Esperanza y desencanto en las elecciones indonesias de 2004

Esperanza y desencanto en las elecciones indonesias de 2004

Tema: Se analizan el contexto y las perspectivas de la victoria de Susilo Bambang Yudhoyono, un antiguo militar, en la segunda vuelta, celebrada el pasado 20 de septiembre, de las elecciones presidenciales en Indonesia.

Resumen: Susilo Bambang Yudhoyono será investido presidente de la República de Indonesia el 20 de octubre. Yudhoyono llega a la cima de la vida política indonesia tras ganar, en dos rondas, las primeras elecciones directas a la presidencia de la historia de su país. La transición democrática indonesia parece estar firmemente encarrilada al tiempo que los indonesios se preguntan cuándo recogerán los frutos de esta nueva etapa política en forma de empleos, precios estables y erradicación de la corrupción. El terrorismo no ha figurado entre las prioridades de los votantes en ninguna de las tres elecciones celebradas en 2004.

Análisis: Yudhoyono se ha convertido en el tercer militar en ser elegido democráticamente presidente de un país del Sudeste Asiático, tras Chatichai Choonhavan en Tailandia y Fidel Ramos en Filipinas. Los resultados de la segunda ronda de las elecciones presidenciales, celebrada el 20 de septiembre –confirmados oficialmente el 4 de octubre–, fueron contundentes: la pareja Yudhoyono-Kalla (éste candidato a la vicepresidencia) obtuvo el 60,9% de los votos, frente al 39,1% de la pareja Megawati–Muzadi. En términos absolutos, el presidente electo obtuvo unos 24 millones de votos más que la actual Presidenta Megawati.

Tres elecciones en 2004 que dan un Presidente prácticamente sin partido
Esta fue la tercera elección celebrada en Indonesia en 2004. En abril se celebraron elecciones legislativas, mientras que en julio se celebró la primera ronda de las presidenciales. Al no obtener entonces ningún candidato el 50% de los votos, hubo de celebrarse el voto de septiembre.

Dos datos sobresalen del resto al considerar estas tres elecciones: la ausencia de violencia y la alta participación. No se registró ni un solo muerto atribuible a la violencia política en ninguna de las tres elecciones (si descartamos el atentado contra la Embajada australiana en Yakarta del 9 de septiembre y cuyo objetivo fue claramente occidental). Este hecho contrasta con la violencia que caracterizó las elecciones de la época de Suharto. En 1997, por ejemplo, la campaña de las elecciones legislativas se saldó con la muerte de 400 personas. El que los indonesios puedan llegar a convencerse de que la celebración de unas elecciones no implica necesariamente muertes y generación de violencia constituye un gran éxito de por sí.

Quizá, por ello mismo, las tasas de participación hayan sido tan altas y sostenidas. Estas tasas son particularmente reseñables si se consideran las dificultades logísticas que implica la celebración de unos comicios en un país compuesto por 17.000 islas, con 585.000 centros de voto. En las legislativas de abril, en las que también se decidió la composición de los parlamentos regionales y de distrito, participaron 448.705 candidatos y 24 partidos (la mitad que en 1999). De los 153 millones de indonesios llamados a las urnas, el 73,9% participó en las legislativas de abril, el 77,3% lo hizo en la primera ronda presidencial en julio y el 72,1% lo hizo en la segunda ronda de septiembre.

El resultado de las legislativas de abril condicionará la presidencia de Yudhoyono de manera muy directa. Quizá el mayor reto al que se enfrente el nuevo presidente sea gobernar teniendo su partido –el Partido Demócrata (PD)– una exigua representación tanto en el Parlamento nacional como en los crecientemente poderosos parlamentos regionales.

En las elecciones legislativas de abril –celebradas por primera vez con listas abiertas– el partido ganador fue el Golkar (el partido oficial del régimen de Suharto) con el 21,6% de los votos, gracias a los que obtuvo 127 de los 550 escaños del Parlamento nacional. El PDI-P (partido de la presidenta Megawati) obtuvo el 18,5% de los votos y 109 escaños. El PD de Yudhoyono (que fue creado hace tan sólo tres años y es dirigido por la esposa del Presidente electo desde su casa familiar en Bogor) quedó quinto con el 7,5% de los votos. Tiene 56 escaños.

El sexto Presidente indonesio, por lo tanto, deberá demostrar un gran talento político para urdir las alianzas parlamentarias necesarias para aprobar cualquier tipo de legislación. Yudhoyono, un militar de carrera, no podrá contar con el apoyo de los escaños tradicionalmente reservados para las Fuerzas Armadas indonesias. Bajo Suharto, los militares disfrutaron de hasta 75 escaños reservados. Las reformas constitucionales indonesias emprendidas tras su caída redujeron progresivamente el número de escaños militares. En el Parlamento saliente de este año hubo 38 diputados militares. Y en el actual, los militares ejercientes ya no disfrutan de ningún escaño.

Las legislativas de abril: un voto fragmentado con un peso musulmán sostenido
Un segundo aspecto del resultado de las elecciones legislativas a resaltar es la variación respecto a las elecciones de 1999 y, en general, la fragmentación del voto. Esta fragmentación revela un debilitamiento del poder de los partidos políticos tradicionales y de su capacidad para influir en el voto de los indonesios.

En 1999, de los 462 escaños en juego (38, recordemos, estaban reservados para las Fuerzas Armadas), el PDI-P se llevó 153 (con un 34% del voto) y el Golkar 120 (22%). El PD no existía entonces. Los principales partidos islámicos fueron el PPP con 58 escaños y el 11% del voto, el PKB con 51 escaños y el 12% del voto y el PAN con 34 escaños y el 7% del voto.

En 2004, ya hemos visto que el PDI-P consiguió el 18,5% del voto y el Golkar el 21,6%. El PPP obtuvo 58 escaños y el 8,2% de los votos, el PKB ganó 52 escaños y el 10,6% de los votos y el PAN tuvo 53 escaños y el 6,4% de los votos. La sorpresa la propició el nuevo el PKS que, aunque de tendencia islámica, fundó su campaña en la lucha contra la corrupción y obtuvo 45 escaños y el 7,3% de los votos.

El voto islámico no ha sufrido pues una variación destacable en comparación con los comicios de 1999. Los seis partidos musulmanes con representación parlamentaria recibieron en 2004 el 42,3% de los votos y tienen 233 escaños. En 1999, los partidos musulmanes obtuvieron en torno al 40% de los votos. Y en 1955, las únicas otras elecciones libres en la historia indonesia, tuvieron un 39,3% de los votos. Es importante destacar que, pese a las enormes tensiones sufridas por la población indonesia en los últimos seis años, el voto musulmán se ha mantenido estable y moderado. Los grandes partidos representados en el Parlamento indonesio respetan el carácter aconfesional del Estado y no defienden la implantación de la sharia, la Ley Coránica.

Los resultados también demuestran que los partidos políticos en Indonesia están perdiendo poder. Los tres partidos autorizados bajo Suharto (Golkar, PDI-P y PPP) no han conseguido reunir más que un 48,3% del voto, comparado con el 67% en 1999. El Golkar es, sin duda, el partido que mejor ha mantenido su voto en las legislativas, pero esto no se ha visto reflejado en las presidenciales. Su candidato Wiranto fue eliminado en la primera ronda presidencial en julio y su apoyo a Megawati en la segunda ronda no evitó su contundente derrota.

Más que en programas y aparatos de partido, los indonesios han confiado en el momento de ejercer su voto en las elecciones presidenciales en figuras salvadoras.

Las elecciones presidenciales: desencanto con Megawati y esperanzas de cambio depositadas en Yudhoyono
Las encuestas han demostrado que los indonesios votaron en las elecciones presidenciales con la intención de elegir un líder nuevo que resolviese sus problemas más acuciantes: la falta de empleo, la corrupción y la subida de precios.

Ni Abdurrahman Wahid, presidente desde 1999 hasta que fue depuesto por el Parlamento en 2001 por un asunto de corrupción, ni su sucesora Megawati Sukarnoputri han sido percibidos por la población indonesia como eficaces en la búsqueda de soluciones a sus problemas. El desencanto con Megawati ha sido espectacular. En las elecciones de 1999 y en el momento de su llegada a la Presidencia, era sin duda la figura más popular de Indonesia, símbolo del espíritu de reforma (reformasi) que desbancó a Suharto en 1998 tras 32 años en el poder. Su presidencia pasiva e ineficaz explica el desplome de su partido y su propia derrota electoral.

Yudhoyono ganó la primera ronda de las elecciones presidenciales el 5 de julio con el 33,6% de los votos. Megawati quedó segunda con el 26,6% de lo votos y el General Wiranto, candidato del Golkar, quedó eliminado con el 22,2% de los votos.

Es importante señalar que ninguno de estos tres candidatos tenía una ideología islámica. Los tres optaron por elegir a candidatos a la vicepresidencia con fuertes lazos con la comunidad islámica organizada, pero ellos mismos son claros exponentes de la ideología nacionalista indonesia, tradicionalmente contrapuesta a la corriente política musulmana.

En la segunda ronda el 20 de septiembre, Yudhoyono ganó con el margen ya indicado. Esto le supuso imponerse en las 32 provincias indonesias, salvo en las comparativamente menores de Bali, Timor Occidental y Molucas.

¿Quién es Yudhoyono y cómo ha conseguido una victoria tan espectacular?

Yudhoyono: un militar intelectual y un político con olfato
Susilo Bambang Yudhoyono nació en septiembre de 1949 en un pequeño pueblo de Java oriental. Hijo de militar, se graduó el primero de su clase en la Academia Militar indonesia en 1973.

A partir de entonces, cursó una carrera militar marcada por sus capacidades intelectuales más que por las de mando. Yudhoyono ha sido un militar que se ha sentido más cómodo en los despachos que en los campos de maniobras. Siguió varios cursos en EEUU, obteniendo un Master en la Webster University. También estudió en Panamá, Bélgica y Alemania.

En 1995-1996 fue el observador militar jefe de las fuerzas de la ONU en Bosnia, así como comandante de las fuerzas de mantenimiento de la paz indonesias en dicho país.

En 1998 fue elegido diputado dentro del cupo militar y fue nombrado jefe de asuntos sociopolíticos de las Fuerzas Armadas indonesias. En mayo de ese año, cuando las presiones contra Suharto alcanzaron su cenit, encabezó un comité especial para estudiar las posibles vías de reforma política. El comité concluyó en la necesidad de limitar los mandatos de los presidentes a dos (Suharto iba por su séptimo) y reducir la representación militar en el Parlamento. Yudhoyono se había ganado merecidamente fama de moderado y reformador dentro de las Fuerzas Armadas.

Tras las elecciones de 1999, abandonó la carrera militar como general de cuatro estrellas y fue nombrado ministro de Minas y Energía por el presidente Wahid. En agosto de 2000 fue nombrado ministro coordinador para Asuntos de Seguridad y Defensa, cargo del que dimitió en mayo de 2001 en desacuerdo con la errática presidencia de Wahid. Fue nombrado al mismo cargo por la nueva presidenta Megawati en agosto de 2001 y se mantuvo en él hasta que dimitió en marzo de 2004 para presentarse a las elecciones presidenciales.

Su condición de militar le ha granjeado simpatías en un momento en el que muchos indonesios echan de menos un mayor orden en el país. También su voz grave y seria y sus buenas maneras tan apreciadas en la cultura javanesa le ayudaron a imponerse claramente en los tres debates televisados celebrados junto con la presidenta Megawati.

Las capacidades políticas de Yudhoyono no deben ser minusvaloradas. Sus mítines se cerraban irremediablemente con el candidato preguntando a los asistentes si le pensaban votar, a lo que sucedía un “sí” clamoroso. En un país donde –contrariamente a en las democracias maduras– los mítines no congregan únicamente a los ya convencidos y donde la identificación con los partidos políticos es tenue, esta promesa verbal suponía la mejor garantía de que, llegada la jornada electoral, la asistencia se traduciría en votos.

Otro ejemplo de su olfato político fue su decisión de presentarse al examen para completar su doctorado en economía agrícola dos días antes del voto de la segunda ronda presidencial. Frente a Megawati, que nunca completó varias carreras universitarias comenzadas y sobre la que existen legítimas dudas sobre su capacidad intelectual, Yudhoyono demostró así ser una persona muy bien formada, experta, además, en la economía de la que vive el mayor número de indonesios. Fue, sin duda, un gran golpe de márketing político.

Yudhoyono ni es ni ha actuado como un candidato antisistema. Sería poco creíble que intentase negar sus pasados vínculos con Suharto y el establishment indonesio. Más bien, ha jugado la carta de presentarse como una opción novedosa dentro del antiguo sistema. Su entorno es también claramente continuista. Su candidato a Vicepresidente, Yusuf Kalla, fue un destacado miembro de Golkar hasta que fue expulsado del partido en septiembre de este año. Fue, también, ministro coordinador de Asuntos Sociales en el Gabinete de Megawati. Es un rico hombre de negocios y musulmán devoto con buenos contactos con el islam organizado. El director de campaña del tándem Yudhoyono–Kalla fue en el pasado secretario general de Golkar.

La crítica más repetida concerniente al carácter de Yudhoyono es su falta de capacidad de decisión. Como lo atestiguan numerosos compañeros suyos de la carrera militar, es una persona a la que le gusta escuchar todas las opciones posibles antes de decidir, pudiendo ello perjudicar la rapidez de sus tomas de decisión. Con ello, sin embargo, reflejaría una característica cultural javanesa que induce a evitar los enfrentamientos e intentar consensuar todas las opiniones antes de tomar una decisión definitiva.

Perspectivas de la presidencia Yudhoyono frente a una población presa del desencanto
La Indonesia que se apresta a gobernar Yudhoyono es sin duda el país que peor se ha repuesto de la crisis financiera que asoló la región asiática en 1997-1998. Durante los últimos cinco años, la economía indonesia ha crecido a una media del 3,4% anual, comparado con el 6,5% anual de Asia Oriental. Se estima que 40 millones de indonesios sufren el paro o el subempleo.

Indonesia continúa siendo uno de los países más corruptos del mundo (el duodécimo según Transparency International) y los indonesios esperan que su Gobierno ataje el problema ya. Particularmente dañina es la corrupción del sistema judicial que sumerge al país entero en la incertidumbre legal, ahuyentando de paso las inversiones extranjeras y su posible aportación al desarrollo económico del país.

En una campaña marcada por los valores reclamados por los indonesios, Yudhoyono ha sido mucho más prolijo en la presentación de su carácter y capacidad de liderazgo que en la de su programa. Sus promesas sobre lo que piensa hacer como Presidente han sido escasas. De lo poco que ha mencionado ha sido su voluntad de concentrarse en la creación de empleo, la reconstrucción de infraestructuras y la atracción de inversiones extranjeras. Los mercados financieros han parecido estar dispuestos a darle una oportunidad, alcanzando la Bolsa de Yakarta un máximo histórico tras las primeras indicaciones de su victoria.

Yudhoyono también ha prometido hacer a sus ministros responsables de su gestión a través de la firma de unos contratos que les obligarán a cumplir ciertas cláusulas. La perspectiva de tener unos baremos objetivos sobre los que juzgar la labor de los ministros ha hecho de esta una decisión muy popular entre los indonesios.

Estados Unidos ha dado la bienvenida a la elección de Yudhoyono, aunque sin exteriorizarlo demasiado para no perjudicar los intereses de la máxima figura pública de un país con fuertes sentimientos antiamericanos. Yudhoyono, tras sus largas estancias en EEUU, es claramente afín a la primera potencia mundial y parece estar convencido de la necesidad de sumarse a la guerra mundial contra el terrorismo. Ha prometido, por ejemplo, crear un Consejo de Seguridad Nacional con un Asesor del Presidente, siguiendo el modelo norteamericano.

De lo que no ha dado indicaciones claras, sin embargo, es de su voluntad de prohibir la Yemah Islamiyah, la organización a la que se achaca la planificación de los mayores atentados terroristas del país. La mayoría de los indonesios parece seguir poniendo en duda su existencia, atribuyendo las acusaciones en su contra a conspiraciones antimusulmanas norteamericanas. La lucha contra el terrorismo no es una prioridad para los indonesios, por lo que Yudhoyono deberá alcanzar un difícil equilibrio entre lo que le exigen sus ciudadanos y lo que reclaman sus aliados occidentales.

Conclusiones: El mayor país musulmán del mundo está dando una contundente respuesta a la tan manida pregunta sobre la compatibilidad entre islam y democracia. Tras seis años de tambaleante transición, los 230 millones de indonesios han demostrado su capacidad para obtener un gobierno que refleje fehacientemente su voluntad libremente expresada. Y lo han conseguido en un contexto de inestabilidad económica, de tensiones separatistas, de violencia interétnica y de provocación terrorista que habría podido haber hecho descarrilar el proceso en cualquier momento.

Indonesia debe ser reivindicada como ejemplo democrático para todo el mundo musulmán. Su experimento aún puede fracasar y todavía queda mucho para que se convierta en un verdadero Estado de Derecho (la corrupción y el escándalo de los tribunales son claros ejemplos), pero el éxito de sus tres elecciones celebradas este año son un precedente a emular en el mundo en vías de desarrollo en general y en el musulmán en particular.

Percival Manglano
Colaborador del Real Instituto Elcano