Haití: España debe decir sí

Haití: España debe decir sí

Tema: Ricardo Lagos, el presidente de Chile, durante su entrevista mantenida con José Luis Rodríguez Zapatero, presidente del gobierno de España, el pasado 25 de mayo, invitó a nuestro país a sumarse a la fuerza multinacional de paz destinada a Haití, bajo mandato de la Organización de las Naciones Unidas (ONU), enviando tropas. El mismo pedido fue formulado días después, en Guadalajara, por el presidente Lula. El presidente Rodríguez Zapatero prometió estudiar la propuesta y de hecho ya lo está haciendo.
 
Resumen: La intervención de Estados Unidos y Francia en Haití fue acompañada de una llamada a los países de América Latina y el Caribe a implicarse abiertamente en un tema que afecta directamente al hemisferio americano. Así había ocurrido en el pasado cuando se intervino para salvar al gobierno de Aristide. En esta oportunidad el eco fue menor y sólo respondieron positivamente Brasil, Chile y Argentina, junto a Canadá, que también es miembro de la Organización de Estados Americanos (OEA). Es en este contexto que los presidentes Lagos y Lula formularon su propuesta a España, una propuesta ante la cual la respuesta española sólo pueda ser una: sí.

Análisis: La difícil situación de orden público existente en Haití a fines de 2003 y principios de 2004, con bandas de delincuentes y narcotraficantes alzados en armas, hizo sonar bastantes alarmas en Washington y Paris. A medida que la coyuntura se iba deteriorando y el riesgo de guerra civil aumentaba, la posibilidad de intervenir directamente para evitar un derramamiento de sangre se hizo cada vez más necesaria. Finalmente, y en una decisión muy controvertida, los gobiernos de Francia y de los Estados Unidos, junto a Canadá, decidieron enviar sus tropas a Puerto Príncipe y las principales ciudades del país, de modo de permitir la salida pacífica de Aristide y colocar en su lugar a un nuevo gobierno. Los motivos de unos y otros para tomar la grave decisión de desembarcar en Haití fueron diferentes, aunque finalmente se produjo la convergencia entre los intereses de Bush y los de Chirac en esta materia. Para el presidente Bush hubiera sido nefasto, en un año electoral en el que está en juego su reelección, tener que contemplar la llegada a las costas de Florida de cientos de barcos maltrechos transportando a miles de haitianos, huyendo de la catástrofe en la búsqueda del paraíso americano. Para Chirac se trataba de una ocasión de oro para recomponer su relación con los Estados Unidos sin comprometer los temas más sensibles de la agenda bilateral, comenzando por la controvertida cuestión de Irak.

En Estados Unidos rápidamente se escucharon numerosas voces en contra de la intervención y en defensa del gobierno de Aristide, al que se le reconocía al menos una legitimidad de origen democrática. Claro está que la legitimidad de ejercicio no se había logrado, en un  clima de abierta corrupción y negligencia en el ejercicio del gobierno. Reputados intelectuales, como el economista Paul Krugman, mostraron su oposición al desembarco de los marines, y los miembros del Congressional Black Caucus (el grupo de congresistas negros) mostraron activa y airadamente su malestar con el desarrollo de los acontecimientos, como pudo verse en la audiencia pública (hearing) a que se vio sometido Roger Noriega, el Secretario de Estado Adjunto para el Hemisferio Occidental, a fin de hacer explícita la postura de la Administración Bush sobre el tema. Los parlamentarios, especialmente los demócratas, acorralaron a un vacilante Noriega, que no terminaba de encontrar las palabras más adecuadas para justificar la actuación del gobierno. En esas jornadas se hizo patente la soledad de Washington, ya que la mayor parte de los países del Caribe, especialmente los del Caricom, le dieron la espalda y si bien no se desentendieron abiertamente del tema no supieron estar a la altura de las circunstancias, en un conflicto que les afectaba directamente. Algo similar pasó con los países de América Latina, que salvo contadas excepciones, comenzando por Chile, fueron incapaces de darse cuenta de que se trataba de un conflicto interno, de una cuestión que les atañía directamente y, por lo tanto, debían encargarse de resolver. La postura de Cuba y Venezuela, con importantes intereses en el Caribe, los dos contrarios a la intervención armada de Estados Unidos y Francia, explica en alguna medida, aunque no únicamente, la particular postura de la mayor parte de las naciones americanas.

Entre las excepciones estaban Chile, Brasil y Argentina. Ricardo Lagos, probablemente el único estadista con que cuenta América Latina, tenía claro que se trataba de un problema latinoamericano y que correspondía a ellos mismos dar una respuesta adecuada al desafío planteado. Luis Inázio Lula da Silva, el presidente brasileño, compartía este punto de vista, aunque la postura de Brasil se vio reforzada por su tradicional aspiración a ocupar un puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU. Itamaratí, el ministerio brasileño de Asuntos Exteriores, confiaba en que liderar una fuerza de pacificación de la ONU le permitiría sumar puntos y estar mejor situado en el futuro para lograr su tan ansiado objetivo.

Por último está la Argentina, que en realidad se vio arrastrada por los hechos y no quería quedar rezagada con respecto al Brasil. El presidente argentino Néstor Kirchner prácticamente se vio obligado a tomar esta decisión y este hecho explica el excesivo tiempo que se tomó para dar su palabra definitiva al envío de tropas. La resolución se tomo finalmente en las vísperas de un reciente viaje a los Estados Unidos, con la intención de transmitir un mensaje tranquilizador a la Administración Bush. Sin embargo, y debido a los conflictos internos abiertos en el seno del gobernante Partido Peronista, la propuesta del Ejecutivo demoró en el Parlamento, que debía autorizar la movilización de las tropas. Finalmente, la propuesta fue aprobada aunque con la oposición radical y de algunos diputados peronistas y de la izquierda, que volvían a hablar del imperialismo norteamericano y sus nefastas consecuencias para el país. En este, como en tantos otros casos de política exterior, la indefinición del gobierno fue el principal inconveniente en la búsqueda de una solución.

La oferta de Chile y Brasil
En los últimos meses la diplomacia chilena nos tiene acostumbrados a hábiles jugadas. Esto se pudo comprobar en los prolegómenos de la votación en Ginebra sobre la situación de los derechos humanos en Cuba (ver ARI 75/2004), cuando intentó adoptar una postura consensuada con México, Brasil y Argentina. Se trataba de abstenerse a cambio de medidas concretas de distensión por parte del régimen castrista, pero éstas no se produjeron y el acuerdo fue imposible. Más recientemente, y tras el provocador discurso de Fidel Castro el 1º de mayo último, que motivó una dura respuesta de México y Perú y la retirada de sus embajadores en La Habana, el gobierno de Chile, directamente aludido, optó por guardar un más que efectivo silencio, que dejó inerme a la provocación castrista. La última de estas jugadas se produjo el pasado 25 de mayo, cuando el presidente Lagos invitó a España  sumarse a la misión de paz de la ONU en Haití.

En la rueda de prensa posterior al encuentro, Lagos señaló que por primera vez había una fuerza de gran envergadura integrada casi exclusivamente por naciones de América Latina y bajo mandato de la ONU. Por tanto, si la apuesta de ambos gobiernos, presentes los dos en este momento en el Consejo de Seguridad de la ONU, es por las instituciones multinacionales y por el multilateralismo, había que hacer un gran esfuerzo por acercar posiciones. En esa misma oportunidad el presidente Lagos también dijo que si ese esfuerzo no lo hacían los latinoamericanos, otros lo harían en su lugar. “En ese sentido, creo que es mejor hacerlo nosotros por nosotros mismos”, ya que, como señaló en otra oportunidad, serían los otros, los ajenos a la región, los que impondrían su propia agenda y sus intereses. Esto ocurrió en mayo de 2003, en una cumbre del Grupo de Río celebrada en Cuzco. Durante una discusión con el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, en torno a la situación de Colombia y su lucha contra el terrorismo y el narcotráfico, Ricardo Lagos ya manifestó que si los latinoamericanos no intervenían en América Latina otros lo harían en su lugar.

La participación de Chile en la empresa haitiana fue inmediata. Cuarenta y ocho horas después de que se aprobara la resolución 1529 de la ONU, por la que se establecía una Fuerza Multinacional Provisional para intervenir el Haití, Chile se sumó a la misma con tropas sobre el terreno, acompañando a Estados Unidos, Francia y Canadá. La misma resolución señalaba que a partir del 1º de junio se haría cargo de la situación una Fuerza de Estabilización y Seguimiento de la ONU, responsable de la correspondiente operación de paz. A diferencia de la Fuerza Multinacional Provisional, bajo mando de Estados Unidos, la Fuerza de Estabilización y Seguimiento estará guiada y financiada por la ONU. De momento dicha fuerza estará integrada por Brasil, que con 1.200 efectivos será el eje de la misma y tendrá su mando, Chile, con cerca de 600 personas, entre militares y policías, y Argentina con otros 600 militares, aunque por la falta de aprobación parlamentaria su presencia tardará un tiempo en hacerse efectiva. También han manifestado su intención de sumarse al esfuerzo Paraguay, Perú, Uruguay y Bolivia. Como se ve, se trata de todos los países asociados a Mercosur, bien como miembros plenos o asociados. También podrían sumarse Italia o Filipinas, lo que permitiría el retiro paulatino de las tropas hoy presentes en Haití.

Días después, durante la celebración de la Cumbre Unión Europea – América Latina y el Caribe, en Guadalajara, México, el presidente de Brasil, Luis Inácio Lula da Silva, reiteró a Rodríguez Zapatero la propuesta de participar en la fuerza multinacional de Haití. Resulta de gran importancia la coincidencia de objetivos entre los gobiernos de Santiago y Brasilia, que muestran que aunque lentamente las cosas comienzan a cambiar en América Latina y que ha llegado el momento de esa pesada lacra en que se ha convertido el corolario de la doctrina Estrada: la no ingerencia en asuntos de terceros países, el principal freno para una acción exterior concertada de los países de la región.

La respuesta española
En repetidas ocasiones, todas recientes, el presidente del gobierno español insistió en su deseo de priorizar las relaciones con América Latina, un concepto que repitió en la conferencia de prensa ya mencionada del 25 de mayo: “El Gobierno de España quiere hacer de las relaciones con Latinoamérica su prioridad en política exterior y en tres dimensiones: una, fortalecer nuestro papel como puente entre Latinoamérica y la Unión Europea para abrir los caminos al desarrollo y al comercio de la región latinoamericana; en segundo lugar, para tener una visión compartida en ámbitos multilaterales y para que España sea un país de apoyo continuo y permanente a Latinoamérica en todos los foros multilaterales: desde Naciones Unidas, hasta el Fondo Monetario Internacional, pasando por todos aquellos foros multilaterales que deben tener cada día un papel creciente; y, en tercer lugar, para mí la visión de la relación entre España y Latinoamérica es una visión que no se puede circunscribir a los intereses económicos, a las relaciones económicas; tiene que ser una relación global, de cooperación política, cultural, social, de compartir visiones del mundo y de compartir valores”.

A la vista de estos conceptos, el presidente Rodríguez Zapatero recibió con agrado las propuestas chilena y brasileña de enviar tropas y decidió estudiarlas con el máximo de seriedad, rigor y buena predisposición. En realidad, esta es la situación en la que nos hallamos en estos  momentos, en la fase previa a la toma de una decisión, aunque se anuncia una inminente presentación ante las Cortes para abordar el problema. Frente a ella cabe decir que la respuesta española debe ser contundente y afirmativa, y esto por varias razones, la mayor parte de las mismas vinculadas a los conceptos expresados por el presidente y reproducidos más arriba. En primer lugar, está claro que se trata de una de las pocas veces en que desde América Latina se formula una propuesta de colaboración entre iguales, que no de cooperación o de ayuda frente a catástrofes naturales. Esto permitiría superar con hechos la tradicional retórica sobre las relaciones especiales entre España y América Latina y permitiría concretar la vieja aspiración de muchos de dejar de ser la madre patria para convertirnos en una hermana más. Cuando estamos cerca del inicio de los festejos de los bicentenarios sería un mensaje con un fuerte contenido simbólico la presencia de militares españoles en misiones de paz, y no con la carga agresiva que tuvieron en diversas oportunidades a lo largo del siglo XIX.

En segundo lugar, se trata de una medida comprendida en los márgenes de acción de la ONU. En un momento en que se trata de coordinar la actuación entre españoles y latinoamericanos, o incluso entre europeos y latinoamericanos, en los foros multinacionales, se trata de una iniciativa sumamente adecuada. Por último, porque permitiría avanzar en la experiencia de colaboración militar con países latinoamericanos, iniciada con la Brigada Plus Ultra en Irak, con  el especial añadido de que en esta ocasión la experiencia se haría bajo el paraguas de la ONU y no bajo mando español sino brasileño. La colaboración militar con América Latina inauguraría un nuevo y promisorio campo para la cooperación, que permitiría reforzar la presencia de España en América Latina y promover ciertas acciones de promoción de la democracia. Por eso sería importante que tanto el Partido Popular, el principal partido de la oposición, como la prensa y la opinión pública, se implicaran en el tema, adoptando posturas claras y afirmativas en respuesta a la invitación de Lagos y Lula.

Sin embargo, la decisión no se debe tomar a la ligera, ya que supone la existencia de algunos riesgos que se pueden y se deben evitar. Argentina y Brasil son socios del Mercosur, un proyecto que ambos presidentes, Lula y Kirchner, dicen querer impulsar, pero que no termina de encontrar la sintonía adecuada para llegar a buen puerto. Por eso es importante evitar suspicacias entre las partes, por más que el gobierno argentino mire con buenos ojos la propuesta chilena y la eventual participación española. De ahí la gran importancia que tuvo la reiteración de la invitación por parte de Brasil. La participación de España en la operación de paz también debería ser del agrado de Estados Unidos, Francia y Canadá, ya que se trata del contingente militar encargado de relevar a las tropas actualmente presentes en la isla de La Española.
Se ha esgrimido como un argumento negativo para enviar tropas a Haití la situación en Afganistán. En realidad, esto no debería ser un problema ya que en diversos momentos de su historia reciente, España ha tenido distintos contingentes militares en misiones de paz de Naciones Unidas que se realizaban simultáneamente en diversos puntos del planeta. Al mismo tiempo se enviaría un claro mensaje a la comunidad internacional de que España no apuesta por la vuelta al dorado aislamiento o a la neutralidad. Por eso sería importante no enviar un contingente devaluado, que es lo que propugnan algunos, compuesto básicamente por policías y sanitarios. España debe implicarse activa y plenamente en la misión.

Conclusiones: Aceptar la propuesta de Chile y Brasil le permitiría a España enviar un mensaje claro a los países latinoamericanos de que su situación interesa al gobierno de Madrid, y mucho. Se trata de una oportunidad única para potenciar la relación con América Latina desde nuevas bases, apostando por determinadas alianzas estratégicas y dejando atrás la retórica tradicional basada en la existencia de una historia, una lengua y una cultura comunes. Si bien todo eso es verdad, la realidad actual impone dotar de nuevas premisas y nuevos contenidos a esta relación tradicional. En fechas recientes España se ha convertido en un inversor relevante en América Latina, pero Rodríguez Zapatero ha dicho con razón que las relaciones no se deben limitar únicamente a las cuestiones económicas. Hacerlo sería un grave error y sería comprometer incluso el futuro de las inversiones. Pero tampoco se puede limitar la relación entre España y América Latina al mundo cultural, por más importante que éste sea. Sería un modo de acotar peligrosamente un universo que da para mucho más. Hay que explorar el terreno, hay margen para nuevas políticas, pero ellas requieren de decisión y valentía en la toma de decisiones. Ante este desafío España debe decir que sí.

Carlos Malamud, Investigador principal para el área de América Latina, Real Instituto Elcano