Tema
Dentro de una estrategia de movilización que comenzó en marzo de 2018, Hamás amenaza con convocar una “Marcha Verde” el 15 de mayo de 2018 (Día de la Nakba) para desbordar la valla perimetral y colocar a las Fuerzas de Defensa de Israel ante el dilema de reprimir violentamente la irrupción.
Resumen
Las movilizaciones y disturbios que comenzaron en la Franja de Gaza el llamado “Día de la Tierra” en marzo de 2018 y que está previsto que terminen con la del “Día de la Nakba” a mediados de mayo, se han cobrado ya medio centenar de muertos y cientos de heridos graves. La contundencia en la actuación por parte de las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI), incluido el uso de munición real, ha conseguido contener una estrategia que estaba diseñada para ir creciendo a lo largo de seis semanas. Como respuesta, el movimiento islamista radical Hamás amenaza con convocar una “Marcha Verde” el próximo 15 de mayo, con el objetivo de desbordar la valla perimetral que rodea la Franja en todos aquellos puntos en que les sea posible. ¿Qué harán las FDI si colocan a mujeres y niños en primera fila? ¿Cuáles serían las consecuencias potenciales si tiene lugar una masacre en el Día de la Nakba?
Análisis
La llamada “Gran marcha del retorno” fue concebida por un pequeño grupo de activistas independientes de la sociedad civil de Gaza a modo de movilizaciones no violentas con el triple objetivo de volver a colocar la cuestión palestina en la agenda internacional de la que ha quedado totalmente relegada, denunciar la grave crisis humanitaria que atraviesa la Franja debido al bloqueo a la que se ha visto sistemáticamente sometida desde 2007 y reclamar el derecho del retorno de los cinco millones de refugiados palestinos que continúan en el exilio. Entre sus iniciadores hay que destacar al periodista Ahmed Abu Artima, quien circuló la idea a través de las redes sociales, preguntándose en un post qué ocurriría si decenas de miles de refugiados y los descendientes de éstos se aproximaran desarmados a la verja perimetral que rodea la Franja, reclamando su derecho a regresar a sus lugares de origen previos a la primera guerra árabe-israelí de 1948, en cumplimiento de la Resolución 194 de Naciones Unidas.
La puesta en acción de este movimiento popular tomó como ejemplo las macro-acampadas de protesta organizadas por los Hermanos Musulmanes en las plazas de El Cairo tras el golpe militar perpetrado por el Ejército egipcio durante el verano de 2013. Para ello instalaron un centenar de tiendas de campaña de grandes dimensiones en cinco puntos ubicados a lo largo de la verja que rodea la Franja, coincidiendo con los antiguos accesos de entrada a las colonias israelíes previos al Plan de Desconexión de 2005. La idea inicial de los organizadores era que éstas se convirtieran en un lugar de encuentro en el que se celebraran todo tipo de actividades lúdicas, culturales y deportivas de solidaridad entre semana, que se combinaran con marchas de protesta todos los viernes después del rezo de mediodía en las mezquitas. Una secuencia que estaba conceptuada como fórmula de resistencia no violenta, pero que tras la entrada en escena de Hamás se convirtió en sangrienta.
Desde el primer viernes 30 de marzo –en que se conmemora el “Día de la Tierra”, en recuerdo de la muerte a manos de las fuerzas de seguridad de seis ciudadanos árabe-israelíes que protestaban por la expropiación forzosa de sus tierras por parte del Estado de Israel en 1976– las organizaciones juveniles vinculadas a Hamás desplazaron a los activistas independientes y cooptaron la dirección de las protestas. Así, el movimiento islamista radical se encontraba un nuevo frente de lucha con el que poder retomar la iniciativa política ante la sociedad palestina en un momento en el que atraviesa una situación de extrema debilidad en todos los órdenes.
Debilidad de Hamás
El fracaso de la estrategia militar de Hamás ha quedado en evidencia. Desde que tuviera lugar la operación “Margen Protector” durante el verano de 2014, Israel le va ganando claramente la partida. Empezando por los túneles –que fueron su arma sorpresa durante la última contienda– donde las Fuerzas de Defensa de Israel (FDI) han logrado desarrollar una nueva tecnología que le permite detectar las actividades subterráneas, localizando en el transcurso del último semestre las bocas de salida de ocho túneles –cinco de ellos “ofensivos” dentro de territorio israelí y otros tres “defensivos” dentro de la Franja– para después neutralizarlos, bien inundándolos con hormigón armado o bombardeándolos desde el aire. El último fue destruido el pasado 15 de abril a poca distancia de uno de los cinco puntos mencionados en los que tienen lugar las protestas, a la altura del campo de refugiados de Yabalia y del kibutz de Kfar Azza. Según la oficina del portavoz militar, hacía semanas que conocían la existencia del túnel en cuestión y lo mantenían bajo constante vigilancia, pero decidieron destruirlo precisamente para impedir que fuera utilizado en un momento de distracción fruto del caos de los viernes.
Hamás dispone de otras alternativas ofensivas, como son la fabricación de cohetes –cuyo número, radio de alcance y capacidad destructiva son motivo de especulación– y de aviones no tripulados. Para contrarrestar la primera opción, las FDI cuentan con el sistema anti-misiles Iron Dome. Y para neutralizar la segunda, según la prensa israelí, los dos máximos responsables fueron asesinados por su Servicio de Inteligencia exterior (Mossad) En diciembre de 2016 el presunto coordinador del programa, Mohammed Zawahri, cayó abatido a tiros en una localidad del sur de Túnez, mientras que el pasado 21 de abril otro ingeniero involucrado en el diseño y desarrollo de UAV, Fadi al-Batash, era alcanzado por varios disparos efectuados por dos desconocidos de fisionomía occidental a la salida de una mezquita en Kuala Lumpur (Malasia). Dos asesinatos perpetrados por profesionales y que transmitieron un mensaje muy claro a Hamás en relación con su programa de drones.
También en el ámbito político los islamistas se encuentran en horas bajas. El descarrilamiento de las negociaciones de reconciliación nacional con el movimiento Fatah, que comenzaron prometedoramente a mediados del pasado mes de septiembre y cuajaron en los Acuerdos del 12 de octubre de 2017 han terminado encallando. En ellos, Hamás se comprometió a disolver el comité administrativo a través del que gestionaba la Franja, transferir el control efectivo sobre los ministerios y pasos fronterizos a la ANP y a celebrar elecciones lo antes posible. Se trataba de objetivos muy ambiciosos cuya implementación quedó paralizada en el momento en el que la ANP demandó también el monopolio de la seguridad y la disolución de las milicias, comenzando por las Brigadas Izzadin al-Qassam. Finalmente, el atentado con un artefacto explosivo improvisado contra el convoy en el que se desplazaban el primer ministro, Rami Hamdallah, y el director del Servicio de Inteligencia (Mujabarat), Mayed Farah, registrado el pasado 13 de marzo, vino a darles la puntilla final a las relaciones, a pesar de que Hamás aseguró no tener nada que ver con el incidente y sus fuerzas de seguridad descubrieron y abatieron a los presuntos autores, miembros de una célula yihadista.
Sin embargo, donde más se manifiesta su incapacidad es dentro de la Franja como gobierno de facto para dar respuesta eficaz a las necesidades materiales de casi dos millones de personas que viven hacinadas en uno de los territorios con mayor densidad de población del mundo. La situación se ha venido complicando desde que comenzó el bloqueo “duro” por parte de Israel en junio de 2007 (que ya existía antes en su formato “blando” desde que Hamás ganó las elecciones legislativas en enero de 2006) y se ha agravado con la presión egipcia a partir de 2013. La Franja se está convirtiendo en un lugar inhabitable. La contaminación progresiva de los pozos subterráneos y la penetración del agua del mar en el acuífero hacen que el 80% del agua haya dejado de ser potable. Además, la generación de energía apenas cubre una media de cuatro a cinco horas de electricidad al día, lo que repercute en todos los servicios públicos esenciales, especialmente en el funcionamiento de los hospitales y de las depuradoras de aguas residuales, que son vertidas al mar con sus correspondientes consecuencias nocivas para la salud pública al favorecer la propagación de enfermedades. Tal como denuncia el Informe “Gaza 2020” elaborado conjuntamente por todas las agencias de Naciones Unidas con representación en el terreno, la Franja dejará de ser un lugar habitable a partir de esa fecha si todos los actores implicados no toman las medidas necesarias para revocar esa tendencia.
Hay que tener también en cuenta que al agravamiento de la situación de crisis humanitaria provocado por el bloqueo practicado por Israel y Egipto ha contribuido activamente la ANP, cuyo presidente Mahmoud Abbás ha puesto en marcha toda una serie de medidas punitivas –exclusión de las inversiones en la Franja de los presupuestos generales para 2018, recorte de las transferencias financieras para pagar los gastos corrientes que generan servicios esenciales como el de la electricidad, reducción de los salarios y pensiones a los 38.000 funcionarios públicos de la propia ANP que permanecen en Gaza pero que desde 2007 se encuentran en una especie de “excedencia permanente”– para poner presión adicional sobre Hamás una vez han vuelto a fracasar las negociaciones con Fatah. De esta forma, una nueva confrontación con Israel podría constituir para Hamás una huida hacia delante ideal en el marco de una coyuntura en la que la reconciliación nacional resulta aparentemente imposible.
Cambio de estrategias
Desde el momento en que Hamás se hizo con la dirección de las movilizaciones, intentó aplicar una estrategia incremental por la que cada viernes presentara un número mayor de manifestantes que el anterior e introdujera algún componente diferenciador (el viernes de las llantas encendidas, el de las mujeres como protagonistas, el de las cometas incendiarias, etc.) para mantener la tensión. Así, la conmemoración del “Día de la Tierra”, llegó a congregar a unos 30.000 manifestantes, distribuidos entre las cinco localizaciones previamente mencionadas, colocando el listón bastante alto. La idea era superar dicha cantidad en las movilizaciones posteriores.
Pero la gran contundencia empleada por las FDI a la hora de hacer frente a los disturbios –empleando francotiradores militares que la mayor parte de las veces disparaban a las extremidades, pero en ocasiones también lo hacían contra órganos vitales del cuerpo– dejó un primer balance de 17 palestinos muertos (de los cuales la oficina del portavoz militar aseguró 10 tenían antecedentes por terrorismo, mientras Hamás sólo reconoció cinco). Otros 1.400 resultaron heridos, de ellos más de la mitad por impacto de munición real, un indicador muy claro de ese uso excesivo de la fuerza por el que la actuación israelí fue criticada tanto por la UE como por las Naciones Unidas. Además de estos típicos comunicados de condena internacional, la ONG Médicos sin Fronteras publicó un informe detallado especificando el tipo y localización de los impactos de bala.
Debido a esta contundencia, el segundo viernes de la serie el número de manifestantes en vez de incrementarse tal como Hamás tenía previsto, se redujo a unos 20.000. Entonces murieron 12 jóvenes más y otros 300 resultaron heridos por impacto de bala. En esta ocasión, los manifestantes quemaron llantas y neumáticos de forma masiva, provocando enormes columnas de humo para intentar ocultarse de los francotiradores militares, lo que les dio buen resultado a pesar del altísimo grado de emisiones contaminantes nocivas para la salud pública y el medio ambiente. A partir del tercer viernes el número de manifestantes tendió a estabilizarse en torno a los 10.000, y el número de víctimas a reducirse considerablemente, hasta que el viernes 4 de mayo no se registró ningún muerto y apenas 40 heridos por impacto de bala. Nada que ver con las cifras del 30 de marzo.
Aparentemente, las críticas no sólo internacionales sino también domésticas –por ejemplo, varios profesores de derecho del Israel Democracy Institute, así como de la Universidad Hebrea de Jerusalén y de la de Tel Aviv, cursaron una petición solicitando al Gobierno que reasigne la tarea de control de masas a la Policía Nacional (Mistará) y a la Guardia de Fronteras (Magav), que disponen de la formación específica y emplean tácticas anti-disturbios no letales– llevaron a las FDI a cambiar su patrón de intervención. Igualmente, cuando los mensajes transmitidos por los dirigentes de Hamás –muy duros al principio, llamando a los jóvenes a no tener miedo al martirio– comenzaron a rebajar el tono, esto coadyuvó a reducir las víctimas que en estos momentos presenta un saldo acumulado de 45 fallecidos.
Bien es cierto, que se han dado varios casos de intentos de infiltración por parte de terroristas aprovechándose del caos generado por las movilizaciones para cruzar a Israel con intención de perpetrar atentados, pero el número ha sido poco relevante y todos aquellos que lo han conseguido yendo armados han sido abatidos o detenidos. En realidad, este tipo de acciones han sido aisladas y fruto más de iniciativas individuales que parte de la estrategia de Hamás.
Otra cosa han sido algunos ejemplos de acciones concertadas para desbordar la valla fronteriza en grupo, de cara a inferir las correspondientes lecciones de cara al Día de la Nakba. Así, el pasado 4 de mayo un grupo organizado logró traspasar la verja perimetral a la altura del paso de mercancías de Kerem Shalom, realizar varias acciones de sabotaje, esquivar los gases lacrimógenos lanzados desde los vehículos militares y abandonar el lugar antes de que se personaran las unidades de a pie. Esta acción, en cambio, sí forma parte de los escenarios que se barajan para los días 14 y 15 de mayo, en los que se espera un importante pico de violencia, especialmente en Gaza, que con toda probabilidad conllevará decenas de muertos y cientos de heridos en un espacio de 48 horas.
¿Una “Marcha Verde”?
Aunque Israel ha pedido a Egipto que ejerza como mediador y exija moderación a Hamás (el nuevo director del Servicio de Inteligencia egipcio, el general Abbas Kamel, visitó Tel Aviv a principios de mayo para entrevistarse con sus homólogos israelíes), los islamistas ya no pueden dar marcha atrás. Si logran movilizar masivamente a la sociedad palestina podrían subir varios puntos porcentuales en los sondeos de opinión de cara a unas pendientes elecciones generales, que llevan sin celebrarse desde enero de 2010. Esta anomalía política otorga un evidente déficit democrático al actual gobierno, que no fue elegido en las urnas sino designado por el presidente, Mahmoud Abbás, cuyo mandato expiró igualmente en enero de 2009.
Se esperan disturbios para el 14 de mayo, en el que se celebra el 70 aniversario del reconocimiento formal de Israel por parte del presidente Harry S. Truman y que ha sido el elegido por Donald Trump para escenificar una ceremonia de traslado simbólico de la Embajada de EEUU a Jerusalén. La polarización sobre la capitalidad de Jerusalén, que formaba parte del llamado Estatuto Definitivo de los Acuerdos de Oslo, se ha convertido en una fuente de tensión adicional tras la decisión del presidente Trump del 6 de diciembre de 2017 de efectuar el traslado simbólico de su Embajada (movimiento diplomático que también esperan hacer, entre otras, Guatemala, Honduras, Paraguay y Rumanía a renglón seguido) lo que provocará un nuevo episodio de violencia. Podría haberlo hecho efectivo en otras fechas menos señaladas, como la del 19 de abril, en que Israel celebró su Día de la Independencia, pero al celebrar la ceremonia en la víspera de la Nakba se contribuye a exaltar las tensiones. Si se llevan a cabo conforme a lo previsto, los disturbios serán generalizados y no sólo en la frontera con Gaza, sino también en Cisjordania y Jerusalén Oriental, a pesar de que esta última ha permanecido en calma después de que se resolviera la crisis de la Explanada de las Mezquitas que tuvo lugar durante el verano de 2017. Sin embargo, la jornada clave será la del 15 de mayo, en que los palestinos rememoran su Nakba o “catástrofe nacional”. Esto es, la pérdida de un importante porcentaje del territorio que les concedió el Plan de Partición de Naciones Unidas de noviembre de 1947 durante la primera guerra árabe-israelí que comenzó en mayo de 1948 y terminó con el Armisticio de entre febrero y julio de 1949, así como el éxodo de 750.000 refugiados que se vieron obligados a irse al exilio.
En este caso, la llamada es a la puesta en escena de una marcha multitudinaria –una especie de “Marcha Verde” palestina– encabezada no por jóvenes exaltados que no tienen nada que perder, sino por ancianos, mujeres y niños reclamando simultáneamente a Israel, a la ANP y a la comunidad internacional que abandonen su amnesia selectiva y recuerden que a día de hoy el contingente de refugiados más grande del mundo sigue siendo el palestino. Según la UNRWA, la agencia especializada que Trump quiere abolir para subsumir su ingente prestación de servicios dentro del paraguas del ACNUR como si fueran un contingente más, los refugiados palestinos contabilizan más de cinco millones. Una cuestión emocional que tiende a todos los palestinos del interior y de la diáspora, y que bien podría llevar a una jornada especialmente sangrienta si las FDI no ceden el mando y control a la Policía y a la Guardia de Fronteras.
De momento, el ministro de Defensa israelí, Avigdor Lieberman, ya ha advertido que a pesar de las protestas internacionales por el uso desproporcionado de la fuerza militar frente a civiles, van a seguir disparando contra todo el que se acerque a la verja, también el 15 de mayo. El hecho de que hasta ahora sólo haya habido unos pocos casos aislados de terroristas armados intentando aprovechar el caos para infiltrarse y que no haya tenido lugar el lanzamiento de ningún cohete, constituyen señales de esperanza de que la espiral de violencia no escale y amaine progresivamente con el ayuno del mes de Ramadán, que por coincidencias del calendario este año comienza precisamente el día 16. Aún así, cabe la posibilidad de que la mala gestión del Día de la Nakba pueda convertirse en el germen de una tercera Intifada o, si la represión de las movilizaciones es especialmente dura, con ancianos, mujeres y niños, se convierta en el detonante de una cuarta –y, según Lieberman, definitiva– guerra de Gaza (hay que recordar que la primera Intifada surgió en el campo de refugiados de Yabalia a finales de 1987 debido precisamente a los excesos de los militares israelíes frente a los civiles palestinos).
Conclusiones
Se produzca o no la “Marcha Verde” anunciada, la única salida viable a la recurrente crisis de Gaza sólo podrá venir dada por la implementación de un gran plan reconstrucción y desarrollo que traiga unos mínimos de prosperidad. Una bonanza económica por la que el grueso de su juventud –bien formada, pero desempleada en un 60%– deje de aspirar a ingresar en una milicia para concentrarse en encontrar un trabajo. Este nuevo Plan Marshall debería estar liderado financiera y operativamente por la UE, y asimismo debería contemplar toda una serie de actuaciones que doten de seguridad energética, hidrológica y alimentaria a los dos millones de habitantes de la Franja.
En este orden de cosas, desde hace meses el Gobierno israelí explora la posibilidad de construir una gran isla artificial a unas tres millas náuticas de las costas de Gaza, aunque sigue reservándosela como un as en la manga que jugar en el caso de que la ANP pudiera retomar el control de la Franja. La isla en cuestión albergaría una central eléctrica, una gran planta desalinizadora y un puerto de carga que permitiera tanto la importación como la exportación de productos (algo que estaba contemplado en el “Acuerdo de movimiento y acceso” suscrito por las partes poco después de la retirada israelí en noviembre de 2005, pero que luego nunca se llegó a implementar debido a la victoria de Hamás en las elecciones legislativas de enero de 2006). Hay otras alternativas menos costosas que ésta –liderada por el ministro de Inteligencia y Transportes, Israel Katz– pero sin las mismas garantías de control, dado que la isla estaría conectada con tierra a través de un largo puente que podría ser bloqueado por Israel en caso de enfrentamiento armado.
Además, se debería proceder a la reapertura del paso fronterizo de Rafah que, de forma inexplicable, continúa cerrado por Egipto y sólo se abre de forma puntual para casos humanitarios y visitas de personalidades. Esto permitiría salir de la Franja a la inmensa mayoría de los gazatíes que nunca han podido hacerlo, factor que sin duda contribuye a retroalimentar y enquistar el conflicto. Igualmente, debe incluir la apertura de una salida marítima al exterior que sea desde un nuevo puerto en la Franja o que desde la mencionada isla artificial la conecte con el puerto de Limassol. Las autoridades chipriotas –que se benefician de la explotación conjunta con Israel de los ricos yacimientos de gas que comparten en el Mediterráneo– ya han dado su aquiescencia al proyecto, que incorporaría sus correspondientes medidas de seguridad, que involucrarían a Israel, la ANP y la UE.
En esta apertura al mundo exterior de la Franja el componente más complicado sería quizá la reconstrucción del aeropuerto internacional Yasir Arafat, ubicado también en la gobernación sureña de Rafah. Un aeródromo que durante el proceso de Oslo fue generosamente financiado por España y Alemania, pero que luego acabó sistemáticamente destruido por la aviación israelí en el transcurso de la Segunda Intifada. A diferencia de la isla artificial, el Gobierno israelí rechaza esta idea alegando razones de seguridad. Pues al final, cualquier ecuación para resolver el conflicto israelo-palestino tiene que partir de aquella premisa por la que la libertad e independencia de los palestinos tenga como contrapartida el garantizar la seguridad nacional de Israel.
Julio de la Guardia
Periodista y analista político residente en Jerusalén