España y Francia frente al referéndum constitucional: entre la inquietud y la esperanza

España y Francia frente al referéndum constitucional: entre la inquietud y la esperanza

Tema: En este ARI se realiza un breve análisis de la situación del referéndum ya celebrado en España y de la próxima consulta fijada para el 29 de mayo en Francia, comparando en cada caso la posición o actitud de los principales actores.

Resumen: El referéndum constitucional celebrado en España y el próximo a celebrarse en Francia han puesto de relieve las diferencias existentes entre los dos países en cuanto a la posición de los principales actores políticos, la visión del proceso de integración y las características de la campaña del referéndum. En España, la mayoría de las organizaciones políticas y sindicales apoyaron el “sí”, en Francia existe un núcleo de opositores políticos al proceso de construcción europea e incluso amplios sectores del electorado y de los sindicatos se muestran contrarios a la aprobación del Tratado Constitucional. También la visión del proceso de integración es muy diferente en Francia y en España, sobre todo en lo que se refiere a conceptos como la democracia y la paz, la prosperidad económica, las cuentas con Europa, la competencia y la libre circulación, así como el modelo ideológico. Por último, la campaña española se caracterizó por una ausencia de dramatismo y una baja tasa de participación: en Francia, por el contrario, es previsible una menor abstención y un mayor debate ideológico.

Análisis: Dentro del proceso de construcción europeo estamos ante la primera ocasión en que se lleva a cabo una consulta popular sobre la aprobación del Tratado por el que se establece una Constitución para Europa en dos Estados miembros, vecinos, como Francia y España y en momentos muy cercanos en el tiempo. Tras el triunfo del “sí” en España, las encuestas en Francia parecen mostrar una ventaja del “no” en el referéndum fijado para el 29 de mayo. Sin embargo, hay razones para pensar que una campaña suficientemente explícita y transparente podría dar ventaja al “sí”. Pasemos a analizar la posición de los principales actores, la visión –bien distinta– del proceso de integración y las características de la campaña del referéndum en cada país.

La actitud de las instituciones: los partidos políticos
En España, a excepción de pequeños partidos que sólo ocupan en el Parlamento unos diez escaños de un total de 350, el conjunto de la clase política y, en particular, las dos grandes formaciones que se alternan en el poder, el PSOE y el PP, han sido favorables al Tratado Constitucional.

En Francia, por el contrario, parece existir un núcleo de opositores sistemáticos respecto del proceso de construcción de la Unión Europea, que, por distintas razones y a menudo contradictorias, supone como mínimo un 30% del arco parlamentario:

• La extrema derecha, representada por Jean-Marie Le Pen (16%).
• Los soberanistas de Philippe de Villiers (6%).
• La extrema izquierda trotskista (5%).
• Los comunistas tradicionales (4%).

A ellos hay que añadir además una mayoría del electorado socialista (55%-60% según los últimos sondeos), aunque el referéndum interno del mes de enero pasado arrojó una mayoría (59%) favorable al “sí”. Esto parece deberse fundamentalmente a que, contrariamente a la mayoría de los partidos socialistas europeos, un gran número de militantes del Partido Socialista francés no han aceptado o al menos “digerido” aún completamente, a pesar de las declaraciones del reciente congreso de Dijon, los principios de la libre competencia y a veces ni siquiera de la economía de mercado. Para ellos el Tratado Constitucional parece presentarse como una herramienta al servicio del ultraliberalismo.

Los sindicatos
Hay que señalar que el conjunto de los sindicatos españoles y, en particular, la UGT, se declararon a favor del “sí”, mientras que en Francia la CGT y FO han apostado por el “no”. Sólo la CFDT se acaba de decantar por el “sí”.

Por último, resulta inquietante constatar que una mayoría de las organizaciones sindicales francesas del sector agrícola apoyan el “no”, cuando la población agrícola de este país ha sido siempre la primera beneficiaria de las ayudas agrícolas. En la actualidad, el 59% de los agricultores rechazaría el Tratado Constitucional.

Los gobiernos
En este contexto, los diferentes gobiernos franceses que se han sucedido en los últimos 20 años han tenido una actitud ambigua frente a Bruselas. A modo de ejemplo, podemos citar que las autoridades francesas han tardado más de 20 años en incorporar en su ordenamiento jurídico, bajo amenaza de multa coercitiva, las Directivas sobre la caza que ellas mismas habían puesto en marcha cuando ocupaban la Presidencia del Consejo Europeo. Son numerosos los ejemplos de este tipo en los que, por falta de explicación o por desviación del texto inicial por parte de los líderes políticos franceses, las Directivas europeas han provocado en la opinión pública francesa la sensación de que Europa se inmiscuye en todo y que, por ello, se corre el riesgo de que desaparezcan una serie de particularismos locales.

Da la impresión de que los líderes políticos franceses no acaban de asumir completamente las decisiones de Bruselas, mientras que paradójicamente se podría estimar que un 60% de los programas gubernamentales franceses tiene su origen en Europa. No haber dado suficientes explicaciones sobre el terreno, a pie de calle, para convencer al ciudadano de la oportunidad de estas decisiones, ha supuesto también que los propios gobiernos franceses, en cierta forma, han renunciado a explicar una gran parte de su propio programa.

Una buena parte de los líderes políticos y sociales franceses también parecen hacer todo lo posible para que las instituciones europeas y especialmente la Comisión aparezcan como “chivo expiatorio”. La controversia suscitada en torno a la directiva Bolkestein resulta muy reveladora a este respecto. Este proyecto se ha presentado como la iniciativa aislada y a marchas forzadas de un Comisario “ultraliberal”, cuando en realidad había sido aprobada a principios de 2004 durante la anterior Comisión presidida por Romano Prodi, por unanimidad de todos los comisarios de los entonces quince Estados miembros y con el voto a favor de los dos comisarios franceses (Lamy y Barnier, actual ministro de Asuntos Exteriores de la República Francesa). Sus detractores la han presentado como el símbolo del modelo europeo “ultraliberal anglosajón” que propugna la Constitución.

Cuando se ha tratado de modificar su alcance siguiendo el procedimiento institucional normal (el actual Presidente de la Comisión Europea, José Manuel Durão Barroso, manifestó en los primeros días de febrero de 2005 su predisposición favorable a una revisión de la Directiva, ya que su aplicación planteaba problemas en algunos Estados), los lideres políticos franceses han tratado de arrogarse el papel de gobierno responsable que se opone con arrojo a las Directivas de “Bruselas”.

No está claro que este comportamiento haya contribuido a reforzar la causa europea, pero tampoco está claro que haya contribuido a reforzar la posición del propio gobierno francés.

Al contrario, desde la adhesión (1986), los distintos gobiernos españoles siempre han mostrado una actitud “proactiva” respecto de Europa. En este contexto, una de las prioridades del nuevo Gobierno Zapatero fue situar a España en el centro de la construcción europea. Por otra parte, este país pasa por ser en muchos aspectos un alumno aventajado de la clase europea; así, por ejemplo, por lo que se refiere a la transposición de las directivas, ocupa el segundo puesto, mientras que Francia ocupa el penúltimo.

La percepción de la construcción europea
La visión del proceso de integración es muy diferente en Francia y en España, y especialmente por lo que se refiere a los siguientes conceptos: (1) la democracia y la paz; (2) la prosperidad económica; (3) las cuentas con Europa; (4) la competencia y la libre circulación; y (5) el modelo ideológico.

La democracia y la paz
Desde este ángulo, el sentimiento de reconocimiento es especialmente marcado en España. Después de casi 40 años de dictadura, la vuelta a la democracia se consolidó claramente con la integración en la Unión Europea (1986).

Por el contrario, en Francia, cuna de los Derechos Humanos, la consolidación de la República y los principios democráticos precedió en casi un siglo al inicio de la construcción europea. Por otra parte, es interesante observar cómo en Francia los últimos sondeos ponen de manifiesto que son las personas de mayor de edad las únicas que apoyan mayoritariamente el “si”, lo que sin duda alguna se explica por el recuerdo aún vivo de los trágicos acontecimientos de la Segunda Guerra Mundial y, por lo tanto, de los logros de la reconciliación franco-alemana, germen de la construcción europea. Paralelamente, los jóvenes españoles que no han conocido otra cosa que la democracia, se abstuvieron mayoritariamente el pasado 20 de febrero, aunque el nivel de participación entre dicha población joven fue 7 puntos superior al registrado en las elecciones al parlamento europeo de 2004.

La prosperidad económica
Desde su integración hace 19 años, Europa ha traído muchas satisfacciones a los españoles. Las estadísticas hablan por sí mismas. En menos de dos décadas la renta per cápita pasó del 72% al 87% de la media europea (UE a 15 = 100), y el desempleo disminuyó a casi la mitad, gracias en buena parte a la contribución de los Fondos Estructurales y a toda una integración en un sistema económico del que España ha sido uno de los principales beneficiarios. Durante ese mismo período, la economía francesa vio como se acumulaban los déficit públicos y como su tasa de paro aumentaba sin cesar.

Las cuentas con Europa
Se tiene la costumbre de hablar de las relaciones económicas respecto de la UE analizando simplemente los saldos contables que produce la diferencia entre los ingresos que cada país efectúa en la UE y los retornos que recibe. Ciertamente, desde esa perspectiva, España ha salido muy beneficiada y Francia no tanto. No obstante, hay que advertir que ese análisis se refiere exclusivamente a los saldos que se producen respecto de los presupuestos de la UE que representan, como se sabe, el 1% de la Renta Nacional Bruta Europea. Lo que no parece analizarse es cuál es el resultado respecto del 99% de la riqueza europea restante, es decir, cómo ha beneficiado o perjudicado a unos u otros la existencia del amplio mercado europeo.

Todos los estudios realizados sobre el coste de la “No Europa” ponen de manifiesto que la integración europea ha beneficiado a todos los Estados y en mayor medida precisamente a las economías más poderosas y con más capacidad de aprovechar las ventajas del mercado único, entre las que evidentemente está mejor situada Francia que España. No hay más que observar la importante presencia de empresas francesas en toda Europa, especialmente en los diez nuevos Estados miembros, y los saldos de las balanzas comerciales entre los Estados miembros europeos.

La competencia y la libre circulación
Son muchos los franceses que ven en la construcción europea una amenaza contra los derechos adquiridos y los distintos privilegios, lo que parece provocar en una buena parte de los líderes políticos y sociales franceses una reacción de gran conservadurismo. Sus beneficios, especialmente por lo que respecta a la competencia y la mundialización, son poco perceptibles en un país en el que a menudo se ignora la lógica económica, o incluso se demoniza, llegándose a hablar de horreur économique.

A menudo también se interpreta la libre circulación de bienes y personas, que constituye el núcleo de los Tratados, como una puerta abierta a una inmigración no controlada y a deslocalizaciones perniciosas para los empleos locales. Una vez más, conviene recordar hasta qué punto ha podido ser contraproducente la actitud del gobierno francés en relación con la directiva Bolkestein.

Aunque también es bueno señalar, como lo han hecho algunos comisarios de los nuevos Estados miembros, que las capitales europeas del Este están llenas de grandes superficies francesas, de marcas de lujo francesas y de muchas empresas francesas. A veces ocurre que se plantean los beneficios o inconvenientes de la ampliación sólo desde ópticas muy puntuales, sin tener en cuenta lo que para una economía como la francesa ha supuesto el poder disponer de un nuevo mercado de 100 millones de personas, englobado en Europa, con la seguridad jurídica europea y donde Francia ha sido y es una potencia económica de referencia.

El modelo ideológico
Desde la perspectiva de la ortodoxia del Derecho Constitucional, una Constitución no tiene por qué preconizar el modelo ideológico que debe de ser la consecuencia de la elección democrática, en cada caso, de los ciudadanos. No obstante, está claro que esta Constitución introduce y o consolida una serie de factores, como son la solidaridad interterritorial o cohesión, la intergeneracional, la interindividual, el diálogo social como modelo básico para la definición de las relaciones laborales, los derechos de representatividad sindical y el modelo de desarrollo sostenible respetuoso con la naturaleza, que en absoluto parecen justificar los ataques que pretenden tacharla de ultraliberal. Algunos destacados líderes políticos franceses, como el ex Presidente de la Comisión Europea Jacques Delors, ya han señalado que lo importante es dotarse de una reglas de juego sencillas, eficaces y democráticas, que es lo que pretende la Constitución. Jack Lang va más allá y menciona que el Tratado es un escudo ante las nuevas potencias, las grandes multinacionales y el ultraliberalismo.

Este reflejo resulta más paradójico si se piensa que el proyecto de nueva Constitución europea ha incorporado ampliamente la cultura política y administrativa francesa, especialmente por el hecho de que el redactor de los trabajos de la convención fue el Presidente Giscard d’Estaing.

La campaña: el quid de la cuestión
Es precisamente la impresión de ausencia de dramatismo lo que caracterizó la campaña española. Con contadas excepciones de escasa relevancia, los partidos políticos españoles eran favorables al proyecto de Constitución, por lo que no hubo un debate profundo entre los partidarios del “sí” y del “no”. Por otra parte, el resultado parecía no presentar demasiada incertidumbre, dando la impresión de que ya se conocía de antemano. Ello podría contribuir a explicar la relativamente escasa tasa de participación del 42,3%.

Por el contrario, en Francia las cosas no están tan claras y los franceses, que gustan del debate ideológico, encuentran aquí un terreno idóneo para enfrentarse, calificándose de neoliberales, de soberanistas o de federalistas. Por otra parte, los sondeos ya dejan entrever un porcentaje de participación de alrededor de un 60%, una tasa muy elevada para tratarse de un referéndum.

El conocimiento del Tratado
Parece que, más que al Tratado, los españoles han dicho sí a Europa. Todos los sondeos confirmaron que su conocimiento sobre temas europeos era muy escaso. Aunque también hay que decir que este mismo grado de conocimiento/desconocimiento también se da sobre otras figuras como los Estatutos de Autonomía, o incluso la propia Constitución española. Por lo tanto, no sería demasiado justo achacar a la Constitución europea un grado de desconocimiento muy superior al que los ciudadanos españoles tienen por figuras constitucionales, nacionales o regionales.

Un estudio publicado en diciembre precisaba que el 64% tenía muy poco conocimiento del Tratado y el 23% lo desconocía por completo. Sin embargo, un 59% de los españoles consideraban que este Tratado era bueno para Europa y bueno para España (55%).

Aunque al principio de la campaña sólo el 38% de los franceses decían tener un conocimiento somero de los Tratados, da la impresión de que crece el interés pues el Tratado, sea cual sea su forma de publicación, experimenta cifras record de ventas en la librerías.

El clima político y social
Más que decir “no” a Europa, el “no” momentáneo de los franceses es al Tratado. El aparente predominio actual del “no” en Francia no es la manifestación súbita de una hostilidad generalizada de los franceses en relación con la construcción europea. Todos los sondeos de opinión realizados recientemente han puesto de manifiesto que la idea de Europa ha ganado terreno en estos últimos años. En resumen, parece existir un malestar muy exclusivo de Francia que tiene su origen principalmente en dos factores:

• El primero tiene que ver con el actual descontento del mundo laboral ante la persistente tasa de paro (+10%), lo que se traduce en una impopularidad récord del Gobierno Raffarin, mientras que José Luis Rodríguez Zapatero abordó el referéndum español con su popularidad intacta. En este contexto, es grande la tentación de no responder (positivamente) a la pregunta que se formula sino de hacerlo (negativamente) al que la plantea.

• El segundo es de carácter identitario: Francia, que ha conseguido de una forma un tanto singular mantener una posición de relativa independencia en el ámbito global, puede pensar que al sumarse a una Europa más unida y más unitaria en la escena internacional, podría perder alguna de sus singularidades, y así parece tener dificultades para encontrar su sitio frente a las sucesivas ampliaciones y experimenta una crisis de identidad que intenta compensar mediante todo tipo de excepciones: culturales, sociales o nucleares. Por el contrario, los españoles han recuperado gracias a Europa el sentimiento de ser un país respetado en la escena internacional. En este contexto, son muchos los españoles que ocupan puestos de responsabilidad de primer nivel en las instituciones internacionales: Parlamento Europeo (Josep Borrell), Alto Representante de la UE (Javier Solana), Fondo Monetario Internacional (Rodrigo Rato), etc.

Conclusiones: La construcción europea no es un largo río tranquilo. Es un proceso que ya dura cincuenta años en el que se funden dos actitudes contradictorias: la inquietud y la esperanza. Además, presenta al menos dos características que conviene tener presentes en todo análisis:

• De una parte, la diferencia entre tiempo histórico y tiempo individual. En términos históricos la Unión Europea es claramente la crónica de un éxito, aunque solo fuera por haber logrado pasar en cincuenta años de una situación en la que se producía una guerra cada 20 años a otra en la que como mucho se discute el precio de la remolacha. En términos de tiempo individual, siempre se plantea la inquietud de que a nuestras generaciones nos ha correspondido la época de la construcción europea y que probablemente hubiéramos deseado tener la casa europea ya terminada con toda su arquitectura definida. Sin embargo, aun a pesar de estar embarcados en plena construcción, con todos los avatares e inquietudes que ello pueda suponer, no debemos perder de vista que hasta aquí la Unión ha sido también la crónica de un éxito.

• Es la primera vez en la historia que un proceso de tal envergadura –en cuanto al cambio que supone y a la construcción de un nuevo modelo de convivencia política que integra pacífica y democráticamente a 450 millones de personas pertenecientes a 25 Estados, y basado en los valores mas reconocidos y mas deseados universalmente– lo estamos haciendo nosotros los europeos y que no responde a una invasión, ni a una guerra, ni a una alianza, hechas siempre de arriba hacia abajo. En esta ocasión lo estamos construyendo más bien desde abajo hacia arriba y la responsabilidad es muy novedosa y muy trascendente.

Nuestra joven democracia española sigue impulsada por el hálito de esperanza que le insufló su integración en la Unión Europea. Nuestros amigos franceses, más veteranos que nosotros en este proceso, experimentan un cierto desencanto frente a Europa. Sin embargo, pensamos que nada está totalmente perdido. El mensaje europeo es un mensaje de esperanza que los franceses parecen dispuestos a entender a poco que sus líderes políticos y sociales les proporcionen las explicaciones necesarias.

José Luis González Vallvé
Director de la Representación de la Comisión Europea en España


Nota: Este artículo expresa exclusivamente la opinión personal del autor y no refleja la posición oficial de la Comisión Europea