Tema: La sensación de empeoramiento y caos en que parece estar sumido Irak es en gran parte producto de una gran ofensiva, la tercera desde que terminó la guerra, de la informal coalición suní sadamista-yihadista, orientada a influir en las elecciones americanas.
Resumen: La intensificación de atentados y muertes producto de una nueva ofensiva, los combates en Ciudad al-Sadr con los milicianos del Ejército del Mahdi, la industria del secuestro, la elevada delincuencia común y los atentados contra las instalaciones petrolíferas y las consiguientes trabas a los esfuerzos de reconstrucción, todo ello contribuye a la imagen de desastre en la que se encuentra el país. Cabe esperar que tras las elecciones se produzca un contraataque norteamericano y que en vísperas de las elecciones iraquíes a una asamblea constituyente los que recurren al terrorismo para lograr el poder den su do de pecho. Si las elecciones pueden celebrarse con cierta normalidad, esas fuerzas habrán sufrido un rudo golpe. Si consiguen aplazarlas sine die, se anotarán una gran victoria.
Análisis: Irak está viviendo la tercera gran ofensiva, desde la finalización de la guerra, de las fuerzas suníes sadamistas/yihadistas. Estas operan con tácticas casi exclusivamente terroristas y por tanto pueden ser con toda propiedad designadas como tales, puesto que la denominación de terrorista está en función exclusivamente de las tácticas que emplean, no de los fines que persiguen o de las motivaciones que los impulsan.
Las ofensivas pueden identificarse fácilmente en las estadísticas de bajas americanas o de la coalición, las únicas exactas, por los picos que producen. La primera tuvo lugar el anterior mes islámico de Ramadán, más o menos en noviembre de 2003, cuando se produjeron 82 muertes en las fuerzas norteamericanas. Agotado el esfuerzo terrorista, las bajas descendieron a 40 al mes siguiente y a 21 en Febrero.
La segunda fase de intensificación de la actividad bélica fue en abril y mayo de este año, llegándose en el primero de esos dos meses a 131 muertos entre los soldados norteamericanos. Una parte de esa actividad, a diferencia de las acciones casi exclusivamente terroristas de la fase anterior, tuvo el carácter de combates de guerrilla urbana y estuvo centrado en la ciudad de Faluya, a 58 kilómetros al oeste de Bagdad, muy cerca del Éufrates. Además, la iniciativa que puso en marcha este segundo ciclo letal fue norteamericana, como represalia contra las brutalidades cometidas contra cinco contratistas de esa nacionalidad.
Los enfrentamientos de Faluya coincidieron con un levantamiento general de la facción chií que lidera el radical Múqtada al-Sadr, cuya milicia –el Ejército del Mahdi– intentó hacerse con el control de varias ciudades del sur del país. Poco a poco fueron derrotados, quedando confinados a la ciudad santa de Nayaf, donde sufrieron una importante sangría que llevó a un compromiso que finalmente no fue mucho más que un alto el fuego, reanudándose las hostilidades en Agosto, con parecidos resultados.
Desde comienzos de septiembre está en marcha la tercera gran ofensiva, que de nuevo recurre a procedimientos esencialmente terroristas, con numerosos coches bomba, con pilotos suicidas o no, dirigidos contra objetivos blandos, sobre todo comisarías de policía y centros de reclutamiento de las nuevas fuerzas del orden iraquí, con muertos civiles por docenas. Se produce así un nuevo deterioro de la seguridad y se crea una fuerte impresión de caos, la palabra más utilizada últimamente por los medios al referirse a la situación interna del país.
A ese deterioro contribuyen también, en segundo lugar, las luchas en el gran suburbio de Bagdad conocido como Ciudad al-Sadr, en homenaje al padre de Múqtada, importante clérigo ejecutado por Sadam. Habitada por dos millones de chiíes pobres, es el lugar donde el joven y radical mulá tiene su principal base de apoyo, de donde proceden la mayor parte de sus milicianos y a donde han vuelto tras su nuevo fracaso en Nayaf, dispuestos a hacerse con un control que las tropas norteamericanas, con apoyo de las gubernamentales, les disputan en incidentes armados diarios.
Una tercera contribución a la imagen de caos e inseguridad, y por ende de fracaso norteamericano, junto a la intensificación de los ataques terroristas y las escaramuzas continuas en la gran barriada chií de la capital, la proporciona la situación en cuatro ciudades del llamado triángulo suní que han ido siguiendo el camino de Faluya, convirtiéndose en zonas de acceso casi vedado para las tropas norteamericanas y ejerciendo una suerte de autogobierno bajo tutela de las organizaciones terroristas que tienden a transformarlas en santuarios desde donde ejercer su actividad. Se trata, además de la citada Faluya, de Ramadi, 50 kilómetros al Oeste, y Báquba y Samarra, a poca distancia al norte de Bagdad.
Un cuarto elemento de desorden y peligrosidad lo constituyen los secuestros. Se iniciaron coincidiendo con el comienzo de la segunda ofensiva, a principios de abril, y su número asciende, a finales de septiembre, a unos 140, de los que aproximadamente 30 han desembocado en asesinatos, diez de ellos decapitaciones exhibidas en Internet. Las víctimas son predominantemente civiles extranjeros que trabajan en Irak en el funcionamiento y la reconstrucción del país, incluyendo, como en el caso de las dos Simonas italianas finalmente liberadas, voluntarios de ONG asistenciales y caritativas. En la mayoría de los casos, los secuestradores no hacen ningún tipo de reivindicaciones negociables y no están, por tanto, fácilmente abiertos a una negociación. Solo buscan determinar las políticas de los gobiernos provocando horror en las opiniones públicas, o forzar la salida del país de las empresas para las que trabajan las víctimas.
Hay, sin embargo, que tener en cuenta que también hay secuestros de iraquíes acaudalados que son un puro negocio delictivo. Esto nos lleva a otro componente, el quinto, de la desgraciada situación en la que se encuentra el país, que es la alta criminalidad común. Sadam, en octubre de 2002, cuando la crisis que desembocó en la guerra estaba todavía centrada en las Naciones Unidas, vació por completo las cárceles del país, en una iniciativa que nunca ha sido explicada. Todo el cúmulo de dificultades posteriores, en las que el elevado desempleo no es menos importante que la inseguridad, no ha podido dejar de ser un espléndido caldo de cultivo para la delincuencia.
Ésta representa una buena mitad de los peligros en los que se desarrolla la vida del bagdadí medio, y casi la totalidad en ciudades del Sur, como Basora, la segunda del país, donde el terrorismo asociado con radicales políticos o religiosos suníes apenas ha alcanzado y donde Múqtada al-Sadr dispone de escaso seguimiento. De ello, sin embargo, las informaciones de prensa nos dan escasísima noticia. Hay, sin embargo, una relación entre estos “fuera de la ley” y la violencia política. No es raro que las organizaciones terroristas subcontraten a gentes del hampa las acciones que luego se atribuyen a si mismos. Recientemente los precios estaban en 500 dólares por atentado y 3.000 dólares por militar norteamericano muerto. Dado que en algún momento del pasado año el precio del soldado llegó a estar en 5.000 dólares, parece que la oferta de mano de obra criminal es fluida.
Por supuesto, esto también es un indicador de las elevadas posibilidades económicas de los extremistas. El tesoro procedente del botín de Sadam debe estar todavía muy lejos de agotarse y les proporciona a sus epígonos una amplia autonomía. Lo mismo puede decirse de los depósitos de armamento y municiones heredados. Siguen utilizándose los de los ejércitos y fuerzas de seguridad del régimen depuesto. También en el caso de los secuestros de carácter político la criminalidad común desempeña un papel importante y actúa de multiplicador de la efectividad de los clandestinos. Pueden incluso actuar por iniciativa propia y luego venderle sus productos a las células sadamistas o fundamentalistas violentas. La proliferación de grupos totalmente desconocidos que reivindican la toma de rehenes por razones supuestamente políticas difícilmente encubre estas actividades de vulgares maleantes. En alguna ocasión han llegado a reclamar la retirada de inexistentes tropas indias en Irak. No se trataba más que de negociar un rescate con las empresas a las que servían las víctimas de estas fechorías.
Finalmente, y tratándose de Irak hay que decirlo con reservas, habría que incluir en este panorama los atentados que últimamente han venido paralizando las exportaciones de petróleo desde el Sur, las cuales suponen cerca del 90% de los ingresos propios del gobierno interino, independientes de las donaciones que recibe del exterior, en un país en el que no existen los impuestos. Las exportaciones del petróleo del Norte, hacia Turquía, han estado paralizadas de modo casi continuo, mediante voladuras de pequeños tramos de oleoductos, que si bien se reparan con relativa rapidez y bajo coste, reanudándose el bombeo, con la misma facilidad vuelven a ser destruidos en otro punto a los pocos días.
Los atentados del Sur han sido de mayor envergadura y por tanto más dañinos, puesto que han estado dirigidos contra instalaciones más complejas y de mucha más trascendencia que unos cuantos metros de tuberías y han hecho planear el espectro del incendio de los pozos, como el llevado a cabo por las fuerzas de Sadam en el año 1991, cuando se retiraron de Kuwait, y cuya extinción le costó al país recién liberado casi un año de esfuerzos y más de 40.000 millones de dólares y cuyos efectos contaminantes no han sido todavía totalmente superados. Sobran palabras para explicar la magnitud de la catástrofe que eso supondría para el frágil Irak de hoy.
La situación descrita no sólo hace precaria la vida de los iraquíes que, de forma muy desigual, dependiendo de la geografía, se ven afectados por ella. Todavía más grave es que la casi totalidad de esa actividad de extrema violencia está dirigida, directa o indirectamente, a bloquear la reconstrucción de la economía del país y la evolución hacia la normalidad política y, de manera inmediata, a impedir la celebración de las elecciones de las que pueda salir un gobierno con la indudable legitimidad que proporciona el respaldo de los votos. Se forma así un círculo abismalmente vicioso, en el que los ciudadanos padecen la continua presión no sólo de la inseguridad sino también de las carencias de los servicios públicos que nunca acaban de restablecerse. Para muchos, la principal preocupación no es el riesgo permanente a sus vidas, con serlo grande, sino la falta de trabajo, caldo de cultivo de la delincuencia y vivero de reclutamiento para radicales. En ese sentido, resulta muy importante señalar que el Iraq Index de la Brookings Institution de Washington, que recoge, en actualización semanal, todos los datos estadísticos disponibles sobre Irak, señala un descenso del paro desde un 50%-60% a un 30%-40%, un progreso sin duda insuficiente pero sí muy notable.
Esta es una de esas “buenas noticias” rarísimamente mencionadas por los medios de comunicación, actitud sistemática que provoca la acerbísima queja de la administración americana. En esas “buenas noticias” pretende basarse el mensaje estimulante que últimamente ha presentado George Bush en las Naciones Unidas y en sus discursos electorales, reforzado por la presencia en el organismo internacional de Ayad Alawi, jefe del Gobierno Interino Iraquí, con similar retórica. Las acusaciones de fantasía, edulcoración de la realidad o puro despego de la misma no se han dejado esperar. Sería realmente preocupante que el presidente y sus más altos colaboradores no fueran capaces de ver más que esas tenues señales de esperanza, pero es también mucho pedir que en vísperas de elecciones el candidato en el poder realice un acto penitencial entonando el mea culpa.
Pero más allá del electoralismo hay convicciones y propósitos estratégicos. A quien conozca a Bush no le será difícil admitir que está profundamente convencido de que la victoria sigue siendo posible en Irak y que obviamente trata de trasmitir el mensaje de que mientras sea su responsabilidad proseguirá el esfuerzo hasta alcanzarla, sea ello el 20 de enero del año próximo o el de dentro de cinco años. Es un mensaje de aliento a los iraquíes que deseando vivamente ver libre a su país de tropas extranjeras, todavía mayoritariamente, aunque por un margen que poco a poco se ha ido restringiendo, desean que no se retiren hasta conseguir que los violentos y minoritarios no estén en condiciones de hacerse de nuevo con el poder. Por el contrario, respecto a estos últimos, lo que busca Bush es difundir el desánimo, hacerles creer que no van a conseguir nada por mucha sangre que derramen, que EEUU no ceja y que sigue adelante hasta el final.
Cuando se nos habla del caos, el desastre, la catástrofe en la que Irak se ha convertido hay que aplicar también algún descuento debido a los elementos hiperbólicos de esas caracterizaciones. No sólo los partidarios de ganarle la guerra a la circunstancial alianza de los sadamistas con los yihadistas suníes, y meter en cintura a ciertos radicales chiíes, practican la retórica y pintan la realidad color de rosa. Los que compiten por los votos para ganar la presidencia, y los que dan prioridad al deseo de ver humillada y contenida la prepotencia norteamericana se sienten también empujados a cargar las tintas en sentido contrario. Añádase a ello el hecho de que la prensa sigue escrupulosamente la norma de que sólo son noticia las malas noticias.
Para poder hacerse una idea un poco más equilibrada del punto en el que se encuentra el conflicto de Irak, hay que tener en cuenta, en primer lugar, que estamos en medio de una ofensiva, la tercera, como se ha dicho. Si hemos de creer las manifestaciones que nos llegan de Abu Musab al-Zarqawi a través de la red de sitios web fundamentalistas, lo peor aún no ha llegado. Anuncia grandes baños de sangre para los últimos días de septiembre y primeros de octubre. ¿Será la traca final de esta ofensiva? No debería serlo, porque la intensificación de las acciones está orientada a influir en el proceso electoral americano. El principio de octubre es muy pronto para que el sangriento esfuerzo comience a amainar. Si así fuera habría fracasado. A la altura del 2 de noviembre sería perceptible que habían perdido fuerza y eso sería agua para el molino de Bush. Por otro lado, no es aconsejable dejar el ataque estrella para el último momento, porque estas cosas siempre pueden fallar. Esas declaraciones pueden ser puras bravatas para mantener la tensión y seguir recibiendo publicidad gratuita.
Por otro lado, otra característica de la ofensiva de las presidenciales norteamericanas es que, por esas mismas circunstancias electorales, las tropas de la gran potencia se están conteniendo en una importante medida. Todo el mundo sabe, y ya es oficial por boca de Colin Powell, que la verdadera respuesta comenzará al día siguiente de las elecciones. Ese debería ser el momento del anticlímax de los ataques actuales. Cabría esperar que como en las dos ocasiones anteriores éstos decrezcan en número y letalidad y se produzca un cierto repliegue de las fuerzas terroristas para tomarse un respiro y rehacerse, pero en ese mismo momento se van a encontrar con que la contraofensiva norteamericana no les da cuartel, lo cual, al mismo tiempo, significa que las bajas, en ambos bandos, van a seguir manteniéndose en un nivel alto, para las medias a las que estamos acostumbrados, y la sensación de caos puede incluso incrementarse.
La coalición terrorista tiene ineludiblemente que enfrentarse con otra cita electoral, todavía más importante para ellos que la norteamericana. No se trata, en este caso, de influir en el resultado sino de impedirlo de manera absoluta. Las lecciones a una asamblea nacional constituyente, de la que emanaría un gobierno representativo que sustituya al interino actual, han de celebrarse no más tarde del 31 de enero próximo. Si llegaran a desarrollarse de una manera aceptablemente regular en la mayor parte del país y por tanto la asamblea y el gobierno que de ellas salga tienen la legitimidad del voto libremente expresado, los extremistas habrían recibido un duro golpe que podría ser para ellos el principio del fin, aun en el supuesto de que su capacidad militar permanezca incólume, por distante que pueda estar todavía ese fin.
Por tanto, es muy importante para los violentos del campo suní reservar fuerzas para esa cuarta ofensiva y es objetivo primordial de los norteamericanos y gubernamentales iraquíes mantenerlos bajo un hostigamiento continuo y no permitirles que se recuperen, por mucho que ello contribuya a la sensación de caos y esté dando pábulo a la retórica de sus oponentes políticos. Del lado de al-Zarqawi y los baasistas, la necesidad de prepararse para un esfuerzo supremo avanzado diciembre y a lo largo de todo enero, y especialmente el día mismo de las elecciones, sea cual sea su fecha, les debería lógicamente llevar a omitir este año la ofensiva terrorista del ramadán, que viene a coincidir más o menos con noviembre. Si así no fuera, demostrarían una capacidad operativa impresionante. Sin embargo, es muy probable que la contraofensiva americana con apoyo de las bisoñas fuerzas gubernamentales esté para esas fechas en plena marcha, en desarrollo ininterrumpido hasta fines de enero, con el objetivo de asegurar la celebración de las elecciones, con lo que los resultados en términos de violencia dejarían un tanto enmascarada la procedencia de las operaciones.
Conclusiones: Todo hace prever que tanto por la iniciativa de los que tratan de conseguir el poder mediante acciones terroristas, como por el contraataque norteamericano-gubernamental a partir del día siguiente a las elecciones en EEUU, la violencia en Irak y, por tanto, la sensación de caos que trasmiten los medios de comunicación no hará mas que incrementarse en un sangriento crescendo hasta, al menos, finales de enero. Si la actividad terrorista fuese disminuyendo considerablemente, la resistencia de las ciudades fortaleza suníes –Faluya, Ramadi, Samarra y Báquba– fuese quebrada en varias de ellas de manera apreciable y se consiguiese el grado de seguridad, nunca perfecta, como para que las elecciones se desarrollasen con aceptable normalidad y una mayoría de ciudadanos pudiese expresar libremente su voto, la coalición baasista-yihadista habría recibido un tremendo golpe político, aun cuando conservarse la mayor parte de su fuerza bélica.
Es ese sentido, la fecha de las elecciones es relativamente secundaria. Si aplazarlas uno, dos o tres meses sirviese para asegurar esas condiciones, el fracaso que en sí mismo supone el aplazamiento terminaría careciendo de importancia. El que en alguna ciudad del triángulo suní no pudieran celebrarse tampoco sería decisivo, sobre todo si se arbitra algún procedimiento para reservarles los escaños que puedan corresponderles por sus efectivos de población.
Si, por el contrario, los violentos, mantengan o no su ritmo de ataques y daños causados, consiguen aplazar sine die las elecciones y si, sobre todo, consiguen erosionar en una medida importante el apoyo a la guerra en EEUU, le habrían dado un vuelco a su favor a la situación más o menos de tablas que se ha venido manteniendo hasta ahora.
Manuel Coma
Investigador Principal, Real Instituto Elcano