas, Hashemi Rafsanyani fue convencido para presentarse a las últimas elecciones con el pretexto de que era el único político capaz de sacar a Irán del atolladero de las difíciles relaciones que mantiene con la comunidad internacional, principalmente con EEUU.
Lo cierto es que la decisión ambiciosa de Hashemi Rafsanyani de llegar a la presidencia de Irán, para sorpresa de muchos, ha acabado en derrota. Pero la cabeza pensante del régimen, según lo califican algunos, ya ha anunciado que creará una formación política llamada Moderación Islámica. Es posible que el papel de Hashemi Rafsanyani en el panorama político sea aún más significativo a partir de ahora. En cualquier caso después del resultado de las elecciones cualquier cosa puede ocurrir. De momento, habrá que esperar a ver si continúa al frente del Consejo de Discernimiento. De no ser así, quedará claro cuál es la postura del Guía Jameneí en relación con el papel futuro de Hashemi Rafsanyani en el destino político de Irán.
No olvidemos, por otra parte, que hace tiempo el Guía viene insistiendo en la necesidad de la elección de un presidente “jovial” y por tanto joven. Muchos interpretaron el uso reiterado de este adjetivo por parte del Guía, como la expresión del desacuerdo que existía y existe entre ambos, pues Hashemi Rafsanyani tiene 72 años. El hecho es que los conservadores más extremistas nunca han negado dichas diferencias, aunque los dos hombres más importantes del régimen siempre hayan insistido en demostrar la inexistencia de desavenencias entre ambos. De todos modos, lo cierto es que Hashemi Rafsanyani es un veterano de la política y un experto en resolver situaciones de crisis, y es muy probable que la inexperiencia del joven Ahmadi Neyad le dé más que suficientes motivos para intensificar su actividad política. Sea cual sea el destino de Hashemi Rafsanyani, el futuro de Irán ya no depende de él, sino del recién llegado presidente a las altas esferas del poder y de su capacidad para crear las vías de entendimiento no sólo con las fuerzas políticas del interior del país sino también con EEUU y Europa.
La nueva presidencia
Uno de los objetivos del futuro presidente es realizar cierta depuración o “reforma”, según él, entre los “burócratas corruptos”. De realizarse este objetivo, Ahmadi Neyad habrá herido directamente en el corazón a la llamada “burguesía gubernamental iraní”, lo que muy posiblemente le traiga muchos quebraderos de cabeza y agite aún más los ánimos en la Administración. Sin duda, todo dependerá del grado de dureza con que lleve a cabo este objetivo, ya que cualquier tipo de represión desmedida puede acelerar la formación de fuerzas anticonservadoras o, como él preferiría decir, “antitradicionalistas”. Las mejoras sociales que ha prometido también deberán realizarse de forma rápida, y la dureza con la que trate a las libertades civiles será determinante para su estabilidad política. En un plazo breve tendremos la ocasión de ver si Mahmud Ahmadi Neyad aplicará las más estrictas normas, siguiendo la “tradición” y demostrará si “no ha hecho la revolución para tener democracia”, o por el contrario tendrá cautela y cederá ante las presiones internacionales.
Por el momento ya se habla de restablecer el “uniforme islámico” y de aplicar el atuendo posrevolucionario que muchas mujeres iraníes habían guardado en el fondo de sus armarios. No sólo las mujeres iraníes están preocupadas por las represiones futuras, pues las capas medias de la sociedad temen ver aún más limitado el clima sociocultural del país, y los opositores a Ahmadi Neyad tienen fundadas sospechas de que el clima político puede llegar a ser aún más insoportable a partir de ahora. Por el contrario, los partidarios del tradicionalista Ahmadi Neyad –formados por dos grupos: los conservadores extremistas y los calificados por el Ayatollah Jomeini como “debilitados” o “desheredados”– han puesto todas sus esperanzas en él. Los primeros esperan la recuperación de una sociedad enteramente religiosa al más puro estilo posrevolucionario en la que sus interpretaciones de la sharía (ley islámica) se apliquen sistemáticamente, y en la que ninguna otra interpretación tenga cabida.
Es casi seguro de que Ahmadi Neyad se mantenga en su “tradicionalismo” y convierta la política exterior de Irán en un callejón sin salida. Si sigue su política populista en el ámbito económico dentro del país y convierte la política exterior en un campo de batalla, es de esperar que Irán se encuentre frente a una situación económica crítica que supondrá un retroceso para el conjunto de la sociedad. En cualquier caso, el presidente no tendrá más poder que sus predecesores, pues la cúpula del poder no está presidida por él, sino por el Guía Jameneí, por el Consejo de Vigilancia y por el Poder Judicial. Lo que parece obvio es que él, al pertenecer al ala dura del régimen, no tendrá que hacer juegos malabares para conseguir sacar adelante los proyectos de ley en el Parlamento, ni esperar que el Consejo de Vigilancia o el Consejo de Discernimiento dé el visto bueno a sus decisiones. Dicho de otro modo, él decidirá lo que la cúpula del poder dictamine.
El desafío interno
La economía iraní agonizaba cuando Hashemi Rafsanyani llegó a la presidencia del Gobierno islámico. La guerra entre Irán e Irak y la nacionalización de la industria habían entregado al entonces nuevo presidente un país casi arruinado. La invasión de Kuwait por parte de Irak en 1990 generó cierta inseguridad en la zona, lo cual provocó la subida del precio del petróleo. Este hecho afectó de forma positiva a la economía iraní, doblando sus ingresos en dos años. Tampoco faltaron las peticiones de créditos al resto del mundo. Pero la mejora de la situación económica era sólo aparente, y Hashemi Rafsanyani se tuvo que enfrentar más tarde a una inflación de un 50% y a una deuda externa de 23.000 millones de dólares. Su sucesor, el reformista Jatamí, llegó al poder en 1997 con un proyecto social y político que tampoco mejoraría significativamente la situación económica, pues la deuda externa heredada de su predecesor seguía siendo alta, rondando los 16.000 millones de dólares.
Aún así, el aumento de los ingresos del petróleo y el crecimiento económico de más del 4% fue mérito del Gobierno reformista. Las estadísticas aportan datos importantes: la inflación actual es de un 15,7% y el nuevo Gobierno de Ahmadi Neyad no podrá presumir de mejoras si no es capaz de situar dicho porcentaje por debajo del 10%. Por otra parte, aunque la tasa del paro ha disminuido de un 16% a un 10%, en Irán aún existen 3 millones de parados, cantidad a la que se van añadiendo unos 800.000 al año. Por tanto la “justicia social” del nuevo presidente se enfrenta a una situación crítica, pues para resolver la cuestión del paro necesitaría de la creación de un millón de puestos de trabajo al año, tarea nada fácil teniendo en cuenta la experiencia reformista que sólo logró crear anualmente 570.000 puestos de trabajo en el país.
El aumento de los ingresos por exportaciones es una oportunidad para Irán y una gran ocasión para el nuevo presidente. Pero las importaciones hace tiempo que siguen la misma marcha y pueden llegar a superar los ingresos obtenidos de las exportaciones. Estos últimos en el último año fueron de unos 43.000 millones de dólares, mientras que las importaciones alcanzaron los 37.000 millones. Los expertos creen que si tal balanza se desequilibra, al nuevo Gobierno no le quedará más remedio que cerrar las puertas a algunos productos importados, lo que supondría una medida perjudicial para la salud económica del país, llevando a Irán a la misma situación en la que se encontraba durante el Gobierno de Hashemi Rafsanyani. Por el momento, Ahmadi Neyad no ha presentado ningún programa económico, pero es importante señalar que presente lo que presente debe adaptarse al programa llamado “de desarrollo” aprobado por el Parlamento recientemente.
Es innegable que el presidente electo Ahmadi Neyad se enfrente a una dura situación en la que sus peores enemigos son la inflación, el paro y la pobreza (12 millones de los 68 millones de iraníes están por debajo del umbral de la pobreza). Al carecer de un programa económico eficaz para derrotarlos, es de esperar que los problemas no tarden en aparecer. La solución podría ser el aumento de las inversiones, más apoyo al sector privado y reducir la creación de empresas públicas, y sobre todo buscar soluciones a la crisis nuclear, ya que de lo contrario podría enfrentarse a un embargo internacional que sumiría al país en una situación económica preocupante.
Irán, EEUU y Europa: un entendimiento imposible
Las primeras reacciones internacionales ante el desarrollo de las elecciones presidenciales en Irán no fueron en absoluto esperanzadoras. En un primer momento, el portavoz de la Secretaría de Estado estadounidense calificó las elecciones iraníes de “no válidas”, expresando sus serias dudas de que el nuevo Gobierno sea capaz de dar una respuesta a las necesidades del pueblo iraní, ni de tener interés en disminuir las preocupaciones internacionales por su programa nuclear. La secretaria de Estado estadounidense, Condoleezza Rice, aún fue más lejos al declarar que “lo triste es que Irán sufre una regresión”. Por otra parte, el canciller alemán, Gerhard Schroeder, al inicio de su reciente viaje a EEUU, declaró que no se puede impedir a Irán el uso “no militar” de la energía nuclear, pero que Irán debe presentar garantías aceptables de que no está produciendo armas nucleares. Las autoridades de la República Islámica han insistido en que su programa nuclear cumple con lo establecido en el Tratado de No-Proliferación de Armas Nucleares.
Por otra parte, mientras Javier Solana ha declarado recientemente que no hay razón para alterar la actual política europea hacia Irán, EEUU ha atacado directamente a la persona del presidente electo iraní acusándole de haber participado en la toma de rehenes en la Embajada estadounidense en Teherán en 1979. A esta acusación hay que añadir la publicación de una noticia en el diario austriaco Standard el pasado 2 de julio, que vinculaba a Ahmadi Neyad con el asesinato del líder kurdo Abdorrahman Qasemlu en Viena en 1989. Por el momento, tanto el propio presidente electo como el resto de la cúpula del poder en Irán niegan cualquier vinculación de Ahmadi Neyad con estos hechos.
Conclusión: La elección del nuevo presidente iraní, Mahmud Ahmadi Neyad, perteneciente al ala más dura del régimen islámico, abre una nueva etapa en la historia de Irán. Por su tradicionalismo extremo y su vinculación ideológica a la cúpula del poder del régimen islámico, la preocupación de los sectores reformistas iraníes es que se produzca una disminución significativa de sus libertades civiles. Por otra parte, el ambiguo objetivo de establecer la “justicia social” en Irán ha causado desasosiego en la llamada “burguesía gubernamental”. El nuevo presidente deberá enfrentarse a tres problemas fundamentales dentro del país: el paro, la inflación y la pobreza. Los asuntos exteriores tampoco le serán fáciles de resolver, pues el conflicto que mantiene con la comunidad internacional a causa de su programa nuclear requerirá del arte de la diplomacia, una incógnita en el caso del nuevo presidente. Los próximos meses serán cruciales para la vida social, económica y política del país. Las expectativas no son alentadoras, pero aún es muy pronto para predecir cuál podrá ser el futuro de Irán.
Nadereh Farzamnia
Profesora de Lengua y Literatura Persas e Islam en el Mundo Actual en la Universidad Autónoma de Madrid