Tema: La situación en Irak se mantiene muy inestable cuando ya han transcurrido ocho meses desde que el Presidente Bush declarase el fin de las operaciones principales. Desgraciadamente, algunos de los peores augurios parecen haberse materializado, y las fuerzas norteamericanas y sus aliados deben hacer frente a un movimiento insurgente que ha sido capaz de asestar golpes notables y de sobreponerse a reveses también importantes. Ahora, tras la captura de Sadam y con la vista puesta en el traspaso de autoridad al Consejo de Gobierno Iraquí en julio de este año, la estrategia y los procedimientos de la insurgencia evolucionarán e incluso puede que su propia naturaleza se transforme.
Resumen: La ofensiva lanzada durante el Ramadán y las consiguientes operaciones de respuesta norteamericanas, que de forma indirecta culminaron con la captura de Sadam Husein, marcaron el final de la primera fase del enfrentamiento entre la Coalición y los insurgentes. Al inicio del nuevo año, ambos adversarios han perfeccionado sus procedimientos, y plantean su estrategia con la vista puesta en la fecha crucial del 1 de julio. En este contexto, el carácter de la insurgencia puede evolucionar hacia algo más complejo que la reivindicación del régimen de Sadam, convertido irremediablemente en un recuerdo del pasado tras la detención de su líder. En todo caso, los grupos insurgentes han tenido tiempo para fortalecerse y, desgraciadamente, su derrota todavía exigirá importantes sacrificios.
Análisis: El mayor problema a la hora de afrontar el actual conflicto iraquí es el de conocer la verdadera naturaleza de aquello que algunos llaman resistencia y otros insurgencia, o simplemente terrorismo. La mayor parte de las informaciones al respecto resultan incompletas y poco esclarecedoras.
Parece evidente que el núcleo inicial de este movimiento tuvo su origen en la maraña de servicios de inteligencia y seguridad del derrocado régimen de Sadam. Sólo así se podría explicar la rapidez y eficacia con que los insurgentes iniciaron sus actividades. Parece también obvio que la organización de esta estructura insurgente formó parte de una estrategia del régimen, que podríamos denominar “de último recurso”, en la que probablemente también estaban incluidos el súbito colapso de las estructuras estatales y el fomento de los saqueos y desórdenes.
Los servicios secretos de Sadam, conocedores de cada detalle de la vida del país, mostraron una clara superioridad sobre la inicialmente errática inteligencia norteamericana; superioridad que se mostró decisiva para poner en pie una estructura capaz de sobrevivir al enfrentamiento con las fuerzas de la Coalición.
La insurgencia se concentró en las zonas de población árabe suní, sobre todo en el famoso triángulo Ramadi-Bagdad-Tikrit. Allí se localiza el sector de población sobre el que se asentaba el poder de Sadam, y la mayor cantera de seguidores del partido Baas. Pero además, en esa zona las organizaciones paramilitares del régimen quedaron prácticamente intactas, al contrario que en muchas ciudades del centro y del Sur en las que los intentos de frenar el avance norteamericano mediante el combate abierto terminaron en hecatombe para los seguidores de Sadam.
Pero bajo la apariencia de apoyo al régimen se esconden razones más complejas. En realidad, la insurgencia representa los intereses de las tribus y clanes árabes suníes del centro de Irak, las que tradicionalmente han monopolizado el poder en el país en detrimento de los árabes chiíes del Sur y de los kurdos de las montañas del Norte. El Baas y Sadam Husein, perteneciente a uno de dichos clanes, no hicieron más que continuar con esa tradición. La situación actual, con una población chií que ya es mayoritaria, y un autogobierno kurdo muy favorecido por EEUU, lleva a este segmento de la población, tradicionalmente asociado al poder, a sentirse amenazado y a apoyar la insurgencia.
Con el tiempo, y como les ocurre a todos los movimientos insurgentes, la naturaleza de la organización evolucionará. La caída de Sadam probablemente impulsará a los rebeldes a distanciarse del apoyo a su extinto régimen y a asociarse cada vez más al tradicional nacionalismo árabe, postura que además puede atraer mucha más simpatía entre las poblaciones de los Estados árabes vecinos. Éste puede ser un camino inquietante para la Coalición, puesto que disociaría a los grupos insurgentes del poco defendible apoyo a Sadam, prestándoles una mayor apariencia de resistencia legítima.
La insurgencia suní podría contrarrestarse con el temor y la oposición que despierta en kurdos y chiíes, que lógicamente se resisten a convertirse de nuevo en elementos de segundo orden en el gobierno del país. Pero será necesario mantener un complejo equilibrio entre todos estos grupos para evitar una guerra civil que cada día aparece más probable; y desde luego sería precisa una sutileza considerablemente mayor que la mostrada hasta el momento por las autoridades norteamericanas. Pero, al menos, existen elementos sobre el terreno para lograr ese equilibrio.
Hay indicios que apuntan hacia un cambio más problemático, aunque también más improbable, en la naturaleza de la insurgencia. Desde el inicio de la guerra se tuvo constancia de la presencia de activistas extranjeros en suelo iraquí. Habitualmente se les relacionó con la red al Qaida, aunque la realidad probablemente sea más compleja.
Los procedimientos empleados por los insurgentes iraquíes han mostrado un compendio de las técnicas de combate desarrolladas por las guerrillas islámicas en todo el mundo durante los últimos años. La naturaleza de los ataques, como se expondrá más adelante, recuerda sobre todo a Hezbolá y a su lucha contra Israel en el Sur del Líbano. Pero pueden encontrarse también elementos que remiten a las guerrillas chechenas, afganas, somalíes o a los tradicionales métodos de al Qaida. En definitiva, parece que Irak se está convirtiendo en lugar de concentración de voluntarios islamistas llegados de muy diversas procedencias.
Todavía no se conoce muy bien cómo se coordinan estos elementos extranjeros con el núcleo autóctono de las guerrillas iraquíes. En principio la ideología islamista no concuerda demasiado bien con el nacionalismo con tintes socialistas del Baas. Pero esa coordinación parece existir, probablemente tanto a nivel de operaciones como de entrenamiento y logística. Lo cierto es que la mezcla de nacionalismo árabe y radicalismo islámico, junto con un difuso espíritu de “contracruzada”, resultaría extremadamente peligrosa, proporcionando el mismo carácter de símbolo a la insurgencia que el ostentado por los muyahidines afganos en los años 80. Un escenario en definitiva mucho peor que el de una guerrilla local representante de los intereses de una minoría.
La actitud de la mayoritaria población chií hacia la insurgencia resultará decisiva en último extremo. En principio, la identificación de los insurgentes con el odiado régimen de Sadam, o con los todavía más odiados wahabíes de al Qaida no augura muchos apoyos chiíes a su causa. Pero eso no quiere decir que se vea con buenos ojos la presencia de tropas extranjeras. De hecho, grupos y milicias chiíes han atacado en diversas ocasiones a las fuerzas de la Coalición, aunque sus principales líderes hayan adoptado una actitud de prudente de espera, sabedores de que un reparto proporcional del poder solo puede beneficiarles.
Si la naturaleza de la insurgencia queda limitada a la representación de los intereses árabes suníes, el rechazo chií dejaría ésta limitada a la zona centro-norte del país. Pero si evoluciona en otro sentido, adquiriendo un carácter más universalista dentro del mundo musulmán, los chiíes difícilmente podrían justificar una actitud pasiva. Su apoyo a la insurgencia, aunque probablemente tendría un carácter muy independiente y objetivos diferentes, sería simplemente desastroso. Los líderes chiíes tienen capacidad para hacer algo que los suníes aún no han conseguido: organizar un levantamiento popular que pondría a las tropas de la Coalición en un serio aprieto.
Los métodos
La pauta inicial de los ataques de la insurgencia recordaba mucho a los procedimientos que Hezbolá (curiosamente una guerrilla chií) empleó en el Sur del Líbano hasta el repliegue israelí de 1999. Ataques basados fundamentalmente en el hostigamiento, evitando cualquier combate abierto prolongado con las potentes fuerzas norteamericanas. Los lanzagranadas y las armas ligeras fueron los medios inicialmente más frecuentes, pero pronto se pasó al uso masivo de cargas explosivas activadas por control remoto, mucho más seguras para los atacantes. En ocasiones se han intentado organizar emboscadas de mayor entidad, utilizando decenas o incluso centenares de combatientes, pero frente a la potencia de fuego norteamericana, los resultados han sido en general muy negativos. Mención aparte merecen los ataques contra aeronaves y helicópteros, que han resultado dramáticamente rentables, manteniendo cerrado al tráfico civil el aeropuerto de Bagdad y causando 49 muertes en tres meses entre las fuerzas norteamericanas.
Este tipo de acciones se complementó pronto con atentados masivos mediante vehículos bomba, frecuentemente manejados por suicidas. Es aquí donde mejor se ve la huella de al Qaida, especialmente en algunos de ellos (como los ocurridos en Diciembre en Kerbala), en los que se combina la acción de varios suicidas con equipos de apoyo que les proporcionan fuego de cobertura y les abren paso hacia sus objetivos.
Pero, pese a que los ataques contra las fuerzas de la Coalición y los grandes atentados son los que más reclaman la atención de los medios de comunicación, es posible que no se trate de las actividades más importantes de la insurgencia. Existe una presión cotidiana sobre la población que de alguna forma colabora con la Autoridad Provisional o con el Consejo de Gobierno iraquí que resulta mucho más peligrosa. Policías, funcionarios, técnicos, intérpretes o cualquier persona que preste su colaboración de una u otra forma a las autoridades son víctimas, en su persona o en la de sus familiares, de ataques y asesinatos diarios.
Este clima de terror, unido a los sabotajes contra instalaciones petrolíferas, centrales eléctricas, comunicaciones o contra cualquier industria o empresa que colabore en la reconstrucción ha provocado un daño inmenso, retrasando considerablemente la recuperación de la normalidad en el país y fomentando una sensación de inseguridad que favorece a la insurgencia. Estas acciones además son las más difíciles de contrarrestar por parte de las fuerzas de la Coalición, cuya inteligencia todavía no controla los entresijos de la vida iraquí al nivel en el que pueden hacerlo los servicios de inteligencia del antiguo régimen.
La estrategia
Las acciones de la insurgencia alcanzaron su cima durante el mes del Ramadán, entre octubre y noviembre del pasado año. En ese periodo murieron casi un centenar de soldados de la coalición, mientras el número de ataques diarios se incrementaba hasta cincuenta. Los efectos de esta ofensiva no se hicieron esperar y provocaron ciertos síntomas de duda en la dirección norteamericana del conflicto. Después del derribo de cuatro helicópteros en apenas dos semanas, con un balance de 39 soldados muertos, Paul Bremer fue llamado a consultas a Washington. A su regreso, las afirmaciones sobre un rápido traspaso de poder al Consejo de Gobierno iraquí, unidas al anuncio de reducción de efectivos militares en la rotación de 2004, dieron una impresión de comienzo de retirada que sin duda debió fomentar la esperanza de los líderes insurgentes.
Pero esa esperanza fue efímera. El esfuerzo llevado a cabo en la ofensiva del Ramadán resultó sin duda agotador, justo en el momento en el que la inteligencia norteamericana empezaba a orientarse correctamente. A partir de la tercera semana de noviembre, las fuerzas americanas lanzaron una serie de ofensivas coordinadas en todo el triángulo suní. Aunque muchos de los golpes dieron probablemente en vacío, algunos debieron alcanzar objetivos de importancia pues el ritmo de los ataques disminuyó sensiblemente. El colofón de la campaña fue la captura de Sadam Husein el 13 de Diciembre, probablemente el triunfo más resonante de la coalición desde la caída de Bagdad.
Tras la detención de Sadam el principal interrogante que se planteó fue si la insurgencia sobreviviría a la caída de su líder. A un mes de la detención la respuesta es que sí, aunque hay que reconocer que su actividad se ha reducido apreciablemente. Pero esa reducción probablemente tenga más que ver con un cambio de estrategia ante la presión militar norteamericana que con la caída del ex dictador.
Sadam no dirigía personalmente la resistencia, aunque con seguridad emitía esporádicas directrices estratégicas y, sobre todo, representaba un importante papel de símbolo. Muchos fieles del Baas se habrán sentido sin duda desconcertados y desanimados ante su captura, y la mayoría de los iraquíes estarán ahora más inclinados a colaborar con la Coalición. Pero los grupos insurgentes han actuado durante demasiado tiempo y con demasiada eficacia como para desaparecer súbitamente, algo que puede achacarse a cierta ligereza inicial en la dirección norteamericana del conflicto. Además, aunque Sadam haya caído, algunos de los intereses que defendía su régimen siguen ahí, y continuarán siendo defendidos por aquellos que se sienten perjudicados con la nueva situación.
En los próximos meses es de esperar un cambio de estrategia en la insurgencia. Su camino natural es alejarse progresivamente de su afiliación al Baas y recuperar su carácter nacionalista, presentándose como defensora de los intereses de la minoría árabe suní. Sus métodos también cambiarán. Las mejoras en la inteligencia norteamericana y en la protección de sus fuerzas obligarán a reducir la frecuencia de las acciones, pero las que se realicen estarán mejor preparadas y serán sin duda mas mortíferas. Probablemente, la mayor parte de las acciones tendrán lugar en cortas “ofensivas” de algunos días de duración, encaminadas a provocar un alto número de bajas en poco tiempo, seguidas de periodos de reorganización y redespliegue que garanticen la supervivencia.
Según se aproxime la fecha del 1 de julio el esfuerzo de la insurgencia se concentrará probablemente en los objetivos “internos”, intentando sabotear la formación de una administración iraquí autónoma. Políticos, policías, jueces y funcionarios serán los blancos preferentes. Las elecciones norteamericanas de noviembre pueden constituir una gran caja de resonancia para las acciones insurgentes. En los meses previos la Administración Bush sentirá la tentación de retirar a las fuerzas norteamericanas de las tareas más peligrosas de patrulla y vigilancia, para evitar unas bajas que pueden tener un efecto desastroso para la reelección. Pero eso puede ser una oportunidad para que la insurgencia consolide su poder. Este será uno de esos momentos en los que se deberá elegir entre la estrategia o los resultados electorales, o al menos compatibilizar ambos de alguna manera.
Conclusiones: Lamentablemente la insurgencia en Irak se ha hecho demasiado fuerte como para que pueda ser eliminada fácilmente. La caída de Sadam probablemente afectará de forma marginal a sus actividades, sirviendo fundamentalmente para acelerar un cambio de naturaleza, que ya está teniendo lugar, desde la defensa del régimen baasista a la de los intereses de la minoría árabe suní. La mejora en los procedimientos norteamericanos obligará a reducir el número de acciones, pero estas serán más precisas y mortíferas y se concentrarán más sobre el embrión de la administración iraquí según se aproxime el 1 de julio.
Aunque no es muy probable, todavía existe la posibilidad de que la insurgencia tenga aspiraciones más universales y que de alguna forma intente atraer a algunos sectores chiíes a su causa, o colocar a los chiíes ante el dilema de participar o no en una Jihad. Ésta es sin duda la opción más peligrosa.
En cualquier caso, la insurgencia sigue muy activa y conviene no despreciar su capacidad para desestabilizar el proceso de reconstrucción del país. A este respecto, es fundamental para un final satisfactorio del conflicto que el Gobierno norteamericano asuma que la guerra está lejos de terminar y que la victoria implicará todavía muchos sacrificios humanos, económicos y políticos.
José Luis Calvo Albero
Comandante del Ejército de Tierra