¿Es posible la normalización política de Hizbulá?

¿Es posible la normalización política de Hizbulá?

Tema: Los múltiples esfuerzos por normalizar la situación de Hizbulá en la vida política libanesa parecen haber fracasado. Con todo, la estrategia seguida por el movimiento desde el asesinato de Rafic Hariri hace pensar que aún cabe la esperanza.

Resumen: La Revolución del Cedro (2005) ha supuesto un punto de inflexión en la vida política libanesa. Uno de los debates que han tenido más fuerza desde el asesinato del ex primer ministro libanés Rafic Hariri y la salida del ejército sirio del país, ha sido el desarme de Hizbulá y su intento de normalización política. Este ARI documenta algunos de los pasos dados a lo largo del último año con este fin. La salida del ejército israelí de las Granjas de Shebaa, único territorio libanés aún ocupado, supondría el desgaste de la legitimidad de Hizbulá como movimiento de resistencia. A pesar del unilateralismo del que ha hecho gala Hizbulá en las dos últimas semanas, el fuerte discurso nacional del grupo durante los últimos tiempos y la actitud de las demás fuerzas políticas libanesas ante la crisis hace pensar que la normalización de Hizbulá no es totalmente imposible.

Análisis

La actividad terrorista de Hizbulá
De todas las comunidades etno-religiosas del Líbano, los chiítas, habían tenido tradicionalmente poco peso en la vida política libanesa. Si a ello sumamos el hecho de que el sur del Líbano, zona fundamentalmente chií, estuvo prácticamente bajo control palestino a principios de los ochenta, comprenderemos porqué muchos chiíes libaneses no vieron del todo mal la entrada de las tropas israelíes en 1982 ni las maniobras de EEUU para establecer un gobierno que fuera representativo de todas las comunidades del Líbano. Los excesos de la ocupación israelí del sur del Líbano y el desprestigio del gobierno impuesto con ayuda norteamericana propiciaron el descontento de los chiíes del sur y, de esta forma, Hizbulá –el Partido de Dios– nació dentro de la lógica de la política etno-religiosa que ha caracterizado al Líbano desde su independencia. La salida de las tropas israelíes del Líbano en 2000 supuso una victoria aún por igualar, lo que hizo que Hizbulá ganara la simpatía de amplios sectores de la opinión pública libanesa y de la árabe en general.

Aunque inicialmente el grupo reclamaba el establecimiento de un Estado islámico en el Líbano como uno de sus objetivos irrenunciables, el movimiento ha ido transformándose y moderando de forma notable su discurso ideológico y sus objetivos, de forma que en el año 2005 dos miembros del movimiento pasaron por primera vez a formar parte del gobierno de unidad nacional.

A pesar de la moderación de su discurso y de la integración del movimiento en la vida política libanesa, la visión más extendida presenta a Hizbulá sólo como un grupo terrorista y muchos analistas lo ven como una fuerza desestabilizadora para el país e incluso para toda la región de Oriente Próximo. Las actividades terroristas del movimiento se han extendido mucho más allá de las fronteras libanesas e israelíes. Comandos de Hizbulá han sido detectados en países europeos como España y Francia, y en lugares tan distantes como EEUU, Filipinas, Tailandia y Argentina, donde el grupo ha sido especialmente activo (ataque a la embajada israelí en Buenos Aires en 1992 y al centro de la comunidad judía de esta ciudad en 1994).

Sin embargo, desde hace ya algunos años, la actividad de Hizbulá parece haberse replegado en la frontera libano-israelí. Para muchos, el peligro que representa Hizbulá no está en los frecuentes conflictos fronterizos con Israel sino en la exportación de su modelo de resistencia a los grupos palestinos más radicales. Aunque la referencia a la causa de los palestinos ha sido una constante en el discurso de Hizbulá, los contactos entre el grupo y el ala radical de la resistencia palestina se intensificaron tras la Intifada de Al Aqsa (octubre de 2000).

En los últimos tiempos, oficiales israelíes han dicho con insistencia que Hizbulá era la mayor amenaza para el proceso de paz entre israelíes y palestinos, ya que ofrece entrenamiento y apoyo logístico a Hamás y a la Yihad Islámica. El predicamento de Hizbulá entre los líderes de Hamas es desigual, pero tiene un anclaje fortísimo en Khaled Meshaal, un alto dirigente de Hamas exiliado en Damasco, que ha aglutinado a su alrededor a quienes rechazan cualquier forma de diálogo con Israel. Además, Hizbulá trata desde hace algún tiempo de crear una rama de su movimiento en Palestina para operar contra Israel sin intermediarios, lo que ya ha permitido al movimiento no infiltrar más terroristas desde Europa, sino tener su propia sucursal en Cisjordania. Este grupo, conocido como las Brigadas del Retorno, está operativo desde 2001 y tiene autonomía para planificar y ejecutar ataques suicidas en Israel. La organización de atentados suicidas cada vez más brutales y el secuestro del soldado israelí Gilad Shalit a manos de Hamas para exigir la liberación de presos palestinos a principios del verano de 2006, son algunas muestras de cómo la estrategia que Hizbulá aplicó en el sur de Líbano encuentra ahora eco en Palestina.

Pasos hacia la normalización de Hizbulá
A pesar de todo lo dicho, Hizbulá ha dado pasos significativos hacia su normalización política. Tras el atentado de Beirut en febrero de 2005, en el que murió el ex primer ministro Rafic Hariri, el escenario político libanés ha cambio de forma drástica. La Revolución del Cedro que siguió al atentado propició la salida de las tropas sirias del Líbano y la formación de un gobierno de unidad nacional tras las elecciones de junio. En este nuevo período, la posición de Hizbulá y su continuidad como fuerza de resistencia a la ocupación israelí ha sido uno de los debates políticos más intensos de los que han recogido los medios de comunicación libaneses. Hizbulá fue incluso uno de los primeros grupos en manifestar su intención de ser parte de un gobierno de unidad nacional ante la incapacidad del ex primer ministro Omar Karami para formar gobierno.

El área de influencia de Hizbulá en el Líbano actual incluye los barrios del sur de Beirut, amplias partes del interior en el Valle de la Bekaa y el sur del país. La presencia del movimiento en estas zonas configura un Estado dentro del Estado, lo que incluye un sistema propio de asistencia sanitaria y de educación y la presencia de milicias armadas como piedra angular de la seguridad y defensa de amplios territorios. Para muchos, la continuidad de Hizbulá como grupo de resistencia armado perdió sentido tras la liberación del sur del país por el ejército israelí en 2000. Sin embargo el contencioso sobre la libaneidad de las Granjas de Shebaa, que aún permanecen ocupadas por Israel desde 1967 ha sido el recurso que ha permitido el mantenimiento del statu quo. Shebaa es una zona de 14 kilómetros de ancho al oeste del monte Hermón, en la frontera con Israel. Aunque algunos libaneses dudan de que sea territorio libanés, y aunque para Naciones Unidas este territorio pertenece formalmente a Siria, este último país acepta su pertenencia a Líbano. Muchos insisten en que la actitud de Siria frente a las Granjas de Shebaa es claramente auto-interesada ya que persigue mantener vivo el contencioso israelo-libanés y sienta un precedente que invite a la salida israelí de los Altos del Golán, que concentra grandes recursos hídricos y donde no existen enfrentamientos armados desde 1973.

El asunto de las Granjas de Shebaa ha tenido una importancia capital en el debate sobre la posición de Hizbulá en la vida política libanesa y es clave en el proceso de normalización del movimiento. Desde marzo de 2005, el carismático Hasán Nasralá y otros líderes de Hizbulá han mantenido contactos con todos los actores significativos de la escena política libanesa en torno a la posibilidad de que el grupo depusiera las armas y se integrara con normalidad en la vida política. Este es uno de los mandatos de la resolución 1559 de las Naciones Unidas que, junto con la salida de las tropas sirias, reclama el desarme de las milicias libanesas y extranjeras que existen en el país (en alusión a Hizbulá y las milicias palestinas).

De todos los contactos que Hizbulá ha mantenido en este sentido, el más significativo tuvo lugar entre Hasán Nasralá y el patriarca de los maronitas (católicos) libaneses Nasralá Butros Sfeir a finales de febrero de 2005. Antes de esto, Sfeir había concluido un viaje a EEUU donde se reunió incluso con el presidente George Bush, a quien según los medios de comunicación libaneses pidió que suavizara su posición frente a Hizbulá. A partir de aquel encuentro, varios son los indicios que hicieron que muchos analistas libaneses vieran factible el desarme de Hizbulá.

En marzo de 2005, Adam Ereli, portavoz de Departamento de Estado norteamericano dijo que el desarme de Hizbulá era un asunto estrictamente libanés, lo que rompía con la posición tradicional de la Administración americana al respecto. A finales de ese mismo mes, se produjo en Beirut un sorprendente encuentro entre miembros de Hamas e Hizbulá (representado por Nawaf Musawi) con miembros de los partidos Demócrata y Republicano y de la CIA. El encuentro estuvo auspiciado por el Conflict Resolution Forum y por Alistair Crook, un ex oficial del servicio de inteligencia británico y antiguo consejero de Javier Solana. Es evidente que esta reunión no pudo haber tenido lugar sin el conocimiento de la Administración norteamericana.

Desde este momento, los contactos entre Hizbulá y notables libaneses de todas las comunidades fueron incesantes, y en ellos siempre tuvo un papel destacado el líder del Partido Socialista Progresista, el druso Walid Jumblatt, quien ha sido especialmente elogioso con la estrategia del movimiento de potenciar su discurso de base nacional tras el asesinato de Hariri. Esto fue muy visible tras la multitudinaria manifestación (de 400.000 personas) en apoyo al ejército sirio que se celebró en Beirut el 8 de marzo de 2005 en la plaza de Riad el Solh, literalmente a sólo unos metros de la plaza de los Mártires, donde estaba la gran acampada de los que exigían la aplicación inmediata de la resolución 1559. La manifestación de Hizbulá estuvo plagada de banderas nacionales por petición del propio Nasralá y acabó con un minuto de silencio en memoria de Rafic Hariri y con el himno nacional libanés. Durante todo este tiempo, Jumblatt parece haber sido uno de los enlaces entre Hizbulá y la Administración norteamericana a través de David Satterfield, enviado especial de los EEUU al Medio Oriente.

Naim Qassem, número dos de Hizbulá dijo durante una entrevista concedida al diario Dailystar a finales de abril de 2005 que el grupo no se había planteado dejar las armas, pero que si Shebaa era liberado, sería un asunto a discutir. Una ambigüedad similar es la que cierra el libro que Qassem ha escrito sobre el movimiento y que se encuentra entre los más vendidos en el Líbano en los últimos meses (Hizbullah, Saqi, 2005).

Las cosas no debían ir del todo mal cuando durante la visita de Condoleezza Rice –Secretaria de Estado estadounidense– a Beirut en julio de 2005 se trató de una posible devolución de las Granjas de Shebaa a Líbano. Rice pretendía obtener a cambio un compromiso sobre el desarme de Hizbulá, en sintonía con el reciente convencimiento de parte de la Administración estadounidense de que muchos grupos islámicos tienen potencial para moderarse y participar con normalidad en la vida política y en las instituciones representativas.

Desde entonces, el primer ministro libanés Fouad Siniora ha intensificado su actividad en el exterior, sobre todo en Londres y Washington para tratar del tema de Shebaa y del desarme de Hizbulá. El ministro de Asuntos Exteriores ruso Sergei Lavrov ha llegado a anunciar públicamente que Rusia planeaba proponer a las Naciones Unidas que se tratara del asunto de las Granjas de Shebaa con el fin implícito de que Hizbulá redefina su papel en la vida política libanesa.

¿Es la crisis actual el final del camino?
El secuestro de dos soldados israelíes y el asesinato de seis más ocurrido el 12 de julio pasado no ha sido una sorpresa para Israel. Ibrahim Moussawi, editor del diario Al-Intiqad cercano a Hizbulá ha dicho que el grupo llevaba meses tratando de secuestrar a algún soldado israelí para iniciar negociaciones sobre los presos libaneses en Israel, y que había fracasado en sus intentos anteriores. Sea como fuere, a la vista de lo sucedido en el mes de julio de 2006, todos estos esfuerzos por normalizar la posición de Hizbulá en la vida política libanesa parecen haber sido inútiles. Sin embargo, siempre que la crisis no se prolongue demasiado, estos dramáticos sucesos pueden ser un revulsivo para concluir con el desarme de Hizbulá y para que el ejército regular libanés retome el control en el sur del país, lo que parecía una posibilidad real a principios de año. ¿Qué indicios hay de que esto pueda suceder tras los últimos acontecimientos? Pocos, si no fuera por algunos detalles simbólicos. La primera reacción del Gobierno libanés fue la de tratar de preservar la unidad de todas las fuerzas políticas ante la agresión israelí, incluso aunque subrayara que no hacía suya la actuación de Hizbulá, que según todos los indicios desconocía. Casi todos los dirigentes libaneses, y muy explícitamente los influyentes Jumblatt y Saad Hariri (líder de la Corriente del Futuro), en declaraciones a Le Figaro y al periódico saudí Oukaz respectivamente, han anunciado su intención de pedir responsabilidades a Hizbulá, pero sólo cuando el alto el fuego permita tratar el asunto en el marco de las instituciones libanesas.

La presente crisis requiere soluciones en dos niveles. Por un lado están los asuntos puramente bilaterales, entre los que destacan el intercambio de prisioneros, la salida de Israel de las Granjas de Shebaa, y el respeto escrupuloso del espacio aéreo libanés, frecuentemente violado por los israelíes. Pero una solución estable exige que el Estado Libanés se refuerce. Es aquí donde la situación encuentra cierto paralelismo con otros conflictos abiertos en la región, en los que Estados francamente debilitados y/o deslegitimados se enfrentan a milicias o a grupos armados que cuentan con gran predicamento en parte de la opinión pública.

¿Cómo reforzar al Estado Libanés? Una ocupación total del país para desarticular a Hizbulá tiene pocas posibilidades de éxito, además de ser la opción más costosa en términos de vidas humanas. En cambio, la solución de los problemas bilaterales más urgentes permitiría que Hizbulá se viera presionado en varios frentes para normalizar su situación. Desde fuera, algunos de los países musulmanes más influyentes –Arabia Saudí, Egipto y Jordania, aunque lógicamente no Irán ni Siria– ya han condenado la actuación de Hizbulá en el inicio del conflicto. En el plano nacional, la mayor parte de los dirigentes libaneses ha criticado con dureza el unilateralismo de Hizbulá y todos se han mostrado comprometidos a evitarlo en el futuro. Las excepciones, aunque sonadas han sido minoritarias –el propio jefe del Estado Emile Lahoud ha dicho que: “El Líbano no renunciará al sayyed Nasralá, quien con el apoyo del ejército conseguirá liberar el territorio [nacional]”–. En este momento, la mayor parte de la opinión pública libanesa es consciente de la urgente necesidad de que el ejército retome el control en todo el territorio nacional, lo que desposeería a Hizbulá de su naturaleza de guerrilla de resistencia. Esto mismo fue lo que manifestó el Gobierno libanés en su primer comunicado tras el ataque israelí. Por esta razón, la estrategia israelí de involucrar a todo el país en sus represalias es completamente innecesaria, además de muy peligrosa si con ello se consigue profundizar en las divisiones comunitaristas que continúan latentes en la vida política libanesa.

Pero éste puede ser sólo uno de los problemas a los que Hizbulá tendrá que enfrentarse tras el alto el fuego. Algunos analistas pronostican una crisis en el liderazgo de los chiíes libaneses que podría traer de nuevo a primera línea a Nahib Berri, presidente de la Asamblea Nacional y líder del movimiento Amal. Los chiíes libaneses no son un grupo tan homogéneo como se suele pensar. Dentro de esta comunidad –la mayor del país– Hizbulá compite con las clases medias secularizadas y con Amal, que aún mantiene ciertas lealtades. Nasralá ya ha recurrido a Berri al autorizarle para negociar el alto el fuego y el intercambio de prisioneros. La determinación que Berri ha mostrado con Condoleezza Rice durante su visita a Beirut el pasado 24 de julio ha transmitido a muchos chíies la imagen de un hombre fuerte que defiende con firmeza los intereses de sus correligionarios.

Conclusión: Aunque la idea más extendida es que Hizbulá es sólo un grupo terrorista, los contactos que se sucedieron durante todo el año 2005 entre sus dirigentes y destacados actores nacionales e internacionales demuestran que el movimiento tiene cierto potencial para moderarse. La política de símbolos que inauguró Hizbulá durante la Revolución del Cedro ha confirmado su vocación nacional y su voluntad de superar las viejas divisiones comunitarias que propiciaron la Guerra Civil en el Líbano. La comunidad internacional debería seguir presionando para que Hizbulá acate el mandato de la resolución 1559 dejando el control del sur y el este del país al ejército libanés. Con el alto el fuego, y una vez que el asunto de las Granjas de Shebaa desaparezca, la presión interna para que –en cumplimiento de la resolución 1559– el movimiento se desarme irá sin duda en aumento. Nasralá puede además perder simpatías entre los chiíes libaneses, lo que podría abrir una crisis en el liderazgo de la comunidad que modificara el equilibrio entre Hizbulá y Amal.

Héctor Cebolla Boado
Taller de Estudios Internacionales Mediterráneos (TEIM), Universidad Autónoma de Madrid