Erdoğan en Turquía: el frente exterior

Toma de posesión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan en Ankara el 3 junio de 2023.

Toma de posesión del presidente turco Recep Tayyip Erdogan en Ankara el 3 junio de 2023. Foto: President.az (Wikimedia Commons / CC BY 4.0).

Tema

Este análisis se centra en el impacto internacional del proceso electoral celebrado en Turquía en mayo de 2023 y sus implicaciones para España.

Resumen

Recep Tayyip ha renovado su mandato presidencial tras las elecciones de 2023. La política exterior no fue el tema central de la campaña, pero se coló a través de otras agendas con una fuerte dimensión internacional como la inmigración. Una victoria opositora habría abierto posibilidades de cambios más sustantivos, pero sería un error tanto pensar que el cambio habría sido radical como que nada va a cambiar en los próximos cinco años. Turquía es un país influyente y un socio complicado, pero a menudo imprescindible. Durante los 20 años que Erdoğan ha estado en el poder, la política exterior y de seguridad turca ha dado giros, se ha adaptado a nuevas circunstancias y ha visto cómo se modificaba el proceso de toma de decisiones y se relevaba a algunas de las personas que la han pilotado. Este análisis valora qué peso ha tenido la agenda exterior en la campaña y los resultados electorales, identifica las pautas de cambio y continuidad en la política exterior turca, presenta a las personas elegidas para copilotar con Erdoğan esta política y se interroga sobre las implicaciones para España en un contexto peculiar: la asunción de la presidencia rotatoria del Consejo de la UE durante el segundo semestre de 2023.

Análisis

Unas elecciones y unos resultados trascendentes

Las elecciones turcas siempre generan interés, pero las de 2023 todavía más. Coincidían con el centenario de la república y medios de comunicación como el Washington Post o Politico las calificaron como “las más importantes del mundo de este año”. De forma casi unánime, analistas turcos también las presentaban como las elecciones más trascendentes de la historia reciente de Turquía.

Tanto desde el gobierno como desde la oposición se venía a decir que estos comicios suponían poco más que la batalla definitiva, donde todo se ganaba o se perdía. Sin medias tintas. Pues bien, la batalla la ha ganado Recep Tayyip Erdoğan. El reelegido presidente turco hubiera preferido alcanzar la victoria en la primera vuelta de las elecciones (el 14 de mayo), pero tras los resultados de la segunda vuelta (celebrada el 28 de ese mes) la satisfacción de los suyos es evidente, y el desánimo en la oposición también.

Desde fuera, podría pensarse que no deja de ser una victoria ajustada, ya que el todopoderoso presidente ha obtenido poco más de un 52% de los votos, mientras que el líder opositor, con todos los resortes del Estado en contra, casi alcanzó el 48%. También podría subrayarse que el partido del presidente, el AKP, con el 35% del voto, sólo tiene la mayoría en el Parlamento si cuenta con el apoyo de sus socios parlamentarios que se presentaron coaligados en la Alianza Popular (Cumhur İttifakı). Otro elemento que podría ensombrecer o relativizar la victoria es el hecho de que la misión de observadores de la OSCE y de la asamblea parlamentaria del Consejo de Europa concluyese que, aunque habían sido unas elecciones competitivas, el sesgo de los medios y continuas restricciones a la libertad de expresión habían creado un campo de juego desigual y contribuyeron a una ventaja injustificada para Erdoğan y su partido.

Pueden introducirse matices. Es una victoria ajustada, Erdoğan sigue requiriendo de apoyos fuera de su partido y el proceso electoral ha sido calificado como competitivo, pero no justo. Estos matices palidecen ante la realidad de que Erdoğan retiene las riendas del poder. Y no es un poder cualquiera, ya que, tras la reforma constitucional de 2017, el presidente goza de un poder casi sin contrapesos.

Por consiguiente, será Erdoğan quien continúe fijando la dirección de la política exterior turca y, por qué no decirlo, personificándola. Sin embargo, también con Erdoğan pueden producirse cambios.

Política exterior y elecciones: efectos secundarios

La política exterior no ha sido el tema central de campaña, ni en la primera ni en la segunda vuelta, y tampoco explica, por sí misma, las preferencias del electorado. Sin embargo, algunos de los temas que más han movilizado y que todavía preocupan a la ciudadanía turca, como la inflación y la inmigración, están directa o indirectamente vinculados con cuestiones de política exterior como la guerra de Ucrania, las relaciones con Rusia, el conflicto en Siria y las relaciones con la UE.

El ascenso del ultranacionalismo turco que representa, entre otros, el tercer candidato presidencial en la primera vuelta, Sinan Oğan, movió la cuestión de la inmigración al centro de la agenda política durante la segunda vuelta. La oposición, liderada por Kemal Kılıçdaroğlu, también apostó por hacer de la inmigración uno de los temas centrales de la segunda vuelta. Eso eclipsó algunos de los elementos movilizadores de la primera vuelta, como las promesas de redemocratización, reforma constitucional, lucha contra la corrupción y, sobre todo, poner remedio al aumento del coste de la vida y a la pérdida de poder adquisitivo.

Erdoğan y el AKP eran conscientes de que la inmigración era un tema que ya les había perjudicado en las elecciones locales de 2019, y que podía introducir divisiones dentro del bloque gubernamental. De ahí que se lanzaran mensajes en distintas direcciones. Por un lado, se anunció un plan para el retorno voluntario de un millón de sirios y, a la vez, Erdoğan afirmó que los refugiados no serían expulsados y continuarían gozando de protección. Más importante aún, intentaron desviar la atención hacia otros temas más atractivos para sus votantes o en los que el desgaste era menor. Así, en esta campaña se ha visto a Erdoğan presumiendo del auge de la industria militar turca, acusando a la oposición de trabajar con la Administración Biden para echarle del poder y, sobre todo, haciendo alarde de su capacidad mediadora con el anuncio de la extensión del acuerdo con rusos y ucranianos para la exportación de cereal a través del Mar Negro. La agenda exterior del presidente servía para reforzar el mensaje de que Turquía había recuperado su lugar en el tablero internacional, logrando así hacerse respetar por las grandes potencias, y que esto había sido posible gracias al liderazgo, autoridad y astucia del presidente.

En este sentido, gobierno y oposición ofrecían relatos distintos sobre el peso y posición internacional de Turquía. A la idea de fortaleza, poderío militar y capacidad mediadora que exhibía el “erdoğanismo”, la oposición respondía apuntando a una interferencia rusa en las elecciones turcas y prometiendo devolver Turquía a Occidente. Aunque menos explícitos, la oposición también dejaba entrever la voluntad de reducir la presencia militar turca en escenarios lejanos como Libia o el cuerno de África.

En clave internacional, otra de las noticias de estas elecciones fue el apoyo recibido por Erdoğan de parte del voto exterior. En unas elecciones tan reñidas, eran unos votos muy deseados. Aquí Erdoğan consiguió una victoria rotunda, con más de un millón de votos, mientras que Kılıçdaroğlu se quedó en poco más de 720.000. Las pautas de voto son muy distintas en función del país de acogida. Es entre los trabajadores turcos y sus hijos y nietos en Europa Occidental y Central donde Erdoğan consigue unos mejores resultados. En Bélgica y Austria consiguió un 72% del voto, mientras que en Alemania y Francia consiguió alrededor de un 65%. Otro dato curioso es que la única mujer en el nuevo gobierno turco es Mahinur Özdemir, una política turco-belga que había iniciado su carrera política en Bruselas como integrante de un partido centrista del que fue expulsada por sus posiciones sobre el genocidio armenio. El comportamiento político de la población turca en España es diametralmente opuesto al de sus homólogos europeos, ya que un 82% de los turcos residentes en España avalaron al candidato opositor.

Junto con el papel más o menos activo de votantes, diásporas y candidatos turcos en la promoción de la agenda internacional, el otro gran factor de internacionalización de la campaña electoral turca fue Vladimir Putin. Los calendarios no se dejan al azar y, por lo tanto, hay que entender que la celebración a finales de abril de la ceremonia online de inauguración de la central nuclear de Akkuyu, construida por la empresa rusa Rosatom, tenía como objetivo mostrar la sintonía entre Moscú y Ankara. En esta ceremonia, Putin alabó a Erdoğan diciendo que era una persona que “sabe fijarse objetivos ambiciosos y sabe cómo avanzar hacia su consecución” y que la mano amiga de Moscú siempre estaba extendida. El anuncio, a pocos días de la primera vuelta, de un acuerdo entre Rusia y Turquía para aplazar a 2024 el pago de una factura de gas por valor de 600 millones de dólares no puede interpretarse sino como una muestra de que el Kremlin prefería ver a Erdoğan en el palacio presidencial antes que a su rival, y que estaba dispuesto a poner de su parte para que así fuera.

Los silencios internacionales durante la campaña fueron igualmente significativos. Líderes que durante los últimos años han tenido encontronazos con Erdoğan, como Emmanuel Macron, Joe Biden, Kyriakos Mitsotakis y Abdelfattah al-Sisi, evitaron posicionarse.

Es probable que pensaran que cualquier pronunciamiento podría tener efectos contraproducentes. Además, pese a que Kılıçdaroğlu es el líder de un partido miembro de la Internacional Socialista, desde este espacio político no se hizo campaña activa a favor del candidato. De nuevo, puede que pensaran que estos apoyos internacionales podrían restar en vez de sumar, pero tampoco es descabellado pensar que en sus cálculos integraran los costes en sus relaciones con Turquía si el socialdemócrata perdía frente a Erdoğan.

Finalmente, la celebración de la victoria de Erdoğan y las consiguientes reacciones permiten extraer algunas primeras conclusiones sobre qué esperar en materia de relaciones internacionales. Es significativo que uno de los primeros mensajes de Erdoğan a sus votantes fuera para decir que había recibido las llamadas de los líderes de Azerbaiyán, Uzbekistán, Libia y Qatar, añadiendo que le habían transmitido su deseo de acudir a celebrarlo. Dos días después, la agencia gubernamental Anadolu difundió una infografía con todos los líderes internacionales que habían felicitado a Erdoğan. Una curiosidad es que esta lista no sólo incluía jefes de Estado y de gobierno, sino también al líder del partido tunecino Ennahda y al ex presidente del Parlamento, Rashid Ghannouchi.

El momento esperado era la toma de posesión que se celebró el 3 de junio en Ankara. Participaron representantes de 78 países, entre los cuáles había 21 jefes de Estado y de gobierno y 13 primeros ministros. Sobresalió la nutrida representación africana, balcánica y centroasiática, tres de las prioridades de la política exterior turca. También destacó la asistencia del secretario general de la OTAN, quien acudía a Ankara con la demanda de levantar el veto turco a la incorporación de Suecia a la Alianza, y la de líderes polémicos como el húngaro Viktor Orbán y el venezolano Nicolás Maduro. La prensa y los comentaristas especializados en política exterior también tomaron nota de la presencia del primer ministro armenio, Nikol Pashinián, despertando especulaciones sobre la posible normalización de relaciones bilaterales o sobre una desescalada en el Cáucaso Sur. La mayoría de los líderes europeos no estuvieron en la toma de posesión de Erdoğan, pero sí que enviaron rápidamente sus mensajes de felicitación poco después de conocerse los resultados.

Más Erdoğan: continuidad y cambio en la agenda exterior

Erdoğan lleva 20 años al frente del ejecutivo, como primer ministro entre 2003 y 2014 y como presidente desde entonces. En este período la política exterior de Turquía ha experimentado cambios significativos. Algunos son atribuibles a cambios en el contexto internacional y regional, pero otros son el fruto de decisiones tomadas en Ankara, de cambios en los procesos de toma de decisión y de relevos en la sala de mandos de la política exterior.

Erdoğan llegó al poder en una situación internacional marcada por los atentados del 11 de septiembre y la invasión anglo-norteamericana de Iraq, país con el que Turquía comparte una frontera de 367 kilómetros. Los europeos, a pesar de la división mostrada en Iraq, estaban enfrascados en el proceso de ampliación. La República de Chipre formaba parte del grupo de países que se incorporaron a la UE en mayo de 2004. Turquía había conseguido, antes del nombramiento de Erdoğan, ser candidato a la adhesión, y su partido se había comprometido a impulsar reformas que permitieran abrir las negociaciones de adhesión. El gobierno turco también apoyaba el fallido plan de reunificación de Chipre impulsado por Naciones Unidas. Aquel momento fue caracterizado como la época dorada de la europeización de Turquía. Había incentivos para la reforma y un gobierno deseoso de aprovecharlos.

En 2003, Erdoğan situó al frente de la política exterior a otro peso pesado del AKP: Abdüllah Gül. Cofundador del partido, Gül combinó su labor como ministro de Exteriores con el cargo de viceprimer ministro hasta su elección como presidente de la República en agosto de 2007 y, por lo tanto, copilotó con Erdoğan este proceso de europeización. Le sustituyó Ali Babacan (2007-2009). Este político lidera hoy uno de los seis partidos integrados en la coalición opositora, pero era entonces una de las caras visibles del ala más reformista del AKP y había establecido fuertes lazos internacionales gracias a su desempeño como negociador para la adhesión a la UE y ministro de Economía. Babacan salió de Exteriores para ser nombrado viceprimer ministro en el contexto de la crisis financiera global, y su lugar lo ocupó una de las personas que ha dejado una impronta más fuerte en la política exterior turca: Ahmet Davutoğlu.

Como Babacan, Davutoğlu integra hoy la coalición opositora. No obstante, inició su carrera política como asesor internacional de Erdoğan. Davutoğlu es un académico políglota y autor del libro Stratejik Derinlik (“Profundidad estratégica”). Su nombramiento al frente de la política exterior turca le ofreció la posibilidad de llevar a la práctica lo que él había teorizado. A este período se le conoció como “la nueva política exterior turca” y será recordado por una renovación conceptual, por la doctrina de “cero problemas con los vecinos” y por un mayor énfasis en el multilateralismo, los instrumentos de poder blando (soft power) como la diplomacia cultural y educativa y una apuesta por la mediación internacional.

La ola de protestas que se extendió por algunos países vecinos árabes en 2011 impulsó una adaptación de algunos de los componentes de esta política exterior. En el contexto post-2011, Turquía y el AKP se erigieron como modelo o fuente de inspiración para aquellos países que empezaban a transitar hacia la democracia y para movimientos políticos que querían hacer compatible su identificación religiosa con la participación en el proceso electoral. Por ejemplo, Erdoğan fue el primer líder internacional en pedir a Mubarak que abandonase el poder en Egipto, apoyó claramente a los Hermanos Musulmanes en Egipto y al partido Ennahda en Túnez. A pesar de la cautela inicial y de intentos de mediación llevados a cabo por el propio Davutoğlu, Turquía tomó partido por la oposición siria en su intento fallido por deponer al presidente sirio Bashar al-Asad. Con estos movimientos se materializaba un cambio significativo en una política exterior turca que, hasta entonces, decía rehuir la injerencia en los asuntos internos de sus vecinos y que era vista como una potencia conservadora, en términos de defensa del statu quo.

En 2014, Davutoğlu fue promovido al cargo de primer ministro, coincidiendo con la decisión de Erdoğan de concurrir a las elecciones presidenciales de ese año. Esta promoción tuvo lugar a pesar de que empezaba a ser evidente que algunas de las apuestas en política exterior no iban a dar los frutos esperados. La destitución de Morsi por los militares en Egipto; el apoyo ruso, iraní y de la milicia libanesa Hezbollah a al-Asad; la irrupción del autoproclamado Estado Islámico y el fortalecimiento de las milicias kurdo-sirias socavaron los planes que Ankara tenía para su vecindad meridional.

El enfriamiento y posterior ruptura entre el presidente y el primer ministro no se explican por diferencias o fracasos en materia de política exterior. Fue la política interior, concretamente las discrepancias sobre la reforma constitucional, lo que distanció a Erdoğan de Davutoğlu. La publicación de un informe anónimo en que se enumeraban los puntos de fricción entre ambos dirigentes acabó precipitando la destitución de Davutoğlu en mayo de 2016. Le sustituyó como primer ministro Binali Yıldırım y se mantuvo a Mevlüt Çavuşoğlu como ministro de Asuntos Exteriores.

Desde entonces, la política exterior turca ha continuado adaptándose a los cambios internos, regionales y globales. A nivel interno, el cambio más notable ha sido la creciente personificación de la política exterior en Erdoğan, con un liderazgo presidencial cada vez más visible. La toma de decisiones se volvió más jerarquizada y con un peso notable de los asesores presidenciales en detrimento de la maquinaria diplomática convencional. El intento de golpe de Estado ocurrido en julio de 2016 y las acusaciones de infiltración de funcionarios gülenistas en el cuerpo diplomático y las fuerzas de seguridad reforzó y aceleró este proceso. Todavía en clave interna, en este período se produce un proceso de degradación de la calidad democrática y una reducción del espacio para el disenso político que ha sido calificado reiteradamente por la UE como un retroceso democrático.

En relación con sus vecinos del sur, en 2016 era evidente que la apuesta por la oposición siria había fracasado. El control gubernamental de Alepo y la consolidación de una gran zona en el norte de Siria controlada por las milicias kurdo-sirias incentivó una reevaluación de prioridades que pasaba por intervenciones militares en el norte de Siria y un diálogo con Rusia e Irán sobre el futuro del país. Erdoğan parecía renunciar a la idea de una Turquía destinada a liderar y redibujar Oriente Medio, pero no aceptaba quedarse de brazos cruzados. Algunos ejemplos del activismo y asertividad turca fueron: (a) la decisión de apoyar política y militarmente a Qatar ante el bloqueo impuesto por algunos vecinos en 2017; (b) los reproches al príncipe heredero saudí Mohamed bin Salman tras el asesinato en Estambul del periodista saudí Jamal Khashoggi en 2018; y (c) la implicación militar en apoyo al gobierno de Trípoli contra la ofensiva del mariscal Jalifa Haftar en Libia en 2019.

A partir de 2021 se produjo el enésimo giro en la política exterior turca en Oriente Medio, coincidiendo con algunos movimientos en la región como la reconciliación entre Qatar y sus vecinos del Golfo, el número creciente de países árabes que apostaban por la reintegración del régimen de al-Asad y la firma de los Acuerdos de Abraham entre Israel y algunos países árabes. En ese contexto, Turquía ha apostado por intentar reparar las relaciones dañadas durante la última década, ofreciendo una mano tendida a saudíes y emiratíes –esperando también que eso se traduzca en inversiones que levanten la presión sobre la economía turca–, a Egipto y a Israel. También empezaron los contactos con contrapartes sirias en materia de defensa e inteligencia, a menudo precedidas por contactos paralelos con las autoridades rusas.

Varios cambios a nivel global también han favorecido el giro discursivo y la revisión de prioridades en materia de política exterior. Ante un sistema claramente multipolar, Turquía intenta compensar el deterioro de las relaciones con Occidente y EEUU, con relaciones más robustas con otras potencias globales como Rusia y China. Por otra parte, el llamado “sur global” es un espacio con creciente peso y, por lo tanto, Turquía intenta hacer compatible su identidad como miembro de la OTAN y como economía desarrollada con las causas movilizadoras de este sur global. En parte por eso y en parte también por la estrategia comercial de Turquía, la política exterior ha hecho una fuerte apuesta por reforzar relaciones tradicionales como Asia Central y Oriente Medio, a la vez que se ha abierto hacia otros espacios como el África subsahariana, el Sudeste Asiático y América Latina. La nutrida representación de líderes del sur global en la reciente toma de posesión de Erdoğan refleja la solidez de estos vínculos.

El sistema internacional no es sólo más multipolar, sino también más competitivo. De ahí la fortísima apuesta por la industria militar turca y posicionamientos más desafiantes como el que Erdoğan realizó en Naciones Unidas encapsulado en la frase “el mundo es más grande que los cinco”, en alusión a los miembros permanentes del Consejo de Seguridad.

La posición turca en la guerra de Ucrania ilustra la capacidad de adaptación a este escenario de mayor competición entre grandes potencias. La imagen que mejor refleja la posición turca en Ucrania es la del equilibrismo. Turquía se posiciona sobre una delgada cuerda y hace lo posible para no caer hacia ninguno de los lados. Para ello, extiende los brazos en ambas direcciones. Por un lado, es uno de los países que de forma más vehemente y temprana ha defendido la integridad territorial de Ucrania, incluida Crimea, con la que le unen lazos culturales a través de la población tártara. También ha brindado a Kyiv apoyo militar con los drones Bayraktar a los que el ejército ucraniano le ha dedicado una canción pegadiza. Puede parecer una anécdota frívola, pero no lo es porque refleja que, en el imaginario ucraniano, Turquía es un país amigo. Además, uno de los propietarios de la empresa que fabrica estos drones es el yerno de Erdoğan. Por el otro lado, Ankara habla amigablemente con Putin, refuerza la cooperación bilateral y ocasionalmente reprocha a Occidente la gestión del conflicto o incluso tilda de provocativa la posición de sus aliados.

Junto con la evolución de los conflictos en Siria y Ucrania y de la tensión entre grandes potencias globales, los cambios políticos que pueden producirse tras la victoria de Erdoğan marcarán este proceso de continua adaptación de la que ha hecho gala la política exterior turca. En este sentido, un elemento a observar son los nuevos nombramientos en la sala de mandos de la política exterior.

El nuevo ministro de Asuntos Exteriores, Hakan Fidan, es un peso pesado. Antes de su nombramiento, era el jefe de los servicios de inteligencia (Millî İstihbarat Teşkilatı o MİT). Desde esa función ha estado implicado en la gestión de los temas más delicados de la política exterior, como Siria o Ucrania, y también en temas internos como las conversaciones de paz con el PKK. Antes había trabajado como consejero en temas de seguridad para Erdoğan y también había dirigido la oficina de cooperación internacional (TIKA) y el ente encargado de la relación con los turcos residentes en el exterior.

El otro nombramiento que ha llamado la atención ha sido la sustitución de Fidan en el MİT por Ibrahim Kalin. Este miembro del AKP había empezado su carrera política con la dirección de SETA (una fundación política afín a este partido) y luego fue reclutado para trabajar como asesor en el equipo de Erdoğan. Kalin fue nombrado portavoz presidencial en 2014, y desde 2018 era el vicepresidente de la Junta de Política Exterior y Seguridad Presidencial y asesor principal de la presidencia. Ambos nombramientos confirman la idea de una política exterior dirigida por un grupo de confianza, con intervención directa del presidente y con una dimensión de seguridad muy potente.

Fuera de la política exterior, el otro gran nombramiento del nuevo gobierno ha sido el de Mehmet Şimşek como ministro de Finanzas. Şimşek ya había estado al frente de la política económica, pero en 2018 fue sustituido por un yerno de Erdoğan, Berat Albayrak. Las discrepancias entre él y parte del entorno presidencial sobre la política monetaria y la independencia del banco central, así como el deterioro de la situación económica en forma de depreciación de la lira y aumento de la inflación, precipitaron su salida. Su retorno ha sido visto como un intento de enviar una señal de confianza hacia los inversores internacionales y hacia la propia población turca, preocupada por la prolongada degradación de su poder adquisitivo. Es un cierto reconocimiento de la necesidad de reorientar la política económica y de que, al menos en esa materia, Turquía necesita trabajar de la mano de sus socios occidentales.

Implicaciones para España

Desde España se ha mirado con atención el resultado de las elecciones en Turquía. España ve en ese país un socio importante, con el que se han intensificado las relaciones comerciales, al que está expuesto en materia financiera tras la compra del banco Garanti por parte del BBVA y con el que hay una fuerte cooperación en materia militar, tanto a nivel bilateral como dentro de la Alianza Atlántica.

Aunque las relaciones de Turquía con la UE y con la OTAN no han sido especialmente plácidas en los últimos años, desde España se ha intentado que estas tensiones no traspasaran al ámbito bilateral.

En la medida de lo posible, también ha abogado en ambos foros (UE y OTAN) por una relación de mayor cooperación con Turquía. Por ejemplo, en su anterior presidencia del consejo de la UE, en 2010, el gobierno español consiguió in extremis que se abriera un capítulo de las negociaciones de adhesión de Turquía tras un período de prolongado estancamiento. En materia de defensa, España respondió a la demanda del gobierno turco por las amenazas provenientes de la frontera siria, con el despliegue de un contingente de defensa antimisil Patriot compuesto por seis lanzamisiles en el aeropuerto de Adana. El entonces ministro de Relaciones Exteriores de Turquía, Mevlüt Çavuşoğlu, reconoció públicamente este apoyo, refiriéndose a España como un “verdadero amigo”.

En contraste con lo que sucede en otros países europeos, Turquía no es un tema movilizador en la agenda política española, no genera fuertes controversias y los cambios políticos en España no se han traducido, hasta ahora, en una alteración de la política turca de España. La buena y amistosa relación entre Madrid y Ankara, que quedo bien reflejada en la Reunión de Alto Nivel de noviembre de 2021, se ve limitada por las tensiones que enfrentan a Turquía con países que para España son socios imprescindibles en el marco de la UE como Francia y Grecia, o de la OTAN, como EEUU.

Desde una perspectiva española, la lectura de los resultados de las elecciones turcas se hace desde tres dimensiones –bilateral, europea y atlántica– y adquiere una trascendencia adicional al celebrarse a las puertas de la asunción, por parte española, de la presidencia de turno del Consejo de la UE durante el segundo semestre de 2023. A la luz de los resultados electorales, no se dan las circunstancias para pensar que en el segundo semestre de 2023 se produzca, por parte turca, algún movimiento en forma de reformas que permitieran desbloquear el proceso de adhesión. Por parte de la UE, tampoco hay apetito de abrir un melón tan complicado, ni que fuera para plantear la posibilidad de explorar marcos alternativos a la adhesión, como ha sugerido el eurodiputado español Ignacio Sánchez Amor en su propuesta de informe sobre Turquía, publicado el 30 de mayo de 2023. Así pues, la prioridad de la UE, incluida la presidencia de turno del Consejo ocupada por España, será evitar el deterioro de las relaciones con un socio imprescindible. Lo que sí sigue en la agenda es la voluntad de desbloquear el acceso de Suecia a la OTAN y la celebración de una cumbre de la Comunidad Política Europea en Granada de octubre, a la que el presidente turco estará invitado.

Conclusiones

La victoria de Erdoğan apunta a que Turquía desplegará una política exterior presidencialista, asertiva y transaccional. Las prioridades geográficas no cambiarán sustancialmente y tampoco cambiará la ambición de proyectarse globalmente y de consolidar su estatus más allá de una potencia regional. Eso no quiere decir que no vayan a producirse cambios. Como se ha explicado, la política exterior turca ha demostrado su capacidad de adaptación a nuevas circunstancias, incluso en temas en los que había habido un posicionamiento personal fuerte del presidente. Cuando esto sucede es porque desde la sala de mandos de la política exterior se entiende que el contexto invita a explorar vías alternativas. La debilidad de las voces críticas, dentro del Estado y en la sociedad, facilita incluso que se puedan realizar estos giros con relativa agilidad.

Despejada la incógnita electoral, ya es posible identificar aquellos temas en los que no va a haber progresos (negociaciones de adhesión y reformas democratizadoras), aquellos en los que se podrían producir cambios (política económica, relaciones con los vecinos meridionales e incorporación de Suecia a la OTAN), si se dan las circunstancias adecuadas, y aquellos ámbitos que podrían seguir irritando la relación (migraciones, derechos humanos y tensiones territoriales).

El margen de maniobra de España para incidir en una relación más cooperativa entre Turquía y sus socios europeos y occidentales es limitado, pero no negligible, sobre todo en el momento en que se dispone a asumir la presidencia de turno del Consejo de la UE. Durante ese semestre, España puede sacar provecho de su buena relación con Turquía para reducir tensiones y crear un clima de mayor cooperación con un socio que, a pesar de las muchas diferencias, es indispensable. La posible participación de Erdoğan en la cumbre de Granada será un primer termómetro de la relación de Turquía con el resto de los miembros de la familia europea.