Intervención en Libia: un puzzle de intereses europeos (ARI)

Intervención en Libia: un puzzle de intereses europeos (ARI)

Tema: Conocer los intereses europeos y el contexto nacional de algunas capitales europeas permite comprender la intervención militar internacional en Libia.

Resumen: La situación política en Libia y la ulterior intervención militar han generado un escenario realmente complejo para Europa. Como suele suceder en estas ocasiones, las divisiones entre los socios europeos hacen muy difícil, si no imposible, un protagonismo por parte de la UE en la escena internacional. Una vez más, hay que fijarse en las capitales europeas (y de otros países como EEUU, Turquía, etc.) para comprender y conocer algunos factores que han configurado la situación actual del conflicto libio. A continuación se analizan algunos de los intereses y razones que pueden explicar la postura de Francia, el Reino Unido, Italia y Alemania en relación a la intervención militar en Libia.

Análisis

Introducción
La situación política en Libia y la ulterior intervención militar han generado un escenario realmente complejo para Europa. Como suele suceder en estas ocasiones, las divisiones entre los socios europeos hacen muy difícil, si no imposible, un protagonismo por parte de la UE en la escena internacional. Una vez más, hay que fijarse en las capitales europeas (y de otros países como EEUU, Turquía, etc.) para comprender y conocer algunos factores que han configurado la situación actual del conflicto libio.

La intervención
Las explicaciones y las justificaciones que se esgrimen para la operación militar internacional en territorio libio según la resolución 1973 de Naciones Unidas (NU) se asientan en la necesidad de proteger a civiles, hacerles llegar la ayuda humanitaria necesaria y, en una perspectiva más amplia, en el hecho de que la situación libia amenaza la paz y a la seguridad internacional, razón por la cual se actúa bajo el Capítulo VII de la Carta de Naciones Unidas.

Aunque no se puede negar que estas sean razones de peso que han influido de forma determinante para que se lograra el consenso mínimo para que la resolución se aprobara en el Consejo de Seguridad el pasado 17 de marzo, hay muchos otros cálculos y consideraciones que se han tenido en cuenta para que la operación Oddyssey Dawn en un primer momento y actualmente Unified Protector bajo el mando de la OTAN se hayan puesto en marcha.

Los teóricos del conflicto han intentado elaborar, sin demasiado éxito, explicaciones generales de las causas de la guerra. Se reconoce que una multiplicidad de factores (económicos, geográficos, ideológicos, filosóficos, religiosos y psicológicos) intervienen para que tensiones latentes y la competencia entre distintos oponentes se hagan visibles, “estallen”, y se enzarce un conflicto cuya meta es según Coser “neutralizar, perjudicar o eliminar a sus rivales”. Por ello tiene sentido recordar el concepto de la “falacia del factor único”, es decir, que no se puede identificar ninguna causa única del conflicto o la guerra. En este mismo sentido, no podemos decir que la decisión de ciertos Estados de impulsar una intervención militar con todos los riesgos y costes asociados se deba a un único factor o condicionante; por el contrario, suelen intervenir múltiples cálculos y elementos que configuran una determinada posición que tampoco suele ser estática y que se modifica con el devenir de los acontecimientos.

Un conflicto en la vecindad europea
Por diversas razones, EEUU ha optado por un papel secundario y tras las primeras operaciones que requirieron una participación muy activa junto al Reino Unido y Francia, la Administración Obama ha buscado rápidamente ceder el mando y el protagonismo de las operaciones en Libia a sus aliados y a la OTAN.

Hasta el momento, la intervención en territorio libio ha sido impulsada fundamentalmente por Estados europeos; por ello, se analizarán brevemente los intereses y los factores que han influido en las posiciones de Francia, el Reino Unido, Italia y Alemania con respecto a la misión militar en Libia. Asimismo, es importante tener en cuenta que no hay unidad entre los miembros de la coalición sobre los objetivos políticos y militares de la operación. Ello está provocando no poca confusión sobre el papel de la OTAN, criticado abiertamente por Francia y el Reino Unido, incluyendo el peso y la relevancia en el control del denominado Grupo de Contacto, que reúne a 28 países –entre ellos varios árabes– y que pretende aumentar la legitimidad de la intervención internacional contra Gadafi.

Francia: motor principal de la intervención armada en Libia
Francia había quedado muy descolocada tras su respuesta inicial a las rebeliones en Túnez y Egipto. El presidente francés pretendió distanciarse de algunas iniciativas de su ex ministra de Asuntos Exteriores, Michele Alliot-Marie, quien habría llegado a ofrecer el apoyo de las fuerzas de seguridad francesas para reprimir los actos de la oposición en Túnez pocos días antes de que el presidente Ben Ali abandonara el poder. Sarkozy, influido por la necesidad de mejorar su popularidad, ha personalizado en gran medida todas las iniciativas relacionadas con la situación libia. Ha sido un ejemplo de ello la sorpresa que mostró su entonces recién estrenado ministro de Exteriores, el veterano Alain Juppé, cuando se enteró, mientras participaba de un Consejo de la UE, de las declaraciones del presidente galo en el que reconocía al Consejo Nacional de Transición libio como interlocutor legítimo. Sarkozy ya ha utilizado otras crisis internacionales como la económica en 2008, en la que hizo un llamamiento a un nuevo “Bretton woods”, y su mediación en el conflicto entre Georgia y Rusia en el verano de 2008. Dichas actuaciones y calificaciones como la de “super Sarkozy” le valieron un aumento de popularidad interna. El contexto actual parece propiciar una vez más esa opción por parte del ejecutivo galo. Ya se ha iniciado la carrera para las presidenciales de 2011, en que la candidata de ultra-derecha Marina Le Pen parece estar muy bien situada según algunas encuestas. Asimismo, ante los bajos índices de popularidad, su propio partido está barajando la posibilidad de otros candidatos, siendo su ministro François Fillon un posible adversario a sus aspiraciones de reelección.

Asimismo, las actitudes e iniciativas de Francia se deben insertar en una estrategia general tanto en clave intraeuropea como de proyección de poder en la región mediterránea. Francia, pretende recuperar el liderazgo regional, ya que la tradicional influencia francófona en la región mediterránea está en juego ante un escenario que se plantea como incierto. Se debe tener en cuenta que la Unión por el Mediterráneo (co-presidida por Francia y Egipto), una iniciativa personal de Nicolás Sarkozy, no ha logrado ni siquiera reunirse a lo largo de 2010 a pesar de los esfuerzos conjuntos con España, que hubiera sido anfitriona de la fallida reunión.

En el contexto de las relaciones internas dentro de la UE, Francia al parecer estaría buscando afirmar su papel de líder europeo en política exterior y de seguridad, en contraposición con el papel de poder económico que actualmente está ejerciendo Alemania. El gobierno de Merkel ha logrado reforzar el papel de su país en las instituciones europeas, liderando la gestión de la crisis económica de la eurozona. Aunque ha habido una gran coordinación entre ambos países (lo que ha sido ampliamente criticado por el resto de socios europeos) no ha pasado inadvertido, tanto para la opinión pública francesa como para el resto de europeos, que el liderazgo en materia económica es claramente alemán.

Francia pretende dejar claro su liderazgo en política exterior y de seguridad, y su deseo de impulsar que Europa ejerza un papel destacado en la escena internacional. Es significativo que actualmente Francia esté involucrada en dos misiones militares, en Costa de Marfil y Libia, sin olvidar su participación en otras misiones como Afganistán.

Esta alianza militar entre Francia y el Reino Unido, que ya se esbozó en los acuerdos de Noviembre de 2010 entre ambos, refuerza la perspectiva de la necesidad de establecer nuevos parámetros de poder frente a una Alemania cada vez más influyente y autónoma en el seno de Europa. Francia, al igual que el Reino Unido, se está jugando su credibilidad y prestigio como actor internacional (y miembro permanente del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas) y de seguridad en esta misión militar.

Asimismo, un elemento a tener en cuenta es que a pesar de que existen intereses económicos franceses en territorio libio, estos no parecen ser tan estratégicos para el país galo como si les suceden a otros países europeos. Por ejemplo, Total SA, aunque tiene inversiones en la extracción del petróleo libio, no mantiene sus principales inversiones mayoritariamente en este país norteafricano. Igualmente, debe considerarse que Francia ha sido uno de los principales proveedores de armas a Libia una vez se levantara el embargo de armas en 2004, aunque Italia parecía estar mejor posicionada para ganar millonarios contratos hasta los acontecimientos de febrero. Por ello, es más posible que un cambio de régimen liderado por Francia pueda beneficiar en el futuro a las empresas y grupos inversores franceses, tal y como algún líder rebelde libio ha declarado.

El Reino Unido: apoyo pragmático
El Reino Unido, aunque no ha sido tan activo como Francia en una intervención armada, sí fue el primer país que puso sobre la mesa la posibilidad de una zona de exclusión aérea y trabajó estrechamente con Francia para que fuera posible la aprobación de la resolución del CSNU que dotó de legalidad a la misión en Libia. Era fundamental contar con este paraguas legal para poder participar en la intervención militar, ya que muchas son las reticencias y críticas de la opinión pública a la participación en una nueva guerra, con las experiencias de Afganistán e Irak. El gobierno británico ofreció el uso de sus fuerzas aéreas en la base de Akrotiri en Chipre (lo que causó cierta sorpresa, ya que se acababa de poner en marcha un proceso de recortes presupuestarios en el ámbito de la defensa con un importante impacto en sus fuerzas aéreas). Junto a Francia y EEUU, fue clave en las primeras incursiones de Odyssey Dawn para inutilizar las capacidades de defensa antiaérea de Gadafi.

Igualmente, el gobierno de David Cameron fue duramente criticado por la falta de reacción para apoyar las revueltas en los países del Mediterráneo y en el resto del mundo árabe. Ha habido una reacción crítica de la sociedad británica ante la tolerancia que durante décadas se tuvo con las dictaduras en estos países y por ello el gobierno conservador de Cameron está abogando por reforzar la condicionalidad a todo tipo de cooperación con estos países tanto a nivel bilateral como en el marco de las políticas europeas.

En el apartado de los intereses económicos en Libia, British Petroleum (BP) tiene un papel destacado a tener en cuenta. A pesar de un acuerdo de 2007 en el que se pretendía extraer recursos por el valor de un billón de dólares, las negociaciones de concesiones se estancaron debido a las reclamaciones por parte de Tripoli de que se liberara al responsable de la bomba de Lockerbie, Abdel Baset al-Megrahi. El contencioso terminó con su liberación por razones humanitarias (al ser enfermo terminal de cáncer) en agosto de 2009. El entonces gobierno laborista fue objeto de críticas por considerarse una concesión destinada a mejorar las relaciones entre Tripoli y BP, que planeaba invertir en Libia por valor de 20 billones de dólares. En este contexto, el accidente de BP en el Golfo de México le ha generado cuantiosas pérdidas económicas, sumado a las compensaciones a las que debe hacer frente para paliar las desastrosas consecuencias ecológicas que produjo el vertido, lo que hace pensar que puede haber cierta preocupación sobre el futuro de la compañía en EEUU. Todo ello haría más urgente el desarrollo de su plan de negocios en Libia. En este contexto, el Reino Unido tiene interés y mucho que ganar de un gobierno post-Gadafi, agradecido por su participación en la misión militar y que, por ende, sea más receptivo a inversiones y al desarrollo de negocios británicos.

Italia: a dos bandas
La posición de Italia es probablemente la más difícil y la más interesada (junto a Malta) en el futuro de Libia. Aquí los intereses tradicionales de la realpolitik guían la actuación italiana, que pretende salvaguardar sus intereses se mantenga o no en el poder el régimen de Gadafi. Por ello, las primeras actitudes y declaraciones de responsables italianos pueden verse en esa doble dirección. Por un lado, no se quieren romper definitivamente los vínculos y su relación con el régimen de Gadafi, ya que ante un escenario de partición del país es más que posible que siga controlando una parte importante del territorio libio, fundamentalmente la región de Tripolitania. Sin embargo, el gobierno de Roma tampoco quiere dejar de explorar canales de diálogo con los rebeldes libios y fortalecer su papel y defender sus importantes intereses en la región ante el nuevo gobierno libio asentado en Bengasi.

Las relaciones entre Italia y Libia se intensificaron tras la firma del pacto de amistad (2008) con el objeto de superar el pasado histórico colonial. Por dicho acuerdo, Italia pagaría a Libia unos 180 millones de euros anuales en los próximos 25 años en forma de inversiones y proyectos de infraestructuras en Libia. Aproximadamente un 15% de sus importaciones de gas llegan a Italia a través de Greenstream, el oleoducto al oeste de Trípoli operado por la italiana ENI y la Libya National Oil Corp. La italiana ENI opera en Italia desde 1959 y nunca dejó el país a pesar de los años negros de Gadafi y su vinculación con el terrorismo. Esto ha permitido que se forjara una solida relación que ha repercutido favorablemente en las inversiones de ENI en Libia. Asimismo, es importante destacar que las principales inversiones y campos petroleros de ENI se encuentran ubicados en el oeste y sudoeste de Libia (Bouri en la costa de Tripoli, Wafa en el oeste y el campo del Elefante en el sudeste), es decir, en territorio que aún se encontraría bajo control de Gadafi.

Igualmente, un porcentaje importante del petróleo que se consume en Italia es de origen libio (un 25%). Los intereses cruzados con el régimen libio también se encuentran en Italia, en empresas como Finmeccanica y Unicredito e incluso en un equipo de fútbol como el Juventus. Italia ha sido uno de los principales proveedores de armas del gobierno de Gadafi desde que el embargo de arnas de la UE se levantara en 2004 impulsado desde Roma. A principios de año, Italia estaba negociando un importante acuerdo de venta de equipo militar y de seguridad por valor de 1,05 billones de dólares.

El pacto de amistad se suspendió a finales de febrero de 2011, ya que en este acuerdo se incluía una cláusula de no agresión, donde Italia se comprometía a no permitir que su territorio se utilizara como plataforma de operaciones militares contra Libia. Esta cláusula ya había generado controversias en su momento, por la posibilidad de entrar en contradicción con las obligaciones asumidas por Italia como miembro de OTAN, como finalmente sucedió.

Ante el importante entramado de intereses entre Italia y el gobierno libio, sumado a su historia colonial, el gobierno de Roma fue muy renuente en un principio a una intervención militar en el país norteafricano e hizo que sus primeras declaraciones fueran en sintonía con las tesis del régimen de Gadafi. Entre ellas se pueden destacar las de su ministro de Exteriores, Frattini, que mencionaba el 21 de febrero de 2010 su temor a una posible autoproclamación del Emirato Islámico de Bengasi, reforzando de alguna manera las declaraciones del régimen de Gadafi de que los rebeldes libios eran terroristas de al-Qaeda. No obstante, y a pesar de la resistencia inicial, Italia ha apoyado la intervención militar en Libia, ofreciendo el uso de sus bases militares e incluso sus fuerzas aéreas patrullan el espacio aéreo libio para asegurar la zona de exclusión aérea, aunque se han abstenido de ejercer un papel activo contra las fuerzas de Gadafi en una difícil búsqueda de mantener los canales abiertos tanto con Gadafi como con sus opositores. Sin embargo, esta política ha cambiado en las últimas semanas, en coincidencia con la visita que realizó el CEO de ENI Paolo Scaroni a Bengasi y su encuentro con miembros del Consejo Nacional de Transición Libio a principios de abril. El gobierno de Berlusconi parece haber optado finalmente por la opción del cambio de régimen y a través de su ministro de Exteriores ha reconocido como interlocutor legítimo al Consejo Nacional de Transición. Asimismo, ha enviado asesores militares a los rebeldes y está liderando el esfuerzo europeo a través de la misión EUFOR bajo el mando del vicealmirante Claudio Gaudiosi y ofreciendo que el cuartel general se sitúe en Roma. Además, en un contexto más amplio de negociaciones e intereses europeos y transatlánticos, Italia ha aceptado participar activamente en misiones de bombardeo de la OTAN.

Desde un primer momento Italia defendió e impulsó que el mando y el control de la operación militar estuviera bajo la autoridad de la OTAN, ya que Roma no quiere que Francia y el Reino Unido asuman todo el protagonismo de la intervención militar, lo que podría ser muy contraproducente para los intereses italianos en la gestión del post-conflicto, ya que previsiblemente quienes más se beneficiarán serán los intereses franco-británicos.

Otro de los intereses en juego en la posición italiana con respecto a la situación que se vive en Libia está vinculado al control de la inmigración irregular. Italia es uno de los países europeos geográficamente más cercanos a Libia, siendo la isla de Lampedusa –a sólo 225 km del norte de África– el punto de entrada de inmigrantes irregulares y refugiados. Por ello, desde el primer momento uno de los principales objetivos del gobierno Italiano ha estado orientado a gestionar y evitar la llegada masiva de personas a esta pequeña isla italiana.

Según el gobierno de Berlusconi, la misión europea de Frontex, HERMES 2011, es totalmente insuficiente, y exige mayor solidaridad europea en esta materia, aunque en un principio fue muy renuente a aceptar ayuda de la Agencia de Fronteras Europea. Por ello pretende, sin éxito por el momento, que se acepte repartir entre los socios europeos a los inmigrantes tunecinos que han llegado a Lampedusa. La iniciativa fue rechazada por el resto de ministros del Interior europeos el 11 de abril pasado, provocando la indignación del gobierno de Berlusconi, que no atraviesa su mejor momento en la arena política italiana. La guerra abierta entre Francia e Italia por el destino de los inmigrantes y refugiados que llegan a la costa italiana está afectando uno de los principios fundamentales del proceso de integración europeo, como es la libre circulación. Francia, junto a Italia, está impulsando una “revisión” del acuerdo de Schengen para permitir la reintroducción de controles fronterizos si los límites exteriores de la UE se encontraran sometidos a una presión migratoria importante.

Alemania: reticencia y autonomía
Alemania, aunque inicialmente había impulsado una respuesta política concertada y consensuada de la UE, no ha visto con buenos ojos el activismo francés y británico de liderar una intervención militar en Libia. Diversos motivos pueden ser identificados por los que ha tomado una posición contraria a sus tradicionales aliados y más aún de un gobierno liderado por Angela Merkel, ya que algunos sectores de su partido han cuestionado la postura adoptada por la canciller.

Por un lado, la proximidad de diversas citas electorales junto con algunos reveses políticos al inicio de 2011 explicarían la renuencia alemana a participar en una nueva aventura bélica. Las elecciones en el Estado de Baden-Wuerttemberg (tercero en población y PIB) ha sido un bastión del CDU (el partido de Merkel) desde 1953. Los sondeos ya advertían de la pérdida de apoyo a dicha formación política, tal y como sucedió finalmente el 27 de marzo. A pesar del llamativo giro en política energética que realizó la canciller (firme defensora de la energía nuclear) tras el desastre en las centrales nucleares de Fukushima en Japón, y de abstenerse en la votación de la Resolución 1973 del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, en contra de las solicitudes de sus socios europeos y norteamericanos, no logró mejorar sus resultados electorales y recibió duras críticas por parte de sus apoyos conservadores. Incluso, el ex ministro de Exteriores Joschka Fischer (Los Verdes) criticó la posición del gobierno de Merkel de tomar decisiones en el ámbito de la política exterior desde una perspectiva de intereses provinciales y regionales.

Tradicionalmente, Alemania ha sido renuente al uso de la fuerza militar en el exterior, aunque no por ello desconoce ni reniega de la importancia que tiene la misma en las relaciones internacionales, participando en misiones como las de Afganistán o contra la piratería en Somalia. Incluso, a pesar de la negativa de participar en la operación contra Libia, decidió reforzar sus medios en Afganistán para, de cierta forma, facilitar que otros países de la OTAN pudieran destinar más medios a la operación en el Mediterráneo. Según algunos recientes sondeos (Weekly Focus, 26/III/2010), una mayoría de la población (el 56%) apoya la decisión de Merkel de que Alemania no participe en la intervención militar, aunque un 62% está a favor de la misión internacional contra Gadafi. Es decir, que apoyan que la comunidad internacional se involucre pero prefieren que Alemania se mantenga al margen.

El uso de la fuerza en el exterior es un tema muy controvertido en la política alemana, tal y como se pudo comprobar con la polémica surgida al hilo de las declaraciones del entonces presidente Horst Koehler, quien tras un viaje a Afganistán reconoció la necesidad de intervenciones militares para defender intereses nacionales como las rutas de comercio o para prevenir inestabilidades regionales que pudieran tener un efecto negativo en términos de comercio, ingresos o puestos de trabajo. Las críticas no se hicieron esperar y finalmente Koehler renunció en mayo de 2010.

Igualmente, otros elementos deben tenerse en cuenta para comprender mejor la posición de Alemania. Por un lado, los intereses alemanes están centrados fundamentalmente en el centro y el este de Europa, aunque no por ello quiera renunciar a tener un papel en el Mediterráneo tal y como se pudo observar en el pulso que mantuvo con Sarkozy a razón de sus intentos por excluir a Alemania (y a los socios europeos no mediterráneos) del proyecto de la Unión por el Mediterráneo.

Asimismo, no se puede negar que existen intereses económicos en el país aunque no parece que sean estratégicos. La compañía alemana Basf-Wintershall que opera en Libia desde 1958, genera 1,3 billones de euros en sus operaciones de extracción en los campos petroleros de Libia. El país norteafricano representó en 2009 aproximadamente un 14% de las exploraciones y reservas.

Alemania está centrada en la necesidad de fortalecer (y salvar) el euro y ha tomado decisiones difíciles de explicar y justificar a su electorado, como los rescates a Grecia, Irlanda y recientemente Portugal. El europeísmo y el atlantismo de la sociedad alemana no son tan incontestados como en décadas pasadas, en las que aún necesitaba el proyecto europeo y su vínculo atlántico para anclarse en la modernidad y superar definitivamente las sombras de las conflagraciones mundiales del siglo XX y las divisiones de la Guerra Fría. Alemania es hoy una potencia mundial que ha salido fortalecida de la crisis internacional y una potencia europea que dirige con mano firme el fortalecimiento de la eurozona, mientras que mantiene una relación bilateral privilegiada con Rusia. La decisión de mantenerse al margen de la misión militar puede entenderse, por un lado, como un importante ejercicio de autonomía y de confianza en su política exterior en general y europea en particular, pero también puede ser entendida como una muestra de contención, ciertamente utilitaria a sus intereses de potencia comercial e inversora internacional. Alemania no necesita participar en una misión militar (de resultados y duración más que inciertos) para reforzar su peso internacional y europeo. Si el belicismo francés se debe leer en clave intraeuropea, como una forma de reforzar su poder como potencia militar frente al diktat alemán en economía, Alemania no parece querer entrar en ese juego y plegarse a sus presiones. Sin embargo, es una apuesta arriesgada, al aislarse internacionalmente de sus tradicionales aliados, y puede erosionar el prestigio y credibilidad internacional ganado en las últimas décadas.

El contexto regional y las revueltas en el mundo árabe
Más allá de las posiciones a analizadas y los intereses nacionales que están en juego, es importante destacar el contexto regional y el discurso que predomina con respecto a las revueltas en el mundo árabe. Es necesario tener en cuenta que las revueltas libias de mediados de febrero, reprimidas brutalmente por las fuerzas de Gadafi (lo que le ha valido la remisión del caso a la Corte Penal Internacional según la Resolución 1970 de Naciones Unidas), han sido percibidas desde el principio como un ejemplo más de esta volátil “primavera árabe” que se inició a principios de 2011 con la caída de Ben Ali en Túnez y que continuó rápidamente con la salida de Mubarak en Egipto. Sin embargo, el escenario libio dista mucho de poderse asimilar al tunecino o al egipcio, aunque a mediados de febrero parecía que el encadenamiento de acontecimientos llevaría a una rápida caída del régimen de Gadafi, lo que facilitó una cierta unidad en la condena a las acciones del gobierno libio.

Las sociedades europeas y sus gobiernos han interpretado las revueltas en los países del mediterráneo (no se sigue con el mismo interés lo que sucede en los “lejanos” países del Golfo) como revoluciones populares, con un gran e indiscutible apoyo social. Dichas revueltas lideradas por grupos muy variados, sin ideologías claras o mayoritarias (no identificadas hasta el momento con movimientos islamistas, el gran temor de Occidente) responderían al objetivo final de mejorar sus condiciones de vida tanto materiales como en la obtención de –y el respeto a– libertades y derechos fundamentales. Se espera que estos cambios políticos y sociales representen el inicio de un proceso de transición hacia un modelo democrático (cuanto más parecido al europeo-norteamericano mejor) que garantice la estabilidad y la paz en la región.

Esta lectura algo simplificada de lo que se puede extraer de los discursos y declaraciones de responsables políticos y diplomáticos se encuentra en el argumentario básico que justifica el activismo internacional para intervenir militarmente en la compleja situación libia. Más allá de proteger a los civiles, Francia y el Reino Unido abogan claramente por un cambio de régimen como parte de esa “ola democrática” que parece haberse iniciado en el mundo árabe. Las antiguas metrópolis coloniales, con importantes relaciones con las elites del régimen, no prestaron atención a los evidentes signos de cansancio y hastío de una parte muy importante de la población con longevos gobiernos represivos que no lograron responder a las necesidades básicas de sus ciudadanos. La falta de reacción o, mejor dicho, una valoración equivocada al inicio de las revueltas en Túnez y Egipto de la mayor parte de los líderes europeos ha generado la necesidad de reivindicación frente a estas sociedades y sus nuevos protagonistas políticos y ha propiciado una retórica de su acción exterior basada en valores y en principios universales en una región estratégica.

Sin embargo, y a pesar de la retórica y de los innegables anhelos de una gran mayoría de la población del Mediterráneo y Oriente Medio, la situación en Libia es mucho más compleja de lo que sería deseable.

Más allá de la diversidad de intereses que ha hecho posible esta intervención, la realidad es que un mantenimiento indefinido de la situación actual sería difícil de asumir. El Reino Unido y Francia están criticando a la OTAN por no hacer lo suficiente en el teatro de operaciones por proteger a los civiles, aunque en realidad lo que preocupa es la falta de capacidad de las fuerzas rebeldes de ganar terreno a las tropas de Gadafi. La estrategia de desgaste del enemigo es viable pero muy costosa en tiempo y recursos, más aún en una región en la que los regímenes más sólidos se están resquebrajando, aumentan las posibilidades de producir “daños colaterales” en civiles que podrían erosionar el frágil apoyo de los países árabes. Además, con el transcurrir de las semanas, mayores son las posibilidades de que se produzcan bajas en los efectivos de la coalición internacional, con las consecuencias negativas en el apoyo de la opinión pública. Es probable que a partir de ahora se intensifiquen las acciones para lograr fortalecer a los rebeldes libios (y aumentar la presión militar y diplomática sobre Gadafi y su círculo más íntimo), tal y como se ha podido observar en las diversas reuniones del Grupo de Contacto para Libia, y sondear entre aliados (y sus opiniones públicas) la posibilidad de algún tipo de misión en el terreno. Algunos diplomáticos y responsables europeos parecen percibir esas intenciones (aunque es más que improbable que esto fuera viable) en la misión humanitaria europea EUFOR Libia, cuyo concepto de operaciones no ha sido aún aprobado (Consejo de Ministros de Asuntos Exteriores del 12/04), fundamentalmente por las reticencias de Suecia, que ve prematuro aprobar una misión humanitaria sin tener la solicitud oficial de Naciones Unidas.

Conclusiones: El futuro de la intervención militar en Libia, por el momento, solo plantea preguntas y un escenario muy incierto. Por ejemplo, no está claro ni cómo ni cuándo terminará la misión militar, y el tema del coste económico de la operación no es baladí en un contexto de restricciones presupuestarias. Existen demasiadas dudas sobre cuál será el resultado final aceptable para una coalición tan diversa, ante la posibilidad de que no se logre la caída del régimen de Gadafi. En el caso de que la situación libia se convierta en un laberinto sin salida, no solo quedará en entredicho la credibilidad y el prestigio franco-británico sino el europeo. Queda por saber si ante esas circunstancias la UE asumirá mayor protagonismo (o será EEUU una vez más) ya que, como suelo suceder, la división entre sus socios ha hecho invisible a la UE en la gestión de un conflicto en el que se juega nada menos y nada más que la paz y la estabilidad de su vecindario sur.

Alicia Sorroza
Investigadora, Real Instituto Elcano