España, una sociedad todavía cerrada al exterior

España, una sociedad todavía cerrada al exterior

Tema: España se ha internacionalizado en el aspecto económico y político, pero no en el social.

Resumen: A pesar de la internacionalización creciente en el terreno económico y político, España sigue siendo una sociedad relativamente cerrada al exterior por la escasa movilidad geográfica de los españoles, su desconocimiento de lenguas extranjeras, etc. En este trabajo se analizan este tipo de límites sociales a la internacionalización de nuestro país.

Análisis: Es ya un tópico que España ha dejado de ser un país aislado por la dictadura para convertirse en una potencia media cada vez más internacionalizada y, lo que es más, transnacionalizada, en la que las fronteras entre lo nacional y lo exterior se desdibujan. Nos hemos integrado en las organizaciones internacionales, como la OTAN, y la convergencia con Europa en muchos aspectos es un hecho incontrovertible.

Somos también una de las economías más abiertas, y las inversiones de multinacionales españolas en América Latina nos han convertido en un actor económico internacional de primer orden. Aunque también se ha dicho con gracejo que más que de multinacionales habría que hablar de “biregionales” (Europa y América Latina), y que el made in Spain sólo se pronuncia en Europa, porque nuestras exportaciones apenas traspasan sus fronteras.

Quizá en consecuencia, España alcanza sólo valores medios-altos en el índice de globalización (A.T. Kearney/Foreign Policy). Sobre un total de 62 países ocupábamos el 20º puesto en 2003, descendiendo al 24º en 2004. Como es sabido, el índice se compone de cuatro dimensiones: integración económica, conexión tecnológica, compromiso político y, finalmente, “contactos personales” (viajes y turismo internacionales, tráfico telefónico, remesas transfronterizas y transferencias personales). Este último es el aspecto más social, pues los otros son políticos, tecnológicos y económicos.

Sin embargo, esta última variable del índice de globalización de Kearney/Foreign Policy sigue siendo una medición insuficiente para aprehender el grado de apertura total de una sociedad. En otro indicador de carácter más social, el índice de “globalización de la sociedad civil” (programa Global Civil Society de la London School of Economics), España ocupa el 20º puesto sobre un total de 33 países. Este indicador tiene dos dimensiones. En primer lugar, infraestructura y participación social:

• Porcentaje de personas que son miembros de alguna asociación (derechos humanos, pacifista, medioambiental o comunitario).
• Media de personas dispuesta a participar en alguna acción política (firmar por una causa, manifestarse, etc.).
• Densidad de las ONG en el país (miembros por millón de habitantes).

En segundo lugar, “civismo”: porcentaje de personas que no se niegan a tener inmigrantes en el vecindario, y porcentaje de personas que creen que la tolerancia es un valor que se debe inculcar a los hijos.

Como vemos, el índice en este caso está sesgado hacia la participación política no convencional (no electoral) y los valores (tolerancia). Es una medición de “altermundismo”, más que de globalización social. Por lo tanto, tampoco nos permite dilucidar una cuestión importante: la sociedad española, ¿se ha internacionalizado en la misma medida que su política o su economía? ¿Es España una sociedad realmente abierta al exterior? ¿Son los españoles ciudadanos “provincianos” o cosmopolitas en sus comportamientos y valores?

El tema no es baladí. En la medida en que una débil internacionalización de la sociedad pueda impedir que los españoles perciban sus intereses en el exterior, o debilite la conciencia de los problemas globales, se constituye un límite social a la internacionalización tanto de nuestras empresas como de nuestras políticas.

El español global
¿Cómo medir la globalización de una sociedad? En la cuarta oleada del Barómetro del Real Instituto Elcano (noviembre de 2003) se ensayó un sistema de indicadores de internacionalización social. Los aspectos y los porcentajes obtenidos en esta primera cala fueron los siguientes:

• Un 49,2 de los españoles dice tener amigos o familiares de nacionalidad no española.
• Un 37,1% afirma haber viajado al extranjero de vacaciones.
• Uno de cada cuatro (25,4%) declara hablar algún idioma extranjero.
• Una proporción similar (un 25,3%) colabora o ha colaborado con alguna ONG de cooperación o ayuda al Tercer Mundo.
• Un 22,5% tiene familiares residentes en el extranjero.
• Un 14,7% ha residido en el extranjero por un período superior a los 6 meses.

Al cruzar estas variables entre sí, el resultado es una baja correlación, lo que indica que son independientes. Únicamente cabe destacar que:

• Un 24% ha viajado al extranjero y también tiene relación con extranjeros en España.
• Un 15% viaja regularmente fuera y también sabe idiomas.

Esto hace que no haya apenas refuerzo mutuo, y que la media del índice acumulativo de actividades o comportamientos para el conjunto de la población española alcance un valor muy modesto de 1,74 en una escala de 1 a 6.

¿Cómo es el perfil sociodemográfico del español global? Los resultados del Barómetro indican que los varones saben más idiomas y también se relacionan más con extranjeros. Ello en buena medida es debido al efecto de la mayor integración en el mercado de trabajo.

Siguiendo con las variables de segmentación, hay dos aspectos en los que la edad es la más significativa:

• Idiomas: 42% entre los jóvenes, frente al 10% entre los mayores.
• Amigos: 62% entre los jóvenes, frente al 31% entre los mayores.

Pero, sin lugar a dudas, es el nivel de estudios el que arroja el patrón de variación más sistemático:

• Idiomas: 5% en los inferiores, frente al 65% en los superiores.
• Familia: 15% en los inferiores, frente al 30% en los superiores.
• Residencia: 18% en los inferiores, frente al 40% en los superiores.
• Viaje: 10% en los inferiores, frente al 50% en los superiores.
• Amigos: 16% en los inferiores, frente al 60% en los superiores.
• ONG: 7% en los inferiores, frente al 35% en los superiores.

Tampoco son despreciables las diferencias por tamaño de hábitat:

• Idiomas: 20% en pequeños municipios, frente al 35% en los grandes.
• Familia: 20% en pequeños municipios, frente al 35% en los grandes.
• Residencia: 12% en los pequeños, frente al 27% en los grandes.
• Amigos: 42% en los pequeños, frente al 60% en los grandes.

Finalmente, por clase social no hay variación significativa en aspectos como la familia y la residencia, aunque sí en:

• Idiomas: 33% en la alta, frente al 15% en la baja.
• Viaje: 32% en la alta frente al 16% en la baja.
• Amigos: 56% en la alta frente al 35% en la baja.
• ONG: 34% en la alta, frente al 15% en la baja.

Retomando el índice de internacionalización, su media en las distintas categorías nos indica que la apertura al exterior es ligeramente mayor en los varones que las mujeres, en los habitantes de ciudades grandes que los de las pequeñas y en las clases altas que en las bajas. Pero, sobre todo, hay que subrayar que es casi dos veces más alta en los jóvenes que en los mayores, y cuatro veces más en los que tienen estudios superiores que en los que solo tienen estudios inferiores. La internacionalización está ligada al nivel de estudios y la edad.

El español cosmopolita
Dejemos los comportamientos y entremos en el terreno más escabroso y fluido de las identidades y los valores. Los españoles se identifican:

• En un 5%, con su barrio.
• Un 27%, con su pueblo o ciudad.
• Un 16%, con su región o Comunidad Autónoma.
• Un 27%, con España.
• Un 4%, con Europa.
• Un 18% con el mundo.

Evidentemente, predominan los sentimientos de identificación con ámbitos infra-nacionales: uno de cada dos se sienten más de su barrio, su pueblo o su región. Y por encima del Estado-nación, aún es más interesante que se sientan antes ciudadanos del mundo que de Europa, lo que abunda en el tópico del europeísmo instrumental o interesado, y no expresivo, de los españoles.

Profundizando en la base social de las identificaciones, hay que destacar en primer lugar que, frente a lo que sucedía en los comportamientos, no hay diferencias por sexo o por clase social.

Por edad, no hay diferencias en la identificación con Europa, pero sí en el cosmopolitismo. El porcentaje es del 20% en los jóvenes y maduros, frente al 7% en los más mayores.

Sin embargo, la diferencia más acusada en el cosmopolitismo es la que se da en términos del nivel de estudios: 5% entre los inferiores, frente al 27% en los superiores.

Hay una ecología del cosmopolitismo, en tanto en cuanto se da un efecto del tamaño de hábitat. En primer lugar, la identificación con lo local no es lineal. Presenta un patrón curvilíneo en forma de campana invertida: es mayor en los núcleos más pequeños y, también, aunque en menor medida, en los más grandes, mientras que es menor en los de tamaño medio. Y en lo referente a la cuestión que venimos tratando, podemos decir también que no hay diferencias en la identificación con Europa, pero sí en el cosmopolitismo, con un 14% en los núcleos pequeños frente al 24% en los mayores.

En resumen, el perfil sociodemográfico del español cosmopolita es el de un/una joven, titulado/a superior y urbanita. No tiene ni un sexo ni una clase social definidos.

¿Es España más abierta o más cerrada que otras sociedades?
En el terreno de las opiniones y actitudes España no difiere tanto porque, a pesar de la globalización y el multiculturalismo crecientes, realmente son pocos quienes en el conjunto del planeta se sienten ciudadanos del mundo. Las investigaciones de Pippa Norris indican que en el conjunto de países en los que se ha realizado la Encuesta Mundial de Valores, sólo un 15% se identifica con su continente o con el mundo. Un 47% elige el nivel local y regional, y un 38% el nacional. En el terreno de las identidades lo local prima sobre lo nacional y lo global, y ello tanto en España como en el resto del mundo.

Ahora bien, lo anterior no impide subrayar un hecho diferencial de nuestro país. Siendo el cosmopolitismo un parámetro residual, con un valor bajo y que apenas varía, las diferencias entre regiones del mundo vienes dadas por el peso relativo de lo local y lo nacional. Si en América del Norte lo nacional predomina ligeramente sobre lo local/regional (43% frente a 41%), en Europa, y especialmente en Europa del Sur, el porcentaje de lo nacional es casi tres veces inferior al de lo local/regional (23% frente al 64%). Pues bien, según los datos desagregados que dan Juan Díez Nicolás y Manuel Castells para nuestro país, en España es seis veces inferior: el 9% frente al 66%. Por utilizar una expresión castiza, los españoles somos más “provincianos”.

Para concluir esta breve comparación internacional, volvamos al terreno de los comportamientos. Comenzando por el conocimiento de idiomas entre los españoles, en el Eurobarómetro 52 (1999) el porcentaje de españoles que declara que puede tomar parte en una conversación en un idioma distinto del propio es del 37%, al mismo nivel que Portugal (36%) e Italia (40%), y lejos de la media europea del 45% y, sobre todo, de los niveles alcanzados en otros países como Holanda (91%), Suecia (82%) y la misma Alemania (50%), que no es un país pequeño, con pocos hablantes de la lengua vernácula. Además, si uno de cada tres europeos (31%) tiene el inglés como segunda lengua, en España el porcentaje se reduce al 17%, lo que nos sitúa a la cola de los países de la UE, a una distancia considerable de Italia (28%) y Portugal (23%).

El problema es aún más grave si miramos al futuro y analizamos la cuestión entre los jóvenes. Según los datos del Eurobarómetro de Juventud (Eurobarómetro 47.2, de 1997) de todos los jóvenes europeos de 15 a 24 años, entre los españoles se da el porcentaje más alto de desconocimiento de algún idioma extranjero: un 39%, cuando la media de la UE está en el 29%. Grecia, Portugal e Italia están en el 30%, y hay países como Holanda y los países nórdicos en los que se alcanza el 0%. Además, el porcentaje que habla inglés, la lingua franca, en España es del 40%, lejos del 54% de media europea, y muy lejos del 90% que se alcanza en los países nórdicos y del 75% de Alemania.

Pasando a la movilidad de los españoles al extranjero, la encuesta del International Social Survey Programme de 1995 sobre “identidad nacional” incluía un ítem sobre la disposición a cambiar de residencia si ello supone mejoras en las condiciones de vida o de trabajo. En comparación con otros países, en España la disposición a cambiar de país o incluso de continente es relativamente baja.

Volviendo de nuevo a los jóvenes para estimar las perspectivas de futuro, según los datos del mismo Eurobarómetro 47.2, de nuevo son los españoles, ahora con los griegos, los que menos han viajado al extranjero –“en los dos últimos años y por la razón que sea”, reza exactamente la pregunta–. Si la media de la inmovilidad está en el 43%, en España se sitúa en el 70% y, como decíamos, sólo es superada en Grecia (83%). Además, entre los relativamente pocos jóvenes españoles que han viajado, los destinos mayoritarios han sido dos (Portugal y/o Francia), mientras que entre los europeos se aprecia una mayor variedad y distancia en los desplazamientos.

En la misma encuesta también encontramos otro dato elocuente. Si para el 35% de los jóvenes europeos la Unión Europea significa también la “capacidad para ir a donde se quiera en Europa”, ello es así sólo para el 23% de los jóvenes españoles que, de nuevo, se sitúan a la cola, esta vez en compañía de los portugueses, los griegos y los italianos, pero también de los ingleses.

En definitiva, a pesar de la apertura política y económica, en comparación con otras sociedades avanzadas, España es menos internacional, y dadas las actitudes y habilidades de los jóvenes españoles, no parece que la situación pueda cambiar a corto plazo.

Conclusiones: España se ha internacionalizado en el aspecto económico y político, pero no en el social. Además de la convergencia en la cultura y el consumo de masas, que nos iguala a cualquier país avanzado, los únicos aspectos en los que España es ahora una sociedad más abierta son el turismo y la inmigración, con lo cual podríamos decir que la apertura de nuestro país no es activa, sino pasiva, por recepción y no por emisión. La española sigue siendo en muchos aspectos una sociedad “provinciana” en las actitudes, y cerrada y poco móvil en las relaciones y los comportamientos sociales.

La movilidad geográfica internacional sigue siendo una asignatura pendiente en la sociedad española. Hemos comprobado que la educación es el especto clave. Urge potenciar aún más las políticas activas de movilidad entre los jóvenes, ligadas a los estudios, como diplomaturas, licenciaturas o doctorados que deben ser necesariamente transnacionales. Y, lógicamente, acompañados de programas de becas, empleo, etc., para los estudiantes de origen más humilde.

En relación con lo anterior, la barrera idiomática sigue siendo también uno de los principales problemas. Desde luego, si somos “onfalocéntricos”, en la medida en que el español crezca como segunda lengua en el extranjero –pensemos en el auge actual del español en los EEUU– acabará cayendo una de las barreras de la movilidad. Pero seamos realistas: eso, si alguna vez sucede, lo hará a muy largo plazo y no homogéneamente. Con lo cual la mejora de la enseñanza de una segunda y –¿por qué no?– una tercera lengua en nuestro país debe ser una prioridad. ¿En qué medida esto en España puede plantear problemas de compatibilidad con la enseñanza del gallego, vasco, catalán, etc., o con el castellano/español mismo, en algunas autonomías? Es una cuestión que tarde o temprano tiene que afrontar un país que realmente quiera abrirse al exterior.

En el terreno de las actitudes e identificaciones, finalmente apuntamos un factor de coyuntura. Acabamos de ver que, a pesar de su identificación local y regional, los españoles se sienten más cosmopolitas que europeos. También sabemos que, al menos hasta hace poco, querían una España activa y con presencia en el mundo, aunque con un enfoque multilateralista, siempre dentro de lo que consideran la legalidad internacional. Frente a lo vaticinado por algunos analistas, la experiencia del terrorismo internacional vivida el 11-M no ha provocado una ola de xenofobia, o para ser más exactos, no se ha traducido en episodios de violencia racista. Pero tampoco parece que el trauma haya fomentado el aislacionismo, la tentación de los españoles a no participar en la arena internacional. Así lo indicaban los resultados del Barómetro de primavera del Real Instituto Elcano de este mismo año. Frente a la alarma temprana lanzada por algunos analistas que interpretaron así el cambio de gobierno, todo apunta a que en un país que estuvo aislado tanto tiempo se puede descartar este tipo de efectos involucionistas. Hay, por lo tanto, un sustrato de valores y actitudes internacionalistas (aunque pacifistas) que se puede movilizar para mejorar los parámetros de comportamiento en los que la apertura de las sociedad española es más débil.

Finalmente, podemos hacer otra recomendación más técnica, ahora dirigida a la mejora de los sistemas de información. Debemos hacer un esfuerzo por elaborar e integrar en las estadísticas oficiales indicadores de internacionalización o cosmopolitismo social, y no sólo económico o político. Sigue siendo una de las lagunas incomprensibles en el conocimiento de la sociedad global y, desafortunadamente, no sólo en España, como hemos comprobado al glosar los índices de Foreign Policy o la London School of Economics.

Javier Noya
Investigador Principal, Imagen de España, Real Instituto Elcano