Estado de la guerra en Ucrania: ¿paz o escalada?

Bloque residencial partido por la mitad debido a los bombardeos en Kyiv. Al frente, lo que era un jardín con un parque infantil. Guerra en Ucrania
Edificios residenciales destruidos en Kyiv. Foto: Gatis Indrēvics - Latvijas armija (CC BY-NC-ND 2.0).

Tema
¿En qué estado está la guerra en Ucrania?

Resumen
Este análisis estudia los tres niveles del conflicto ruso-ucraniano, así como las perspectivas de paz o escalada, y el incumplimiento de las dos principales expectativas de los lideres occidentales: el colapso de la economía rusa o un levantamiento contra el régimen de Vladimir Putin.

Análisis

1. Los tres niveles del conflicto de la guerra en Ucrania

La guerra en Ucrania está en su tercer año, a punto de cumplir 1.000 días. Ninguno de los dos países involucrados en el conflicto ha cambiado los objetivos políticos que los empujaron a la contienda: Rusia ambiciona convertir a Ucrania en un Estado fallido e impedir su integración en las instituciones euroatlánticas; el objetivo político de Ucrania es expulsar al ejército invasor de todo su territorio para conservar su soberanía y recuperar su integridad territorial.

Para alcanzar tales objetivos, Moscú ha ido ajustando su estrategia: ha renunciado a la conquista completa de Ucrania y pretende conservar los territorios anexionados (Crimea, Zaporiyia, Donetsk, Lugansk y Jersón). Sigue bombardeando infraestructuras civiles, sobre todo energéticas, para dañar la moral y la voluntad de lucha de los ucranianos. Kyiv también ha ajustado la suya: después del fracaso de la contraofensiva de 2023, ha decidido atacar la región rusa de Kursk con el fin de obligar al enemigo a retirar fuerzas de Ucrania para defender dicha región.

A nivel táctico, los dos actores han obtenido algunas victorias: Ucrania en Kursk, aunque por ahora no haya logrado su objetivo principal –la retirada rusa de Donbás–; mientras Rusia va avanzando lentamente hacia Pokrovsk, un centro logístico clave para el abastecimiento de las tropas ucranianas. La invasión de Kursk ha cambiado la narrativa sobre la guerra, pero, por ahora, no la ha inclinado a favor de Ucrania. No está claro si la victoria táctica y política puede traducirse en una victoria estratégica ucraniana. Ninguno de los dos países ha sido capaz de infligir al otro una derrota decisiva.

2. Las perspectivas de negociaciones de paz

El presidente de Ucrania, Volodimir Zelensky, ha anunciado que se atiene a un “plan de victoria” que “fortalecerá a Ucrania y obligará a Rusia a sentarse en la mesa de negociaciones”. El líder ucraniano ha intensificado en los últimos meses los preparativos para posibles negociaciones con Moscú en previsión de un cambio en la política estadounidense tras las elecciones presidenciales de noviembre, partiendo del supuesto de que se trata de una “misión histórica” para la Administración del actual presidente norteamericano, Joe Biden. Ha rechazado públicamente otros planes de paz, como los de China y Brasil, calificándolos de prorrusos.

Aunque no se conocen todos los detalles del plan, se pueden distinguir claramente cuatro aspectos: (1) Ucrania ya había firmado acuerdos sobre garantías de seguridad a largo plazo con EEUU y otros aliados occidentales, pero ahora desea garantías más firmes, similares a las de defensa mutua que implica la pertenencia a la OTAN; (2) afirma que el éxito de la ofensiva en Kursk “está cumpliendo su tarea de desviar recursos rusos” (que, hipotéticamente, serviría para un intercambio de territorios); (3) exige recibir el armamento que solicita –misiles de largo alcance– para atacar objetivos militares en Rusia; y (4) plantea la reconstrucción de la economía ucraniana junto con sus socios occidentales.

El “plan de victoria” difícilmente traerá la paz a través de la derrota de Rusia. La portavoz del Ministerio ruso de Asuntos Exteriores, María Zajárova, ha rechazado cualquier participación en el “plan de victoria” de Zelensky: “Los representantes de Rusia no han participado ni participarán en ninguna reunión del proceso de Bürgenstock [ciudad suiza donde se celebró la primera cumbre por la paz en Ucrania sin participación rusa]. La nueva cumbre tendrá los mismos objetivos: promover la ilusoria “fórmula Zelensky” como base para cualquier solución del conflicto, obtener el apoyo de la “mayoría mundial” [que es como Rusia denomina a los países del Sur Global] y utilizarlo para presentar a Rusia un ultimátum de capitulación. No participaremos en tales ‘cumbres’”.[1] Zajárova ha subrayado que Rusia está dispuesta “a debatir propuestas realmente serias, que tomen en cuenta la situación sobre el terreno, las realidades geopolíticas y la iniciativa presentada por el presidente ruso, Vladímir Putin, el 14 de junio”. Las propuestas de Putin incluyen la retirada de todas las tropas ucranianas de las regiones anexionadas y la renuncia de Ucrania a su integración en la OTAN, lo que rechazan tanto Ucrania como sus aliados.

Zelensky ha afirmado que su plan depende de la determinación de estos últimos, sobre todo de EEUU. Kyiv exige a los políticos occidentales tomar decisiones que han querido evitar a toda costa por temor a una Tercera Guerra Mundial y por su preocupación por una posible división entre los aliados, dado que no existe un consenso sobre el uso ofensivo de misiles de largo alcance (Storm Shadow y ATACMS) para atacar a Rusia, o sobre tratar a Ucrania como un miembro más de la OTAN cuando no lo es. El uso de misiles de largo alcance requiere una infraestructura que conllevaría una mayor implicación militar de la OTAN, puesto que requeriría un apoyo occidental directo a la hora de definir objetivos y en la planificación, análisis de inteligencia y uso de satélites occidentales para detectar los mismos.

Ucrania perdería la guerra sin la participación directa de los países occidentales. Sin duda, destruir aeropuertos, almacenes de armas y depósitos de petróleo dañaría a Moscú y disminuiría su capacidad ofensiva, pero no está claro que fuera a ser un elemento decisivo para que Ucrania ganara la guerra. Como dijo el anterior jefe del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas de Ucrania, el general Valery Zaluzhny, “Esta es la guerra de sólo una oportunidad. Con eso, quiero decir que los sistemas de armas se vuelven enseguida redundantes porque los rusos los contrarrestan rápidamente… No nos dan una segunda oportunidad”.[2]

El “plan de victoria” de Zelensky desafortunadamente tiene más probabilidades de provocar una escalada que de obligar a Rusia a sentarse a la mesa de negociaciones, porque una cosa es proveer de armamento a Ucrania para defenderse y otra muy diferente, por muy moral y estratégicamente justificada que parezca, suministrárselo para atacar, e implicarse, por tanto, en la ofensiva.

3. Las perspectivas de la escalada

Es cierto que las “líneas rojas” de Rusia se han movido muchísimas veces desde el comienzo de la guerra.[3] Moscú siempre ha presumido de ser una potencia nuclear porque ello garantizaría, según el Kremlin, su estatus de gran potencia. Sin embargo, desde la invasión ucraniana en Kursk, la retórica sobre el uso del armamento nuclear, presente desde el comienzo de la invasión como estratagema psicológica, ha ido cambiando en dos sentidos: los militares han anunciado estar dispuestos a reanudar pruebas de armamento nuclear en Novaya Zemlja (donde se realizan este tipo de pruebas, aunque ninguna desde 1990)[4] y los analistas políticos y militares proponen “actualizar” la Doctrina Nuclear de la Federación Rusa. La Doctrina vigente se basa en dos documentos oficiales, la “Doctrina Militar de 2014 y los “Principios de la Política de Disuasión Nuclear de 2020”. Pero su raíz se halla en las palabras con que Josef Stalin respondió a un periodista de The Guardian en 1946: “No creo que la bomba atómica sea una fuerza tan seria como ciertos políticos se inclinan a pensar. Las bombas atómicas están destinadas a intimidar a los débiles de nervios, pero no pueden decidir el resultado de la guerra, ya que las bombas atómicas no son de ninguna manera suficientes para este propósito”.[5]

Ambas propuestas están aparentemente destinadas a contribuir al esfuerzo continuo del liderazgo político-militar ruso para disuadir a EEUU y a sus aliados de aprobar el uso por parte de Ucrania de misiles de largo alcance de fabricación occidental contra objetivos dentro de Rusia. Pero hay que tener en cuenta que la incursión ucraniana en Kursk cuestiona la credibilidad de los fundamentos de la disuasión nuclear. El principio de que una potencia nuclear no puede perder una guerra convencional ni permitir que su territorio sea invadido por una fuerza militar no nuclear ha sido seriamente cuestionado y posiblemente desacreditado. De hecho, es otro indicio más de que el Orden Nuclear se está desmoronando, porque las normas sobre las pruebas, uso y construcción de armamento nuclear han sido violadas en diferentes ocasiones.[6] Una potencia nuclear emplea el armamento nuclear como principal instrumento de disuasión, tal como se demostró durante la Guerra Fría. No hay que descartar que Rusia en algún momento pudiera recurrir al suyo, no para ganar la guerra, sino justificando su uso por la necesidad de defender su propio territorio. Que Rusia no haya respondido hasta ahora a la transgresión de las líneas rojas tácita o explícitamente impuestas por el Kremlin a Ucrania y a Occidente, no significa que no vaya a hacerlo en el futuro, aunque le quedarían otras opciones antes de apretar el botón rojo. Podría atacar transportes de armamento hacia Ucrania, centros de entrenamiento o trenes que trasladan visitantes occidentales a Kyiv, entre otros objetivos posibles.

4. Sanciones económicas

Varios estudios sobre las sanciones de los países occidentales a Rusia demuestran que, aunque funcionan, no han alcanzado la expectativa principal (es decir, lograr el colapso de la economía rusa).[7] Según datos del Banco Central de Rusia y del Fondo Monetario Internacional (FMI), las sanciones tuvieron su mayor impacto en el PIB de Rusia en 2022: su economía se contrajo un 2,1% (al inicio del conflicto se estimaba que la caída podría ser de hasta un 8%). A pesar de ello, en 2023 se estabilizó y creció un 0,7%, llegando al 1,3% en 2024. La economía rusa se sostiene por ahora sobre una frenética producción en la industria militar. El 27 de noviembre de 2023 el presidente Vladimir Putin anunció que el gasto militar previsto de Rusia en 2024 sería de un 29%, lo que representa el 7,1% del PIB y el 35% de todo el gasto público.[8]

Rusia ha implementado varias estrategias para mitigar y evadir las sanciones internacionales. Algunas de las más importantes incluyen la reordenación del comercio hacia países no sancionados en Asia, África y América Latina. Así, China, la India y Turquía se han convertido en socios comerciales clave para Rusia. Empresas de países de Asia Central, Armenia y Emiratos Árabes Unidos han sido señaladas como posibles intermediarios para el envío a Rusia de bienes bloqueados por las sanciones. Se ha detectado que productos prohibidos, como tecnología avanzada y componentes industriales, son importados primero por estos países y luego enviados a Rusia por vía terrestre.

Tras la exclusión de los bancos rusos del sistema SWIFT, Rusia ha impulsado el uso de su propio sistema de pagos internacionales, el Sistema de Transferencia de Mensajes Financieros (SPFS). Dicho sistema ha sido adoptado por bancos de países aliados de Moscú. China ha apoyado a Rusia a través del uso de su sistema de pagos UnionPay, que permite a consumidores y empresas rusas continuar con transacciones internacionales. El uso del yuan chino, la rupia india y lira turca ha reducido la dependencia comercial rusa del dólar y del euro.

Moscú ha intensificado sus esfuerzos por desarrollar una industria nacional que pueda reemplazar productos previamente importados de Occidente, especialmente en sectores como el tecnológico, automotriz y agrícola. Esto incluye invertir en la producción de componentes electrónicos y maquinaria que antes dependía de las importaciones hoy sancionadas.

Los grandes descuentos en la venta de hidrocarburos a China y la India y el uso de embarcaciones y rutas alternativas para su transporte (“la flota en la sombra”), han sido una de las claves principales para mantener la economía rusa a flote. Un reciente informe titulado “Hipocresía de las sanciones” demuestra que los países del grupo G-7 han importado productos petroleros de crudo ruso de Turquía por valor de 1,8 billones de euros.[9]

A pesar de que los países occidentales han sido contundentes a la hora de imponer sanciones, las multinacionales occidentales con intereses en Rusia han buscado rutas comerciales alternativas para mantener el flujo de bienes y servicios, evitando a los países sancionadores. Estos ajustes incluyen cambiar los puntos de origen o reubicar las plantas de producción en países neutrales. También se han usado franquicias o empresas “fachada” en terceros países para continuar vendiendo productos de marcas occidentales que oficialmente han abandonado sus enclaves en Rusia. Además, el esfuerzo ruso en la guerra está secundado por el apoyo de aliados como Corea del Norte, Irán y Venezuela.

El éxito ruso en evadir las sanciones se debe a la imposibilidad logística de controlar las sanciones secundarias, así como al rechazo de los países occidentales a compartir datos de sus servicios de inteligencia sobre exportaciones e importaciones desde sus respectivos territorios.

Por tanto, a Rusia no le faltarán por el momento herramientas para mantener su agresión contra Ucrania.

5. El apoyo de los rusos a Vladimir Putin

Según el Centro Levada, en febrero de 2022 un 71% de los rusos aprobaba la gestión personal de Vladimir Putin, mientras que el 55% aprobaba la gestión del gobierno ruso. Más adelante, dicha aprobación creció: en febrero de 2023 fue del 83% para Putin y del 69% para el gobierno; en febrero de 2024, las cifras fueron del 86% y del 73% respectivamente. Los últimos datos, de agosto del presente año (el mes de la invasión ucraniana en Kursk) reflejan un apoyo del 85% de los rusos a Putin y del 68% al gobierno.[10] En abril de 2023 el 70% de los encuestados apoyaba la guerra en Ucrania, reflejando un nivel significativo de respaldo a la política de Putin.

Las sanciones económicas, diplomáticas y financieras han provocado el efecto contrario al que preveían los lideres occidentales. No se produjo una “revolución de palacio” contra Putin ni una revolución popular. No hay que olvidar que la principal causa de la Revolución rusa en 1917, en el contexto de la Primera Guerra Mundial, fue la combinación de una altísima inflación con la movilización general. Mientras estas dos circunstancias no se den, difícilmente habrá una implosión del putinismo. La economía global en la sombra ha permitido a Rusia encontrar formas de obtener muchos componentes críticos que necesita para su máquina militar y muchos bienes de consumo que mantienen a la población satisfecha. El salario promedio en Rusia es de 1.000 dólares al mes.

La mayor diferencia entre la invasión soviética de Afganistán (1979), las guerras de Chechenia (1994-1996 y 1999-2009) y la invasión rusa de Ucrania es el soporte económico a los combatientes y sus familias. El gobierno paga generosamente y esto garantiza su apoyo: a los combatientes movilizados se les paga alrededor de 2.000 dólares; si mueren, sus familias reciben entre 60.000 y 80.000 dólares.[11]

Hay otras razones para el apoyo a Putin más allá de la bonanza económica o del rally round the flag (“unirse por la causa”) que escenifica la unión nacional. Las críticas hacia el esfuerzo bélico han sido criminalizadas; los medios de comunicación están controlados por el gobierno; las organizaciones de la sociedad civil que reciben financiación extranjera son definidas como “agentes extranjeros”; y las personas que podrían ofrecer una oposición política al régimen están ya físicamente eliminadas (como Alexey Navalny y Boris Nemtsov) o exiliadas (como Vladimir Kara-Muza). Por lo tanto, prácticamente no existen canales dentro de Rusia para expresar el disenso. En la Rusia actual se dan circunstancias muy similares a lo que Isaiah Berlin definió en 1952 como la “dialéctica artificial”, una forma particular de gobernar encauzando el curso medio de la política entre los opuestos dialécticos de la apatía y el fanatismo. En rigor, Berlin sostuvo que esta fue la mayor contribución de Stalin al arte de gobernar. Aunque la URSS desapareció, la mentalidad soviética sigue existiendo en la Rusia de Putin.

Conclusiones
El “plan de victoria” del presidente Zelensky podría mejorar las capacidades militares de Ucrania y animar a los aliados a seguir con su apoyo a Kyiv, pero difícilmente facilitará una derrota decisiva de Rusia que le obligue a sentarse en una mesa de negociación para poner fin a la guerra. La escalada, o la prolongación de la actual guerra de desgaste, es más probable que unas negociaciones de paz.


[1]Rusija odbila”, B92, 21/IX/2024.

[2]Ukraine is at great risk of its front lines collapsing”, Politico, 3/IV/2024.

[3] Mira Milosevich-Juaristi (2024), “¿Hay líneas rojas en la guerra en Ucrania?”, ARI, nº 09/2024, Real Instituto Elcano.

[4]Начальник центрального ядерного полигона России на Новой Земле Андрей Синицын: Если поступит команда, в любой момент мы начнем испытания”.

[5] Henry Kissinger (1994), Diplomacia, Ediciones B, Madrid, p. 436.

[6] Doreen Horschig y Heather Williams (2024), “The crumbling nuclear order. How to save the norms against testing, building, and using the ultimate weapon”, Foreign Affairs, 16/IX/2024.

[7] Uno de los últimos es: Haishi Li, Zhi Li, Ziho Park, Yulin Wang y Jing Wu (2024), “To comply or not to comply: understanding neutral country supply chain responses to Russian sanctions”, 5/V/2024.

[8]New arms industry data, Russia’s new military budget, Environment of Peace receives award, nuclear deterrence in Europe and more”, SIPRI, diciembre 2023.

[9]Sanctions hypocrisy”, CSDE, CRE, 17/IX/2024.

[10]Putin’s approval rating”, Levada Center.

[11]Why Russians are still backing Putin”, Financial Times, 12/IX/2024.