Tema
La Unión Europea (UE) se enfrenta al difícil reto doble de ajustarse y adaptarse a un mundo multipolar más complejo e impredecible y de reconocer el fortalecimiento de la voz, el poder y la representatividad de los Estados africanos, asiáticos y latinoamericanos, denominados con frecuencia el sur global.
Resumen
Los países en desarrollo representan una parte importante de la política y la actividad exterior, comercial y de desarrollo de la UE. Con el paso de los años, el bloque ha forjado una red impresionante de asociaciones con las potencias emergentes que no se limitan al comercio y la ayuda al desarrollo, sino que abarcan el cambio climático, la seguridad, el mundo cibernético, la conectividad y la migración. Este acercamiento ha sido importante para dar más visibilidad a la UE en el sur global y también ha hecho que la Unión se vea a sí misma como un adalid del multilateralismo, una fuerza favorable para el bien mundial y un actor internacional de carácter benigno. Sin embargo, el sur global suele ver a la UE como un ente “hipócrita, interesado y poscolonial”. Para elevar el perfil de la UE en un mundo distinto, cada vez más complejo y disputado, las instituciones y los gobiernos europeos deberán complementar su zona de confort transatlántica con una interacción más intensa con las potencias emergentes, muchas de las cuales rechazan de plano las “opciones binarias” y se decantan por un enfoque “combinatorio” mucho más fluido y flexible para la interacción interestatal.
Análisis
La geopolítica, al igual que el tiempo y las mareas, no espera a nadie. En un momento en el que la Historia se está acelerando, con grandes cambios estructurales en el orden multilateral diseñado por los vencedores de la Segunda Guerra Mundial, la UE se enfrenta al difícil doble reto de ajustarse y adaptarse a un mundo multipolar más complejo e impredecible y de reconocer el fortalecimiento de la voz, el poder y la representatividad de los Estados africanos, asiáticos y latinoamericanos, denominados con frecuencia el sur global.
El tiempo apremia. La separación entre la UE y el sur global no hace más que ampliarse de manera rápida y peligrosa, no sólo por las diferencias bien enraizadas en cuanto a comercio, alivio de la deuda, cambio climático y reforma del multilateralismo, sino también, más recientemente, por cuestiones fundamentales relacionadas con el acceso a las vacunas a raíz de la pandemia de COVID-19 y las repercusiones económicas perjudiciales de la brutal invasión rusa de Ucrania. Y lo que es más importante, el fracaso colectivo de la UE a la hora de defender el derecho internacional en Gaza, intentando detener o incluso denunciando enérgicamente la devastación provocada por Israel y su “plausible” continuación en Gaza, ha provocado acusaciones del sur global sobre el empleo de una doble vara de medir, ya que muchos gobiernos hacen hincapié en el contraste entre la postura suave de Europa con Israel y su condena inequívoca de la invasión rusa de Ucrania.
Además, el movimiento Black Lives Matter ha puesto el foco en cuestiones relacionadas con el legado colonial de Europa, su participación en el comercio de esclavos y el persistente racismo sistémico que impregna las políticas de la UE, como se aprecia en el modo de abordar la migración. Cabe destacar que Naledi Pandor, ministra sudafricana de Asuntos Exteriores, tomó la iniciativa de describir la situación de Gaza como la última manifestación del conflicto contra el colonialismo y el imperialismo.
A medida que cobra impulso la reconfiguración geopolítica, los países del sur global, a los que se solía sermonear sobre el respeto hacia el orden de base normativa impuesto por Occidente, se ven ahora en primera línea para intentar defender el derecho internacional, ya sea mediante resoluciones para exigir un alto el fuego en Gaza en las Naciones Unidas o emprendiendo acciones legales contra Israel ante la Corte Internacional de Justicia (CIJ), como ha hecho Sudáfrica. El caso de Nicaragua frente a Alemania ante la CIJ es el último ejemplo palmario de la nueva representatividad propia de los gobiernos del sur global y de las repercusiones políticas sin precedentes que está teniendo el conflicto de Gaza en todo el mundo.
Una red impresionante en todo el sur global, pero…
Los países en desarrollo representan una parte importante de la política y la actividad exterior, comercial y de desarrollo de la UE. Con el paso de los años, el bloque ha forjado una red impresionante de asociaciones con las potencias emergentes que no se limitan al comercio y la ayuda al desarrollo, sino que abarcan el cambio climático, la seguridad, el mundo cibernético, la conectividad y la migración. Este acercamiento ha sido importante para dar más visibilidad a la UE en el sur global y también ha hecho que la Unión se vea a sí misma como un adalid del multilateralismo, una fuerza favorable para el bien mundial y un actor internacional de carácter benigno. El llamado “efecto Bruselas” ha dado más peso a las aspiraciones de la UE de poder moldear el mundo a su imagen y semejanza.
Sin embargo, la realidad no respalda esas percepciones. Aunque sigan comerciando con la UE y solicitando ayuda al desarrollo –y recibiendo financiación para atroces acuerdos de dinero a cambio de control migratorio–, los gobiernos del sur global suelen ver a la UE como un ente “hipócrita, interesado y poscolonial”. Para ellos, el acercamiento de la UE ha ido acompañado con frecuencia de narrativas eurocéntricas simplistas y reduccionistas de “nosotros y ellos” que, pese a la retórica sobre “asociaciones en pie de igualdad”, relegan a las naciones en desarrollo a poco más que mercados atractivos, destinos de inversión y proveedores de materias primas, y cada vez las conminan más a actuar de guardianes de la Fortaleza Europa. Los sermones serios sobre los derechos humanos forman parte del modelo de interacción de la UE con el sur global.
1. Visión obsoleta
Aparte de que estas conversaciones bilaterales reflejan una visión anticuada, a menudo orientalista, del mundo, también se ven debilitadas por la tensión que afecta a la UE a raíz de una situación de “permacrisis” o policrisis, una combinación de guerras largas y cada vez más atroces, las secuelas económicas y sociales de la pandemia de COVID-19, los rápidos cambios tecnológicos y la degradación ambiental. Además, estas grandes transformaciones sistémicas se están produciendo en un ambiente de rivalidad peligrosa entre Estados Unidos (EEUU) y China, amén de la pesadilla que supondría para Europa una nueva presidencia de Donald Trump basada en la confrontación. El miedo creciente a una agresión rusa, agravado por la escasa inversión europea en capacidad militar, también es un motivo de preocupación.
El alineamiento con Washington conlleva sus propios riesgos geopolíticos. Para muchos países del sur global, la postura blanda de la UE ante la implacable destrucción de Gaza por parte de Israel es un reflejo del alineamiento colectivo cada vez más claro de la UE con la postura proisraelí que defiende Washington desde siempre. A medida que las autoridades de la UE adoptan una postura de confrontación con China más afín a la estadounidense que supone descartar los planes de crear su propia “tercera vía” independiente para las relaciones con Pekín, los gobiernos del sur global también temen verse envueltos en una nueva Guerra Fría perjudicial.
Aún no es tarde para corregir el rumbo, si bien hará falta trabajar con ahínco para restaurar una reputación de la UE profundamente dañada por su postura en el conflicto de Gaza y por su forma de hacer caso omiso de los intereses del sur global durante la pandemia y en el contexto de la guerra entre Rusia y Ucrania. Se necesitará una mayor concienciación mundial y un análisis lúcido de los puntos fuertes y débiles de la UE en el ámbito geopolítico. Para elevar el perfil de la UE en un mundo distinto, cada vez más complejo y disputado, las instituciones y los gobiernos europeos deberán complementar su zona de confort transatlántica con una interacción más intensa con las potencias emergentes, muchas de las cuales rechazan de plano las “opciones binarias” y se decantan por un enfoque “combinatorio” mucho más fluido y flexible para la interacción interestatal.
Dejar atrás la respuesta hasta ahora lenta, confusa y torpe de la UE ante las nuevas realidades geopolíticas entre el statu quo de las potencias occidentales y los actores que muchos tildan de un modo condescendiente como “el resto” implicaría que el bloque redujese su eurocentrismo y se mostrara más receptivo ante los argumentos del sur global, que abandonara los viejos reflejos y optara por una nueva interacción diplomática proactiva y más inclusiva. Mientras la UE se tambalea como colectivo en cuestiones como Gaza, también hay margen para que sus Estados miembros acometan sus propias iniciativas de acercamiento al sur global y colaboren con las potencias emergentes en temas de interés común.
Nada de esto será fácil. La UE, al igual que otros actores geopolíticos occidentales, no sólo se ha acostumbrado al entorno internacional de posguerra, sino que el sistema actual también ha sido beneficioso para sus intereses. La transición de actuar como legisladores exclusivos a ser cocreadores de las normas internacionales será complicada. Algunos Estados miembros de la UE querrán seguir aferrándose a los faldones de EEUU en vez de abrirse un camino propio, lo que llevará a otros a centrarse más en las iniciativas nacionales que en las iniciativas colectivas de la UE. Pese a los esfuerzos destinados a la promoción de un perfil internacional más potente basado en la seguridad y la defensa, ese caos interno hará mella indefectiblemente en las aspiraciones de la UE de convertirse en un actor geopolítico más poderoso.
Aun así, los debates en el seno de la UE sobre la “autonomía estratégica”, una nueva “brújula estratégica”, la nueva estrategia de seguridad económica y la adopción de iniciativas como la Pasarela Mundial ponen de manifiesto la fuerte conciencia europea de la necesidad de crecer y cambiar para hacer frente a las nuevas realidades geopolíticas. No obstante, se echa en falta una reflexión lúcida y coherente sobre el tipo de actor que desea ser la UE, sobre cómo quiere definir y llevar a la práctica sus políticas de exteriores, seguridad y comercio y sobre el mejor equilibrio posible entre la alianza transatlántica y el acercamiento a los nuevos núcleos de poder. La malograda reputación internacional de la UE a raíz de su política en Gaza dificultará aún más ese ejercicio de introspección.
También es justo señalar que, a pesar de la retórica de una “UE geopolítica”, la Unión, al estar conformada por 27 países independientes que han aceptado poner en común su soberanía en una serie de ámbitos muy limitada, no es un actor geopolítico al uso, por lo que siempre se percibirá como un fracaso si se la juzga con la misma vara de medir que a los Estados nación.
2. ¿Es real la multipolaridad?
El canciller alemán Scholz y el presidente francés Emmanuel Macron han hecho menciones esporádicas a la necesidad de adaptarse a los cambios mundiales, y Scholz destacó recientemente el “carácter multipolar del mundo”. Cabe destacar que la multipolaridad como nueva normalidad geopolítica también ha sido reconocida por Josep Borrell, el alto representante de la UE para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad, como una combinación de mayor reparto de la riqueza en el mundo, voluntad de los Estados de hacerse valer a nivel estratégico e ideológico y surgimiento de un sistema internacional cada vez más transaccional, basado en acuerdos bilaterales en vez de en normas de alcance internacional. Sin embargo, para otros resulta difícil aceptar la multipolaridad por la falsa premisa de que implicaría aceptar los relatos ruso y chino y, por lo tanto, sería intrínsecamente antiestadounidense.
Incluso aquellos europeos que reconocen la necesidad de adaptarse y cambiar siguen enzarzándose en debates teóricos y, en última instancia, estériles sobre si existe de verdad la multipolaridad y sobre el verdadero significado y el impacto geopolítico de lo que muchos siguen describiendo como “el llamado sur global”. Ambos debates pueden ser fascinantes desde el punto de vista intelectual, pero al final resultan superfluos e irrelevantes.
Lo cierto es que la multipolaridad tiene visos de quedarse. No cabe duda de que EEUU sigue siendo la potencia militar dominante y de que, además, lleva las riendas de numerosos organismos multilaterales. El “poder blando” estadounidense es inmenso y no tiene parangón. Ahora bien, en vez de mirar únicamente a EEUU o a la UE, muchos países del sur global están decantándose por una serie de socios entre los que se incluye China. A muchos no les gusta hablar de “alianzas” permanentes, sino que optan por la cooperación para cuestiones específicas.
Abundan los ejemplos de estas asociaciones “combinatorias” con un poco de todo. La India puede estar del lado de Occidente a la hora de fustigar a China, pero desde luego no acepta las exigencias de EEUU y la UE de dejar de comprar petróleo a Rusia o sancionar a Moscú. Japón está intentando mantener una relación estable con China, pese a forjar lazos más estrechos con EEUU, Europa y la Organización de Tratado del Atlántico Norte (OTAN). Archienemigos como Arabia Saudí e Irán han firmado un acuerdo diplomático auspiciado por China, a pesar de que Riad no ha dejado de lado sus vínculos históricos con EEUU. El billete verde campa a sus anchas, pero muchos países están intentando huir del dólar estadounidense como moneda de reserva internacional.
Los números también muestran que la multipolaridad es un hecho. En 1990, el G7 poseía el 67% del PIB mundial, pero en la actualidad no llega al 40%. En 1990, China suponía el 1,6% del PIB mundial, mientras que el porcentaje asciende ahora al 18%. El equilibrio militar también está empezando a cambiar. Mientras que el G7 acaparaba aproximadamente el 70% del gasto militar del planeta hace 30 años, en 2022 ese porcentaje había caído más o menos hasta el 50%, según el Instituto Internacional de Investigaciones para la Paz de Estocolmo.
3. ¿Y qué pasa con el llamado “sur global”?
El concepto de “sur global”, acuñado por el activista estadounidense Carl Oglesby en 1969, lo utilizaron sobre todo en un primer momento las organizaciones no gubernamentales y los organismos de desarrollo porque el término “tercer mundo” había quedado desfasado tras la Guerra Fría. Según la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo, el sur global abarca a grandes rasgos África, Asia, América Latina, el Caribe y Oceanía excluyendo a Israel, Japón, Corea del Sur, Australia y Nueva Zelanda. En los últimos dos años, se ha disparado el uso de este término como un cajón de sastre en el que incluir a los países que prefieren mantenerse neutrales en la guerra entre Rusia y Ucrania. Podría decirse que el Centro Financiero de las Naciones Unidas para la Cooperación Sur-Sur elabora la lista más reputada y fiable de países del sur global. A principios de 2022, la lista incluía a 78 países en total, a los que se hace mención como el “Grupo de los 77 y China”.
Los números pueden variar y es posible que el sur global no se presente como un grupo coherente y organizado con un líder y una secretaría, pero se trata de un hecho geopolítico real. El término aporta una identidad unificadora a muchos de los países que comparten una historia de colonialismo y explotación imperialista, unidos ahora por el deseo común de tener más peso en la gestión de las cuestiones internacionales a través de una reforma de los órganos de las Naciones Unidas creados tras la Segunda Guerra Mundial. Como dejaron patente las últimas reuniones del grupo ampliado de los BRICS, el sur global también pretende que sus economías lleguen a equipararse con las de los países ricos y muchos de estos Estados comparten la idea de que Occidente se rige por una doble moral.
Ahora bien, las similitudes en cuanto a perspectivas no significan que los países del sur global actúen al unísono. Los funcionarios árabes suelen presentar sus intereses aparte de los del sur global debido al crecimiento económico generado por el petróleo en sus países. Los países del Golfo, por ejemplo, han criticado con fuerza a Israel y EEUU, pero se muestran reticentes a la hora de arriesgar sus propias relaciones e intereses nacionales con Washington por ese tema. Si bien la ofensiva israelí en Gaza ha desencadenado un movimiento sin precedentes de movilización pública en el Golfo, países como Arabia Saudí y Emiratos Árabes Unidos (EAU) han controlado con dureza las protestas y la exhibición de símbolos palestinos como banderas y kufiyas.
4. La “sordera” geopolítica de la UE
Los países del sur global llevan varios años intentando reconfigurar el panorama geopolítico a través de negociaciones en la Organización Mundial del Comercio (OMC), en los debates en el seno de las Naciones Unidas sobre los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) y en distintas reuniones de la COP sobre el cambio climático. Sin embargo, el tono y el contenido de la relación entre Occidente y el sur global cambió de un modo radical a raíz de la pandemia mundial de COVID-19 y de las guerras activas en Ucrania y Gaza.
La imagen de la UE cambió durante el COVID-19 cuando se percibió que Europa optaba por estrategias de aislamiento que incluían el acaparamiento de vacunas contra el COVID-19 y la oposición a las exenciones de vacunación. Donde quedó más patente la sordera geopolítica de la UE fue cuando, mano a mano con EEUU, los dirigentes europeos criticaron a los países del sur global por rechazar las exigencias occidentales de condenar públicamente la brutal guerra de Rusia en Ucrania e imponer sanciones económicas a Moscú.
El presidente francés Macron acusó a los países en desarrollo de complicidad y de “cinismo contemporáneo”, y les avisó de que estaban en el lado equivocado de la Historia. La presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, arremetió contra las atrocidades rusas y dio instrucciones a los diplomáticos de la UE ante las Naciones Unidas y en las capitales del sur global para que se asegurasen de que todas las naciones recalcitrantes votaran en el mismo sentido que la UE en las Naciones Unidas y en otros foros internacionales.
Para echar más leña al fuego, en un discurso pronunciado en octubre de 2022 ante jóvenes diplomáticos europeos, Borrell comparó a Europa con un jardín que reunía “la mejor combinación de libertad política, prosperidad económica y cohesión social que la humanidad haya sido capaz de construir”. En contraposición, subrayó: “La mayor parte del mundo es una jungla y la jungla puede invadir el jardín”.
En aquel momento, pocas personas prestaron atención al malestar expresado por los airados dirigentes del sur global que, además, declararon que ponían el foco en las cuestiones de verdad vitales para sus países, como son las repercusiones económicas negativas de la guerra en Ucrania, la necesidad de acelerar el desarrollo económico en un clima de incertidumbre geopolítica y los efectos del aumento del nivel de deuda en su capacidad para proporcionar alimentos y atención sanitaria a su ciudadanía mientras afrontan una crisis energética provocada por la subida de precio del gas y el petróleo.
El expresidente senegalés Macky Sall fue ignorado por la UE y por EEUU cuando advirtió de que el “peso de la Historia” sufrido por África hacía que el continente no quisiese convertirse en un nuevo foco de Guerra Fría, al igual que el ministro indio de Asuntos Exteriores, S. Jaishankar, cuando instó a Europa a “dejar atrás la mentalidad de que sus problemas son también problemas mundiales, pero los problemas del mundo no son los problemas de Europa”.
5. Las tornas han cambiado… y mucho
Ahora las tornas han cambiado y de qué manera. El fracaso colectivo de la UE a la hora de defender los valores que propugna una y otra vez y de mantener su compromiso con un orden multilateral de base normativa en vista de la devastación provocada por Israel y el genocidio “plausible” en Gaza han hecho añicos la reputación de la Unión para la mayor parte de los gobiernos del sur global. Algo más serio y con mayores consecuencias es que la política de la UE en torno a Gaza también ha hecho mella en la credibilidad del bloque entre los activistas prodemocracia y en defensa de los derechos humanos, a los que la UE ve como “asociados únicos” y “motores del cambio, quienes están en primera línea, luchando por la igualdad y la justicia”. Gaza está arrasando con las “enormes reservas” de “poder blando” de la UE, según el Consejo Europeo de Relaciones Exteriores.
En la actualidad, se han invertido los papeles y es el primer ministro de Malasia, Anwar Ibrahim, el que arremete contra los países occidentales por su aplicación incoherente del derecho internacional y denuncia su hipocresía al condenar la invasión de Ucrania por parte de Rusia y no apoyar un alto el fuego en Gaza. En una reunión del Fondo Indopacífico celebrada en febrero en Bruselas, el ministro indonesio de Asuntos Exteriores, Retno Marsudi, insistió en la necesidad de actuar con “coherencia” y dijo que “ASEAN y la UE deberían ser adalides del respeto de los valores y principios del derecho internacional, y ese respeto debería aplicarse también a Palestina, a Gaza”. Ali Sabry, ministro de Asuntos Exteriores de Sri Lanka, se hizo eco de ese parecer y apostilló: “Representamos el sentir del sur global de que existe una doble vara de medir cuando se trata de Oriente Medio. La credibilidad del mundo occidental está en juego si no nos tratan a todos por igual”.
Sorprende la desconexión entre las muestras de compasión de Occidente por las víctimas de la guerra en Ucrania y su indiferencia ante el sufrimiento en otros lugares como Gaza. Los países africanos y asiáticos también han llamado la atención sobre la calurosa acogida de refugiados ucranianos y la aplicación a rajatabla de las políticas de la Fortaleza Europa para quienes escapan de otras guerras.
Sudáfrica ha ido más allá de las palabras al presentar una denuncia contra Israel ante la CIJ basada en la Convención para la Prevención y la Sanción del Delito de Genocidio, una decisión que ha transformado por completo el debate internacional sobre la guerra en Gaza. Para Naledi Pandor, la valiente ministra de Asuntos Exteriores del país, la lucha de los palestinos “nos recuerda nuestras experiencias como sudafricanos negros que vivían bajo el apartheid”.
Conclusiones: de cara al futuro
Los dirigentes políticos de la UE deben aprender las lecciones cruciales que se extraen de sus pasos en falso y afrontar de cara la realidad. Las críticas por el doble rasero de la UE y la pérdida de credibilidad de la Unión a raíz de Gaza no son un mero bache en el camino ni la plasmación de una Europa más dura y menos ingenua. Pese a los esfuerzos continuos de España, Irlanda y Bélgica dirigidos a adoptar un papel más activo e intentar corregir el rumbo en el tema de Gaza, la falta de voluntad colectiva de la UE para hacer valor el derecho internacional en el conflicto seguirá siendo una lacra para la reputación del bloque y pone en peligro a largo plazo su influencia normativa y diplomática a nivel mundial.
Muchos gobiernos del sur global continúan comprando bienes y armas de la UE o, como en el caso de Egipto y Túnez, recurren al “cajero de la UE” en el marco de los criticados acuerdos del bloque de dinero por controles migratorios. No obstante, la postura de la UE en Gaza conlleva que “difícilmente escuchará ya nadie en el sur global a los políticos occidentales cuando hagan hincapié en el derecho internacional”, comenta Amro Ali, analista de Oriente Medio. Numerosos activistas de derechos humanos del sur global también se sienten traicionados por una UE que consideraban un paladín mundial de los derechos humanos para todos, pero a la que ven actuar ahora de un modo muy selectivo.
Salvar la credibilidad y la reputación mundial de la UE implicará adoptar medidas más duras contra Israel, como un embargo de la venta de armas y la suspensión del acuerdo entre la UE e Israel por motivos relacionados con los derechos humanos. Deberá restablecerse por completo la financiación al Organismo de Obras Públicas y Socorro de las Naciones Unidas para los Refugiados de Palestina en el Cercano Oriente (OOPS). Si la UE no logra dar pasos adelante colectivamente, harán falta también iniciativas nacionales de reconocimiento del Estado palestino y una participación proactiva en las negociaciones sobre una solución de dos Estados. Lo mismo tendrá que ocurrir por lo que respecta a otras cuestiones de interés para el sur global. Dicho de otro modo, si la UE entra en un callejón sin salida como colectivo, los Estados miembros tendrán que desembarazarse de las ataduras impuestas por la Unión e interactuar con las potencias emergentes a través de acciones bilaterales o multilaterales.
Lo interno se refleja en lo externo. El auge del racismo, la mayor popularidad de los partidos de extrema derecha en Europa y la presencia de populistas en el poder en los países de la UE hacen que las pretensiones de presentarse como una Unión de valores e igualdad resulten irrisorias. Los dirigentes de la UE difícilmente podrán denunciar la discriminación de minorías en el extranjero cuando están dispuestos a aceptar el racismo, la islamofobia y el antisemitismo dentro de sus fronteras.
Otro aspecto importante es que la UE debe replantearse la premisa inveterada de que solamente tiene peso en el panorama internacional cuando se la ve trabajar de la mano de EEUU, un argumento que parece desprenderse de las declaraciones de algunos dirigentes de la UE como el sueco Ulf Kristersson, quien insistió recientemente en que “la unidad transatlántica es clave y es un valor fundamental de por sí”.
A pesar de los retos y las complejidades de lidiar con un sur global empoderado en un mundo multipolar, la UE puede medrar y florecer en este nuevo entorno internacional. Al trabajar en el contexto de una serie de países dispares, diversos y a menudo beligerantes, los responsables políticos de la UE tienen experiencia en lidiar con la complejidad y algo saben sobre el arte del compromiso y la negociación. En su mayoría, los diplomáticos europeos son personas con talento que saben tomarle el pulso a la realidad internacional. La mayor parte de ellos gozan de cierto predicamento entre los intelectuales, los líderes empresariales y los jóvenes de los países en los que prestan sus servicios. Hay algo de cierto en el argumento de que la UE debe optar por un enfoque de humildad y posicionarse como una auténtica fuerza de transformación del orden internacional.
En Bruselas y en las demás capitales de la UE hay quienes reconocen estas realidades, pero también hay otros que siguen mostrándose reticentes a salir de su zona de confort. En cualquier caso, si la UE pretende tomarse en serio la expansión de su influencia y solventar las desavenencias en su relación con el sur global, sus dirigentes deberán cambiar el tono y la sustancia de sus interacciones con las potencias emergentes. Habrá que pasar de sacar a colación el “idioma del poder” a aprender nuevas dotes diplomáticas. Asimismo, se deberá rebajar el tono de los relatos de autocomplacencia y autobombo sobre el papel de “liderazgo” que ejerce Europa en el mundo. La influencia y la credibilidad de Europa en el sur global no depende de vídeos elegantes de relaciones públicas, de discursos con florituras retóricas ni de relatos ficticios destinados a la opinión pública extranjera. Lo que contará serán los actos de la UE, no sus palabras.